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Ruralidad y fronteras de recursos en regiones de la zona central y patagónica de Chile: paisaje y nuevas relaciones de poder
EURE, vol. 50, núm. 149, pp. 1-21, 2024
Pontificia Universidad Católica de Chile

Dossier: Conflictos socioespaciales y disputas por el territorio


Recepción: 23 Noviembre 2022

Aprobación: 21 Diciembre 2022

DOI: https://doi.org/10.7764/eure.50.149.03

Resumen: El abordaje de las transformaciones socioterritoriales de las zonas rurales asociadas a la agroindustria y a la salmonicultura en Chile suele ofrecer valoraciones balanceadas entre impactos ambientales y socioeconómicos, con la dimensión laboral fuertemente relevada. A través del paisaje, como una categoría elaborada desde la evocación que representa el modo en que nos situamos en un determinado contexto, proponemos debatir, empleando el enfoque de frontera de recursos sobre dimensiones de disciplinamiento y exclusión social en la autodefinición de ruralidad. Aplicamos entrevistas semiestructuradas, grupos focales y cartografías participativas en las regiones de O’Higgins y Aysén, en Chile, entre agosto de 2021 y marzo de 2022. Por esa vía, accedimos a las percepciones de reconfiguración de las relaciones de poder que validan o tensionan la hegemonía industrial.

Palabras clave: asentamientos humanos, industrialización, transformaciones socioterritoriales.

Abstract: The analysis of socio-territorial transformations in rural areas associated with agro-industry and salmon farming in Chile tends to offer balanced assessments of environmental and socio-economic impacts, with strong emphasis in the labor dimension. Through landscape, as a category elaborated from the evocation that represents the way in which we situate ourselves in a certain context, we propose to debate, applying the resource frontier approach, the dimensions of disciplining and social exclusion in the self-definition of rurality. We conducted semi-structured interviews, focus groups and participatory mapping in the O’Higgins and Aysén regions of Chile between August 2021 and March 2022. This way, we gain access to perceptions of the reconfiguration of power relations that validate or challenge industrial hegemony.

Keywords: human settlements, industrialization, socio-territorial transformations.

Introducción

La investigación sobre industrias extractivas ha prestado poca atención a la naturaleza como categoría de análisis, priorizando por sobre ella las articulaciones entre actores productivos (Baglioni & Campling, 2017), perdiendo de vista que los vínculos entre quienes forman parte de una cadena de valor están mediados por relaciones de poder que buscan darle a la naturaleza un determinado orden. En consecuencia, accedemos a la naturaleza a través de su conversión en mercancía (Smith, 2008). Al mismo tiempo, el mundo rural es desnaturalizado en tanto solo es reconocido desde su rol productivo (Cerón, 1996; Posada, 1999), en función de sus servicios a las actividades industriales o como soporte de la vida urbana. Se invisibiliza con ello aquellas relaciones socioproductivas ligadas a la subsistencia y al intercambio local, basadas a su vez en la relación con los procesos ecológicos (Mattioli, 2021).

Nos proponemos extender el análisis de actividades extractivas mediante la incorporación de una construcción no mercantilizada de la naturaleza: el paisaje. Si bien este es también una construcción social que ordena los elementos de la naturaleza de un modo arbitrario para darles un sentido (Simmel, 2018), es un ejercicio abierto a actores normalmente excluidos de las decisiones asociadas a cadenas productivas (Santana, 2005), lo que permite suspender las jerarquías y exclusiones propias de las relaciones de poder. Esta suspensión es circunstancial y solo tiene sentido para la elaboración del paisaje. No altera las estructuras sociales que afectan la cotidianeidad del mundo rural. Sin embargo, permite acceder a nociones del entorno que no están necesariamente supeditadas a las relaciones productivas que ordenan el territorio.

En la definición de paisajes se conjugan una capacidad de control sobre la naturaleza –a través de la evocación (Simmel, 2018)–, una espacialidad –pues están siempre situados– y una corporalidad –dada por quien interpreta el paisaje–, lo que implica politizar los procesos que acontecen en un determinado lugar (Jones, 2022). Es en este cruce donde los habitantes de territorios disciplinados por economías extractivistas pueden plantear sus resistencias y afirmar sus propias posiciones ante el avance del modelo industrial sobre modos de vida rurales, especialmente allí donde el empleo y el subsidio estatal para cubrir necesidades básicas dificultan una crítica directa a las actividades industriales.

Podemos encontrar en el territorio formas de disciplinamiento ligadas a la globalización, en el sentido de crear un espacio de mercado común, regido por reglas y normativas coherentes a través de distintas regiones y territorios (Santos, 1996a; Swyngedouw, 1997). Esta coherencia se logra por la convergencia entre un aparato público adaptable a las necesidades de inversión (Harvey, 1989; van Apeldoorn et al., 2012) y la notable variedad de herramientas de que disponen las fuerzas motrices económicas para organizar procesos productivos (Jessop, 2002), facilitando la desnaturalización, en tanto el entorno se homologa a recursos que solo adquieren sentido cuando desempeñan un rol en las redes de producción. En conjunto, delinean arreglos institucionales de los cuales es difícil abstraerse. Su definición vertical es una razón importante para ello, pero también lo es la imagen autoevolutiva con que estos arreglos se presentan a nivel local (Sklair, 2003).

Hablamos de una hegemonía industrial para referirnos a la capacidad de una determinada forma de producción para estructurar relaciones sociales bajo la noción de que es el único modo legítimo de incorporarse al dinamismo económico, pero también a las relaciones de negociación que dan lugar a los arreglos institucionales (De Oliveira, 2016; Román & Barton, 2015). Esto da cuenta de que las definiciones tomadas desde el espacio disciplinado producen resultados que refuerzan esa imagen autoevolutiva. De ahí que nos interese conocer las formas de comprender el lugar que se habita a partir de categorías desencajadas de la producción y de la participación en cadenas de valor. Esta comprensión es posible pues la vida cotidiana, aun cuando gire en torno a ellas, también permite instancias reflexivas y de valoración de elementos no mercantilizados. Es ahí donde encontramos formas de rebatir la hegemonía industrial. Por ello nos focalizamos en las definiciones de lo rural de sus propios habitantes, quienes sitúan en estos territorios sus proyectos de vida a pesar de sus carencias, o incluso reconociéndolas y beneficiándose de ellas.

Considerando lo anterior, entenderemos la ruralidad como un concepto sociopolítico, marcado por un sistema de relaciones de poder, relevando un modo de vida en espacios configurados actualmente desde una perspectiva productiva extractivista, en lugar de reducirlo únicamente a un modo de producción agrícola. Este trabajo tiene por objetivo avanzar en la discusión de las formas de valoración de las transformaciones acontecidas en el mundo rural en fronteras de recursos, a través de la incorporación de la experiencia del paisaje a partir de las narrativas y el lugar que sus habitantes ocupan en la construcción de su actual territorialidad.

Para la ejecución de esta investigación utilizamos técnicas de levantamiento de información cualitativa. Durante agosto y septiembre de 2021 realizamos revisiones bibliográficas y trabajos de campo exploratorios en las regiones de O’Higgins y Aysén. A partir de ello, fueron definidas las comunas y las temáticas de estudio relacionadas con la valoración de la naturaleza, las transformaciones del mundo rural y la participación social y política en zonas rurales con presencia predominante de actividades agroindustriales. Durante octubre, noviembre y diciembre de 2021 se realizaron 57 entrevistas semiestructuradas (Taylor & Bogdan, 1996) a habitantes rurales de las cuatro comunas seleccionadas en las regiones de Aysén y O’Higgins. En enero y marzo de 2022 aplicamos cinco talleres participativos a habitantes rurales mayores de dieciocho años para triangular la información y recoger testimonios mediante grupos focales y cartografías participativas (Risler & Ares, 2013). Las entrevistas y los talleres fueron codificados, mediante el software Atlas.ti, a partir de una estrategia inductiva, siguiendo la teoría fundamentada para identificar los temas centrales (Glaser & Strauss, 1967). Las categorías y dimensiones están en la Tabla 1. Como limitaciones investigativas mencionamos la sobreintervención en el caso de la región de Aysén. Esto incidió en la capacidad de convocatoria para los talleres participativos, por desinterés y experiencias anteriores con otros procesos de investigación que no incidieron en la vida cotidiana de los habitantes.1

tabla 1
Categorías y dimensiones de análisis

Elaboración propia

Caracterización histórica de las regiones de la zona central y patagónica de Chile

Los casos de estudio son comunas rurales de las regiones de Aysén (Patagonia chilena) y de O’Higgins (zona central de Chile) (Figura 1), escogidas a fin de considerar la diversidad de las ruralidades de Chile y su relación con sectores relevantes de su economía exportadora, como ocurre con el salmón y la trucha en Aysén y las cerezas frescas y la carne de porcino en O’Higgins (ProChile, 2022). También representan formas diferentes de poblamiento, y su configuración territorial da cuenta de diversas articulaciones entre comunas y sectores poblados.

En términos históricos, el Estado tuvo escasa presencia en estos territorios hasta mediados del siglo XX. Referente a la región de Aysén, la llegada de instituciones estatales fue tardía, excepcional y relativamente atípica al contexto nacional.2 Inicialmente poblada en torno a estancias de ganado ovino, su representación parlamentaria fue ejercida a distancia y parte de su conectividad terrestre se concretó durante la década de 1970. El litoral aysenino se caracterizó por diferentes oleadas de actividades extractivas informales y de pequeña y mediana escala ligadas a recursos marinos y forestales, con presencia importante de mano de obra proveniente de Chiloé, configurándose una cultura de bordemar (Martinic, 2005; Saavedra, 2017). Por su parte, la región de O’Higgins estuvo dominada por el sistema hacendal hasta bien entrado el siglo XX. La zona central, asociada a la imagen tradicional del campo chileno, dio paso a la consolidación del Estado-nación a través de sus haciendas, entregando estabilidad y gobernabilidad y homologando las condiciones de vida entre distintas haciendas (McBride, 1973). En la ruralidad de O’Higgins se fue estructurando el uso y propiedad de la tierra y un sistema de trabajo de tintes feudales dominados por el sistema latifundio/minifundio, lo cual plasmó características únicas en el ámbito económico y cultural (Bengoa, 2015).3


figura 1
Casos de estudio: regiones de O’Higgins y Aysén, Chile
Elaboración propia

Para el caso de Aysén, se analizó la comuna de Cisnes debido a que presenta la mayor ruralidad en la región (Tabla 2)4 y es la segunda en número de concesiones acuícolas.5 Además, enfrenta el centralismo en distintas escalas, tanto a nivel regional (con Coyhaique como capital regional) como a escala nacional (respecto a la capital, Santiago de Chile). Específicamente, la investigación se focalizó en las localidades de Puerto Cisnes y Puyuhuapi, ligadas a la pesca artesanal, pero que han experimentado transformaciones productivas y socioculturales por la intensificación de la salmonicultura y, en menor medida, del turismo.

Respecto a la región de O’Higgins, se examinaron las comunas de La Estrella, Pichidegua y San Vicente de Tagua Tagua, todas las cuales tienen altos porcentajes de población rural (Tabla 2). La Estrella es una comuna del secano interior afectada por la sequía y por conflictos socioambientales relacionados con la producción de cerdos (Instituto Nacional de Derechos Humanos [INDH], s.f.). Pichidegua y San Vicente de Tagua Tagua se consideraron relevantes a nivel regional porque son comunas céntricas en términos geográficos, donde se ha observado un intenso cambio en la cobertura de suelo por plantaciones destinadas a la agroexportación (frutas y vid), especialmente en laderas de cerros y en suelos que anteriormente eran utilizados por la agricultura tradicional. Las tres comunas de O’Higgins han experimentado transformaciones socioespaciales producidas por la apertura a los mercados internacionales y el inicio del aprovechamiento de sus ventajas comparativas, donde se potenció la fruticultura en menoscabo de la tradicional producción cerealera y de hortalizas.

tabla 2
Porcentaje de población rural en casos de estudio

Elaboración propia con base en Instituto Nacional de Estadísticas (s.f.)

Noción de lo rural en Latinoamérica

Los estudios sobre ruralidad en América Latina de las décadas de 1960 y 1970 enfatizaron los sistemas productivos y las miradas economicistas desde un enfoque dicotómico, manifestando una visión sesgada del mundo rural y relacionándolo con espacios atrasados y con bajas condiciones de bienestar, en oposición a lo urbano, vinculado con la modernidad y el progreso (Romero, 2012; Sepúlveda et al., 2003). De esta forma, los primeros estudios rurales de la región tuvieron una marcada voluntad de cambio (Gómez E., 2003; Sepúlveda et al., 2003), investigando casi únicamente al sector agropecuario (Romero, 2012) con el objetivo explícito de transformarlo, donde “la consigna subyacente es la urbanización del campo” (Bengoa, 2003, p. 48), sin profundizar respecto a otras actividades producidas y sus modos de vida en el ámbito rural.

En las décadas de 1980 y 1990, a partir de la reestructuración del mercado y la relevancia de la globalización, donde los países latinoamericanos se volcaron intensivamente hacia la exportación de materias primas, las investigaciones giraron a lo que se denominó estudios rurales, caracterizados por privilegiar otros aspectos que trascienden los puramente productivos, como lo histórico, social y cultural, abordados desde un carácter multi y transdisciplinario (Posada, 1999; Sepúlveda et al., 2003). Un puntal en esta aproximación fue el Desarrollo Territorial Rural (DTR) –noción emparentada con las propuestas de desarrollo endógeno–, que incorpora la dimensión territorial como parte de las estrategias para la planificación de los territorios rurales y su interrelación con actores y zonas urbanas (Gorenstein et al., 2007; Manzanal et al., 2009).

Posteriormente, y en búsqueda de nuevos análisis, destaca el concepto de nueva ruralidad para dar cuenta de una diversificación de las actividades rurales y una creciente importancia de los empleos e ingresos no agrícolas en el sustento de los habitantes rurales, quienes se han insertado en mercados y han generado nexos con las zonas urbanas (Canales, 1996; Kay, 2008). Así, desde la nueva ruralidad –que ha relevado el análisis territorial, especialmente en Latinoamérica– se intentó dejar de lado la clásica posición dualista entre lo urbano y lo rural, asumiéndose su complejidad y diversidad y su interrelación con centros urbanos (Gómez E., 2003; Romero, 2012).

A pesar del perfeccionamiento en el análisis sobre la ruralidad, su conceptualización sigue siendo cuestionada en este campo de estudio puesto que, a partir del avance del capitalismo y la globalización, se hace cada vez más difícil definirla de manera pura, como algo claramente diferenciado de lo urbano, ya que las fronteras y los límites son cada vez más difusos y los casos cada vez más heterogéneos (Halfacree, 2006).

En Chile, sus ruralidades diversas y de larga trayectoria fueron cambiando con intensidades diferentes desde la reforma agraria (1962-1973), la subsecuente contrarreforma y la puesta en marcha del nuevo modelo de desarrollo neoliberal impulsado por la dictadura (1973-1989). Con la activación del mercado de la tierra y su liberalización, el cambio de uso de suelo y la intensificación de las producciones volcadas a la exportación de commodities, se han generado profundas transformaciones ambientales, económicas y socioculturales en los territorios rurales en los últimos cuarenta años (Bustos-Gallardo & Prieto, 2019; De Oliveira, 2016; Gac Jiménez et al., 2018).

A partir de estos cambios, han surgido diferentes propuestas para un mejor entendimiento y análisis de las transformaciones territoriales señaladas, que han estado principalmente enfocadas en superar las fronteras entre lo rural y lo urbano, debido a la imposibilidad de las últimas décadas de definir límites precisos entre ambos mundos. Por ejemplo, Canales y Canales Cerón (2013) propusieron el concepto de agrópolis, mientras que Berdegué y otros (2010) acuñaron el concepto de ciudades rurales. No obstante, lo rural chileno ha sido observado desde una óptica productiva, centralista y desde dinámicas generales que no son capaces de reconocer la particularidad de cada una de las ruralidades que coexisten en el territorio chileno.

Desde nuestra perspectiva, la ruralidad continúa siendo abordada desde enfoques dicotómicos, que la sitúan en contraposición con lo urbano, con análisis centrados en sus actividades productivas y en sus carencias respecto a las ciudades.

Exclusión sujeto/habitante rural: disciplinamiento y frontera de recursos

La industria agroexportadora tiene gran influencia en la transformación de los territorios y las experiencias de los habitantes rurales en América Latina (Canales et al., 2018; Giarraca, 2003; Kay, 2008), con relevancia en la producción del espacio y en las desigualdades que generan. Aquí el mercado global desempeña un papel fundamental en la diseminación de nuevas relaciones de producción en el marco del espacio de la propiedad (Lefebvre, 1974).

La localización periférica de los territorios rurales, la intensificación de los mercados globales y la presión económica y política al interior de estos establecen una nueva relación entre los sujetos y sus territorios (Gac Jiménez et al., 2017; Sassen, 2015), definiendo una frontera de recursos relacionada con un modelo capitalista de expansión geográfica y una dependencia de los devenires del mercado financiero mundial. Como consecuencia, sitúa a los habitantes en una posición de permanente contradicción y disputa con relación a los procesos productivos (Swyngedouw, 2009). Esta escisión repercute en la incidencia política de los habitantes rurales en contextos extractivistas, en la reproducción de prácticas patrimoniales y ancestrales y en la construcción de una agenda de transformación territorial, limitando formas alternativas de vincularse con y en el territorio. Así se consolida el disciplinamiento de los habitantes rurales tanto en sus prácticas políticas –al no identificar una contraparte política local– como en las productivas y reproductivas (Lefebvre, 1974). Se produce por esta vía una resignificación de la cultura y la homogeneización de las narrativas sobre los territorios y los recursos (Romero, 2012), donde la incuestionable necesidad de desarrollo apareja la emergencia de límites que impiden la construcción de una territorialidad (Lefebvre, 1974). Tal proceso se ve reforzado por las dificultades de las comunidades para reconocerse, desde las prácticas rurales asociadas al retraso y a la pobreza, en las representaciones simbólicas del modelo productivo extractivista.

Al abordar y problematizar la relación entre los modos de vida y el soporte geográfico de la configuración territorial se requiere comprender la relación entre fronteras materiales y simbólicas que se presentan en la actualidad, frente a la distribución de los recursos naturales y la fragmentación socioespacial que esta conlleva (Janoschka, 2002). Como consecuencia, los habitantes son excluidos de los territorios rurales y sus sistemas de producción por la presión de los mercados globales y la fragmentación del espacio local por la propiedad privada (Gac Jiménez et al., 2018; Gac & Miranda Pérez, 2019), lo que ha sido definido por Lefebvre (1974) como una nueva relación del cuerpo y la sociedad con un espacio instrumental y de violencia. De este modo, el territorio se transforma en un espacio de disputa entre lo productivo y lo reproductivo tanto en sus prácticas como en sus estructuras (Swyngedouw, 2009).

En esta articulación de formas de ocupación del espacio y escalas productivas, la fragmentación territorial y la producción de territorios han propiciado la segregación espacial y la forma en que los sujetos rurales producen sus territorios (de Mattos, 2002) por procesos socioeconómicos asociados a políticas públicas que promueven la producción de commodities. Esto conlleva decisiones políticas e intereses económicos globales que transforman los patrones de crecimiento y desarrollo hacia un modelo exportador, relativizando o invisibilizando a los habitantes de estos territorios y sus expectativas y proyectos de vida.

El paisaje en las transformaciones rurales

Las zonas rurales están asediadas por interpretaciones que promueven la industrialización como una manera de canalizar el imperativo de desarrollo. Por ejemplo, Koch (2021) expone aquellas narrativas socioproductivas que elaboran la idea de territorios naturales como vacíos, facultando la apropiación de sus recursos por parte de quienes despliegan actividades industriales. Esto también funciona para explicar y justificar el desplazamiento de quienes hacen uso de la naturaleza sin haberla convertido en mercancía, donde el tránsito o la contemplación se vuelven invisibles a la extensión de modos de producción industriales. Así, se sustenta una valoración positiva del desarrollo que se valida, por ejemplo, a través del mejoramiento de la calidad de vida o el acceso a bienes y servicios en zonas rurales gracias a la expansión industrial (Argent, 2017; Cárdenas-Retamal et al., 2021), donde los ingresos estables y formales desempeñan un rol fundamental para que cada habitante tenga en sus manos la oportunidad de desplegar su proyecto de vida.

Esta aproximación apunta a la dimensión productiva del territorio, ya sea tensionándola desde una mirada política, centrada en el control de las definiciones de lo posible o lo legítimo en un determinado lugar, o resolviendo contradicciones y conflictos ligados a la distribución de beneficios y perjuicios. En otras palabras, el territorio queda reducido al contenedor de pugnas de distinto tipo, incorporando de manera parcial –una que alude a la mercantilización– a sus habitantes y a la naturaleza (Baglioni & Campling, 2017; Smith, 2008), invisibilizando las nociones que personas ajenas a las actividades productivas que protagonizan el dinamismo económico de estas zonas tienen sobre el entorno en el que se encuentran.

Dado lo anterior, la noción de paisaje ofrece una entrada para comprender las transformaciones de los espacios rurales por la influencia de actividades extractivas sin remitirse a tan solo una actividad económica, a la vez que evita tratar a los habitantes rurales únicamente como actores productivos –campesinos, pescadores, recolectores o cazadores–. Esto, porque el paisaje plantea un acto a través del cual organizamos elementos de la naturaleza con un fin que trasciende lo productivo: se orienta a la capacidad de evocar, y particularmente de evocar un sentido de presentarse ante una idea de naturaleza (Löfgren, 2020; Simmel, 2018).

El hecho de que el paisaje sea una construcción que puede ser establecida por cualquier habitante permite, además, levantar los cuestionamientos que pueda haber a las construcciones más bien hegemónicas de territorio, naturaleza y paisaje por parte de quienes protagonizan las actividades económicas más relevantes en un territorio dado (Fortin & Gagnon, 2006).

¿En qué sentido la noción de paisaje permite extender la mirada de la frontera de recursos? Ambas nociones comparten una base material y refieren a elementos simbólicos: poder, en el lado de frontera de recursos, y evocación, en el de paisaje. La diferencia es que la evocación no necesita del control de los elementos que constituyen paisaje, cuestión que sí es necesaria en términos de ejercicio del poder (Caetano & Rosaneli, 2019; Fortin et al., 2019). Al mismo tiempo, ofrece el acceso al reconocimiento de los componentes de paisajes usualmente tomados como vacíos, como las zonas desérticas o los territorios no explotados (Koch, 2021), o las zonas altamente intervenidas por actividades industriales (Fortin & Gagnon, 2006; Hidalgo et al., 2015).

El paisaje releva la naturaleza a través de dos vías: primero, requiere de ella para generar una construcción social a partir de una evocación (Simmel, 2018); segundo, genera construcciones que consideran, junto con lo productivo (Hidalgo et al., 2015), las nociones de estar en o habitar un territorio (Fortin & Gagnon, 2006). En conjunto permiten reconocer el rol político del paisaje. Por una parte, abordan su empleo como una categoría de disciplinamiento, en el sentido de plantear visiones deseables o descritas desde una visión autoevolutiva que evalúa favorablemente la transformación industrial del territorio, y de domesticación de la naturaleza. Pero también hacen del paisaje una arena en donde disputar su contenido al conocimiento técnico y empresarial, pero también de resistencia o afirmación de alternativas a una visión normativa de lo que debe ser valorado en un determinado paisaje.

Desnaturalización de lo rural en el centro y sur de Chile

Entre las décadas de 1980 y 1990 arribaron diversas industrias extractivistas de alto impacto a las regiones de Aysén y O’Higgins dedicadas a la producción intensiva de commodities, destacando los cerdos y las frutas para las comunas analizadas de O’Higgins, y los salmones para el litoral aysenino. Por su parte, el Estado de Chile comenzó a desplegarse en el ámbito rural de manera más profunda en la década de 1990 con la llegada de instituciones públicas, inversiones y acceso a subsidios de diversa índole. Desde entonces, los territorios rurales y sus habitantes han experimentado diversos cambios.

En primer lugar, observamos una disminución o cese de las actividades económicas tradicionales –agricultura familiar campesina en O’Higgins y pesca artesanal en Aysén–, por diversos factores. Destacan el acaparamiento de los recursos naturales y las modificaciones de las reglas del mercado (Borras et al., 2011), con fuerte impacto en las prácticas culturales ligadas a estas actividades (mingacos, fiestas costumbristas y otros) que potenciaban la asociatividad y la cohesión social rural. Con lo anterior, se aceleró el proceso de descampesinización y proletarización de los habitantes rurales, al verse obligados a vender sus tierras y abandonar sus rubros tradicionales. Buscaron empleo en las nuevas actividades productivas que, en algunos casos, se relacionan indirectamente con la agroindustria o la salmonicultura; otros migraron de manera definitiva.

[E]n ese tiempo, cuando yo era pequeña, lo fuerte era agricultura, se sembraba mucha fruta y verdura. Cada casa tenía su huerto y entre nosotros como vecinos compartíamos; si yo sembraba lechuga y el otro tenía tomates, nos compartíamos. [...] [E]sa dinámica de la agricultura y la vida cotidiana se perdió por las empresas, porque ahora los trabajos son horarios fijos ya establecidos versus antes, que cada uno buscaba en qué trabajar, sea ayudándole al vecino o limpiando pasto. (Habitante rural, región de O’Higgins, 2021)

Se perfilan transformaciones productivas y culturales: mejores condiciones laborales solo para quienes tienen contrato directo con las empresas (estabilidad económica y seguridad laboral) y mermas en los modos de vida rural (libertades, socialización e identidad). El resto accede a subcontratos con peores ingresos o a la informalidad. Referente a la salmonicultura, la mecanización en las últimas décadas ha generado una menor demanda de trabajadores, por lo que estas empresas no son una gran fuente de empleo para la región de Aysén, al contrario de la agroindustria en O’Higgins, que se considera como la mayor demandante de empleo en las comunas analizadas.

Por otro lado, existe una creciente fuga de jóvenes. En primera instancia abandonan sus territorios para ir a estudiar a la universidad y luego es difícil que vuelvan, debido a la escasez de diversidad y oportunidades laborales. También es preocupante para los habitantes rurales que las nuevas generaciones no se proyecten en las actividades productivas de sus antepasados. Así, se ha desencadenado un proceso acelerado de envejecimiento poblacional.

En segundo lugar, los habitantes manifiestan transformaciones profundas del entorno tras la llegada de las industrias extractivas, destacando la deforestación, el cambio de uso de suelo, acaparamiento y mal uso del recurso hídrico (especialmente en O’Higgins, exacerbando la sequía), contaminación de las aguas (ríos y fiordos) y de los suelos tras los desechos producidos. En suma, se observa una disminución de la biodiversidad de los territorios y maritorios, especialmente de especies endémicas.

El Estado hoy día […] tiene toda la responsabilidad de cómo se ha ido deteriorando primero el medioambiente, el paisajismo, cómo hemos ido entregando de una forma tan indiscriminada nuestros elementos naturales, pues ya estamos preocupados de alimentar el mundo, no estamos preocupados de alimentar Chile. (Habitante rural, región de O’Higgins)

[E]stán contaminando los mares, los recursos naturales que tenemos, que son naturales, los tienen todos ya, están todos contaminados y muertos, estamos destruyendo todo para el futuro, esa es la verdad. (Habitante rural, región de Aysén, 2021)

Las transformaciones territoriales respecto a las dimensiones ambientales, productivas y culturales generadas por el despliegue empresarial y estatal han significado un quiebre en las trayectorias de las vidas rurales. Es posible interpretarlo como un proceso de desnaturalización de lo rural, donde dichas transformaciones han significado la ruptura con un corpus/estructura rural tradicional formado por décadas (Aysén) o por siglos (O’Higgins), según sea el caso, lo cual ha llevado a una serie de procesos de disciplinamiento por parte de las industrias extractivas. Aun así, es posible vislumbrar enunciaciones contrahegemónicas en sus evocaciones sobre el paisaje.

Disciplinamiento desde las industrias predominantes

Identificamos una clara distancia con respecto a la autodefinición de habitante rural mediada por las nociones dicotómicas con que este territorio es caracterizado (rural-urbano, campo-ciudad, atraso-progreso) (Greene & de Abrantes, 2021). Por tal razón, al aproximarnos a sujetos rurales en sectores extractivos, se nos hace manifiesta la relevancia que ha adquirido la urbanización de estos territorios en los últimos cuarenta años, como consecuencia de la consolidación de la industria salmonera en el caso de la región de Aysén, y la industria silvoagropecuaria en la región de O’Higgins.

Esta urbanización es interpretada por los habitantes de los territorios rurales como la capacidad que han tenido las industrias extractivistas de promover el progreso en sus territorios (Santos, 1996b). Sin embargo, esta idea de progreso queda consignada solo a algunos sectores de los territorios rurales, principalmente a las cabeceras comunales, donde queda emplazada la municipalidad y los servicios públicos, y a los accesos a los sectores donde se ubican las bodegas, fábricas o muelles de las principales empresas de cada comuna. Su contracara son los márgenes de las ciudades rurales, donde coexisten prácticas productivas tradicionales que, en general, implican nuevas estrategias de relacionamiento productivo (Giarracca & Teubal, 2006).

La modernización y el progreso son concebidos a partir del emplazamiento de la industria en los territorios rurales (Santos, 2002), lo que es percibido como la posibilidad que tuvieron en la década de los noventa de ser destinatarios de inversión pública y privada –mejoramiento de caminos y accesibilidad, la llegada de bancos y cajeros automáticos, principalmente–, así como la de mejorar los ingresos, atraer a nuevos visitantes y diversificar fuentes laborales, lo que ha permitido ofrecer alojamiento temporal, venta de productos de primera necesidad y otros servicios para satisfacer los requerimientos de la población flotante asociada a las actividades industriales.

[La industria] ha dado más estabilidad laboral y [...] otros servicios asociados, viene gente de afuera, el tema de la colación, la pensión [servicios de alojamiento], etcétera, como que ha reactivado un poco eso, pero tiene su aspecto no tan positivo... que contamina, eso principalmente. (Habitante rural, región de O’Higgins, 2021)

Por otra parte, los habitantes de estos territorios son conscientes de los impactos medioambientales que generan estas industrias en su entorno, pero también de las concesiones necesarias que deben sopesar frente al bienestar que ellas traen. En la mayor parte de los casos, lo que se privilegia son las nuevas oportunidades laborales, sean directas o indirectas, como parte de los servicios que tales industrias requieren.

Es así que la idea de progreso para los habitantes de los territorios rurales es considerada como parte de las adecuaciones y cesiones que deben asumir para integrarse a la nueva racionalidad productiva extractivista (Gras & Hernández, 2009). En la mayor parte de los casos, tienen conciencia de los efectos negativos de tales procesos sobre su calidad de vida y en el ecosistema, dados los consiguientes problemas de salud y efectos en los modos de producción tradicionales y en la calidad de vida. Estas consecuencias, en muchos casos, son asumidas por la población frente al miedo de quedar sin fuentes laborales y sin una industria que los haga visibles frente al escenario de inversión nacional.

[H]oy día qué hacemos nosotros, seguimos alimentando al mundo, pero no estamos preocupados de alimentarnos a nosotros, ni siquiera el futuro, porque todos estos cerros y el daño que tienen y el daño que provocan hoy día las grandes industrias es irreversible, va a llegar un momento donde ni siquiera plantando de nuevo la vegetación va a poder volver a ser la misma, porque el ciclo del agua, el calentamiento global ya a nivel mundial ya ha interferido. Entonces hoy día, en vez de basarnos, de cuidar el futuro, estamos solo preocupándonos del presente, hoy día, y trabajo hoy día, y lucas. Hoy hay empresas que están creciendo y estamos creciendo con ellos, pero en diez o en veinte años más, y quizás en menos, si se termina el agua, y aunque no se termine de qué vamos a vivir (Habitante rural, región de O’Higgins, 2021).

En la relación dialéctica que se despliega entre los habitantes de los sectores rurales y las industrias extractivistas con las que interactúan, quedan priorizadas las oportunidades laborales y se relegan las malas condiciones ambientales que estas producen, principalmente por las interacciones económicas que se generan entre industria y comunidad. Lo mismo se advierte respecto de las amenidades y los perjuicios generados por la industria que se instala en los territorios de estudio. Por ejemplo, en sectores rurales donde las transformaciones territoriales han permitido la reconversión productiva, como ocurre con el turismo, donde el paisaje prístino adquiere un rol central, observamos estrategias de movilización comunitaria que no buscan necesariamente que la industria deje la zona, sino más bien que no perturbe o no se presente de manera evidente frente a los visitantes. Se constituye así una situación que abre una gran oportunidad a estas industrias a la hora de instalarse en territorios rezagados por años del progreso y el desarrollo, y donde en muchas ocasiones las comunidades perciben que no hay nada que perder.

Frente a las prácticas de dominación del capital económico por sobre la calidad de vida se ponen en evidencia expresiones de individualismo, donde si no existe un efecto directo y evidente de la contaminación a la comunidad, los ciudadanos actúan de manera indulgente frente a las transformaciones, tanto en los modos de vida como en el paisaje. Junto a lo anterior se observa una ciudadanía rural que se manifiesta de forma intermitente, como estrategia de control cuando los efectos de la contaminación no son posibles de sostener por la comunidad, y que busca medidas de mitigación que permitan la coexistencia entre la empresa y la comunidad.

La forma en que se van configurando las dinámicas entre la industria y los habitantes rurales implica dejar rezagado a un número importante de pequeños productores tradicionales, que han sido los principales promotores de modos y estilos de vida rural. De este modo, los límites con las comunidades suelen ser transgredidos tanto por la industria como por políticas estatales, imponiendo un modelo de progreso y de producción que implica nuevas formas de relacionamiento entre los actores presentes en los territorios (Gras & Hernández, 2009).

¿Qué está pasando actualmente? Que es gravísimo, y en ese sentido no se han puesto las autoridades, no sé si han escuchado, la boleta electrónica y la factura electrónica, les están exigiendo a todos los agricultores que ellos trabajen con boleta electrónica y con factura electrónica; entonces cómo tú le exiges a una persona a trabajar con eso si no tienen las herramientas para hacerlo. Primero, el internet es malo aquí. Segundo, a esa gente cuándo le pasaron un computador, y para eso tienen que capacitarse. (Habitante rural, región de O’Higgins, 2021)

Como consecuencia, los habitantes rurales resienten que la principal estrategia para surgir que emplean los jóvenes sea abandonar el territorio (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 2008), situación que lentamente va implicando desarraigo debido a la permanente sensación de expulsión que se manifiesta en los discursos de sus habitantes, ya que, por un lado, se encuentran los ciudadanos que habitan los territorios porque no tienen la posibilidad de partir (pero sí sus hijos, lo que justifica los sacrificios frente a las restricciones e impactos de las empresas) y por otro, la intermitencia en el habitar de los trabajadores temporales (por turno) que viajan de otras regiones del país solo con el propósito de trabajar.

Contrahegemonías desde la experiencia del paisaje

Las personas entrevistadas se refieren a la ruralidad desde una noción de inalterabilidad, de ausencia de cambios. En ella tienen un rol las relaciones de poder, marcadas por jerarquías y diferencias sociales que sitúan a los habitantes de estos territorios en posiciones inalterables y poco cuestionadas. Los habitantes rurales se reconocen en una posición subalterna, con un marco limitado en el cual desplegar sus proyectos de vida y sin capacidad de abstraerse de las jerarquías y relaciones de poder (Romero, 2012). Son perspectivas que surgen al constatar las diferencias con la vida urbana –por ejemplo, la distancia a servicios, el disímil acceso a amenidades–, pero fundamentalmente respecto de la percepción de lejanía del Estado. La falta de provisión de servicios públicos y la dependencia de apoyos institucionales llevan a las personas a identificarse como supeditadas a las ciudades y sus autoridades. Al mismo tiempo, refieren a una aceptación de estas condiciones, sin que se planteen quejas de manera organizada:

[A]cá somos muy humildes [...] la que no tiene un auto tiene que andar en locomoción pública; ellos como que no se empoderan y no tienen voz [...] no van a quejarse en una marcha, ni lo van a exponer como un problema en una junta de vecinos, porque en ese aspecto son súper humildes, ellos aceptan. (Habitante rural, región de O’Higgins, 2021)

La idea de inalterabilidad del mundo rural se ha visto confrontada precisamente por los cambios que ha experimentado recientemente la ocupación del territorio. La intensificación en la producción de commodities durante las últimas décadas ha generado nuevas relaciones de poder y se ha extendido más allá de los bordes que usualmente ocuparon las actividades tradicionales. La agroindustria y la salmonicultura se han desarrollado rápidamente en las últimas cuatro décadas y han movilizado transformaciones institucionales y legales de tal modo que, por sí solas, estas actividades logran configurar el marco estructural de relaciones productivas. Esta capacidad configura también el tipo de relación que se establece con el territorio y delimita el modo de habitarlo (Baglioni & Campling, 2017).

Las actividades señaladas dan cuenta de las disparidades con las que se evalúa el territorio y de las distintas tematizaciones que se hacen del territorio, donde la expansión hacia lugares no empleados de manera productiva, o al menos no a escala industrial, es valorada de manera positiva, como un logro sobre una naturaleza inhóspita (Koch, 2021). Por ejemplo, mientras que la agricultura o la pesca encontraban sus límites naturales en las características geográficas de los lugares de producción, las nuevas técnicas de trabajo agrícola o salmonero han extendido estas actividades hacia los cerros y el mar. Aquí es donde identificamos un quiebre con la inmanencia de la ruralidad, pues esta rápida transformación productiva de los territorios ha modificado las relaciones de poder. No quiere decir esto que las relaciones previas hayan sido justas o que no constriñesen las capacidades de emplazamiento de proyectos de vida de sus habitantes, sino simplemente que aquello que era visto como una suerte de pacto ha cambiado. La ocupación de zonas que antes no eran consideradas para la producción industrial implica que aquellas actividades que quedan fuera de los nuevos usos entran en conflicto precisamente porque están ausentes en la definición del marco de lo posible (Baglioni & Campling, 2017). En consecuencia, a través de la apreciación del paisaje y de su transformación es que surgen voces críticas que identifican, en estos cambios, un nuevo sistema de relaciones de poder que ya no hace sentido (Fortin et al., 2019; Jones, 2022).

[Q]uedan muy pocos cerros, yo diría que contados con la mano, porque están todos llenos de monocultivo [...]. Siempre los cerros fueron para pastar o para tener actividad al aire libre, esa es la verdad, no había una explotación del cerro. Entonces, cuando estas empresas empezaron a llegar, llegaron acá a comprar un cerro. (Representante de la sociedad civil en territorios rurales, región de O’Higgins, 2021)

[L]os caladeros donde operamos nosotros están todos intervenidos por las salmoneras [...]. Hoy del canal de Puyuhuapi se levanta un temporal y estamos pescando y no tenemos donde resguardarnos, porque está todo intervenido por salmoneras. (Habitante rural, región de Aysén, 2021)

Una consecuencia relevante de esta constatación de cambio es que conduce a cuestionamientos más generales y profundos, en el sentido de plantear desconfianzas hacia las autoridades y las instituciones. La transformación del paisaje da paso a la formulación de posiciones críticas que aluden a los efectos negativos del cambio de la situación anterior, y no necesariamente a la superación de relaciones desiguales y subalternas. En cualquier caso, es interesante que sea esta construcción paisajística la que articule una posición política propiamente rural. A través del ejercicio de evocar una relación con el mundo natural, se genera una construcción que valora de un modo no productivo el lugar que se habita (Simmel, 2018), relevando la apreciación de aquellos aspectos fuera del alcance de la actividad industrial. Así, el paisaje ofrece una mirada a las transformaciones territoriales que contribuye a evitar análisis que establecen equilibrios entre impactos ambientales y mejoras en la calidad de vida (Argent, 2017; Cárdenas-Retamal et al., 2021). Sin embargo, la participación política sigue siendo elusiva, y el paisaje se experimenta como una construcción realizada de manera individual. La organización y el trabajo comunitario continúan centrados en instancias más materiales u orientadas a la resolución de problemas concretos e inmediatos, mientras que el debate sobre estas nuevas formas de poder se restringe a la añoranza por la pérdida de paisaje.

[L]a gente es poco participativa no más [...] o será porque la gente trabaja y todos tienen trabajo. (Habitante rural, región de Aysén, 2021)

La noción de paisaje permite manifestar una posición contrahegemónica, pues involucra una crítica a las relaciones de poder que se han asentado recientemente en estos territorios (Dang, 2021; Fortin & Gagnon, 2006; Fortin et al., 2019; Jones, 2022). La valoración de aquella porción de naturaleza significativa para quien la observa permite acceder a la relación con la naturaleza no solo a actores hegemónicos o ligados a las actividades industriales, sino a cualquiera que tenga una relación con el medio. Es de este modo que el paisaje contribuye a extender la comprensión de las fronteras de recursos, a la vez que permite levantar posiciones críticas fuera del sistema de relaciones industriales.

Conclusiones

Encontramos expresiones de una frontera de recursos asociadas a las nuevas territorialidades generadas por las industrias que se han localizado en las regiones de O’Higgins y Aysén. En torno a ellas se ha establecido una hegemonía industrial que se expresa en la valoración de la agricultura y de la salmonicultura como eje para movilizar voluntades en torno al futuro de los territorios. Se ve en ellas un motor económico que permite acceder a estándares de vida que otras actividades no ofrecen. Aun cuando se reconocen los impactos que generan en materia ambiental y su consecuente efecto en la calidad de vida –por la exposición a malos olores, químicos o contaminación del agua–, estos son asumidos como parte de la transacción que permite estabilidad económica. La hegemonía industrial se despliega cuando estas críticas son relativizadas o calladas por el temor de que pudiesen afectar dicha estabilidad. En ese sentido, la mirada dialéctica de estas economías configura el disciplinamiento del territorio donde no solo se legitiman los costos y externalidades asociados a las industrias, sino que también se validan los argumentos por los que parte de la población puede verse excluida de sus beneficios, a la vez que recibe también los impactos negativos.

La noción de paisaje nos permite acceder a un diagnóstico crítico sobre las relaciones de poder en estos territorios actualmente organizados desde una perspectiva industrial. Al ser construida en el plano individual, releva los aspectos considerados negativamente sin buscar su equilibrio en los beneficios obtenidos. Así, a través del paisaje es posible suspender temporalmente las relaciones de poder y elaborar un discurso contrahegemónico que expresa de manera directa la visión crítica que, de otro modo, se mantendría relativizada.

Sin embargo, este discurso contrahegemónico no se ha politizado. Se mantiene en el plano individual, compartido en espacios reducidos, sin que se genere una ciudadanía rural activa que vaya más allá de la evocación de aquel paisaje que se ha perdido o de aquellos elementos de la naturaleza a los que se ha dejado de tener acceso. Queda abierto el desafío de promover la posibilidad de que, desde el paisaje, se enfrente la invisibilidad de los discursos contrahegemónicos.

Agradecimientos

Agradecemos a las personas que nos ofrecieron su tiempo y disposición en los talleres y entrevistas realizados en las regiones de Aysén y O’Higgins. Agradecemos y reconocemos el apoyo de los proyectos ANID/FONDECYT/1210331 y ANID/FONDECYT/11200916.

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Notas

1 En la región de O’Higgins, los participantes en estos talleres los acogieron y se integraron activamente a ellos, señalando que han tenido pocas instancias donde sus problemas puedan ser escuchados.
2 Atípica por la relevancia que tuvieron los privados (concesiones de miles de hectáreas dedicadas a la ganadería y el proceso de colonización espontánea) y la ausencia relativa del Estado en el proceso de colonización e inserción al ámbito nacional (Núñez, 1999; Pomar, 1923). El Estado generalmente buscaba expandir su soberanía mediante muestras de jurisdicción en sus territorios, lo cual no ocurrió en Aysén hasta las primeras décadas del siglo XX.
3 Configuró un sistema de relaciones sociales altamente estratificado y jerárquico, con sus habitantes rurales expoliados por una clase terrateniente sin capacidad para controlar el precio de sus productos frente al capital extranjero, por lo que intentó recuperar sus pérdidas por medio del plusvalor extraído del trabajo de sus peones (Salazar, 2007).
4 Descontando a las comunas de Aysén, que son 100% rurales, con población entre 500 y 2666 personas (Instituto Nacional de Estadísticas, s.f.).
5 De 32 concesiones acuícolas –de 79 a nivel regional–, 30 son concesiones otorgadas para la producción salmonera (Infraestructura de Datos Geoespaciales, s.f.). En la región de Aysén se contabilizaron 730 centros acuícolas para el año 2021, que ocupan 5.917 ha y se cosechan 482.644 toneladas de peces (Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura, s.f.).


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