Resumen: El presente artículo expone la dimensión paisajística de la vivienda colectiva moderna materializada en la ciudad de Valparaíso entre 1906 y 1976, y construida a partir de una comunidad de agentes compuesta por el Estado, las organizaciones sociales y la disciplina arquitectónica. En la producción de este paisaje, dichos actores han sido capaces de elaborar discursos, representaciones sociales e imaginarios, los que constituyen la antesala de la formalización físico-espacial de la vivienda en la geografía cotidiana de la ciudad en referencia. Mediante un enfoque histórico descriptivo, este trabajo se interioriza en algunos ejes temáticos relevantes del discurso habitacional, promovido por los tres tipos de actores referidos, complementados con una selección de casos de vivienda colectiva donde se revela la presencia del paisaje en sus aspectos materiales e inmateriales. De esta manera, se entrega una valoración distinta de la tradicional respecto del significado de la arquitectura habitacional moderna de Valparaíso.
Palabras clave: vivienda, geografía urbana, imaginarios urbanos.
Abstract: This article exposes the landscape dimension of modern collective housing, as materialized in the city of Valparaíso between 1906 and 1976. Built from a community of agents made up of the State, social organizations and the architectural discipline, these actors have been capable of elaborating discourses, social and imaginary representations, which constitute the prelude to the physical-spatial formalization of housing in the daily geography of the city. Through a descriptive historical approach, this work delves into some relevant thematic axes of the discourse promoted by the actors involved, complemented with a selection of cases of collective housing where the presence of the landscape in its material and immaterial aspects is revealed. In this way, a different assessment from the traditional one is given, regarding the meaning of modern residential architecture in Valparaíso.
Keywords: housing, urban geography, urban imaginary.
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Explorando las claves paisajísticas de la vivienda colectiva moderna: Valparaíso, Chile (1906-1976)
Recepción: 16 Junio 2022
Aprobación: 19 Agosto 2022
Este trabajo tiene como propósito abordar las claves paisajísticas relativas a la vivienda colectiva moderna levantada en la ciudad-puerto de Valparaíso, Chile, en el periodo 1906-1976. El artículo deriva de la Tesis Doctoral "El paisaje de la vivienda colectiva en la arquitectura moderna de Valparaíso (1906-1976)", que desarrolla el autor en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura, Universidad Politécnica de Madrid (ETSAM-UPM). Dichas claves se configuran en dos momentos fundamentales: el primero, de carácter subjetivo, determinado por la elaboración de discursos, idearios y representaciones a cargo de una comunidad de actores integrada por las instituciones del Estado, las organizaciones sociales y las disciplinas de la arquitectura y la ingeniería; el segundo, cuando la subjetividad instalada se materializa en la dimensión territorial y espacial de la ciudad-puerto mediante estrategias de adaptación de los conjuntos habitacionales a condiciones naturales y geográficas específicas.
Para el periodo señalado se describen tres momentos clave del paisaje, coincidentes con la maduración que muestran la sociedad y el Estado en relación con el problema habitacional que afecta a las clases obreras y medias: 1906-1935, 1936-1952 y 1953-1976. El primero manifiesta las experimentaciones institucionales, legales y técnicas desarrolladas por los Consejos de Habitaciones Obreras en torno al ideario de higienización física y moral de la vivienda y los barrios populares. El segundo expone la acción de la Caja de la Habitación Popular desarrollada en el contexto del Estado de Bienestar, mediante las primeras soluciones habitacionales adaptadas a los principios de la arquitectura moderna. Y el tercero se inserta en la labor que desempeña la Corporación de la Vivienda (CORVI) en orden a convertir el problema habitacional en un asunto de derecho social y político.
En cada uno de dichos momentos, los tres tipos de actores involucrados irán construyendo miradas diversas sobre la imagen de la modernidad, contexto en el que se inscribe el problema de la vivienda masiva en Valparaíso. Consecuentemente, los ejes temáticos del discurso generado darán cuenta de posiciones diferenciadas, contrapuestas y complementarias entre dichos actores; esto es, los organismos estatales, las organizaciones sociales –mutuales, sindicatos y partidos políticos– y el gremio de la disciplina arquitectónica.
Frente al problema señalado –identificación de las claves paisajísticas relativas a la vivienda colectiva moderna– aún existen áreas de conocimiento inexploradas que vinculen la producción habitacional de Valparaíso con la generación del paisaje. Los estudios y literatura técnica generalmente han dado más importancia a la realidad construida de las obras –aspectos formales, funcionales y espaciales– que a la dimensión de los imaginarios sociales vinculados a esa consistencia material. Una de las consecuencias de este limitado enfoque ha sido el desvincular la producción de la vivienda de las condiciones existenciales que dan sentido al lugar donde se emplaza. Una posible explicación de esta tendencia es que lo colectivo y comunitario –aspectos inherentes al ethos de la vivienda colectiva– se han concebido casi exclusivamente desde sus aristas utilitarias, negándoles a los actores involucrados la capacidad de construir una relación estético-imaginal como fundamento del paisaje habitacional.
En esta línea, se plantea la hipótesis de que, en Valparaíso, la producción habitacional moderna impulsa la conformación de una dimensión paisajística resultante de un proceso en que los discursos, representaciones e imaginarios promovidos por una comunidad de actores, se materializan en la realidad urbana mediante la antropización que producen los proyectos habitacionales sobre el soporte natural, ambiental y geomorfológico de la ciudad. Coincidiendo con Oyarzún (1981, p. 90), una teoría del conocimiento que se refiera a la vivienda colectiva y sus paisajes solo es posible de concebir al poner en relación complementaria y armoniosa los polos de la contemplación y la acción. Es decir, en la convergencia de los aspectos realesterritoriales con los activosexistenciales de ese paisaje, estos últimos construidos perceptualmente (De Gracia, 2009, pp. 43-44).
El espacio arquitectónico de estas obras asume un papel intermediario entre los discursos, las representaciones sociales y la estructura de la traza históricourbana. En esta medida es posible comprender que la arquitectura habitacional puede cumplir el rol de una ‘signatura’ del paisaje porque, al ser interrogada, hace inteligibles y visibles los paradigmas que le han dado su forma y sentido en la ciudad real (Agamben, 2009, p. 54), ya sean discursivos, imaginales, geográficos o propiamente arquitectónicos (Figura 1).
A modo de guía de lectura, el presente artículo se organiza en tres secciones. La primera entrega un marco teórico referencial de los alcances paisajísticos de la vivienda colectiva como expresión de modernidad arquitectónica y urbana. Seguidamente, en el cuerpo de la investigación se abordan dos aspectos complementarios al problema del paisaje habitacional de Valparaíso. El primero de ellos explora dos campos temáticos del discurso y las representaciones del paisaje de la vivienda desarrollados entre fines del siglo XIX y la década de 1970, en los que concurren actores del Estado, organizaciones sociales y disciplinares. Los campos temáticos del discurso se refieren a la transformación higienista de la vivienda, y al papel que ella cumple como dispositivo de organización sociopolítica para las clases obreras y media. El segundo dice relación con la forma en que dichos discursos y representaciones logran materializarse espacial, funcional y físicamente en la geografía urbana, a través de tipologías arquitectónicas. Finalmente, las conclusiones tienen por finalidad reflexionar sobre el encuentro de los dos aspectos señalados en la resultante paisajística del proceso.
Se adopta un enfoque metodológico de tipo histórico descriptivo, en el cual se coloca el paisaje habitacional colectivo como objeto de análisis. Los alcances históricos del paisaje son considerados una construcción social y política de una forma de mirar (Nogué, 2007, p. 12), donde la producción de discursos se despliega al modo de una genealogía, que es relevada a partir de la lectura de los textos documentales en contraste con las obras arquitectónicas (Foucault, 1993, p. 8). Se han considerado dos tipos de fuentes documentales primarias generadas entre fines del siglo XIX y la década de 1970: i) los textos históricos, producidos por los organismos del Estado, las organizaciones sociales y la disciplina arquitectónica; y ii) las obras arquitectónicas de vivienda colectiva levantadas en el área urbana de Valparaíso. Estos documentos se erigen como un importante registro a la hora de identificar los discursos y representaciones, comportándose como filtro especular que condiciona la producción del pensamiento sobre el diseño, la planificación y la construcción de la vivienda colectiva de Valparaíso.
Con objeto de establecer un vínculo entre los discursos, las representaciones sociales y la arquitectura habitacional levantada en el periodo, se ha seleccionado, de un universo inicial de sobre cien casos, una muestra de obras representativas de las etapas 1906-1935, 1936-1952 y 1953-1976. Los criterios para su identificación han sido el que dichas obras den cuenta del crecimiento y la transformación urbana de Valparaíso; y que se encuentren emplazadas en alguna de las cuatro situaciones típicas de su geografía urbana: quebrada o ladera, meseta de cerro, sector de la parte plana de la ciudad y situación periférica al área urbana consolidada de la ciudad.
Desde fines del siglo XIX y durante todo el siglo XX, la vivienda colectiva se ha comportado como uno de los ejes fundamentales del urbanismo moderno (Montaner, 2015, p. 13). En su decurso, variadas han sido las posturas teóricas adoptadas y los experimentos proyectuales desarrollados, tanto en Europa como en Estados Unidos y Latinoamérica. En el proyecto arquitectónico moderno, este tipo de vivienda traspasa la dimensión del diseño para constituirse en una categoría de paisaje, es decir, en un espacio epistémico de discusión social, política, cultural, económica y tecnológica, el que ha logrado instalarse en el tejido urbano cotidiano.
Gracias al enfoque posestructuralista de la segunda mitad del siglo XX, la noción interdisciplinar del paisaje ha logrado reunificar las componentes cualitativas y cuantitativas de los fenómenos naturales, sociales y culturales que atañen a la vivienda. El estatus ambiguo y dinámico del paisaje habitacional explica por qué nunca sea asible solamente desde una lógica científica y, al contrario, instaure un comportamiento monista y relacional entre el espacio físico, las ideas y las imágenes construidas a nivel individual y colectivo (Urquijo & Barrera, 2009, p. 227), integrándose de esta manera en el mundo de los fenómenos indivisibles y, a la vez, heterogéneos (Morin, 1996, p. 32).
Como afirma Silvestri (1999, p. 231), la anatomía paisajística devela una realidad que trasciende la suma de sus partes constituyentes, en la que aparece un entramado que es movimiento y síntesis histórica de la relación del ser humano con su medio natural. Lo que hace singular a un paisaje es su presencia morfológica anclada en una configuración geográfica, constituida por una pluralidad de dimensiones interrelacionadas: i) estructura, forma y sistemas; ii) elementos culturales; y iii) elementos perceptuales de la vida cotidiana (Figura 2). En términos de sistema, en la vivienda esa configuración respondería a la topología de un archipiélago o nuevo logos urbano, cuya forma está desprovista de fronteras fijas y conocidas, al interior de la cual se desarrollan sus componentes (Martín-Barbero, 2002, p. 12).
La configuración morfológica del paisaje se nutre de retóricas discursivas, las cuales actúan como una estrategia política de distribución e institucionalización del conocimiento (Foucault, 1992, p. 8). Los campos temáticos que organiza el discurso connotan una variada gama de representaciones, idearios, valores y criterios, cumpliendo así un rol organizativo y estructurador de la vida social, política y espacial en la ciudad, según sean los intereses de los grupos sociales implicados (Tanács, 2003, p. 27).
Gracias a los discursos, el paisaje habitacional actúa sustancialmente como una construcción social en la cual los habitantes son los protagonistas, actores que se mueven al interior de relaciones de poder y de control ideológico, político y económico, situación que otorga su carácter a los barrios que ellos ocupan en la ciudad (Lefebvre, 2013, p. 134; Santos, 1996, pp. 27-28). Ante el ejercicio de un poder hegemónico, los sujetos –obreros y capas medias– despliegan prácticas cotidianas y crean sus propios espacios y tácticas de subversión al disciplinamiento practicado por la autoridad (De Certeau, 2007). Como refiere Romero (2001), históricamente, la lucha por la vivienda en Latinoamérica ha actuado como centro de superación de los esquemas patriarcales, permitiendo a los sectores populares adquirir “poco a poco las modalidades de una clase combativa, disconforme y capaz de expresar su rebeldía” (pp. 271-272).
Extrapolando la teoría de Durand (1968, pp. 25-29), la discursividad habitacional construida en el tiempo instaura un pensamiento simbólico en sus actores, el que antecede al espacio físico habitado. Los símbolos creados se traducen en imágenes mentales y representaciones de la realidad habitacional relativas a las prácticas socioespaciales ejercidas por las clases obreras y medias, a las tensiones entre lo colectivo y lo privado y a la manera de emplazarse la vivienda en la ciudad. Como corolario, las representaciones sociales en este tipo de paisaje corresponden a ‘objetos culturales’ que median tanto entre el individuo y el mundo social como entre las comunidades y los elementos de su entorno, convirtiendo los hechos brutos en elementos imaginales con significado (Wagner & Hayes, 2011, pp. 70-71).
En las representaciones sociales se tensionan la ficción y la realidad conformando una dimensión movediza, en la que interactúan las ausencias y las presencias del espacio en el territorio, la ciudad y la vivienda (Lefebvre, 2006, p. 251). Solo en el momento en que el conjunto de imágenes representadas refiere a situaciones relevantes de la vida cotidiana, es que resulta factible identificar una realidad existencial de tipo paisajístico articulada en tres niveles: lo estructural, lo funcional y lo simbólico (Bailly, 1989, p. 17).
Durante el siglo XX, la ciudad moderna significó un complejo espacio de expectativas, en el que la vivienda debía ser integrada científicamente a un contexto ambiental y urbanístico renovado (Benévolo, 1954, p. 585). El nuevo ideario consistía en satisfacer las urgentes necesidades cotidianas, materiales y existenciales del ser humano, en tanto que el discurso social, político y técnico de la vivienda se movía en dirección del colectivismo, muy distante de la economía capitalista y del individualismo. El nuevo espíritu se desarrolló en torno a discursos y representaciones de la racionalidad, la higiene, la austeridad y la transformación. En este periodo se desarrollan narrativas que apelan a un ideal progresista en proceso de expansión, cuyas luchas, localizadas en la lógica urbana, demandaban un mundo justo con alcances globales (Mitchell, 2007, p. 91).
Como señala Tournikiotis (2001, p. 36), la producción habitacional se manifestó en una ‘práctica discursiva’, oculta bajo las formas y los materiales constructivos, y en la que se activaba la idea de un ‘proyecto de futuro’. Masividad, velocidad, cambio y versatilidad constituyeron los ejes del discurso vanguardista, el que influyó en el nuevo carácter que comenzó a adquirir el paisaje moderno en la ciudad. Consecuentemente, las nuevas representaciones intermediaron, por una parte, entre las creaciones formales de la vivienda, libradas de los cánones de la arquitectura clásica; y por otra, entre los procesos de estandarización desarrollados tanto en su diseño como en su producción y materialización en la ciudad (Curtis, 2006, p. 99). Sin embargo, más allá de su abstracción inicial, el principio paisajístico de esta arquitectura estaría fundado en su capacidad para materializar ‘lugares existenciales’, facilitadores de las relaciones espaciales, temporales y espirituales para la vida colectiva del ser humano (Norberg-Schulz, 2005, pp. 13-17).
Entre 1906 y 1976, los problemas habitacionales de Valparaíso se vieron enfrentados a partir de una red de actores, compuesta por organismos del Estado, organizaciones sociales y asociaciones profesionales de arquitectos e ingenieros. En el tiempo, la interrelación de estos actores daría forma a campos temáticos del discurso habitacional, los que gradualmente fueron adquiriendo forma material en el paisaje de la ciudad.
Para efectos del presente trabajo, los tópicos del discurso han sido extraídos de diferentes documentos históricos. Entre ellos, programas de los partidos políticos, material legislativo, planes y programas habitacionales del Estado; publicaciones como Revista de la Habitación (del Consejo Superior y de los Consejos Departamentales de Habitaciones Obreras), Revista La Vivienda (de la Caja de la Habitación Popular), publicaciones técnicas de la Corporación de la Vivienda, petitorios de organizaciones de pobladores, revistas de arquitectura de la Asociación de Arquitectos de Chile y expedientes técnicos de proyectos habitacionales en Valparaíso (Tabla 1).
Entre 1906 y 1935, el paisaje de la marginalidad traduce la realidad existencial para el creciente grupo de familias que migraban a la ciudad portuaria desde el campo y la actividad minera del norte, buscando en Valparaíso un trabajo y un lugar estable para mejorar su situación de vida. El discurso del Estado impregnaba leyes, reglamentos y una institucionalidad que se abocaba a la higienización de la vivienda y los barrios obreros, intentando eliminar del radio urbano la habitación insalubre y ‘bárbara’ de las clases populares. En este periodo destaca la promulgación de la Ley 1838 de Habitaciones Obreras, de 1906, así como la integración del tema habitacional en las leyes sociales implementadas desde 1924.
Los discursos de la elite, representada por las autoridades públicas y el sector de la burguesía empresarial, accionaron una doble segregación, social y espacial, que afectó al mundo popular, deseoso de acceder a una vivienda higiénica y digna. La primera de ellas se explica como una reacción política frente a los riesgos económicos que podía significar la rebelión de la clase trabajadora en un Valparaíso que se modernizaba. A su vez, la segregación espacial fue el resultado de la persistente dificultad de ocupación en la accidentada estructura topográfica de la ciudad. Ambos factores derivaron en una conquista urbana, según la cual la población se localizó en los sectores montanos, las quebradas y las áreas periféricas, lo que obligó a la ejecución de costosas obras de urbanización y dotación de servicios.
Las crónicas literarias, los informes técnicos de los organismos del Estado, las estadísticas médicas y las revistas de arquitectura del periodo, coinciden en captar las duras condiciones de habitabilidad de los ranchos y conventillos, representados como espacios de exclusión en la ciudad. La precariedad de las condiciones de vida de la clase obrera se vio agudizada por la inestabilidad laboral y la insuficiencia de los salarios, que la obligaron a ejercitar un continuo nomadismo entre los diversos barrios de Valparaíso, cuyo efecto fue la imposibilidad de establecerse y arraigarse en un lugar propio (Deshazo, 2007, pp. 33-34).
Las dificultades de subsistencia socioeconómica y condiciones de vida al límite convergieron en dar forma al imaginario decadente del conventillo porteño. Los ritmos de un tiempo repetitivo, exento de eventos, y las formas de un espacio habitacional precario, constituían las claves del imaginario habitacional en la ciudad.1 Las autoridades y la prensa local atribuían a estas construcciones el origen de las inmoralidades del ‘bajo pueblo’, representado como protagonista de un modo de vida contrario al ‘progreso’ que alteraba el “orden normal de la vida y amenazaba el orden social y económico, dando origen a la trasgresión moral” (Molina, 2010, p. 46). La continua demolición de conventillos insalubres que ordenaba la Ley de Habitaciones Obreras, sumada a la ausencia de un plan de reposición de las edificaciones, obligaron a las clases populares a confinarse en barrios marginales y miserables, reductos que constituían un mundo aparte de las áreas desarrolladas de la ciudad (Romero, 2001, p. 237).
A partir de 1910, los Consejos de Habitaciones Obreras incrementaron las técnicas destinadas a disciplinar los hábitos de vida urbana de la población, para alejarla de aquellos considerados arrebatos revolucionarios y costumbres insanas, hecho que se manifestó en una solución habitacional mejorada denominada ‘cité’. De igual forma, desde 1920 la Caja de Crédito Hipotecario, en conjunto con la Caja Nacional de Ahorros, hicieron lo propio con la creación de las ‘poblaciones modelo’, las que en esta época conformaban una versión local de los esquemas de la Ciudad Jardín en el radio urbano densificado de Valparaíso.
En el discurso de las autoridades, tanto el ‘cité’ como la ‘población modelo’ constituyeron una alternativa al conventillo y al rancho, beneficiando a sindicatos obreros y cooperativas de empleados. La segunda de estas soluciones, elaborada pioneramente por la Caja Nacional de Ahorros, se definió como un conjunto arquitectónico higienizado que, integrado en la escala barrial, tenía por misión desplegar las virtudes morales de la familia ‘bien constituida’, incentivar el ahorro como medio para alcanzar la propiedad de la vivienda y promover relaciones armónicas y estables de los trabajadores con las estructuras de poder. Se trataba de agrupaciones habitacionales de mediana densidad, bien integradas a la trama urbana, con localizaciones en lugares privilegiados de los cerros y dotadas de diversas tipologías de vivienda, según fuera la composición familiar (Figura 3).
La concreción de estas innovaciones exigía acometer obras previas de urbanización y de infraestructura sanitaria. En el imaginario colectivo fueron percibidas como expresiones arquitectónicas del paradigma de ‘decencia, orden y civilidad’, que la elite había propagado en su discurso desde fines del siglo XIX. Sin embargo, las poblaciones construidas en esta modalidad no llegaron a resolver integralmente los problemas de marginalidad, miseria, epidemias y estado antihigiénico en que vivía la mayoría del mundo popular (Olivares, 2018, p. 129).
En la fase del Estado de Bienestar –1936 y 1952–, el discurso de la Caja de la Habitación Popular se orientó a corregir las formas anárquicas en que vivían los sectores obreros y medios, para insertarlos en la lógica de la ciudad moderna. La Caja puso su foco en los grupos obreros sindicalizados y conectados con las estructuras del Estado.2 Estos cambios promovieron que las Poblaciones Modelo se complementaran con huertos obreros y servicios urbanos (equipamiento comunitario y comercio). Los huertos conformaron artefactos intermediarios entre naturaleza, vivienda y actividad productiva doméstica, para que la propiedad habitacional actuara a favor de la producción del espacio social y la economía familiar, acorde con la ideología de los gobiernos de la época (Raposo, 2008, p. 79).
Entre 1953 a 1976, el Estado, a través de la Corporación de la Vivienda (CORVI) y la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU), insertó el problema habitacional de Valparaíso en el contexto de un Proyecto de Ciudad, el que se presentaba fuertemente ideologizado, con soluciones de conjuntos habitacionales que tendían a modular y domesticar políticamente las prácticas espontáneas de la vida colectiva cotidiana. Sin embargo, los programas habitacionales públicos resultaron insuficientes frente a la expansión de los discursos sociales que exigían el derecho a la propiedad de la vivienda. Esto dio origen a la toma ilegal de terrenos y la aparición de las ‘poblaciones callampa’ en la periferia alta de los cerros Playa Ancha y Placeres.
En el renovado imaginario social, la arquitectura habitacional moderna instauró un orden socioespacial racionalmente elaborado hasta el más mínimo detalle, el que tuvo que acomodarse a las reglas de la geografía de Valparaíso (Carrasco, 2015, p. 41). El discurso público y el de los profesionales inmersos en los principios de la arquitectura moderna definían que era necesario que los conjuntos habitacionales se condujeran a partir de “la visión del adelanto urbanístico planificado, desde un aspecto social de servicio para la colectividad” (Diario La Unión, 3 de noviembre de 1952, p. 14).
La cultura colectiva de la vivienda se desplegó bajo tensiones existenciales de extrema inseguridad. Esta situación incrementó la capacidad organizativa de las familias y facilitó la objetivación arquitectónica del espacio habitacional en Valparaíso. Desde fines del siglo XIX y hasta la década de 1930, las asociaciones de socorro mutuo, federaciones de resistencia, mancomunales de artesanos y sindicatos obreros elaboraron efectivas estrategias atenuantes del hambre, la miseria, la enfermedad y la falta de habitaciones (Recabarren, 1910, p. 177). Dichas prácticas, convertidas en luchas sociales, permitieron que el conventillo actuara como espacio de experimentación para la transformación política de la realidad, facilitando la construcción de un ‘poder local comunitario’ (Garcés, 2015, pp. 40-41).
El perfeccionamiento de las capacidades organizativas incrementó la conciencia de clase en las capas populares, tal como revelan los sangrientos eventos de 1903 (huelga de los trabajadores portuarios) y de 1905 (huelga de la carne o “semana roja”), ocurridos en Valparaíso y Santiago, respectivamente. La exigencia de mejoras habitacionales, económicas y laborales tomaron el centro de las demandas, en un momento en que arreciaba la denominada ‘cuestión social’, poniendo en evidencia la crisis institucional del Estado, que se manifestaba en su falta de soluciones a la desigualdad social, económica y habitacional de la población.3 La acción coordinada de las familias proletarias se concretó con la creación en Valparaíso, el 18 de agosto de 1914, de la primera Liga de Arrendatarios de Conventillos, destinada a enfrentar el alza usurera de los cánones de arriendo que efectuaban los rentistas de habitaciones colectivas. El ostensible aumento de las tasas de arriendo se hizo crítico ante la continua demolición de barrios y conventillos declarados insalubres por la ya mencionada Ley 1838 de 1906. Frente al inminente desalojo, las tácticas creadas por los arrendatarios morosos consistían en huelgas prolongadas, mítines en plazas y calles y la declaración de cesación en los pagos de las tarifas, hasta que mejoraran las condiciones sanitarias y constructivas de las habitaciones.
Hacia 1924, la lucha sindical constituía una respuesta a la desidia con que los gobiernos demoraban la promulgación de las leyes sociales, reclamadas desde inicios de siglo (Deshazo, 2007, p. 140). Resultado de la capacidad organizativa de la Liga de Arrendatarios fue la dictación, el 19 de febrero de 1925, del Decreto Ley 261 sobre Condiciones de Arrendamiento de Habitaciones Obreras.4 A partir de 1936, en el contexto de la política del Frente Popular (1936-1941), la demanda habitacional tomó forma a través del sindicalismo legalizado, hecho que incrementó la participación del Estado en la gestión de los problemas sociales, urbanos y habitacionales (Figura 4). En 1945, el Frente Nacional de la Vivienda, creado en 1933, facilitó la articulación de las demandas planteadas por las familias porteñas sin casa, moradores de viviendas autoconstruidas, ‘mejoreros’, compradores de sitios y comités de arrendatarios (Revista La Vivienda, 1945, p. 30). El mismo año se formaron las cooperativas de la edificación, compuestas por trabajadores con oficios especializados de la construcción, asociaciones de arrendatarios y las primeras juntas de vecinos.
Entre 1950 y 1970, en plena fase del Estado Desarrollista, los migrantes urbanos y trabajadores arribados a los barrios periféricos de Valparaíso aumentaron sus niveles de politización, cambiando radicalmente su modalidad de relación con el aparato público. Las nuevas formas de habitar la marginalidad sustentaron imaginarios vinculados a la ciudad como objeto de lucha y conquista urbana (Garcés, 2015, p. 33). A través de las ‘tomas de terreno’, las nuevas poblaciones gestionadas por el Estado en la parte alta de la ciudad sirvieron como efectivos canales para concretar un ideario de vida comunitaria y ayuda mutua, a pesar de las dificultosas condiciones que imponía la geografía en cerros y quebradas.
Durante el gobierno de la Unidad Popular (1970-1973), la función revolucionaria de la vivienda implicó la reconfiguración de la relación del Estado con las organizaciones sociales, hecho graficado en la creación de la Oficina Nacional de Pobladores y la Central Única del Poblador (Valenzuela, 2020, p. 26). Las movilizaciones asumieron dos roles centrales. Las de 1970-1972 buscaron superar la precariedad de los campamentos a través de los Comités de los Sin Casa y las Juntas de Vecinos, cuyo objeto era la obtención de la propiedad de los conjuntos habitacionales planificados por la CORVI, adecuadamente dotados con urbanización, servicios y equipamiento comunitario. Un segundo papel, desarrollado entre 1972 y 1973 en el contexto de una aguda crisis económica, consistió en lograr el abastecimiento de productos de primera necesidad, situación que se concretó con la creación de las Juntas de Abastecimiento y Precios (JAP), Almacenes Populares y Comités de Distribución Directa (Garcés, 2015, p. 40).
En su configuración histórica, el paisaje de Valparaíso se ha visto condicionado por un medioambiente natural y construido en el que interactúan dinámicamente las componentes del espacio urbano y arquitectónico (Waisberg, 1994, p. 3). La geomorfología que acoge a la vivienda –ya sea por la autoconstrucción ejercida por sus habitantes o por la acción directa del Estado– se conforma por numerosos cerros organizados en torno a una bahía anfiteatral y divididos mediante quebradas naturales, las que originalmente canalizaban el agua dulce para conducirla al mar.
En la traza de la parte plana de la ciudad, en sus inicios una reducida superficie de playa, la vivienda fue adaptándose a los accidentes naturales, al escaso suelo disponible y a la irregularidad espacial, mediante rellenos artificiales practicados entre 1840 y 1870. En las quebradas y cerros, la paulatina incorporación de la vivienda colectiva se debe a la conquista espontánea que sobre la geografía realizaron sus habitantes, facilitada por el abovedamiento de los cauces y urbanización de laderas, trabajos acometidos entre 1880 y 1930, hasta alcanzar la altura del Camino Cintura (100 metros sobre el nivel marino).
Entre 1906 y 1976, el proceso de antropización de los elementos naturales determinó la aparición de nuevas prácticas socioespaciales en el habitar comunitario, que condicionaron las diferentes estrategias de emplazamiento de la vivienda colectiva con sus correspondientes respuestas arquitectónico-tipológicas (Figura 5, Tabla 2). En todas las variantes habitacionales proyectadas, la topografía accidentada de Valparaíso se comportó como un modelador de paisaje, obligando a que la vivienda se articulara en extensión y en vertical, complementándose con la excavación de laderas y la construcción de terrazas, muros de contención, escaleras, funiculares y pasajes vecinales.
Bajo la Ley 1838 de Habitaciones Obreras de 1906, y posteriormente del Decreto Ley 308 de Habitaciones Baratas de 1925, la acción del Estado se complementó con la participación de organismos de crédito y ahorro. A comienzos del siglo XX, la Oficina de Inspección Sanitaria de Valparaíso y la Dirección de Obras Públicas del Gobierno Central, impulsaron el abovedamiento definitivo de los cauces insalubres en los numerosos barrios populares de la ciudad. Complementariamente, se realizaron las obras de urbanización, alcantarillado y agua potable que beneficiaban a los conjuntos proyectados en la extensión sur de los cerros emplazados a la altura del Camino Cintura.
Las primeras geografías habitacionales se concentraron fundamentalmente en los barrios Puerto (al poniente) y El Almendral (al oriente), incluyendo las quebradas históricas y los cerros más cercanos a la parte plana de la ciudad, sectores en los que el conventillo y las casas de arriendo conformaron elementos protagónicos de un paisaje en permanente transformación (Figura 6). A pesar del hacinamiento y la promiscuidad, estas habitaciones se beneficiaban por su localización cercana al comercio, las industrias y la actividad portuaria. En la escala arquitectónica, el patio o el pasillo comunitario a base de tierra apisonada, la escalera o alguna porción de terreno excavado en la ladera servían para organizar las labores del lavado y el tendido de ropa, esquema útil para las mujeres cuyo oficio era ser lavanderas de las clases más pudientes que habitaban la parte plana de la ciudad.
En los sectores montanos, a partir de 1920, la Caja Nacional de Ahorros –organismo creado en 1910– estableció un sistema de poblaciones higiénicas con una oferta habitacional acorde al nivel socioeconómico de sus afiliados. Los proyectos fueron desarrollados por el arquitecto Alfredo Azancot Levi, jefe de la Sección Técnica de la Caja. Las soluciones establecían un tejido urbano de mediana densidad, provisto de calles y pasajes, con una tipología de vivienda continua, pareada y aislada. Las estrategias de urbanización se implementaron en tres sectores clave de Valparaíso: cerros San Juan de Dios, Barón y Playa Ancha. En el primero de ellos, la clase media se benefició con la compra y urbanización de terrenos para la construcción de la Población Lord Cochrane (1923). Por su parte, los sectores obreros adquirieron casas de menores dimensiones en la Población Ferroviaria Luis Barros Borgoño (1924-1925) del cerro Barón; y en las poblaciones Caja Nacional de Ahorros (1923) y Calle Vergara (1924), ambas del cerro Playa Ancha.
A su vez, la conquista de las quebradas fue posible gracias a las obras de abovedamiento de los cauces y la dotación de servicios sanitarios, situación que facilitó la excavación de las laderas, el loteo y compraventa de terrenos. En este contexto se desarrollaron las gestiones de la municipalidad, rentistas y/o empresas constructoras de viviendas populares. Con un patrón urbanizador que modificaba las condiciones topográficas originales, las poblaciones levantadas con casas de dos a cuatro pisos se adaptaban a la irregularidad del suelo, el trazado y las vistas del lugar. Destacan en este grupo, el Colectivo Montgolfier (1911) en la quebrada Elías; los conjuntos Favero I (1906) y Favero II (1912), emplazados en la quebrada de La Aguada; el edificio Cooperativa Vitalicia, en la quebrada de Elías; y la Población Santa Elena, etapas I y II (1925-1929), en la quebrada homónima.
Como efecto del proceso de reconstrucción posterior al sismo de 1906, en la parte plana de los barrios El Almendral y San Juan de Dios la vivienda comenzó a reinterpretar la morfología, volumetría y densidad de la manzana, hecho que innovó su relación funcional con el espacio urbano, el comercio y los servicios. Algunos de estos iconos arquitectónicos corresponden a cités y bloques de vivienda de renta, esquemas habitacionales que incorporaban sistemas de patios y pasajes interiores comunitarios, permitiendo el control de la higiene y las relaciones socioespaciales de los grupos familiares. Resaltan en este periodo el cité Colón (1910), el edificio de rentas de la Caja de Crédito Hipotecario de Valparaíso (1918), el edificio de rentas del arquitecto Alfredo Azancot Levi en Edwards esquina Yungay (1922), el edificio de la Caja Nacional de Ahorros en calle Condell (1924), el edificio manzana del arquitecto Alberto Cruz Montt (1926) en Av. Argentina, y el colectivo Colón-Yelcho (1933).
En esta fase, el Estado incorporó los métodos proyectuales derivados de los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM) y los debates disciplinares registrados en las revistas de arquitectura de la época.5 Las estrategias de higienización, estandarización e incipiente prototipado de la vivienda, y las ideas de planificación urbanística moderna, fueron aspectos trasmitidos por arquitectos e ingenieros nacionales ligados a la función pública y a la acción del Instituto de Urbanismo de Valparaíso (Ferrada, 2012, p. 61).6 La Caja de la Habitación Popular materializó una versión moderna de las ‘poblaciones modelo’, con esquemas espaciales que tienden a disciplinar arquitectónica y urbanamente el comportamiento de las familias obreras y medias, organizadas en gremios y sindicatos (Figura 7).
Sobre el límite del Camino Cintura, el rol urbanizador otorgado a la vivienda en régimen de población aportó una nueva lógica de articulación mucho más controlada entre los espacios comunitarios y privados, a través de conjuntos de mediana densidad construidos con hormigón armado y madera. El uso colectivo del espacio se extendió a las calles, pasajes y equipamiento, configurando una imagen unitaria en cada barrio. Se aplica en Valparaíso lo que afirma Torrent (2012, p. 48), en cuanto a que las poblaciones proyectadas entre las décadas de 1930 y 1940 constituyeron una transformación comprensiva de la ciudad existente, y ofrecen un testimonio del rol económico y urbano de la vivienda en el sistema territorial. Se trata de un proceso que implicó ordenar y consolidar el poblamiento de los cerros y zonificar las distintas áreas de la ciudad, en sus funciones habitacionales, industriales y comerciales (Instituto de Urbanismo de Valparaíso, 1938, p. 14).
Casos destacados de estas ‘poblaciones modelo’ están representados por los conjuntos población Márquez (Etapa I, 1946-1949) y población San Francisco (1951) en las quebradas Márquez y San Francisco, respectivamente. Sin embargo, la mayor cantidad de estas obras se concentra en la parte alta de los barrios El Almendral y San Juan de Dios, tales como el conjunto Astillero Las Habas (1938) en el cerro Playa Ancha; la población Almirante Wilson (1938) en el cerro Larraín; el edificio de la Caja del Seguro Obrero (1939) en el cerro Placeres; la población Carlos Condell (Etapa I, 1939-1944) en el cerro Larraín; la población Yerbas Buenas (1940) en el cerro Bellavista; y la población Caja de Previsión de la Marina Mercante Nacional (1946) en el cerro San Juan de Dios.
En la parte plana de Valparaíso, las tipologías responden a edificaciones de renta, de mediana y alta densidad, con mayores alturas posibilitadas por la utilización pionera del hormigón armado y el ascensor. Los conjuntos se complementan con usos comerciales en los primeros pisos, reforzando con ello las funciones urbanas en calles principales y plazas. En el barrio San Juan de Dios sobresalen el edificio de Renta Cooperativa Vitalicia en plaza Victoria (1936); el Edificio de la Caja de Previsión de la Marina Mercante Nacional en calle Condell (1939); y el edificio de Renta Cooperativa Vitalicia en plaza Aníbal Pinto (1946). En el barrio El Almendral se levantan el conjunto de viviendas modernas del arquitecto Carlos Harding (1941-1946) y la población Pedro Aguirre Cerda (1942-1946) en el sector del nudo Barón.
En esta fase, la dialéctica discursiva entre el Estado (CORVI, CORMU y MINVU) y las organizaciones sociales instaló la vivienda como instrumento ideológico para las transformaciones estructurales que vivía el país. Los conjuntos colectivos facilitaron la incorporación de extensas áreas marginales al sistema urbano de Valparaíso, además de servir como efectivos espacios de experimentación para la planificación urbana moderna (Figura 8). Es así que, en 1959, en el marco de la Política Nacional de Vivienda del gobierno de Alessandri Rodríguez, la planificación racionalizada de la vivienda en Valparaíso pasó a concebirse siguiendo estrictos criterios científicos en su diseño, planificación y gestión (Ferrada, 2013, p. 18).
En las quebradas y cerros, la racionalización científica del espacio arquitectónico y urbano dio como resultado bloques habitacionales aislados de mediana y alta densidad, construidos a base de hormigón armado. Los sistemas de circulaciones colectivas, corredores y espacios comunes interiores rompen con la tradición de la manzana cerrada y reinterpretan radicalmente la relación con la trama preexistente. En esta lógica destacan el conjunto población Márquez (Etapa II, 1959-1960) en la quebrada del mismo nombre. En los sectores montanos, la población Carlos Condell (Etapa II, 1954) en el cerro Larraín; el conjunto del Servicio de Seguro Social (1956) en el cerro Alegre; la población Gutenberg (1956) en el cerro Cordillera; el conjunto José Ignacio Zenteno (1961) en el cerro Lecheros; el conjunto Diego Portales (1961); el conjunto Octava Comisaría (1962) en el cerro Barón; el Edificio CAPREDENA (1963-1965); y el conjunto Cooperativa Múnich (1974) en el cerro Playa Ancha.
En los sectores planos de Valparaíso, las obras habitacionales de este periodo son puntuales, debido a que se trata de áreas totalmente consolidadas en su desarrollo y con escasez de suelo disponible para intervenciones de gran envergadura. Sin embargo, es aquí donde el paisaje aparece apropiado colectivamente en gran altura y dimensión, a través del esquema placa-torre, un tipo arquitectónico de alta densidad, tendente a conformar unidades vecinales complejas. Prevalecen los usos mixtos: comercio, servicios y áreas verdes en los primeros pisos, para dejar que la vivienda se desarrolle en los pisos superiores, mediante la forma del departamento (expresado en diversos subtipos). Forman parte de esta tipología, el edificio EMPART (1964-1966) en el barrio Puerto; el conjunto Torres de Brasil (1966-1967) en el barrio El Almendral; y el conjunto Remodelación Balmaceda (1974), en Av. Errázuriz con quebrada Yolanda.
A partir de mediados de la década de 1960, uno de los cambios paisajísticos más revolucionarios tuvo lugar en la periferia alta de Playa Ancha (500 metros sobre el nivel del mar). Se trata de áreas suburbanas alejadas de la dinámica de la parte plana, las que, luego de largos años de lucha y procesos de urbanización, fueron transformadas por el Estado en Unidades Vecinales. Los extensos conjuntos habitacionales se apropiaron del acantilado natural y pasaron a actuar como núcleos urbanos autónomos, dotados de equipamiento comunitario, comercio barrial, educación, deporte y áreas verdes. Unidades Vecinales destacadas del periodo se aprecian en las poblaciones Marina Mercante (1957-1962) y Porvenir (1962); en los conjuntos Quebrada Verde (1° y 6° sectores, 1960-1978); en la población Cooperativa Valle Verde (1968); y en la población Explanada (1974).
Las Unidades Vecinales diseñadas por CORVI incluyen una variedad de tipos normalizados, compuestos por bloques de vivienda-comercio de alta densidad, bloques simples de media densidad y casas pareadas. Las soluciones se materializan con prototipos racionalizados, entre los que sobresalen edificaciones en altura (modelos 1010, 1011, 1020 y 1021) y en extensión-pareadas (modelos 132-A, 136, 150 y 250). La cultura del prototipo habitacional masivo buscó evaluar el desempeño de la vivienda diseñada, para mejorar técnicamente el comportamiento espacial, programático y constructivo de las tipologías de vivienda, de acuerdo con las condicionantes sociales de las familias y de emplazamiento geográfico de cada conjunto.
La diversidad de estrategias de implantación y de tipos arquitectónicos desplegados entre 1906 y 1976 en la ciudad de Valparaíso dan cuenta de una transformación física del entorno natural y geográfico, a lo largo de la cual se fueron incorporando paulatinamente los cerros, quebradas, parte plana y periferia alta de la ciudad. Sin embargo, la vivienda también operó en la dimensión de las transformaciones inmateriales, cuando a través de los discursos lograron transferirse las ideas e imágenes del habitar colectivo, a las prácticas socioespaciales del mundo obrero y medio. Muchas de estas prácticas tuvieron un rol experimental, para posteriormente ser racionalizadas por la técnica arquitectónica y urbanística en el campo del espacio, la forma y la función de los conjuntos levantados en cada periodo.
Los discursos operaron bajo el control racional de las formas de vida que la elite modeló en los sectores obreros y medios. La búsqueda de higiene no solo se verificó en el espacio de la vivienda considerada incivilizada, sino que también incidió en las relaciones anárquicas de los grupos sociales precarizados. Con esta finalidad, el disciplinamiento socioespacial, convertido en verdadera pedagogía ideológica, fue fomentado a través de la implementación de barrios salubres, la segregación socioespacial en la parte plana, las quebradas, los cerros y la periferia urbana, así como en la adopción de tipos arquitectónicos modernos, en los que se diferenciaron claramente las prácticas colectivas respecto de las privadas.
La capacidad organizativa del mundo popular –ligada a las luchas políticas y a las demandas de pobladores y arrendatarios– propició muy tempranamente formas de relación comunitarias que persistieron nítidamente entre inicios del siglo XX y hasta la década de 1970. Su efecto sociopolítico fue el aumento de la organización en gremios, sindicatos y comités habitacionales, hecho que consolidó los lazos de pertenencia de la clase obrera y media a sus barrios y habitaciones colectivas. La dialéctica de este fenómeno hizo que los discursos sociales aceleraran, de parte del Estado, el diseño y gestión de nuevos tipos arquitectónicos con sus respectivas estrategias urbanas.
De la amplia gama de programas de arquitectura moderna implementados en el periodo, el de la vivienda colectiva es el que con mayor intensidad ha determinado el carácter del paisaje urbano de Valparaíso. Su impacto cuantitativo se observa en la incorporación de extensas superficies de áreas urbanas en la parte plana de la ciudad –en los barrios Puerto, San Juan de Dios y El Almendral–, así como en las quebradas y cerros de las franjas sur, poniente y oriente.
La amplia producción habitacional porteña, desplegada entre fines del siglo XIX y la década de 1970, puede valorarse como un medio que racionaliza las prácticas socioespaciales del habitar enfrentadas a la estructura natural de la ciudad. Estas prácticas se expresan mediante géneros de vivienda connotados en la geografía urbana: a) conventillos; b) cités; c) edificios de renta; d) poblaciones modelo; e) pabellones o bloques residenciales de arquitectura moderna; y f) unidades vecinales de alta densidad en extensión. En estos géneros se fusionan las representaciones sociales del mundo popular, tales como la vivencia del espacio colectivo en la ciudad; la vivienda como expresión de hogar seguro, higiénico y confortable; y el derecho sociopolítico a habitar la ciudad en una vivienda propia. Esas representaciones adquieren realidad en la dimensión física de la vivienda, a través de estructuras morfológicas, espaciales, funcionales y constructivas, cuya escala e identidad remiten a cada lugar donde se emplazan.
Es importante relevar la correlación entre los tipos arquitectónicos levantados en las tres etapas y sus respectivos emplazamientos urbanos. Por ejemplo, las ‘poblaciones modelo’ y los ‘cités’ de la primera etapa, gestionados por la Caja de Ahorros y algunas sociedades constructoras de viviendas populares, se ubican en la parte baja de las quebradas, laderas de cerros y en algunos sectores del plano urbano consolidado (barrios Puerto, San Juan de Dios y El Almendral). Por su parte, los pabellones y bloques de la Caja de la Habitación Popular se localizan preferentemente en las mesetas de los cerros, lugares que se benefician con el proceso de urbanización de las quebradas y el mejoramiento de la conectividad entre la parte plana y la parte alta. En el caso de las ‘unidades vecinales’, gestionadas por la CORVI, puede verificarse un cambio radical, donde los conjuntos habitacionales se emplazan en áreas periféricas, funcionando autónomamente respecto de la dinámica de los sectores urbanos consolidados en la parte plana.
No obstante la diversidad de planteamientos y soluciones tipológicas levantadas en cada fase histórica, el paisaje habitacional colectivo de Valparaíso presenta elementos comunes necesarios de relevar. Entre ellos, está la inserción armónica de la vivienda en el tejido urbano preexistente y la configuración de un sistema de gradientes entre el espacio público, el espacio compartido a nivel del barrio, los espacios colectivos al interior del conjunto, hasta llegar al espacio privado de la habitación. Se suma a ello la existencia de circuitos de recorrido cotidiano en la escala urbano-barrial, y una red de conos visuales entre la parte plana, las quebradas y los cerros.
Sin querer arribar a conclusiones definitivas en un tema de por sí complejo, puede decirse que el paisaje resultante de las prácticas habitacionales en Valparaíso está caracterizado por un ethos que sintetiza eficazmente los aspectos inmateriales y materiales de la vivienda colectiva moderna. Los primeros, protagonizados por la red de discursos y representaciones sociales elaborados en el tiempo por una comunidad de actores institucionales, sociales y profesionales, los que se comportan como la antesala de los segundos, es decir de los conjuntos habitacionales levantados. Visto en perspectiva, por la vía del encuentro entre ambas dimensiones, la resultante paisajística existe tanto en el imaginario social como en la configuración física, social y espacial de una arquitectura habitacional moderna, condicionada por el soporte natural de la ciudad y sus procesos de transformación.
El artículo deriva de la Tesis Doctoral "El paisaje de la vivienda colectiva en la arquitectura moderna de Valparaíso (1906-1976)", que desarrolla el autor en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura, Universidad Politécnica de Madrid (ETSAM-UPM).