Resumen: Este artículo recupera las experiencias y voces de mujeres que crean organizaciones sociales para la defensa del patrimonio industrial, y sus aportes para el resguardo y cuidado de las memorias de ese pasado. La investigación es una respuesta a la crisis provocada por el proceso de desindustrialización, el cual, desde el punto de vista de las subjetividades sociales, ha derivado en la búsqueda de una defensa del patrimonio industrial y la reconstrucción de la memoria social de la experiencia del trabajo y de vida en los espacios industriales. Al analizar dicha memoria, se constata que las voces de mujeres están de manera nítida presentes en su recuperación. Con este artículo buscamos contribuir al conocimiento que vincula el proceso de industrialización, la construcción de un espacio urbano y la constitución de familias obreras, para comprender la construcción de formas colectivas de habitar.
Palabras clave: patrimonio, distritos industriales, participación ciudadana.
Abstract: This article reconstructs the experiences and voices of women who create social organizations for the defense of industrial heritage, and their contributions to the preservation and maintenance of memories of the past. This research is a response to the crisis provoked by the deindustrialization process, which, from the perspective of social subjectivities, has led to a pursuit of a defense of industrial heritage and the reconstruction of social memory of the work and life experience in industrial spaces. By analyzing such memory, it is verified that the voices of women are clearly present. This article attempts to contribute to the knowledge that links the process of industrialization, the construction of an urban space and the constitution of workers’ families together, to comprehend the construction of collective dwelling forms.
Keywords: heritage, industrial districts, citizen participation.
Dossier: La ciudad como espacio de acción colectiva
Cuidadoras de Memorias: las mujeres y la defensa del Patrimonio Industrial-Minero en el sur de Chile
Recepción: 06 Enero 2023
Aprobación: 27 Marzo 2023
El vínculo entre el proceso de industrialización, la construcción de espacio urbano y la constitución de familias obreras ha tenido un desarrollo importante en las últimas décadas. En ese contexto, el objetivo de este trabajo es relevar el papel de las mujeres como activistas patrimoniales, condición desplegada en su recuperación de la experiencia y las voces que han construido organizaciones sociales de defensa del patrimonio industrial, y que las constituye en cuidadoras de la memoria en sus territorios. Queremos contribuir al debate en torno al patrimonio industrial, incorporando las voces y experiencia de mujeres desde un enfoque feminista. Con ello buscamos desafiar los estereotipos de género y la dicotomía público/privado, que desvaloriza el espacio reproductivo y de cuidados, y relevar la contribución de ellas a aquel desarrollo industrial devenido hoy en objeto de defensa patrimonial.
La crisis provocada por el proceso de desindustrialización ha derivado en la defensa patrimonial de la experiencia del trabajo y de vida en los espacios industriales, sustentada en su reconstrucción. Lobato (2021) plantea –para el caso argentino– que el cierre de las fábricas generó un drama para las personas, ya que cuando el capital se retira no solo queda un vacío donde antes se daban procesos productivos, sino que ello “afecta el paisaje urbano [e] incide en la cultura y la sensibilidad de las personas cuyas vidas se desarrollan en ese entorno” (p. 2). El componente emocional es un factor clave para entender el proceso. En esa línea, al analizar las memorias de los centros industriales en el sur de Chile hemos constatado que, de una primera etapa de mucha consternación y tristeza por la pérdida del espacio laboral seguro –proceso iniciado con la desindustrialización en la década de 1980, donde primó la desesperanza–, se comienza a caminar hacia alternativas más propositivas, en las cuales están presentes las voces de mujeres. Las comunidades se organizan en defensa del espacio, entendido en sus múltiples dimensiones, como un espacio concebido, percibido y vivido (Lefebvre, 2013; Soja, 1997). La materialidad va construyendo experiencias que se reconocen espacializadamente, y que se sustentan en una memoria social representada en el espacio construido. En ese contexto, apelan a la memoria social como sustento de la lucha por sus barrios amenazados por el avance de las inmobiliarias o por la desaparición del paisaje natural y urbano.
El patrimonio industrial es un campo de estudios reciente que, como plantea Lorca (2017), tiene la particularidad de patrimonializar la experiencia vivida. Lo hace destacando la importancia de comprender las diferentes tecnologías involucradas en el proceso de producción y su papel en la configuración de nuestro entorno social, y reconociendo los paisajes industriales como escenarios privilegiados de observación de las transformaciones y los usos que las sociedades han hecho de sus recursos (Muñoz, 2012).
En el nivel formal, el patrimonio en Chile se regula a partir de la Ley 17.288 de Monumentos Nacionales, de 1970, que define que el Consejo de Monumentos Nacionales tiene la función de pronunciarse sobre la identificación y declaratoria de bienes naturales o culturales como monumentos nacionales , y es el encargado de la tuición y protección de los bienes declarados. En su art. 9, dicha ley establece que se consideran Monumentos Históricos “los lugares, ruinas, construcciones y objetos de propiedad fiscal, municipal o particular que por su calidad e interés histórico o artístico o por su antigüedad, sean declarados tales por decreto supremo, dictado a solicitud y previo acuerdo del Consejo”. Según la ley, cualquier persona puede levantar un expediente para solicitar la declaratoria.
La estrategia metodológica para el desarrollo de este estudio está basada en el análisis de fuentes documentales y en información cualitativa obtenida mediante talleres de recuperación de memoria colectiva y entrevistas en profundidad, particularmente a mujeres vinculadas a las industrias mineras en Lota y Aysén. Con la Agrupación Social y Cultural Los Cristalinos de Aysén, realizamos un Taller de Recuperación de Memoria en enero de 2018, al que asistieron once personas (diez mujeres y un hombre), todos exhabitantes de Puerto Cristal, un antiguo asentamiento minero que durante la segunda mitad del siglo XX fue clave en el desarrollo de la Región de Aysén. Usamos la técnica de mapeo colectivo, consistente en la generación de un diálogo reflexivo en que se aplica como activador un mapa territorial, impulsando un recuerdo espacializado.1 Con la Mesa Ciudadana de Patrimonio, Cultura y Turismo de Lota utilizamos entrevistas a distintos actores, realizadas entre 2018 y 2020.2 La información fue transcrita y sistematizada usando el software ATLAS.ti.
Para comprender el impacto del patrimonio industrial en los territorios estudiados, es importante conocer el desarrollo de la industria. En una mirada de larga duración, destacan tres periodos históricos en los procesos de industrialización en Chile (Brito, 2022): la industrialización temprana (de fines del siglo XIX hasta 1939); el modelo de industrialización sustitutiva de importaciones (ISI) (1939-1973); y el proceso de desindustrialización impulsado por la dictadura militar iniciada en 1973.
En la etapa de la industrialización temprana se encuentran los primeros asentamientos urbanos asociados al desarrollo industrial, que en la mayoría de los casos tomaron la forma de Company Towns –ciudades creadas por las propias compañías y dependientes de ellas–. Una vez consolidada la independencia del país, el desarrollo económico se centró en su inserción en las economías internacionales y en la proletarización de la mano de obra. Fue un periodo de capitalismo salvaje, lo que implicó la ausencia del Estado en la regulación económica y en las relaciones capital-trabajo. En esta primera etapa de proletarización, la transformación de una mano de obra de un carácter tradicional y peonal, sin disciplina fabril, a una proletaria, se constituye en un medio para la máxima explotación, deteriorándose las condiciones de vida y dando paso a los conflictos sociales categorizados como la cuestión social (Morris, 1967; Garcés, 2003). La primera respuesta patronal al conflicto fue la asociación con el Estado para la represión; luego, la aplicación de prácticas de paternalismo industrial implicó el hacerse cargo de los problemas sociales más urgentes y generó una primera etapa de urbanización en las zonas industriales. Aunque el conflicto no desapareció, las condiciones de vida mejoraron. Las prácticas paternalistas se instalaron como una salida al conflicto social y constituyen un elemento clave para entender el bienestar social como “beneficio”, similar al paternalismo industrial europeo, que se instaló como un mecanismo de disciplinamiento efectivo para los obreros y sus familias (Garrigós, 2006; Muñiz, 2007; Sierra, 1990; Terradas i Saborit, 1994).
En la segunda etapa de la industrialización, bajo el modelo desarrollista de la ISI, se buscó construir trabajadores modernos (Rodríguez, 2004), regulados por el Estado, lo que llevó a un fortalecimiento de las prácticas paternalistas en algunas empresas. En esta etapa se produjo una gran inversión, tanto privada como pública, en la construcción de viviendas de trabajadores y desarrollo de espacios urbanos (Brito et al., 2018). Algunos de los ejemplos más relevantes de tales prácticas son la Siderúrgica Huachipato (Brito & Ganter, 2014, 2015; Fuentes & Pérez, 2008) y la ENAP, Empresa Nacional del Petróleo, en Magallanes (Acevedo & Rojas, 2014; Cvitanic & Matus, 2018; Martinic, 2006). En todas las empresas se crearon conjuntos habitacionales, ya sea construidos directamente por las mismas, o a través del sistema de cooperativas que se gestionaban a través de organismos del Estado.
Esta realidad se mantuvo hasta la instalación del modelo neoliberal, cuando comienza un proceso de desindustrialización (Ffrench Davis, 2003; Vignolo, 1986). La economía se abre, favorecida por la eliminación de los movimientos sociales y la violación sistemática de los derechos humanos, instalándose sin resistencia y sin clases, como plantea Tomás Moulian (1997). Con la desindustrialización se desmantelan las fábricas, lo que provoca un quiebre paulatino del tejido social. Ello se manifiesta en el debilitamiento o pérdida de las identidades locales y comunidades, al destruirse la estructura material que las había configurado: la industria (Brito, 2018). Los territorios fueron invadidos por productos extranjeros, principalmente provenientes de China, que hizo que gran parte de la producción nacional de bienes de consumo fuese eliminada, al no poder competir con productos más baratos, en el marco de una política arancelaria que favoreció el ingreso de bienes importados y obvió la protección de la industria nacional.
La memoria en los centros industriales reconoce como un hito la pérdida de la fuente laboral, que impacta en el tejido social y urbano. Es a partir de tal pérdida que la construcción del patrimonio industrial está sustentada en los vestigios de las instalaciones industriales, pero sobre todo en la memoria del bienestar social que se construyó a su alrededor. Como plantea Cubbit (2019), la memoria se construye desde el recuerdo individual y colectivo, esencial en la conformación sociocultural; está conectada con la experiencia, en tanto el pasado recordado es de alguna manera el pasado vivido. Pero también la construcción de memoria es selectiva: siempre hay una reconstrucción y reinterpretación de aquel pasado conectado a las prácticas culturales. La reconstrucción historiográfica de la memoria es importante, “not just because it is part of how history is experienced, but because as a crucial factor in human perception, it is part of the causal matrix that influences human action” (Cubbit, 2019, p. 142).
Con los procesos industrializadores del siglo XX se instalaron diversas poblaciones para trabajadores y trabajadoras que construyeron formas de habitar específicas. La construcción del espacio urbano fue clave en el ordenamiento social: se definieron territorios sociales estructurados en torno a las faenas industriales, que fijaron los límites de los desplazamientos, generando microsociedades que reforzaron los vínculos en el interior de ellos.
El impacto que tuvo en los barrios industriales el cierre de las industrias y, en muchos casos, el abandono de los territorios, está estrechamente vinculado a las políticas paternalistas de bienestar (Ambrosetti et al., 2016; Ganter & Brito, 2017; Venegas & Morales, 2015, 2017; Vergara, 2013), que contribuyeron a generar una identidad centrada en la industria y el territorio. El paternalismo industrial buscaba imponer la disciplina industrial dentro y fuera de la fábrica, interviniendo en la producción/reproducción, con el objeto de lograr “una revolución en el modo de vivir” (Sierra, 1985, p. 63). Tuvo un carácter pragmático: otorgar bienestar social en un marco de vigilancia estricta. Así, se aseguraba la reproducción social de la mano de obra y la cultura industrial en los territorios. Para ello se invirtió en equipamiento urbano (viviendas, centros de salud, escuelas, mercados, espacios de ocio), y a cambio se le pedía a la población trabajadora, y a sus familias, apego a las normas sociales establecidas por la empresa.
Las empresas reconocieron en el espacio privado de la reproducción familiar y social un anclaje clave para modelar los sujetos que la industrialización requería. El sustento material donde se desarrolló la vida familiar, la casa-hogar, era materialmente propiedad de la empresa; por lo tanto, esta tenía la facultad –a través de los agentes contratados para tales fines, como las visitadoras sociales y enfermeras sanitarias (Illanes, 1999, 2007; Moyano, 2016; Moyano & Rivas, 2017)– de ingresar y observar no solo el mantenimiento material de las viviendas, sino también los comportamientos de todos los miembros de la familia, como se puede observar en la Figura 1, donde el aseo doméstico y el bajo ausentismo laboral era premiado. A ello se sumaba que, al estar las viviendas insertas en barrios, se ejercía control sobre los comportamientos colectivos. Por ejemplo, el ocio se regulaba mediante la actividad deportiva y el entretenimiento.
A lo largo de varias generaciones se formó un fuerte sentido de identificación con la empresa, ya que esta incidía en el desarrollo de la vida, repitiéndose frases como “se lo debo todo a la industria”, “mi casa”, “teníamos entretenimiento en el cine y en el gimnasio”, “mis hijos pudieron estudiar”,3 como se observa en la Figura 2 en la escuela de Puerto Cristal. Existe también una percepción de la creación de un microcosmos, donde todas las necesidades estaban resueltas al interior de la ciudadela industrial. Esto no significaba que no hubiese malestar o protesta social; por el contrario, mientras más se fortalecían las políticas paternalistas, más aumentaban la demanda y la reivindicación por fortalecerlas, materializada en una actividad sindical que dio origen a muchas huelgas. Todo aquello reforzaba la construcción de una identidad industrial, que se traspasaba generacionalmente. En la memoria social existe conciencia de la importancia que tenía el salario indirecto a través del bienestar social, lo que permitía compensar el trabajo sacrificado y los bajos salarios directos, posibilitando el desarrollo de condiciones de vida aceptables y seguras.
La realidad descrita vio su fin con la desindustrialización, que provocó la pérdida de una fuente laboral segura y de los beneficios sociales asociados a ella, como la casa, el barrio y los vínculos sociales. Muchas de las comunidades industriales comprendidas en tal sistema, una vez cerradas las empresas, no tuvieron las herramientas suficientes para generar nuevas fuentes de trabajo que les permitieran mantener sus estándares de vida. En algunos sectores, como en la industria del carbón, hubo planes de reconversión, pero estos no tomaron en cuenta las identidades sociales y territoriales, resultando políticas fracasadas (Aravena & Betancur, 1999; Rodríguez & Medina, 2011). Lo más común fue el empobrecimiento de los territorios y mayores niveles de marginalidad, con su secuela de incertidumbre sobre el futuro.
Es en ese contexto que la defensa del territorio a través de la lucha patrimonial se ha convertido en una posibilidad de futuro. Frente a la pérdida del sistema de vida ligado a la actividad industrial, diversas comunidades a lo largo del sur del Chile han creado organizaciones de defensa patrimonial, recuperando experiencias de memorias colectivas que buscan legitimarse en los territorios y, sobre todo, crear conciencia de la importancia de recuperar la historia de los lugares para transmitirla como herencia cultural a las generaciones futuras.
El análisis del patrimonio nacional ha transitado desde la monumentalidad, que rescataba lo excepcional y lo bello, hacia la recuperación de experiencias inscritas en los lugares. Álvarez (2008) da importancia tanto a los aspectos arquitectónicos, la materialidad en todas sus dimensiones, como a lo inmaterial, que incluye las memorias y los saberes vinculados a la producción y el trabajo, incorporando una cuestión fundamental: el territorio. Todas las industrias de la época examinada se localizaron en un espacio geográfico particular y transformaron el lugar, dando origen a formas de habitar asociadas a determinadas fuentes productivas y vinculadas a diseños urbanos que les eran propios (Cano, 2007), y que han dado forma a la experiencia histórica de las comunidades (Casado, 2009). Y paradójicamente, fueron los procesos de desindustrialización los que dejaron en evidencia la interdependencia entre espacios productivos, formas de habitar e identidades. En muchos lugares quedaron las ruinas, que evidencian la pérdida de las fuentes de subsistencia y de los anclajes a partir de los cuales se construyeron las identidades, dejando a la vista manifestaciones concretas de un patrimonio industrial que, muchas veces desde el silencio de la ruina, demanda a los territorios nuevas acciones para su recuperación (Benito & López, 2008; Homobono, 2008).
Usando la normativa existente, las comunidades han levantado o apoyado la presentación de expedientes de declaratoria de patrimonio industrial, transformándolo en una posibilidad. A partir de tales iniciativas, han surgido organizaciones sociales que buscan recuperar parte del tejido social construido en el pasado industrial,4 a lo cual se suman las estrategias de los poderes centrales para fomentar el desarrollo, lo que es resignificado por las comunidades desde su propia experiencia. En este contexto, las mujeres desempeñan un papel importante, convirtiéndose en referentes comunitarios del patrimonio y la memoria social y rescatando lo que conciben como valioso. Es así que el patrimonio da sentido a las comunidades, prefigurando aspectos identitarios, aunque en permanente disputa, mientras los procesos de patrimonialización buscan darles legitimidad a ciertas narrativas que incluyen o excluyen, para consolidar procesos identitarios que contienen acción y agencia (Pérez, 2014). Se trata, fundamentalmente, de narrativas con la capacidad de movilizar esfuerzos y voluntades de distintos agentes dispuestos a participar en lo que Jiménez-Esquinas (2017) llama un “proceso de negociación de la memoria”.
En este contexto, las mujeres, al haber estado históricamente excluidas de la esfera pública, han recibido escasa atención por parte de las instituciones oficiales, así como de comunidades vinculadas a los procesos de patrimonialización. Existen y permanecen criterios androcéntricos (Vassallo, 2018) que predominan en la organización de los archivos públicos, en donde aquello que se considera digno de preservar y difundir coincide con aquellos espacios o acciones agenciados mayoritariamente por hombres. Cuando lo que se busca rescatar es la memoria y la experiencia del trabajo y, en muchos casos, la técnica asociada a ello, los espacios se definen desde lo masculino, invisibilizando la presencia de las mujeres. En el ámbito del rescate de la memoria colectiva, esto hace necesario cuestionar las formas de construir archivos y –como plantea Vassallo (2021)– hacerlo a partir del respeto mutuo, creando conocimientos que permitan recoger las experiencias para construir nuevas retóricas y prácticas sobre el patrimonio cultural desde una perspectiva de género, resguardando las experiencias.
Aplicando el enfoque señalado, se cuestiona que el espacio doméstico-reproductivo, lo “privado”, carezca de importancia política y patrimonial. Prueba de su peso en el ámbito aquí estudiado es que el trabajo de recuperación histórica de las experiencias industriales, sobre todo desde el paternalismo industrial, muestra la intervención en los espacios familiares como un eje central en las políticas de disciplinamiento social de las empresas.5 Desde esta perspectiva, nos interesa rescatar la experiencia de dos espacios sociales declarados patrimonio industrial minero y donde las acciones de recuperación patrimonial tienen liderazgos femeninos: la empresa carbonífera de Lota, y la minera de Puerto Cristal.
Analizaremos la Mesa Ciudadana de Patrimonio, Cultura y Turismo de Lota, en la zona carbonífera de la región del Biobío (Figura 3), que comenzó su explotación a mediados el siglo XIX y se mantuvo sin interrupciones hasta 1997. En Aysén, por su parte, opera la Agrupación Social y Cultural Los Cristalinos (Figura 3), de Puerto Cristal, una instalación minera en las orillas del lago General Carrera que explotó minas de hierro y zinc. Su desarrollo fue impulsado por la CORFO dentro de los lineamientos del modelo de la ISI y funcionó hasta 1997. En ambas organizaciones de recuperación de la memoria es mayoritaria la presencia femenina.
Un primer aspecto relevante es que la mayoría de las participantes en las organizaciones señaladas tienen un vínculo fuerte con el territorio. En Lota dicho vínculo involucró a varias generaciones, construyéndose así una historia familiar ligada al carbón, una cultura profunda que lleva a que, transcurridos más de veinticinco años del cierre de la empresa, las mujeres se definan como “nieta, bisnieta…; mi mamá, mi papá, mis tíos, todos, todos somos de…, mi marido después también” (Participante 1, Mesa Ciudadana de Lota). En Puerto Cristal, las faenas mineras tienen su origen en los años cuarenta del siglo XX, de lo que resulta que la mayoría de los miembros de la Agrupación son segundas generaciones: “estuve toda mi niñez, mi juventud, mis hijitos allá, del año 51 al 94, sin salir de allá” (Taller Agrupación Social y Cultural Los Cristalinos).
La experiencia en Lota está vinculada a planes gubernamentales que, ante el fracaso de los intentos de reconversión laboral después del cierre de la mina en 1997, inyectaron recursos económicos a través de planes de revitalización de barrios. Desde allí se planteó el poner en valor los Pabellones Históricos de Lota (Figura 4). Según nos relatan, ese programa generó una reflexión interna:
“¿Históricos pabellones?”, no teníamos idea que éramos pabellones históricos; nosotros lo habíamos vivido toda la vida allí, nosotros como que empezamos a descubrir su propia historia, que no la tiene así como incorporada porque…, o sea, la tiene incorporada como naturalizada. (Participante 1, Mesa Ciudadana de Lota)
En Lota, la organización aquí estudiada tenía al comienzo más hombres, la mayoría exmineros. La Mesa se formó de la unión de varias organizaciones,6 definiéndose como una organización local y ciudadana autónoma, con participación de dirigentes y representantes de diversas asociaciones orientadas a defender y preservar la memoria, sus costumbres y su historia (Jofré, 2020). En el trabajo comunitario, donde no siempre las mujeres obtenían recompensas y reconocimientos, las formas de trabajo y las disputas de liderazgos eran muy marcadas.
Nosotros partimos primero con un directorio de hombres, Pues oye… después empezamos las mujeres y como que ellos se fueron solitos. La verdad de las cosas es que ellos son muy machos alfa y se preocupan mucho de su ego o de las rivalidades entre ellos, que quién tiene la razón… En cambio, nosotras podemos tener diferencias, pero vemos el bien de la comunidad o de nuestro proyecto. Entonces no nos quedamos en la chimuchina. (Participante 2, Mesa Ciudadana de Lota)
En la actualidad, las mujeres constituyen la mayoría en la Mesa Ciudadana, donde los hombres no sobrepasan el 15%. Como corolario, existe un reconocimiento expreso de la importancia que hoy tiene la figura femenina en el desarrollo de las estrategias patrimoniales en Lota.
Tenemos otra forma de trabajar; somos más aceleradas y nos gusta como que se pensó y se hizo… Pero el hombre, son más enrollados; la mayoría se ha ido porque no les gusta que ellos quedan medios invisibilizados… (Participante 2, Mesa Ciudadana de Lota)
… es como el tiempo de la mujer lotina… Nos toca a nosotras... Si tú miras para atrás, [es] lo mismo que estamos haciendo un poco con la Arpillera Urbana:7 rescatar la memoria de la mujer lotina, porque siempre el que se enalteció fue el minero, pero había roles de mujeres, hermanas, hijas, madres, muy importantes. Entonces en esta nueva etapa de Lota, que ya no hay mineros del carbón, nos toca… (Participante 3, Mesa Ciudadana de Lota)
En el planteamiento de estas activistas, ante la ausencia del rol protagónico del minero se reconfiguraron las identidades, emergiendo un nuevo tipo de liderazgo más comunitario. En sus propias palabras, es el tiempo de las mujeres.
En Aysén, la Agrupación Social y Cultural Los Cristalinos surgió por el interés en visitar el poblado que algunas personas manifestaron el año 2004, después de su cierre en 1997.
Fuimos como treinta personas y ahí fui yo; fui con mis dos hijos. Yo quería que mis hijos conozcan, tenían como… siete, ocho años más o menos. Fuimos como treinta y algo personas y nos quedamos en la casa de la Administración. Ahí vimos cómo estaba Cristal, cómo estaba el cementerio, y cuando volvimos nosotros, ahí le contamos a la gente, a todos, y de ahí decidimos formar la agrupación con ese fin po’… el cementerio, porque estaba perdido en matorrales […]. No se podía entrar, era un solo bosque… (Taller de Recuperación de Memorias, Agrupación Los Cristalinos)
Ese viaje estuvo cargado de emoción al evocar un tiempo pasado, que nutre la memoria de todas las personas que participan en él: “Sabes que todos lloramos en esa barcaza, todos, cuando la barcaza iba llegando, porque es algo… pero tan lindo. Nosotros todo lo entendemos, porque es algo muy especial…” (Taller Agrupación Social y Cultural Los Cristalinos).
La organización Los Cristalinos se creó como un ejercicio explícito de memoria. Volver a Puerto Cristal era crucial para quienes nacieron, vieron crecer y morir a familiares allí. Este sentimiento se fortalecía en el vínculo simbólico con la muerte: el tener familiares depositados en el cementerio generaba un arraigo definitivo, un compromiso de recordarlos en dicho territorio. Decidieron hacer un viaje anual (Figura 5), el que no está exento de dificultades, como el acceso a la barcaza para el traslado, la autorización para entrar en un terreno privado, etc. La motivación fundamental era ir a limpiar el cementerio (Figura 6), ya que en el primer viaje lo encontraron en una situación de abandono total, donde la maleza había encerrado e invisibilizado sus memorias. Para las mujeres, el ver el deterioro del lugar fue muy penoso, porque sentían que parte de su historia personal se destruía. Decidieron ir a recuperarlo, y ese viaje se ha transformado en una fiesta donde no solo recuerdan a sus muertos, sino también celebran los hitos de la experiencia colectiva, como el Día del Minero, recuperando así la historia del lugar. Y es por ello que valoran el trabajo de recuperación.
Cada año que nosotras íbamos, más deteriorado, más deteriorado… En cambio ahora, por último ya empezaron a trabajar; por lo menos el hecho de llegar a la casa de huéspedes, que ya se había caído un… una parte, así que llegues ya como levantada, con vidrios, todo… (Taller de Recuperación de Memorias, Agrupación Los Cristalinos)
En la experiencia de estas mujeres, la organización ha sido muy importante; existe un sentimiento muy fuerte de que la Agrupación les ha permitido mantenerse como una familia: “muy unidos, todos somos unidos y seguir trabajando pa’ que esto no… no afloje nomás” (Taller de Recuperación de Memorias, Agrupación Los Cristalinos). Y valoran todas las acciones que puedan realizarse para mantener el sitio, porque para ellas el principal objetivo es “que se conozca lo máximo que se pueda Puerto Cristal po’, si esa es la idea, que no… que no muera la historia”. Reconocen la importancia que tiene el que los dueños actuales del territorio minero estén comprometidos en la recuperación del campamento, para incorporarlo a los circuitos turísticos de la región.
La recuperación de esta memoria social a partir del trabajo de las mujeres contrasta con la memoria oficial, donde el papel de las mujeres ha quedado oculto en un imaginario del trabajo centrado en lo masculino. Sin embargo, ellas reconocen que, en muchos casos, también tuvieron participación en el quehacer económico no doméstico del territorio, realidad que forma parte de sus historias y les refuerza el sentimiento de lo patrimonial. En una publicación realizada en 2016 por la Agrupación, señalan al respecto:
La acción política y social de la mujer no es ajena a la historia de Cristal. Si bien, la presencia femenina se reflejó en los trabajos administrativos, de educación o salud, hubo mujeres que se convirtieron en líderes sociales encabezando centros de madres y otro tipo de agrupaciones de carácter comunitario, que no solo ayudaron a la economía del hogar, sino también a lograr el bien común de todos los habitantes del campamento. (Agrupación Social y Cultural Los Cristalinos, 2016, p. 7)
La relación entre las agrupaciones que construyen patrimonio desde abajo, con el patrimonio construido desde arriba, desde el poder-saber, ha sido un caminar juntos, no exento de tensiones y desencuentros. Quien certifica si un determinado espacio tiene o no un valor patrimonial que justifique su preservación, es el Consejo de Monumentos Nacionales. Con el desarrollo de organizaciones y el trabajo más sistemático en los territorios por la defensa patrimonial, se han dado acercamientos entre los esfuerzos de las organizaciones por mantener viva la historia de los territorios y los del marco institucional por preservarla, llegando en algunos lugares a trabajar de manera colaborativa. Para las mujeres, la institucionalización de ese cuidado constituye un aliado central para la preservación del territorio y de la memoria.
Desde el punto de vista institucional, en Lota existen once declaratorias de Monumento Histórico Nacional, nueve de los cuales están vinculados a la actividad carbonífera, incluyendo edificios o instalaciones industriales; a ellos se suma la declaratoria como zona típica del sector de Lota Alto, donde se ubican los barrios construidos por la empresa (Tabla 1).
En las declaratorias de todos los edificios e instalaciones vinculadas al mundo del carbón se rescata su importancia en el patrimonio industrial, otorgándoles valor arquitectónico y social. En el decreto de declaratoria de Lota Alto se especifica que “las distintas tipologías de pabellones son características de Lota y aún se mantienen con un alto grado de autenticidad”. Por el valor social del conjunto, que busca preservar las experiencias colectivas de este espacio vivido, “se incluyen en la propuesta de polígono de protección los cinco hornos y dos lavaderos que aún quedan en pie y que son representativos de la vida cotidiana familiar en Lota, evidenciando la labor de la mujer en el proceso industrial” (Ministerio de Educación, Decreto Nº 232 de 2014).
Recientemente, se ha aprobado la declaratoria de los Archivos de Empresa Nacional del Carbón – ENACAR, en Sesión del Consejo de Monumentos Nacionales de 23 de junio de 2021, otorgándole un valor histórico a esta importante fuente documental (véase Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Decreto N° 33, 2021). El argumento del fallo del Consejo fue:
El Archivo Enacar está compuesto por 1.270 metros lineales de documentos en soporte papel, generados entre los años 1924 y 2016, por la Empresa Nacional del Carbón, abarcando en su mayoría el periodo comprendido entre 1960 y 2016 […]. Constituye un fondo documental cerrado, que conjuga la condición de archivo de empresa y la de fondo acumulado, siendo inhabitual encontrar una muestra documental de las dimensiones, diversidad y con una cronología tan amplia como la del Archivo Enacar. (Acta de Sesión Ordinaria del Consejo de Monumentos Nacionales, 23 de junio de 2021).
En el caso de la Región de Aysén, existen once declaratorias, de las cuales tres están vinculadas directamente a actividades industriales (Tabla 2).
En el caso de Puerto Cristal, todo el poblado fue declarado Monumento Nacional en 2008, y las razones expuestas en el decreto de declaratoria fueron:
Que, el sector campamento se constituye con viviendas, los edificios administrativos (iglesia, escuela, retén, posta), la planta de concentración con molino giratoria y de bola, el horno de fundición, los talleres mecánicos y laboratorios, representan construcciones muy funcionales con una armónica integración a la pendiente y topografía del terreno.
Que, existen otras instalaciones asociadas al campamento como el cementerio, legado patente de la historia de sus habitantes y el polvorín, instalaciones en la roca viva usada para el almacenamiento de la pólvora…
Que, entre Puerto Cristal, Puerto Guadal y Puerto Sánchez, en su máximo momento alcanzaron a totalizar en conjunto 2200 habitantes, lo que da cuenta de la importancia que tuvieron dichos lugares para la región. (Ministerio de Educación, Decreto Nº 2507, 2008).
En el caso de las mujeres que forman parte de organizaciones patrimoniales, la puesta en valor oficial del territorio muchas veces es paralela a sus esfuerzos comunitarios de rescate de la experiencia vivida. Para ellas, la puesta en valor comienza desde la memoria individual, como memorias sueltas sobre los muertos de su familia, pero en el trayecto junto a otras personas, mujeres y hombres, se torna en memoria emblemática (Stern, 2000), una memoria que recupera el sentido social de la experiencia de trabajo y las formas de habitar. A partir de los registros orales se van recuperando las memorias, que en la construcción del relato van generando una relación con la historia y el propio pasado, pero también con el futuro, convertido –como plantea Gili (2015)–- en herencia social. En este proceso los recuerdos se van fortaleciendo y haciendo más resistentes en la memoria colectiva, como narraciones que sedimentan la experiencia de la comunidad.
La experiencia vivida como comunidades permite a los sujetos descubrir el valor potencial del patrimonio, sobre todo para aquellas zonas deprimidas desde un punto de vista económico. Para las mujeres de Lota, la defensa patrimonial se convirtió en una lucha central; vieron en esa estrategia la posibilidad de darle nuevas oportunidades a una ciudad que estaba en una situación de declive económico, con una población que disminuye, con pocas posibilidades de inserción laboral y alto desempleo, el cual llegaba a un 11% en 2019 (Instituto Nacional de Estadísticas [INE], 2019). La reactivación económica no se ha logrado, con más fracasos que logros en el proceso, y no se reemplazó la actividad minera por otra fuente de trabajo. Desde esa realidad es que la estrategia de defensa patrimonial es vista por estas mujeres como una oportunidad. La organización en torno a tal posibilidad surgió de manera informal en 2011, después del terremoto del año anterior, agrupando a varias organizaciones locales. En 2013 surgió como una organización funcional con el objetivo de conservar la memoria lotina, autónoma y sin fines de lucro.
La creación del Plan Lota, impulsado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, es una estrategia para relevar la importancia de la cultura minera en Lota. La integran ocho instituciones públicas (Subsecretaría del Patrimonio, Corporación de Fomento de la Producción, Subsecretaría de Obras Públicas, Subsecretaría de Vivienda y Urbanismo, Subsecretaría de Desarrollo Regional y Administrativo, Servicio Nacional del Patrimonio Cultural, Ilustre Municipalidad de Lota, Gobierno Regional del Biobío) y su objetivo es “promover el desarrollo integral de Lota a través de la planificación y acciones en materia patrimonial. Lo anterior con miras a generar las condiciones necesarias para que Lota esté dentro de los Sitios de Patrimonio Mundial de la UNESCO” (Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, 2019). Para ello se crearon mesas de trabajo centradas en el diseño y la gestión de un proyecto que le diera viabilidad a la creación de un sitio de Patrimonio Mundial.
A esta mesa de trabajo fueron invitadas organizaciones de la sociedad civil, particularmente la Mesa Ciudadana. La presidenta de la Mesa, Elizabeth Aguilera, planteaba la importancia de lograr transformar el futuro de Lota en un objetivo de los poderes centrales y regionales, en unión con la comunidad.
[…] nosotros somos los que nos quedamos, es nuestro territorio, nuestra casa. Aquí está nuestra historia, nuestros viejos, nuestra identidad, todo lo que somos. Entonces cómo no vamos a querer que algún día lo conozca el mundo. Además, creo que nuestros mineros, nuestras mujeres se merecen este reconocimiento. No hay que olvidar que Lota le dio desarrollo a Chile entero. Siento que nos merecemos que nuestra historia, nuestro pasado y el aporte tan grande queden en la historia del mundo. (Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, 2 de marzo de 2020).
En el trabajo de esta mesa, la participación de las representantes de la Mesa Ciudadana (Figura 7) ha sido clave, como plantea la Coordinadora Regional.
[…] ha sido un agrado trabajar, porque en realidad son un motor que impulsa también, porque puede ser que uno esté trabajando en algo, pero que en realidad no tiene eco en la comunidad, en las personas que viven… y eso no pasa, pues hay un eco, hay un trabajo súper coordinado… La mujer ha tomado más allá de la organización un rol súper importante en el tema de patrimonio… Lo bonito de esto es que tanto en las organizaciones civiles como en el mundo más público y técnico, casi todas son mujeres. (Entrevista a Hilda Basualto, coordinadora del Plan Lota)
Ellas, integrantes de la Mesa Ciudadana, se sientan a dialogar desde una condición de igualdad, respetando sus diferencias de saberes, pero también reconociendo un trabajo articulado que refleja el compromiso social de cada una.
Las mujeres organizadas son activistas y activadoras del patrimonio industrial en el sur de Chile. El patrimonio es para ellas una cuestión viva, una estrategia comunitaria para defender su territorio. Son cuidadoras de memorias, se activan para resguardar la experiencia vivida. La forma de abordar esa memoria social parte de una mirada más amplia, que incorpora a toda la comunidad y se configura desde espacios múltiples. De manera territorializada se recuperan formas de habitar, lo que permite visibilizar tanto el trabajo industrial como el espacio doméstico y reproductivo que han intervenido en la construcción de ciudades y poblados industriales. Las voces de mujeres han puesto en discusión el hecho de que para el desarrollo económico e industrial no solo fue relevante la faena productiva (un espacio eminentemente masculino en los centros mineros), sino también la contribución que las mujeres hicieron al desarrollo industrial, ya sea como trabajadoras o, por sobre todo, como cuidadoras.
El trabajo productivo es más visible que el trabajo de los cuidados realizados en la esfera doméstica, el cual –como hoy es ampliamente reconocido– le da sustento al ámbito productivo, como base material que incorpora un hacer: las mujeres al interior de los espacios familiares cuidan el recurso humano que posibilita la reproducción de la fuerza de trabajo en los propios centros industriales. No obstante, como dice Carrasco (2009), muchas veces este trabajo no remunerado se instala como un no lugar en las economías capitalistas, que lo desvincula de lo social y, de esa manera, no le reconoce su aporte y responsabilidad directa en las condiciones de vida de los trabajadores y trabajadoras y de sus familias.
Las empresas que incorporaron prácticas de paternalismo industrial reconocieron el papel de las mujeres en los espacios cotidianos; fueron centrales en las políticas de control y disciplinamiento social, cuyo fin último fue aumentar la productividad y asegurar el orden y la paz social. Ese papel es recuperado en las voces de estas mujeres activistas del patrimonio, pero resignificado, mostrándolas como sujetas activas que aportaron al desarrollo económico.
La mujer ha tenido un rol súper importante, pero… esto siempre fue invisibilizado porque el hombre…, el minero, pero era la mujer la que quedaba a cargo de los hijos, que eran ocho o diez críos y con un sueldo mísero, con menos comodidades…, de tener la capacidad de organizarse colectivamente con las vecinas y con sus niños, reinventarse. De cómo la ropa del más grande pasaba al más chico, de la economía doméstica. Yo me acuerdo que teníamos sábanas de los quintales de harina, porque nosotros tenemos la cultura del pan; de las bolsas quintaleras se hacían las sábanas, los manteles, los paños para los niños. (Participante 2 de la Mesa de Lota)
El rol de las mujeres así descrito también es comprendido por quienes acompañan el proceso de rescate patrimonial en el territorio; reconocen una identidad de esfuerzo, basada en la esperanza y la solidaridad, la cual es encarnado de manera más nítida por las mujeres, quienes construyeron una experiencia de vida comunitaria en los hornos y lavaderos colectivos. Aunque en los siglos XIX y el XX, en los casos estudiados, la mujer fue invisibilizada, esa historia reaparece.
El cierre de la mina le ha dado el rol a la mujer que antes no tenía […] y aflora esto de la mujer que dice ¡no, pues!… porque aún existe nuestra herencia. Yo creo que eso lo visualiza la mujer más que el hombre, porque el hombre… todavía siente la pérdida, ahí está todavía enrollado en la pérdida de la mina. [Ellas dicen] ¡No!, si podemos hacer un nuevo futuro… Y yo creo que eso es así, el rol que ha tenido la Yeni, la Eli y todas las demás mujeres, de entender que […] está el patrimonio, que debemos cuidarlo y que es importante… Yo creo que ellas han hecho ese empuje súper fuerte. (Entrevista a Hilda Basualto, coordinadora del Plan Lota)
El esfuerzo al que se alude se ha traducido en relevar en la historia reciente de Lota el rol que desempeñaron las mujeres. Ejemplos de ello han quedado plasmados en dos objetos culturales: la acción Arpillera Urbana realizada por las mujeres en Lota, ya mencionada, y el mural Lota, Latidos para una Nueva Generación (Figura 8). Esta obra, instalada en el Centro de Contactos del BancoEstado de Lota, busca rescatar el papel de las mujeres en el territorio, relevando oficios como los de lavanderas, ceramistas, panaderas, entre otras labores profesionales.
Las voces de la memoria del trabajo industrial se diferencian por sexo, porque los hombres, cuando se les pregunta por su experiencia industrial, recuperan inmediatamente la faena laboral; su identidad como trabajadores mineros se construye a partir de la importancia que tenía el trabajo mismo. En cambio, las mujeres, incluso aquellas que trabajaron al interior de las empresas (en áreas de servicio, abastecimiento, centros de salud, casas de solteros, etc.), lo que más relevan es la importancia de construir un espacio social, en el cual se construyó un microcosmos (Lindón, 2002) que les permitió desarrollar su vida, su familia, sus amores, sus deseos, sus dolores. Es decir, ellas recuperan una memoria encarnada (Haraway, 1991), una memoria que parte de su propia experiencia, que es corporal, de posicionamiento, y desde esa experiencia se sitúan en el espacio industrial. Esta idea es importante para comprender el concepto de “cuidadoras de memorias”, porque lo que hacen ellas es repensar el espacio industrial como una experiencia de vida posible de recuperar. Es una experiencia que parte –como diría Moser (1991)– de las necesidades prácticas y avanza hacia las necesidades estratégicas de género. Y en ese camino ellas se han potenciado como mujeres y se han empoderado; es decir, han recuperado el poder que ellas mismas tienen y lo han puesto al servicio del desarrollo comunitario.
Desde esa perspectiva, las mujeres del mundo aquí entrevistadas cuidan la memoria social como un atributo; son ellas las que quieren ir a limpiar el cementerio, como en el caso de Puerto Cristal, para que sus muertos no sean olvidados. Son ellas las que organizan las acciones para que Lota sea declarada Patrimonio de la Humanidad. Son ellas las que creen que el trabajo de recuperación de esa memoria social, y de ciertos espacios de materialidad, puede ser efectivamente activador social y económico, por la vía de la puesta en valor del patrimonio industrial en el sur de Chile.
Este artículo recoge las vivencias de dos comunidades, donde las mujeres actúan como cuidadoras de memorias, y a partir de sus experiencias nos abren la posibilidad de explorar en otros territorios el patrimonio cultural, haciéndolo desde las voces femeninas. A partir de allí, cuestionamos y/o tensionamos las formas tradicionales de analizar el patrimonio industrial de nuestro país.
En los márgenes de los procesos oficiales de patrimonialización se levantan esfuerzos por rescatar, cuidar y preservar memorias de mujeres, a través de la constitución de archivos personales (Vassallo, 2018). Es esta una estrategia ampliamente empleada para resguardar las memorias individuales, de comunidades más pequeñas, que se centra en rescatar también lo que ocurre en el marco del espacio doméstico y en la intimidad. La importancia de estos aspectos se evidencia al momento de convocar a las mujeres a los talleres de recuperación de memoria, donde casi siempre acompañan su relato con fotografías familiares. En estos artefactos culturales, lo que se busca recordar no es la mina o el trabajo, sino el espacio familiar.
La existencia de archivos personales dice mucho sobre cómo las mujeres, en tanto depositarias y difusoras de la tradición (Quirosa & Gómez, 2010), actúan en los distintos grupos sociales a los que pertenecen, como cuidadoras de las memorias. En ese sentido, las mujeres, pese a su exclusión del patrimonio oficial, o quizás en respuesta a dicho fenómeno, dan lugar a otros mecanismos de preservación de las memorias y costumbres de las comunidades a las que pertenecen. Por ejemplo, en Lota el pan minero, el que sigue circulando en las redes comerciales de la zona, se hace en los hornos comunitarios que aún se mantienen. También por esa vía las mujeres cuidan el patrimonio cultural, tensionando la mirada tradicional del patrimonio sustentado en lo material y muchas veces monumental, y fortaleciendo el rescate de los materiales utilizados con fines simbólicos o de supervivencia, la mentalidad, los significados, las emociones (Muñoz, 2008).
Como agentes de la primera socialización, las mujeres marcan la transmisión cultural, la herencia. “Quería que mis hijos vieran esto”, nos dijo una señora en Puerto Cristal. Así, se sitúan como protectoras de las tradiciones familiares y locales. Tradiciones y memorias que, en el contexto actual de globalización, exigen el permanente resguardo y cuidado de las comunidades en que se alojan, para perdurar en el tiempo (Quirosa & Gómez, 2010). De esta manera se cuestionan los roles tradicionales que dan supremacía a lo masculino, destacando la necesidad de reconocer la contribución de las mujeres a la producción cultural, y creando espacios que permitan el reconocimiento y la apreciación de las mujeres en dicho patrimonio (Lagunas & Ramos, 2007).
Si bien mucho se ha avanzado en la incorporación y visibilización de las mujeres en la historia, aún queda un largo camino por recorrer en la difusión de los saberes que ellas guardan y transmiten y en la consolidación de dicho acervo como patrimonio reconocido. De ahí que sea importante avanzar en la “despatriarcalización del patrimonio” (Jiménez-Esquinas, 2017), y transformar la jerarquía de valores que ha designado aquello que se considera como relevante y aquello que no. Esto implica evitar una actitud paternalista que no considere válidas las estrategias históricas que las mujeres han empleado para difundir y preservar los saberes propios y de sus comunidades, rescatando las voces de mujeres, así como su patrimonio bibliográfico y documental, y relevar sus experiencias desde una perspectiva feminista, que permita crear instrumentos para gestionar y difundir el patrimonio femenino (Caldo et al., 2020).
Así, profundizar en las estrategias de las mujeres para recoger, situar y preservar las memorias propias y ajenas, resulta indispensable para la consolidación de un patrimonio que se presente en clave democrática, y que reconozca el “valor didáctico y pedagógico del mismo para generar pensamiento crítico y reconstruir los conocimientos poseídos” (García, 2016-2017, p. 88). Es lo que quisimos relevar, mostrar a las mujeres como cuidadoras de la memoria social y defensoras del patrimonio industrial en el sur de Chile, un patrimonio que se constituye en la base de una identidad local y que es mantenido a partir del esfuerzo de comunidades lideradas por mujeres como las aquí presentadas, que se transforman en portadoras vivas de esa herencia cultural (Timón & Muñoz, 2021).
ANID/FONDECYT/Regular 1200806.