Artículos
Recepción: 18 Agosto 2023
Aprobación: 26 Septiembre 2023
DOI: https://doi.org/10.7764/eure.51.152.05
Resumen: El presente artículo busca analizar el proceso de construcción de estadios que desplegó el Estado chileno para las localidades de Arica y Santiago entre 1962 y 1975. A su vez, se propone analizar el mismo proceso para la construcción y remodelación de estadios en el caso de Brasil en 1970. Se postula que la voluntad política tras cada uno de estos procesos fue desarrollar un proyecto de infraestructura deportiva con fines populares, en un contexto en que el fútbol profesional se habría masificado en toda la sociedad. Desde una perspectiva comparativa entre Chile y Brasil, se analizan fuentes de las revistas deportivas Estadio y Gol y Gol, el periódico Folha de São Paulo, además de archivos de organismos del Estado para el caso de Chile; entre ellos, los de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU), del Ministerio de Obras Públicas (MOP) y de la Junta de Adelanto de Arica (JAA).
Palabras clave: historia urbana, infraestructura urbana, proyecto urbano.
Abstract: The present article aims to analyze the process of stadium construction managed by the Chilean government in Arica and Santiago between 1962 and 1975. At the same time, it proposes an analysis of the same process of construction and remodeling of the stadiums in the case of Brazil in 1970. The article postulates that the political will behind these projects was the development of a project involved in sports infrastructure with popular purposes, in a context where professional football became a widespread sport in society. From a comparative perspective between Chile and Brazil, the document examinates sources from sports magazines like Estadio and Gol y Gol, the Folha de São Paulo newspaper, and Chilean government archives such as cormu [Urban Improvement Corporation], mop [Ministry of Public Works], and Junta de Adelanto de Arica [Arica Development Board].
Keywords: urban history, urban infrastructure, urban project.
Introducción
La irrupción del deporte en Chile en los albores del siglo XX suscitó un marcado interés en amplios sectores de la sociedad. En la medida en que surgía una cultura deportiva, la urbe comenzó un paulatino proceso de adecuación de sus espacios para el desarrollo de la práctica concomitante (Briones, 2023a; Rodríguez, 2008). En ese contexto, en diversas ciudades de Chile se gestó una incipiente infraestructura pensada para la actividad deportiva. Así, a lo largo y ancho del país, diversas pistas atléticas convivieron junto con las incipientes instalaciones de clubes deportivos que iban siendo construidas. Ciudades como Concepción, Iquique, Antofagasta, Talca, La Serena, entre las que poseían más población en dicho periodo, fueron cambiando de manera gradual su entorno urbano para la recepción de infraestructura deportiva.
Durante la década de 1940, la actividad futbolística experimentó un proceso de profunda transformación, tanto en su composición como en su relación con la sociedad. En primer término, desde principios de siglo, la actividad había alcanzado un nivel importante de popularidad, la que decantó como un campo natural para el surgimiento de ligas y torneos de carácter nacional. En el marco de dicho proceso, la masificación de la actividad generó un consumo cultural y, a su vez, significó una serie de conocimientos asociados al fenómeno, que fue acompañado por la articulación y circulación periódica de la revista Estadio y suplementos deportivos en todos los periódicos de la época (Acuña, 2021; Briones, 2021, 2023b; Santa Cruz, 2012, 2015). De esta manera, el balompié se constituyó por medio de la existencia de clubes que aplicaron elementos propios de la profesionalización, pues existía una cultura vinculada a estos espectáculos deportivos, como también una afición dispuesta a demandarlos (Alabarces, 2018; Marín, 1995; Ovalle & Briones, 2022, 2023a, 2023b).
En la medida en que se articuló un consumo cultural de la actividad, la organización del torneo estuvo a cargo de los organismos federativos, y las mismas instituciones a través de la presión de sus dirigentes, buscaron garantizar una competencia regular del fútbol profesional. Para la década de 1950, el balompié alcanzó una presencia nacional que demandó una infraestructura deportiva mínima para su desarrollo, tales como canchas de entrenamiento; pero, sobre todo, estadios destinados al espectáculo (Briones & Riquelme, 2023; Millán, 2018). En definitiva, en el contexto en que el fútbol se instaló como práctica cotidiana que define una serie de símbolos de la cultura popular (Elsey, 2011; Hoggart, 2013; Serrano & Moreno, 2017), cada vez y con mayor intensidad, las masas pujaron por la existencia de estadios capaces de acoger cotejos y el desarrollo constante de la competición. En el marco de un proceso de modernización de la infraestructura urbana, desde la segunda mitad del siglo XX, tanto por iniciativa privada como por intervención estatal, se inició la construcción de estadios de fútbol que buscaron acoger la práctica del balompié, pero también difundir el desarrollo de diversos deportes en la sociedad.
En el marco de la modernización social, ingenieros y arquitectos buscaron dar armonía a los centros urbanos. En ese escenario de discusión, los estadios para las masas adquirieron un particular interés, tanto en cómo pensar la ciudad como bajo qué parámetros el Estado podía, o no, intervenir. Con base en ello, se iniciaron programas más ambiciosos sobre la construcción de vivienda popular, como la Operación Sitio, proceso que llevó a concebir una “mayor responsabilidad en el proceso de crecimiento urbano” (Raposo, 2023; Riquelme, 2020). Este era también un proceso de desarrollismo que estaban experimentando las metrópolis latinoamericanas, producto de su extensivo crecimiento demográfico (Almandoz, 2018).
En el ámbito deportivo, desde que la Federación de Fútbol Chileno se adjudicó la organización del Mundial de Fútbol de 1962, diversos órganos del Estado lograron articular planes y proyectos de edificación de estadios destinados a eventos masivos. Si bien no sería hasta el gobierno de la Unidad Popular que la actividad deportiva se desplegó como una política pública, el interés inusitado en la promoción de la actividad corporal y el efecto carnavalesco que produjo la realización del mundial, permitieron a los gobiernos de Jorge Alessandri Rodríguez (1958-1964) y Eduardo Frei Montalva (1964-1970) servirse de proyectos de inversión en infraestructura a gran escala con fines populares y para las masas (Vilches, 2022). La capacidad convocante que evidenció el fútbol, y en menor medida otros deportes, fue vista como un tema de interés para el desarrollo de una gestión gubernamental. La realización y financiamiento de proyectos con recursos fiscales es prueba del interés que despertó el deporte en las autoridades del periodo. En ese sentido, ante la inexistencia de una política amplia de masificación del deporte en la sociedad, la construcción de estadios fue vista como una estrategia que demostraba el interés de las gestiones administrativas en dicha materia.
En relación con lo expuesto, la investigación postula como hipótesis que entre 1962 y 1975, a través de dos experiencias constructivas de estadios, una en Chile y otra en Brasil, se promovió la actividad deportiva y corporal en la sociedad, en la medida en que organismos centrales y regionales buscaron generar una infraestructura capaz de cubrir los eventos masivos de deporte. Asimismo, los proyectos constructivos de estadios respondieron a las demandas por espacios que se gestaron como parte de la identidad del sujeto popular. En otras palabras, se extrae que la voluntad del Estado en cuanto a liderar proyectos de construcción a gran escala pensada para la práctica deportiva, profesional y de espectáculo, responde a un momento histórico particular en que el deporte habría ganado una cantidad ingente de adeptos en la sociedad. En ese sentido, la forma en que el Estado y los gobiernos respectivos buscaron invertir en infraestructura deportiva, estaba orientada a cubrir un interés por llegar a los sectores populares más que a fomentar abiertamente una política deportiva. Tal situación cambiará con el ascenso al poder de Salvador Allende en 1970 (Briones & Riquelme, 2023).
La inversión en la construcción de estadios tuvo particularidades en cada caso analizado. En Arica, la Junta de Adelanto lideró el proyecto; en cambio, para el caso del Estadio Chile fueron organismos centrales, como la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU), las que estuvieron a la cabeza de tales iniciativas.1 En el caso de São Paulo, los aportes provinieron de particulares, canalizados por medio de dirigentes deportivos y de la prefectura. Es decir, la política de construcción de estadios involucró diversos actores, los cuales comprendieron el alcance que había adquirido el fútbol de espectáculo en la sociedad, tanto en su calidad de herramienta cohesionadora como en cuanto actividad económica rentable.
En términos macroeconómicos del PIB (en el sector constructor), para inicios de la década de 1970, países de la región como México (10,0%) y Argentina (5,4%) tuvieron tasas de crecimiento elevadas en el sector, al igual que países del tercer mundo como Corea del Sur (10,5%), Malasia (10,0%), Tailandia (8,3%) y Egipto (6,9%) (Botelho, 2007; Briones & Riquelme, 2023; Rakodi, 1992; Riquelme, 2023a; Santos, 2012, 2019). Tanto en el caso de Chile, con un 6,86%, como el de Brasil con 8,0%, se experimentó un ascenso considerable del sector constructor en el PIB (Tabla 1).
La Tabla 1 evidencia las condiciones económicas ponderadas de Brasil y Chile entre 1965 y 1971. Para el caso de Brasil, el producto interno bruto no hizo más que ascender, pasando de 2,4% (1965) a 11,3% (1971). Por el contrario, la situación de Chile fue más oscilante, pasando de 11,2% (1966) a 1,8% (1970), en un margen de cinco años, pero con una destacada recuperación para 1971 (9,4%), lo que significa que los gobiernos del periodo comenzaban su ciclo político impulsando una fuerte productividad (que acompañaba la ejecución de los programas de las administraciones de turno), que rápidamente se desgastaba por el déficit que aquejaba al país. Con base en este desempeño macroeconómico, podemos sostener que ambas economías estuvieron en condiciones de plantear la inversión de proyectos de infraestructura, que se reflejó en la edificación de estadios, como parte de la política de fortalecimiento del mercado de consumo interno relacionado con la construcción habitacional y no habitacional.
El caso chileno y el brasileño resultan interesantes de comparar, porque en ambas realidades el deporte en general, y el fútbol en particular, habían manifestado una tendencia expansiva considerable en la población. Para el caso chileno, el mundial implicó una intervención del Estado en infraestructura deportiva. Para el brasileño, el periodo coincide con un éxito deportivo sin parangón. Tras el triunfo de 1958, se sumó el campeonato obtenido en 1962 y el tricampeonato mundial de 1970, fenómeno que generó una masividad del balompié que redundó en la demanda de estadios e infraestructura deportiva en el país. En ambos escenarios, las competencias globales de fútbol marcaron la agenda en construcción y fomento al deporte.
En términos metodológicos, se propone la revisión de las publicaciones de las revistas deportivas Estadio y Gol y Gol, que de manera regular se encargaron de difundir tanto los avances de los proyectos ligados al deporte como la relación con el desarrollo de políticas públicas relativas al fomento deportivo, la profesionalización de la actividad y el seguimiento de cada práctica de interés popular. Para comprender el caso brasileño, se revisó el periódico paulista Folha de São Paulo, con el fin de rastrear el interés del Estado brasileño respecto de la inversión en estadios, además de hacer un seguimiento al accionar de dirigentes deportivos en la materia y revisar la demanda popular respecto del fútbol profesional. En definitiva, el cruce de las informaciones documentales citadas permite elaborar la relación entre el deporte, la construcción de infraestructura (en proyectos y ejecución) pensada para la actividad deportiva, y el alcance de la acción del Estado (chileno o brasileño) en la materia. Específicamente para el caso chileno, la pesquisa documental plantea la necesidad de análisis de la documentación oficial liderada por los órganos encargados de llevar adelante los proyectos constructivos. En esa línea, se revisaron las resoluciones, oficios y acuerdos del Ministerio de Obras Públicas (MOP) y los oficios y resoluciones de la CORMU relacionados con proyectos de construcción de los estadios deportivos. Ambos fondos de documentación están ubicados en el Archivo Nacional de la Administración (ARNAD). Para el caso de Arica, se investigaron actas municipales y planos del Archivo Histórico Municipal de la Municipalidad de Arica.
Deporte, infraestructura y política constructiva en Chile
Para mediados del siglo XX, la actividad deportiva había colmado todos los espacios urbanos. No quedaron medios de comunicación indiferentes a la práctica de algún deporte, especialmente del fútbol (Santa Cruz, 2012, 2015). Con la rearticulación de los Mundiales en 1950, el balompié adquirió nuevos bríos y los avances de la competición profesional marcaron la pauta de una demanda constante de eventos de tipo deportivo.
Desde la década de 1940 con el programa “El chileno físicamente apto”, el deporte circundó los escenarios políticos, con escaso éxito en la aplicación de alguna política pública concreta hasta 1970 (Vidal, 2018), y ello pese a que la actividad deportiva en el mismo periodo no hizo más que crecer. Hacia fines de la década de 1950, se hacía evidente en la opinión pública de la sociedad la necesidad de infraestructura deportiva para eventos masivos. En ese punto, uno de los principales medios en asentar la discusión como una demanda social y popular fue la revista Estadio, publicación que fue complementada con el surgimiento de la revista Gol y Gol en los años sesenta.
A lo largo de la década de 1960, las políticas sobre la inversión en el plano deportivo fueron tomando diversas formas a nivel nacional; por ejemplo, en 1965 se inició la construcción del Estadio municipal de Temuco (Gol y Gol, n° 151, 17 de febrero de 1965). Este aumento en la promoción deportiva fue acompañado con programas de educación física a nivel nacional, como la aplicada por la Dirección General de Deportes (DIGEDER) en el Plan de Educación Física y Deportes, que contempló el fomento de la actividad corporal en los planes educativos y en todo el territorio (Gol y Gol, n° 159, 14 de abril de 1965).
Más allá de lo anterior, el evento que marcó la inversión del Estado en materia deportiva fue el Campeonato del Mundo organizado por Chile en 1962. Desde que se conoció la noticia, hubo alerta por la incapacidad de los recintos deportivos. Meses previos al inicio de la cita planetaria, una nota aludía al problema de la insuficiencia de los estadios para recibir a tanto público a las contiendas deportivas: “Ahora todos los aficionados del fútbol se están dando cuenta que va a ser un problema serio el de conseguir entradas para el Mundial del 62” (Estadio, n° 924, 9 de febrero de 1961). La nota fue complementada: “los estadios quedarán chicos por la cantidad de público que desea adquirir sus entradas”.
Para 1965, se hacían frecuentes las publicaciones que explicaban la importancia de contar con mobiliario deportivo en el país. Por ejemplo, en la revista Gol y Gol una nota reconocía: “Falta un gimnasio”. En ella se daba cuenta de la necesidad de contar con espacio para la práctica de deportes como el básquetbol y el box. En la misma publicación se señalaba que existía la voluntad y los recursos para hacerlo (Gol y Gol, n° 147, 20 de enero de 1965). En otra ocasión se acusaba la dispar relación entre el aporte del fútbol profesional a las arcas fiscales y la reinversión del Estado en presupuesto para la DIGEDER. En la información, se fijaba la recaudación fiscal por concepto de fútbol del año 1964 en 594 millones, de los cuales solo 354 millones fueron reinvertidos en otros deportes (Gol y Gol, n° 151, 17 de febrero de 1965).
Para el caso nacional, la asistencia masiva del público al estadio permitió la discusión política sobre la construcción de nuevos recintos. Por ejemplo, en 1967, el Estadio Las Higueras de Huachipato, en Talcahuano, repletó el recinto con 18 mil personas. A raíz de la alta asistencia, se barajó construir un nuevo reducto más amplio y con una capacidad superior a las 50 mil personas (Gol y Gol, n° 263, 19 de abril de 1967). La ciudad de Antofagasta no fue la excepción: en la primera fecha de la Segunda División (entre Antofagasta y Concepción), el estadio logró reunir a 43.663 personas, con recaudaciones que superaron los E° 75.000. El caso de Valparaíso resulta igualmente ilustrativo. En mayo de 1967, se anunció que el estadio Playa Ancha sería ampliado para 40 mil personas. Después de que Valparaíso perdiera la subsede del Mundial de Fútbol de 1962, se comenzó a planificar la ampliación del estadio, cuyas graderías tenían insuficiente capacidad, pues ya para 1962 se había inscrito el estadio de Santiago Wanderers con una capacidad oficial de 18.176 personas. Sin embargo, en un “clásico porteño”, con desbordes de público, apenas si se pudieron controlar 16.569 espectadores. Es decir, su capacidad exacta era un “mito más en materia de estadios gigantes”. En el mismo contexto, en otros escenarios, se iluminaba el campo deportivo de La Portada en La Serena, y debutaba el recinto quillotano con luz artificial y con un bloque de galerías para 15 mil asientos. De esta manera, los hinchas de provincias ya podían ver fútbol nocturno en las estaciones de verano (Gol y Gol, n° 267, 17 de mayo de 1967).
En el marco de inversión deportiva, el caso de Concepción es interesante de revisar. El recinto deportivo penquista venía en los planes de inversión estatal desde principios de la década de 1960. El art. 17, inciso final de la Ley 15.248 del mes de agosto de 1963, indicaba a la Corporación de la Vivienda (CORVI) que se pusiera a disposición MOP “las sumas necesarias para la terminación de la construcción del Estadio Municipal de Concepción”. Sin embargo, fue recién en 1965 que la CORVI aportó E° 600.000 para complementar las obras realizadas en el estadio. Este caso es llamativo, puesto que fue la única obra de infraestructura deportiva de esta envergadura considerada en los presupuestos de la corporación encargada de construir viviendas sociales (Acuerdo n° 26.092, Sesión del 12 de enero de 1965, Vol. 954, Fondo CORVI, ARNAD). Con posterioridad, el 18 de mayo de 1967, el Subdepartamento de Contabilidad de la CORVI entregó, de la Dirección de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas, la suma de E° 37.993,34, correspondiente al saldo de lo presupuestado para el año 1967, con el fin de completar las obras constructivas (Resolución n° 1203, 18 de mayo de 1967, Vol. 1089, Fondo CORVI, ARNAD). Para cuando el recinto ya estaba completamente terminado en 1967 (Figura 1), se registraron 12.010 asistentes a un encuentro de balompié (Gol y Gol, n° 265, 3 de mayo de 1967).
En definitiva, a lo largo de la década de 1960 la construcción de estadios pareció transformarse en un tema de inversión estatal. El aumento considerable de espectadores de los eventos deportivos y una marcada convocatoria popular, movilizaron a diversos organismos que vieron en la construcción de infraestructura deportiva la posibilidad de avanzar en planes de modernización, a la vez que se respondía a demandas de interés social.
Deporte y desarrollo urbano al norte de Chile. El caso Estadio Arica (1962-1973)
Tras los devastadores efectos que provocó en la zona sur el terremoto de Valdivia en 1960, las expectativas en materia de infraestructura deportiva se trasladaron al norte. Especialmente la ciudad de Arica se transformó en una candidata inmediata para ser considerada como subsede y disponer de un estadio para el mundial de fútbol que se disputaría en 1962. Con tal propósito, instituciones de Arica como la Junta de Adelanto,2 y la CORFO como representante del gobierno central, pusieron a disposición sus esfuerzos constructivos para alcanzar dicho propósito. En la práctica, esto suponía flujos de dinero para inversión en la infraestructura necesaria para el evento y la construcción del estadio.
A pocos días del terremoto que asoló Valdivia, Carlos Dittborn tuvo reuniones con los representantes del gobierno y la Junta de Adelanto de Arica, la que se mostró dispuesta a colaborar para cumplir con los plazos que la organización del mundial establecía. Para 1961, Estadio publicaba los costos de la construcción del estadio, que ascenderían a los “Cuatrocientos mil dólares”, suma que permitiría la construcción de un inmueble para albergar a una multitud de “25 mil personas en cada reunión” (Estadio, n° 953, 31 de agosto de 1961). En la nota se hacía una directa alusión al impacto que iba a tener en la población la obtención del recinto. Para la Junta de Adelanto, la construcción del estadio no fue una tarea superficial, pues contaron con instrumentos técnicos y una serie de planos para tales efectos (Figura 2).
La particularidad de la construcción del estadio de Arica fue la necesidad de adaptar ese proceso a los tiempos dispuestos por la FIFA para la organización del evento. En ese sentido, la CORFO y la Junta de Adelanto entendieron el proyecto del estadio como un conjunto de obras que debía preparar a la ciudad para operar como una sede del mundial. Con ese objetivo en mente, las publicaciones de la prensa y las revistas asumieron la labor de informar y entregar los avances en la materia:
La Junta de Adelanto de Arica, ha impulsado la inversión en el estadio para alcanzar los 25 mil espectadores. Asimismo la inversión se centrará en conjuntos habitacionales para permitir una mayor comodidad a la realización del Mundial de 1962. Llegó a invertir 651 mil dólares en un bloque de 78 departamentos y 21 casas cerca del campo de juego. (Estadio, 945, 6 de julio de 1961)
Las publicaciones informaron los colosales esfuerzos para conseguir levantar el estadio, sobre todo para el traslado de “más de 4 mil kilos de semilla alemana para el injerto de pasto en la zona desértica”. No obstante, además de la promoción deportiva y la construcción del campo para alojar tal actividad en la ciudad, el mundial ofreció una importante inversión en materia de viviendas y diversa infraestructura con fines turísticos: “Con el fin de solucionar el problema habitacional de Arica, la CORFO facilitó a la Junta un préstamo de 500 mil escudos. Destinados para la terminación de tres hoteles” (Estadio, n° 968, 14 de diciembre de 1962). Tiempo después las notas seguían valorando el impacto del estadio sobre el desarrollo de la ciudad: “Las ciudades agraciadas muestran sus estadios con satisfacción y orgullo. Ninguna más feliz y agradecida que la lejana Arica” (Estadio, n° 1026, 24 de enero de 1963). En definitiva, el estadio de Arica es una expresión de cómo se relacionaron las políticas de infraestructura deportiva con el crecimiento urbano de la ciudad en la zona norte del país (Figura 3).
Tras la inauguración del estadio, el balance que se desarrolló sobre su impacto en la comuna fue un tema que destacaron las publicaciones: “La copa del Mundo es la atracción más grande que haya tenido Arica para sus habitantes. En la visita de la selección nacional se captó el fervor con que los ariqueños siguen todo lo relacionado con el Mundial” (Estadio, n° 986, 19 de abril de 1962).
Ya terminada la fiebre mundialera, la ciudad ariqueña siguió siendo protagonista de la creciente demanda deportiva. Los medios capitalinos cubrieron las diversas prácticas deportivas desarrolladas en la urbe nortina. El atletismo, la gimnasia y el fútbol se vieron favorecidos por la creación del estadio. Para 1965, las notas sobre la actividad deportiva en Arica se centraban en la importancia del estadio para el desarrollo de la ciudad (Estadio, n° 1141, 8 de abril de 1965). La situación continuó en la década siguiente, en que los dos principales medios de comunicación deportivos establecieron columnas y notas periódicas sobre el “estado de la actividad deportiva ariqueña”.
Tras diez años de funcionamiento del estadio, se desplegaron actividades deportivas y eventos conmemorativos de carácter popular. El lugar funcionó desde sus inicios como un cohesionador de las masas, además de ser un importante difusor de diversas actividades deportivas. En una publicación de carácter conmemorativo, se destacó el rol del deporte en la ciudad de Arica y se conmemoró el cotejo entre Chile y la Unión Soviética, disputado diez años antes en el contexto del mundial de fútbol (Estadio, n° 1505, 30 de mayo de 1972).
Inversión en deporte y remodelación urbana de Santiago de Chile (1965-1975)
En 1967, el gobierno de Eduardo Frei Montalva solicitó ser sede de los Sextos Juegos Panamericanos, lo que le significó la búsqueda de un programa de modernización de su infraestructura.3 Se consideró que el escenario matriz sería el Estadio Nacional, “por su capacidad y por ser el atletismo el deporte básico de los Juegos”. En el recinto ya se llevaban a cabo planes de infraestructura, como la construcción del velódromo de Santiago en 1965 (Gol y Gol, n° 159, 14 de abril de 1965). Una nota publicada en Gol y Gol indicaba: “En el mismo Estadio Nacional podría efectuarse la natación, que requeriría la terminación de las instalaciones para saltos ornamentales a nivel olímpico. Los deportes bajo techo –basquetbol, voleibol, esgrima, tenis de mesa, lucha, gimnasia, etc.– podrían realizarse en el Estadio Chile, con capacidad para 5 mil personas” (Gol y Gol, n° 249, 11 de enero de 1967). El Estadio Chile, referido en la cita anterior, fue descrito como “la gran ilusión dormida de nuestro deporte”, en la que se consideraba que su construcción se encontraba en un estado latente: “sin que hasta el momento surja la tabla de salvación que logre llevarlo hasta buena orilla” (Gol y Gol, n° 249, 11 de enero de 1967).
En la misma nota publicada en la revista, se declaraba que el Estadio Nataniel, de la Federación de Básquetbol de Chile, que contaba con capacidad para 4 mil espectadores, era una de las pocas obras bajo techo que estaban completas o al menos utilizables para la realización del evento, pese a que sus terminaciones de la parte oriental “recién parecen comenzar a terminarse”. Además, el Estadio Monumental del Parque Cousiño, con capacidad para 25 mil personas, era visto como “una de las obras que, por sí solas, justificaría la realización de los Juegos”. Sin embargo, la obra, con un costo de “miles de millones de escudos”, también era un proyecto que “duerme el sueño de los justos”, esperando ser terminada. Afirmaba Sabino Aguad, una de las máximas autoridades del deporte chileno: “Es tradicional [...] que en otros países se inauguren con motivo de los Juegos, conjuntos habitacionales que, una vez terminado el torneo, se entregan a sus ocupantes. En este caso, vendrán unas 3 mil personas. Faltan 4 años. ¡Y cómo no vamos a poder construir un conjunto habitacional con esa capacidad!” (Gol y Gol, n° 249, 11 de enero de 1967).
Como puede notarse, la paralización de las obras de gran tamaño era frecuente en Chile y los mecanismos de financiamiento estaban acompañados por la improvisación y la búsqueda de diferentes fuentes. Esto puede notarse también con el caso del Estadio Chile, “la gran ilusión dormida”, que finalmente fue tomado por una corporación del Estado encargada de remodelar espacios urbanos y edificar viviendas en altura.
La construcción del Estadio Chile fue un tema que se venía discutiendo desde mediados de la década de 1950. En el editorial de la revista Estadio apareció publicado en 1955: “Se construirá un estadio municipal en Santiago. Pero un estadio, en barrio Estación, para empleados municipales, con capacidad para diez mil personas, lo que hace suponer que servirá para el deporte de su barrio por lo menos” (Estadio, n° 647, 22 de octubre de 1955). Las publicaciones continuaron, y para 1957 se aludía a la presentación del Proyecto al gobierno central como un “Estadio techado para Santiago” (Estadio, n° 731, 17 de mayo de 1957).
Sin embargo, tuvo que pasar cerca de una década para que los planes de la construcción del estadio fuesen una posibilidad concreta. El Estadio Chile se encontraba en la nómina de proyectos de remodelación en estudio que manejaba la CORMU para 1969 en la ciudad de Santiago (Oficio n° 1154, 9 de mayo de 1969, Vol. 43, Fondo CORMU, ARNAD). Dentro de los planes, se contempló la terminación del Estadio Chile incluida en un proyecto de mayor amplitud de remodelación urbana, que tuvo por nombre Remodelación Manzana Estadio Chile, que fue adjudicado el 15 de octubre a la Empresa Constructora Portal Edwards Ltda., representada por Francisco Regulez y Fernando Comandari (Acuerdo n° 3448, sesión de 15 de octubre de 1969, Fondo CORMU, ARNAD). Así las cosas, la manzana en que se decidió la ubicación del programa contemplaba una superficie de 1,76 hectáreas, comprendidas entre la avenida Bernardo O’Higgins y las calles Bascuñán Guerrero, Salvador Sanfuentes y Unión Latinoamericana (Oficio n° 2570, 22 de octubre de 1969, Vol. 46, Fondo CORMU, ARNAD). Para ejecutar el proyecto, la CORMU debió erradicar 50 familias que alojaban dentro de la circunscripción territorial destinada para las obras (Tabla 2). En compensación, el proyecto CORMU incluía un pequeño conjunto habitacional de 54 departamentos y locales comerciales, con una densidad contemplada de 160 habitantes por hectárea. Asimismo, a fin de formalizar el mandato, la empresa puso a disposición de la Corporación, mediante cheque nominativo girado a su favor, la suma de E° 200.000, de los cuales una parte fue destinada por la institución a sufragar los gastos por honorarios profesionales, técnicos, judiciales, notariales y del Conservador de Bienes Raíces. El saldo se invertiría en pagar el valor de indemnización por las expropiaciones o precios de compraventa (Acuerdo n° 3448, sesión de 15 de octubre de 1969; Oficio n° 1672, Vol. 64, Fondo CORMU, ARNAD).
Sin embargo, la quimera del estadio no fue un hecho sino hasta 1970, cuando la CORMU incluyó en su presupuesto global los fondos necesarios e informaba el 18 de mayo de 1970 a la Cámara de Diputados los planes de desarrollo urbano en la provincia de Santiago para dicho año. El proyecto “Estadio Chile” fue parte de un programa más ambicioso y amplio para la ciudad de Santiago, que incluía obras como “Paso Inferior Santa Lucía”, “Remodelación San Borja”, “Remodelación Barrio Cívico”, “Remodelación Parque Inés de Suárez” y “Remodelación Mapocho Bulnes”. Esto se destacó en la exposición “Santiago Salta al Futuro”, que sumó otros programas de remodelación durante el gobierno de Salvador Allende, tales como “Parque San Luis”, “Cuatro Álamos Maipú”, “Padres Carmelitos Maipú”, “Parque Intercomunal Poniente”, “Conjunto Habitacional Iracheta”, entre otros (Resolución n° 67, 2 de febrero de 1971, Vol. 73, Fondo CORMU, ARNAD). Es decir, el estadio fue visto como un elemento capaz de articular un programa de modernización de la capital a la vez que favorecía la cohesión social capitalina (Tabla 3). Si bien durante el gobierno de Salvador Allende hubo una promoción deportiva de corte popular (Briones & Riquelme, 2023), la construcción del Estadio Chile vino a responder a décadas de demandas sobre la inclusión del deporte en políticas públicas. Además, coincidió con la creación de la DIGEDER, que estuvo acompañada de la Ley General de Deportes.4 En tal contexto, el deporte pasó a ser considerado como parte de la agenda del Estado (Modiano, 1997; Muñoz, 2001).
La capital fue objeto de diversos proyectos de infraestructura urbana desplegados por la Corporación. En ese marco, el plan habitacional CORMU de 1971 fue notablemente amplio. La corporación estatal concibió construir 5.053 viviendas para Santiago (Oficio n° 98, 14 de enero de 1971, Vol. 90, Fondo CORMU, ARNAD), lo que respondió a un esfuerzo de gran calado por generar cobertura habitacional. Solamente en ese año, la Unidad Popular generó un stock de 76.079 unidades, el cual, complementado por el aporte del sector privado, sumó un total de 89.203 viviendas, el mejor año en materia de cobertura hasta ese entonces (Riquelme, 2023b). No obstante, la amplitud de los proyectos dejó a la Corporación sin presupuesto para finalizar otros programas, como el de Estadio Chile.5 El 25 de julio de 1975, bajo dictadura militar, el coronel Enrique Juneman Mardones, en ese entonces vicepresidente de la CORMU, le comunicaba a Jorge Ehlers Trostel, director general de Deportes y Recreación:
Con la suspensión de los Juegos Panamericanos, con posterioridad al 11 de septiembre de 1973, este proyecto también quedó detenido, por lo que se tomó la decisión de refaccionar la infraestructura del Portal Edwards como prioridad.
El caso de Brasil a principios de los setenta
Para inicios de la década de 1970, Brasil presentaba un cuadro económico promisorio. Por segundo año consecutivo, obtenía una tasa de crecimiento anual del 9%, que la transformaba “en una de las naciones de más rápido desarrollo del mundo” (Folha de São Paulo, n° 15.176, 3 de enero de 1971). La inflación se mantenía un tanto superior al 20% y se proyectaba que el país alcanzaría los 1,2 billones de dólares (cinco billones y 940 millones de cruceiros) en reservas extranjeras para 1971. El ministro de Hacienda, Antonio Delfin Neto, informaba que, para ese entonces, las reservas brasileñas habían obtenido un superávit de 500 millones de dólares (2 billones y 475 millones de cruzeiros) en la balanza de pagos, como resultado de incrementos de 25% de las exportaciones. A su vez, la industria automovilística (la octava mayor del mundo) superaba la tasa de producción con un crecimiento anual del 25%. Por ello, en una reunión convocada a 300 banqueros en el Congreso Anual en Brasilia, el presidente del Banco de Brasil declaraba que “el país deberá en breve traspasar los índices de crecimiento de Japón, que es el líder mundial en la carrera por el desarrollo” (Folha de São Paulo, n° 15.277, 27 de mayo de 1971). De esta manera, expresiones como el “milagro económico”, “impresionantes mejoras” y “tremendo progreso económico”, eran entregadas periódicamente por representantes de la AID (Agencia para el Desarrollo Internacional, del gobierno de los Estados Unidos) y del FMI (Fondo Monetario Internacional). Este momento de bonanza económica que tuvo el país a inicios de la década de 1970 permitió financiar una cantidad considerable de proyectos de infraestructura, que se vieron reflejados en modernos espacios de masificación del deporte (Folha de São Paulo, n° 15.320, 14 de abril de 1971).
El deporte cumplía un rol económico y social de importancia para las instituciones brasileñas. El fútbol por encima de todo (Da Matta, 1982; Helal, 1997). Esto se reflejaba en eventos de importancia, como el que se dio el domingo 27 de junio de 1971, cuando se buscó batir récords en el estadio Morumbi de São Paulo con el partido entre el São Paulo y el Palmeiras por el título del Campeonato Paulista de 1971 (Figura 4). El equipo São Paulo venía como el favorito, pues solo necesitaba de un empate para alcanzar el título, mientras que el Palmeiras estaba obligado a ser el vencedor. La renta de dicho partido se calculó sobre el millón de cruzeiros (631 mil cruzeiros en ingresos vendidos al viernes, sin contar los ingresos recaudados el día del partido), con 139.964 entradas vendidas y 11.000 lugares gratuitos para menores de 14 años y autoridades. “Un récord absoluto en todo el país”, informaba la prensa. Debido a la magnitud del cotejo, el partido se transmitió por televisión y fue necesaria la participación de 266 soldados de la policía militar para contener la considerable población que se movía del recinto deportivo a la ciudad (Folha de São Paulo, n° 15.351, 27 de junio de 1971). El equipo de São Paulo finalmente ganó el partido por la cuenta mínima, logrando una recaudación máxima de Cr$913.916,00 (Folha de São Paulo, n° 15.352, 28 de junio de 1971).
Por otra parte, en septiembre de 1971 se publicó la maqueta del nuevo estadio de Corintians, que sería edificado en el distrito de Itaquera. Con un plan de inicio de obras para enero de 1972 y un costo de construcción que ascendía a Cr$60 millones, la capacidad del nuevo estadio permitía albergar hasta 70 mil personas (Folha de São Paulo, n° 15.446, 30 de septiembre de 1971). Estas obras eran importantes en términos de geografía urbana, puesto que se relacionaban con la política habitacional del régimen militar de urbanizar con vivienda social la zona este de São Paulo (Bonduki, 2012, p. 66). En ese aspecto, la Companhia Metropolitana de la Habitação de São Paulo (COHAB), encargada de construir infraestructura habitacional y para el deporte, alcanzaba cuotas similares a las logradas por la política habitacional chilena en el gobierno de la Unidad Popular (Briones & Riquelme, 2023). Así las cosas, ambos Estados –que impulsaban acciones enmarcadas en la política del desarrollismo (bajo un modelo autoritario, en un caso, y democrático, en el otro)– se servían de estos nuevos espacios producidos para acercar al resto de las metrópolis, las periferias en que se situaban (Figura 5).
En las líneas señaladas, en las afueras de la ciudad de São Paulo, en la prefectura de Uberaba, se planificó la construcción del Estadio Municipal –que debía ser emplazado en el centro de la ciudad–, con capacidad para recibir hasta 30 mil aficionados. El prefecto de la ciudad, Arnaldo Rosa Prata, afirmaba que las obras del estadio estarían terminadas para marzo de 1972. De esta manera, la prefectura pretendía utilizar el recinto para realizar cuatro a cinco juegos con los principales cuadros del país. A diferencia del proyecto Corintians, este estadio fue construido únicamente con recursos de la prefectura. Para ello, durante el mes de noviembre se inició un programa de donación popular de cemento que permitió la finalización de la obra gruesa, logro que los medios brasileños calificaron como el “pueblo colaborando directamente en su construcción” (Folha de São Paulo, n° 15.484, 7 de noviembre de 1971).
Por otro lado, en marzo de 1971, en la prefectura y ciudad de Sorocaba se apresuraba la construcción de su estadio de fútbol en el barrio Jardim Santa Rosalia. El mismo local fue erigido en Centro Comunitario de Integración. La obra inicial consistió en un estadio de fútbol con todas las comodidades necesarias, como iluminación y pista de atletismo. Posteriormente, se contempló la construcción de un gimnasio, canchas para básquetbol y vóleibol, además de una piscina. Para entonces, por la falta de cemento, las obras del estadio se encontraban en riesgo de paralización. Para enfrentar esta situación, José Ermirio de Morais Filho, presidente de la Federación Paulista de Fútbol, uno de los dos directores de Votorantim, además de los dirigentes del EC [Esporte Clube] São Bento, colaboraron con la prefectura, consiguiendo una cuota extra de 300 sacos de cemento diario. Gracias a este fortalecimiento, las obras del estadio pudieron ser aceleradas y pudo celebrarse un segundo contrato con la empresa constructora, por lo que las obras lograron estar concluidas en noviembre, y la inauguración pudo hacerse en diciembre. El Estadio del Centro Comunitario de Integración de Sorocaba contempló, inicialmente, capacidad para 35 mil personas. El proyecto, en tanto, previó acomodaciones para hasta 65 mil personas cuando estuviera terminado (Figura 6). Para los 35 mil lugares, las obras estuvieron presupuestadas en 450 mil cruzeiros. Emidio Cagalí, presidente del EC São Bento, afirmaba que el club deportivo recaudaba un máximo de 41 mil cruzeiros, pero con el futuro estadio de la ciudad totalmente terminado, la recaudación podría alcanzar hasta 150 mil cruzeiros, lo que colocaría al club deportivo en “una situación financiera de las mejores” (Folha de São Paulo, n° 15.247, 15 de marzo de 1971).
Por último, las obras de renovación del estadio Mario Folha (Maracaná) de la ciudad de Río de Janeiro fueron las más importantes en toda la nación carioca. Con la aprobación por la ADEG de un financiamiento de 500 mil cruzeiros, las obras incluyeron la recuperación de las graderías, la pintura de las marquesinas, las ferreterías en el sector de palcos, césped, mejoras en las barras y pintura, y revestimientos de las superficies restantes. El trabajo de recuperación de las graderías fue el de mayor importancia, puesto que el estadio fue inaugurado en 1950 para servir de sede de la Copa del Mundo, y desde entonces no había recibido ninguna mantención de importancia. Frente a esto, afirmaba el ingeniero a cargo del proyecto, Ricardo Labre: “Maracaná viene siendo utilizado para un número excesivo de juegos, la mayoría sin importancia, desgastando cada vez más el césped”. Inclusive, el ingeniero entregaba algunos ejemplos comparativos al Folha de São Paulo: “En 1970, solamente 20 juegos fueron realizados en el Estadio do Jamor, en Portugal y apenas 5 en Wembley, en Inglaterra. En el mismo año, el Maracaná fue utilizado para 214 juegos, la mayoría sin cualquier interés para el público”. Abelard Franca, director de la ADEG, informaba también lo que podía pasar con la cancha: “Multiplique 214 partidos por 23 personas (22 jugadores y el árbitro); ahora multiplique el producto por dos piernas. El resultado, multiplique por seis tacos [de las botas]... así no es posible”. La importancia del estadio Maracaná se justificaba por los propios números que podían contabilizarse a partir de su fundación: desde que fue inaugurado, recibió 55.946.963 personas, acumulando una renta bruta de Cr$55.020.568,20. Solamente en 1970, se recogieron Cr$16.428.845,50 de 110 juegos principales y 114 preliminares. Casi 4 millones de personas pasaron por sus portones ese mismo año. La mayor renta y el aumento constante de público eran, a su vez, los mayores totales computados en los veinte años de existencia del estadio. Fue en el juego Brasil vs. Paraguay, eliminatoria de Copa del Mundo, realizado el 31 de agosto de 1971, que asistieron 183.341 personas y que por el ingreso pagado (varias personas también ingresaron sin pagar su entrada) se logró acumular una renta de Cr$1.087.857 (Folha de São Paulo, n° 15.177, 4 de enero de 1971). A pesar de todos esos números, la iluminación y las graderías del estadio siempre fueron consideradas precarias, lo que instalaba la necesidad de la remodelación (Figura 7).
Para mayo de 1972, con el comienzo de la disputa por la Mini Copa Taça Independência, el estadio de Maracaná estaría completamente reformado, con seis torres de iluminación de 20 metros de altura (tres en cada lado de las marquesinas), “igual o superior a las mejores existentes en el momento en todo el mundo”. Con un costo total fijado en casi 2 millones de cruzeiros, el nuevo sistema ofrecería condiciones de luz iguales a las naturales, “idéntico al que está siendo instalado en el Estadio Olímpico de Múnich, de Alemania, para los Juegos Olímpicos del próximo año”. Una de las nuevas características que adquirió la iluminación era la llamada “reactivación inmediata”: “los reflectores funcionan apenas algunos segundos después de cualquier cortocircuito”. Las lámparas de tipo multivapor metálico, de 3.500 watts, fueron montadas en 204 proyectores, que proporcionaban un total de 1.600 voltios. Esto permitiría televisar los juegos de la Mini Copa a colores. Solo un aspecto del Maracaná se mantendría tal cual: esto es, las galerías, que se encuentran en “pésimas condiciones”. Los estudios realizados para la reforma completa de la galería se encontraban con un problema muy serio. Se consideraba el Maracaná como el único estadio de Guanabara donde se podían realizar los juegos importantes. En otras palabras, el fútbol carioca dependía, “financieramente, de Maracaná”. Solo para tener una idea de los índices de utilización del estadio: en 1971 fueron realizados nada menos que 225 partidos, de los cuales 121 fueron juegos oficiales. Como contraste, en Europa se jugaron entre 10 y 20 partidas por año en cualquiera de los principales estadios, incluido el de Wembley. Las perspectivas para 1972, sobre ese aspecto, no eran nada animadoras para el Maracaná. El día 8 de diciembre de 1971 jugarían Flamengo y Botafogo; cuatro días después, la partida sería entre Flamengo y Atlético Mineiro. Después de ello, el estadio estaría cerrado nuevamente, para una reforma en la galería. Más sería apenas una reforma parcial, porque para el día 28 de febrero se reiniciaría la maratón de juego (Folha de São Paulo, n° 15.532, 25 de noviembre de 1971).
Conclusión
La década de 1960 en América Latina estuvo marcado por la aplicación de agendas políticas que buscaron llevar a cabo acciones orientadas a la inclusión de sectores marginados. En ese sentido, los programas sobre construcción de estadios se insertan en una política de inversión y fomento deportivo dirigida a la población en general. Como se mencionó en los acápites anteriores, la actividad deportiva fue comprendida como un elemento benéfico para el desarrollo de la vida de las personas. Además, el deporte entregaba diversos espacios para la cohesión de la sociedad. En tal contexto, la inversión deportiva es un reflejo de la voluntad política de promocionar una modernización urbana en el ámbito deportivo.
No obstante, dentro de los principales obstáculos al proceso constructivo estuvieron las condiciones económicas durante cada gobierno, las que marcaron los avances y estancamientos en dicha materia. El problema no fue menor, puesto que el periodo estuvo caracterizado por una polarización política-ideológica que llevó a los gobiernos de turno a invertir en programas de alcance popular y, en algunos casos, de índole inclusiva.
De las diversas experiencias analizadas, se constató una tendencia a un gasto que, en varias etapas de la construcción, terminó siendo un problema de carácter político. En ese sentido, la improvisación para la financiación de los proyectos pasó a ser parte del comportamiento fluctuante, y muchas veces laxo, de los organismos públicos a la hora de definir a cuál proyecto inyectar recursos. A pesar de que en Chile y Brasil de fines de la década de 1960 el comportamiento económico tendió a una inflación, los organismos encargados de liderar las obras se vieron, en la práctica, dispuestos a recurrir a múltiples estratagemas para alcanzar los objetivos de construcción planteados desde sus programas. Esa especie de modus operandi facilitó la convivencia entre fondos regulares y financiación irregular, en que particulares e instituciones públicas de distinta unidad territorial fueron alternando las formas en que se podía alcanzar los objetivos materializados en la construcción de estadios. En el caso de Chile, empresarios y particulares, unidades políticas locales y organismos del gobierno central, lograron imbricar acciones conducentes a la financiación. Este fenómeno no fue aislado; así, el estadio de Concepción, el Estadio Chile o el estadio Carlos Dittborn de la ciudad de Arica, lograron finalizar las obras con base en este formato. En Brasil la situación no varió del todo, en cuanto a que aportes provenientes del Estado tuvieron que ser complementados con apoyos financieros operados por los dirigentes de los clubes. El caso del Corintians es representativo, considerando que las obras no habrían avanzado lo suficiente sin la gestión de empresarios locales o dirigentes deportivos que movilizaron los múltiples ámbitos para la construcción del estadio.
En los casos analizados, se constata que la construcción del estadio fue parte de programas de gobierno, los mismos que incluyeron la construcción de recintos para espectáculos masivos como una forma de modernizar e incluir en sus políticas a los grupos sociales marginados. Al menos en las retóricas que se utilizaron para justificar su financiamiento, la búsqueda de incluir lo “popular” estuvo presente, tanto en las ideas tras las propuestas como en la aplicación de los programas y proyectos de obras.
El presente estudio plantea más interrogantes necesarias de subsanar. Pareciera ser que el financiamiento de los estadios logró incluir el deporte en las políticas de gobierno, por más que el funcionamiento de diversas organizaciones deportivas siguió siendo relativamente independiente del Estado. También es interesante contrastar la inversión que se dio en los gobiernos de Chile y Brasil durante las décadas de 1960 y 1970, orientadas a financiar proyectos de un alto impacto urbano: ¿Cuál fue el vínculo entre los recintos de espectáculo deportivo masivo y las políticas de promoción deportiva en el plano popular? ¿Qué elementos pasaron a ser parte de una retórica de inclusión popular en el deporte, por sobre una política efectiva? ¿De qué manera los estadios reflejaron el ímpetu modernizador de programas de urbanización y modernización?
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Notas