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Mujeres académicas, violencias incorporadas y vinculación afectiva. Una aproximación metodológica
Academic Women, Incorporated Violence and Emotional Bonding. A Methodological Approach
Iberoforum. Revista de Ciencias Sociales, vol. 3, núm. 2, pp. 1-26, 2023
Universidad Iberoamericana, Ciudad de México

Dossier



Recepción: 28 Abril 2023

Aprobación: 02 Diciembre 2023

Publicación: 31 Diciembre 2023

DOI: https://doi.org/10.48102/if.2023.v3.n2.294

Resumen: El presente artículo tiene como objetivo diseñar un instrumento que permita analizar la incorporación de la violencia machista en el cuerpo y las emociones de las mujeres académicas, así como el efecto que tiene dicha incorporación en sus vínculos en el campo científico. Para ello, elaboramos una reflexión en torno a la importancia que han cobrado los estudios sobre cuerpo y afectividad, en las últimas décadas, en las ciencias sociales. Además, subrayamos el notable vínculo entre feminismo y giro afectivo para, posteriormente, identificar las categorías de aquello que se puede entender como violencia en el espacio académico. Finalmente, realizamos un ejercicio de operativización de dichas categorías para, más tarde, diseñar el instrumento que permita extraer información sobre el fenómeno de la violencia machista en la academia, así como sus efectos en las emociones y trayectorias de las mujeres.

Palabras clave: Violencia en la academia, mujeres, cuerpo, emociones, vinculaciones afectivas.

Abstract: This article aims to design an instrument that allows the analysis of the incorporation of sexist violence in the body and emotions of academic women, as well as the effect that this incorporation has on their work in the scientific field. For this, we elaborate a reflection on the importance that studies on body and affectivity have achieved, in the last decades, in the Social Sciences. In addition, we underline the important link between feminism and the affective turn to, later, identify the categories of what can be understood as violence in the academic space. Finally, we carry out an exercise to operationalize these categories to subsequently design the instrument that allows us to extract information about the phenomenon of male violence in academia, as well as its effects on the emotions and trajectories of women.

Keywords: Violence in the academy, women, body, emotions, affective links.

Introducción

En décadas recientes, las ciencias sociales han mostrado gran interés en torno a la afectividad y el cuerpo. Para Adriana García y Olga Sabido (2014), esto no es una casualidad: es una forma de responder a las dinámicas que adquieren diversos fenómenos sociales en un contexto de incertidumbre y contingencia que modifica las prácticas afectivas. Sin embargo, argumentan que hace falta investigación en torno a “las condiciones que hicieron posible la aparición de dichas temáticas y cómo esto refleja […] un cambio social [y] un cambio en las ciencias sociales en general” (García y Sabido, 2014, p. 12).

Resulta muy atractivo reflexionar en torno a qué sucedió en el campo de las ciencias sociales para que temas históricamente relegados, como el cuerpo y las emociones, se convirtieran en la preocupación central de revistas especializadas, seminarios y grupos de investigación. Desde luego, ese objetivo excede las pretensiones de este artículo, aunque es importante mencionarlo debido a que, si bien el tema de la afectividad y el cuerpo se había abordado desde la sociología clásica, es posible dar cuenta de hechos históricos y movimientos políticos que impulsaron la reflexión, entre estos el feminismo.1

Hablar específicamente del feminismo es fundamental para el presente artículo, cuyo objetivo es diseñar un instrumento para analizar cómo se incorpora la violencia machista en el cuerpo y las emociones de las mujeres investigadoras, así como el efecto que tiene dicha incorporación en sus vínculos en el campo académico.

Es casi evidente que un movimiento que reitera que “lo personal es político” (Suárez, 2020) se convierta en impulso para un conjunto de investigaciones que subrayan la dimensión social de fenómenos tradicionalmente pensados como individuales: el cuerpo, el sexo, el amor, la afectividad, la violencia machista, entre muchos otros.

El hecho de que la violencia machista sobre el cuerpo y las emociones de las mujeres fuese concebida como un asunto privado y no público no es una mera casualidad. Los problemas que no tienen resonancia en el espacio público parecen no existir (Pateman, 1996); que la violencia machista no se comunique fuera del espacio reducido de la casa o la pareja resulta muy conveniente para los agresores.

El discurso machista ha insistido en que las emociones de las mujeres son personales, individuales, en primer lugar, para excluirlas del espacio público y, en segundo lugar, para librarse de las consecuencias legales y sociales que implica tratar el tema públicamente. Reflexionar en torno a este fenómeno es importante porque muchas de las emociones históricamente recriminadas y estigmatizadas de las mujeres son resultado directo de la violencia machista y sexista ejercida contra ellas.2

En ese sentido, observar las emociones como un fenómeno social no sólo se traduce en una ampliación del campo de visión de la sociología, sino en una puerta política que se abre para tratar pública y socialmente una serie de violencias que han permanecido ocultas en el espacio “privado” de la casa o del cuerpo.

En este proceso, la comunicación juega un papel fundamental. La lucha feminista ha sido la lucha por la visibilización de la violencia contra las mujeres o, planteado de otra forma, por la comunicación de dicha violencia. Colocar el tema en los medios de comunicación, en las leyes, en las revistas científicas, en el arte, o incluso en el mercado es justamente lo que ha permitido el salto de “lo personal a lo público”.

García y Sabido (2014) señalan que el estudio sociológico de la afectividad ha venido a romper con los dualismos históricos del pensamiento occidental:

[...] representado por el par cuerpo y mente del cual se desprenden otros, tales como conciencia/organismo, cultura/naturaleza y sentido/cuerpo. Dicha herencia tiene larga data, pero cobra una relevancia significativa con el dualismo cartesiano y se magnifica en el postulado pienso luego existo, de René Descartes. (p. 13)

Las autoras subrayan que, a partir de dichas duplas, se trazó una separación tajante entre aquello que le sucede al cuerpo y lo que es propio de la conciencia; esto tuvo efectos en el pensamiento en general y en la teoría social en particular. La conclusión obvia era que los asuntos del cuerpo no tenían nada que ver con las ciencias sociales; afirmación que se ve desafiada, fundamentalmente, con los procesos de institucionalización de los estudios sobre cuerpo y emociones:

Un primer viso de institucionalización del trabajo de las emociones se puede rastrear en los setenta en varios autores y autoras norteamericanos como Heise, Hochschild, Kemper, Scheff y Shott (Turner y Stets, 2005: 1; Bericat, 2000); y del otro lado del Atlántico, a partir de 1989 con el establecimiento de un grupo de investigación sobre Sociología de las emociones, bajo el amparo de los organizadores de las conferencias de Theory, culture and society (Bendelow y Williams, 1998: XV). Y más reciente, en 2009, aparece Emotion Review bajo el cobijo de la International Society for Research on Emotions (ISRE) […] Pero […] es hasta los noventa que podemos observar una presencia fuerte de artículos y libros de múltiples autores sobre las emociones desde la sociología. (García y Sabido, 2014, p. 15)3

Aquí quisiéramos insistir en la importancia de la comunicación de dichas emociones: la teoría social se ha interesado en cómo éstas se configuran socialmente, sí, pero también en los efectos que tienen en la sociedad, es decir, cómo se hacen presentes. Pierre Bourdieu (1991) señala: “el cuerpo siempre sabe”, pero a esa afirmación habría que agregar “el cuerpo habla” o, dicho de forma más precisa, “la comunicación trae al cuerpo al universo de lo social”. Esta reflexión guarda una relación estrecha con el concepto “vinculaciones afectivas”.

García y Sabido (2014) enfatizan:

Nuestro punto de partida es que la importancia de las emociones tiene que ver no solo con cómo las creaciones discursivas históricas moldean la experiencia emotiva, sino con cómo ésta genera vínculos entre seres humanos corporeizados, los afianza, los deteriora o los rompe. Lo que nos interesa es la vinculación humana a través de las emociones como un problema sociológico central […] Por ello, para enmarcar nuestra línea de investigación elegimos los rendimientos heurísticos que tiene la mirada eliasiana respecto al terreno de la afectividad, específicamente lo que Norbert Elias denomina las vinculaciones afectivas (Affektive Bindungen) […] la afectividad vincula seres corporeizados y, por lo tanto, personas que sienten. (pp. 21-22)

Es decir, la forma en la que el cuerpo comunica lo que ha interiorizado previamente, en la socialización, condiciona las interacciones posteriores; para decirlo en términos de Elías, condiciona los vínculos entre los sujetos sociales. Dichos vínculos están marcados por las emociones que las personas experimentan.

En el caso que interesa al presente artículo es posible partir del supuesto de que las emociones que las mujeres académicas experimentan, como resultado de la violencia a la que son sometidas en los espacios de producción de la ciencia, condicionan sus vínculos posteriores en dicho ámbito. El estrés, el miedo, la inseguridad que perciben las investigadoras, producto de la violencia machista, influyen en la forma en la que se relacionan con sus pares o con sus propias investigaciones. El instrumento que aquí se ofrece tiene el objetivo de extraer información en torno a estos dos fenómenos: a) la incorporación de la violencia y b) el efecto de ella en las interacciones académicas y científicas de las investigadoras.

La exposición está estructurada de la siguiente forma: presentamos un primer apartado, “Feminismo y giro afectivo”, donde reflexionamos en torno a la importancia de este movimiento para el impulso de los estudios sobre cuerpo y afectividad. Subrayamos el hecho de que un momento fundante de la lucha feminista es el encuentro entre mujeres que comparten las emociones que les produce la violencia machista y es a partir de ello que se pueden configurar las demandas públicas.

Después, en “Violencias en la academia”, elaboramos una discusión en torno a la violencia de género ejercida en los espacios de producción de la ciencia. Si bien es cierto que esta violencia guarda una relación estrecha con la que se ejerce fuera del espacio académico, para los fines del presente análisis nos sujetamos al establecimiento de categorías de la violencia machista en el espacio académico.

En el tercer apartado, “Comunicación, cuerpo y vinculaciones afectivas”, analizamos cómo el discurso de la violencia machista en la academia moldea la experiencia emotiva de las investigadoras; esto tiene un efecto en la manera en la que construyen su identidad, así como en la forma en la que se relacionan con los otros y las otras en los espacios de producción de la ciencia.

En el cuarto apartado, “Instrumento para observar los efectos de las violencias incorporadas”, presentamos una suerte de operativización de las discusiones previamente ofrecidas. Es decir, transformamos las afirmaciones teóricas en una guía de preguntas encaminadas a observar, a través del testimonio de investigadoras, las violencias incorporadas y su efecto en la manera en la que ellas se desempeñan en el campo académico.

En el último apartado del presente artículo, exponemos una serie de conclusiones, al mismo tiempo que revisamos si nuestros objetivos se cumplieron y señalamos temas para posibles investigaciones posteriores.

Feminismo y giro afectivo

La relación feminismo-giro afectivo resulta muy importante. La vindicación del lugar de la mujer en el espacio social ha implicado la observación de fenómenos que durante mucho tiempo permanecieron poco visibles para las ciencias sociales, entre otros, el de las emociones y el cuerpo, que además han estado históricamente asociados con la mujer o con lo femenino. El feminismo nos ha permitido desmontar la idea de que lo emocional en las mujeres es un rasgo esencial y negativo. Hoy sabemos mucho más acerca de la configuración social de las emociones de las mujeres (Nussbaum, 1995; Pedwell, 2012; Ahmed, 2014; Lamas, 2020; Cedillo, 2023; López, 2023) y también acerca del peso social de éstas.

Lo emocional ha sido utilizado como una estrategia para criticar, marginar y subestimar a las mujeres. Al respecto, es importante mencionar que, como señaló Martha Nussbaum (1995), las mujeres no somos emocionales por naturaleza y, además, no hay razón para avergonzarse de experimentar emociones.

La respuesta al repudio de las feministas como emocionales no debería ser aseverar que el feminismo es racional y no emocional. Dicha afirmación estaría mal orientada puesto que implicaría aceptar la oposición entre emociones y pensamiento racional, que es crucial para la subordinación de la feminidad, así como del feminismo. En vez de ello, debemos cuestionar esta comprensión de la emoción como “lo no pensado”, así como necesitamos cuestionar el supuesto de que el pensamiento racional no es emocional, o que no implica verse movida por otros. (Ahmed, 2014, p. 258)

Sara Ahmed (2014) enfatiza que lo que entendemos y practicamos como conocimiento guarda una estrecha relación con aquello que nos hace sudar, estremecernos o temblar. A lo que Helena López (2014) agrega: “sabemos cuando sentimos” (p. 11). La emoción no es un obstáculo para el conocimiento; todo lo contrario. En el caso del movimiento feminista, las emociones compartidas por las mujeres han sido el campo de cultivo para la lucha.

No obstante, o quizás justamente por eso, lo emocional ha sido una de las justificaciones históricas para excluir a las mujeres del ámbito público en general y de los espacios de pensamiento y producción de la ciencia, en particular. Diana Maffía (2005) explica que el hecho de que las emociones hayan sido tradicionalmente consideradas por la filosofía un obstáculo para la obtención de conocimiento confiable encuentra una relación directa con la mirada sexista que asume la razón como una cualidad masculina y opuesta a la feminización de las emociones.

El giro afectivo en las ciencias sociales nos ha ofrecido herramientas no sólo para pensar la emoción como fuente de producción de conocimiento, sino también para reconocer que una parte muy importante de las reivindicaciones feministas —racionales, políticas, científicas— proviene de un espacio emocional.

Podríamos pensar en la terapia feminista y los grupos de concientización de los años setenta, justamente en referencia a la transformación del dolor en colectividad y resistencia (Burstow 1992). Carol Tavris argumenta que los grupos de concientización fueron importantes, porque sirvieron para cuestionar las instituciones y autoridades legítimas, la mayoría de la gente necesita saber que no está sola, loca o equivocada (1982: 246-7). (Ahmed, 2014, p. 261)

La posibilidad de hablar con otras sobre las violencias que nos atraviesan y nos duelen ha sido el punto de partida para la configuración del pensamiento y de la lucha feminista. El establecimiento de conexiones entre la experiencia y los sentimientos para examinar cómo dichos sentimientos están implicados en las relaciones estructurales de poder ha sido crucial. En este sentido, es necesario “leer e interpretar el dolor [pero] también hacer el trabajo de traducción, mediante el cual el dolor se lleva hacia el ámbito público y, al moverse, se transforma” (Ahmed, 2014, p. 363). En aquello que históricamente se ha visto como una debilidad, las mujeres hemos encontrado mecanismos para la liberación y la lucha.

Como señala Chatal Mouffe, “resulta imposible comprender la política democrática sin reconocer a las ‘pasiones’ como la fuerza motriz en el ámbito político” (citado en Lamas, 2020, p. 13). El feminismo ha mostrado que el dolor, la rabia y otras emociones que resultan de experimentar un mundo machista han sido, en primer lugar, una razón más para el vínculo y el encuentro entre mujeres y, en segundo lugar, un combustible para la lucha por la reivindicación de nuestros derechos.

Es importante subrayar que, si hoy disponemos de dicha información, es gracias a la investigación en clave feminista, que ha centrado su atención en descomponer analíticamente la violencia de género que se experimenta de forma tan compleja en la realidad. Se han establecido temas, líneas de investigación, aproximaciones y análisis de ámbitos específicos; el campo científico y académico es uno de éstos.

Violencias en la academia

Resulta muy difícil separar el término “violencia de género” del de “campo científico” o “universidad”, pues, como señala Norma Blazquez Graf (2008), los procesos de institucionalización de la ciencia se dieron a la par de la expulsión de las mujeres de la producción de conocimiento científico.

Desde épocas muy remotas, las mujeres fueron depositarias y creadoras de conocimientos en diferentes campos. Desarrollaron oficios vinculados con ellos y estaban bien asimiladas a las tradiciones populares europeas (Blazquez, 2008, p. 30). Sin embargo, la cacería de brujas a finales de la Edad Media implicó un proceso, primero, de deslegitimación del conocimiento de esas mujeres y, más tarde, una persecución de éstas.4

Los documentos sobre la cacería de brujas permiten observar el miedo que despertaban estas mujeres, especialmente a los hombres: médicos, sacerdotes, predicadores y jueces; y cómo empezó a crear sospechas la actividad femenina ligada al conocimiento, incluso la función de curandera, que siempre había sido respetada y considerada importante y necesaria. Los conocimientos empíricos que dominaban y practicaban las brujas fueron considerados sospechosos y amenazantes, pues atentaban probablemente contra las instituciones nacientes del poder político, religioso y científico. (Blazquez, 2008, p. 31)

La cacería se da casi en el mismo periodo en el que surge la ciencia; abarca el final de la Edad Media, el Renacimiento y se extiende hasta el siglo XVII (Blazquez, 2008, p. 32). Es decir, el rechazo y la destrucción de un conocimiento organizado y controlado por las mujeres coincide con la emergencia de un tipo de conocimiento donde los hombres tienen un papel central en la definición y en la práctica, a saber, de la ciencia moderna.

Una ciencia que, en términos teóricos, metodológicos, temáticos, excluye a las investigadoras y, además, ha realizado prácticas reiteradas de borradura de las mujeres, tal y como señalan Patricia Lengermann y Gillian Niebrugge (2007).5 Se ignora que “desde principios del siglo XIX hombres y mujeres todavía hacían ciencia en un entorno doméstico y […] fue hasta finales de ese siglo cuando empezó a hacerse ciencia fuera del ámbito doméstico y comenzó a introducirse en las universidades” (Blazquez, 2008, p. 34), instituciones que desde sus primeros años generaron políticas de exclusión de las mujeres.

Hoy, después de siglos de lucha feminista, si bien es posible registrar procesos paulatinos de incorporación de las mujeres al ámbito de la producción de conocimiento científico, estamos muy lejos de alcanzar la igualdad. Las prácticas sexistas son observables en los ámbitos más concretos: desde las posiciones en las universidades, el tipo de plaza, el margen de acción, el pago, hasta dimensiones más filosófico-teóricas, que tienen que ver con la concepción, definición e, incluso, práctica de lo científico.

Como se ha señalado en otros trabajos, la socióloga suiza Nicky Le Feuvre reflexiona en torno a las manifestaciones de violencia sexista contra las mujeres en el espacio académico y la divide en dos ámbitos: el proceso científico mismo y la carrera de las mujeres investigadoras (López Miranda, 2021). Por ello, en las siguientes líneas, estableceremos categorías de las violencias machistas a partir de la noción de epistemología tradicional, para más tarde señalar algunos rasgos de dichas violencias en la carrera de las académicas.

Epistemologías feministas y crítica a la ciencia patriarcal

Existe una amplia investigación en torno a la importancia de las adscripciones sociales en el campo de la ciencia; Donna Haraway (1988) y Sandra Harding (1987) afirman que la producción de conocimiento no escapa a las influencias de la filiación social, incluido el género (en Le Feuvre, 2013, en López Miranda, 2021). La epistemología tradicional pierde de vista este fenómeno; las epistemologías feministas se encargan de subrayarlo.

De acuerdo con Harding, en las epistemologías feministas existen tres programas de investigación: el empirismo feminista, la teoría del punto de vista y el posmodernismo feminista (en Sabido, 2022, p. 115). El empirismo feminista trabaja con las reglas “convencionales” del método científico, pero señala que es necesario incorporar miradas y temas que se han ignorado históricamente; por ejemplo, la perspectiva de las mujeres científicas. No cuestiona la noción de objetividad, pero debe entenderse como un proceso intersubjetivo.

Respecto al segundo programa de investigación, a saber, la teoría del punto de vista, Harding (2012) señala que los aspectos supuestamente “libres de valores” de la filosofía de la ciencia a menudo son cómplices de ciertas políticas de exclusión y dominio (en Sabido, 2022, p. 116); es decir, cuestiona la supuesta neutralidad de la ciencia al enfatizar que ésta opera desde una perspectiva androcéntrica que pierde de vista la posición de las mujeres. Tanto la definición como la práctica de la ciencia parten de la idea de un individuo abstracto, en el que el efecto de los roles sociales y la violencia que resulta de éstos no aparece.

Las epistemologías feministas se preguntan ¿dónde están situadas las mujeres en el espacio social?, ¿cómo los roles que se les imponen median su relación con la ciencia?, ¿qué repercusiones tiene para la ciencia observar desde la posición que ocupan las mujeres?

Según Harding (1996):

El trabajo reproductivo de las mujeres y su relación con la ciencia […] a) libera a los hombres de la necesidad de cuidar sus cuerpos o los lugares en los que viven, para poder sumergirse en el mundo de los conceptos abstractos; b) esta contribución aparece como algo invisible o bien, producto del “amor femenino” o incluso como algo instintivo “propio de las mujeres”; c) la experiencia que tienen las mujeres de su contribución en el terreno científico está alienada. (en Sabido, 2022, p. 117)

Una tercera corriente es la del posmodernismo feminista. Ésta cuestiona el proyecto mismo de la ciencia ilustrada. Si la ciencia está construida sobre prejuicios machistas y miradas androcéntricas, ¿hasta dónde es válida? La salida que encuentran las partidarias de la perspectiva posmoderna no es rechazar categóricamente la ciencia o lo científico, sino, según Blazquez (2012), enfatizar “que la situación epistémica se caracteriza por una pluralidad permanente de perspectivas” (en Sabido, 2022, p. 117). Rechazan, entonces, la idea de una sola perspectiva válida.

Aquí no pretendemos elaborar un resumen de las epistemologías feministas, sino, a partir de la crítica que realizan, identificar rasgos de la epistemología tradicional. Para los fines de este proyecto, nos interesa reflexionar en torno a las siguientes preguntas: ¿qué características tiene la epistemología tradicional? , ¿cómo podemos observar los efectos de dichas características en los cuerpos y las emociones de las mujeres?, ¿qué preguntas tendríamos que hacerles y hacernos?

En primer lugar, la corriente empirista nos permite plantear por lo menos tres tópicos importantes: cómo se ha excluido el punto de vista de las mujeres en la definición de la ciencia, quién es el observador en la ciencia tradicional y cómo aparece el problema de la objetividad. En segundo lugar, la línea del punto de vista se pregunta: ¿dónde están colocadas las mujeres en la definición y la práctica de lo científico?, ¿qué efectos tiene esto para ellas y para la ciencia? Finalmente, la perspectiva posmodernista nos hace preguntarnos: ¿qué consecuencias tiene partir de la idea de que la ciencia puede operar con una única perspectiva?, ¿cómo esto condiciona los temas que se tratan, las teorías, los métodos y técnicas, así como la resonancia de las investigaciones?

Trayectorias de las mujeres académicas

Si bien las trayectorias de las mujeres académicas se ven afectadas por lo que se ha discutido previamente en torno a la epistemología tradicional y las epistemologías feministas, en este apartado queremos subrayar la dimensión organizacional, por decirlo de alguna forma. Pues, como argumenta Le Feuvre (en López Miranda, 2021), en un contexto donde el número de mujeres calificadas continúa creciendo y donde el desarrollo del empleo en el sector de investigación es una prioridad política, el carácter trunco de las carreras académicas de las mujeres es una nueva área de preocupación.

xisten muchas perspectivas desde las que se han estudiado los recorridos profesionales de las mujeres; la mayoría de éstas coinciden en un dato importante: la disminución del número de mujeres conforme asciende la carrera profesional (Le Feuvre, 2013, en López Miranda, 2021). Acá podemos contar los trabajos sobre “techo de cristal”, “piso pegajoso”, “tubo perforado”.

Si bien, a partir de los años sesenta, es posible observar un crecimiento de la población femenina en las universidades —sobre todo en pregrados y posgrados—, es interesante —y lamentable desde luego— observar cómo “a medida que las posiciones en las universidades son más altas, el número de mujeres desciende” (Buquet, et al. 2013, p. 61).

Hay una serie de obstáculos que dificultan a las investigadoras el ascenso en la trayectoria profesional. Existe todo un campo de investigación que culpa a las mujeres de no lograr posiciones más privilegiadas en las instituciones científicas. Ecklund, Lincoln y Tansey (2012, en López Miranda, 2021) argumentan que las mujeres presentan deficiencias en la socialización: ellas se conforman menos que los hombres con las demandas de la carrera ascendente, tienen dificultades al momento de lidiar con horarios extendidos y responsabilidades más grandes.

Las mujeres, según estas investigaciones, debido a su asignación normativa a las actividades de cuidado, suelen estar “menos disponibles” que los hombres para el trabajo (Zarca, 2006, en López Miranda, 2021); por lo tanto, es su “falta de disponibilidad” lo que les impide un mejor desempeño. Esta perspectiva no hace más que reforzar estereotipos sexistas:

De hecho, hasta la fecha, ninguna investigación seria ha permitido validar empíricamente las creencias según las cuales las mujeres graduadas han sido socializadas sistemáticamente de tal manera que los comportamientos asociados a lo científico (curiosidad, inventiva, etc.) sean menos evidentes en ellas que sus homólogos masculinos. (Le Feuvre, 2013, en López Miranda, 2021)

Esta reflexión es interesante porque, si bien los trabajos de cuidados están asignados fundamentalmente a las mujeres, habría que revisar con atención si efectivamente la desigualdad en la repartición de tareas se traduce en un desempeño radicalmente distinto al de los hombres científicos. Y con esto no estamos negando las dobles o triples jornadas de las científicas; estamos diciendo que, aún con esas jornadas, trabajan al mismo nivel y al mismo ritmo que los hombres. Es necesario llamar la atención en torno al hecho de que la asignación diferenciada de posiciones en las universidades no está vinculada con la capacidad o desempeño de las mujeres, sino con una serie de prejuicios sexistas.

Aquí es preciso señalar lo que se ha denominado en el campo de los estudios feministas “currículum oculto de género” que, como señala Ana Lucía Ramanzzini (2019), hace referencia al conjunto de actitudes, normas y valores que la persona educadora manifiesta en su relación educativa diaria con sus educandas y educandos y que refuerza los estereotipos de género; son aquellas facetas y aspectos de la vida escolar de las que se aprende, muchas veces, sin que las y los docentes sean conscientes de que las transmiten.

Para observar, en la carrera de las investigadoras, los fenómenos aquí planteados, valdría la pena trazar preguntas en torno a su formación: ¿qué escucharon en sus trayectorias sobre la relación de las mujeres y la ciencia?, ¿cuáles fueron los requisitos que se les solicitaron para acceder, primero, a la formación científica y, más tarde, a una plaza académica en la universidad?, ¿cuáles son las violencias que han experimentado al interior de sus universidades? Violencias que, como señala Ana Buquet et al. (2013), pasan de la discriminación, el acoso, la segregación o el hostigamiento a las evaluaciones diferenciadas de la carrera académica.

Comunicación, cuerpo y vinculaciones afectivas

Como se señaló, en este apartado se subraya cómo las manifestaciones de violencia en la academia construyen la experiencia emotiva de las investigadoras. Es decir, las prácticas machistas que circulan en el campo de la producción científica se traducen en emociones, mismas que condicionan los vínculos posteriores de las académicas.

En este sentido, el instrumento que diseñamos se plantea, primero, establecer categorías de aquello que entendemos por violencia en la academia, tanto a nivel epistemológico como en el plano de las trayectorias de las investigadoras, tal y como se explicó en un apartado anterior, para posteriormente plantear preguntas que puedan dar cuenta de la incorporación de dicha violencia y los efectos que tiene en las relaciones que las mujeres establecen en los espacios de producción de la ciencia.

Es muy importante señalar que, si bien las emociones, en sentido estricto, son experimentadas por una persona de forma individual, como ya hemos señalado, éstas se configuran socialmente y muestran sus efectos en el universo social a partir de los vínculos que “establecen los seres corporeizados […] las personas que sienten” (García y Sabido, 2014, pp. 21-22).

Esta reflexión es muy interesante a la luz de lo que hemos discutido en torno al impulso que representó para la lucha feminista que las mujeres compartieran las emociones que les provocaba la violencia machista: la comunicación de dichas emociones, la posibilidad de expresar a otras su sentir operó como “un eslabón de unión” (Elias, 1999, en Sabido y García, 2015, p. 36), que se convirtió en una semilla para la articulación de las demandas públicas.

Esto es de suma relevancia porque, si bien es muy importante reconocer que somos seres corporeizados configurados a partir de comportamientos no aprendidos y aprendidos, es decir, puramente naturales y sociales, respectivamente, es posible dar cuenta de que “en el proceso evolutivo las formas principalmente aprendidas de controlar el comportamiento se convirtieron de manera clara e inequívoca en formas dominantes, en relación con las principalmente no aprendidas” (Elias, 1998, p. 152). Es decir, hoy, no podemos negar los efectos materiales de los cuerpos y sus procesos; sin embargo, éstos están significativamente moldeados por lo social, con todas las implicaciones que esto tiene.

Para estar a salvo, los humanos como otras formas vivientes [siguen] estando biológicamente equipados con tipos de comportamiento no-aprendidos, como los necesarios para comunicación. Reírse, quejarse y llorar son algunos ejemplos. Pero en el caso de los humanos, estos tipos de comunicación no-aprendidos se han debilitado funcionalmente en tal grado que, si una persona tuviera que confiar únicamente en ellos por alguna razón en su proceso de crecimiento, podría permanecer fuera de los límites de lo humano. (Elias, 1998, p. 153)

El planteamiento de Elias es muy útil para subrayar la importancia de la comunicación en el mundo actual, incluso en lo referente a las emociones, que parece un tema puramente ligado a lo corporal. Desde luego, la dimensión corporal es crucial, la dimensión “animal” permanece, pero el lenguaje de una sociedad específica la filtra, la moldea.

Que en el caso de los humanos las formas aprendidas de comunicación como el lenguaje sobrepasen de lejos en importancia social a la comunicación por medio de signos no-aprendidos, tiene consecuencias trascendentales. Está en la raíz de una condición que explica la diferencia fundamental entre sociedades humanas y animales. (Elias, 1998, p. 156)

Para ampliar esta idea, Elias (1998) recurre al concepto de cambio; señala que las sociedades en el nivel prehumano varían muy poco: las sociedades animales cambian únicamente si las especies biológicas cambian en el proceso evolutivo; en contraste con todas las sociedades animales, las sociedades humanas pueden cambiar sin alteraciones biológicas de aquellos que las conforman.

Aquí debemos hacer una precisión importante: cuando Elias habla de lenguaje o de comunicación, no se refiere únicamente a la comunicación oral o auditiva; para él, hay un “lenguaje impreso en órganos naturales, centros cerebrales y en los aparatos vocales y auditivos” (Elias, 1998, p. 158); sí: como dijimos con Bourdieu, “el cuerpo sabe” y, ahora, reiteramos desde Elias: “el cuerpo comunica”, y por eso es tan importante para la sociedad.

Instrumento para observar los efectos de las violencias incorporadas

El instrumento que a continuación presentamos tiene el objetivo de mostrar el tránsito de las afirmaciones teóricas previamente expresadas hasta preguntas concretas que, en una investigación, permitirían obtener datos sobre el fenómeno que se analiza. En este sentido, el trabajo desarrollado aquí intenta contribuir al campo de estudio sobre las emociones, al de la violencia contra las mujeres en la academia, pero también ofrece pistas a nivel metodológico sobre cómo generar herramientas para observar problemas que se presentan de forma compleja en la realidad.

¿Preguntas para quién? Para las mujeres investigadoras que sufren violencia en la academia. Si bien este problema puede ser abordado con múltiples técnicas, en el presente documento nos concentramos en la entrevista porque consideramos que uno de los mecanismos más valiosos para investigar el fenómeno de la violencia contra las mujeres es el testimonio de las víctimas.

El Protocolo para juzgar con perspectiva de género, publicado en 2020 por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, subraya el peso del testimonio como prueba; entre otras cosas, señala que “los estereotipos pueden influir en el valor que se otorga o se niega a las pruebas. Muestra de ello son los casos en que se resta valor al testimonio de las mujeres, bajo la idea estereotipada de que éstas tienen tendencia a mentir o a exagerar las cosas” (Suprema Corte de Justicia de la Nación, 2020, p. 64). Un principio para juzgar y proceder con perspectiva de género es colocar en el centro de la atención el testimonio, la percepción de las mujeres respecto a la violencia.

El instrumento, como ya se ha señalado, es resultado de una estrategia que recupera categorías teóricas de la violencia machista en la academia e intenta operativizarlas a partir de preguntas que deben ser conjuntadas en una sola guía de entrevista para aplicar a grupos de mujeres académicas que pueden ser tan amplios o diversos como lo decidan las investigaciones. En el presente trabajo, nos dedicamos únicamente a hacer explícito el diseño del instrumento, pero la aplicación amerita otra investigación. La tabla que operativiza lo señalado en este párrafo se ve de la siguiente forma:

Tabla 1
Estrategia teórico-metodológica para el diseño del instrumento

Fuente: Elaboración propia

Como se puede observar en la tabla anterior, la violencia que atraviesa el cuerpo, las emociones y los vínculos de las mujeres académicas tiene dos dimensiones: una relacionada con la concepción de la ciencia misma y otra asociada propiamente con las trayectorias de las académicas. En este sentido, consideramos necesario contemplar no una sino varias guías de entrevista.

La tabla utilizada para la presente reflexión arroja un número muy elevado de preguntas, las cuales se pueden ir depurando con las pruebas piloto o modificando de acuerdo con los objetivos particulares de las investigaciones; no obstante, aquí se ofrece una herramienta que puede servir como punto de partida.

Tabla 2.
Guía de entrevista: nivel epistemológico

Fuente: Elaboración propia

Tabla 3.
Guía de entrevista: trayectorias profesionales

Fuente: Elaboración propia

Conclusiones

El objetivo del presente artículo fue elaborar un instrumento capaz de obtener datos sobre cómo se incorpora la violencia machista sufrida en el cuerpo y las emociones de las mujeres investigadoras, así como el efecto que tiene ésta en sus relaciones en el campo académico.

La investigación feminista, como se mostró, ha explorado largamente el sexismo en la academia; las preguntas de nuestras guías de entrevista intentaron aproximarse al problema de cómo afirmaciones del tipo “las mujeres no están hechas para la ciencia”, “son menos capaces” o “son demasiado emocionales” atraviesan la vida y la carrera de las mujeres y condicionan los temas que eligen, los métodos, las técnicas, la conformación de grupos de trabajo, entre otros aspectos.

Nuestra estrategia ofrece una herramienta que puede, además, dar luz sobre la desigualdad en las responsabilidades de cuidados, en la evaluación de currículums, en las oportunidades para acceder y desarrollarse en el campo académico. Los instrumentos permiten, además, obtener datos sobre las violencias directas que sufren las mujeres: acoso, hostigamiento, discriminación abierta y cómo se da el tránsito, a nivel emocional, por esas situaciones.

Como se ha reiterado, el fenómeno de la violencia es tan amplio y complejo que se puede abordar desde múltiples perspectivas y con herramientas muy variadas; el trabajo aquí realizado es sólo una propuesta. Esta, además de aproximarse al fenómeno de las violencias incorporadas y la vinculación afectiva de las mujeres, es un ejercicio que intenta enfatizar que la reflexión teórica es útil para plantear preguntas concretas a la realidad. La teoría orienta, reduce complejidad, es un instrumento fundamental para observar sociológicamente fenómenos que en la “realidad social” aparecen mezclados, complejos.

El presente trabajo mostró cómo las categorías teóricas discutidas en la primera parte se convirtieron en preguntas, en instrumentos que sirven para “sociologizar” las emociones que produce la violencia machista en la academia. Y aquí hay un encuentro importante entre la teoría, el método, la técnica y la política, pues, en la medida que podamos observar, analizar la violencia y sus efectos en las emociones y trayectorias de las investigadoras, es que podremos avanzar en su combate y erradicación.

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Notas

1 García y Sabido (2014) recuperan el argumento de Featherstone y Turner en torno a que en “los efervescentes años sesenta, el posestructuralismo, la fenomenología y el movimiento y pensamiento feminista serán centrales para repensar el problema del cuerpo” (p. 14).
2 Martha Nussbaum (1995) asegura que las diferencias en el grado de autonomía social y control entre hombres y mujeres afectan las emociones. Para la investigadora, hay una relación entre las emociones y la “justicia social de género” (p. 394) o tal vez deberíamos decir “la injusticia social de género”. No es que las mujeres sean “naturalmente” menos racionales o más afectivas, sino que diversas situaciones de injusticia social a las que han sido históricamente sometidas se traducen en emociones muy singulares. A pesar de ello, la visión de que “Las mujeres son emocionales, las emociones femeninas […] se ha utilizado durante miles de años […] para excluir a las mujeres de la plena pertenencia a la comunidad humana” (Nussbaum, 1995, p. 360)
3 Las autoras mencionan la aparición en 1995 de la revista Body & Society, fundada por Mike Featherstone y Bryan Turner bajo la firma de la editorial inglesa Sage; el establecimiento, en 1996, del grupo temático “cuerpo y sociedad” en la Asociación Internacional de Sociología (ISA), y la aparición, en 1994, de un monográfico sobre el tema, publicado en la Revista Española de Investigaciones Sociológicas y coordinado por Carmen Bañuelos (García y Sabido, 2014).
4 Blazquez Graf hace una reflexión en torno a cómo los conocimientos mágicos de las mujeres “brujas” entraron en contradicción con los conocimientos que tomaron fuerza con la emergencia de la modernidad y los procesos de desencantamiento del mundo.
5 Como ha resaltado Selene Aldana Santana (2020), el término utilizado por Lengerman y Niebrugge es muy ilustrativo: written out, que es posible traducir como “borradura”, pero que significa literalmente “sacadas de la escritura”, ¡expulsadas!, a pesar de haber investigado y producido conocimiento desde antes de que la ciencia se concibiera como tal.
6 Evidentemente, es un instrumento que, a la luz de la crítica o la aplicación, puede ampliarse o mejorarse; sin embargo, es un ejercicio de “operativización” de la teoría que, en primer lugar, podría aplicarse a múltiples casos y disciplinas y, en segundo lugar, muestra el tránsito de las afirmaciones teóricas hasta las preguntas más concretas. A esta reflexión hay que sumar el hecho de que la tabla descompone analíticamente lo que en la realidad aparece “mezclado”; por lo tanto, hay preguntas que podrían estar en dos columnas al mismo tiempo, pero que separamos, como se dijo, con fines analíticos.
7 A través de estas preguntas intentamos explorar la posibilidad de vinculación afectiva con otras mujeres que están expuestas a la misma violencia que las entrevistadas, en el entendido de que el discurso de la violencia en la academia no sólo tiene el efecto de limitar o dificultar el trabajo de las investigadoras, sino que, tal y como se explicó en el apartado sobre feminismo y giro afectivo, es justamente lo que articula el encuentro y la lucha entre las mujeres.

Notas de autor

* Doctora y Maestra en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana. Licenciada en Sociología por la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx). Docente en la Escuela de Artes Escénicas de la UAEMéx. Sus temas de investigación son teoría sociológica, análisis sistémico de la sociedad y feminismo. Es fundadora, junto con Gabriela Alejandra López Miranda, del Círculo Feminista Alaíde Foppa.
** Candidata a Doctora en Ciencias Sociales y Políticas, maestra en Sociología por la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México. Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx). Actualmente es profesora en la Facultad de Derecho de la UAEMéx. Sus temas de investigación son: educación superior intercultural, género, feminismo. Es fundadora junto con Claudia Elisa López Miranda, del Círculo Feminista Alaíde Foppa.


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