Resumen: El presente artículo analiza el papel de las emociones en el proceso de polarización social que surgió durante los primeros meses de la pandemia. Para cumplir con este objetivo, examinamos las emociones que caracterizan la respuesta social de dos actores sociales opuestos: las élites políticas que han minimizado los riesgos de la pandemia y los grupos de base que han promovido el apoyo a las personas vulnerables que sufren los diversos efectos de la pandemia. Para el análisis nos apoyamos principalmente en la propuesta de Hochschild y en la bibliografía reciente sobre emociones y protesta. La investigación ha utilizado, para las élites políticas, el método de análisis documental de declaraciones oficiales de políticos de Reino Unido, Estados Unidos, México, Brasil, España e Italia en el periodo de enero a junio de 2020. En cuanto a los datos relacionados con los grupos de apoyo mutuo y redes de solidaridad de esos países, hemos triangulado los datos obtenidos a través de la etnografía digital con una serie de entrevistas de los activistas.
Palabras clave: Emociones, COVID-19, activismo de base, élites políticas, polarización social.
Abstract: This article analyses the role of emotions in the process of social polarization that emerged during the first months of the pandemic. For this purpose, we examine the emotions that characterize the social response of two opposing social actors: the political elites that have minimized the risks of the pandemic and the grassroots groups that have promoted mutual support for vulnerable people who suffer the various effects of the pandemic. For the analysis, we will rely mainly on Hochschild's proposal and the recent literature on emotions and protest. With regards to the political elites, we used a documentary analysis method of official statements by politicians from the United Kingdom, the United States, Mexico, Brazil, Spain, and Italy in the period from January to June 2020. In relation to the data from mutual grassroots groups and solidarity networks in those countries, we triangulated the data from digital ethnography with a series of interviews with activists.
Keywords: Emotions, COVID-19, grassroots activism, political elites, social polarization.
Dossier
“Cinismo vs. solidaridad”. Emociones, élites políticas y acti-vismo de base en tiempo de la COVID-19
“Cynicism vs. Solidarity”. Emotions, Political Elites, and Grassroots Activism during COVID-19
Recepción: 19 Abril 2023
Aprobación: 11 Octubre 2023
Publicación: 31 Diciembre 2023
La pandemia de la COVID-19 que ha afectado a todo el planeta desde el inicio de 2020 ha puesto en evidencia cómo la crisis sanitaria no es solamente un problema de salud pública. La enfermedad, con millones de contagiados y cientos de miles de muertos, ha puesto de manifiesto, entre otras cosas, la vulnerabilidad de diversos grupos sociales, además de exacerbar las desigualdades sociales ya presentes en nuestras sociedades y generar otras.
Al mismo tiempo que esta crisis se estaba engendrando, surgieron distintas respuestas sociales por parte de diferentes actores —desde la población en general hasta los más altos cargos institucionales y las diversas élites políticas y económicas—, que han ido desde la negación y la minimización de los riesgos de la enfermedad, la indiferencia, la preocupación por la economía, el pánico y el cinismo hasta la solidaridad y el apoyo mutuo. Estas respuestas sociales, diferentes entre sí, son la manifestación de determinados atributos morales y culturales, incluyendo las emociones y reglas del sentir que caracterizan a cada sociedad, sistema político, élites o los diversos grupos sociales (Hochschild, 1983).
A partir de la propuesta de la socióloga Arlie Hochschild (1975, 1979, 1983), quien mostró que la evocación, el manejo y la supresión de determinadas emociones y reglas del sentir pueden convertirse en “objeto de lucha política” (Hochschild, 1979, p. 568), y de la bibliografía reciente sobre emociones y protesta (véase Poma y Gravante, 2017, 2022), en el presente artículo analizaremos las emociones y reglas del sentir que se manifiestan en las respuestas sociales de dos grupos sociales antagónicos: aquellas élites políticas que han minimizado los riesgos de la enfermedad y los grupos de apoyo mutuo que han politizado la pandemia.
La primera parte del análisis está dedicada a las élites políticas; para ello, utilizamos declaraciones oficiales de políticos del Reino Unido, Estados Unidos de América (EE. UU.), México, Brasil, España e Italia, de las cuales destacamos cómo ciertas emociones y reglas del sentir que caracterizan estas respuestas han legitimado prácticas de racismo, machismo, desprecio hacia los pobres e individualismo extremo, entre otras. Un aspecto interesante será observar, a pesar de las diferencias ideológicas, la existencia de patrones comunes de reglas del sentir de las élites políticas.
En la segunda parte, analizamos las respuestas sociales que han surgido de diferentes grupos de apoyo mutuo y redes de solidaridad en México, Italia, EE. UU., Brasil, España, Reino Unido, Chile y Argentina.
Este análisis se basa en una etnografía digital de más de cincuenta experiencias de base que han surgido durante la pandemia, así como contribuciones de activistas en línea y fuera de línea. Hemos triangulado estos datos con dieciséis entrevistas con miembros de un grupo mexicano de apoyo mutuo y el resultado de una encuesta nacional que arrojó respuestas de ciento cinco activistas mexicanos sobre los efectos de la pandemia en su vida política cotidiana. En este apartado, se observa cómo la acción directa de este activismo de base, además de mitigar en parte los problemas sociales generados por las ineficaces respuestas institucionales a la pandemia, es un detonante de determinados valores, emociones colectivas específicas, la emergencia de nuevas reglas del sentir que podemos definir como contrahegemónicas y, finalmente, la prefiguración de una sociedad diferente.
Este artículo cubre el período comprendido entre finales de enero de 2020 y junio de 2020. El punto de partida está determinado por el momento en el que la pandemia de coronavirus comenzó a afectar a los países occidentales y se convirtió en el único foco de los debates políticos y las noticias principales.
Nuestra investigación se basa en el hecho de que las emociones son una construcción cultural y social: lo que las personas sienten depende de su experiencia, rol social, género, los contextos sociales en los que crecieron, su ideología, creencias y cultura. Este enfoque, que recientemente ha sido consolidado por las teorías construccionistas psicológicas (ver Feldman Barrett, 2017), tiene su origen en la propuesta teórica de la socióloga estadounidense Hochschild (1979, 1983), quien, a través de estudios empíricos, ha demostrado que comprender lo que sienten las personas puede ayudarnos a entender a fondo los problemas sociales, así como la polarización política. Por ejemplo, Hochschild (2016) muestra que las personas que esperan en “la fila” del “sueño americano” sienten resentimiento hacia quienes estaban al final de ella y, por alguna cuestión política, perciben que ahora han avanzado en la misma, como los afrodescendientes, las mujeres, los inmigrantes, los latinos, los refugiados e incluso los animales en peligro de extinción. También se sienten traicionados por los políticos que ayudan a estos grupos a través de programas sociales (o ambientales). Este resentimiento es una nueva regla del sentir que los simpatizantes de clases populares del movimiento Tea Party comparten, lo que exacerba la polarización social entre liberales y conservadores en EE. UU. El trabajo de Hochschild muestra la relevancia de conocer lo que siente la gente a nivel micro para comprender fenómenos sociales macro, como la polarización política en Estados Unidos.
La propuesta de Hochschild destaca por dos aspectos. Primero, a diferencia de la psicología que considera las emociones como estados internos individuales y biológicos que actúan sobre el individuo para la resolución de problemas, Hochschild señala que las emociones son una construcción sociocultural y, por lo tanto, cambiante en función del contexto social y de la temporalidad histórica, superando de esta forma la visión organicista y universal de las emociones. Segundo, el individuo es considerado como un ser consciente y activo con relación a sus emociones, es decir, las personas no solamente son capaces de hacer una actuación superficial al manifestar las emociones más oportunas y acordes con la situación (Goffman, 1959), sino que también pueden hacer una interpretación profunda de sus sentimientos al evocar, suprimir o canalizar una determinada emoción para adecuarse o desafiar las reglas del sentir de su sociedad.
Las reglas del sentir nos muestran qué emoción es apropiada para cada contexto social: cómo se debe expresar, cuándo, hacia quién y con qué intensidad. Por ejemplo, en la cultura católica, tenemos la regla de que debemos sentir —o al menos expresar— pena y tristeza en un funeral, felicidad y alegría en una boda, amabilidad y compasión en Navidad. En el ámbito político, también tenemos ciertas reglas del sentir que pueden estar ligadas a una ideología, a ciertos valores o creencias políticas. Todo sistema social, económico y político promueve y legitima una serie de normas o reglas estructurales de disciplina social, jurídica y económica; sin embargo, dichos sistemas también se caracterizan por reglas del sentir que son necesarias para solidificarlos (Hochschild, 1975, 2016).
Las reglas del sentir y su manifestación, que las personas siguen en determinadas situaciones para encajar en una sociedad o grupo social, se denominan “cultura emocional” (Hochschild, 1983; Taylor, 1995). Estas reglas del sentir las definimos como hegemónicas y son, por ejemplo, mostrar admiración o temor hacia las autoridades o personas que se encuentran en las clases sociales más altas; mostrar desprecio hacia los estratos sociales más bajos (pobres, vagabundos, sin techo) o a las personas diferentes (personas con discapacidad, de otras etnias, razas o culturas), o, en el mundo empresarial, manifestar siempre condescendencia con los clientes. Estas reglas, cuando no son respetadas, prevén la aplicación de sanciones sociales como pueden ser un reproche verbal, el distanciamiento, la exclusión y el estigma social.
Los movimientos sociales también construyen culturas emocionales distintivas que “incluyen expectativas sobre cómo los miembros deben sentirse acerca de sí mismos y de los grupos dominantes, así como también cómo deben manejar y expresar los sentimientos evocados por sus encuentros cotidianos con los grupos dominantes” (Taylor, 2000, p. 174). En específico, los movimientos sociales, los grupos de base y cualquier otro sujeto antagónico, pretenden desafiar las reglas de sentir que caracterizan el sistema de dominación, reglas que podemos definir como reglas del sentir contrahegemónicas (Gravante y Poma, 2020; Gravante, 2020a).
El trabajo de Hochschild (2016), aplicado en la presente investigación, permite destacar el vínculo entre las reglas del sentir y la polarización social. La percepción de que ciertas reglas del sentir las imponen “los otros” genera emociones como la rabia, la indignación por sentirse regañados y juzgados como malas personas o el resentimiento. Por ejemplo, los seguidores del Tea Party sienten estas emociones cuando perciben que los “liberales” intentan imponer la compasión hacia ciertos actores sociales que sus integrantes desprecian, como los afroamericanos, los inmigrantes o los desempleados. Igualmente, investigaciones sobre la acción colectiva en tiempos de pandemia (Della Porta, 2022; Gravante y Poma, 2022a) destacan cómo la emergencia de grupos antagónicos conservadores, principalmente grupos antivacunas, han sido alimentados por emociones como el resentimiento, la rabia o la indignación por sentirse regañados y juzgados como malas personas por no quererse vacunar.
La propuesta de Hochschild, que nos sirve para el análisis de la respuesta de las élites políticas, se apoya en la teoría de la acción de Jasper (2018), que es una herramienta esencial para comprender la dimensión emocional de las respuestas de los activistas de base a la pandemia. La tipología de emociones enunciada por Jasper (2018; Gravante, 2020a) nos permitirá destacar ciertas baterías morales (Jasper, 2011), como la compasión y el desprecio, las cuales nos ayudarán a revelar con mayor claridad las reglas de sentir antagónico que emergen entre los grupos de base. Además de esta tipología, utilizaremos las categorías de emociones del trauma y de emociones de la resistencia (Champagne, 1996; Whittier, 2001), las cuales permiten analizar el discurso político en torno a la pandemia y enmarcar políticamente la experiencia del sufrimiento. Este proceso ha permitido a las personas afectadas por la pandemia recuperarse del duelo y superar la impotencia.
Finalmente, el análisis de la dimensión emocional de estos dos actores sociales frente a la pandemia actual saca a la luz la batalla ideológica detrás de sus respuestas a la crisis. Como afirma Hochschild (1979), “las élites, y de hecho, los grupos sociales en general, luchan por afirmar la legitimidad de sus reglas de encuadre y de sus sentimientos. No sólo la evocación de la emoción sino las leyes que la gobiernan pueden convertirse, en diversos grados, en la arena de la lucha política” (p. 568).
Sistematizar la copiosa cantidad de información sobre las diferentes respuestas sociales que han surgido durante la pandemia fue un gran desafío durante la etapa de recolección de datos. Por lo tanto, decidimos seleccionar seis países donde la polarización era claramente evidente en el contraste entre las declaraciones hechas en los primeros meses por las élites políticas y las acciones de solidaridad y apoyo mutuo promovidas por grupos de base emergentes. Analizamos información de Reino Unido, Estados Unidos, México, Brasil, España e Italia porque en los primeros meses de la pandemia estos países tenían cuatro características en común: 1) el discurso de sus élites políticas sobre la pandemia se caracterizó por la subestimación, la negación, el cinismo, el individualismo y el funcionalismo económico, entre otras cosas; 2) todos ellos experimentaron un elevado número de contagios o muertes por la COVID-19; 3) lo anterior se debió a medidas preventivas insuficientes para evitar el contagio y proteger a los grupos sociales más vulnerables; y 4) varios grupos de base se formaron o reorganizaron rápidamente en estos países para hacer frente a las necesidades de las comunidades más vulnerables y desfavorecidas. También incluimos grupos de Chile y Argentina gracias a los resultados de nuestras últimas investigaciones en estos países sobre la red de solidaridad para organizar cientos de ollas populares (Leetoy y Gravante, 2021).
Con respecto a las élites políticas, analizamos declaraciones hechas en conferencias de prensa oficiales, transcripciones de conferencias de prensa presidenciales y discursos políticos de múltiples fuentes desde finales de enero de 2020 hasta junio de 2020. Se eligió este periodo de tiempo en cuanto observamos que las primeras respuestas (enero-abril) fueron más espontáneas que las subsecuentes, por lo que reflejaban las emociones, valores y creencias de los líderes.
Para examinar la información, utilizamos el método de análisis documental cualitativo, es decir, son los investigadores quienes interpretan los documentos para dar voz y significado en torno a una determinada temática (Bowen, 2009). Primero, codificamos los datos para destacar secciones de texto —normalmente frases u oraciones— y generar etiquetas abreviadas o “códigos” para describir su contenido (Atkinson y Coffey, 1997). En nuestro caso, cada código se relaciona con la idea o sentimiento expresado en esa parte del texto; por ejemplo, cinismo, desconfianza, superioridad, desprecio, odio, ira. En segundo lugar, revisamos los códigos creados, identificamos patrones entre ellos y comenzamos a proponer temas similares (Bowen, 2009; Atkinson y Coffey, 1997). Estructuramos este análisis en torno a cinco temas: 1) negación del peligro que representa el virus; 2) el mito de la invulnerabilidad y la legitimación de la superioridad de los hombres; 3) cinismo y desprecio por la vida de los más vulnerables; 4) racismo y discriminación social vinculados a la propagación de la enfermedad, y 5) desconfianza en el discurso científico y médico. Otros temas, como la legitimación de las creencias religiosas integristas y las determinaciones sociales involucraron más de un tema.
Evitamos fuentes no oficiales y no verificables para revisar las declaraciones de las élites y consideramos el propósito original de cada documento, el contexto en el que fue producido y la audiencia prevista. Hemos hecho todo lo posible por garantizar que el análisis sea lo más riguroso y transparente posible.
Sobre las experiencias de base, seguimos el trabajo de más de cincuenta grupos del Reino Unido, Estados Unidos, México, Brasil, España, Italia, Chile y Argentina desde principios de marzo —cuando las medidas para reducir el contagio produjeron un impacto en la sociedad y desencadenaron una crisis social— hasta principios de junio de 2020.
Para seleccionar qué grupos y redes de apoyo mutuo analizar, consideramos cuáles eran los más representativos según las siguientes tres características: 1) tenían que ser grupos locales de apoyo mutuo autogestionados, lo que excluye a ONG, asociaciones formales de voluntariado, organizaciones benéficas y otras organizaciones financiadas con fondos públicos o privados; 2) debían ser grupos que llevaran a cabo una acción directa en su vida política cotidiana y dirigida a mejorar las condiciones de un grupo social vulnerable específico, y 3) gracias a los resultados de una investigación anterior sobre las diferentes actividades que definen este activismo de base en la era de la COVID-19 (Gravante, 2022), nos enfocamos en grupos de apoyo mutuo que recolectan y distribuyen gratuitamente alimentos y suministros esenciales. Estas características permitieron identificar actores sociales cuyos discursos y prácticas se oponían a las élites políticas; esto fue necesario para mostrar claramente la cultura emocional antagónica que surgió durante la pandemia.
Los datos sobre estos actores se obtuvieron principalmente a través de perfiles sociales en Facebook, Twitter e Instagram, así como de sitios web y blogs. Este análisis se basa en una etnografía digital de más de cincuenta experiencias de base, así como de entrevistas no formales de activistas realizadas tanto en línea como en modalidad presencial. Nuestra etnografía digital tuvo como objetivo descubrir: 1) qué hacen estos grupos y por qué; 2) qué emociones y valores evocan; y 3) si desafían o no una regla del sentir dominante o hegemónico. Finalmente, mediante un análisis cualitativo, triangulamos los datos sobre esos procesos emocionales y sus consecuencias con dieciséis entrevistas con un grupo de apoyo mexicano y los datos de una encuesta nacional para recopilar las experiencias de ciento cinco activistas mexicanos sobre los efectos de la pandemia en su día a día y en su vida política. Las entrevistas y encuesta se realizaron en julio y agosto de 2020. Los resultados exclusivos del análisis de las entrevistas y de la encuesta se encuentran en otras publicaciones (López y García y Gravante, 2023; Gravante y Poma, 2022b); en el presente texto nos limitamos a destacar solamente el proceso de polarización política.
Las reglas del sentir determinan qué emoción es oportuna en cada situación social; por ejemplo, estar tristes en un velorio o felices en una boda. Como indicó Hochschild (1975, 1979, 1983), las reglas del sentir sobrepasan la esfera personal, ya que involucran directamente las relaciones con nuestro entorno social. Estas reglas están incrustadas en las prácticas y los valores de los sujetos, e impactan nuestra forma de vivir y percibir la realidad. Por ejemplo, expresar respeto y admiración hacia las personas de éxito económico es una regla del sentir que legitima las prácticas de competencia, arribismo, individualismo y sumisión, valores propios del darwinismo social; además, esta regla alimenta emociones como la vergüenza, el descontento, la frustración y la desesperanza de quienes no logran subir la cuesta social y alcanzar el estado social esperado. Esto muestra cómo las reglas del sentir y las emociones expresadas o legitimadas por actores sociales como las élites políticas no son sólo una mera expresión individual: más bien, indican pautas a seguir para generar efectos en la sociedad (tabla).
Analizar las emociones y las reglas del sentir expresadas por las élites políticas resulta interesante por dos aspectos. Primero, permite comprender la relación entre la negación o minimización de determinados problemas sociales (crisis climática, pandemia de la COVID-19, violencia hacia las mujeres) y las prácticas de discriminación, racismo, violencia. Segundo, si nos concentramos en las respuestas a la pandemia, podemos observar patrones culturales que subyacen en el actual sistema político y económico, que se desvinculan del marco ideológico de las élites (izquierda/derecha) y del discurso oficial políticamente correcto.
La difusión del virus en los países occidentales se caracterizó por la negación y el menosprecio de los riesgos que la pandemia significaba para la población. En enero, representantes del Ministerio de Sanidad de España aseguraban que “el riesgo de que llegue a España es muy bajo” (Redacción Medica, 2020) y, en febrero, que “este virus es mucho menos peligroso y mortal que la gripe común” (Pintor Sánchez-Ocaña, 2020). En febrero, el mismo Ministerio tranquilizaba a los españoles al declarar que “no hay ninguna razón de salud pública que aconseje tomar medidas adicionales de protección” (El Español, 2020). En Italia, el gobernador de la Lombardía —una de las zonas más afectadas a nivel mundial— sostenía que “ésta es una situación difícil pero no tan peligrosa. El virus es agresivo y rápido en su difusión, pero es poco más que una normal gripe” (Bernasconi, 2020).1
De la misma manera, a finales de febrero, el presidente estadounidense Trump aseguraba a sus ciudadanos que la COVID-19 “es parecida a la gripe. Es como la gripe normal para la que sí tenemos vacunas. Y tendremos una vacuna contra esto de una manera bastante rápida” (Timm, 2020) y que “el riesgo [de contagio] para los estadounidenses es muy bajo” (Timm, 2020). En la misma línea, el presidente de Brasil, el populista de derecha Bolsonaro, declaraba que “el nuevo coronavirus no es más que una pequeña gripe que se debe enfrentar ‘de manera realista’” (Borges, 2020).
En México, en marzo de 2020, el presidente populista de izquierda, López Obrador, tranquilizaba a la población al aseverar que no había que preocuparse de la pandemia en tanto que ésta “no hace nada a los mexicanos” (Linthicum, 2020); asimismo, acusaba a los medios de comunicación y a los oponentes políticos de exagerar sus efectos. Además, se oponía a las restricciones de movilidad propuestas por parte de su mismo órgano de salud pública, diciendo a los ciudadanos que “hay que abrazarse, no pasa nada” (López Obrador, 2020a) y que hay que “continuar sacando a sus familias porque esto fortalece la economía” (López Obrador, 2020b).
Estas primeras declaraciones no se direccionan solamente a defender la “economía nacional” amenazada por la pandemia, sino que reflejan un sistema cultural y de creencias de estas élites que, como vimos, son independientes de sus ideologías políticas.
El negacionismo también se alimentó de creencias religiosas; por ejemplo, en México, el presidente introdujo en el discurso público amuletos religiosos, afirmando que a los mexicanos los ayudaría una supuesta fe moral y la honestidad como escudo protector contra la pandemia (Fonseca, 2020).
Esta legitimación del determinismo religioso se manifestó también en el apoyo que estas élites dieron a las instituciones eclesiásticas; por ejemplo, al evitar el cierre de las iglesias en la primera fase de difusión de la pandemia en sus países. Si en México el presidente reivindicaba las figuras religiosas como “guardaespaldas” en contra de la pandemia, en Brasil y EE. UU. en un inicio no se obligó a las iglesias a cerrar al ser consideradas “servicios esenciales”; en Italia, en pleno foco de la pandemia, se esperó hasta la mitad de marzo para cerrar las instituciones religiosas abiertas al público (La Stampa, 2020).
A esto se suma la invitación de algunas élites a llenar las iglesias el Domingo de Pascua, como declaró Trump: “La Pascua es un día muy especial para mí [...]. En Domingo de Pascua tendrán que llenar las iglesias en todo nuestro país” (Hemmer, 2020); así como a hacer rituales purificadores contra la COVID-19, como lo manifestó Bolsonaro: “Les pido a los que tienen fe un día de ayuno, en nombre de Brasil, para que el país se libere de este mal” (Domingues, 2020). En países caracterizados por un fuerte integrismo religioso como México, Brasil, EE. UU. o Italia, entre otros, las posiciones asumidas por estas élites legitiman la ideología del determinismo religioso típico de estas sociedades.
No obstante, el uso del discurso religioso tiene, además, dos consecuencias importantes que desembocan en la legitimación del determinismo social. Primero, gracias al desarrollo de emociones como la impotencia, la desesperanza o la aceptación, y a las reglas del sentir vinculadas al poder, se legitima el statu quo por parte de los estratos sociales desfavorecidos; por ejemplo, las reglas de mostrar respeto a los poderosos o de no mostrar disenso hacia las clases superiores. Segundo, las respuestas sociales que se apoyan en la religión, dadas por las élites, legitiman la desconfianza en el discurso científico y médico. Las consecuencias se reflejan, por un lado, en desatender los consejos de higiene social para evitar la difusión del contagio emitidos desde el ámbito científico, y en la búsqueda de soluciones y medicamentos “milagrosos” o “naturales” (Flores, 2020). Por otro lado, la desconfianza en la ciencia conlleva a la discriminación de quien trabaja en el ámbito de la salud y prevención de la enfermedad, desde alimentar creencias como que en los hospitales “[a las personas] las están matando” (Animal Político, 2020) hasta el linchamiento del personal de salud (González Díaz, 2020).
Estas primeras declaraciones no se direccionan solamente a defender la “economía nacional” amenazada por la pandemia, sino que reflejan un sistema cultural.
Uno de los primeros patrones que emerge de la narrativa de los líderes frente a la pandemia y que queremos destacar es el de género. Hochschild (1975) evidenció que las reglas del sentir dominantes siguen patrones de género según el contexto cultural en el que viven las personas. Por ejemplo, en muchas culturas a la mujer no se le permite expresar enfado y rabia, mientras que a los hombres sí, en tanto que la rabia es considerada en las culturas patriarcales como una emoción “natural” y legítima en los hombres, para quienes, al contrario, no se ve bien que sientan y expresen miedo, incluido el miedo a la enfermedad. De hecho, en México hay campañas para transmitir la idea de que los hombres, cuyo rol principal es de proveedores, también se enferman y no por eso valen menos o son débiles. Este elemento nos proporciona un factor explicativo para comprender el origen de las respuestas de negación y minimización de los riesgos de la enfermedad por la COVID-19 que, por lo general, son promovidas por élites políticas compuestas por hombres.
Este patrón se puede observar, además, en los comportamientos de estas élites que inicialmente menospreciaron las reglas de higiene y distanciamiento social impuestas a los ciudadanos, como el uso de la mascarilla. En una cultura machista, cubrirse el rostro, para un hombre, es un signo de debilidad, vergüenza y estigma. Al no ponerse la mascarilla al inicio de la pandemia, estas élites legitimaron el mito de la invulnerabilidad, vinculado, por un lado, al hecho de sentirse intocables por pertenecer a las clases altas y, por otro, por compartir una cultura patriarcal y machista. Esta caracterización de género se alinea con los resultados de una reciente investigación realizada en Estados Unidos sobre el uso de las mascarillas (Capraro y Barcelo, 2020), resultados que coinciden con aquéllos de investigaciones anteriores sobre su empleo en la pandemia de H1N1 de hace diez años (Condon y Sinha, 2010).
Además de expresar invulnerabilidad, la negación al uso de mascarilla refuerza los estigmas de género, ya que son las mujeres las que tienen el rol de cuidadoras. La primera función de la mascarilla es evitar contagiar a otras personas, es decir, es un acto de cuidado colectivo y así se percibe, como lo confirman los resultados de la investigación de Capraro y Barcelo (2020), quienes destacan que la principal intención para quien tiene la mascarilla es proteger a “tu comunidad”, valor que resulta más alto que el de protegerte a “ti mismo”, a “tu familia” o a “tu país”.
Al negarse a ponerse las mascarillas, las élites políticas transmiten valores de egoísmo, individualismo, falta de respeto hacia el otro y machismo. Este último, en el caso mexicano, ha sido evidente en las afirmaciones del presidente, para el cual las mujeres tienen que cuidar a los familiares enfermos; López Obrador ha negado, además, que en el contexto familiar se genera la mayor parte de la violencia hacia las mujeres —la cual ha aumentado durante la pandemia— y ha rechazado los datos proporcionados al respecto por asociaciones civiles.
Por último, negarse a usar el cubrebocas también denota desprecio hacia la ciencia, en este caso, la ciencia médica, aspecto que se vincula fuertemente al siguiente patrón que presentamos.
Otro patrón común en las primeras respuestas de estas élites políticas es el cinismo. En marzo de 2020, el entonces primer ministro británico Boris Johnson avisaba a los británicos que “muchas más familias perderán a sus seres queridos antes de tiempo” (Stewart et al., 2020), deslindándose de su responsabilidad e ineficiencia en la gestión inicial de dar difusión sobre la pandemia en Reino Unido y confiriéndole un tinte determinista a las consecuencias del virus. Bolsonaro también se dirigió en este tono a los parientes de las víctimas por coronavirus en Brasil: “lo siento por todas las muertes, pero esto es el destino para todos” (Globo, 2020). En Italia, a finales de febrero, las élites políticas, con el apoyo de una parte de la comunidad científica, intentaron tranquilizar a la población italiana al afirmar en varios medios que “van a morir sólo los adultos mayores, que de todos modos ya estaban en riesgo” (Arcovio, 2020) o que “mueren sólo los viejos y los enfermos” (La Voce del Trentino, 2020), aseveraciones desmentidas poco tiempo después con el incremento del número de muertos. En los Países Bajos, se aconsejó a los pacientes de edad avanzada no dirigirse a las unidades de cuidados intensivos para el tratamiento de la COVID-19 por las escasas camas en la UCI del país (Van den Berg y Deutsch, 2020).
Estas afirmaciones, que de una forma u otra han surgido en muchos países, evidencian el desprecio de toda una clase política y económica hacia un sector vulnerable de nuestra sociedad: los adultos mayores y los enfermos, quienes, por no ser productivos, son considerados sacrificables en el marco del actual sistema económico y social. El cinismo y el menosprecio a la vida de los más vulnerables que mostraron estas élites han sido un aliado necesario para defender los intereses económicos de quienes intentaron preservar desde el principio de la pandemia el business as usual. Esto influyó en la toma de decisiones políticas, como pasó en algunas regiones muy productivas del norte de Italia, en donde, a pesar de la gravedad de la situación, los alcaldes de Bérgamo y Milán, por ejemplo, invitaban, mediante videos promocionales como #MilanoNonSiFerma (Milán no se para), a los negocios a estar abiertos y a la gente a salir y hacer compras (ANSA, 2020). La misma respuesta institucional para “fortalecer la economía” se pudo observar en otros países como México (López Obrador, 2020b).
El cinismo demostrado por estos líderes y autoridades evidencia cómo el actual sistema socioeconómico promueve una regla del sentir que tiene que ver con el desprecio hacia la vida, junto con los valores egoístas y la falta de empatía. La expresión y legitimación del cinismo tiene una doble consecuencia social. Primero, desresponsabiliza a las élites políticas y sus respuestas de la crisis sanitaria al inducir la idea de que las muertes por la COVID-19 son el resultado de un proceso de selección natural en el que los más débiles sucumben, siguiendo una lógica propia del darwinismo social. Segundo, el cinismo, así como destaca Jasper (1998, p. 114), disminuye en las personas el sentimiento de esperanza por un cambio social, que los promotores del business as usual quieren evitar.
Uno de los últimos patrones que queremos destacar y que ha caracterizado las respuestas iniciales a la pandemia de muchas élites políticas es la búsqueda de chivos expiatorios y “untadores” —culpables de la transmisión—, lo que ha dado lugar a respuestas racistas y discriminatorias hacia distintas comunidades. Entre las primeras comunidades tachadas de haber causado la propagación del virus, se encuentran las asiáticas, las cuales han sido amenazadas y atacadas de forma violenta en distintos países (Aratani, 2020). Estos actos han sido legitimados por afirmaciones públicas de élites políticas acostumbradas a expresar su desprecio hacia personas diferentes a ellas. Un caso que resume a nivel internacional esta posición discriminatoria es la declaración del gobernador de la región italiana de Véneto, el cual, al inicio de la pandemia, declaró:
creo que China pagó un gran precio en esta epidemia porque todos los vimos comiendo ratones vivos o algo así... ¿Sabes por qué tenemos [en Véneto] 116 positivos después de una semana, de los cuales 63 no tienen síntomas y sólo tenemos 28 en el hospital? ¿Sabes por qué? Esto es debido a la higiene que tiene nuestra gente, los vénetos, los ciudadanos italianos, la formación cultural que tenemos es un régimen especial de limpieza personal. Incluso la alimentación. (ArTribune, 2020)
Declaraciones como ésta, que reivindican una supuesta superioridad cultural de los italianos frente a los chinos, fueron empleadas como pretexto para retrasar la aplicación de medidas sanitarias, priorizando la producción industrial y la economía a costa de la salud de los trabajadores y ciudadanos. También en Italia, la diputada y exministra de centroderecha Meloni respondió a la solidaridad mostrada por China hacia el país mediterráneo con estas palabras: “Alguien trata de indicarnos a los chinos como un punto de referencia y salvadores de la patria porque nos prestan máscaras. No me importa; los chinos nos trajeron el virus” (Pegoraro, 2020).
Además del racismo hacia otros países, las declaraciones de líderes italianos también se dirigieron a los extranjeros que viven en Italia, atribuyendo el colapso del sistema de salud nacional (Drogo, 2020) al dinero “gastado en ellos” en lugar de a la privatización del sistema de salud de los gobiernos de derecha que gobernaron los últimos años (Di Feo, 2020). Además, el caso de Italia es particularmente relevante porque, si en un primer momento las élites políticas buscaron gli untori del virus —el foco de contagio— en los extranjeros, sucesivamente volvió a emerger la discriminación entre ciudadanos del norte y del sur del país. Sin embargo, esta vez la discriminación no fue hacia los ciudadanos del sur, región menos rica, sino hacia los del norte, donde la epidemia se difundió a mayor escala. Se pueden leer así muchas declaraciones de diversos políticos del sur que amenazaron o propusieron cerrar las fronteras a los habitantes del norte de Italia (Marconi y Naddeo, 2020). Un ejemplo parecido se observó en México, en donde exponentes del gobierno alimentaron con sus declaraciones la creencia de que las personas de mayores ingresos trajeron el virus del extranjero (Economíahoy, 2020), cuando en realidad fue inevitable la difusión de la enfermedad en una sociedad globalizada.
La narrativa de un “nosotros” diferente y superior a “ellos” se puede observar en distintos países y continentes. Por ejemplo, el ministro de salud de Australia destacó a finales de marzo que el país no necesitaba el cierre total porque “ellos” no son como Italia, España o Irán (Kelly, 2020). En México, el presidente reivindicó una supuesta supremacía de los mexicanos, ya que “la pandemia no hace nada a los mexicanos” (Linthicum, 2020). En Estados Unidos, desde distintas élites conservadoras, se justificó el alto porcentaje de muertes por la COVID-19 en las comunidades afroamericanas por sus malos hábitos sociales y de salud —en lugar de reconocer el racismo estructural presente en el país y las posibilidades discriminatorias de acceso al sistema de salud para estas comunidades (Goldstein, 2020)—, como destacó en una conferencia de prensa de la Casa Blanca el cirujano general de EE. UU., Jerome Adams:
Pero déjenme dejar esto más claro que el agua: no creemos que las personas de color estén biológica o genéticamente predispuestas a adquirir la COVID-19. No hay nada inherentemente malo con ustedes. Pero están socialmente predispuestos a la exposición al coronavirus... y a tener una mayor incidencia de las mismas enfermedades que los ponen en riesgo de complicaciones graves del coronavirus. (White House, 2020)
Si algunas élites políticas hicieron emerger de una forma u otra emociones como el desprecio vinculadas a las diferencias étnicas, otras dirigieron este desprecio hacia las personas que no se alineaban con sus indicaciones. Por ejemplo, el presidente Bolsonaro acusó a las personas que se quedaban en casa de ser cobardes (Fanti, 2020) o histéricas (Eisenhammer y Spring, 2020). Otros políticos atacaron a los ciudadanos que no respetaban el lockdown llamándolos estúpidos o asesinos (La Gazzetta del Mezzogiorno, 2020). La expresión pública de estas emociones tuvo como consecuencia el alimento de la rabia y el resentimiento hacia diferentes sectores de la población; emociones que legitiman prácticas de watchdog, que convirtió a miles de ciudadanos en centinelas que denunciaban a los vecinos que según ellos no respetaban el confinamiento (Morvillo, 2020). Otros líderes, como Trump, apoyaron a grupos de ciudadanos armados que protestaban en contra del cierre en EE. UU. (Gearan y Wagner, 2020).
Todas estas prácticas, posiciones y declaraciones contribuyeron a romper el tejido social de comunidades profundamente golpeadas por los efectos sociales de la pandemia, lo que impulsó un proceso de polarización social que genera conflictos entre: los que siguen el confinamiento y los que no; los que sufren por la crisis económica y los que no; los que se enferman o son vulnerables y los que no; los que se pueden quedar en casa y los que no. Este proceso de polarización, por un lado, divide a las poblaciones de las mismas clases sociales entre virtuosos y “untadores”, y, por el otro, une a los sujetos con un discurso alternativo común (el capitalismo o el Estado son los virus) y un marco de injusticia compartido, como es el caso de la nueva ola de protestas antirracistas que están surgiendo a nivel internacional. El impacto social de esta polarización dependerá de cómo se enmarque la experiencia y hacia quiénes se dirijan emociones como la rabia, el ultraje y la indignación. Al respecto, los movimientos sociales tienen un papel central en estos procesos.
Una las actividades principales de los grupos de base es la recolección y el suministro de alimentos distribuidos a través de canastas, por lo general entregadas a domicilio a los más necesitados, o a través de comedores populares (Gravante, 2022). La imposibilidad de acceder a los alimentos fue una de las primeras urgencias de la crisis sanitaria, sobre todo entre las personas que se ganan la vida en la calle y en trabajos informales. La pandemia ha puesto en evidencia “lo que muchos ahora llaman nuestro ‘sistema alimentario roto’, a medida que las cadenas de suministro mundiales se rompen, intensificando los déficits alimentarios” (McMichael, 2020). La pandemia ha exacerbado la desigualdad del actual sistema alimentario promovido por un modelo económico basado en la injusticia social y la explotación.
Si el hambre al inicio del siglo XXI se consideraba confinada a las zonas económicamente más pobres del planeta, la pandemia mostró cómo también en países de ingresos altos, como los europeos o Estados Unidos, hay miles de personas que no pueden acceder a una canasta básica de alimentos de forma cotidiana. En Newcastle upon Tyne (Reino Unido), el grupo del proyecto de comedor popular The Magic Hat Café, que se ocupa de reutilizar los productos alimentarios descartados por las grandes superficies, empezó a distribuir bolsas de comida a las familias más necesitadas. Cada día, sólo este colectivo logró repartir ochocientas bolsas de comida a más de doscientas familias de Newcastle (The Magic Hat Café, 2020). En Italia surgieron grupos como el proyecto Colonna Solidale Autogestita (Columna Solidaria Autogestionada) que, con el lema “si puedes, deja algo; si tienes necesidades, pide y te será llevado” (Colonna Solidale Autogestita, 2020), recolecta bienes de primera necesidad entre los vecinos de un barrio para distribuirlos después a las personas más necesitadas.
Siguiendo el espíritu del socialismo utópico “de cada uno según su capacidad, a cada cual según sus necesidades”, este modelo de donación solidaria permitió el involucramiento de muchos vecinos que tenían la posibilidad de salir y comprar algún producto más para después dejarlo en cajas donde los más necesitados podían pasar a recogerlo. Este tipo de activismo puso en evidencia la incapacidad de los gobiernos de garantizar techo y comida a todos sus ciudadanos, aún más en situaciones de crisis sanitaria. Como destacan los activistas del proyecto CDMX Ayuda Mutua: “todos merecen alimentar a sus familias y mantenerse a salvo. Vamos a superar esto juntos” (CDMX Ayuda Mutua, 2020).
Estos grupos, además de intentar solucionar problemas que emergen de la excepcionalidad de la situación vivida, se caracterizan por una respuesta a la crisis basada en la compasión y la solidaridad que se contrapone a la respuesta hegemónica, basada en el individualismo y el cinismo. Estas redes de apoyo mutuo, además de mitigar a nivel local los problemas sociales generados por la crisis, han permitido sobrellevar a nivel colectivo una serie de emociones como la impotencia, la desesperanza, la vergüenza o la tristeza y promueven la emergencia de otras emociones colectivas “de la resistencia” (Whittier, 2001), aspecto que trataremos en el apartado siguiente.
Las respuestas sociales a la crisis generada por la COVID-19 que surgen del activismo de base se vinculan directamente a una serie de emociones que los distintos grupos legitiman, evocan, fortalecen y colectivizan. El proceso de colectivización de las emociones resulta muy importante en un contexto como el de la pandemia, donde tanto la estructura sociocultural en la que vivimos, como las medidas de prevención del contagio se basan en un modelo esencialmente individualista, en el que se considera virtuoso al ciudadano que no se enferma, y se responsabiliza y culpabiliza el individuo que se enferma, sin considerar las diferentes condiciones de cada uno. El resultado de esto es que tanto las personas afectadas directamente por el virus o que han perdido un ser querido por esta enfermedad, vivan la misma o el duelo como un asunto individual, caracterizado por un sentido de culpa y el estigma del "untador".
Las personas vulnerables, como los adultos mayores que viven solos y que necesitan ayuda, se sienten menospreciados en tanto que ya no son “fuerza productiva” o sienten vergüenza de pedir ayuda, ya que no cumplen con las expectativas sociales del adulto funcional autosuficiente. En estos casos, al igual que los inmigrantes o los que han perdido su autonomía económica a causa de la pandemia, la vergüenza y la culpa que sienten por ser vulnerables generan aún más indefensión e impotencia frente a la enfermedad de la COVID-19. El apoyo solidario por parte de los grupos de base permite romper este sentimiento de culpa y el estigma, gracias a un proceso de enmarcamiento colectivo que posibilita manejar las emociones del trauma gracias a las emociones de la resistencia.
En el caso de la pandemia por la COVID-19, las emociones del trauma son, por ejemplo, el dolor por la pérdida de seres queridos; el miedo, la angustia o la ansiedad por enfermar, contagiar o por la inseguridad económica; la vergüenza por ser vulnerables o estar enfermos, y la tristeza. Para manejar estas emociones, los grupos de base promueven estrategias colectivas para: 1) compartir emociones como el dolor, el miedo, la tristeza, entre otras, sin sentirse débiles por eso; 2) enmarcar estas emociones como consecuencia de una crisis para la cual hay responsables políticos; 3) perder la culpa de sentir estas emociones y por las consecuencias de la crisis en sus vidas. Lo anterior, entre otras cosas, da pautas para construir un discurso político alrededor del trauma, en este caso las consecuencias vividas por la pandemia, y enmarcar políticamente la experiencia de sufrimiento (Champagne, 1996; Whittier, 2001). En otras palabras, compartir y aceptar las emociones del trauma permite, entre otras cosas, enmarcar la experiencia personal como una injusticia social —una grievance— y crear un marco de injusticia —injustice frame— (Gamson, 1992) que no sólo posibilita superar el sentido de culpa y el estigma, sino también propicia la búsqueda de los responsables sociales de las consecuencias vividas, como pueden ser los gobernantes.
El segundo proceso involucra las emociones llamadas “de la resistencia” (Whittier, 2001); por ejemplo, la esperanza, la rabia moral, la indignación, el orgullo, las emociones recíprocas como el amor o el respeto, que ayudan, entre otras cosas, a sobrellevar las emociones del trauma y a generar energía emocional (Collins, 2001; Jasper, 2011, 2018). Esta categoría de emociones permite a las personas afectadas por la pandemia a recuperarse del duelo, superar la impotencia y el sentimiento de indefensión y vulnerabilidad que emergen cuando se viven situaciones traumáticas (Champagne, 1996; Whittier, 2001; Gravante, 2020b).
Una consecuencia de este trabajo emocional es que las personas a las que iba dirigida la ayuda se empoderan y participan en el proyecto. Esto se pudo observar en las ollas populares o comunitarias de las periferias más pobres de varias ciudades, así como en proyectos como CDMX Ayuda Mutua, donde algunos beneficiarios de las canastas alimentarias contribuyen a repartirlas a otras personas y familias. La evocación de las emociones de la resistencia permite superar la impotencia y crear un marco de injusticia alrededor de su situación de vulnerabilidad social, así como se ha analizado en el caso de mujeres víctimas de violencia (Gravante y Poma, 2019). Al generar sentimientos de empoderamiento (feelings of empowerment) (Drury y Reicher, 2009), las emociones de la resistencia van más allá del evento mismo, lo que genera un impacto en la vida de las personas en el presente y, muy probablemente, en el futuro al involucrarse en nuevos proyectos (Drury y Reicher, 2009, p. 714), así como ya hemos podido percibir en las personas que se han incorporado a las experiencias documentadas.
La observación en el activismo de base de emociones de la resistencia y de emociones que se contraponen a las reproducidas por las élites nos lleva a la conclusión de que una consecuencia inesperada de la crisis generada por la pandemia podría ser el surgimiento de una cultura emocional contrahegemónica. Con los datos a disposición no es posible todavía demostrar la existencia de esta nueva cultura emocional, ya que habría que explorar los casos analizados con una temporalidad más amplia.
La crisis generada por la pandemia ha dado lugar a diferentes respuestas sociales, las cuales han alimentado una polarización social ya presente en la sociedad actual. En este artículo, que considera dos actores sociales —las élites políticas y el activismo de base—, hemos podido explorar, gracias al análisis de la dimensión emocional de sus respuestas, cómo algunas de éstas han reivindicado y legitimado toda una serie de valores que van desde el individualismo y el determinismo social hasta el apoyo mutuo.
Con respecto a las élites políticas, lo que hemos destacado es cómo sus respuestas están vinculadas a emociones y reglas del sentir dominantes como el cinismo, la invulnerabilidad, el desprecio a la vida ajena, la superioridad de género, entre otras, las cuales han contribuido a legitimar fenómenos sociales como el rechazo a la ciencia, el menosprecio a la vida de los más vulnerables, el machismo, el cinismo, el racismo y la discriminación social. Lo que nos están dejando estas respuestas por parte de las élites es un fuerte proceso de polarización en la sociedad; una polarización que va más allá de la dimensión ideológica y que se juzgará en el terreno de los valores, las emociones y las prácticas.
En cuanto al activismo de base, identificado con lemas como “El cuidado colectivo es nuestra mejor arma en contra del COVID-19” y “Solidaridad, no caridad”, ha puesto en discusión el modelo social y cultural dominante, proponiendo a través de sus prácticas procesos de colectivización que involucran valores y emociones. El manejo de las emociones del trauma y la legitimación de emociones como el dolor, la rabia, la indignación, el compromiso social, entre otras, representa uno de los principales logros de estos movimientos en este breve periodo. Como destaca Della Porta (2022), los impactos culturales y biográficos del activismo de base en tiempo de pandemia se podrán analizar solamente en el mediano y largo plazo; además, habrá que analizar qué respuestas sociales desde abajo emergerán para enfrentar la nueva normalidad. Sin embargo, consideramos que la polarización que surgió a lo largo de la pandemia y el papel de las emociones dentro de ella deben seguirse estudiando para comprender los impactos sociales y culturales de esta experiencia que todos estamos viviendo.