Palabras clave: Antropología mexicana, antropología del deporte, sociología del deporte, identidades, clientelismo
Keywords: Mexican anthropology, anthropology of sport, sociology of sport, identities, clientelism
Dossier
En la tribuna de sol del Nemesio Díez. Espectadores y clientelismo
From the Nemesio Díez' sun bleachers. Spectator and Clientelism
Duarte R.. Duarte, R. (2024). Desmadre organizado. Clientelismos y juventudes en dos barras de futbol mexicanas. Universidad Iberoamericana, 295 pp.. 2024. Universidad Iberoamericana |
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Recepción: 12 Junio 2024
Aprobación: 05 Agosto 2024
Publicación: 20 Septiembre 2024
El futbol, el beisbol o el basquetbol son deportes que nacieron y se organizaron, en sus formas contemporáneas, en la segunda mitad del siglo XIX: apenas en 1863 se acordó en Inglaterra la separación del rugby y el futbol, y en 1904 se fundó la Federación Mundial de Futbol. Éstos también fueron los años de emergencia de la ciencia social. Andrés Fábregas (2001) hace notar que ni Durkheim ni Weber se ocuparon del deporte —o del futbol en particular— y que ni siquiera lo mencionaron; en tanto que Veblen, en su trabajo sobre la clase ociosa, publicado en 1899, atribuyó una “constitución espiritual arcaica” a la afición deportiva, que para serlo necesitaba un “temperamento moceril” (Fábregas, 2001, p. 64).
En la presentación del dossier sobre futbol de la revista Historia Mexicana, Pablo Alabarces (2022) señala que la historiografía de este deporte y su público en América Latina “es tan reciente como antigua. […] la antigua, es periodística y de aficionados. La reciente […] es profesional, y debió esperar a que las academias latinoamericanas aceptaran que las historias locales […] constituían objetos tan necesarios como legítimos” (p. 745).
Esta idea de que la ciencia social “llega tarde” al futbol es compartida por múltiples autores. En el prefacio a Deporte y ocio en el proceso de la civilización (1992), de Norbert Elias y Eric Dunning, éste último intenta responder “por qué se ha tendido a olvidar el deporte y el ocio, sobre todo el primero, como áreas de investigación sociológica” (Dunning, 1992, p. 12). Gabriel Angelotti (2010) destaca que, en un extenso panorama histórico de doce volúmenes sobre la antropología en México en 1987, no se mencionan “trabajos del ámbito deportivo del país” (p. 215). A propósito de los estudios de comunicación, Alonso Meneses y Ávalos (2013) señalan, en el resumen mismo de su texto, que “la investigación del futbol desde las ciencias sociales tuvo un proceso lento a lo largo del siglo XX y los estudios de comunicación también” (p. 33).
Aunque la antropología social mexicana parece compartir el retraso en el tratamiento del futbol, da la impresión de que se aplica en remontarlo, con piezas memorables en torno a los actores “en escena” y los que “están fuera de escena”, como la investigación de Andrés Fábregas (2001) sobre las Chivas de Guadalajara, o el más exhaustivo trabajo de Roger Magazine (2008) sobre los jóvenes aficionados a los Pumas de la UNAM, en particular su porra Plus. Sin embargo, como Varela y Magazine (2017) muestran en una revisión de la producción en la materia, no se trata de excepciones, sino que puede darse cuenta de decenas de investigaciones en torno a lo que está en y fuera de “escena” en los clubes de futbol profesional —Jaguares de Chiapas, Pachuca, Atlas, América, Dorados de Sinaloa, Tigres, Monterrey, León, Irapuato, Necaxa o Santos Laguna—, en la selección nacional o en equipos y competencias locales y fenómenos generales o no fuera de escena como las masculinidades, identidades, las ligas de mujeres, la llamada despopularización, o, particularmente, el clientelismo.
En esta joven tradición antropológica es en donde debe situarse el trabajo de Ricardo Duarte (2024), quien, a través de la presentación de su estudio etnográfico de la Perra brava y de La banda del rojo, dos agrupaciones de animación o porras del equipo mexicano de futbol profesional Toluca, argumenta que “ambos grupos proponen unas sociedades ideales […]. [Dos] maneras de entender la sociedad y las relaciones sociales [que] exponen diferentes modos específicos de entender lo político y la libertad” (p. 18).
El capítulo introductorio del libro desarrolla con amplitud el argumento: presenta, por un lado, un concepto de clientelismo en el que no sólo figuran el intercambio y las relaciones verticales, sino también la organización, la identidad y el habitus; y, por otro lado, la idea de “individualismo neoliberal”, que implica individuos persiguiendo sus fines egoístas y produciendo, así, un tipo particular de relaciones sociales.
Una tercera categoría central, más idiosincrática a los estudios de los grupos de animación, es la de “desmadre”, que el autor conecta con los trabajos del ser nacional del siglo XX en México —lo que aparentemente es una constante en la interpretación de los actores del futbol “nacional”, sin importar la nación en cuestión—, así como con las formas de organización de lo social, al señalar que, en los grupos investigados, el “desmadre” suaviza mas no rivaliza con el clientelismo, lo que lo lleva a desmarcarse de los autores que entienden el clientelismo y el corporativismo como algo negativo.
Siguiendo a sus informantes, Duarte (2024) se plantea que
[...] el clientelismo y el corporativismo en los grupos de aficionados al futbol en Toluca son, para ellos, una estrategia legítima que se convierte en un estilo de vida, y que utilizan diversos actores para obtener recursos y ganar capital social por medio de negociaciones sociales en torno a la participación, el apoyo y lo que denominan desmadre, con personas vinculadas a la política y la seguridad pública (p. 35).
Esto forma parte de una cultura política históricamente asociada al Partido Revolucionario Institucional (PRI) que subvierte la idea misma del orden liberal individual.
La Perra brava, el grupo de animación más tradicional, con integrantes de mayor edad y mejor relacionado con los dueños del equipo de futbol, recrea una forma de socialidad muy próxima al patrón clientelar y corporativo, lubricado por el “desmadre organizado”; en cambio, La banda del rojo, grupo más nuevo, integrado por jóvenes, más horizontal en sus relaciones al interior y en el que prima la colectividad, recrea una forma de socialidad que critica los componentes individualistas y mercantiles del intercambio de la Perra brava.
En el capítulo primero de Desmadre organizado. Clientelismos y juventudes en dos barras de futbol mexicanas, Ricardo Duarte, de la mano de la sociabilidad de los grupos de animación, su ubicación en el estadio Nemesio Díez, el papel de los jóvenes, las mujeres y las personas mayores, intenta recoger elementos relativos a la estructura social, la distancia y la calidez de las relaciones sociales en la capital del Estado de México, el presunto “conservadurismo” de los toluqueños y sus relaciones con el PRI.
En el segundo capítulo, Duarte profundiza en su categoría de “desmadre”, especialmente en la de “desmadre organizado” que se relaciona con la Perra brava. El planteamiento se presentó hace algunos párrafos: el desmadre lubrica la jerarquía de la relación cliente-patrón; sin embargo, en esta sección se avanza identificando un límite futbolístico —apoyar al equipo como finalidad última— del desmadre, que a su vez se vuelve funcional en la relación de “la barra” —autolimitada en sus excesos— con los políticos de la ciudad, sobre los que priva la idea del “conocerse” —otro concepto que se documenta etnográficamente—. La mirada detenida incluye la estructura de la Perra brava, que incluye al grupo femenino Las radikales, la banda musical Los bastardos y las tres posiciones unipersonales de mando, una de ellas, en el pináculo, asociada a la directiva del club, a los políticos del PRI y a la seguridad pública, que son, propiamente, los mediadores entre el mundo del patronaje, políticos, en particular, el entonces gobernador del estado, Arturo Montiel y los dueños del equipo, y los clientes, es decir, los aficionados organizados y contenidos en esa red imaginaria de las relaciones amistosas lubricada, como se apuntó antes, por el desmadre.
El capítulo tercero versa sobre La banda del rojo, constituida originalmente por seis jóvenes que se separaron de la Perra brava y construyeron de manera más descentralizada un grupo de animación. Los elementos distintivos de esta barra, respecto a la Perra brava, son tanto el protagonismo juvenil como la crítica práctica a los aspectos más jerárquicos, utilitarios e incluso de intercambio político del grupo de la porra de origen. La banda del rojo se organiza en sectores que “se movilizan”; los sectores son distintas unidades territoriales que se comunican entre sí a través de padrinos y actualizan su identidad en la coincidencia en la animación conjunta de los partidos del Toluca. La crítica no se limita a la otra barra, la de origen, sino que incluye opiniones y conductas contrarias al individuo maximizador, sólo ocupado del “bisne”, la policía y los políticos.
El tránsito de los integrantes de una barra a la otra, sus motivaciones y racionalizaciones, así como las percepciones que tienen unos de otros son los temas que se examinan en el capítulo cuarto. Por ejemplo, se constata, en el transfuguismo de los porristas, una suerte de lealtad de primer orden al equipo de futbol o quizá al desmadre, así como una afiliación de segundo orden con los niveles de contención y jerarquía que son aceptables para las personas. Así, se pasa de la Perra a La banda por exclusiones, porque el mando asfixia o porque se ha censurado una conducta —en el caso de las mujeres, ésta puede ser el “aguante”, visto como “no femenino”— y de La banda a la Perra porque se asumen costos de intentos fallidos al interior de la barra, así haya que suscribir el orden más restrictivo del nuevo grupo de animación. No obstante, en uno y otro, la membresía no es una afiliación utilitaria, sino una pertenencia, una relación de proximidad con el otro, al que se conoce: el amigo, el lugar, la ciudad y el equipo, que bien pueden expresarse como un lazo familiar.
El libro ofrece un relato fluido, con alcances teóricos y una narrativa densa pero accesible, construida con trabajo a profundidad que incluye algunas miradas extensivas, que dialoga a su vez con autores relevantes en el campo, como Elias y su sociología del proceso civilizatorio, Auyero y sus plantemientos sobre clientelismo, y Da Matta y Alabarces para el futbol, entre otros.
Al argumento central podría cuestionársele, desde una perspectiva metodológica, si el dicho de los actores “fuera de escena” —conforme al cual el desmadre suaviza la carga de la corporación y el intercambio subordinado— constituye la realidad social o su explicación, y, desde una postura individualista y normativa, si ese lubricante justifica abdicar de la crítica al clientelismo y al corporativismo.