Artículos y Ensayos
Una aproximación a la RDA (República Democrática Alemana) en la historia social, los estudios de memoria y la etnografía postsocialista: ejes temáticos, perspectivas y debates
An Approach to the GDR (German Democratic Republic) in Social History, Memory Studies and Postsocialist Ethnography: Relevant Issues, Perspectives, and Debates
Una aproximación a la RDA (República Democrática Alemana) en la historia social, los estudios de memoria y la etnografía postsocialista: ejes temáticos, perspectivas y debates
Iberoforum. Revista de Ciencias Sociales, vol. 4, núm. 2, pp. 1-38, 2024
Universidad Iberoamericana, Ciudad de México
Recepción: 09 Febrero 2024
Aprobación: 13 Junio 2024
Publicación: 09 Septiembre 2024
Resumen: Este artículo de revisión teórica tiene el objetivo de ofrecer un panorama retrospectivo y transdisciplinar sobre algunos focos de interés, ejes temáticos y debates que impulsaron a que varios estudios sobre la antigua República Democrática Alemana (RDA) provenientes de la historia social, los estudios de la memoria y los etnográficos (que siguieron el impacto del proceso de anexión de la RDA a la República Federal Alemana en la vida de alemanes orientales en pueblos y ciudades pequeñas) se distancien del llamado paradigma totalitarista, predominante en las ciencias sociales, en el debate público, los medios de comunicación y el Estado alemán postunificación. Dicho paradigma comenzó a ser cuestionado hace dos décadas a partir de la constatación de las contradicciones entre los discursos académicos, los oficiales estatales y la memoria popular de quienes desarrollaron sus vidas familiares en la RDA. En conjunto, a partir de debates internos en cada campo disciplinar, estas investigaciones incorporaron el estudio de dimensiones de la vida cotidiana, otras conceptualizaciones sobre la dinámica de las interacciones entre el Estado-partido y la producción de hegemonía, la sociedad y las instituciones, el consumo y la cultura material, la producción de memorias no hegemónicas y nuevos procesos identitarios.
Palabras clave: Alemania del Este, RDA, historia, estudios de memoria, etnografía postsocialista.
Abstract: This theoretical review article aims to offer a retrospective and transdisciplinary overview of certain topics, thematic axes and debates that led to several studies on the former German Democratic Republic (GDR) coming from social history, memory studies and ethnographic studies (which followed the impact of the annexation process of the GDR in the Federal Republic of Germany on the lives of East Germans in towns and small cities) distance themselves from the so-called totalitarian paradigm predominant in the social sciences, in public debate, the media and the post-unification German State. This paradigm began to be questioned two decades ago based on the contradictions between academic discourses, State-official discourses and the popular memory of those who developed their family lives in the GDR. Together and based on internal debates within each disciplinary field, these investigations incorporated the study of dimensions of daily life, other conceptualizations of the dynamics of interactions between the party-state and the production of hegemony, society and institutions, consumption and material culture, the production of non-hegemonic memories and new identity processes.
Keywords: East Germany, GDR, history, memory studies, Postsocialist ethnography.
Introducción y objetivos
En el año 2009 pasé tres meses en Berlín en el marco de una estancia doctoral en el Instituto Iberoamericano, la cual coincidió con los festejos oficiales por los veinte años de la caída del Muro. La curiosidad personal pronto se transformó en académica y comencé a interesarme por el pasado de la República Democrática Alemana (RDA) (1949-1989) desde algunas discusiones de la historia social y cultural, los estudios de memoria, la etnografía y la antropología (Gómez, 2015; 2016). En el año 2014 comencé una investigación en Berlín sobre la que me encuentro reflexionando en varias direcciones; una de ellas versa sobre los sentidos y desafíos de hacer etnografía en un país europeo del Norte Global, siendo yo una antropóloga argentina. Mi interés acabó centrándose en los debates sobre las políticas de la memoria sobre la RDA y sus reverberaciones en las dinámicas identitarias de alemanas y alemanes del Este y en activismos en el campo de la cultura y el arte.
Este artículo de revisión teórica tiene el objetivo de ofrecer un panorama preliminar, retrospectivo y transdiciplinar sobre algunos focos de interés, ejes temáticos y debates que impulsaron a que varios estudios sobre la RDA provenientes de la historia social, la historia oral y cultural, los estudios de la memoria y los etnográficos (que siguieron el impacto del proceso de anexión de la RDA a la República Federal Alemana en la vida de alemanes orientales) se distancien del llamado paradigma totalitarista (predominante en el debate público, los medios de comunicación y en el Estado alemán postunificación) para elaborar perspectivas no binarias y más complejas sobre el tipo de régimen comunista (un tipo de dictadura, según varios autores) que existió en Alemania del Este.
Este posicionamiento crítico se encuentra en sintonía con ejes temáticos que emergieron en el campo académico internacional de los estudios sobre los regímenes comunistas de Europa del Este (Faraldo, 2011) y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) (Álvarez, 2017): los límites de las dictaduras comunistas y las formas del poder estatal/partidario en la vida de los ciudadanos y en los colectivos sociales; la cultura visual y las iconografías; las memorias nostálgicas y las políticas de la memoria; las resistencias y disidencias al comunismo, el impacto de los imaginarios transnacionales sobre la Guerra Fría en distintos países y regiones; las políticas de género, entre otros.
Asimismo, en el siguiente apartado, sintetizo algunos hallazgos de Weitz (1997), McAdams (1993) y especialmente de Corey Ross (2000; 2002), uno de los especialistas en la historia social y política de la RDA más destacados a nivel internacional. Este autor realizó un estudio comparativo sobre una abultada bibliografía con diferentes enfoques teóricos, análisis de fuentes y conclusiones. Las síntesis que se reconstruyen al final de cada capítulo y las conclusiones que traza permiten adentrarse en el complejo proceso que llevó a la fundación de la RDA y en el debate, desde 1989 en adelante, en torno a los términos, conceptos y perspectivas para caracterizarla y estudiar diversas dimensiones, no sólo las represivas por parte del Estado-partido.
El tercer apartado se centra en la discusión sobre la relación Estado-partido y sociedad, con respecto a la relevancia de la agencia y la subjetividad para la investigación histórica: si la RDA no fue un régimen totalitarista, ¿cómo actuaba el poder del Estado-partido en el “socialismo realmente existente”? Esta cuestión se debatió a principios de la década de los noventa entre sociólogos e historiadores alemanes extranjeros y continúa en el presente.
En la cuarta parte retomo estudios de hace una década sobre las políticas de la memoria que ponen de relieve las dinámicas de poder entre la memoria oficial que elabora y difunde el Estado alemán (a través de diversos canales) y otras memorias no hegemónicas creadas por alemanes orientales que la desafían. Éstas se transmiten en el ámbito familiar y están ligadas al recuerdo de aspectos positivos, aunque contradictorios, de la vida en la RDA. Además, se explica el fenómeno de la Ostalgie y los debates sobre sus implicancias e interpretaciones en tanto concepto polisémico.
Por último, se revisan los aportes de dos estudios etnográficos sobre el impacto de la reunificación en Alemania del Este, centrados en las articulaciones entre memoria, identidad, consumo, fantasía, imaginario y neocolonialismo occidental; aquí menciono algunos ejes temáticos y de debate que caracterizaron a la etnografía postsocialista en Europa del Centro y del Este, como las supuestas afinidades entre los estudios postsocialistas y la teoría postcolonial.
Debates en la historiografía sobre la caracterización conceptual de la RDA
La República Democrática Alemana fue un país de origen comunista que existió entre 1949 y 1989, gobernado por el Partido Socialista Unificado (SED), el cual ejerció un amplio control sobre el Estado, la economía estatizada, la sociedad y la vida de los ciudadanos. Por lo tanto, un único partido gobernó durante cuarenta años al igual que sucedió en el resto de los países de la antigua URSS y del bloque del este (Europa del Este). Según el historiador Corey Ross (2002), la RDA fue un “producto artificial de la Guerra Fría” alrededor del cual se construyeron imágenes polarizadas: por un lado, “una barrera antifascista en contra del capitalismo imperialista”; por el otro, “un régimen de ocupación represivo e ilegítimo” o “una perversión del comunismo estalinista que muchos intelectuales del ala izquierda veían perpetrándose en la Unión Soviética e implementándose en Alemania del Este” (p. 19).
Con el colapso de la RDA en 1989, emergieron en el debate público nuevos conceptos y una revitalización de los viejos para explicar las causas del fracaso del socialismo en Alemania del Este, en el marco de un consenso generalizado en donde se veía a la RDA como un tipo de dictadura debido a que no existía una separación marcada entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, ni tampoco un Estado de derecho fuerte al conocerse la vulneración de derechos civiles y políticos (Ross, 2002). Así, comúnmente fue nombrada como “la dictadura del partido” y no como “la dictadura del proletariado”, como se representaba la RDA a sí misma, debido a que el poder político estaba concentrado de manera verticalista en las manos de los líderes del partido:
Debido a que el estado de cosas se sustentaba en la ideología marxista-leninista, y el partido gobernante se describía a sí mismo como socialista y el sistema sobre el que gobernaba como “socialismo real existente”, parece relativamente poco controvertido (aparte de algunos críticos que disputan que el sistema tenía algo que ver con el “verdadero” socialismo) llamar a la RDA una “dictadura del partido socialista”. De este modo, este término marca el alcance del acuerdo. Más allá de esto, existe una vigorosa disputa sobre el carácter esencial de la RDA y dónde debería ubicarse en el contexto de los diversos sistemas autoritarios modernos que surgieron en Europa durante el siglo XX. (Ross, 2002, p. 19)
Este autor ofrece un sumario de los contornos básicos del debate sobre las definiciones de la RDA, centrándose en los desaciertos de conceptos como totalitarismo, estalinismo, dictadura moderna, dictadura educativa y dictadura bienestarista (Welfarist Dictatorship o Dictadura del Estado de Bienestar). Según Ross (2002), este concepto, originalmente elaborado por otro historiador, Konrad Jarausch, logró capturar algunos de los rasgos únicos que tuvo el sistema de gobierno de la RDA: su dependencia de la Unión Soviética, sus intentos por superar el traumático pasado nazi autorepresentándose como un Estado socialista antifascista (lo cual fue bastante cierto) y construido por integrantes de la resistencia al nazismo, su relación única y particular con su “otra mitad occidental” (la RFA), las contradicciones entre sus metas humanistas y emancipadoras y sus prácticas coactivas y represivas. Asimismo, dicho concepto también refleja las experiencias y memorias ambivalentes de los alemanes del Este contemporáneos acerca de la RDA como un Estado cuidador y paternal y, al mismo tiempo, autoritario y coercitivo.
Con respecto al término “régimen totalitarista”, comúnmente aplicado a la Unión Soviética y al Tercer Reich, Ross (2002) explica que podría utilizarse para comprender “los primeros años de la posguerra que vivieron los países satélites de la Unión Soviética incluyendo aquí a la RDA, pero no aplicaría para la era postestalinista de los estados de Europa del Este, donde el término se volvió sólo una descripción superficial” (p. 36); por lo tanto, este concepto debería ser descartado del debate sobre la RDA.1
Sobre la controvertida comparación entre la RDA y el nazismo (nacionalsocialismo), muy presente en los primeros años de la década de los noventa en el debate público y en la narrativa oficial-estatal, Ross (2002) evalúa argumentos de distintos autores para concluir que “la brutalidad y la máquina de muerte del régimen nazista no tienen punto de comparación con los rasgos autoritarios y antidemocráticos del régimen de la RDA”. Además de que sus sistemas económicos eran muy disímiles, lo que los diferenció notablemente fue:
[...] las metas esencialmente humanas y emancipatorias —aunque no realizadas o distorsionadas bajo el socialismo de Estado— y la violencia y bestialidad del Tercer Reich sin paralelo en la historia. Esta disparidad elemental no fue un producto de la circunstancia o de la coincidencia, sino que estaba basado en las diferentes características internas de los dos regímenes. El dinamismo expansivo y asesino del Tercer Reich que culminó en una destrucción sin precedente en Europa fue furiosamente muy diferente de la esclerosis del socialismo de estado, que desapareció del escenario de la historia casi sin disparar un tiro. Estas energías violentas y destructivas no fueron un efecto secundario del Nazismo, sino que eran su propia esencia. Estas distinciones fundamentales vuelven cualquier comparación entre el Tercer Reich y la RDA altamente superficial. (Ross, 2002, p. 171)
Por otra parte, el término “estalinismo” tampoco aplicaría para la caracterización historiográfica de la RDA. En primer lugar, dicha nación se fundó en 1949, pocos años antes de que comenzaran las políticas de “desestalinización” en la Unión Soviética, las cuales trajeron cambios significativos desde mediados de la década de 1950, principalmente para terminar con el terror arbitrario, el culto a la personalidad e implementar estrategias menos duras para alcanzar metas socioeconómicas de desarrollo; el segundo punto es que la Unión Soviética, bajo el mando de Stalin, difirió significativamente de la RDA en su estructura de autoridad política; tercero, los cuarenta años de existencia de la RDA comprendieron periodos muy distintos (los años cincuenta y los relativamente tranquilos setenta, por ejemplo) y sólo compartieron una estructura básica de instituciones políticas y económicas (Ross, 2002, p. 39). Por estas razones, sería forzado comprender el socialismo de Estado de la RDA bajo el mismo concepto aplicado para la década de los treinta en la Unión Soviética.2
El régimen soviético apoyó la fundación de la RDA y jugó un rol clave en ella; sin embargo, la tradición comunista alemana también lo tuvo, pues le impuso características ligadas a valores germanos no liberales de larga data en su tradición de izquierda, como la diligencia, el orden y la disciplina o la creencia en la autoridad como poder estabilizador de la sociedad. En relación a esto, Ross (2002) señaló que “los comunistas conscientemente emplearon conceptos patrióticos antiguos como ‘la calidad destacada del trabajo germano’ y otras nociones tradicionales como el ‘trabajo honorable’ para intentar incrementar la productividad de las fábricas y minimizar el descontento” (pp. 167-169).
Por otra parte, la relación rival entre la RDA y la Alemania Federal desempeñó un rol central en la historia de la primera, considerando la construcción del Muro en 1961, el problema de los refugiados civiles y políticos, las comparaciones constantes entre las economías de cada sistema y la influencia de la cultura y la prensa de Alemania Occidental a través de la radio y la televisión (Ross, pp. 168-169). En parte, esto explica que el SED haya promovido políticas culturales basadas en el concepto de Abgrenzung (demarcación) para alentar la identificación de la población del Este con una identidad nacional nueva y específica (Eastgermaness) (Ross, p. 169).
En otra investigación sobre los orígenes y el desarrollo del comunismo alemán (Weitz, 1997), se concluye que el establecimiento de la RDA como un Estado independiente no fue un proceso preconcebido y predeterminado por los líderes soviéticos, como se sostuvo entre 1960 y 1990, sino el resultado de uno en el que intervinieron diversos actores individuales y colectivos: referentes y líderes de los partidos que se estaban fusionando (el Partido Socialdemócrata o SPD y el Partido Comunista Alemán o KDP) —en donde los comunistas en pocos años ampliaron su dominio mediante elecciones y militancia—, los funcionarios de la Administración Soviética en Alemania del Este, el Politburó Ruso y hasta Stalin, quien se entrevistó con los principales referentes del KPD/SED que defendían una línea intransigente (como el primer líder estatal, Walter Ullbricht), con la condición de que Alemania del Este se transformara en un Estado nación autónomo. Aparentemente éste no era el plan que más le simpatizaba a Stalin pero la propuesta finalmente fue aprobada.
Hasta 1948 coexistieron dos formas de concebir el “camino hacia el socialismo de Estado” en constante tensión: una política gradualista y otra intransigente. La coexistencia de dos lenguajes y líneas políticas reflejaba la apertura que existía en el movimiento comunista internacional en la posguerra, en el que “la retórica comunista era muy inestable, incluso muchas veces dentro de un mismo artículo o debate” (Weitz, 1997, p. 320). Entre 1945 y 1948, la línea gradualista fue dominante dentro del espacio conformado por el SPD y el KPD, del cual nacería el SED en 1946. Esta orientación le permitió al SPD-KPD participar en elecciones políticas, ampliar su base de miembros y militantes e ir ganando cada vez más apoyo social.3 La segunda línea dentro del espacio SPD-KPD, “la política de la intransigencia”, retomaba la vieja línea del KPD durante la República de Weimar, e ideas leninistas y estalinistas acerca del poder, el Estado y la economía. Walter Ullbricht representaba esta línea que hablaba en el lenguaje del conflicto de clases y la lucha antiimperialista. Durante el periodo de reconstrucción del territorio de Alemania del Este, “el KPD/SED y la Unión Soviética abandonaron la orientación gradualista por la política de la intransigencia e incorporaron la zona de ocupación soviética al emergente Bloque del Este” (Weitz, 1997, p. 341). Así, la RDA como Estado nación independiente se fundó el 7 de octubre de 1949, combinando características que provenían de la Unión Soviética y de la tradición comunista alemana.
Además del debate sobre el concepto idóneo para caracterizar el tipo de sistema político que fue la RDA, se agregan otros sobre la relación entre el Estado y la sociedad, el ejercicio del poder estatal/partidario y su impacto en las subjetividades y sociabilidades de los ciudadanos, la construcción de la hegemonía estatal y su resquebrajamiento a partir de la segunda mitad de la década de 1980 como resultado de múltiples factores económicos y sociales, internos y externos (los cambios que se dieron en la URSS) que, conjugados, llevaron al colapso del régimen y a la anexión de los estados de Alemania del Este a la RFA.
La RDA fue un tipo de régimen sociopolítico y económico con rasgos dictatoriales; sin embargo, se caracterizó por lograr un mayor consenso entre la población y sus gobernantes, una gran participación social y política entre las y los ciudadanos a favor del sistema y un mayor desarrollo económico e industrial (al menos hasta fines de la década de los setenta), en comparación con otros regímenes comunistas de Europa del Este. De esta forma, consiguió ser el país del bloque soviético más estable, más desarrollado industrialmente (con las tasas más altas del PBI per cápita) y con una escasa disidencia pública dentro del partido, en comparación con Polonia, Hungría y Checoslovaquia (Ross, 2002). Sin embargo, su colapso fue prematuro y la caída del Muro de Berlín sigue siendo narrada como un evento inesperado para las clases dominantes de ambas Alemanias y para el mundo, aunque existían tensiones internas que se fueron polarizando en los últimos años de la década de los ochenta mientras emergían formas de desobediencia civil y activismos en ciudades como Berlín y Leipzig.
En 1988, el gobierno reprimió algunas protestas no autorizadas, como la marcha para conmemorar la figura de Rosa Luxemburgo y una exhibición ambientalista en una iglesia sionista. Desde entonces, crecieron los colectivos disidentes en los que participaban ciudadanos, ambientalistas, intelectuales, artistas y miembros de las Iglesias luterana y católica; en conjunto desarrollaban marchas, acciones y reclamos (por la democratización del socialismo, derechos civiles y políticos, desarme nuclear, la libre expresión, denuncias de contaminación ambiental y las transformaciones económicas). Para distender este escenario, el gobierno amplió los permisos para viajar hacia el oeste, pero la mayoría no tenía recursos económicos o lazos familiares estables para hacerlo (McAdams, 1993).
En 1989, en Leipzig, los ciudadanos comenzaron a realizar marchas multitudinarias (“las marchas de los lunes”) para exigir transformaciones económicas y políticas; sin embargo, eran acusados de ser manipulados por “fuerzas contrarrevolucionarias” (McAdams, 1993, p. 190). Un punto de inflexión fue el éxodo de miles de alemanes del Este, en mayo de 1989, cuando Hungría abrió su frontera con Austria y utilizaron esta vía para llegar a las embajadas en Budapest, Praga y Warsaw. Simultáneamente, el gobierno preparaba los festejos oficiales por los cuarenta años del aniversario de la RDA (7 de octubre de 1989) con un discurso negador y autocomplaciente sobre la “victoria del socialismo”.4 Finalmente, la caída del Muro de Berlín comenzó la noche del 9 de noviembre de 1989, cuando un ministro de la RDA (Schabowski) anunció en una conferencia de prensa que desde ese mismo momento empezaba a regir una nueva ley de viaje que facilitaría el cruce de cualquier ciudadano. Hubo una interpretación literal del comunicado por parte de la ciudadanía y, acto seguido, cientos de miles de personas comenzaron a acercarse al Muro y a los cruces de frontera.
Hasta entonces, el único antecedente de protesta masiva en la RDA había ocurrido el 17 de junio de 1953 cuando los trabajadores se levantaron para protestar por el aumento de la jornada en las fábricas y los precios de los bienes de consumo indispensables fueron duramente reprimidos por el SED.5 Este levantamiento continúa siendo un evento clave en la memoria oficial-estatal actual sobre la resistencia popular a la dictadura comunista. La ausencia, aproximadamente hasta 1988 o 1989, de una disidencia y oposición activa al régimen, se explicaría porque el comportamiento político de la ciudadanía en la RDA se caracterizó por un alto consenso e involucración con el régimen por parte de distintos grupos y sectores de la población, así como por la conformidad y la apatía basada en la inercia, la indiferencia y la evasión del conflicto.
No obstante, y mas allá de las relaciones desiguales, autoritarias y asimétricas entre el Estado y el resto de la sociedad, explícitas y visibles en las grandes instituciones sociales atravesadas por el discurso propagandístico, existían formas y procesos de negociación, interacción y dependencia mutua entre gobernantes y ciudadanos y entre diferentes grupos en estructuras formales e informales de sociabilidad cotidiana (Ross, 2002 pp. 62-63; Lindenberger, 2011); también valores, deseos y expectativas en común (como cierta movilidad social para los hijos de los trabajadores, el empleo, salud y educación asegurados). Por esto mismo, Ross (2002) plantea la necesidad de transcender un enfoque binario entre “régimen dictatorial” y “sociedad” para visualizar áreas donde se superponían campos de negociación y articulación de valores e intereses distintos que permitían la reproducción cotidiana del socialismo realmente existente y que permitan explicar la “gran paradoja de 1980: la coexistencia entre conformidad y estagnación y sendas de desintegración y disenso que desembocaron en el éxodo masivo (unos meses antes de que cayera el Muro), las marchas masivas y la ‘revolución pacífica’ de 1989” (p. 65).
Estado y Sociedad en Alemania del Este: controversias y posiciones
Una conceptualización de la sociedad de la RDA que se hizo popular en la prensa occidental y en las narrativas de los museos fue la de “sociedad de nichos” (niche society), elaborada por el sociólogo Günter Gauss, e inserta en el paradigma totalitarista. El “nicho” por excelencia era el hogar: espacio privado no politizado en donde las personas se retraían para poder soportar el régimen. El hogar típico de la RDA conceptualizado como un nicho ha sido uno de los espacios más recreados en los museos y exhibiciones para “museificar a la RDA” (Mueller, 2013; Paver, 2013), a pesar de que esta conceptualización fue muy criticada en los estudios académicos y superada por una perspectiva más compleja sobre la vida cotidiana y la cultura visual y material. Además, el hogar como nicho es una generalización indistinta, pues podría aplicarse a cualquier sociedad donde las personas también evaden el sistema mayor refugiándose en sus hogares.
Al realizar una evaluación de las interpretaciones sobre si existió una sociedad en Alemania del Este (para Ross claramente sí la hubo) y de qué tipo, este autor encuentra que durante los primeros años después de la caída del Muro y en la década siguiente se elaboraron dos tipos de interpretaciones, una basada en el paradigma totalitarista y la otra en uno que reconoce los límites de la dictadura. En la primera, sus referentes únicamente se enfocaron en el sistema de poder formal (el Estado y el partido) y adoptaron una perspectiva de “arriba hacia abajo”, lo que reduce la realidad histórica a un relato formal estrecho que pone al partido y al Estado casi como los únicos actores sociales. Se trata, dentro de la historia social, de una historia reconstruida y narrada sólo “desde arriba”. Ross (2002) retoma el trabajo pionero de Sigrid Meuschel, quien planteaba que en Alemania del Este la sociedad había dejado de existir dada la fusión de facto entre las dimensiones económicas y políticas en los campos del derecho, la ciencia, la cultura y el arte bajo control del Estado. Los subsistemas que en una sociedad occidental compleja y moderna funcionan de manera autónoma e independiente, en una sociedad socialista compleja como la de la RDA quedaron fusionadas bajo una única ideología y control. Pero este tipo de análisis transmite la idea de una sociedad totalitaria en la que el Estado controla absolutamente todo (Ross, 2002, pp. 47-48). Klaus Schroeder, otro exponente del paradigma totalitarista, retrató a la RDA como una “sociedad política”, controlada por el Estado-partido, con una cercanía muy estrecha entre las esferas públicas y privadas.
El segundo tipo de interpretación parte de una perspectiva que busca enfocar y analizar las interacciones formales y cotidianas entre los gobernantes y los gobernados, yendo más allá del rol que desempeñaron el partido y el Estado, para integrar una historia narrada “desde abajo”, es decir, desde diversos actores que participaron en el desarrollo y sostenimiento de instituciones y políticas públicas (económicas, sociales, de género, culturales, entre otras). Estos análisis parten del consenso establecido de que la política del SED buscó abolir formas de autonomía social e institucional, pero se cuestiona cuáles fueron sus efectos y cuán lejos se pudo llegar o “los límites de la dictadura del SED” a lo largo de cuarenta años (Bessel y Jessen, 1996). De igual forma, Ross (2002) retoma el trabajo de Ralph Jessen, quien sugirió que en la RDA la dimensión social tenía intersticios para la autonomía del Estado y que la política del partido tuvo una combinación de metas ideológicas de desarrollo y mucha improvisación para poder acomodarse a las condiciones existentes como, por ejemplo, la continuidad de estructuras sociales y mentales presocialistas, el caos de la posguerra que demandó orden y reglas, la necesidad de un control central para la reconstrucción del territorio, la existencia permanente de un alter ego alemán occidental más rico y atractivo, sentimientos patrióticos y la dependencia de la Unión Soviética. Así, para dichos autores, la relación entre la autoridad política y el cambio social fue más fluida y menos unidireccional de lo que nociones como political society (sociedad política) y shutdown society (sociedad realizada desde arriba hacia abajo) podrían sugerir (Ross, 2002, p. 50). Las y los ciudadanos participaron en la construcción del socialismo de Estado y éstos no fueron sólo reactivos o defensivos porque las personas usaban las estructuras y reglas a su alcance para sus propios intereses y negociar adaptaciones y cambios (Ross, 2002, p. 51).
El reconocido investigador Lindenberger (2011)6 también llegó a la conclusión de que existió una sociedad en el marco de la dictadura del SED, pero sólo en los niveles locales y más bajos de organización e interacción social, en donde era posible la existencia de una articulación autónoma de intereses. No obstante, estos “pequeños mundos” (la fábrica, el barrio, la oficina) no deben considerarse como “islas” o “nichos” tal como fueron concebidos por el sociólogo Gauss, sino como espacios donde se yuxtaponían interacciones entre el mundo público y privado y el formal e informal: las responsabilidades y deberes formales penetraron con éxito en los niveles más bajos de la sociabilidad cotidiana. Algo similar señaló la historiadora Mary Fulbrook (2011b), para quien en la RDA el Estado no gobernaba sobre la sociedad sino a través de ella; claras expresiones de esto fueron la participación y afiliación masiva en las organizaciones de masas como la Juventud Libre Alemana (FDJ) o la Federación Alemana de Sindicatos Libres (FDGB), con casi diez millones de afiliados (más de la mitad del país).
La RDA habría tenido una sociedad limitada, fragmentada y organizada a nivel local a partir de formas de activismo societario, un rasgo característico de las sociedades que formaban parte de los socialismos de Estado, manifestadas en pequeñas unidades de base con funciones de comunidad, como las emblemáticas “brigadas de trabajo”7 en los espacios laborales y en actividades voluntarias u honorarias asociadas a la seguridad pública, el bienestar y la organización barrial. Las personas ingresaban a ellas sobre la base de la distribución de funciones formales diseñadas para ordenar y estructurar las relaciones sociales en línea con los principios de la política estatal (Lindenberger, 2011, p. 50). Estos “lugares de sociabilidad por excelencia proporcionaron oportunidades de integración social y asistencia” (Lindenberger, 2011, p. 35), incluso cuando la actitud hacia el régimen podía ser indiferente o distante, y eran zonas fronterizas de la autoridad estatal en donde la relación entre ésta y la ciudadanía se articulaba cotidianamente. Pese a esto, dicho autor concluye que estas interacciones no estaban totalmente controladas por el Estado-partido y por eso allí puede reconocerse un tipo de sociedad fragmentada y organizada en mini espacios públicos que fungieron como esferas de participación, negociación y cooperación; esto mismo no ocurrió en los espacios públicos supralocales que “nunca pudieron establecerse de forma autónoma (a excepción de los dos o tres últimos años de existencia del régimen)” (Lindenberger, 2011, p. 47).
Así la perspectiva de los límites de la dictadura resalta dos paradojas: “la coexistencia de un sistema ilegítimo y la creciente conformidad de la sociedad, por un lado, y por el otro, la violencia potencial del Estado con la relativa estabilidad y calma con la que se desarrollaba la vida cotidiana” (Lindenberger, 2011, p. 28). De igual forma, Ross (2002) explica que “en la perspectiva de Lindenberger, la sociedad de Alemania del Este no estaba ni muerta ni era dirigida desde arriba hacia abajo, sino que estaba restringida al nivel local y a grupos relativamente pequeños de personas” (p. 51). Ross agrega más cuestiones para considerar basándose en el estudio del sociólogo Detlef Pollack (1999).
En primer lugar, existían formas de negociación entre gobernados y gobernantes y entre distintos grupos en diferentes niveles de las prácticas cotidianas e institucionales. Los clivajes en la sociedad alemana del Este eran “corrientes que fluían entre el centro y la periferia y entre el programa del partido y las realidades sociales concretas y locales”. En segundo lugar, en la línea de Lindenberger, señala la existencia de nodos sociales (redes familiares, vecindarios, aldeas, brigadas de trabajo) que mantuvieron cierto grado de independencia de las organizaciones políticamente controladas sin dejar de estar influenciados por los parámetros oficiales de la vida social (Ross, 2002, p. 60). Éste era el caso de la esfera familiar: a pesar del influjo de las políticas oficiales de género y trabajo, continuó siendo una esfera privada en donde se podía “descansar de la política”; algo parecido sucedía con la vida en las dachas y pequeños jardines (existió toda una cultura alrededor de estos espacios en la RDA), “un tipo de mundo ideal que removía a las personas de una vida cotidiana llena de frustraciones y presiones para conformarse” (Ross, 2002, pp. 60-61). En tercer lugar, dicho autor señala que:
[...] las transformaciones socialistas en Alemania del Este fueron más graduales y contradictorias de lo que la retórica revolucionaria del SED dejaba entrever y las nociones o perspectiva del totalitarismo podría sugerir, pues las redes sociales anteriores, estructuras y orientaciones significativamente retardaban y refractaban tales cambios. (Ross, 2002, p. 60)
Sin embargo, hacia fines de 1960 y especialmente hacia fines de la década de los ochenta, la sociedad y la economía estaban estancadas y la generación joven se encontraba frustrada ante una estructura social rígida y congelada en su movilidad; esto no fue así en 1950 y 1960, cuando florecieron las oportunidades de movilidad social ascendente.
En cuarto lugar, algo que caracterizó a esta sociedad fueron las tensiones constantes entre sus contradicciones constitutivas. Los gobernantes buscaban integrar esas tendencias contradictorias en el sistema formal mediante la introducción de incentivos y diferencias salariales, atendiendo el deseo de consumo debido a la fuerte influencia de imágenes de bienestar de Alemania Occidental, incrementando los intercambios comerciales con Occidente, tolerando redes informales, prácticas contraculturales y de resistencia pasiva, reavivando símbolos nacionales y gestas patrióticas, entre otras cosas. Esto le permitía al partido mantener la centralización de la autoridad, del debate público y bloquear las reformas necesarias. Sin embargo, las presiones de homogenización del programa social del SED fueron contraproducentes y terminaron por promover de manera directa la formación de subculturas y de un sistema de valores alternativo antes del surgimiento del espacio público activista en 1988 y 1989, fuera del control estatal.
Así, fue una combinación de factores la que fue minando la hegemonía del partido: tensiones sociales constitutivas, sentimiento generalizado de estancamiento económico y de movilidad social, estructura social rígida, presiones desde abajo para generar cambios hacia nuevas alternativas. Por ello, pensar lo que ocurría entre el Estado, el partido y la sociedad alemana desde categorías opuestas como “régimen” y “población” o “políticos” y “sociedad” oscurece un sinfín de procesos y negociaciones que permitían la reproducción cotidiana del socialismo realmente existente.
Mary Fulbrook (2011) explicó que durante los juicios de los años 90 (existieron Comisiones Parlamentarias de Indagación o Bundestags EnqueteKommissionen) la clase política del oeste buscó condenar moralmente y enjuiciar a los culpables de los males de la dictadura de la RDA sin dejar de señalar la “complicidad” de los ciudadanos comunes con el régimen. Esta condena pública a la RDA como “la segunda dictadura alemana” produjo enojo y desconcierto entre los sucesores del partido (PDS y otros) mientras que los alemanes del este comunes sentían que su propia historia era distorsionada por la perspectiva occidental de la prensa (la TV cotidianamente pasaba noticias sobre la Stasi) y la clase política del oeste (Fulbrook, 2011, p. 203). Así, puede verse que ya en los años 1990/91 comenzaron las fuertes disputas para definir y caracterizar a la RDA.
Posteriormente, cuando se abrieron los archivos estatales (incluyendo los de la Stasi, a los que accedieron las y los alemanes del Este después de tomar pacíficamente la oficina central), la historiografía de la RDA rápidamente adoptó el paradigma totalitarista y se focalizó en temas de historia política (represión, coerción y disidencia), explorando el tipo de aparato estatal y los alcances de su poder. Este paradigma fue dominante hasta mediados de la década de los noventa y fue sostenido por historiadores occidentales e historiadores disidentes que venían de la Alemania del Este. Progresivamente surgió un nuevo paradigma que, sin abandonar el concepto de dictadura, comenzó a centrarse en las subjetividades y formas de agencia que existieron entre el “acomodamiento negociado, la disidencia y el consenso” para así elaborar un entendimiento “más sofisticado sobre la historia y la memoria de la RDA”; en este grupo se encuentran Fulbrook, Lindenberger y Port.
Sobre lo anterior, Andrew Port (2013) menciona que dar lugar a formas de agencia en el pasado no significa negar la naturaleza intrínsecamente represiva de un régimen de partido único, sin elecciones democráticas y con un basto control (y censura) sobre los medios de comunicación, la prensa y el debate público (p. 5), más cuando el paradigma totalitarista no muestra poder explicativo para analizar las formas de agencia ni para indagar en temas más allá del poder represivo y sus efectos, falla en capturar aspectos de la vida cotidiana y le da poco margen al rol jugado por las mentalidades y tradiciones culturales (p. 6).
Al sintetizar los hallazgos de sus investigaciones, Fulbrook (2011b) señala que las experiencias y memorias fueron moldeadas por patrones generacionales (en la RDA convivieron tres generaciones en cuarenta años) y, dentro de éstos, por los orígenes de clase, el género, la experiencia antes, durante y posterior a la Segunda Guerra, las trayectorias laborales, profesionales y políticas de individuos y familias en distintos periodos que trajeron cambios económicos, sociales y culturales. Fulbrook concluye que, por lo general, los ciudadanos (que no eran miembros del partido ni de ninguna de las instituciones de masas) mostraban actitudes que iban desde la conformidad hasta la “quejosa adaptación” y desafección, mientras que los estilos de vida alternativos que emergieron durante los años ochenta “no representaban ninguna amenaza para la estabilidad del régimen” (p. 211).
En otro texto, Fulbrook (2011a) se centra en explicar la importancia de las fuentes orales, como las historias de vida y las narraciones autobiográficas, para los enfoques históricos de la RDA y señala varias razones. En primer lugar, que las memorias, aunque parezcan o sean acusadas de “rosas” o “nostálgicas”, son más complejas y multifacéticas que la versión de la Ostalgie hecha producto cultural de consumo o las que transmiten las películas cómicas e irónicas; además, virtualmente todos los alemanes del Este a los que entrevistó rescatan aspectos positivos y negativos del sistema en el que vivieron. En segundo lugar,
[...] las personas tienen una perspectiva particular sobre su propia sociedad y sus valores, prácticas y reglas no dichas; después de todo, tuvieron que operar de acuerdo con estas reglas y prácticas escondidas, y son por lo tanto “expertos” en su funcionamiento desde la perspectiva de su propio lugar en el sistema. Historiadores, por el contrario, vienen efectivamente a ser como antropólogos visitantes: el pasado es en efecto otro país. Además, lo crucial en el entendimiento de una sociedad a menudo no es accesible a través de los legados de archivos de instituciones y organizaciones. (Fulbrook, 2011a, p. 96; traducción propia)
Tercero:
Uno de los aspectos más problemáticos del entendimiento de la RDA es la aparente disonancia entre las experiencias de vida subjetivas descritas por alemanes del Este y las indudables estructuras de poder y vigilancia represivas. El sentido subjetivo de haber disfrutado de un grado de libertad personal y de agencia es, de alguna manera, compatible con el reconocimiento de los límites de la libertad en un Estado que estaba literalmente amurallado. (Fulbrook, 2011a, p. 97; traducción propia)
En cuarto lugar, sin la incorporación del análisis de las propias representaciones de la gente, los historiadores pueden ofrecer descripciones bastante limitadas de los marcos y estructuras. En síntesis, la subjetividad para esta autora es un asunto que la historia debe tomarse en serio.
Estas discusiones fueron retomadas en los estudios sobre las memorias acerca de la RDA y en los debates públicos sobre las políticas de la memoria hace más de una década. Aquí también encontramos un claro distanciamiento del paradigma totalitarista porque desde allí, por ejemplo, no se puede explicar el surgimiento de la Ostalgie en la década de los noventa o la producción de memorias positivas sobre formas de sociabilidad que enlazaban a las personas y grupos (y estructuraban la sociedad), al margen de los recuerdos negativos sobre cuestiones políticas y económicas. A continuación, me detengo en reseñar algunas disputas en torno a las políticas de la memoria.
Las políticas de la memoria: entre el paradigma totalitarista, la Ostalgie y la “descolonización occidental”
Desde que visité Berlín por primera vez en 2009 hasta la última vez que estuve allí en 2018, noté que progresivamente se expandieron los debates sobre las políticas de la memoria y el pasado de la RDA en el espacio público (en eventos culturales, sociales y artísticos), en los medios de comunicación (diarios, internet y redes sociales), en el cine, en el mercado de las atracciones culturales para el turismo y en los debates académicos (organización de jornadas, publicaciones, eventos). Como ya vimos, las interpretaciones sobre qué tipo de sistema o régimen fue la RDA, cómo denominarlo (dictadura comunista, dictadura del partido, socialismo de Estado, socialismo realmente existente, entre otros) y sobre este pasado reciente involucran términos, conceptos, perspectivas historiográficas, memorias y narrativas en conflicto y en competencia. De ahí que los debates y los estudios sobre las políticas de la memoria hayan cobrado relevancia, transformándose en un amplio campo de investigación en la última década y media.
El discurso oficial que a través del Estado y sus instituciones como museos y sitios de memoria vienen sosteniendo los gobiernos alemanes desde la reunificación8 presenta la experiencia de la RDA como una dictadura comunista en el marco del paradigma totalitarista. A través de varias instituciones que reciben importantes financiamientos, el Estado produce y transmite una memoria pública oficial que busca ser “la” memoria colectiva que deberían compartir los ciudadanos en la Alemania reunificada.
Pero los estudios de memoria (Clarke y Wölfel, 2011; Hodgin y Pearce, 2011) señalan que las y los alemanes del Este producen otros tipos de memorias, de acuerdo con su generación y el estatus social que tenían en el viejo sistema; entre éstas se encuentran aquéllas transmitidas en la esfera familiar (otro tipo de memoria colectiva) y otras memorias individuales más despolitizadas y centradas en recuerdos de la infancia y juventud en el marco de relatos autobiográficos (Fulbrook, 2011b; Lehmann, 2011). Así, en Alemania, a diferencia de otros países postcomunistas de Europa del Este, no parece haber un acuerdo sellado entre los distintos sectores de la sociedad y el Estado con respecto a calificar a la RDA como un “régimen totalitarista” o “un régimen de terror”. A casi ningún alemán del Este se le ocurriría poner en el mismo lugar al régimen comunista y al régimen nazista (como sí ocurre en la narrativa totalitarista en los sitios de memoria y en algunos museos estatales y privados). Por lo tanto, circulan memorias postsocialistas de distinto tipo y en conflicto (pública, cultural, familiar) para definir, caracterizar y lidiar con el pasado comunista reciente. Algunas conclusiones pueden extraerse de un artículo esclarecedor de Clarke y Wölfel (2011):
1) El Estado postunificación asumió un rol muy activo para modelar la manera en la que los individuos deben recordar y conceptualizar la RDA como “dictadura socialista”, “dictadura del SED” o “dictadura comunista” (pp. 21-22).
2) La producción de una educación pública sobre el pasado de la RDA, así como de una memoria pública y colectiva, desde hace por lo menos veinte años, es un área muy importante para el Estado, el cual utiliza distintos canales: escuelas, museos, memoriales; también financia instituciones como el Centro Federal para la Educación Política (BundesentralefürpolitischeBildung) y la Fundación del Estado para llegar a términos con la Dictadura del ZED (Bundesstifung zur Aufarbeitung der SED-Diktatur), fundada en 1998.9 Estas formas de memoria pública ponen su foco exclusivamente en las estructuras de poder, en las formas de represión y en la dominación ideológico-política; temas comúnmente yuxtapuestos con las representaciones de oposición y resistencia de la ciudadanía (p. 7).
3) Lo que está en juego en este debate es el control sobre el resto de las memorias mediante la producción incesante de una memoria oficial, dada la preocupación del Estado por los posibles efectos que pueda tener la gravitación de aquéllas que se transmiten generacionalmente desde los padres y abuelos hacia los más jóvenes y que se resisten a integrarse a la memoria oficial dentro del paradigma totalitarista que pretende erigirse como “la memoria colectiva”. Esta noción, que viene de Maurice Hallbwachs, es similar al concepto de ideología: busca representar una versión unívoca del pasado alrededor del cual la identidad se cristaliza oponiéndose a otras perspectivas, ambigüedades y complejidades. Por lo tanto, debe prestarse atención a las relaciones de poder que condicionan tales construcciones (p. 20).
4) En el corazón de esta contienda entre una memoria oficial que busca imponerse (y que cuenta con todos los recursos para hacerlo)10 y las memorias individuales y comunicativas transmitidas en el ámbito familiar (ya sea que se resistan o busquen integrarse de otra manera a la memoria oficial), yace otra discusión más compleja en torno a los valores culturales del régimen liberal capitalista (libertad de mercado, democracia liberal representativa, individualismo y libertades civiles) y los del régimen comunista (antiindividualismo, colectivismo, cooperación, el Estado presente en todas las instancias de la vida, enraizados fuertemente en la propaganda oficial y en el lenguaje del partido).
5) Existe una estrategia discursiva mediante la cual los que eran antes ciudadanos de la RDA y el sistema social y político que habitaron previo a 1989 son tratados como el “otro negativo” de la democracia contemporánea alemana: “Los alemanes del Este se vuelven el otro cuya diferencia, culpada sobre las fallas del socialismo de Estado, ayuda a afirmar los logros de la República Federal” (Clarke y Wölfel, 2011, p. 12). El objetivo de esta estrategia es continuar estableciendo similitudes entre el fascismo y el comunismo bajo el paraguas del paradigma totalitarista y deslegitimar a la RDA como camino para desacreditar el socialismo y las ideas socialistas per se.
6) Los estudios de memoria enfocan su atención en las diferentes maneras en las que los individuos recurren a distintos marcos de interpretación e investigan las formas específicas en las que interactúan con la memoria oficial antes que asumir su aceptación pasiva (p. 21).
Asimismo, a lo anteriormente mencionado, habría que sumar que sectores de la población del Este alemán muestran diferentes formas de “apego afectivo” al pasado socialista, a sus símbolos, narrativas y objetos de su antigua cultura material. La Ostalgie, un tipo de memoria social nostálgica surgida luego de la apertura y posterior caída del Muro, recupera aspectos positivos del pasado para idealizarlos o romantizarlos (y por esto mismo ha sido muy criticada), aunque coexiste y se enfrenta con otros tipos de memorias no nostálgicas sobre la vida en la Alemania del Este que también son críticas de la política de memoria oficial.
En realidad, el término Ostalgie es polisémico: nombra prácticas y fenómenos interconectados que analítica y empíricamente pueden distinguirse; por ejemplo: 1) una contra memoria social, basada en formas de solidaridad opositiva y memorias colectivas que desafían la política de memoria oficial; 2) una apropiación mercantil de esta contra memoria por parte de la industria cultural que vende productos, objetos y experiencias “del Este” y que banaliza aspectos de la vida en la RDA. Esto es parte de un fenómeno de mercantilización del pasado comunista que emergió en varios países postcomunistas a partir de una “fascinación posmoderna con un sentido retro de estilo socialista que no está atado a ninguna historia local específica” (Mihelj, 2017, p. 3); 3) la Ostalgie vinculada a la persistencia de un East German Self, es decir, a un proceso identitario que estaba enmarcado en la producción de una identidad nacional durante la existencia de la RDA pero que desde la reunificación fue virando hacia un tipo de identidad cultural; 4) un fenómeno más complejo y que engloba estas dimensiones, las conecta y las enmarca en un proceso identitario que se desprende del antiguo eje de distinción entre alemanes del Este/Oeste en el contexto de la Guerra Fría (Boyer, 2006).
Según Boyer (2006), la Ostalgie es un síntoma, pero no de un anhelo por volver a vivir bajo un régimen comunista autoritario, sino de un discurso y una identificación “dentro de una política de la memoria etnológica y una política del futuro alocrónica cuya conjunción produce el efecto de una fijación en el pasado de los alemanes del Este” (p. 362). Las distinciones Este/Oeste todavía permanecen como un eje de la imaginación social, un residuo de la política de la memoria e identidad de la Guerra Fría (p. 363):
Las distinciones Este/Oeste sobreviven en la Alemania contemporánea como un medio de construir alemanidad depositando la carga etnológica del pasado en un otro oriental u occidental. Y esto está diciendo que hay una conversación sin fin sobre cuáles son precisamente las diferencias entre alemanes del Este y del Oeste. Pero, además, el planteamiento de que la diferencia en sí misma es en gran parte indiscutible o incluso sacrosanta es altamente publicitada y recursivamente sedimentada en el conocimiento público a través de instrumentos técnicos, del consumo de masas, de la academia y de la ciencia del gobierno. Cientos de estudios académicos han sido producidos en los últimos quince años para especificar y explicar la diferencia alemana Este/Oeste. (Boyer, 2006, p. 364; traducción propia)
A lo anterior se debe agregar el dominio de la Alemania Occidental en los medios de comunicación y en la política para continuar proyectando la imagen de la Alemania del Este como la “otra Alemania” o el “otro negativo” de la Alemania actual (junto con la Alemania nazista), visualizando a los alemanes del Este como culturalmente más inclinados hacia el autoritarismo, la obediencia y la xenofobia (Boyer, 2006, p. 372).
Mihelj (2017) sugiere que el debate sobre las memorias nostálgicas (o la insistencia en la relación nostálgica con el pasado comunista) es un producto de “inversión académica” en este tópico antes que una realidad extendida en la sociedad; premisa a la que también llegó Hyland (2013). Además, las investigaciones en esa dirección suelen ser de pequeña escala (casos de estudio sobre prácticas y creencias nostálgicas) y aisladas de un contexto más amplio de relaciones posibles con el pasado (Mihelj, 2017). Asimismo, estas orientaciones nostálgicas pueden ser críticas y reflexivas, o no, es decir, pueden orientarse hacia el pasado de manera irreflexiva, romántica y banal o pueden utilizarse para comparar críticamente características de la vida en el pasado y en el presente neoliberal. En síntesis, las relaciones nostálgicas contienen un abanico de actitudes con respecto al pasado. Estas memorias postcomunistas en Europa del Este están sujetas a diversos usos políticos, culturales y económicos y se insertan en circuitos mayores y transnacionales de imaginarios, iconografías y memorias sobre la Guerra Fría. Algunos ejemplos de esto son las imágenes del Muro de Berlín y otros íconos de resonancia global como la Segunda Guerra Mundial que “evocan puntos de inflexión en la historia mundial que interrumpieron el flujo regular del tiempo social hegemónico” (Mihelj, 2017, p. 6; Haukanes y Trnka, 2013).
Por mi parte, en las conversaciones y entrevistas que tuve con varios alemanes nacidos en la RDA, noté que algunos utilizaban la noción de “colonialismo occidental” para referirse a que, desde el proceso de reunificación de las dos Alemanias, la población del Este se vio obligada a “occidentalizarse” a la fuerza en los valores y prácticas de la Alemania liberal y capitalista, puesto que la RDA fue disuelta como Estado nación y sus ciudadanos anexados de forma subalterna a la Alemania Federal junto con parte de la infraestructura económica que existía. Sin caer en expresiones o sentimientos de tipo Ostalgie, algunos manifestaban que sus experiencias, identidades y puntos de vista fueron silenciados, estereotipados, banalizados y caricaturizados por una perspectiva occidental que domina los medios, el debate público y el mercado; por ello, reclaman poder intervenir con sus propias voces, experiencias y reflexiones que, como ya mencioné, no caben dentro del tipo nostálgico de memorias, aspectos que presentaré en otro trabajo
La etnografía postsocialista en/sobre Alemania del Este: primeros temas y debates
Los estudios etnográficos postsocialistas comenzaron a realizarse en pueblos y ciudades en Alemania del Este durante el periodo inmediato a la caída del Muro y al proceso de reunificación, posteriormente continuaron (aquí menciono sólo los de Borneman, 1992; Berdahl, 1999, 2010; Thelen, 2005; Veenis, 2012; Bednarz, 2018; aunque hay muchos más). Debido a la prolongada y traumática historia de Alemania a lo largo del siglo XX, la experiencia de (re)unificación entre la RFA y la RDA ofreció una oportunidad única a la antropología europea para analizar cambios económicos, sociales, culturales, de género e identitarios en un contexto de conversión del régimen comunista al régimen liberal-democrático. En el caso particular de Alemania y como ya mencionamos, el eje este-oeste del imaginario de la Guerra Fría tomó otra densidad en las memorias de las personas debido a que cada régimen construyó al otro como su antítesis, teniendo ambas sociedades un pasado traumático en común (el nazismo y las dos guerras mundiales) y una cultura nacional hasta la Segunda Guerra Mundial. En parte, esto explicaría la persistencia en el presente de esta diferenciación (lo que suele llamarse el “muro invisible”) y probablemente persistirá hasta que desaparezca la última generación de alemanes orientales (la llamada “tercera generación del Este”).
En general, los estudios etnográficos sobre el impacto de la reunificación o anexión se centraron en las articulaciones entre memoria, identidad, consumo, fantasías, imaginarios, las transformaciones en el mundo del trabajo con la llegada del desempleo masivo (debido al proceso de remate y privatización del complejo fabril e industrial del país) y también en torno al proceso de “neocolonialismo occidental”, un término usado para referir a los sentimientos y representaciones de las y los alemanes orientales con respecto a haber padecido un proceso de colonización por parte de Alemania Occidental, por el régimen capitalista y la economía de mercado, lo que los llevó a sentirse como “extranjeros” o “ciudadanos de segunda” en su propio país. Sin embargo, todavía hay autores (Hodgin, 2011) que sugieren que la acusación de que Alemania del Oeste ejerció una política de colonización o de “imperialismo occidental” sería errónea pero no irracional, y que no suele ser tomada en serio por académicos y políticos puesto que la mayoría de la población del Este apoyó el proceso de reunificación: “leer la política de unificación desde la dialéctica del colonizador/colonizado sería una visión muy simplista” (Hodgin, 2011, p. 30).
Entre los aportes de los estudios etnográficos cabe señalar, en primer lugar, sus análisis basados en el método etnográfico; por naturaleza, un método de investigación de carácter intersubjetivo, el cual se inicia mediante la integración e interacción de la investigadora con sus sujetos de estudio en un contexto determinado y compartido con ellos, con el fin de acercarse, comprender y analizar la elaboración de sentidos, significados e imaginarios sobre prácticas sociales (siempre generizadas) desde el punto de vista de las personas (el punto de vista nativo).
En segundo lugar, problematizan la categoría de postsocialismo y la influencia de los ejes temáticos y debates de la antropología postsocialista de Europa del Centro-Este (Burawoy y Verdery, 1999; Hann et al., 2001; Berdhal, 2010). Particularmente, se observa el impacto de intelectuales marxistas disidentes de la RDA en algunas definiciones y conceptos organizadores, tal es el caso de Rudolf Barho (Bathrick, 1995) para algunos usos del término “socialismo realmente existente” (Hann et al., 2001). Así lo deja ver la intervención de Humphrey cuando, veintidós años atrás, resumió sus argumentos para retener la categoría de postsocialismo (y los estudios postsocialistas como un posible subcampo de la disciplina) que se referencia, a su vez, en la categoría de “socialismo realmente existente” de Bahro, definido como un experimento social particular que involucró prácticas, ideologías y resistencias sociales dentro de un sistema basado en una ideología pública marxista y en una práctica política de tendencia leninista (Hann et al., 2001, p. 12).
La definición de los “socialismos de Estado” como un tipo de formación social distinta podría ser considerado el punto de partida de la etnografía y antropología postsocialista occidental, así como el hecho de estar frente a un “otro socialista” que no puede analizarse ni comprenderse desde el paradigma de la “transitología” (Hann et al., 2001) ni desde el totalitarista sobre las relaciones entre el Estado, el partido y la sociedad.
Por otra parte, el término “postsocialismo” es “una categoría discursiva adoptada por antropólogos occidentales, pero también por nativos para describir las realidades vividas por personas y comunidades después de la caída de los regímenes comunistas en Europa del Centro-Este” (Cervinkova, 2012, p. 156). Vino a remplazar términos más tempranos como el de “transición”, que involucraba un análisis de las sociedades socialistas de acuerdo con el desarrollo de las teorías de la modernización que fueron comúnmente aplicadas durante la Guerra Fría. Usado mayormente por antropólogos europeos (occidentales) y estadounidenses, se trata de un término temporal para nombrar el periodo posterior al desmantelamiento de los regímenes comunistas y su remplazo por sistemas democráticos liberales, caracterizados por la privatización de la propiedad y la pluralización política del sistema de partidos (Cervinkova, 2012).
Según Půtová (2016), el adjetivo postsocialista “denota el periodo histórico que vino después del socialismo y está ligado a la transformación dinámica de los países socialistas. El prefijo post en el mundo postsocialista refiere a la continuidad histórica tanto como a las discontinuidades.” (p. 62). De igual forma, la misma autora señala que el primero en usarlo fue Arif Dirlik (historiador turco-estadounidense que investigó sobre los orígenes del comunismo en China), cuya definición del término se inspiró en la noción de postmodernismo para analizar procesos de desarrollo en China después del gobierno de Mao; el término “postcomunismo” fue usado por primera vez en Europa por Zbigniew Brzezinski (un político estadounidense de origen polaco que fue asesor del gobierno de Estados Unidos de América) para referirse a un periodo entre el régimen totalitario y la democracia occidental (Půtová, 2016, p. 62).11
En resumen, la categoría “postsocialismo” tiene un origen occidental y hegemónico, ya que emergió en la tradición de estudios sobre la antigua Unión Soviética realizados por académicos occidentales. Por ésta y otras razones, varios etnógrafos y antropólogos de los países del antiguo bloque han adoptado una perspectiva crítica sobre este concepto orientalizador a través del cual los antropólogos occidentales construyeron discursivamente a la Europa postcomunista. Aun así, el término fue adoptado por estudiosos de Europa del Centro-Este, aunque, como explica el antropólogo checo Skalník (2002), el postsocialismo es un concepto erróneo porque lleva a creer que el socialismo realmente existió en los países dominados por la hegemonía política de los partidos comunistas; por eso plantea que el uso de categorías nativas como comunismo o postcomunismo serían más adecuadas (Cervinkova, 2012, p. 157).
A continuación resumo algunos algunos aportes de dos etnografías (compendiosas): una realizada por una de las etnógrafas pioneras del postsocialismo en Alemania del Este, Daphne Berdhal (1999), y la segunda por la antropóloga holandesa Milena Veenis (2012), de la Amsterdam School of Social Science Research.
Con enfoques teóricos diferentes, ambas etnografías se centran en las articulaciones entre consumo, identidad, memoria y, en el caso de Veenis, el rol de la fantasía en la vida social como “refugio” y “ruta de escape” para evadirse de las contradicciones y frustraciones del régimen comunista. Estos tópicos parecen haber sido centrales en los estudios etnográficos sobre Alemania del Este, dada la reiteración en los discursos las personas de la importancia que tenían las prácticas de consumo (y sus significados) bajo el régimen comunista, el bienestar y consumo de la sociedad occidental, el consumo de productos occidentales durante los primeros años de ingreso en la economía capitalista para “substanciar” sus fantasías identitarias y anhelos materiales que no habían podido satisfacer en la RDA (Veenis, 2012). Los procesos identitarios y las formas de diferenciación entre los ossies y los wessies, desde la década de los sesenta, siempre se expresaron en el acceso desigual a productos, bienes y hábitos de consumo en el marco de dos sistemas antagónicos cuyos gobiernos otorgaron centralidad a los logros materiales para la reconstrucción y orientación hacia un futuro nuevo en el contexto de posguerra y durante la Guerra Fría.
Berdhal (1999) analizó las transformaciones en la vida cotidiana de aldeanos entre diciembre de 1990 y agosto de 1992, durante el proceso de desmantelamiento de la frontera-muro en un pueblo llamado Kella, situado en una zona restringida y de alta seguridad que se extendía 5 km a lo largo de los límites fronterizos en Alemania central. Ubicado en el estado de Turingia, a 60 millas de la ciudad de Kassel, era un pequeño “enclave católico en la Alemania central protestante” (p.2) y tenía sólo 600 habitantes. Durante la RDA, el pueblo quedó en una situación de relativo aislamiento, pues estaba conectado con el resto del país por una carretera sin asfaltar, no figuraba en los mapas oficiales, sus habitantes tenían un pase especial para ingresar y sólo podían recibir visitas de sus parientes más cercanos con previa autorización de la policía. La autora describe que podían divisarse colinas boscosas y un punto de avistaje (“la ventana a Kella”) del lado oeste y tras cruzar el Muro, el cual tenía hasta un estacionamiento para buses que llevaban a turistas y alemanes occidentales deseosos de curiosear y mirar “la otredad del Este” (p. 149). Estas comunidades o pueblos pequeños eran conocidos como Schutzstrifen (zonas de alta seguridad) y eran más vigilados, dado que era más fácil cruzar clandestinamente hacia el oeste y escapar.
El análisis del consumo como práctica económica, social, cultural y altamente “generizada” es central en su etnografía, pues el mantenimiento de la distinción entre ciudadanos del este y del oeste se sostuvo después de los primeros años de la reunificación a través de prácticas de consumo para demarcar los orígenes distintos y las diferencias sociales (Berdhal, 1999, p. 35). Las personas del pueblo aprendían a negociar y a forjarse nuevos caminos a través del libre flujo de bienes de consumo y los utilizaban para construir nuevas expresiones identitarias y de diferencia, cuando todavía no habían comenzado a sentirse frustrados y desencantados frente a la economía capitalista y se encontraban optimistas e ilusionados de cara al futuro.
Berdhal describe la “no familiaridad” de las y los alemanes del Este con las prácticas de consumo de la economía capitalista. Las mujeres, por ejemplo, que en su mayoría quedaron desempleadas durante el tiempo de la reunificación (un periodo denominado popularmente como Das Wende, the Wende, cuya traducción literal sería La Ola), se tomaban el trabajo de “aprender a consumir”, casi como si tratara de un rito de iniciación en la nueva sociedad, apoyadas por políticas de las oficinas regionales creadas en los cinco nuevos estados federales del Este para atender los “asuntos de la mujer”, los cuales incluían: apoyo financiero a grupos de mujeres “emprendedoras”, programas educativos y seminarios bajo títulos como “Wishing, Planing, Buying” o “Fashioning One's life and consumption behavior” (Berdhal, 1999, p. 41).
Así, se muestra cómo las prácticas de consumo de sus interlocutoras estaban tensionadas por la imitación y la resistencia con respecto de los objetos y comportamientos occidentales; podían deshacerse de las ropas y los peinados de siempre para cambiar de estilos y modas, abandonar sus autos Trabi por autos occidentales y baratos que compraron con sus ahorros, redecorar sus casas con objetos y electrodomésticos nuevos; sin embargo, unos días después, volvían a utilizar los productos, ropas y objetos de la RDA como práctica de reafirmación y autoconciencia, especialmente a medida que comenzaron a proliferar en los medios y la prensa alemana occidental discursos e imaginarios que ridiculizaban e infantilizaban la vida material, social y política en la RDA y emergía con fuerza la narrativa totalitarista que desacreditaba por completo el socialismo de Estado por considerarlo una dictadura impuesta sobre ciudadanos pasivos. De esta forma, Berdhal entiende a la Ostalgie como una reacción frente al discurso alemán occidental negativo y, especialmente, como una vía en el proceso de afirmar la persistencia de un sentido de East German Self en un contexto de acelerados cambios subjetivos, económicos, sociales y políticos.
Ahora bien, lo cierto es que en la RDA las personas convivían con el deseo contradictorio (para la ideología del régimen) de acceder y consumir productos del oeste, ya sea porque era una forma de desafiar los valores morales y éticos del régimen, porque la vida material era más escasa, homogénea y con poca variedad, o también porque servían a las prácticas de distinción y jerarquía entre grupos y personas.
La etnografía de Veenis (2012) se centra en este deseo por los productos occidentales y en las representaciones sobre el “dorado oeste”. Su investigación etnográfica, realizada entre 1993 y 1994, se desarrolló en la ciudad de RudolphStadt, también situada en el Estado de Turingia y contaba con veinticinco mil habitantes en ese momento. Según Veenis, y en diálogo con la tradición lacaniana aplicada al análisis de fenómenos sociales y con el concepto marxista de “fetichismo de la mercancía”, las y los alemanes del Este atribuían “poderes armoniosos y curadores” al mundo occidental del consumo y sus mercancías y, mediante esta fantasía, evadían el reconocimiento de las contradicciones entre el orden simbólico (una ideología de Estado basada en la igualdad, la solidaridad y los logros materiales conseguidos) y las verdaderas condiciones de existencia (la desigualdad en el acceso a los bienes escasos en una sociedad estratificada, el clima opresivo, el tabú de la distinción individual ante la amenaza de la exclusión social, el dogma igualitarista). Además, el Estado-partido no permitía la exploración abierta sobre estos antagonismos constitutivos y las tensiones sociales prevalecientes (Veenis, 2012, p. 230).
Respecto a la Ostalgie que surgió en los primeros años de la reunificación, es vista como una forma de protesta contra la completa devaluación de las historias de vida de los alemanes del Este y el proceso neocolonial (Veenis, 2012, p. 210) que significó la anexión de su país a la República Federal Alemana. Sin embargo, la Ostalgie es otra fantasía que funciona de manera similar al deseo previo de los alemanes del Este por el Oeste o una nueva ruta de escape:
Ambas representaciones colectivas ayudaron a los alemanes del Este a cerrar filas contra el enemigo imaginario, que los prevenía de ser quienes realmente querían ser. La fantasía por el Oeste los ayudaba a esconder los aspectos desagradables de su propia sociedad, en dicha representación siempre había un enemigo implícito (el muro, la historia, “los de arriba”) que no les permitía alcanzar la verdadera armonía. […]. Y después vino la Wende, y los alemanes del este tenían la expectativa de volverse como su imagen idealizada del Oeste. Pero esto no ocurrió, y la luz lastimosa de la sociedad capitalista reveló que ellos también estaban atravesados por la competencia, la envidia y la desigualad. Así, una vez que ya no pudieron escaparse hacia la fantasía del Oeste, tomaron refugio en una nueva fantasía: la Ostalgie. (Veenis, 2012, p. 213; traducción propia)
En estas etnografías pueden encontrarse algunos dilemas y tensiones de los estudios postsocialistas y postcomunistas entre antropólogos occidentales y la “población nativa” (nacida en los antiguos países comunistas de Europa del Centro-Este), las “dificultades para desmantelar la perspectiva occidental epistemológica en el discurso académico”, el riesgo de la “orientalización” desde la perspectiva hegemónica occidental, la posibilidad de aplicar herramientas de la teoría postcolonial en los estudios postsocialistas —y las desventajas de lo contrario, dado que las genealogías teórico-políticas de la teoría postcolonial y postsocialista son muy distintas— (Cervinkova, 2012; Hladík, 2011; Půtová, 2016).
Berdhal y Veenis son “antropólogas occidentales” con notorias diferencias en el tipo de empatía y rapport que cada una generó con sus interlocutores (y con sus experiencias, relatos, memorias); también, en la manera de situarse en el campo, en sus enfoques. Los periodos durante los cuales hicieron sus trabajos de campo también son distintos, considerando que en los primeros dos años del postdesmantelamiento de la frontera se vivieron cambios muy acelerados en todos los estados Alemania del Este.
Veenis reflexiona sobre las tensiones que surgieron en campo al constatar la diferencia de perspectivas entre ella y sus interlocutores, pues su perspectiva como investigadora sigue los lineamientos del historiador Konrad Jarausch sobre la RDA como una “dictadura participativa” marcada desde sus orígenes por la tensión entre sus metas emancipadoras y sus tácticas represivas. En cambio, la perspectiva de sus interlocutores señalaba esa experiencia como un experimento socialista que fracasó pero que, en sus orígenes, tuvo buenas intenciones; por eso, frente a las preguntas de Veenis (cuando entablaba conversaciones con ellos en alguna calle, bar o reunión) se sentían ofendidos, irritados, incomprendidos y cuestionados: “estaban convencidos de que su perspectiva sobre el pasado nunca sería entendida y así adoptaron una actitud defensiva y desconfiada hacia las inquisiciones de afuera” (Veenis, 2012, p. 117).
De este modo, su autoridad epistemológica por sobre la de sus interlocutores le generó muchos inconvenientes que la obligaron a a adaptar sus estrategias metodológicas y su enfoque teórico. Sin embargo, su foco de análisis en los significados, valoraciones y fantasías en torno a los productos occidentales y al “Oeste”, acabó produciendo ese efecto de otrificación y orientalismo sobre las experiencias y representaciones de las personas en contextos postcomunistas criticado por algunos “antropólogos nativos” de Europa del Centro-Este (Cervinkova, 2012). Según la mirada etnográfica de Veenis, sus interlocutores parecen haber vivido en la RDA atrapados en fantasías, y así pasaron de proyectar y refugiarse en una (el “dorado oeste” de la época de RDA) a otra (la Ostalgie durante la transición). Entonces, lo que parece ser la propia obsesión analítica de la etnógrafa es buscado y recortado de los discursos de sus interlocutores para luego analizarlo desde el concepto lacaniano de fantasía como mecanismo defensivo en los procesos identitarios sociales.
Berdhal, en cambio, sin dejar de notar la sobrevaloración que tenían los productos occidentales en los tiempos de la RDA, se interesa más en lo que hacían las personas del pueblo con esos productos y en la construcción de jerarquías y distinciones (sociales y generizadas) en el marco de una economía de recursos limitados; también en los usos para la reelaboración de las identidades una vez que tuvieron nuevos productos y prácticas de consumo al alcance. Especialmente, Berdhal mapea la emergencia de una nueva conciencia “borderland” (toma este concepto de Gloria Anzaldúa) como “alemanes del Este”: una conciencia reflexiva y crítica a medida que se distancia del pasado reciente (y con tintes nostálgicos sobre la forma de vida más colectiva que había en la RDA) y experimenta los efectos negativos del neocolonialismo occidental-capitalista en el presente.
Conclusiones
En este artículo resumí, presenté y analicé, en clave retrospectiva, algunos de los ejes temáticos y de debate más relevantes de una selección de estudios sobre Alemania del Este de las últimas dos décadas, provenientes de la historia social, los estudios de memoria y la etnografía antropológica.
De los análisis de Ross (2002; 2000), Weitz (1997) y Lindenberger (2011), se puede extraer la conclusión de que todavía, a principios de los años noventa, una buena parte de la historiografía alemana y extranjera sobre la historia de la RDA concebía a los ciudadanos como actores pasivos que fueron cooptados por la propaganda estatal. Sin embargo, a partir de la apertura de archivos, la introducción de la historia oral, los estudios sobre la memoria popular y distintas controversias en el debate público que reemergieron en el aniversario por los diez y luego por los veinte años de la caída del Muro (Clarke y Wölfel, 2011), guiaron a las y los investigadores al estudio de nuevas dimensiones de la vida cotidiana para comprender cómo las y los ciudadanos (o al menos una buena parte de ellos) fueron miembros activos que apostaron por la construcción de un proyecto de sociedad y Estado socialista. Las y los alemanes orientales también afirmaban que sus identidades personales fueron construidas a través de una cultura socialista del trabajo y de su identificación con el partido y sus instituciones. En síntesis: no fueron meros observadores, sino que también participaron en el régimen (la “vía alemana al socialismo de Estado”, aunque para la historiografía marxista ninguna de las experiencias del Bloque del Este o de la URSS alcanzaron los principios socialistas sino, por el contrario, los bloquearon o distorsionaron). Sus narrativas y memorias matizan y complejizan la del paradigma totalitarista porque rescatan aspectos positivos en diversas dimensiones como el trabajo, los derechos sociales y económicos, el sistema de seguridad social, las relaciones sociales más colectivas, entre otras.
Así, podemos ver que se fue articulando una posición transdiciplinaria cuestionamiento al paradigma totalitarista. En esta nueva dirección, la RDA comenzó a ser visualizada como un experimento social, una formación social o un régimen político autoritario con rasgos dictatoriales en el marco de la Guerra Fría, lo cual implicó la refundación de lógicas sociales, políticas y económicas, así como de prácticas, sentidos, icnografías e imaginarios a nivel individual, colectivo y estatal o, como concluye Ross (2002),
tal vez podemos entrever e imaginar al experimento socialista en Alemania del Este y a su sociedad como un producto complejo, resultado de la interacción entre importaciones soviéticas y legados alemanes, entre construcción social y autonomía, entre intervenciones dictatoriales y acciones humanas, entre autoridades centrales y autoridades de base (p. 68).
Por otra parte, desde la lectura de estos trabajos, se pueden rastrear algunas razones por las que las y los alemanes del Este recuerdan y se identifican con ciertos aspectos positivos de su vida pasada (o de la de sus padres); también es posible explicar otra paradoja que se les presentaba a los académicos:
[...] por un lado, se negaba la existencia de una sociedad más allá de la realidad social construida por el Partido Socialista Unificado de Alemania (SED) pero, por otro, existían abundantes pruebas acerca de la experiencia y memorias compartidas por millones de alemanes orientales, que afirmaban tener algo más en común que el hecho de haber sido engañados y manipulados por el régimen y, que, a su manera, habían adquirido una identidad propia en la RDA y se había desarrollado algo parecido a una particular ‘sociabilidad’ germano-oriental. (Lindenberger, 2011, p. 27)
En el presente, se observan nuevas modulaciones en las políticas de la memoria que no pueden entenderse simplemente como una “nueva ola de Ostalgie” (Hyland, 2013), sino como expresiones de descolonización cultural que están en marcha en espacios, activismos y debates públicos desde hace unos años, tal como puede verse en mi trabajo de campo en Berlín entre 2014 y 2018. Intentos de descolonización de una perspectiva occidental y hegemónica (que siempre miró con lentes negativos y etnocentristas cualquier producción de Alemania Oriental) por parte de quienes nacieron y vivieron en la RDA y por explicar, con sus propias reflexiones y puntos de vista, que vivieron en un tipo de sistema político y económico diferente a las democracias liberales con economías de mercado, articulado bajo otras prácticas y valores; en estos discursos y espacios aparece esta apelación a lo “eastgermaness” (alemanesteño) como una identidad cultural compartida.
En mis próximos trabajos, discutiré sobre esta cuestión y los desafíos de hacer etnografía en un país del norte global. Entre 2014 y 2018, entrevisté a varias personas que coincidían en definir o caracterizar a la RDA como un tipo de régimen comunista/socialista autoritario y con claros rasgos dictatoriales, pero no con la política de memoria oficial-estatal; esto básicamente por alguna de las siguientes razones o ambas: a) porque esta narrativa oficial está narrada desde un punto de vista alemán occidental en el que la voz de los alemanes del Este no está representada, siendo una muestra más de la estigmatización, silenciamiento y “colonización” que existió sobre la población del Este desde el proceso de reunificación en adelante; b) porque la narrativa oficial es liberal y, si bien la RDA fue un socialismo de Estado fallido y con características de régimen dictatorial, la oposición de izquierda al partido y muchos colectivos de disidentes no proponían su desaparición ni fagocitación por parte de Alemania Occidental, sino la “democratización del socialismo”.
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Notas
Notas de autor