Artículos
El sacrificio de Tecciztécatl y la metáfora del día en las fiestas de las veintenas mexicas
The Sacrifice of Tecciztecatl and the Metaphor of the Day in the Festivals of the Mexica Veintenas
El sacrificio de Tecciztécatl y la metáfora del día en las fiestas de las veintenas mexicas
Indiana, vol. 37, núm. 2, pp. 249-274, 2020
Ibero-Amerikanisches Institut Preußischer Kulturbesitz
Recepción: 22 Agosto 2019
Aprobación: 19 Noviembre 2019
Resumen:
Habitualmente se asume que el año mexica estaba dividido en 18 veintenas más cinco días aciagos (nemontemi), y que en cada veintena se celebraba una fiesta relacionada con el ciclo agro-meteorológico. Sin embargo, no existe consenso sobre los momentos del año trópico a los que aludían aquellas fiestas: la perspectiva ‘intercalacionista’ asume que hacia el siglo XVI las veintenas se encontraban en su sitio, mientras que la ‘sistémica’, encabezada por Michel Graulich, supone que aquéllas tenían un desfase acumulado de aproximadamente cinco meses cristianos. Lamentablemente, el debate entre ambas posturas ha sido casi inexistente, de modo que la adhesión a una u otra parece ser sólo cuestión de preferencia personal. Como una forma de contribuir al debate, en este trabajo utilizaré los mismos recursos metodológicos empleados por Graulich, para indagar en qué período del ciclo se reactualizaba la creación de la Luna, así como el papel que en él jugaba la oposición incinerar/chamuscar. Y como resultado, adoptando una postura más próxima a la intercalacionista, mostraré que la función que el sacrificio en las brasas cumplía en el ciclo solar parece contradecir la posición que Graulich atribuyó a las veintenas con respecto al año trópico.
Palabras clave: calendario, mexicas, veintenas, Tecciztécatl, metáfora del día, México.
Abstract:
It is usually assumed that the Mexica year was divided into 18 periods of twenty days (veintenas) plus five unfortunate days (nemontemi), and that one festival related to the agro-meteorological cycle was held in each veintena. However, there is no consensus on the moments of the tropic year to which those festivals alluded: the ‘intercalationist’ perspective assumes that by the sixteenth century, the veintenas were in place, while the ‘systemic’ perspective, led by Michel Graulich, assumes that those had an accumulated mismatch of approximately five Christian months. Unfortunately, debate between both positions has been almost nonexistent, so that adherence to either the one or the other seems to be merely a matter of personal preference. As a way to contribute to the debate, in this work I will use the same methodological resources as Graulich to inquire at which period of the cycle the creation of the Moon was updated, as well as the role played by the incinerate/scorch opposition. As a result, adopting a position closer to the intercalationist, I will show that the function that the sacrifice on the embers fulfilled in the solar cycle seems to contradict the position Graulich attributed to the veintenas in the tropic year.
Keywords: calendar, mexica, veintenas, Tecciztécatl, metaphor of the day, Mexico.
Introducción
Sin duda, el estudio más amplio y riguroso que se haya hecho sobre las fiestas mexicas de las veintenas es el de Michel Graulich (1980), quien abordó el conjunto por su relación con el mito, y el vínculo de ambos con el movimiento aparente del Sol, para buscar su sentido con respecto a los fenómenos estacionales, especialmente con el ciclo agro-meteorológico. De este modo, apoyándose en lo que llamó la ‘metáfora del día’ (Graulich 1981), mostró que había un período del año asociado al cielo y al día, en el cual se reactualizaba la transgresión original de Tamoanchan, y otro correspondiente al inframundo y a la noche, donde se reactualizaba la creación del Sol. Sin embargo, al identificar esta última entre las fiestas de Quecholli y Panquetzaliztli (Graulich 1999, 191-192, 425), el historiador concluyó que en la última se creaba también la Luna, aunque ésta no aparece en las descripciones coloniales de la fiesta (Graulich 1999, 209), y que la creación-ascenso de ambos astros era la contraparte dialéctica del mito de Tamoanchan (Graulich 1987, 291), el ‘lugar del descenso’.
En las páginas siguientes argumentaré que la ausencia de la creación de la Luna en la fiesta de Panquetzaliztli se explica precisamente por la metáfora del día pues, según ésta, debía ubicarse en el polo opuesto del ciclo ritual.1 Mi objetivo es mostrar que, en la cosmovisión mexica, el fuego no sólo era el motor del ascenso del Sol, sino también de su descenso; que la diferencia entre uno y otro movimiento se explica por la oposición incinerar/chamuscar; y que los resultados de considerar esta oposición en la interpretación de las fiestas de las veintenas parecen contradecir la posición que Graulich les atribuyó con respecto al año trópico. Para ello me valdré de los mismos recursos metodológicos que Graulich, pero reinterpretando la metáfora del día desde la propuesta de Pedro Carrasco (2000, 214-229), de modo que resulta necesario comenzar con una breve explicación sobre este punto. Posteriormente comentaré el mito de la creación del Sol y de la Luna para evidenciar el papel que en él juega la diferencia entre incinerar y chamuscar. A partir de esto abordaré someramente la asimilación de Tecciztécatl-Luna con Tezcatlipoca, el transgresor de Tamoanchan, señalando la relación entre el sacrificio en las brasas y la caída de los dioses transgresores en el ciclo de las veintenas. Por último, destacaré el carácter acuático que aquéllos adquirían en su descenso, y el modo en que esto se opone a la propuesta graulicheana sobre la ubicación de las veintenas en el año trópico.
La metáfora del día
En su tesis doctoral (1980), Graulich propuso que el curso diario del Sol constituía el modelo básico a partir del cual se organizaban los mitos mesoamericanos y que las fiestas mexicas de las veintenas aludían a ellos, de modo que éstas se conformaban también a dicho modelo. Es decir que los ciclos míticos, el ciclo ritual anual, e incluso los ciclos mayores como el xiuhmolpilli 2 de 52 años, se equiparaban metafóricamente al curso diario del Sol, caracterizado por la alternancia del día y la noche. De modo que el año mexica tenía una mitad diurna y otra nocturna, un período durante el cual el astro ascendía hasta el cénit y otro en el que descendía al inframundo.
Conforme a esta propuesta, el paraíso celeste en el que Tezcatlipoca y Xochiquétzal cometieron la transgresión sexual que causó la ruptura del árbol de Tamoanchan, la expulsión de los dioses y el nacimiento de Cintéotl (Muñoz Camargo 1892, 155; Hamy 1899, 28; López Austin 2011, 72-80), se ubica en la mitad diurna del año, y la caída del árbol se dramatizaba ritualmente en la fiesta de Xócotl Huetzi (Figura 1), cuando el Sol descendía sobre el horizonte (Graulich 1999, 416, 428). Por su parte, el mito de la creación del Sol, en el que Nanáhuatl se sacrificó en la hoguera a la media noche (es decir, en el período asociado al inframundo), se celebraba en la fiesta de Panquetzaliztli, cuando se reactualizaba una variante de ese mito: el nacimiento de Huitzilopochtli (Graulich 1999, 209).
Pero esta idea no era del todo nueva pues, si bien es cierto que el argumento no había sido desarrollado antes con tal amplitud y rigor, la importancia del Sol en la cosmovisión mexica era comúnmente reconocida por los especialistas, como señalaron en su momento los críticos de Graulich (1981, 52).
Por poner sólo un ejemplo, si seguimos la propuesta de Carrasco (2000), parece claro que el período del año asociado a Tamoanchan comenzaba poco antes del primer paso del Sol por el cénit, en la fiesta de Huey Tozoztli (Figura 2), cuando erguían el árbol Tota (Durán 1880, II, 140-141, 373) y entregaban al ixiptla 3 de Tezcatlipoca cuatro doncellas para que tuviera “conversación carnal” (Sahagún 2006 [siglo XVI], 79, 105), entre las cuales figuraba la propia Xochiquétzal. Seis veintenas después, tras el segundo paso del Sol por el cénit, en la fiesta de Xócotl Huetzi se reactualizaba la ruptura del árbol de Tamoanchan, cuando derribaban el árbol Xócotl (Sahagún 2006 [siglo XVI], 127). De este modo, el período de cinco veintenas comprendido entre Tóxcatl y Tlaxochimaco conformaba un cuarto de año4 claramente asociado a Tamoanchan (el cielo), cuando el Sol declinaba hacia el Norte del cénit, justo a la mitad del período diurno del año (Figuras 2 y 3). Y del mismo modo, en el cuarto de año opuesto a éste, se reactualizaba en Panquetzaliztli la creación del Sol a la media noche (el inframundo), en el período asociado a la noche y al inframundo, cuando el Sol declinaba hacia el Sur.
La metáfora del día en la correlación de Sahagún (elaborado a partir de Carrasco (2000) y González Torres (2009a; 2009b).
La metáfora del día en el esquema de Matos Moctezuma (elaborado a partir de Matos Moctezuma (2013, 51) y Carrasco (2000)).
Visto así, pareciera que el argumento de Graulich sobre la metáfora del día podía ser aceptado de manera generalizada por la comunidad académica; pero la cuestión no era tan simple, pues Graulich y Carrasco partían de supuestos distintos.
Desde la perspectiva ‘intercalacionista’, y siguiendo la correlación de Sahagún, Carrasco asumía que el calendario mexica tenía algún mecanismo de ajuste para asegurar la sincronía de las veintenas con respecto al año trópico (Carrasco 2000, 222), así que, por ejemplo, la fiesta de ‘petición de lluvias’ (Tóxcatl) se hacía en el momento en que se esperaba el inicio de las precipitaciones (Figura 2), mientras que el nacimiento de Cintéotl, el dios maíz, se celebraba hacia el inicio de la cosecha y poco antes del final de las lluvias (Carrillo Muñoz 2015, 490-497), en Ochpaniztli.
Por el contrario, desde la perspectiva ‘sistémica’,5 Graulich asumió que el año mexica (xíhuitl ) no admitía intercalaciones, pues éstas romperían la articulación del xíhuitl con el tonalpohualli6 y su relación con el ciclo sinódico de Venus (Graulich 1999, 63), así que las veintenas se anticipaban con respecto al año trópico casi un día cada cuatro años. Por ello, tras calcular que en el siglo XVI el desfase de las veintenas era de aproximadamente cinco meses cristianos, el historiador propuso que la fiesta de la siembra y del inicio de las lluvias era originalmente Ochpaniztli (Graulich 1999, 103-134), y que la cosecha se celebraba en las veintenas de Tlacaxipehualiztli (Graulich 1999, 289-290), Tozoztontli (Graulich 1999, 321) y Huey Tozoztli (Graulich 1999, 327), mientras que Tóxcatl era fiesta de agradecimiento por la abundancia obtenida (Graulich 1999, 360). Como resultado, en este esquema las fiestas asociadas a Tamoanchan (el cielo) se ubican en el período del año en que el Sol declinaba hacia el Sur, mientras que las asociadas al inframundo están en la fase en que el astro declinaba hacia el Norte7 (Figura 1).
Por estas diferencias entre las Figuras 1 y 2, el recurso a la metáfora del día para interpretar las fiestas de las veintenas puede arrojar resultados radicalmente distintos, según se adopte una u otra perspectiva. No me detendré aquí a discutir el sustento de dichas propuestas; sólo téngase presente que utilizaré la metáfora del día asumiendo que en el siglo XVI las veintenas estaban en su sitio (Figura 2), de manera cercana a la propuesta de Carrasco.8
La creación del Sol y de la Luna
Según el mito registrado por Sahagún, “antes que hubiese día” se reunieron los dioses en Teotihuacán, preguntándose quién habría de alumbrar al mundo, y para ello se ofreció Tecciztécatl (‘el del caracol’).9 Luego preguntaron: “¿Quién será otro más?” (Sahagún 2006 [siglo XVI], 414), y como nadie se ofrecía escogieron a Nanahuatzin (‘venerable buboso’). Entonces los elegidos encendieron fuego e hicieron penitencia cuatro días en una peña llamada teotexcalli.10
Durante ese período, Nanahuatzin, que era pobre y buboso, ofreció cañas verdes atadas de tres en tres, bolas de heno, espinas de maguey untadas con su propia sangre, y las postillas de sus bubas en lugar de copal. Por su parte, Tecciztécatl, que era rico, presentaba ofrendas preciosas: plumas de quetzal en lugar de ramos, pelotas de oro en lugar de pelotas de heno, espinas de piedras preciosas en vez de espinas de maguey, y espinas de coral rojo en sustitución de las espinas ensangrentadas (Sahagún 2006 [siglo XVI], 414).
Tras los cuatro días de penitencia, todos los dioses formaron dos filas en torno al teotexcalli y ordenaron a Tecciztécatl que se arrojara al fuego. Tecciztécatl acometió hacia él, pero al sentir el calor tuvo miedo y se echó hacia atrás. Cuatro veces probó, pero nunca se atrevió. Y puesto que había mandato de que no lo intentara más de cuatro veces, los dioses dieron el turno a Nanahuatzin, quien en el acto saltó a la hoguera, seguido por Tecciztécatl. Después de ellos, un águila entro al fuego y se quemó, y luego un tigre, que “no se quemó, sino chamuscóse y por eso quedó manchado de negro y blanco” (Sahagún 2006 [siglo XVI], 415). Como resultado de su sacrificio, Nanáhuatl subió por el Oriente transformado en Sol, y luego Tecciztécatl convertido en Luna. Por último, como los dos astros resplandecían igual, uno de los dioses golpeó con un conejo el rostro de Tecciztécatl, ofuscando así su resplandor (Sahagún 2006 [siglo XVI], 415).
Otra versión de este mito, consignada por Jacinto de la Serna, explica que primero surgió Nanáhuatl convertido en Sol, y al ver esto Tecciztécatl se arrojó al teotexcalli: “auiendolo hallado templado, y no tan caliente y encendido [...] quedó transformado en la Luna con menos luz, que el Sol” (Serna 1892, 364).
En una variante registrada en la Histoire du Mechique, Xochipilli ocupa el lugar de Tecciztécatl (Garibay K. 2015, 109), quien en la versión de la Leyenda de los soles es sustituido por Nahui Técpatl (‘4-Pedernal’), pero el relato es muy semejante. Según esta última fuente, Nanáhuatl saltó primero a la hoguera, mientras Nahui Técpatl “cantaba como mujer” (Graulich 1987, 295) o “cantaba entre las mujeres”11 (Tena 2011, 183). Después se arrojó Nahui Técpatl, pero cayó sólo en cenizas y se transformó en Luna. Cuando Nanáhuatl llegó al cielo convertido en Sol, Tonacacíhuatl y Tonacatecuhtli lo recibieron en un rico trono de plumas de quecholli. Por el contrario, cuando la Luna llegó a la orilla del cielo, Papáztac le golpeó la cara con un jarro de conejo, las tzitzimime12 la encontraron en un cruce de caminos y la vistieron de andrajos. Finalmente, “cuando el sol Nahui Olin hubo ocupado su lugar, entonces también pusieron [a la Luna] en el suyo, ya por la tarde” (Tena 2011, 185).
Por último, según la Historia de los mexicanos por sus pinturas, Quetzalcóatl arrojó a su hijo a la hoguera, y éste salió convertido en Sol. Después, el hijo de Chalchiuhtlicue y Tlalocatecuhtli (Tláloc), dioses del agua, fue arrojado en la ceniza y se convirtió en Luna, “por esto parece cenicienta y oscura” (Garibay K. 2015, 35).
Ahora bien, como notó Graulich, la oposición entre Nanáhuatl y Tecciztécatl incluye una dimensión moral, pues el valiente se convirtió en Sol y fue recibido por los dioses supremos en un rico trono de plumas de quecholli, mientras que el cobarde y afeminado se transformó en Luna y fue vestido de harapos por las tzitzimime; el pobre y valiente fue enaltecido, mientras que el rico y cobarde fue descendido, invirtiéndose así los papeles de nuestros personajes (Graulich 1987). Pero podemos agregar algo más.
Sabemos que los muertos que se convertían en tlaloque y descendían al Tlalocan eran quienes fallecían golpeados por el rayo, ahogados o por enfermedades asociadas al agua, categoría que incluía a “los leprosos, bubosos y sarnosos, gotosos e hidrópicos” (Sahagún 2006 [siglo XVI], 200). Y puesto que Nanáhuatl era buboso, parece claro que era un dios descendente, igual que los transgresores expulsados de Tamoanchan, quienes cayeron a la tierra. Así que Nanáhuatl, el pobre y buboso, y por lo tanto descendente y acuático, saltó a las llamas para subir convertido en Sol; mientras que Tecciztécatl, rico y encumbrado pero cobarde y afeminado, se arrojó a un fuego disminuido (brasas o cenizas), donde se chamuscó13 convirtiéndose en Luna, astro asociado a la lluvia14 y la fertilidad (González Torres 1975, 85-92). Así que la transformación del dios descendente (Nanáhuatl) en Sol ascendente ocurrió por efecto de las llamas, mientras que la del encumbrado Tecciztécatl en descendido (pobre) fue resultado de su inmolación en las brasas-cenizas; el ascenso del Sol y el descenso de la Luna obedecen a la oposición incinerar/chamuscar (Tabla 1).
Oposición incinerar/chamuscar
Considerando esto, y puesto que la creación del Sol se reactualizaba en el período asociado a la noche y al inframundo, parece razonable que el cuarto de año al que pertenece la fiesta de Panquetzaliztli (Figura 2) incluyera tres celebraciones en las que se encendía el fuego nuevo: Quecholli (Durán 1880, II, 131), Panquetzaliztli (Paso y Troncoso 1993, 254) e Izcalli (Sahagún 2006 [siglo XVI], 147). De hecho, el inframundo era la casa de Xiuhtecuhtli, dios del fuego (Seler 2014 [1902-1923]a, 307), y el lugar “donde las almas eran quemadas” (Garibay K. 2015, 104). Por ello, los cuerpos de los guerreros muertos en combate, quienes acompañaban al Sol en su ascenso (Sahagún 2006 [siglo XVI], 364), eran incinerados (Benavente 1996, 420), “porque esperaban que Mictlantecuhtli, dios del infierno, los dejara salir y así resucitarían otra vez” (Garibay K. 2015, 104). Así que tiene sentido que el descendente y acuático Nanáhuatl subiera desde el inframundo convertido en Sol tras arrojarse a la hoguera pues, como explica Alonso de Molina en su vocabulario, tleco significa ‘en el fuego’, pero también ‘subir’ (Molina 1571, 147r).
Si volvemos ahora a la versión del mito consignada por Jacinto de la Serna, podemos ver que la inmolación de Tecciztécatl no ocurrió durante la noche, sino de día, pues según este relato primero surgió el Sol, y entonces Tecciztécatl se arrojó al teotexcalli: “auiendolo hallado templado, y no tan caliente y encendido [...] quedó transformado en la Luna” (Serna 1892, 364). O sea que, tras la salida del Sol, ya siendo de día, Tecciztécatl saltó a las brasas-cenizas (el fuego disminuido) convirtiéndose en Luna. De modo que la creación-descenso del astro nocturno debía ocurrir en el período del ciclo ritual asociado al cielo,15 en la mitad diurna del año. Y precisamente, así como en el cuarto de año correspondiente al paso del Sol por el inframundo encontramos tres veces el encendido del fuego nuevo, las fiestas ubicadas entre los dos pasos del astro por el cénit (Figura 2) involucran el uso de brasas, como veremos más adelante: la oposición incinerar/chamuscar encuentra su paralelo en el rito por la oposición fuego-nuevo/fuego-disminuido, llamas/brasas. Veamos, aunque sea someramente, lo que ocurría en ese período.
Tóxcatl, la fiesta de Tezcatlipoca-Tecciztécatl
Tezcatlipoca, ‘el espejo que humea’, era una suerte de medio Sol ‘nocturno’, lunar y descendente (Graulich 1984; Wierciński 1998). Según la Historia de los mexicanos por sus pinturas, los dioses:
[...] vieron como el medio [Sol] que estaba criado alumbraba poco y dijeron que se hiciese otro medio, para que pudiese alumbrar bien toda la tierra. Y viendo esto Tezcatlipuca se hizo sol para alumbrar, al cual pintan como nosotros, y dicen que lo que vemos no es sino la claridad del sol y no al sol, porque el sol sale a la mañana y viene fasta el medio día, y de ahí se vuelve a oriente, para salir otro día, y que lo que de medio día fasta el ocaso paresce es su claridad y no el sol (Garibay K. 2015, 27).
Y en efecto, parece que la figura que en los códices se conforma por un medio Sol con medio símbolo de la noche (Figura 4), era la Luna (González Torres 1975, 86). Además, Tezcatlipoca se asocia a la Luna por su carácter nocturno y por el símbolo oscuro del espejo humeante (González Torres 2011, 134), pero también porque, bajo la forma de Tepeyólotl, era el dios jaguar asociado al caracol, al conejo, a la Luna y a la lluvia (Olivier 1998), igual que Tecciztécatl. Así que tiene sentido que la trecena 1-Muerte (nombre calendárico de Tezcatlipoca) esté presidida por Tonatiuh (el Sol) y Tezcatlipoca en los códices Borbónico y Tonalámatl Aubin, y que en ambos códices el Sol esté acompañado por el símbolo lunar tecciztli. Y no resulta extraño que, en la misma trecena de los códices Telleriano-Remensis y Vaticano A, Tezcatlipoca sea sustituido por Metztli (la Luna), quien porta el anáhuatl de Tezcatlipoca (Olivier 2015, 69-70), pues éste era la Luna, es decir, Tecciztécatl.
Con esto en mente, podemos revisar algunos detalles de la fiesta de Tóxcatl (‘cosa seca’), que según nuestro esquema coincidía con el primer paso del Sol por el cénit (Figura 2), hacia el momento más seco del año, cuando se esperaba la llegada de las lluvias o se pedía por ellas.16
En Tóxcatl se elegía a dos guerreros cautivos para que encarnaran por un año a Huitzilopochtli y Tezcatlipoca, los dioses guerreros y solares a los que se dedicaba la fiesta. Al ixiptla de Tezcatlipoca se le instruía en el arte de tañer, cantar y hablar conforme a las costumbres de los señores y palaciegos (Sahagún 2006 [siglo XVI], 79, 104), y le vestían ricamente para que durante el año se paseara tocando la flauta y fuera adorado como dios. Un año después, en la fiesta de Huey Tozoztli, cuando erguían el árbol Tota (Durán 1880, II, 140), lo vestían aún más ricamente y le cortaban el cabello como a los guerreros de alto rango (Sahagún 2006 [siglo XVI], 105). Además, en el mismo acto, para que tuviera “conversación carnal” (Sahagún 2006 [siglo XVI], 79) le entregaban cuatro doncellas que “también eran criadas en mucho regalo”, y a éstas les ponían los nombres de cuatro diosas: Xochiquétzal, Xilonen, Atlatonan y Huixtocíhuatl (Sahagún 2006 [siglo XVI], 105). Así que parece claro que el árbol Tota era el propio árbol de Tamoanchan, pues aquí se reactualizaba la transgresión de Tezcatlipoca con Xochiquétzal.
Junto a esto, cabe destacar que el corte de cabello caracterizaba a Tezcatlipoca como guerrero, y las vestimentas denotaban su riqueza, la cual se corrobora por su amancebamiento con cuatro doncellas, pues tener muchas mujeres o mancebas sólo estaba permitido “á todos los principales de mucha calidad y estima á gente de valor” (Durán 1880, II, 285). Es decir que, en la fiesta de Huey Tozoztli, cuando se reactualizaba la transgresión, Tezcatlipoca era un guerrero encumbrado, igual que Tecciztécatl.
Al cumplir veinte días de convivir con las doncellas, el ixiptla de Tezcatlipoca era sacrificado en la fiesta de Tóxcatl, y entonces espetaban su cabeza en el tzompantle : “Decían que esto significaba que los que tienen riquezas y deleites en su vida, al cabo de ella han de venir en pobreza y dolor” (Sahagún 2006 [siglo XVI], 106), como ocurrió con Tecciztécatl.
Posteriormente incensaban a todos los dioses y arrojaban las brasas de los sahumerios “en un hogar redondo, dos palmos o casi alto, de tierra, que estaba en medio del patio, al cual llamaban tlexictli ” (Sahagún 2006 [siglo XVI], 107), “que quiere decir ombligo de brasa o fuego” (Torquemada 1975 [1615], III, 381). En torno a él, las doncellas bailaban acompañadas de los sátrapas, la gente del palacio “y aun la de guerra, viejos y mozos” (Sahagún 2006 [siglo XVI], 108). Según el Códice Tudela, estos danzantes eran considerados vírgenes y tenían plena libertad de llevarse a su casa a la mujer que quisieran, “aunq(ue) fuese manceba de otro” (Batalla Rosado 2009, 94); sin embargo, dice Sahagún que el baile se hacía con gran recato, pues “si alguno hablaba o miraba deshonestamente luego le castigaban” (Sahagún 2006 [siglo XVI], 108). Ambos informes parecen aludir nuevamente a la transgresión de Tamoanchan y al castigo de los dioses.
Pero lo más importante es que el baile era dirigido por dos escuderos que se colocaban sobre el tlexictli, es decir, sobre las brasas, llevando jaulillas de tea: “y llevábanlas a cuestas, no asidas de la frente como las cargas de los hombres, sino atadas de los pechos como suelen llevar las cargas las mujeres” (Sahagún 2006 [siglo XVI], 108). Sahagún no explicita que estos escuderos ‘afeminados’ representaran a los dioses solares, pero dice que al ixiptla de Huitzilopochtli le ponían “un ornamento de un palmo en cuadro hecho de tela rala, el cual llamaban ycuechin, atado con unas cuerdas de algodón a los pechos” (Sahagún 2006 [siglo XVI], 109), y los códices Tudela y Magliabechiano muestran en esta veintena a Tezcatlipoca con aquella jaulilla a la espalda (Figura 5). Así que Tezcatlipoca, el guerrero encumbrado y rico, al cometer la transgresión aparece ‘afeminado’17 y sobre las brasas, como Tecciztécatl: Tezcatlipoca, el medio Sol descendente y lunar es aquí la Luna. Además, este baile se llamaba toxcachocholoa, “saltar o bailar de la fiesta de tóxcatl” (Sahagún 2006 [siglo XVI], 108), nombre que pudiera aludir al salto de Tecciztécatl, como en su momento intuyó Graulich:
En los Anales de Cuauhtitlán, Tezcatlipoca es denominado “El que bailó en Texcalapan”. Ahora bien, se sabe por otra fuente que este danzante no es otro que la Luna, quien se sacrificó en las cenizas del brasero de Teotihuacan y fue entronizado por obra de los tzitzimimes nocturnos (1999, 353).
Visto así, parece razonable que Tóxcatl, la fiesta del Sol lunar y descendente, se dedicara también a Cihuacóatl, patrona de las mujeres muertas en el parto, quienes acompañaban al Sol en su descenso (Sahagún 2006 [siglo XVI], 364) y a quienes se les rendía culto en las encrucijadas (Sahagún 2006 [siglo XVI], 33), igual que a Tezcatlipoca (Sahagún 2006 [siglo XVI], 189). Por ello se entiende que, según los informantes de Sahagún, en Etzalcualiztli, Tecuilhuitontli y Huey Tecuílhuitl se “cantaba como mujer” (Sahagún 1947 [siglo XVI], 299-301), o “cantaban las mujeres”18 (Sahagún 1997 [siglo XVI], 59-60), en clara referencia al carácter ‘femenino’ de Tezcatlipoca y al canto de Tecciztécatl. Detengámonos un momento sobre la última de esas fiestas.
El castigo de los transgresores en Huey Tecuílhuitl
Huey Tecuílhuitl, tres veintenas después de Tóxcatl, estaba dedicada a Xilonen (Sahagún 1947 [siglo XVI], 301), otra de las compañeras de Tezcatlipoca, aunque las fuentes mencionan también a Chicomecóatl, Huixtocíhuatl (Batalla Rosado 2007, 128) y Quilaztli-Cihuacóatl (Durán 1880, II, 171-172), mientras que el Códice Borbónico ([siglo XVI], lám. 27) presenta a Cintéotl-Xochipilli. Además, aquí sacrificaban en el templo de Tezcatlipoca a Quetzalcóatl, en memoria de su persecución (Durán 1880, II, 286), es decir, de su huida de Tula, ciudad que en el mito se asimila a Tamoanchan.
Según los Primeros Memoriales de Sahagún, en esta veintena cantaban veinte días “como mujer” (Sahagún 1947 [siglo XVI], 301) y se celebraban banquetes.19 Terminados éstos, hacia el octavo día de la veintena se ejecutaba un baile en los patios de los templos, entre grandes braseros encendidos (Sahagún 2006 [siglo XVI], 81-82). Entonces salían los cantores (¿Los que cantaban “como mujer”?) de sus aposentos “cantando y bailando de dos en dos hombres, y en medio de cada dos hombres una mujer” (Sahagún 2006 [siglo XVI], 119). Pero los hombres que participaban en la danza eran sólo los señores guerreros, pues:
[...] era toda gente escogida, capitanes y otros valientes hombres ejercitados en las cosas de la guerra; éstos que llevaban las mujeres entre sí, (las) llevaban asidas las manos. La otra gente noble, que no eran ejercitados en la guerra, no entraban en este areito (Sahagún 2006, 119).
Estos señores guerreros bailaban ataviados con ricas vestiduras y joyas, y llevaban el cabello rapado por las sienes (Sahagún 2006 [siglo XVI], 120), denotando su carácter de ricos guerreros. A los lados iban dos filas de mancebos con candeleros de teas, vigilando el comportamiento de los danzantes:
[...] miraban con diligencia si alguno hacía deshonestidad, mirando o tocando a alguna mujer; y si alguno era visto hacer algo de esto, el día siguiente o después de dos días le castigaban reciamente, atizonándole, dándole de porrazos con tizones, tanto [que] lo dejaban por muerto (Sahagún 2006 [siglo XVI], 120).
Al terminar esta danza todos iban a sus casas. Las muchachas que habían participado en el baile volvían a sus recogimientos, y había gran vigilancia para que no se dispersasen “o que fuesen con ningún hombre” (Sahagún 2006 [siglo XVI], 121). Y agrega Sahagún que:
Algunos de (los) principales soldados,20 si querían llevar alguna de aquellas mozas decíanlo secretamente a la matrona que las guardaba, para que la llevase, (pues) no osaban llamarlas públicamente; la matrona la llevaba a casa de aquél o a donde él mandaba, de noche la llevaba y de noche salía; si alguno de éstos hacía esto públicamente érasele tenido a mal y castigábanle por ello públicamente, quitábanle los cabellos que traía por señal de valiente, que ellos llamaban tzotzocolli, y tomábanle las armas y los atavíos que usaba.
El castigo era que le apaleaban y le chamuscaban la cabeza; todo el cuerpo se le arronchaba y hacía vejigas del fuego y de los palos (y) luego le arrojaban por allí adelante, y decíanle: anda vete, bellaco, aunque seas valiente y fuerte no te tenemos en nada; aunque vengan nuestros enemigos a hacernos guerra no haremos cuenta de ti… [...] después que le echaban por allí a empellones; íbase azcadillando y cayendo y quejándose por el mal tratamiento que le habían hecho (y) nunca más volvía a danzar ni cantar;
y la mujer con quien éste se había amancebado también la despedían de la compañía de las otras, nunca más había de danzar ni de cantar, ni de estar con las otras, ni la que tenía cargo de ellas hacía más cuenta de ella; y el mancebo que fue castigado tomaba por mujer a la que también fue castigada por su causa (Sahagún 2006 [siglo XVI], 121).
Tenemos entonces que eran señores guerreros quienes, igual que los dioses de Tamoanchan, eran castigados y expulsados por su transgresión sexual. Y por eso mismo, basta recordar que los guerreros muertos en combate (que eran incinerados) acompañaban al Sol en su ascenso, para ver que el castigo de los señores guerreros (ricos, encumbrados) que transgredían la prohibición sexual era una forma de promover el descenso del Sol, pues se les chamuscaba en las brasas tras despojarlos de la cabellera que los distinguía como valientes y de los atavíos que denotaban su posición social. Así, al ser chamuscados como Tecciztécatl, el papel de los señores guerreros se invertía y adquirían un carácter descendente y lunar, como el propio Tezcatlipoca, el medio Sol descendente.
Esto mismo se hacía como parte de los sacrificios de la fiesta: arrojaban cuatro presos a las brasas. Para ello encendían un gran brasero llamado teotecuilli (‘brasero o fogón divino’) y alimentaban continuamente el fuego durante cuatro días, de modo que “se henchia de brassa de aquella leña” (Durán 1880, II, 173). Llegado el momento, inmolaban frente a la ixiptla de Xilonen a los presos:
[...] sacrificauanlos delante della desta manera que tomandolos los ministros de aquel tenplo vno a vno dos de las manos y dos de los pies y dando quatro enbiones en el ayre con al quarto enbion dauan con el en aquella gran brassa yantes que acauase de morir sacauanlo de presto y ponianlo assi medio assado en encima de vna piedra y cortauanle el pecho como tengo dicho, y sacauanle el coraçon y echauanselo delante (Durán 1880, II, 174).
Tras la muerte de las víctimas, colocaban sus cuerpos muy juntos en el suelo; sobre ellos echaban a la ixiptla de Xilonen, la degollaban y le sacaban el corazón para ofrecerlo al ídolo de piedra (Durán 1880, II, 172-173). No obstante, dice Sahagún que la ixiptla era cargada por “uno de los sátrapas a cuestas, espaldas con espaldas” (Sahagún 2006 [siglo XVI], 122) y así la degollaban.
Lamentablemente, nuestras fuentes no precisan la identidad de los presos, pero parece que eran ixiptlatin de los dioses transgresores, y que el rito representaba su matrimonio con Xilonen (la transgresora), como hacían con los expulsados, pues el modo de cargarla “espalda con espalda” es el mismo que se usaba para llevar a las mujeres a la casa del novio el día de su boda (Graulich 1999, 385). Así que este sacrificio era el castigo, matrimonio y expulsión de los dioses transgresores, es decir, su caída.
Dicho esto, como las víctimas de Huey Tecuílhuitl (‘fiesta mayor de los señores’) parecen representar a los dioses transgresores, es posible que encarnaran a Xochipilli, el dios al cual se dedicaba esta fiesta y la anterior, Tecuilhuitontli. Y efectivamente, Xochipilli era llamado Tlazopilli (Batalla Rosado 2007, 128), ‘preciado señor’ o ‘hijo de señor’, y dice Sahagún que era el “más particular dios de los que moraban en las casas de los señores o en los palacios de los principales” (Sahagún 2006, 38). Además, Xochipilli es el dios del fuego (Sahagún 2006, 38) y solar21 que, en el mito de la creación del Sol registrado en la Histoire du Mechique, sustituye a Tecciztécatl (Garibay K. 2015, 109). Así que Huey Tecuílhuitl sería fiesta del Sol descendente y lunar, personificado por Xochipilli (Graulich 1999, 381) quien, igual que Tezcatlipoca, era padre de Cintéotl, es decir, el transgresor de Tamoanchan.22
Ciertamente, pudiera parecer problemático que los guerreros descendieran con el Sol, pues dice Sahagún que éstos acompañaban al astro en su ascenso hasta el mediodía para entregarlo a las mujeres muertas en parto, quienes lo guiaban en su descenso (Sahagún 2006, 364). Pero sabemos por el Códice Telleriano-Remensis que los dioses varones asociados a Venus y al Sol, como Yiacatecuhtli, Tlahuizcalpantecuhtli y Tezcatlipoca, al caer se convirtieron en tzitzimime (Hamy 1899, 14), los monstruos femeninos que bajaban del cielo (Sahagún 2006 [siglo XVI], 421), igual que las cihuateteo23 (Sahagún 2006 [siglo XVI], 32-33). Además, hemos visto que en Tóxcatl, cuando nacía Tezcatlipoca (el Sol lunar y descendente), éste y Huitzilopochtli llevaban a cuestas una suerte de jaulilla, no con mecapal, como los hombres, sino “atadas de los pechos como suelen llevar las cargas las mujeres” (Sahagún 2006 [siglo XVI], 108). De modo que cuando se consumaba la transgresión y se preparaba el descenso del Sol, los propios dioses solares, masculinos y guerreros adquirían un carácter lunar, femenino y descendente, igual que las cihuateteo y que Tecciztécatl.
Junto a esto, llama la atención que en los Primeros Memoriales de Sahagún se diga que en Tóxcatl nacía Tezcatlipoca y Yiacatecuhtli (Sahagún 1947 [siglo XVI], 298), pues Yiacatecuhtli era un aspecto de Quetzalcóatl, y este último era sacrificado en el templo de Tezcatlipoca durante la fiesta de Huey Tecuílhuitl, en memoria de su expulsión de Tula. Parece clara, entonces, la equivalencia entre el descenso-expulsión de Xochipilli-Tecciztécatl en las brasas, la huida de Quetzalcóatl de Tula, y la expulsión de los dioses de Tamoanchan.
La caída de los dioses transgresores como tlaloque
Dos veintenas después de Huey Tecuílhuitl, tras el segundo paso del Sol por el cénit, se celebraba la fiesta de Xócotl Huetzi (Figura 2). Para ello encendían fuego en el ‘brasero divino’ y lo mantenían hasta la mañana siguiente, “no dexando en toda la noche de cebar la lunbre de suerte que quando amanecia hauia vna gran brassa” (Durán 1880, II, 167). Además, frente al templo de Xiuhtecuhtli (dios del fuego) levantaban el árbol Xócotl (Figura 6) y ponían sobre él una efigie llamada también Xócotl (Sahagún 1947, 303) que representaba a Otontecuhtli, dios solar del fuego y prototipo de los guerreros muertos (Graulich 1999, 413). Después llevaban cautivos de guerra ante el brasero y los lanzaban “sobre el montón de brasas” (Sahagún 2006 [siglo XVI], 83):
[...] al tiempo que los arrojaban alzábase un gran polvo de ceniza, y cada uno a donde caía allí se hacía un grande hoyo en el fuego, porque todo era brasa y rescoldo, y allí en el fuego comenzaba a dar vuelcos y a hacer bascas el triste del cautivo; comenzaba a rechinar el cuerpo como cuando asan algún animal, y levantábanse vejigas por todas partes del cuerpo (Sahagún 2006 [siglo XVI], 127).
Antes que muriesen, “a medio chamuscar” (Serna 1892, 320), los sacaban de las brasas, les extraían el corazón y lo arrojaban a los pies de Xiuhtecuhtli (Sahagún 2006 [siglo XVI], 127). Y nuestras fuentes sí precisan aquí la identidad de las víctimas, pues dice Durán que:
[...] bestian todos los que hauian de sacrificar del traxe y abito de quantos diosses principales tenian24 y por sus antiguedades ponianlos todos en renglera junto a la lumbre grande (Durán 1880, II, 167-168).
Y sabemos que estos dioses principales (señores) eran encarnados por los guerreros cautivos, no por esclavos, porque agrega el dominico que: “Tras cada dios destos sacrificauan quatro y cinco honbres esclauos y assi yban sacrificando y quemando a sus dioses” (Durán 1880, II, 168).
Ese mismo día los mozos se precipitaban hacia el árbol Xócotl, trepaban por él y despojaban de sus armas y atavíos a la figura de Xócotl-Otontecuhtli, como hacían con los señores transgresores en Huey Tecuílhuitl, para luego derribarla. Entonces todos tiraban de las cuerdas que sostenían al árbol, y éste caía haciéndose pedazos (Sahagún 2006 [siglo XVI], 127).
Ahora bien, sabiendo que el sacrificio de víctimas chamuscadas en las brasas era el castigo de los dioses transgresores, podemos reconocer que su coincidencia con la caída de Xócotl reactualizaba la ruptura del árbol de Tamoanchan. Aparentemente, este sacrificio se hacía ante la ixiptla de Toci (diosa telúrica y lunar), pues así se le representa en los Primeros Memoriales de Sahagún (Figura 6). Y a esto mismo parece aludir la trecena 1-Casa del Códice Borgia (Figura 7), donde Itzpapálotl, la transgresora de Tamoanchan (Hamy 1899, 28) que era también el monstruo de la tierra (Olivier 2004), aparece frente a un árbol roto conformado por el cuerpo de Cipactli, y entre ello hay dos hombres caídos, presumiblemente aludiendo a los dioses expulsados.
Algo semejante ocurre en el Códice Vaticano B (Figura 8),25 donde reconocemos a una de las figuras masculinas como Cintéotl-Itztlacoliuhqui, por los ojos vendados y por su pintura facial. Pero lo más significativo es que estos personajes tienen en el cuerpo los mismos círculos y líneas que Tonatiuh (el Sol) en la trecena 1-Muerte26 de ese códice (Figura 10), pues son esto rasgos los que caracterizan al buboso (Figura 9) identificado por Séjourné (1984, 158) en los frescos de Teotihuacán. Así que los transgresores, al ser chamuscados en las brasas, se convertían en bubosos, lo cual se entiende porque las bubas “sucedían por los pecados” (Durán 1880, II, 196). Pero esto ya lo sabíamos, pues vimos en Sahagún que, por efecto de las brasas, el cuerpo de los infractores se ‘arronchaba’ y hacía vejigas.
De esto resulta que los guerreros que acompañaban al Sol en su ascenso, y el propio astro, al llegar a Tamoanchan (al Norte del cénit), ricos y encumbrados como Tecciztécatl, cometían la transgresión sexual, y en castigo eran chamuscados, de modo que adquirían un carácter lunar y descendente, pero también acuático. Puesto que el movimiento de esos guerreros se invertía por efecto de las brasas, como en el mito de la creación de la Luna, tiene sentido que se convirtieran en bubosos, como Nanáhuatl, es decir, en tlaloque, cuyo destino era el Tlalocan, en el inframundo. Y por esto mismo, hacia el final de su descenso serían incinerados como Nanáhuatl para ascender nuevamente por efecto del fuego, tal como ocurrió con Quetzalcóatl quien, tras huir de Tula como buboso (cubierto de verrugas), se arrojó al fuego para ascender convertido en Venus (Velázquez 1992, 8-11). De hecho, dice la Leyenda de los Soles que el cuarto Sol (4-Movimiento) fue Quetzalcóatl, y “Antes de ser este Sol, fue su nombre Nanáhuatl, que era [procedía] de Tamoanchan” (Velázquez Rodríguez 1992, 121), igual que los dioses caídos.
Si volvemos ahora sobre nuestras Figuras 2 y 3 teniendo en mente la oposición llamas-ascenso/brasas-descenso, podemos ver que la caída de los transgresores como tlaloque comenzaba razonablemente hacia Tóxcatl, cuando se esperaba el inicio de las lluvias. Por ello se entiende que en esa fiesta el descendente y lunar Tezcatlipoca llevara su carga como mujer, es decir, como las cihuateteo, pues éstas no sólo acompañaban al Sol en su descenso, sino que eran también las encargadas de traer la lluvia (Alvarado Tezozómoc 1848, 98), igual que los tlaloque.
Esta relación de Tóxcatl con el inicio de las lluvias se corrobora fácilmente porque en la veintena anterior, Huey Tozoztli, sacrificaban a una niña en el remolino de Pantitlán (Durán 1880, II, 142), presumiblemente en representación de Quetzalxotzin, la hija del gobernante mexica. Según el mito, con este sacrificio comenzaron las lluvias, y cuarenta días después surgieron las matas de maíz (Velázquez Rodríguez 1992, 126-127); y en el rito, cuarenta días después de Huey Tozoztli, en la fiesta de Etzalcualiztli se conmemoraba el inicio del diluvio, cuando “vienen ya las aguas a correr más” (Anders, Jansen y Reyes García 1996, 213), descansaban los instrumentos de labranza y celebraban la abundancia (Durán 1880, II, 282). Además, confirmando el descenso de los transgresores-tlaloque, en Etzalcualiztli sacrificaban a los ixiptlatin de Tláloc y Chalchiuhtlicue, a quienes hacían “morar juntos como casados” desde veinte o treinta días antes (Benavente 1996, 187), es decir, desde Huey Tozoztli,27 cuando se consumaba la transgresión. Por si fuera poco, también en Etzalcualiztli, castigaban a los ministros de Tláloc que habían cometido alguna falta en el ritual, acto en el que los zambullían en el agua hasta dejarlos por muertos, y quemaban con el copal, es decir, en las brasas, dos imágenes de los tlaloque hechas de ulli (Sahagún 2006 [siglo XVI], 113-114).
Visto así, parece claro que la caída de los expulsados-tlaloque debía coincidir efectivamente con el inicio de las lluvias. Por ello, al comenzar el siguiente cuarto de año (Figura 2), en Xócotl Huetzi derribaban el árbol de Tamoanchan que hemos visto conformado por el cuerpo de Cipactli (Figuras 7 y 8), pues éste era el cielo (Garibay K. 2015, 25-26, 32, 108), y dice la Historia de los mexicanos por sus pinturas que, como resultado del diluvio, el cielo se cayó (Garibay K. 2015, 32). Es decir que primero comenzaban las lluvias (el diluvio), entre Tóxcatl y Etzalcualiztli, y en Xócotl Huetzi caía el cielo (el árbol de Tamoanchan), cuando el Sol descendía hacia el Sur del cénit. Sin duda, esta ubicación de Tamoanchan al Norte del cénit y su caída hacia el Sur cuando descendían los guerreros transgresores, explica por qué en Xócotl Huetzi celebraban a los guerreros caídos en combate diciendo que “habían ido al lugar de sus deleites” (Torquemada 1975 [1615], III, 426), y la gente miraba hacia el Norte invocando a sus muertos: “veni presto q os esperamos” (Hamy 1899, 10).
Por último, para corroborar el descenso del propio Sol convertido en uno de los tlaloque, basta acudir a la trecena 1-Zopilote. La figura del Códice Telleriano-Remensis correspondiente a esta trecena presenta al monstruo de la tierra (Tlatecuhtli) devorando al Sol (Tonatiuh), y la glosa indica que se trata del ocaso (Hamy 1899, 29). Por su parte, el Códice Vaticano A explica que esa imagen es Tlachitonatiuh:
Esto significa “entre la luz y las tinieblas”, lo que nosotros llamamos “crepúsculo”, y así pintan esta figura de la redondez de la tierra como un hombre que tiene el sol sobre los hombros, y bajo los pies la noche y la muerte, dando a entender que cuando el sol va a morir [se pone], va a calentar y alumbrar a los muertos (Anders, Jansen y Reyes García 1996, 175).
Así que 1-Zopilote representa el momento de la ‘muerte’ del Sol, cuando desciende sobre el horizonte en su camino al inframundo. Y esto explica por qué, en la misma trecena del Códice Borbónico (Figura 11), el Sol aparece siendo devorado por Tlaltecuhtli, ataviado como fardo funerario y con las anteojeras de Tláloc: en su descenso hacia el inframundo, el Sol era uno de los tlaloque.
Reflexión final
Al corroborar que la creación de la Luna se reactualizaba en el período asociado al día, podemos comprender fácilmente el carácter sexualmente ambiguo del astro nocturno (Milbrath 1995; Wierciński 1998), pues el Sol ascendente y masculino adquiría por efecto de las brasas un carácter femenino y lunar para descender como las cihuateteo trayendo las lluvias. Y a la vez, con esto confirmamos la utilidad de la propuesta de Michel Graulich para el estudio de las veintenas, particularmente por el recurso a la metáfora del día. Sin embargo, nuestros resultados se oponen a la idea graulicheana de que la simultánea creación del Sol y de la Luna en Panquetzaliztli constituía la contraparte dialéctica del mito de Tamoanchan, pues hemos visto que la creación de la Luna no era su ascenso desde el inframundo, sino su descenso hacia él. De hecho, la creación del astro nocturno equivale al destierro de Quetzalcóatl, que era también uno de los tlaloque,28 y a la expulsión de los dioses del paraíso original, lo cual permite comprender por qué Tezcatlipoca, el transgresor de Tamoanchan, aparece como un falso Sol lunar y descendente: la creación-descenso de la Luna era la caída del propio Sol desde el cénit, el guerrero encumbrado que descendía por efecto de las brasas.
Por otra parte, la caída-destierro de los dioses y de los guerreros muertos convertidos en tlaloque parece contradecir la ubicación que Graulich atribuyó a las veintenas con respecto al año trópico (Figura 1), pues el castigo-descenso de los tlaloque por efecto de las brasas coincidía efectivamente con el inicio de las lluvias (entre Tóxcatl y Etzalcualiztli), en la correlación de Sahagún (Figura 2). Afortunadamente esto no basta para refutar a Graulich, pues su argumento es mucho más complejo que lo aquí presentado, y para debatir seriamente con su obra se hace necesario comenzar por la revisión del conjunto de las fiestas de las veintenas a partir de una única clave de interpretación, así como dar cuenta del modo en que éstas pudieran haberse ajustado al año trópico.
Pero incluso limitándonos al tema de la Luna, nuestros resultados generan interrogantes que no podemos responder sin abordar su contraparte, la creación del Sol. Por ejemplo, si en la interpretación aquí esbozada es el propio astro diurno quien en su descenso adquiere un carácter lunar al ser chamuscado, ¿debiéramos esperar que, en el extremo opuesto del año, la Luna fuera incinerada para adquirir un carácter ascendente y solar? Además, como destacó Pedro Carrasco, con el progresivo descenso del Sol hacia el Sur desde el solsticio de verano, la Luna se desplaza hacia el Norte (Carrasco 2000, 224), así que parece razonable que la creación del astro nocturno se reactualizara en fechas próximas a ese solsticio. Pero si el cielo (arriba) se asocia al Norte (Figura 2), ¿por qué el desplazamiento de la Luna en esa dirección era su descenso? Por otra parte, dice el Códice Telleriano-Remensis que en Huey Tecuílhuitl se hacía el ayuno de atamal (Hamy 1899, 10), es decir, Xochílhuitl-Atamalcualiztli (Graulich 1980, 436-437), fiesta presumiblemente asociada a Venus (Seler 2014 [1902-1923]b, 362). Así que cabe preguntar qué tiene que ver Xochílhuitl con la creación de la Luna. Por razones de espacio tendré que dejar estas preguntas para trabajos posteriores, pero puedo anticipar que la vía para su respuesta fue sugerida ya por Michel Graulich.
Referencias bibliográficas
Alvarado Tezozómoc, Fernando de (1848): “Crónica Mexicana.” Antiquities of Mexico, tomo IX, compilado por Lord Kingsborough, 5-196. London: Henry G, Bohn. https://archive.org/details/AntiquitiesMexiv9King (30.07.2020).
Anders, Ferdinand, Marten Jansen y Luis Reyes García (1996): Religión, costumbres e historia de los antiguos mexicanos. Libro explicativo del llamado Códice Vaticano A. Codex Vatic. Lat. 3738 de la Biblioteca Apostólica Vaticana. Graz/México, D.F.: Akademische Druck und Verlagsanstalt/Fondo de Cultura Económica.
Batalla Rosado, Juan José (2007): “El libro escrito europeo del Códice Magliabechiano.” Itinerarios. Revista de Estudios lingüísticos, literarios, históricos y antropológicos 5: 113-142. http://itinerarios.uw.edu.pl/el-libro-escrito-europeo-del-codice-magliabechiano (30.07.2020).
Batalla Rosado, Juan José (2009): “El libro escrito europeo del Códice Tudela o Códice del Museo de América, Madrid.” Itinerarios. Revista de Estudios lingüísticos, literarios, históricos y antropológicos 9: 83-115. http://itinerarios.uw.edu.pl/el-libro-escrito-europeo-del-codice-tudela-o-codice-del-museo-de-america-madrid (30.07.2020).
Benavente, Toribio de (1996): Memoriales: Libro de oro, MSGI 31, editado por Nancy Joe Dyer. México, D.F.: El Colegio de México.
Carrasco, Pedro (2000): “Cultura y sociedad en el México Antiguo.” En: Historia general de México, 153-234. México, D.F.: El Colegio de México.
Carrillo Muñoz, Siddharta Jomás (2015): “Tiempo y muerte en Mesoamérica y los Andes. Estudio comparativo de dos casos amerindios.” Tesis de doctorado. Granada, España: Universidad de Granada (UGR). https://hera.ugr.es/tesisugr/25952171.pdf (30.07.2020).
Códice Borbónico (Codex Borbonicus) [siglo XVI]: Codex Borbonicus. Bibliothèque de l’Assemblée Nationale, Paris. http://www.famsi.org/research/loubat/Borbonicus/thumbs0.html (30.07.2020).
Códice Borgia (Codex Borgia) ([s.f.]): Codex Borgia. Bibliotheca Apostolica Vaticana, Città del Vaticano: Borg.mess.1. https://digi.vatlib.it/view/MSS_Borg.mess.1 (30.07.2020).
Códice Tudela (o del Museo de América) [siglo XVI]: Códice Tudela o del Museo de América. Museo de América, Madrid: Inv. 70400. http://ceres.mcu.es/pages/Main?idt=23447&inventary=70400&table=FMUS&museum=MAM (30.07.2020).
Códice Vaticano B (Codex Vaticanus B o 3773) [s.f.]: Codex Vaticanus B. Bibliotheca Apostolica Vaticana, Città del Vaticano: Vat.lat.3773. https://digi.vatlib.it/view/MSS_Vat.lat.3773 (30.07.2020).
Chinchilla Mazariegos, Oswaldo (2011): Imágenes de la mitología maya. Guatemala: Museo Popol Vuh/Universidad Francisco Marroquín.
Durán, Diego (1880): Historia de las Indias de Nueva España y islas de tierra firme, 2 tomos. México, D.F.: Imprenta de Ignacio Escalante.
Garibay K., Ángel María (2015): Teogonía e historia de los mexicanos. Tres opúsculos del siglo XVI. México, D.F.: Editorial Porrúa.
González Torres, Yólotl (1975): El culto a los astros entre los mexica. México, D.F.: SEP Setentas/Diana.
González Torres, Yólo (2009a): “Algunas consideraciones sobre los planos verticales y horizontales del universo.” En Religiones comparadas en Mesoamérica y Asia, por Yólotl González Torres, 307-341. México, D.F.: Editora de Gobierno del Estado de Veracruz.
González Torres, Yólotl (2009b): “Puntos solsticiales y equinocciales en la cosmovisión mexica.” En Religiones comparadas en Mesoamérica y Asia, por Yólotl González Torres, 342-360. México, D.F.: Editora de Gobierno del Estado de Veracruz
González Torres, Yólotl (2011): “La Luna: cosmovisión mesoamericana y de otros pueblos del mundo.” En Legado astronómico, coordinado por Daniel Flores Gutiérrez, Margarita Rosado Solís y José Francisco López, 133-145. México, D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Graulich, Michel (1980): “Mythes et rites des vingtaines du Mexique central préhispanique.” Tesis de doctorado. Bruselas, Bélgica: Université libre de Bruxelles. https://difusion.ulb.ac.be/vufind/Record/ULB-DIPOT:oai:dipot.ulb.ac.be:2013/214013/Holdings (30.07.2020).
Graulich, Mich (1981): “The metaphor of the day in Ancient Mexican myth and ritual [and comments and reply].” Current Anthropology 22, no. 1: 45-60. https://doi.org/10.1086/202602.
Graulich, Michel (1984) “Tozoztontli, Huey Tozoztli et Tóxcatl, fétes aztèques et du milieu du jour.” Revista Española de Antropología Americana 14: 127-164. https://revistas.ucm.es/index.php/REAA/article/view/REAA8484110127A/25029 (03.08.2020).
Graulich, Michel (1987): “Los mitos mexicanos y mayas-quiches de la creación del sol.” Anales de Antropología. Revista del Instituto de Investigaciones Antropológicas 24, no. 1: 289-325.
Graulich, Mich (1999): Fiestas de los pueblos indígenas. Ritos aztecas. Las fiestas de las veintenas. México, D.F.: Instituto Nacional Indigenista (INI).
Graulich, Michael (2002): “Tezcatlipoca-Omacatl, el comensal imprevisible.” Cuicuilco 9, no. 25: 1-9. https://www.revistas.inah.gob.mx/index.php/cuicuilco/article/view/445/432 (03.08.2020).
Hamy, Ernest Théodore Jules (1899): Codex Telleriano-Remensis. Manuscrit Mexicain du cabinet de Ch.-M. Le Tellier, archevêque de Reims, à la Bibliothèque Nationale (ms. Mexicaine no. 385). Paris: Bibliothèque Nationale.
Kruell, Gabriel Kenrick (2017): “Algunas precisiones terminológicas sobre el calendario náhuatl.” Estudios de Cultura Náhuatl 54: 136-164. http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/nahuatl/pdf/ecn54/1062.pdf (03.08.2020).
López Austin, Alfredo (2011): Tamoanchan y Tlalocan. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Matos Moctezuma, Eduardo (2013): Vida y muerte en el Templo Mayor. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Milbrath, Susan (1995): “Gender and roles of lunar deities in postclassic Central Mexico and their correlations with the Maya área.” Estudios de Cultura Náhuatl 25: 45-93. http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/nahuatl/pdf/ecn25/455.pdf (03.08.2020).
Molina, Alonso de (1571): Vocabvlario en lengva castellana y mexicana. México, D.F.: Casa de Antonio de Spinosa.
Muñoz Camargo, Diego (1892): Historia de Tlaxcala. México, D.F.: Secretaría de Fomento.
Olivier, Guilhem (1992): “Conquistadores y misioneros frente al ‘pecado nefando’”. Historias 28: 47-63. https://www.estudioshistoricos.inah.gob.mx/revistaHistorias/wp-content/uploads/historias_28_47-64.pdf (03.08.2020).
Olivier, Guilhem (1998): “Tepeyóllot, ‘corazón de la montaña’ y ‘señor del eco’: el dios jaguar de los antiguos mexicanos.” Estudios de Cultura Náhuatl 28: 99-141. http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/nahuatl/pdf/ecn28/544.pdf (03.08.2020).
Olivier, Guilhem (2004): “Las alas de la tierra: reflexiones sobre algunas representaciones de Itzpapálotl, ‘Mariposa de obsidiana’, diosa del México antiguo.” En Le Mexique préhispanique et colonial, compilado por Patrick Lesbre y Marie-José Vabre. Paris: L’Harmattan, 95-116.
Olivier, Guilhem (2015): Tezcatlipoca. Burlas y metamorfosis de un dios azteca. Versión electrónica (ePub). México, D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Paso y Troncoso, Francisco del (1993): Descripción, historia y exposición del Códice Borbónico. México, D.F.: Siglo XXI.
Sahagún, Bernardino de ( s.f. [siglo XVI]a): Primeros memoriales. http://bdmx.mx/documento/galeria/bernardino-sahagun-codices-matritenses (10.02.2018).
Sahagún, Bernardino de (s.f. [siglo XVI]b): Historia general de las cosas de la Nueva España. [Códice Florentino]. https://www.wdl.org/es/item/10096/ (03.08.2020).
Sahagún, Bernardino (1947 [siglo XVI]): “Relación breve de las fiestas de los dioses.” Traducción de Ángel Ma. Garibay. Tlálocan. A Journal of Source Materials on the Native Cultures of Mexico 2, no. 4: 289-320. https://revistas-filologicas.unam.mx/tlalocan/index.php/tl/article/view/431/426 (03.08.2020).
Sahagún, Bernardino (1997 [siglo XVI]): Primeros memoriales. Traducción de Thelma D. Sullivan. Edición de Henry B. Nicholson, Arthur J. O. Anderson, Charles E. Dibble, Eloise Quiñones Keber y Wayne Ruwet. Norman, Oklahoma: University of Oklahoma Press.
Sahagún, Bernardino de (2006 [siglo XVI]): Historia general de las cosas de la Nueva España. México, D.F.: Porrúa.
Séjourné, Laurette (1984): Pensamiento y religión en el México antiguo. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica/Secretaría de Educación Pública.
Seler, Eduard (2014 [1902-1923]a): “Los cantos religiosos de los antiguos mexicanos (primera parte, cantos 1 a 10).” Estudios de Cultura Náhuatl 47: 254-336. http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/nahuatl/pdf/ecn47/965.pdf (03.08.2020).
Seler, Eduard (2014 [1902-1923]b): “Los cantos religiosos de los antiguos mexicanos (segunda parte, cantos 11 a 20).” Estudios de Cultura Náhuatl 48: 334-409. http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/nahuatl/pdf/ecn48/982.pdf (03.08.2020).
Serna, Jacinto de la (1892): Manual de ministros de indios para el conocimiento de sus idolatrías, y extirpación de ellas. México, D.F.: Imprenta del Museo Nacional.
Tena, Rafael (2011): Mitos e historia de los antiguos nahuas. México, D.F.: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta).
Tena, Rafael (2012): La religión mexica. México, D.F.: Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Torquemada, Juan de (1975 [1615]): Monarquía indiana. De los veinte y un libros rituales y monarquía indiana, con el origen y guerras de los indios occidentales, de sus poblaziones, descubrimiento, conquista, conversión y otras cosas maravillosas de la mesma tierra, 7 tomos. México, D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Tovar, Juan de (1585): Historia de la benida de los yndios a poblar a Mexico de las partes remotas de Occidente…, [Manuscrito]. https://www.wdl.org/es/item/6759/view/1/1/ (03.08.2020).
Velázquez Rodríguez, Primo Feliciano (1992): Códice Chimalpopoca. Anales de Cuauhtitlán y Leyenda de los soles. México, D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Wierciński, Andrzej (1998): “El conjunto simbólico de la liebre/el conejo. La Luna y el elixir de la inmortalidad, en relación con los etnónimos mexica-mecitin.” En: Tlillan-Tlapallan. Estudios sobre la religión mesoamericana, por Andrzej Wierciński, 35-57. Warszawa/Poznan: Sociedad Polaca de Estudios Mesoamericanos.
Notas