Resumen:
Uno de los principales desafíos que actualmente enfrentan los centros académicos en el marco de las denominadas “sociedades del conocimiento” es la apertura y democratización de los propios procesos de producción de conocimiento. Un primer paso para ello es “aprender a aprender” de las propias prácticas de productividad académica. Bajo esta premisa, el presente trabajo analiza la relevancia que los enfoques y las herramientas de trabajo colaborativo tienen para la producción de conocimiento sobre hábitat residencial en el Instituto de la Vivienda (INVI) de la Universidad de Chile. Este se sustenta metodológicamente en una sistematización de las prácticas sociales y del uso de las herramientas digitales que inciden en dicha productividad, y en un análisis reflexivo de las principales problemáticas y potencialidades que ellas presentan. Como resultado, se plantean las bases para la implementación de un CoLaboratorio en Hábitat Residencial y Territorio, orientado a promover la sistematización, la reflexividad y el aprendizaje en torno a los propios procesos de producción de conocimiento.
Palabras clave: producción de conocimientoproducción de conocimiento,colaboracióncolaboración,hábitat residencialhábitat residencial.
Abstract:
One of the main challenges facing academic centers within the so-called “knowledge society” is the openness and democratization of knowledge production processes. The first step in doing this is “learning to learn” from academic productive processes. Based on this premise, this paper analyzes the importance of collaborative tools and approaches to the production of knowledge in residential habitat at the Housing Institute (INVI), University of Chile. The methodology used in this study is based on the systematization of social practices, the use of digital tools that affect this productive process and the reflective analysis of the main problems that these presents. As a result, this paper lays the basis for the implementation of a CoLaboratory for Residential Habitat and Territory, which is intended to promote the systematization, reflection and learning about knowledge production processes.
Keywords: knowledge production, collaboration, residential habitat.
Artículos
Herramientas colaborativas para la producción de conocimiento sobre hábitat residencial 1
Collaborative tools for the production of knowledge on residential habitats
Recepción: 28 Junio 2016
Aprobación: 11 Agosto 2017
El conocimiento constituye uno de los principales bienes productivos de las sociedades urbanas en la actualidad. Su relevancia se refleja en los nuevos sistemas productivos de carácter terciario, en la importancia de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, en la demanda por recursos humanos cada vez más capacitados y especializados, entre otras características que configuran las denominadas “sociedades del conocimiento”. Sin embargo, y más allá de la popularidad alcanzada por esta denominación, ella conlleva una significativa paradoja: su creciente difusión no necesariamente asegura el acceso democrático a la información y el aprovechamiento compartido del saber.
Para la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura [UNESCO], (2005), detrás de esta paradoja existen importantes problemáticas asociadas, como el desconocimiento a las desiguales condiciones de desarrollo productivo y las disparidades en el acceso a la información que existen a nivel mundial. En este sentido, UNESCO plantea la conveniencia política y económica de avanzar hacia una mayor “solidaridad digital” que permita una libre circulación de la información, mayor participación social en la producción del conocimiento y mayor atención en las condiciones del contexto que inciden en la conformación de entornos socialmente más creativos e innovadores.
Otro de los aspectos paradójicos en la constitución de las “sociedades del conocimiento” planteados por UNESCO es la problemática gestión del exceso de información actualmente existente, lo cual constituye una fuente de complejidad, incertidumbre y riesgo para las sociedades contemporáneas en la medida que genera “puntos ciegos” del conocimiento, los cuales reducen sus capacidades para observar e identificar problemáticas que surgen en sus entornos inmediatos, pero que no responden a la lógica de sus sistemas de visibilidad.
Estas consideraciones acentúan la importancia de “aprender a aprender”, es decir, atender a la conveniencia y necesidad de producir conocimientos socialmente compartidos sustentados en procesos reflexivos que permitan la comprensión de las condiciones del contexto bajo las cuales se desarrollan dichos procesos. Lo anterior hace imprescindible que las sociedades urbanas contemporáneas desarrollen las capacidades para aprender de sus propios procesos de desarrollo político, económico y sociocultural.
En esa perspectiva, Innerarity (2011), plantea que el conocimiento solamente se produce en la medida que las distintas sociedades aprenden de sí mismas, es decir, de sus propias experiencias y procesos. En tal sentido, identifica dos niveles de aprendizaje: uno que alude a la adaptación, mejora y/o ampliación del saber o la simple modificación del comportamiento dentro del repertorio habitual, y otro que alude a aquellas transformaciones que cuestionan los criterios, los paradigmas y los marcos del conocimiento existentes. Mientras en el primer nivel pueden darse discusiones y discrepancias sociales que no cuestionan de forma profunda ni radical los marcos generales del conocimiento institucionalizado, el segundo nivel conlleva una mayor apertura a los cambios y mayor reconocimiento a la complejidad, la incertidumbre y el riesgo. Lo anterior implica reforzar los procesos de intercambio, reflexividad y aprendizaje para la producción de nuevo conocimiento compartido.
Planteamientos de este tipo son particularmente relevantes para los centros académicos, tradicionalmente reconocidos como los principales actores productores de conocimiento. “Aprender a aprender” dentro de estos requiere una revisión crítica tanto de sus paradigmas, de sus enfoques y de sus procedimientos, desarrollados principalmente en espacios cerrados y altamente jerarquizados, con perspectivas disciplinares homogéneas y escasa reflexividad. Frente a ello, los nuevos modos de producción de conocimiento requieren una relación más abierta a las condiciones de sus contextos, a orientaciones transdisciplinarias que promueven perspectivas heterogéneas y mayores niveles de reflexividad (Gibbons, Limoges, Nowotny, Schwartzman, Scott y Trow, 1997).
Esta constatación resulta particularmente paradójica en aquellos centros académicos asociados al campo urbano-habitacional, considerando que muchos de sus principales referentes teóricos han reconocido que la ciudad, y particularmente la vida social urbana, constituyen fuentes abiertas para la producción de conocimiento.
Un caso emblemático lo constituye Jane Jacobs (1967), cuya metáfora de las ciudades como grandes laboratorios abiertos a la observación atenta de las escenas y acontecimientos más cotidianos de la vida urbana le permitieron sustentar profundas críticas al urbanismo racionalista imperante en su época. Otro referente clásico como Henri Lefebvre (1972) puso un marcado énfasis en cuestionar la institucionalización del conocimiento y del quehacer práctico, profundamente influenciadas por la división técnica y social del trabajo a través de lo que denominó como “la crítica radical”, es decir, la constante “problematización” del conocimiento y de las prácticas vigentes en torno al fenómeno urbano. Incluso, desde una perspectiva más contemporánea, François Ascher (2004) pone en cuestión el conocimiento proveniente de los expertos urbanos, quienes se ven cada vez más forzados a reconocer la relevancia de los saberes de los habitantes y a generar negociaciones con estos articulando intereses locales y el funcionamiento del conjunto del sistema urbano.
Frente a la pregunta respecto a cómo aprender a aprender de nuestros propios centros urbanos, Johnson (2008) establece la importancia de reconocer los flujos de información existentes de manera espontánea en la vida social, estableciendo una crítica a la ceguera de las lógicas centralizadas respecto de la relevancia de las interacciones sociales de carácter espontáneo. Para Johnson es necesario promover la transición desde la simple interacción hacia la colaboración, ya que, si bien la existencia y potencialidad de la primera es innegable, nada asegura que ella propicie y promueva la segunda.
Este tipo de planteamientos no son ajenos a la producción de conocimiento sobre hábitat residencial, particularmente en América Latina. Tal como han planteado Romero y Mesías (2004), se requiere desarrollar un pensamiento crítico que cuestione las influencias que las perspectivas racionalistas han tenido sobre el diseño y la planificación urbana durante el siglo XX y que han afectado principalmente la concepción de la vivienda, enmarcando su comprensión bajo una óptica funcionalista y cuantitativa. Para estos autores, esta perspectiva genera un conocimiento fragmentario que no incorpora ni integra las dimensiones humanas y naturales presentes en el hábitat, por lo que es necesario comprenderlo como un sistema abierto, que reconozca tanto la importancia de la interacción entre personas, grupos sociales y objetos, como también la del azar, la incertidumbre y la indeterminación en su proceso de producción.
Este conjunto de consideraciones sobre la producción de hábitat implica desarrollar una producción de conocimiento que vaya más allá de los expertos, la cual incorpore e involucre a otros actores sociales depositarios de otros saberes. Tal como plantean Romero y Mesías (2004), la producción de conocimiento sobre hábitat debe desarrollarse como un proceso dinámico, que conciba un problema integral, reconociendo sus múltiples dimensiones -político, administrativo y social- y que desarrolle propuestas integradas en distintas escalas -vivienda, barrio, ciudad, territorio-. En tal sentido, y al igual que en la propuesta desarrollada por Johnson (2008), un planteamiento de este tipo implica pasar desde la interacción hacia la colaboración.
Lo anterior conlleva preguntarse qué se entiende por colaboración, de qué manera se constituye como un enfoque comprensivo y cómo incide en la producción de conocimiento sobre hábitat residencial.
Durante las últimas décadas, los enfoques colaborativos han alcanzado un renovado reconocimiento para la producción de conocimiento en el campo urbano-habitacional. Su relevancia radica principalmente en su capacidad para reconocer en la interacción y el intercambio de saberes entre distintos actores sociales un objetivo primordial, promoviendo su implicación en procesos compartidos.
En términos generales, la colaboración puede entenderse como aquellas relaciones entre actores sociales diversos sustentadas en principios de negociación, beneficio mutuo y corresponsabilidad, que articulan intereses individuales y colectivos para el cumplimiento de objetivos y el logro de resultados compartidos (Arnold, Thumala, y Urquiza, 2007). Su renovado reconocimiento en las últimas décadas responde a los crecientes procesos de individuación de las sociedades urbanas contemporáneas, donde los sujetos buscan el cumplimiento de objetivos particulares y coyunturales en complementariedad con otros objetivos universalistas como el bien, la justicia y/o la igualdad.
Si bien la colaboración constituye una práctica social con una profunda raigambre histórica, es interesante constatar que el reconocimiento que actualmente posee en los procesos de producción de conocimiento tiene un carácter transversal, que implica desde agencias internacionales hasta agentes sociales locales.
En el caso de las primeras, UNESCO (2005) ha planteado que la colaboración constituye un aspecto central para la producción de conocimiento en la medida que promueve la formación de redes de investigación e intercambio de conocimientos integrando investigadores y centros más allá de su localización geográfica, lo cual permite reducir la brecha actualmente existente entre los distintos países, entre los distintos actores sociales presentes en estos y entre sus marcos comprensivos de la realidad. Para UNESCO, al promover el intercambio, la negociación y el beneficio mutuo, la colaboración facilita el acceso democrático a la información y el aprovechamiento compartido del saber, perfilando un nuevo paradigma tecnológico y social donde convergen las diversas perspectivas y saberes, propiciando procesos reflexivos que permitan la comprensión de sus contextos de producción.
En la consecución de este enfoque existen dos componentes centrales, como son las actuales tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC’s) y la formación de redes sociales de conocimiento. Ambos componentes, articulados entre sí e indisociablemente relacionados, permiten nuevas formas de interacción e intercambio social más allá de las distancias y límites territoriales.
Son precisamente estos dos componentes los que han permitido la emergencia y revalorización de los enfoques colaborativos también entre los actores sociales locales. Aunque las prácticas colaborativas entre estos han aparecido históricamente asociadas a estrategias de subsistencia, en la actualidad es posible constatar el uso de enfoques colaborativos asociados a iniciativas ciudadanas pertenecientes a ámbitos tan diversos como el arte, la gastronomía, la economía, la tecnología, entre muchas otras.
Esta tendencia se refleja también en la formulación de marcos teóricos y metodológicos desarrollados desde la academia, donde distintos autores han planteado que el impacto de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, junto a la formación de redes distribuidas de interacción e intercambio de conocimientos, son parte de un cambio paradigmático en las formas de organización política, económica y sociocultural de nuestras sociedades contemporáneas, las cuales se reflejan en la consolidación del enfoque procomún.
En términos generales, este enfoque postula el reconocimiento y la promoción de aquellos bienes y recursos de carácter “común”, es decir, aquellos sobre los que no es posible establecer un régimen de propiedad pública ni privada. Para autores como Ostrom (2011) y Benckler (2015) el procomún constituye una institución que ha permanecido invisibilizada en el tiempo producto del impacto y predominio del modelo capitalista. Sin embargo, su capacidad para gestionar recursos naturales y culturales de manera eficiente ha quedado ampliamente demostrada, sustentándose en protocolos de autogestión que sus usuarios respetan a lo largo del tiempo y que se encuentran sustentando en vínculos sociales de confianza. De esta manera, la sostenibilidad de los recursos a lo largo del tiempo no depende de su control exclusivo ni de las restricciones específicas propiciadas por los mercados.
En la misma línea, aunque desde una perspectiva más crítica, Hardt y Negri (2011) han planteado que la revisión y reivindicación de los bienes y recursos “comunes” permite poner en cuestión la lógica binaria de oposición entre la gestión pública y privada de los recursos, constituyendo un modelo que articula instituciones, prácticas y luchas que permiten vislumbrar la superación del capitalismo.
Por su parte, Rifkin (2014) coincide con los planteamientos anteriormente expuestos, pero además plantea que las nuevas tecnologías -y particularmente la llamada “Internet de las Cosas”- aparecen fuertemente asociadas a la promoción de prácticas colaborativas, las cuales sustentan la emergencia del procomún colaborativo, considerado por este autor como un paradigma económico que pone en crisis los modelos capitalista y socialista imperantes desde el siglo XIX. En este paradigma, el desarrollo de prácticas sociales colaborativas permite la redistribución de aquellos bienes y recursos que tradicionalmente han sido considerados “comunes”, entre los que destacan recursos naturales y culturales como, por ejemplo, el conocimiento.
Laval y Dardot (2014) coinciden en señalar que es justamente gracias a la creciente disponibilidad de internet que las perspectivas en torno al procomún han comenzado a emerger en el panorama político, económico y cultural de las sociedades contemporáneas. Para estos autores, las comunidades están comenzando a vislumbrar las amplias posibilidades que estos medios les brindan para gestionar colectivamente medios y recursos que no necesariamente deben tranzarse en el mercado, destacando la importancia que la distribución del conocimiento posee actualmente a partir de una masiva reciprocidad de intercambios por medio de las redes sociales.
La relevancia de las TIC’s y de las redes sociales en el actual protagonismo alcanzado por el procomún aparece directamente vinculado al desarrollo de enfoques colaborativos de conocimiento sobre los espacios urbanos. Para Freire (2009), por ejemplo, los enfoques colaborativos permiten la emergencia de nuevas formas de pensar las ciudades desde la perspectiva de sus habitantes organizados en plataformas ciudadanas, quienes mediante el uso de tecnologías digitales como herramientas básicas para la gestión de sistemas de información puedan dotarse de nuevas capacidades de acción e incidir con mayor fuerza en el debate político y en la toma de decisiones. En tal sentido, Freire reconoce que la incorporación de recursos tecnológicos debe necesariamente acompañarse de prácticas sociales colaborativas, sin las cuales resulta difícil su apropiación por los ciudadanos. Esta necesaria relación entre tecnologías y prácticas sociales permite, a juicio del autor, promover y desarrollar iniciativas como la digitalización de información, la apertura de bases de datos, el desarrollo de plataformas digitales accesibles, la masificación de una conectividad ubicua y barata y, principalmente, la promoción y el desarrollo de proyectos de alfabetización y competencias digitales.
En una perspectiva similar, Rodrigo (2010) plantea que la colaboración constituye una forma particular y distintiva de entender las formas como se gestionan las relaciones entre redes sociales, agentes e instituciones, donde no existe una estructura dada, por tanto, no existen mecanismos de inclusión/exclusión predeterminados. Estas características sintetizan las posibilidades que la colaboración genera como modalidad de trabajo y de relaciones entre agentes e instituciones, las cuales están abiertas a crecer y desarrollarse más allá de la consecución de un determinado proyecto, lo cual conlleva procesos de aprendizaje y producción de conocimientos abiertos y permanentes.
Para este autor, las prácticas sociales colaborativas promueven la capacidad de agencia entre los habitantes urbanos gracias a su capacidad permanente para complejizar y constituir redes y espacios de colaboración productivos y críticos. Asimismo, ellas posibilitan cambios en los modos de gestión de dichas redes, propiciando el aprendizaje constante entre agentes e instituciones y no una simple transferencia o mediación de conocimientos. Por último, las redes y espacios colaborativos constituyen organismos vivos, en constante crecimiento y con carácter polidimensional, es decir, permanentemente abiertos a nuevos objetivos y contextos.
En este punto, conviene volver a los planteamientos desarrollados por Rifkin (2014) que se mencionaron anteriormente. Una de las características más destacadas de las prácticas sociales colaborativas es que propician el intercambio, la reflexividad y el aprendizaje para la producción de conocimientos compartidos entre distintos habitantes urbanos que convergen en torno a intereses y objetivos comunes y que, a partir de una negociación constante donde cada uno aporta y cede intereses y recursos, son capaces de constituir proyectos en común. En tal sentido, y mediante la colaboración, los habitantes pasan a convertirse en agentes sociales protagonistas de los procesos de desarrollo de sus centros urbanos, cobrando una indudable relevancia política.
Dicha relevancia se expresa, por ejemplo, en las experiencias asociadas a manifestaciones ciudadanas de resonancia internacional como fueron en su momento el occupy movement en los espacios urbanos de Wall Street, y las acampadas en plazas y espacios públicos vinculadas al movimiento español del 15M. Dichas experiencias han sido entendidas como acciones de intervención material de la ciudad, que permiten producir aprendizajes y conocimientos colectivos sobre nuevas formas de habitar los espacios urbanos, nuevas formas de narrar su conformación y nuevos modos de diseñarlos e imaginarlos de manera colectiva, los cuales desbordan evidentemente los ámbitos institucionalizados de producción de conocimiento (Corsin & Estalella, 2011).
Desde esta perspectiva, es posible y necesario repensar y reconceptualizar los escenarios de la vida cotidiana, como las calles, las aceras, las plazas, los equipamientos e incluso las infraestructuras, como recursos abiertos y flexibles a procesos de experimentación y producción de conocimiento. Autores como Estalella, Rocha y Lafuente (2013), por ejemplo, destacan la creciente promoción de espacios urbanos autogestionados por diversos colectivos ciudadanos como nuevos caminos para la producción de conocimiento urbano, estrechamente relacionados con las características de sus entornos locales.
En síntesis, los enfoques colaborativos permiten establecer un marco relacional donde diversos actores sociales -los mismos habitantes, sus organizaciones, las administraciones públicas y, por cierto, los centros académicos- puedan ser considerados de manera articulada como parte de dichos procesos. En tal sentido, y volviendo al punto inicial de este artículo, los enfoques colaborativos ponen en cuestión la concepción de los centros académicos como únicos productores de “conocimiento experto” y refuerzan la necesidad de replantearse nuevas formas y procedimientos de producción de conocimiento compartido que permitan abordar críticamente los procesos de desarrollo urbano (Calzada, Chautón y Di Siena, 2013).
El cuestionamiento de los centros académicos como exclusivos productores de “conocimiento experto”, así como la consideración del conocimiento como un “bien común” constituyen dos desafíos substanciales para la consolidación del enfoque de hábitat residencial desarrollado por el Instituto de la Vivienda -INVI- (Campos y Medic, 2014). Ellos se encuentran en directa correspondencia con su declarado compromiso con la promoción del conocimiento interdisciplinario y el desarrollo de procesos de carácter colaborativo que permitan promover y articular las labores de investigación, docencia y extensión desarrolladas por sus integrantes.
El enfoque de hábitat residencial reconoce explícitamente la relevancia de los habitantes como productores de sus entornos territoriales, lo cual conlleva la necesidad de reconocer y trabajar en directa relación con estos y con otros actores sociales buscando incidir en la formulación de políticas públicas urbano-habitacionales. En este sentido, el desarrollo de un conocimiento colaborativo como el planteado precedentemente implica la revisión y cuestionamiento a las tradicionales formas de trabajo a través de las cuales se ha encarado este objetivo. Bajo este marco, desde 2014 a la fecha se ha planteado la conveniencia de abordar este desafío a partir de la conformación de un CoLaboratorio en Hábitat Residencial y Territorio, considerado como un paso inicial frente a los desafíos antes reseñados.
De acuerdo con Cobo y Pardo (2007), un colaboratorio constituye un punto de encuentro e intercambio de información abierto a académicos, investigadores, estudiantes y público en general interesados en la conformación de espacios de aprendizaje en red, flexibles y participativos, cuyos contenidos pueden ser utilizados e intervenidos abiertamente por sus ocupantes. Esta propuesta es interesante en la medida que conlleva nuevas formas de producción de conocimiento de carácter exploratorio que requieren abrir el circuito de producción de “conocimiento experto” predominante en los centros académicos.
Tomando como referencia dicho modelo, y desde la perspectiva desarrollada por esta investigación, el CoLaboratorio en Hábitat Residencial y Territorio constituye un dispositivo de producción de conocimiento que busca generar convergencia entre los integrantes del INVI. Comprender el CoLaboratorio como un dispositivo implica asumir que este dispone elementos y produce acciones orientadas a un determinado fin, producto o resultado, constituyéndose a partir de un conjunto de prácticas sociales y herramientas tecnológicas abiertas y flexibles que permiten generar espacios de aprendizaje en red, articulando y visibilizando la productividad académica desarrollada en investigación, docencia y extensión, y haciéndola accesible a otros actores sociales partícipes del campo de conocimiento del hábitat residencial.
Una primera consideración que emerge de esta definición es la estrecha relación existente entre las prácticas sociales y las herramientas tecnológicas. Las prácticas sociales aluden a las distintas formas y modos de hacer que, de manera cotidiana, los académicos despliegan para producir conocimiento, como por ejemplo, la preparación de clases, la búsqueda bibliográfica, las entrevistas y talleres con estudiantes, etc. Por otra, las herramientas tecnológicas constituyen aquellos recursos que median y posibilitan la realización de dichas prácticas, como, por ejemplo, las plataformas web, los correos electrónicos, las reuniones de trabajo, los claustros académicos, entre otras.
En este sentido, la elección de este modelo de colaboratorio posee distintas implicancias para el desarrollo del trabajo académico. Por una parte, ha sido necesario identificar y caracterizar aquellas prácticas sociales y herramientas tecnológicas de carácter cotidiano utilizados por los miembros del INVI, esto porque un dispositivo de este tipo surge bajo la premisa de nutrirse de las dinámicas de trabajo ya existentes entre los miembros de una comunidad académica para luego evaluar posibles modificaciones. En tal sentido, esta identificación conlleva también la revisión y el cuestionamiento de las propias prácticas y herramientas tecnológicas disponibles, así como también su redefinición en el caso que se considere necesaria su reformulación.
A partir de la identificación de prácticas sociales y herramientas tecnológicas, fue posible formular tres ámbitos de trabajo directamente interrelacionados entre sí, como son el intercambio, la reflexividad y el aprendizaje. En su conjunto, y de manera articulada, estos constituyen un circuito de producción de conocimiento.
El intercambio implica el reconocimiento a las dinámicas de interacción y comunicación cotidiana, coloquial e informal sobre las labores académicas que nutren el enfoque de hábitat residencial. Estas contemplan prácticas coloquiales y cotidianas como la recomendación de bibliografía para docencia, los comentarios en torno a una presentación o ponencia, así como también la invitación a corregir un artículo elaborado en conjunto. Este tipo de prácticas, que pueden ser consideradas como expresión del conocimiento tácito asociado a la productividad académica, requieren ser constantemente sistematizadas de forma que pasen a constituir parte del acervo de conocimiento explícito desarrollado por el equipo de investigadores. Asimismo, esta sistematización permite saber y compartir lo que se puede hacer en términos de investigación, docencia y extensión.
Para tales fines el CoLaboratorio utiliza dos herramientas disponibles en la Universidad de Chile que permiten el registro, la concentración y el ordenamiento de la productividad académica, como son el Repositorio académico y el Portal de libros electrónicos. En el caso del Repositorio Académico, este concentra toda la productividad académica de los últimos años reflejada en artículos de revistas, libros, capítulos de libros, ponencias, documentos de trabajo, entre otros. En el caso del Portal de libros electrónicos, este dispone de 30 publicaciones históricas del INVI que permiten comprender la evolución del enfoque de hábitat residencial desde sus orígenes hasta la actualidad. Ambas herramientas permiten el acceso abierto a la productividad académica.
El segundo ámbito de trabajo lo constituye la reflexividad. Este implica un proceso de constante revisión e incluso cuestionamiento de los propios procesos de producción de conocimiento, revisando críticamente las prácticas sociales y herramientas tecnológicos que se han utilizado e institucionalizado a lo largo del tiempo y que requieren ser fortalecidos o modificados. Esta labor permite también una mayor problematización y comprensión del contexto en el cual se sitúa el campo de conocimiento del hábitat residencial y el territorio.
Uno de los aspectos que se ha buscado incentivar a través de la implementación del CoLaboratorio es la promoción de la reflexividad en los procesos de producción de conocimiento a través del uso de herramientas tecnológicas de uso cotidiano, como son la Plataforma 2.0 y las aplicaciones asociadas a cuentas de correo electrónico. La primera integra distintos recursos de información y aprendizaje en torno al enfoque de hábitat residencial, por ejemplo, una línea de tiempo con la evolución de su trayectoria, enlaces actualizados a las publicaciones académicas, información sobre proyectos de investigación actualmente en curso, material audiovisual que ilustra la producción del enfoque y un Glosario de términos del hábitat residencial, que permite acceder en línea a sus definiciones conceptuales más relevantes del mismo. De esta forma, la incorporación de la plataforma web del INVI al dispositivo CoLaboratorio ha tenido por objetivo mantener abierta la visibilidad sobre el proceso de producción de conocimiento en la medida que este se va desarrollando.
Asimismo, la incorporación de aplicaciones disponibles desde las cuentas de correo electrónico de los integrantes del INVI por medio del servidor de Google pueden ser consideradas también una herramienta reflexiva en la medida que permiten la articulación en línea del trabajo colaborativo. En tal sentido, las cuentas de correo no solamente permiten la comunicación directa e instantánea entre académicos, sino también la implementación de una Nube INVI, es decir, un sistema de carpetas compartidas donde pueden trabajarse documentos en línea, un calendario colectivo que permite organizar las actividades personales y grupales, sistemas de hangouts: para la realización de reuniones de trabajo a virtuales, entre otras.
El tercer ámbito de trabajo lo constituye el aprendizaje, el cual implica no solo la incorporación de nuevas prácticas e instrumentos que generen adaptaciones, mejoras y ampliaciones en el enfoque de hábitat residencial, sino también ampliar sus marcos de conocimientos incorporando nuevos temas, referencias y métodos. Esto implica explorar y promover lo que Bosch (2008) denomina “ética de la colaboración”, es decir, una práctica académica que contemple la ampliación de las redes de colaboración existentes a través de la conformación de comunidades de interés, comunidades de prácticas, colectivos de difusión y comunicación, entre otras.
Para ello, el dispositivo CoLaboratorio ha reformulado y relanzado el antiguo blog INVI Opina por uno nuevo denominado INVItro, cuyo objetivo es promover la comunicación constante y permanente entre el INVI y aquellas personas u organizaciones interesadas en temas del campo urbano-habitacional. Este blog permite la difusión y el intercambio de opiniones en formato de columnas, entrevistas y foto-ensayos, entre otros recursos producidos por distintos actores sociales sobre temas vinculados al hábitat residencial, los cuales permiten al equipo académico mantenerse informado respecto de los avances experimentados en su campo de conocimiento, vinculado con quienes los producen y también promover la discusión en torno a los temas emergentes de política pública en el campo urbano-habitacional.
Una herramienta de este tipo constituye un importante recurso para promover la conformación de una RED en Hábitat Residencial y Territorio, la cual permita articular el trabajo desarrollado por los académicos del INVI con académicos de otros centros y universidades, con estudiantes de pregrado y postgrado, con colaboradores nacionales e internacionales y con otros actores sociales vinculados al hábitat residencial y el territorio. Se espera que, progresivamente, esta iniciativa permita ampliar y consolidar un circuito de producción de conocimiento adquiriendo la forma de una red distribuida.
Si bien la implementación del CoLaboratorio en Hábitat Residencial y Territorio constituye una primera etapa en la implementación de un enfoque colaborativo de conocimiento sobre hábitat residencial, es posible identificar algunos aprendizajes interesantes surgidos de su proceso de implementación.
Un primer aprendizaje indica la conveniencia de revisar constantemente las propias prácticas sociales y herramientas tecnológicas que sustentan las labores cotidianas de los centros académicos, lo cual implica reforzar y mejorar aquellos aspectos asumidos y desarrollados cotidianamente por sus integrantes. Muchas veces la colaboración se encuentra tácitamente ya incorporada en las dinámicas de trabajo académicas y, por tanto, es conveniente explicitarlas.
Un segundo aprendizaje indica qué prácticas sociales y herramientas tecnológicas son indisociables entre sí, permitiendo una sistematización constante de la productividad académica. La sistematización es necesaria para la producción de conocimiento sobre hábitat residencial en la medida que permite concentrar y visibilizar los resultados de las actividades de docencia, investigación y extensión, considerando que muchas veces no queda un registro constatable de estas, perdiéndose inexorablemente. Asimismo, su análisis permite identificar qué ámbitos de trabajo están más débiles, qué contenidos deben ser renovados, en qué momentos del año se concentra la mayor productividad académica y cómo esta puede ser fortalecida, entre otras apreciaciones.
Un tercer aprendizaje indica que un dispositivo colaborativo como el propuesto no requiere de grandes inversiones tecnológicas, sino que los recursos necesarios para su implementación son generalmente de fácil alcance, como es el caso de las herramientas abiertas y disponibles tanto en la Universidad de Chile como en las redes sociales. Esta característica permite establecer que los procesos colaborativos pueden sustentarse en la disposición de capital humano con que cuente una organización y no exclusivamente en sus recursos financieros.
Un cuarto aprendizaje indica la conveniencia de identificar y analizar críticamente los circuitos de producción de conocimiento propios de cada centro académico, permitiendo con ello una mejor comprensión del trabajo propio y promoviendo la conceptualización de las propias prácticas, fundamentando el desarrollo de conocimientos teóricos y el intercambio de estos con otros actores sociales. Esto permite identificar puntos de inflexión en los procesos de producción de conocimiento en un determinado campo temático, propiciando la reflexión epistemológica y teórica en torno a la posición desde dónde, para qué y cómo se produce conocimiento.
De esta forma, un proceso como el descrito permite abrir el circuito de producción de conocimiento hacia otros actores sociales. La estrecha relación entre intercambio, reflexividad y aprendizajes permite no solo relacionarse con estos a partir de una transferencia de conocimientos lineal, sino también aprender de lo que ellos hacen en el campo del hábitat residencial.
En síntesis, y frente al desafío que actualmente enfrentan los centros académicos sobre la apertura y democratización de los propios procesos de producción de conocimiento en el marco de las “sociedades del conocimiento”, el CoLaboratorio en Hábitat Residencial y Territorio constituye un dispositivo orientado a promover el intercambio, la reflexividad y los aprendizajes en los procesos de producción de conocimiento en torno al enfoque de hábitat residencial.
Considerando que este enfoque se nutre justamente del conocimiento generado por una amplia diversidad de actores sociales, principalmente los habitantes, los aprendizajes generados a través de la implementación de este dispositivo permiten identificar al menos tres potencialidades relevantes a futuro.
La primera potencialidad es la promoción de un enfoque colaborativo para la producción de conocimiento sobre hábitat residencial, el cual incorpore efectivamente a otros actores sociales. Esto implica pasar desde la constitución de unidades académicas entendidas como comunidades autocentradas hacia una concepción de nodos académicos articulados en redes abiertas y flexibles de producción de conocimiento. Dicha concepción abre nuevas vías para pensar, formular e implementar políticas urbano-habitacionales en nuestro país, propiciando nuevas formas de participación política de carácter emergente.
La segunda potencialidad es el cuestionamiento al rol que los centros académicos detentan como generadores de “conocimiento experto”, concepción que no necesariamente reconoce ni visibiliza la relevancia de otros actores sociales como productores de conocimiento. Un dispositivo como el descrito permite avanzar hacia una concepción de los centros académicos cada vez más abiertos y receptivos de los conocimientos y saberes ciudadanos.
La tercera potencialidad es la posibilidad de avanzar hacia una concepción del conocimiento en hábitat residencial como un “bien común”, de libre acceso y abierto al uso y apropiación colectiva. Esto implica no solamente promover la adaptación, mejora y/o ampliación del conocimiento institucionalmente reconocido, sino también conlleva impulsar aquellas transformaciones que permiten reformular los paradigmas y los marcos del conocimiento actualmente predominantes.
Los centros académicos requieren mayor apertura a los cambios y mayor reconocimiento a la complejidad, la incertidumbre y el riesgo que estos generan en su entorno circundante. Dicha apertura implica también disposición a aprender de las propias prácticas y herramientas utilizadas de manera habitual y cotidiana, observar y visibilizar las prácticas y herramientas de otros actores sociales y, en definitiva, aprender también de las condiciones que definen el propio entorno.