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Migrantes colombianos en Santiago: experiencias y reflexiones en torno al derecho a habitar la ciudad 1
Colombian immigrants in Santiago: Experiences and reflections regarding the right to inhabit the city
Migrantes colombianos en Santiago: experiencias y reflexiones en torno al derecho a habitar la ciudad 1
Revista INVI, vol. 34, núm. 96, 2019
Universidad de Chile. Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Instituto de la Vivienda
Recepción: 16 Octubre 2018
Aprobación: 14 Enero 2019
Financiamiento
Fuente: CONICYT/FONDAP
Nº de contrato: 15130009
Descripción del financiamiento: Artículo basado en tesis doctoral de la Escuela de Psicología de la Universidad Católica; contó con apoyo del proyecto CONICYT/FONDAP 15130009
Resumen: La inmigración, uno de los fenómenos más característicos de nuestro tiempo, cuestiona los procesos de construcción de identidad en relación a la experiencia de pertenencia y vinculación con el espacio, el territorio y los mundos sociales. Este trabajo explora la mirada de un grupo de 14 inmigrantes colombianos sobre la vida en Santiago, indagando cómo ciertas características del espacio dan cuenta de tendencias culturales y formas de habitar particulares. En sus relatos, Santiago es un personaje importante, ilustrando, reflejando y construyendo tensiones sociales. Se discute cómo salir de los localismos e incorporar una mirada construida desde una posición periférica, que puede contribuir a dinamizar la conceptualización de cohesión social, yendo más allá de la ausencia de conflictos.
Palabras clave: inmigración, subjetividad, espacio social, cohesión social, Santiago.
Abstract: Immigration is one of the defining features of our time and calls into question processes of the construction of identity in relation to the experience of belonging and ties to space, territory and social worlds. This paper presents the perspectives of 14 Colombian immigrants regarding their lives in Santiago, analyzing how some features of the space make cultural trends and particular ways of dwelling visible. Santiago plays the role of the main character in their narratives, as it illustrates, reflects and participates in the construction of social issues. The article discusses how moving beyond localisms and incorporating a peripheral perspective can contribute to adding dynamism and depth to the understanding of social cohesion.
Keywords: immigration, subjectivity, social space, social cohesion, Santiago.
Introducción
¿Quién tiene derecho a la ciudad? Hace cuatro décadas, Henri Lefebvre (1991) planteaba esta pregunta y abogaba por la consideración del espacio social como producción. Es en el espacio social continuamente en producción (Massey, 2001) que los sujetos se desarrollan, expresan y encuentran limitaciones. Hoy, más que nunca, distintas disciplinas reconocen la inextricable relación entre los espacios que habitamos y la producción de la subjetividad (Gonzalez, 2016; Márquez, 2013; Stefoni, 2015).
El territorio, las ciudades y los barrios ofrecen espacios de identificación, diferenciación, construcción identitaria y también posibilidades de soñar con estilos de vida y mundos posibles (Márquez, 2013). Así, Harvey (2013) conceptualiza el derecho a la ciudad, más que como el acceso -grupal o individual- a los recursos que esta ofrece, como el derecho colectivo a transformar y reinventar la ciudad en función de los anhelos. Esto, pues es el lugar en que se construye -de manera dinámica y perpetuamente transitoria- una vida común. Esto denota que la pregunta por el derecho a la ciudad, lejos de haberse agotado -o resuelto- tiene plena vigencia, enmarcada por las transformaciones culturales recientes que instalan una temporalidad particular.
En Chile, parte de estas transformaciones se relacionan con el aumento sostenido de los procesos migratorios. De hecho, actualmente, las migraciones internacionales alcanzarían su mayor nivel de incidencia desde la segunda mitad del siglo XX y se habría invertido la posición de Chile como país emisor de migrantes (“Migración en Chile”, 2016; Thayer, 2015). Actualmente residirían en Chile 746.465 inmigrantes, lo que representa un 4,35% de la población (en contraste con el 1,27% del censo 2002) y un 66,7% de ellos habrían llegado a Chile entre 2010 y 2017 (Instituto Nacional de Estadísticas [INE], 2018). Este incremento de la migración internacional se relacionaría, por una parte, con la creciente rigidez de las políticas migratorias de países desarrollados y, por otra, con la estabilidad económica alcanzada por Chile, que ha contribuido a posicionarlo como un destino atractivo en Latinoamérica para la búsqueda de mejores condiciones de vida (Cárdenas y Yáñez, 2012; Organización Internacional para las Migraciones [OIM], 2011).
Este escenario supone entrar en contacto y vincularse con diversidad de culturas, lo que representa desafíos importantes. En un momento en que se ha argumentado que el exceso de posibilidades termina por invisibilizar la otredad (Han, 2012), la inmigración instala la pregunta por la diferencia; para quienes migran y para las sociedades receptoras. En un tiempo en que los bienes de consumo viajan sin problemas (Bauman, 2003), la inmigración nos interpela respecto a cuán dispuestos estamos a abrir las fronteras a las personas. Los migrantes nos muestran que otras formas de vida son posibles, que las nuestras son solo una entre muchas (Cayupi y Facuse, 2016; Imilan, Márquez y Stefoni, 2015) y evidencian la contingencia de nuestras prácticas culturales, desnaturizándolas y rompiendo con el modo “ciego a la cultura” en el que operamos habitualmente, resituando y resignificando la mirada (Márquez, 2013; Yi, 2014).
Este artículo presenta y discute los resultados de un estudio que buscó comprender cómo un grupo de hombres y mujeres inmigrantes colombianos residentes en Santiago significan su experiencia de migración y de qué manera(s) articulan esta experiencia con su trayectoria vital. En este artículo, se presentan específicamente sus experiencias respecto del habitar Santiago, su relación con la ciudad, con el espacio social y los desafíos y sorpresas que el encuentro con esta nueva realidad ha implicado para ellos. El análisis de sus experiencias aporta claves importantes para pensar y reflexionar en torno a algunas dinámicas sociales relevantes en el Chile actual.
Migración actual en Chile: desafíos ante el encuentro
Las tendencias en Chile muestran cambios respecto del perfil migratorio pasado (OIM, 2011). Actualmente, la migración sería bastante paritaria en términos de género, con una pequeña predominancia femenina y tendría un origen mayoritariamente latinoamericano. El 81% de los migrantes proviene de siete países: Perú (25,2%), Colombia (14,1%), Venezuela (11,1%), Bolivia (9,9%), Argentina (8,9%), Haití (8,4%) y Ecuador (3,7%). Es relevante destacar el marcado incremento de la migración colombiana, pasando de 5.066 personas en el año 2005 a 105.445 en el año 2017 (INE, 2018; “Casen 2015”, 2016). Este fuerte movimiento migratorio se relacionaría con cambios en la situación económica y política colombiana que incidieron en un aumento significativo del desempleo (Martínez, 2011; OIM, 2011; Soler, 2004) y con condiciones de violencia que habrían supuesto un aumento del flujo de migrantes pidiendo refugio, especialmente cuando esta calidad no les es reconocida en otros países de la región (OIM, 2011).
En términos geográficos, el 65,2% de la población migrante se concentra en la Región Metropolitana. En menor proporción le siguen Antofagasta (8,4%) y Tarapacá (5,9%) (INE, 2018). En la región de Antofagasta, el 11% de la población inmigrante provendría de Colombia, siendo el tercer grupo más numeroso después de los migrantes de origen boliviano (41,8%) y peruano (28,6%) y habiendo aumentado diez veces su presencia en la región entre los años 2005 y 2014 (“Migración en Chile”, 2016). Dentro de la Región Metropolitana, las cinco comunas que en que viven más inmigrantes con residencia definitiva son: Santiago, Las Condes, Independencia, Recoleta y Estación Central (Asociación de Municipalidades de Chile [AMUCH], 2017), dando cuenta del carácter eminentemente urbano de la inmigración.
La presencia creciente de inmigrantes en las ciudades supone desafíos importantes, pues los locales suelen tener creencias sobre cómo debieran vivir los inmigrantes que llegan al país y las expectativas y actitudes al respecto pueden no ser recíprocas. Los migrantes no permanecen pasivos ante las representaciones que se les atribuyen, sino que son agentes en la construcción de su identidad y posición social (González, Sirlopú y Kessler, 2010). En este proceso de encuentro, los inmigrantes hacen visibles diferencias culturales y en los modos de vida, lo que a menudo supone cuestionamientos respecto a las formas en que se definen los patrones culturales, la pertenencia a comunidades y los consensos sociales. Su presencia puede transformar el escenario social enriqueciéndolo, pero también desestabilizándolo y evidenciando lo idiosincrático de las prácticas culturales predominantes (Cayupi y Facuse, 2016; Ducci y Rojas, 2010; Esses et ál., 2010; Imilan et ál., 2015; Márquez, 2012, 2013). Así, pueden ser percibidos como una amenaza, por sus diferencias y/o por disputar un número limitado de recursos. Estas condiciones incidirán en generar malestar social y en la expresión de mayores niveles de prejuicio y ansiedad (Ainslie, 2009; Esses et ál., 2010; Tijoux, 2011).
En las últimas décadas Chile ha dado algunas señales de avanzar hacia una mayor reconocimiento e integración de los inmigrantes. Por ejemplo, en el año 2008 se dictó el Instructivo Presidencial número 9 sobre política nacional migratoria donde Chile se define abierto a las migraciones en condiciones no discriminatorias y favorecedoras de la integración; en el 2015 el Instructivo Presidencial número 5 implicó la puesta en funcionamiento de oficinas, programas y servicios de atención, protección y promoción para el acceso efectivo a los servicios sociales y el ejercicio de Derechos Humanos de las personas migrantes. Sin embargo, Chile aún carece de un marco legislativo apropiado (Doña-Reveco y Mullan, 2014; OIM, 2018; Thayer, 2015) que supere la ambivalencia demostrada hasta ahora, trascienda el enfoque utilitario de la migración y de seguridad fronteriza -que asocia la migración a un peligro- y establezca un enfoque de derechos humanos (Domenech, 2008; Stang, 2016).
En el ámbito académico, los estudios muestran un panorama complejo y multidimensional. Por una parte, existen antecedentes que -entre los chilenos- los niveles de apoyo al multiculturalismo son mayores que los de apoyo a la homogeneidad cultural, que la asimilación y exclusión de los migrantes son las estrategias aculturativas menos preferidas (Sirlopú, Melipillán, Sánchez y Valdés, 2015) y que un porcentaje importante de inmigrantes no se ha sentido discriminado (“Ser migrante en el Chile de hoy”, 2012).
Sin embargo, simultáneamente, se ha documentado que los inmigrantes en ocasiones se ven sometidos a exclusión diferencial y discriminación en base a su raza y nacionalidad (FUSUPO, 2012; Instituto Nacional de los Derechos Humanos [INDH], 2017; Rihm y Sharim, 2017; Stefoni y Bonhomme, 2014; Thayer, 2013) y que existen diferencias significativas en las posibilidades de acceso a trabajos seguros, salud, territorio, vivienda y participación social y política (Harboe, 2008; Margarit y Bijit, 2014; Martínez, 2011; Thayer, 2015; Torres y Garcés, 2013). Algunos estudios han mostrado cierta tendencia de los chilenos a reafirmar su propia identidad a costa de posicionar a los extranjeros como inferiores en base a criterios étnicos y raciales (Cano y Soffia, 2009; Stefoni, 2014; Tijoux, 2011), lo que se traduce -por ejemplo- en prejuicios hacia los denominados “migrantes andinos” (González et ál., 2010) y afro-descendientes (Ravanal, 2005; Stefoni, 2014). Esto se relacionaría la tendencia a percibirse “más blancos” y/o “más desarrollados” que otros países latinoamericanos y a expresar la persistencia de concepciones históricamente construidas sobre los rasgos que caracterizan a la población chilena y a colectividades provenientes de otros países o culturas (INDH, 2017).
Los migrantes y la ciudad
Desde una perspectiva territorial, la mayor parte de las investigaciones en la ciudad de Santiago se han focalizado en los migrantes de origen peruano, probablemente pues son el grupo más numeroso en Chile y puesto que se ha descrito la configuración de un enclave territorial (Luque, 2005) en el centro de la ciudad que se articula como un espacio simbólico de acogida y apoyo, conocido como la “Pequeña Lima” (Ducci y Rojas, 2010). Así, la particular territorialización de la inmigración peruana en Santiago habría contribuido a darle visibilidad. Investigaciones en otras regiones -especialmente del norte- tienden a incorporar además al colectivo colombiano en sus análisis en tanto en esas zonas las expresiones de prejuicio y exclusión estarían particularmente dirigidas a este (Stang y Stefoni, 2016; Stefoni, 2014).
En su conjunto, las investigaciones que vinculan las temáticas de territorio y migración tienden a mostrar la configuración de nuevas formas de pobreza y marginalidad, relacionadas -entre otros factores- con los numerosos obstáculos legales y económicos que enfrentan los inmigrantes para acceder a una vivienda, así como también con las prácticas de exclusión y discriminación por parte de los locales, quienes perciben a los migrantes como amenazas a su estilo de vida. Esto redunda en que los migrantes frecuentemente habiten espacios tugurizados y en condiciones de hacinamiento, pues sus posibilidades de acceder formalmente al parque residencial en zonas centrales o peri-centrales son limitadas (Contreras, Ala-Louko y Labbé, 2015; López-Morales, Flores y Orozco, 2018; Margarit y Bijit, 2014; Stang y Stefoni, 2016).
De hecho, el Informe Nacional de los Derechos Humanos en Chile (INDH, 2017) mostró que los niveles de hacinamiento de los hogares con migrantes es tres veces mayor a la de los hogares compuestos exclusivamente por chilenos (21,5% versus 6,7%) y un 28% de la población viviendo en campamentos en Chile corresponde a hogares migrantes, situación que se asocia -especialmente entre los inmigrantes colombianos- a la carestía de los arriendos y en menor medida a condiciones abusivas en el acceso a la vivienda (López-Morales et ál., 2018). En este contexto, la existencia y desarrollo de redes de apoyo y asociatividad entre migrantes es una estrategia importante para superar los obstáculos del acceso a la vivienda y a otros servicios y oportunidades (Contreras et ál., 2015; Ducci y Rojas, 2010; Torres y Garcés, 2013), aun cuando en el caso de los migrantes colombianos la atmósfera de desconfianza respecto al pasado y las razones de la migración de sus connacionales puede interferir con los procesos de asociatividad y búsqueda de ayuda (Guarnizo y Díaz, 1999; Rihm y Sharim, 2017).
Los desafíos que supone la migración en relación con el territorio no se agotan en el acceso de los migrantes a las viviendas; también se despliegan en los modos de habitar, ya que la ocupación simultánea del espacio por distintos grupos evidencia las distintas tácticas de apropiación de este, incidiendo en que aquello se sentía propio y conocido, se transforme en un espacio a disputar (Augé, 2008; Campos y Soto, 2016) “la fantasía de los nativos es la de un mundo cerrado fundado de una vez y para siempre que, a decir verdad, no debe ser conocido. Se conoce ya todo lo que hay que conocer” (Augé, 2008, p. 51). Los inmigrantes vienen a quebrar tal ilusión de conocimiento, abriendo el territorio a la novedad, lo que contribuye a generar respuestas de exclusión territorial.
Investigaciones anteriores han mostrado que las diferencias en los modos de habitar la ciudad y el espacio, constituyen uno de los principales desafíos a la integración de los migrantes, siendo una fuente importante de conflictos personales e intergrupales (Thayer, 2013); desafíos que refieren a las maneras de conceptualizar y habitar el espacio público/privado tanto como a la demanda que enfrentan los migrantes de reconstruir la vida en un lugar nuevo, manteniendo vínculos con la cultura de origen (Grinberg y Grinberg, 1996; Tummala-Narra, 2009).
La migración cuestiona la relación entre pertenencia, identidad y hogar, confrontando a los migrantes con la pregunta por las formas de habitar y por las formas de construir y relacionarse con los espacios físicos y sociales (Ahmed, 1999). En tanto los espacios de interacción trascienden los límites territoriales y se expanden hacia los lugares en que viven amigos y familiares, adquieren un carácter transnacional que complejiza las redes previamente existentes (Thayer, 2014, 2015) y ofrecen simultáneamente distintos espacios de identificación (Ducci y Rojas, 2010). En este sentido, los migrantes serían sujetos que habitan de un modo transfronterizo y simultáneo (Stefoni y Bonhomme, 2015) en tensión entre dos realidades, debiendo negociar “la distancia psicológica y física entre dos o más tierras” (Tummala-Narra, 2009, p. 239), estando simultáneamente “adentro” y “afuera” (Todorov, 2008), en el pasado y el presente. Esto, pues representan e interpretan el territorio al que llegan en relación con las experiencias de habitar pasadas, en el lugar de origen, lo que constituye una representación del habitar translocal, en que pasado-presente y espacio se relacionan de un modo particular (Grimson y Guizardi, 2015; Márquez, 2013).
Todos estos antecedentes aportan claves importantes para entender el fenómeno a nivel social, pero se hace necesario profundizar en la experiencia cotidiana de los migrantes y su vida en la ciudad de Santiago para acercarnos a la complejidad del fenómeno. Siguiendo a Certeau (1988), consideramos necesaria una aproximación desde la singularidad para analizar cómo los migrantes se apropian del territorio, qué tácticas -entendidas como prácticas de apropiación singulares y temporales, que buscan transformar eventos en oportunidades desde una esfera ajena al poder- desarrollan para afrontar el panorama cultural que encuentran y cómo esas tácticas reproducen y/o resisten tendencias culturales más amplias.
De este modo, una aproximación desde la subjetividad permite resaltar el espacio de agencia de los migrantes, posicionándolos no solo como habitantes del territorio en desventaja, sino visibilizando también la creatividad involucrada en el desarrollo y despliegue de tácticas que favorezcan una experiencia migratoria más positiva y que impactan en los procesos de construcción identitaria. Este artículo, busca contribuir precisamente a esa dimensión.
Metodología
Diseño
El diseño fue de carácter exploratorio y analítico-relacional. Se utilizaron métodos mixtos -visuales y verbales- desde una orientación cualitativa para conocer los significados y experiencias desde la perspectiva de los sujetos (Flick, 2004). La mixtura de métodos buscó generar espacios de expresión de la naturaleza compleja y multifacética del fenómeno en estudio (Moran-Ellis et ál., 2006).
Participantes
Los participantes fueron 14 inmigrantes colombianos, homogéneamente distribuidos por género, quienes se convocaron mediante el procedimiento de “bola de nieve” (Patton, 2002) a partir de algunos contactos iniciales. Los casos se seleccionaron gradualmente siguiendo la lógica del muestreo teórico (Flick, 2004) en función del contraste entre la teoría y la información emergente generada con la interpretación y análisis de los datos producidos. Esto se tradujo en buscar participantes cuyas experiencias presentaran matices diferentes, tanto en términos etarios, como de ocupación laboral y tiempo de permanencia en Chile, aunque se intencionó que llevaran al menos dos años en Chile, dado que la inmigración es un proceso y que las demandas y los costos que impone a menudo se hacen sentir luego de transcurrido un tiempo (Zuniga, 2002). También se buscó que hubieran llegado siendo adultos y con posterioridad al año 2000, en la “ola” más reciente de migraciones. Todos los participantes trabajaban; aspecto relevante dado que el ámbito laboral es un espacio potencialmente expresivo tanto de inequidades y desigualdad como de integración social (Harboe, 2008; Martínez, 2011; Méndez y Cárdenas, 2012).
En base a la producción y análisis de la información, se detuvo la convocatoria al concluir los relatos de 14 participantes, pues estos permitieron alcanzar saturación de la información (Bertaux, 1999), captando las irregularidades, quiebres y detalles, de sus experiencias y no solo perspectivas globales (Sharim, 2005).
| Pseudónimo | Edad | Años en Chile | Ciudad de origen | Ocupación | Comuna de residencia |
|---|---|---|---|---|---|
| Camilo | 26 | 4 | Bogotá | Ingeniero en Telecomunicaciones | Providencia |
| Fernando | 31 | 2.5 | Armenia | Junior Administrativo | Macul |
| Pablo | 32 | 2 | Cali | Ejecutivo de Ventas | Santiago Centro |
| Alfonso | 33 | 10 | San Onofre | Dentista | Vitacura |
| Jaime | 34 | 14 | Cali | Profesional Cs. Sociales | Vitacura |
| Manolo | 44 | 9 | Buenaventura | Feriante | Puente Alto |
| Víctor | 48 | 7.5 | Cartagena | Ingeniero Informático | Peñalolén |
| Ana Laura | 29 | 4 | Bucaramanga | Diseñadora Gráfica | Santiago Centro |
| Beatriz | 30 | 2 | Valle del Cauca | Recepcionista (Ingeniera Industrial) | Pudahuel |
| Lucía | 36 | 2.5 | Pereira | Vendedora de Colaciones | Quilicura |
| Marisol | 37 | 5 | Cali | Higienista Dental | Puente Alto |
| Gracia | 42 | 3.5 | Bogotá | Vendedora | Las Condes |
| Alejandra | 42 | 7.5 | Bucaramanga | Abogada | Providencia |
| Nancy | 46 | 1 | Tolima | Asesora del Hogar | Santiago Centro |
Dispositivos de producción de datos
Se utilizaron relatos de vida temáticos y creación de obras visuales para producir datos. Los relatos permitirían una aproximación privilegiada a la subjetividad e identidad desde una perspectiva culturalmente situada, promoviendo el sentido de autoría sobre la vida (Villers, 1999). Las obras visuales permitirían evocar emociones y expresar experiencias difícilmente formulables de otro modo (Weber, 2008). Así, el sentido de la utilización conjunta de técnicas fue lograr una aproximación multimodal a las experiencias de los participantes, ofreciéndoles diferentes lenguajes para dar cuenta de ellas.
La consigna utilizada para los relatos de vida temáticos fue “cuéntame la historia de tu vida en Chile”, cuya generalidad buscó que fuera el/la narrador/a quien eligiera desde dónde posicionarse para contar su historia (Sharim, 2005); mientras que la consigna para las obras visuales fue “te voy a pedir que con los materiales disponibles, crees una imagen que evoque o represente una experiencia que para ti sea significativa respecto a tu experiencia de migrar” y se puso a disposición de los participantes una variedad de materiales artísticos. No se entregaron lineamientos respecto a qué tipo de obra realizar, para promover la auto-expresión y un mayor sentido de autoría de los participantes con respecto a sus obras, ya que la elección de materiales y medios constituye una primera forma de posicionamiento subjetivo (Moon, 2010).
Con 12 de los 14 participantes se realizaron los dos encuentros planificados. En dos casos declinaron de participar en el segundo. Los encuentros duraron entre 50 minutos y dos horas (con un promedio de 1:25’) y se realizaron en lugares y horarios que resultaran convenientes para los participantes, que permitieran trabajar con los materiales artísticos y que fueran suficientemente silenciosos para que la conversación fluyera sin interrupciones.
Los encuentros estuvieron distanciados entre sí por un período de entre uno y dos meses, dependiendo de la disponibilidad de los participantes quienes, durante ese período, recibieron la primera transcripción. Durante los encuentros, la actitud fue mayormente no-directiva, atenta y de comprensión empática (Bertaux, 1999), limitando las preguntas a la clarificación de aspectos del relato, con el objetivo que los participantes pudieran desplegar sus narrativas libremente.
Dispositivos de análisis de datos
El análisis y producción de datos se realizó integradamente de acuerdo con la modalidad circular propia del enfoque cualitativo (Flick, 2004). Se analizaron las estrategias de producción de los datos y el contenido de los datos producidos.
Dispositivos de análisis de la producción de datos
Para triangular el análisis de los datos visuales y verbales, para profundizar en la escucha de los encuentros y para realizar los ajustes necesarios a estos, se desarrollaron una serie de prácticas reflexivas en torno a la producción de datos. Estas fueron: reuniones de inter-análisis -de los relatos y las imágenes- reuniones de supervisión, participación en un estudio dirigido sobre el trabajo de la subjetividad en investigación y desarrollo de cuaderno reflexivo y de respuestas visuales a los encuentros.
Dispositivos de análisis de contenido
En el análisis de los relatos de vida, se consideró la etapa de transcripción como un primer momento de análisis y familiarización con el material (Sharim, 2005). La segunda etapa de análisis de los relatos apeló a la lógica singular, orientada a profundizar en las particularidades de cada caso. Las transcripciones se analizaron párrafo por párrafo rescatando temas, sentidos y significados emergentes en los relatos, en el modo que sugiere Smith (2004) respecto al análisis interpretativo fenomenológico. También se consignaron hitos y aspectos clave de la ordenación temporal (Sharim, 2005). Además del análisis singular se elaboró un relato reconstruido para caso, donde se relevaron los ejes temáticos y significados más relevantes para los participantes.
También se realizó un análisis singular de las obras. Desde una perspectiva fenomenológica se consideró el relato de cada participante sobre su propia obra y los contenidos que se elaboraron en los diálogos al respecto a través de los encuentros (Betensky, 1995; Carpendale, 2011). Luego, siguiendo a Acosta (2001) el análisis incluyó las cualidades estéticas de las obras (materialidad, composición y colores) puestas en el contexto del relato de sus creadores y el clima emocional que transmitía la obra. Finalmente, se consideró el impacto subjetivo y las resonancias emocionales de la obra sobre la investigadora (Leclerc, 2012).
Finalmente, se realizó un análisis transversal de las recurrencias de las historias, considerando contenidos y posiciones subjetivas desde las cuales los sujetos desarrollaron sus relatos y resonancias de la escucha. En base al análisis transversal se construyeron categorías, que articularon los principales sentidos y significados que atribuyen los participantes a sus historias migratorias. El análisis transversal de las obras visuales se enfocó en las recurrencias formales, temáticas y de elección de medios y materiales entre los distintos participantes.
Consideraciones éticas
La dimensión ética se abordó en tres líneas. Primero, entregando información completa sobre el proyecto, y firmando un consentimiento informado que explicitaba la voluntariedad de la participación y las medidas para resguardar la confidencialidad y el anonimato.
Segundo, se partió de la base del reconocimiento de los participantes no como “informantes” sino como interlocutores cuya narrativa puede aportar a la comprensión de lo social, entregándoles así el protagonismo de la respuesta (Arfuch, 2010). Se intentó desarrollar una escucha atenta y comprometida, que promoviera la autoexpresión y reconociera la autoría de los participantes a nivel de sus relatos, pero también de sus obras (Guillemin y Drew, 2010; Temple y McVittie, 2005), entregándoles las creaciones -y transcripciones- como productos del encuentro de investigación.
Finalmente, entendiendo que la investigación no es un dispositivo neutral, pues las entrevistas y creación de imágenes puede tener impacto emocional, promover reflexiones sobre la propia vida y conectar con sufrimiento y momentos dolorosos (Mountian et ál., 2011; Musham, 2001) se anticiparon posibles redes de derivación (legales y psicológicas).
Resultados
El análisis de los relatos y las obras permitió configurar categorías de significados referidos a la experiencia de habitar Santiago. Estas dan cuenta de distintas temporalidades, desde la llegada y el encuentro inicial hasta las diferencias en los modos de habitar que se manifiestan cotidianamente, con el paso del tiempo. Así también, los hallazgos evidencian que la experiencia de habitar Santiago como extranjeros conlleva cuestionamientos identitarios.
Desorientación espacial: el primer encuentro con la diferencia
Los participantes coincidieron que llegar a Santiago significaba -en ciertos aspectos- “partir de cero”. En este sentido, Santiago encarnó de manera concreta en sus relatos y obras parte de la experiencia de desorientación -espacial, cultural e identitaria- que la mayoría caracterizó como constitutiva de su experiencia inicial:
De repente sentirte… como que te remueven el piso, como que te quitan esa cosa protectora… Es como quedar un poco desprotegido, como salir de un [cascarón]… como que te quitan una parte de… de tu protección, de tu… que te hace a ti mismo, que te hace a ti ser (Jaime, 34 años).
Santiago aparece como un personaje principal en esta primera etapa. Se transforma en objeto de exploración que media el encuentro con la cultura local y supone una primera forma de contacto con la diferencia de un modo concreto y tangible: temperatura, aromas, colores, materialidades ponen en evidencia que aquello que parecía dado era en realidad particular de su entorno de origen “acá fue ver por primera vez en mi vida la montaña café” (Alfonso, 33 años). Aspectos que para los habitantes habituales de Santiago resultan orientadores -como la cordillera- no logran cumplir esa función. Aparece así la necesidad de explorar la ciudad, de conocerla “mapa en mano” (como graficara una de las participantes) denotando la pérdida del sentido de fluidez en la relación con el espacio urbano y social “era como la sensación de extranjeridad, de extranjero, de foráneo a un nivel muy brutal, como que no había un lugar donde identificarse” (Jaime, 34 años). Así, el cambio de escenario conlleva la necesidad de recurrir a dispositivos de orientación externos, distintos a la memoria e historia personal encarnados en la corporalidad. Resulta necesario re-aprender a “moverse” para poder apropiarse del espacio.

“no conocer una ciudad, que te suelten, es como que te suelten en un lugar con los ojos tapados... bueno, a ver qué haces... pa’ dónde vas... así fue” (Ana Laura, 29 años).
En esta etapa inicial, caracterizada por la experiencia de estar arrojados a un espacio nuevo, sin protecciones ni referencias previas, el encuentro con otros inmigrantes que iluminen el camino resulta clave. Esto es particularmente evidente en el tema de la vivienda. El tener un lugar donde llegar marca una diferencia. Incluso, si tal lugar es temporal y variable “cuando yo vine sola, yo, yo no tenía pieza, yo me la pasaba donde mis amigas, de la una me quedaba, a los ocho días me día iba donde otra y así…” (Nancy, 46 años). Así, los resultados muestran que una táctica para hacer frente a la desorientación es rodearse de personas cuyas experiencias los antecedan “es una cadena de favores que a la final sirve, y unos te van dando una información, que te sirve para otra cosa, y así, va funcionando” (Camilo, 26 años). Estas redes de solidaridad entre migrantes ayudan a contrarrestar experiencias de rechazo y discriminación asociadas a la situación migratoria; experiencias que acentúan la desorientación y desconcierto en el encuentro con el Santiago y sus habitantes
“he sentido mucho rechazo por ser extranjera. Hasta para alquilar un apartamento. O sea, cuando yo estuve buscando el apartamento… o habitación… muchas veces me preguntaron: “¿usted es colombiana?”. Y yo: “sí”. “No, a colombianas yo no les arriendo” (Beatriz, 30 años).
Así, se vuelven agudamente conscientes de la mirada y la escucha de los demás y aparece en algunos de ellos -especialmente entre quienes han sufrido prácticas discriminatorias- la preocupación por no hacerse notar en los espacios públicos: “A veces uno dice: ‘no hablemos mucho para que no se den cuenta que somos colombianos’ [ríe] porque sí... es difícil… es difícil” (Gracia, 42 años). Así, la experiencia de sentirse ajenos encuentra resonancia -y se intensifica- en un contexto cultural en que la diferencia aparece significada de un modo mayormente negativo que positivo, incidiendo en la producción del espacio social y cultural.
Dificultades al habitar Santiago: el espacio social que se cierra al contacto con lo diferente
El situarse entre dos culturas abre espacios de reflexividad respecto de sí, tanto como de las diferencias en la producción del espacio social en Colombia y en Chile. Al respecto, surgen dos reflexiones con particular fuerza: la fuerte segregación socio-espacial y la valoración del orden, como expresión de respeto por las pautas sociales establecidas. Ambas, desde la perspectiva de los participantes, se relacionarían con la evitación del contacto con lo diferente y tendrían expresiones concretas a nivel de los modos de habitar.
La alta segregación espacial de Santiago, la posibilidad de vivir en una comuna sin necesidad de salir de ahí, sin conocer la ciudad de modo más global, es un tema que impacta a los participantes pues consideran contribuye a invisibilizar problemas sociales relevantes “aquí como la marginalidad y todo la tienen como escondida, como hacia un lado” (Gracia, 42 años). Esto lo asocian fundamentalmente a la segregación de clase, pero también a lo que perciben como una tendencia generalizada a considerar a los desconocidos con molestia y distancia. Entienden la segregación como un esfuerzo por desarrollar una vida entre “iguales”, que implica desplegar cotidianamente tácticas para evitar “lo otro/al otro”: cada quien camina rápido, cabizbajo, sin mirar; las personas se suben a la micro y al ascensor sin saludarse negando así la posibilidad de interacción.
La sociabilidad aparece disminuida y consideran que se relaciona con un temor generalizado a lo diferente, enmarcado en una valoración excesiva del orden “no se puede transgredir ni un poco porque ya te miran raro” (Alfonso, 33 años). Es en este contexto, que entienden lo que perciben como una necesidad de los santiaguinos de clasificar a las personas con quienes interactúan: barrio, colegio, ocupación aparecen utilizadas como claves para “localizar” socialmente a las personas. En este contexto, los participantes sienten que quedan en una posición que genera incertidumbre y -en algunos casos incluso desconfianza- pues transgreden los mecanismos de ordenamiento habituales. Les gustaría poder ser conocidos por quienes son, más que en función de categorías amplias como la nacionalidad o la pertenencia a determinadas redes sociales “o sea tú conóceme a mí […] conóceme a mí y mira desde la persona si soy bueno o soy malo” (Alfonso, 33 años). Así, los participantes señalaron con cierto desencanto que la evitación de la diferencia que perciben, obstaculiza la posibilidad de sentirse reconocidos. Al menos, en etapas iniciales del proceso migratorio.
El descontento con la vida “puertas adentro”
“Entrar en la matrix aquí en Chile es muy difícil”. (Camilo, 26 años)
En relación con la evitación del contacto con la diferencia, los participantes significaron Santiago como una ciudad difícil de abarcar, descubrir y a la cual integrarse porque la perciben volcada sobre sí misma. Consideran que en Santiago las dimensiones más relevantes del habitar se darían “puertas adentro” en el ámbito privado. Esto contrasta con sus experiencias en Colombia, donde el espacio público y la vida de barrio tenían mayor relevancia:
Los vecinos no tienen…, como diálogos…, ¿Me entiende? Todo el mundo encerrado […] Acá por lo menos, en el barrio que yo vivo, yo mantengo afuera, sentado, viendo y…, ¡Nadie con quien conversar! Todo solo… todo el mundo encerrado… y claro, eso a mí me deprime […]. Porque aquí como que…, no sé, les gusta su privacidad, estar así como en silencio (Manolo, 44 años).
Los participantes establecen una relación de oposición entre la vida de barrio y la vida al interior de las casas. Esto -desde su experiencia- se traduce en una cierta incapacidad de gozar y celebrar por parte de los santiaguinos, en un empobrecimiento de la vida social y del uso del espacio público, que contrasta con su vida en Colombia donde -a pesar de las dificultades- tenían la experiencia de pertenencia a una cultura que podía sostenerlos en casos de dificultad
“uno allá eh... como que si tiene un problema no sé si es solo por tener los amigos con los que uno creció, sino que hay una cosa en la cultura que te protege, no sé si es porque la música, que es más corporal o es que allá está la... no sé” (Jaime, 34 años).
Así, la desconexión con otros, el silencio, aparecen en sus relatos como figuras temidas. Se dan cuenta que -casi inadvertidamente- han cambiado y eso los entristece. “Cuando llegue a Colombia me van a decir que estoy muy apagada, que me volví muy callada” (Gracia, 42 años).
Por otra parte, aunque la mayoría de los participantes criticó el repliegue hacia los espacios privados que observan en Santiago, una parte importante de ellos ha cerrado sus círculos para que las diferencias no les afecten. Uno cierra su negocio en el centro y se retira hacia una comuna periférica, mucho más tranquila, donde puede construir una pequeña comunidad con su familia y amigos. Otro se cierra en torno a la comunidad de su Iglesia (misma en la que participaba en Colombia) y sus amistades del trabajo que “no parecen chilenos”, lo que le permite disminuir la distancia percibida entre su ciudad de origen y Santiago. Una decide no incorporarse al mercado laboral, sino trabajar desde su casa en tareas de consultoría y asesorías de tesis. Cuatro participantes explicitan que sus amistades también son inmigrantes, que se les ha hecho difícil sentirse cómodos(as) en otros círculos. Así, una tras otra, sus experiencias permiten observar la inevitable relación entre espacio social y subjetividad y cuán difícil puede ser no adecuarse a las prácticas culturales predominantes, incluso de manera inadvertida por uno mismo. En este sentido, los relatos permiten pensar que las experiencias de cambio han sido sutiles, producto de estar inmersos en la cotidianeidad de la vida en Santiago.
Impacto subjetivo de la vida en Santiago: cuestionamiento identitario
El encuentro con Santiago y sus habitantes los interroga sobre sí mismos. Para algunos, la integración es el objetivo de la experiencia migratoria y eso implica estar dispuestos a cambiar, incluso ignorando aquellos aspectos que pueden resultar difíciles “Si yo vine a Chile, yo tengo que integrarme a Chile […] necesito integrarme, necesito funcionar en una sociedad de cualquier manera. No puedo andar chocando (Alejandra, 42 años). Para otros, sin embargo, esta actitud no es tan evidente ni tan posible:
Hacemos una fiesta que ¡Ay!, eso a los vecinos al otro día mejor dicho “Que la música, que esto y que lo otro”. Pero nosotros somos así, no tenemos otra forma de celebrar, si es nuestra, ese es nuestro… ¿cómo se dice? Es nuestra… nuestra cultura, pues. Celebramos así, no podemos estar con poquito (Manolo, 44 años).
Así, a partir de la experiencia de diferencia, se instala en los participantes una tensión respecto de la posibilidad de cambiar: dejar prácticas propias de su identidad cultural previa o aferrarse a ellas y resistirse al cambio. En su mayoría, los participantes mostraron una aproximación mixta a esta tensión, desplegando simultáneamente tácticas de resistencia en la vida cotidiana -por ejemplo, a través de la cocina, de las celebraciones y la música- y también otras que van en la línea de la asimilación, evitando hacer notorias sus diferencias en espacios públicos donde esto pudiera generar conflictos. Esto muestra la complejidad y creatividad de la articulación del entramado de tácticas de apropiación de su experiencia migratoria, que les permiten transitar entre los distintos espacios sociales que habitan. Este ejercicio de articulación y apropiación supone un esfuerzo continuo de hacer sentido, que abre un espacio de reflexividad respecto de sí mismos, de sus trayectorias de vida y de sus prácticas culturales. Plantean que les ha permitido “parar y mirar” a Colombia y a sí mismos.
Salir de un país y entrar en un lugar donde nadie te conoce, te permite como reinventarte o experimentar aquellas… estos… aspectos que, que tú no experimentaste mucho de tu propia cultura o de tu propia inserción en esa cultura (Jaime, 34 años).
Así, la tensión y la pregunta por la identidad, la diferencia y el cambio, no llega a resolverse, sino que permanece abierta, dando cuenta de cambios que ocurren de manera fragmentaria.
Discusión: descubriendo Santiago y sus modos de habitar
Los resultados muestran la inevitable imbricación entre el territorio y la subjetividad. En las experiencias de los participantes, Santiago no es solo el telón de fondo en que se habita, sino que por momentos es personaje principal. Desde la perspectiva de los participantes, sus formas y configuraciones sostienen y reflejan tendencias y prácticas culturales más amplias, que los interpelan en términos de su propio posicionamiento cultural e identitario.
La migración otorga la posibilidad de tomar distancia y reflexionar respecto a la propia vida, la sociedad de origen y la de acogida (Márquez, 2012, 2013; Todorov, 2008). Las reflexiones de los participantes ponen en tensión sus proyectos migratorios en función de aquello que han encontrado en Chile: orden, seguridad, estabilidad económica, pero también, una sociedad en que el costo de la tranquilidad es un estilo de vida que se repliega hacia el interior, hacia lo privado; repliegue que relacionan con incapacidad de celebrar y gozar, tanto como con desconexión con el mundo que nos rodea en el entorno inmediato. Observan que los vecinos, la comunidad, el espacio público resultan mayormente poco relevantes para los santiaguinos. La familia y los amigos íntimos son percibidos como los círculos realmente significativos, en un escenario en que los modos de habitar parecen no requerir -ni desear- contacto con lo desconocido. Esta percepción resuena con los planteamientos de Márquez (2003) sobre la aspiración de distintos grupos sociales de construir una vida entre iguales, ante la nostalgia por el sentido de comunidad perdido, tanto como con las observaciones de los Informes de Desarrollo Humano en Chile (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 2002; 2012) que apuntan a la percepción de inseguridad como una de las principales causas de malestar subjetivo y a que la familia y los vínculos de intimidad son los grandes espacios que otorgan sentido en la vida cotidiana, en mayor medida que la participación en la vida social y el espacio público, ante los cuales se observa un repliegue.
En este contexto, algunos participantes se cuestionan si el agotamiento y el estrés del que son testigos en la sociedad chilena puede ser un costo demasiado alto a pagar por la tranquilidad ganada y las oportunidades laborales. Sus relatos y obras denotan la percepción de una falta generalizada de comunidad que sostenga. Algunos de ellos han intentado restablecer el sentido de comunidad relacionándose, mayoritariamente, con otros inmigrantes, de un modo similar al que han mostrado otras investigaciones (Torres y Garcés, 2013). Los resultados permiten problematizar esta táctica en, al menos, dos sentidos. Primero, pues la clausura de estas redes tiene el costo de limitar el contacto de los migrantes con otros grupos y sectores de la ciudad, contribuyendo a que se acentúe la experiencia de otredad y segregación respecto de “lo chileno” (Arias, Moreno y Nuñez, 2010; Contreras et ál., 2015; Márquez, 2013; Stefoni, 2015). En segunda instancia, pues, podría considerarse que esta táctica -paradojalmente- repite lo que critican de los santiaguinos: la desvinculación del espacio público y el repliegue hacia los vínculos con familia y amigos. Así, aquello que se instala inicialmente como una táctica de resistencia, implica el riesgo de reproducir -en cierta medida- lo que se intentaba evitar.
Conclusiones
Los resultados dan cuenta de una mirada sobre Santiago que combina una perspectiva interna y externa. Los migrantes habitan Santiago y conocen su cotidianeidad, pero mantienen una posición periférica ya que como muchos de ellos resaltaron, la integración nunca es completa. En este sentido, sus experiencias se distinguen de las de los locales que creen que el espacio está cerrado pues es conocido (Augé, 2008). Para ellos Santiago no es del todo familiar, se mantiene como un territorio abierto a ser descubierto y ante el cual sorprenderse, quizás, porque aún no se reconocen del todo en él. En este sentido, su mirada permite iluminar su propia experiencia, tanto como aspectos de la sociedad en que vivimos y los desafíos que enfrentamos.
Migrar implica contactarse con la diferencia y la extrañeza, introduciendo un quiebre en la experiencia de fluidez con la cultura de origen que favorece la apertura reflexiva y existencial. A nivel social, se podría pensar que reintroducir la extrañeza respecto a nuestras prácticas culturales -como los inmigrantes se ven forzados a hacerlo- podría potenciar nuestro desarrollo, resituando la mirada (Márquez, 2013) y favoreciendo salir del modo “desconectado” y “ciego a la cultura” (Sennett, 2006; Yi, 2014) con que operamos cotidianamente para restaurar así nuestro compromiso activo con tratar de entender e interpretar cómo funciona nuestro entorno, adoptando una postura que -siguiendo a Sennett (2006)- se acerque más a la de ciudadanos que a la de meros consumidores.
La visibilización y consideración de las experiencias de inmigrantes nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre las formas de habitar y de articular la convivencia, evidenciando la contingencia de nuestras prácticas culturales e instalando la pregunta por cómo generar encuentros en el espacio social que estén basados no solo en la similitud, sino también en la diferencia. Retomando la pregunta inicial respecto de quién tiene derecho a la ciudad, los fenómenos migratorios nos demandan una respuesta que implique apertura más que cierre de las fronteras y establecimiento de límites. Esto conlleva el desafío de repensar el desarrollo y las formas de convivencia en Chile (PNUD, 2012), entendiendo que el derecho a la ciudad no se agota en el acceso de los migrantes a las viviendas de calidad -tema que ciertamente es fundamental- sino que también refiere al reconocimiento y valoración de la diversidad de costumbres y modos de habitar el espacio público y social que ellos proponen. De lo contrario, aunque a nivel declarativo las investigaciones propongan que los chilenos tienden a preferir la integración por sobre la asimilación u otras estrategias de aculturación (Sirlopú et ál., 2015), en la práctica estamos tendiendo a promover la asimilación más que la integración.
El 2002 el PNUD planteó que Chile arrastraba un déficit cultural en relación a la pluralidad y preguntaba “¿Cómo articular una diversidad disociada y, con frecuencia, atravesada por rasgos de privatismo, para construir un orden pluralista que genere sentidos de pertenencia y solidaridad?” (p. 23). Los resultados permiten concluir que la pregunta sigue vigente, apuntando a la urgencia de desarrollar políticas públicas que puedan contribuir a construir alternativas a la homologación de cohesión social con similitud y ausencia de conflictos.
Se podría pensar que la aceptación de la diferencia se relaciona con la apertura al cambio y, a su vez, con cierto (des)apego al orden. En Chile el imaginario del orden operaría como un hilo conductor a través de la historia que se materializa, entre otras formas, como miedo al otro, a lo desconocido, a la posibilidad de caos (PNUD, 2002). En este sentido, es plausible pensar que la inmigración representa un desafío particular pues, como planteara Maffesoli (2004), la movilidad desafía al orden y quienes circulan representan un riesgo en tanto portadores de novedad, que los vuelve imprevisibles. Pero, como él mismo observa, el enriquecimiento cultural está ligado a la movilidad.
Si bien este artículo no pretende establecer generalizaciones, dado su énfasis en la valoración de la singularidad y a que se limitó a un grupo reducido de migrantes, sí esperamos haber contribuido a poner en valor la mirada de los migrantes respecto de los modos de habitar Santiago, pensando que constituyen un aporte a la comprensión de la cohesión social como una experiencia que va más allá de la ausencia de conflictos explícitos, sino que implica una postura reflexiva comprometida sobre las prácticas sociales y sobre los posibles modos de encuentro que se fundan desde el reconocimiento de la diferencia (Márquez, 2013; Thayer, 2013).
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Notas