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A un siglo de la primera propuesta de un doctorado en psicología (1918): Leta S. Hollingworth y la psicología aplicada estadounidense
Catriel Fierro
Catriel Fierro
A un siglo de la primera propuesta de un doctorado en psicología (1918): Leta S. Hollingworth y la psicología aplicada estadounidense
A Hundred Years Since the First Proposal for a Doctor of Psychology Degree: Leta S. Hollingworth and Applied Psychology in the United States
Revista de Psicología, vol. 28, núm. 2, pp. 124-131, 2019
Universidad de Chile. Facultad de Ciencias Sociales
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A un siglo de la primera propuesta de un doctorado en psicología (1918): Leta S. Hollingworth y la psicología aplicada estadounidense

A Hundred Years Since the First Proposal for a Doctor of Psychology Degree: Leta S. Hollingworth and Applied Psychology in the United States

Catriel Fierro
Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina
Revista de Psicología, vol. 28, núm. 2, pp. 124-131, 2019
Universidad de Chile. Facultad de Ciencias Sociales

Recepción: 17 Agosto 2019

Aprobación: 17 Octubre 2019

El contexto: psicología académica y psicología aplicada en Estados Unidos, 1900-1920

Hacia el inicio del siglo XX, la psicología en Estados Unidos era una disciplina eminentemente, y casi excluyentemente, básica y experimental. Esto significa que los principales objetivos y metas cognitivas de los psicólogos diplomados en dicho país se dirigían al estudio básico de los fenómenos psicológicos —en particular aquellos vinculados con los procesos psicológicos inferiores y superiores, en poblaciones humanas y animales, y en estados normales y mórbidos— sin fines aplicados o tecnológicos ( Danziger, 1987 , 1990; Farreras, 2001; O’Donnell, 1985; Tweney, 1987 ). La emergencia de los principales campos aplicados de la psicología —la industrial, la clínica y la educacional, y en particular una forma combinada de psicología educacional clínica con fines diagnósticos, clasificatorios y reeducativos— respondió a un lento proceso que se desarrolló durante toda la primera mitad del siglo XX, en particular a partir de la década de 1920.

Esto se refleja en el panorama institucional de la disciplina. En primer lugar, la American Psychological Association, fundada en 1892, tenía el objetivo explícito de avanzar en la psicología como ciencia, sin incluir objetivos profesionales o tecnológicos, e incluso se opondría a ellos en el transcurso de las primeras décadas de siglo ( Sokal, 1992 ). Esta situación forzó a que los psicólogos con intereses aplicados —los consulting psychologists, diplomados que prestaban servicios a cambio de cuotas u honorarios— crearan sus propias instituciones y cuerpos colegiales para avanzar en los estándares de formación y entrenamiento, investigación aplicada, plataformas de publicación, y cierta cohesión grupal. Estas instituciones fueron la American Association of Clinical Psychologists, creada en 1917 y disuelta en 1919; la Sección Clínica de la American Psychological Association, creada a partir de la disolución de la anterior y disuelta en 1937; la Association of Consulting Psychologists, activa entre 1930 y 1937; y, finalmente, la American Association of Applied Psychologists, activa entre 1937 y 1945 (Farreras, 2001).

Segundo, los fines aplicados de la psicología eran a menudo denostados por los principales psicólogos experimentales del país, como E. Titchener, o simplemente ignorados ( Tweney, 1987 ). Así, los objetivos programáticos aplicados de los programas funcionalistas y conductistas estadounidenses se mantendrían mayoritariamente en el ámbito de la investigación básica durante las primeras dos décadas del siglo, siendo precisamente metas o proyecciones (O’Donnell, 1985). Finalmente, el desinterés de la mayoría de los psicólogos estadounidenses por la psicología aplicada, en particular en el ámbito de la clínica, queda registrado en el nulo apoyo otorgado en 1896 por la APA a la iniciativa del psicólogo L. Witmer para la creación de una clínica psicológica, esto es, un centro universitario para el estudio y la corrección de problemas comportamentales a través de la reeducación ( Fernberger, 1931 ). En efecto, la proliferación de clínicas psicológicas a partir de la década de 1910, muchas de las cuales estarían modeladas a partir de la clínica pionera de Witmer, respondería más a esfuerzos estatales y a iniciativas filantrópicas privadas (como la Rockefeller Foundation y el Commonwealth Fund) que a decisiones meditadas o internas de la comunidad académica y profesional ( O’Donnell, 1979 ).

Lo apuntado también se refleja en los propios productos científicos de los psicólogos. Como ha señalado Danziger (1987 , 1990), hacia la década de 1920 las publicaciones académicas y científicas de los psicólogos estadounidenses se ocupaban especialmente de la obtención de promedios, normas y generalizaciones (de grandes muestras estadísticas o de casos únicos) en ámbitos pedagógicos y clínicos, o del estudio de fenómenos psicológicos en casos únicos, pero de ninguna forma mayoritaria o sistemática se dirigían al diseño o implementación de herramientas tecnológicas de intervención. Incluso, los psicólogos que se desempeñaron como miembros o directores de laboratorios psicológicos en servicios psiquiátricos o psicopatológicos en hospitales o clínicas llevaban a cabo investigaciones básicas y experimentales, por ejemplo, comparando los tiempos de reacción de pacientes esquizofrénicos con los tiempos de reacción de los sujetos normales, sin privilegiar o desarrollar sistemáticamente herramientas técnicas de intervención o reeducación ( Cautin, 2008 ; Popplestone & McPherson, 1984).

Como producto de este contexto, y aleando su raíz experimental y básica con un interés por intervenir en problemas concretos, el psicólogo aplicado estadounidense de mediados de la década de 1910 era lo que ha sido denominado un “Binet tester”. La introducción de las escalas de inteligencia en Estados Unidos, el auge del estudio de las diferencias individuales, el marco común de la higiene mental como enfoque preventivo de la patología, y en particular la difusión de la escala de Binet-Simon llevaron, en su conjunto, a que los psicólogos aplicados y clínicos adoptaran los test como sus principales herramientas de trabajo. En un sentido, el psicólogo estadounidense de las primeras dos décadas del siglo XX era eminentemente un testólogo que sondeaba la inteligencia y las capacidades cognoscitivas de los individuos, sanos y enfermos. En otro sentido, estas herramientas perseguían fines exclusivamente evaluativos: el diagnóstico (la clasificación de los individuos en cuadros mórbidos) y la psicoterapia (la reeducación o la rehabilitación a través del tratamiento) eran actividades monopolizadas por los psiquiatras. Como es esperable, estos últimos a menudo entraban en conflictos interprofesionales con los psicólogos, en la medida en que estos incursionaban en la terapia o en la práctica privada ( Cornell, 1917 ; Hollingworth, 1917 ).

Todo lo dicho se aplicaba en especial a los psicólogos clínicos, que comenzaron a proliferar lentamente a partir de 1910 y que se desenvolvían en ámbitos hospitalarios y en instituciones educativas. El psicólogo clínico era visto, y se percibía a sí mismo, en primer lugar, como un científico, cuya meta era la investigación en ambientes controlados y en condiciones verificables (aulas, clínicas para débiles mentales, hospitales); en ese contexto los test eran herramientas predominantemente investigativas. Solo luego, en un segundo lugar, el clínico se percibía como un psicólogo consultor, aplicado, dirigido a intervenciones concretas (Wallin, 1914; Witmer, 1907 ). De aquí que existiera una continuidad entre la adopción, producción y utilización de test con fines de evaluación e investigación, la autopercepción de los clínicos como investigadores antes que como tecnólogos, y el intento de aplicación de este esquema de trabajo a ámbitos como el bélico, que a partir de 1914 constituyó un auténtico catalizador en el reconocimiento de la promesa tecnológica de la psicología (O’Donnell, 1985; Mayrhauser, 2002 ).

Se ha argumentado exhaustivamente que el recurso a la historia permite situar críticamente la práctica de la psicología, en particular la práctica clínica ( Buchanan, 2002 ), y que, en el ámbito de la práctica profesional, la historia es clínica y filosóficamente relevante ( Vande Kemp, 2002 ). En línea con este razonamiento, el objetivo de la breve reseña histórica presente en esta Máquina del Tiempo es explicar, a partir de una contextualización crítica, la emergencia de hitos centrales en el incipiente y progresivo proceso de profesionalización de los psicólogos en general y de los psicólogos clínicos en particular durante las décadas de 1910 y 1920. Concretamente, se describe el proceso que llevó a la formulación de la primera propuesta para un grado de doctor en psicología, en términos socioprofesionales, intelectuales y gremiales. Como eje de la narrativa, nos serviremos de la vida y obra de quien propuso aquel grado: la psicóloga Leta Stetter Hollingworth, mostrando su papel en los debates de la época y el fundamento de su propuesta. Metodológicamente, nos hemos servido de un análisis cualitativo de las publicaciones de la autora en el período delimitado como relevante; estas funcionan, así, como fuentes primarias del problema tratado. Finalmente, en un sentido historiográfico, este análisis pretende corregir propuestas que, como ha indicado Farreras (2001), “erróneamente atribuyen [la primera propuesta para un doctor en psicología] a Loyal Crane” (p. 69).

La figura: Leta Stetter Hollingworth

Una de las figuras centrales en la psicología aplicada (clínica) de la época reseñada fue la psicóloga clínica Leta Stetter Hollingworth (1886-1939). Si consideramos el escenario propio de la psicología estadounidense de la década de 1910 en lo referente a los desafíos enfrentados por las mujeres que optaban por dedicarse a la ciencia ( Furumoto, 1987 ), Hollingworth fue una figura típica en muchos sentidos y atípica en otros. Respecto a lo primero, por su condición de mujer, Hollingworth se vio impedida de realizar estudios superiores en psicología en las que eran consideradas las principales universidades prestigiosas como Harvard, Columbia o Yale. Nacida en Chadron, Nebraska, Hollingworth estudió en la Universidad de Nebraska y obtuvo un bachillerato en artes y un certificado que la habilitaba a la enseñanza en escuelas y colegios normales. La opción de Hollingworth de dedicarse a la enseñanza en una escuela media era también representativa del destino de la mayoría de las mujeres, para quienes las opciones académicas se reducían al estudio de cuestiones pedagógicas y a la posterior aplicación de tales estudios en la enseñanza media (Hollingworth, 1940).

Luego de casarse el último día del año 1908 con el psicólogo Harry Hollingworth (1880-1956), con quien estaba comprometida durante dos años, la pareja se mudó a Nueva York, la efervescente cuna de los debates, entonces emergentes, sobre psicólogos consultores y clínicos (Farreras, 2001). Que Leta continuara con su vida académica luego de casarse era otro rasgo infrecuente en las científicas de la época, quienes a menudo debían renunciar a sus aspiraciones académicas para enfocarse en tareas hogareñas. En todo caso, en dicha ciudad Hollingworth se vio nuevamente forzada a la usanza epocal, puesto que, de una forma comúnmente aceptada en el Estados Unidos de 1915, las mujeres casadas no eran contratadas como maestras (MacArthur & Shield, 2015). Ante esto, y de una forma que sí era atípica para la época, nuestra maestra de 25 años se inscribió y fue aceptada en el Master of Education que ofrecía la Universidad de Columbia.

Columbia era, hacia 1915, uno de los principales focos psicológicos norteamericanos, sino el centro psicológico académico por excelencia, donde la psicología básica y funcionalista convivía con la psicología comparada, ambas aunadas por un estricto objetivismo experimental y cuantitativista (Hilgard, 1987). Luego de obtener su maestría en junio de 1913, Leta inició su doctorado en el Teachers College, dependiente de la Universidad de Columbia, bajo la dirección de Edward Lee Thorndike, quien se desempeñaba como profesor de psicología educativa en el College desde 1899 (H. L. Hollingworth, 1943). Doctorándose con una investigación que demostraba la inexistencia de interferencia física o psicológica en el desempeño normal de las mujeres durante sus periodos menstruales, su titulación en 1916 representó la adquisición de un logro que, nuevamente, era infrecuente para las psicólogas de primeras décadas de siglo pasado .

El doctorado constituyó el inicio formal de la trayectoria de Leta como profesora universitaria de psicología educacional en el Teachers College. Allí impartió diversos tipos de cursos, realizó investigaciones, y a partir de 1927 fue orientadora del trabajo práctico clínico de la investigación doctoral de un joven Carl Rogers, en el contexto de las actividades de este último en el Institute for Child Guidance neoyorkino, financiado por el Commonwealth Fund (Rogers, 1927). Interesada en diversas cuestiones como la psicología clínica y los niños excepcionales, Hollingworth trabajó en el Teachers College hasta su muerte prematura, acaecida en el año 1939.


figura 1
Leta Stetter Hollingworth

La propuesta: el psychology doctor

Antes de recibir su doctor of philosophy (Ph. D.) en 1916, Leta ya había publicado más de media docena de estudios e investigaciones experimentales, especialmente en revistas como el Medical Record y el American Journal of Sociology. Estas publicaciones surgieron de los primeros trabajos profesionales propiamente psicológicos de nuestra autora, iniciados hacia 1913: la administración de test mentales (escalas de Binet, Goddard y Terman) en una clínica para débiles mentales. Como se describe en la biografía de Leta escrita por su esposo Harry: “Leta Stetter Hollingworth nunca había usado antes estos test, los cuales habían sido creados recientemente” (H. L. Hollingworth, 1943, p. 101). Sin embargo, la autora parece haberse “entrenado a sí misma rápidamente en el uso de los test” (H. L. Hollingworth, 1943, p. 101), capacitándose para la tarea durante el mismo proceso.

Luego de desempeñarse como ‘testeadora’ en dicha clínica, Hollingworth fue designada como psicóloga en el Servicio Civil de Nueva York en 1914. Un año después, en 1915, Hollingworth fue trasladada al ala de psicopatología del hospital Bellevue, y designada como directora del laboratorio psicológico del hospital. Por tanto, entre 1913 y 1916, Hollingworth hizo acopio de una intensa experticia en el estudio y diagnóstico de individuos institucionalizados en ambientes clínicos, usualmente derivados de servicios sociales, agencias de caridad, autoridades escolares, o cortes judiciales; y gran parte de esta experticia fue volcada en producciones científicas publicadas.

No en vano nuestra reseña sigue esta estructura sinuosa. El que Hollingworth tuviera que entrenarse de forma autodidacta en la administración y análisis de los test, sumado al hecho evidente de que su formación no le había capacitado para tal actividad, y que su título obtenido era un doctorado en filosofía, se agregaba al reconocimiento de la importancia (profesional e incluso ética) de la capacitación experta de los psicólogos en ámbitos como los hospitales y las clínicas psicológicas, donde se dirimía el futuro de diversos sujetos comprometidos psicológicamente y donde los errores cometidos por el profesional tenían consecuencias extremadamente deletéreas. Todos estos elementos son necesariamente parte de los factores que llevaron, hacia 1918, a que la autora interviniera directamente en los debates sobre la formación, acreditación y certificación de psicólogos clínicos.

Hollingworth era una de las psicólogas presentes en la reunión informal realizada en Pittsburgh, Pennsylvania el 28 de diciembre de 1917 y paralelamente a la reunión de la APA, donde se reconoció la necesidad de crear una organización que “se enfocara solamente en las necesidades de los psicólogos clínicos y aplicados” (MacArthur & Shields, 2015, p. 1). Esta organización, que nacería inmediatamente luego de la reunión, sería la American Association of Clinical Psychologists (AACP), y en su seno Hollingworth se desempeñaría como secretaria.

Entre otras cosas, la AACP pretendía introducir y diseñar estándares profesionales en el campo del mental testing y de la psicología clínica, y avanzar en el reconocimiento legal de los clínicos como expertos en psicopatología y en retraso mental: explícitamente, el estatuto de la AACP, tal como lo redactó Hollingworth para el Journal of Applied Psychology, sostenía:

the objects of the Association are to promote an espirit de corps among psychologists who have entered the practical field, to provide media for the communication of ideas, to aid in establishing definite standards of professional fitness for the practice of psychology, and to encourage research in problems relating to mental hygiene and corrective education ( Hollingworth, 1918a , p. 194).

Hollingworth intervino en los debates sobre la formación requerida para los psicólogos clínicos. En ese mismo contexto, el psicólogo L. R. Geissler (1918 ), docente de la Universidad de Clark, publicaba en el Journal of Applied Psychology un plan para el entrenamiento técnico de los psicólogos consultores. Luego de los planes formales propuestos por individuos como Lightner Witmer y J. E. W. Wallin, y de los esfuerzos de la propia AACP para mejorar los estándares y cualificaciones de los clínicos, el de Geissler fue uno de los primeros planteamientos detallados del siglo XX sobre la formación que debían tener los psicólogos aplicados. Dado que el contexto de guerra había ampliado las tareas que se solicitaban a los psicólogos junto con la demanda de profesionales, y que esto había atraído a charlatanes y pseudopsicólogos, Geissler sostenía que debía instituirse un entrenamiento uniforme para los psicólogos aplicados a nivel de pregrado (es decir, undergraduate). En esencia, Geissler proponía una jerarquía de tres niveles de formación de psicólogos consultores (asistentes, psicólogos consultores y psicólogos consultores expertos, respectivamente), los cuales obedecerían a titulaciones y certificaciones distintas, que, a su vez, se basarían en formación y experticia diferenciales.

Para Geissler, quienes quisieran ser psicólogos consultores debían atravesar un plan estandarizado ya desde su paso por los colleges universitarios. Y como la especialización en las ramas particulares de la psicología aplicada (médica, educacional, industrial) ocurrían en los cuartos y quintos años de la formación de los psicólogos, Geissler se enfocaba en el plan de estudios de los primeros tres años. El primer año de su plan incluía cursos de idiomas, matemáticas y sociología; el segundo, idiomas, ciencias naturales, psicología general, y un curso electivo sobre alguna de las disciplinas básicas de las ramas aplicadas de la psicología (comercio, educación, higiene, genética). Finalmente, el tercer año contemplaba cursos sobre psicología general, teórica, trabajo práctico experimental, y métodos estadísticos y matemáticos avanzados ( Geissler, 1918 ). Luego de esta formación, los estudiantes debían cursar asignaturas generales sobre psicología aplicada, trabajo experimental en medición mental y test, y debían elegir dos temas mayores y uno menor en los que tomar cursos. Estos temas incluían comercio, leyes, educación e higiene mental. Este plan calificaba a los psicólogos para el nivel más bajo del escalafón: el de psicólogos consultores asistentes. Quienes deseaban ser certificados en los escalafones superiores debían continuar suplementando su formación con trabajo avanzado en psicología teórica y experimental y una maestría. El título de psicólogo consultor experto requería dos años más de trabajo de posgrado, más una investigación original en un área de la psicología aplicada y la publicación de una disertación.

Hollingworth publicó una primera respuesta a este plan en el número siguiente de la misma revista. Allí reconocía que la tarea esencial de los psicólogos organizados en torno a cuestiones aplicadas era salvaguardar la psicología aplicada a través de dotar a estos profesionales, “cualquiera sea su campo, [de] un estatus profesional y dignificado” ( Hollingworth, 1918b , p. 174). Ahora bien, si se le daba certificación de psicólogo a cualquier college graduate con nivel de maestría, o incluso menor, el mercado profesional se inundaría con personas poco capacitadas para las complejas tareas que demandaban a los clínicos, y el estatus profesional de la especialidad —aquello que motivaba todas estas discusiones— continuaría declinando. Por tanto, Hollingworth sostenía que la estandarización de la formación no debía ser desde el primer año en que el ingresante pisaba el college, sino, más bien, desde la formación posterior en el nivel de graduate. A continuación, Hollingworth empezaba a delinear la idea de la insuficiencia del clásico doctorado en filosofía. Para Hollingworth (1918b ), el hecho de que alguien detentara un Ph. D, aunque fuera en el ámbito en psicología, “de ninguna manera testifica su habilidad como un psicólogo clínico, educacional, industrial o vocacional” (p. 175). Eso tenía tintes autobiográficos implícitos: nuestra autora claramente partía de su propia vasta experiencia clínica para sostener que “there are plenty of Ph. D.’s in psychology who have never seen a feeble-minded child at close range, never used an educational scale, never made a motion-study and do not know the meaning of 'labor turn over” ( Hollingworth, 1918b , p. 175).

Planteado el problema, vislumbrada la solución: Hollingworth (1918b ) se preguntaba por qué no empezar a indicar, “a través de algún diploma o certificado, el campo especial de aplicación en el que el candidato puede tener conocimientos” (p. 175). Contra la denominación sábana que era el término psicólogo consultor, Leta proponía “algún conjunto más específico de títulos, por ejemplo, un ‘diploma en psicología clínica’, etc.” ( Hollingworth, 1918b , p. 175), donde los diplomas no podían conferirse sin que el aspirante hubiera logrado su doctorado primero.

La propuesta formal de un doctorado en psicología sucedería unos meses más tarde, en una segunda publicación de Hollingworth en las páginas del número siguiente del Journal of Applied Psychology. Allí, Leta comenzaba reconociendo que la psicología clínica era, comparativamente, el área aplicada de la psicología con mayor desarrollo académico y profesional: se ofrecía formación y entrenamiento en psicología clínica en las principales universidades; existía una demanda sistemática y creciente de psicólogos clínicos; existía una asociación nacional, y, desde 1916, diversos estados norteamericanos habían establecido estándares legales para la práctica clínica del psicólogo ( Hollingworth, 1918c ). Esto, que no sucedía con los psicólogos industriales o educativos, complejizaba la certificación de los individuos.

A nivel institucional, Hollingworth propuso que se certificaran instituciones: es decir, que organismos como la APA prepararan listas de instituciones consideradas satisfactorias para la formación de psicólogos clínicos. A nivel individual, las instituciones certificarían individuos calificados a través del otorgamiento de diplomas. Pero ¿qué niveles de formación y qué tipos de diplomas se conferirían? Hollingworth (1918c ) admitía que podía llegar a sostenerse que “en psicología, el grado de doctor es hasta el momento otorgado mayoritariamente sobre la base de la investigación, en nuestras universidades muy bien equipadas, y por tanto requiere un tipo de capacidad intelectual más complejo que el que requiere el practicante o consultor promedio” (p. 282). Si bien la autora coincidía con la naturaleza investigativa del doctorado, se oponía a la idea de que el promedio de quienes lograban doctorarse en psicología tuviera una capacidad intelectual superior a la que tenía, y a la que debía exigírsele, al practicante. El doctorado per se no era indicativo de capacidad intelectual ni de una supuesta superioridad respecto a los profesionales y practicantes.

Aquí estaba el quid del problema: el Ph. D. no era estrictamente un título profesional. Y hacia 1918 no existía ningún título que informara a los clientes, instituciones o demandantes que su portador había completado un curso de estudios profesionales en psicología, un curso “que no involucra investigación intensiva sino práctica en aplicaciones” ( Hollingworth, 1918c , p. 282). En este contexto, y como respuesta a estos problemas, Leta describía su “ocurrencia”, como ella misma la denominó: “un desvío [departure], la ‘invención’ de un nuevo título o grado —Doctor en Psicología [Doctor of Psychology]—, que involucraría seis años de entrenamiento, incluyendo el college, con un año adicional de formación [apprenticeship] (en vez de un año de investigación)” ( Hollingworth, 1918c , p. 282). Para Hollingworth, los tiempos habían cambiado, y el Ph. D. había quedado obsoleto como indicador de formación específica en el contexto de los cambios y usos modernos de las titulaciones.

El desenlace

La alternativa propuesta por Hollingworth no fue aceptada. Dicho de forma más rigurosa, tal como sucedió con muchas de las ideas y esfuerzos sobre certificación hacia la época (véase Farreras, 2001), la propuesta fue ignorada, e incluso podría decirse que no tuvo mayor impacto que el informar las lecturas de los especialistas en la cuestión. La disolución de la AACP en 1919 para ser reabsorbida en la sección clínica de la APA, los cambios en la cartografía disciplinar introducidos por el esfuerzo bélico estadounidense en la Primera Guerra Mundial, y la aún lenta consecución de una masa crítica de clínicos parecen haber sido las voces más fuertes en la cacofonía de la psicología estadounidense de entreguerras. Faltarían todavía tres décadas, más los efectos de la Segunda Guerra Mundial y la reorganización de la APA, para orientar de forma decidida a los clínicos e instarlos a establecer esquemas definidos de formación y titulación, como hacia 1949 lo sería el modelo Boulder. Serían necesarios incluso más años para el establecimiento del primer modelo practicante de formación de psicólogos, el psychology doctor, establecido en 1968 en la Universidad de Illinois (MacArthur & Shields, 2015). Una historia crítica de la profesionalización de los psicólogos muestra, precisamente, cómo la iniciativa de Leta sería la primera de muchas y diversas propuestas programáticas soslayadas por la comunidad profesional en un contexto de constante agitación, debate y conflicto, lo que impediría que alguna de estas propuestas echara raíz en su momento histórico. Podríamos decir que el camino que llevó a Boulder en 1949 estuvo pavimentado de fracasos y olvidos —totales o parciales— de muchos insights sobre cómo entrenar y formar a los psicoclínicos, y cómo fortalecer el corpus profesional de los psicólogos consultores.

Con todo, desde su rol de psicóloga clínica con vasta experiencia, alta visibilidad y participación en instituciones profesionales oficiales, y desde su rol de profesora y mentora de figuras como Carl Rogers que fueron nodales para los esfuerzos posteriores, Leta Hollingworth fue una académica y una practicante seminal en el avance de las discusiones sobre la psicología aplicada y clínica durante las primeras décadas del siglo pasado. Por tanto, su ocurrente y hoy centenaria propuesta sobre un doctorado en psicología, además de constituir una innovación enraizada en su propia experiencia profesional, debe ser justamente reubicada en la cronología de eventos que llevaron al establecimiento de la psicología clínica como ciencia y como profesión.

Material suplementario
Referencias bibliográficas
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Notas
Notas
Financiamiento: el presente trabajo se enmarca en el proyecto de investigación “Carl R. Rogers, la investigación en psicoterapia y los debates sobre la filosofía de la ciencia en psicología (1922-1945)” que recientemente ha sido sometido para ser evaluado y financiado por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina.

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