Prácticas culturales y artísticas en torno a la infancia y juventud
Juventudes rurales en General Pueyrredón, Buenos Aires, Argentina. Abordaje a partir de las danzas folclóricas
Rural youths in General Pueyrredón, Buenos Aires, Argentina Approach through folk dances
Juventudes rurales en General Pueyrredón, Buenos Aires, Argentina. Abordaje a partir de las danzas folclóricas
Política y Cultura, núm. 53, pp. 157-179, 2020
Universidad Autónoma Metropolitana

Recepción: 11 Noviembre 2019
Aprobación: 24 Abril 2020
Resumen: Las juventudes rurales han sido históricamente invisibilizadas tras definirlas a partir del pasaje inmediato a la adultez por la pronta inserción laboral. Este artículo propone un abordaje sobre las juventudes rurales a partir del análisis de sus prácticas culturales, tomando el caso de los jóvenes hijos de migrantes bolivianos del cinturón hortícola del Partido General Pueyrredón, Buenos Aires, Argentina; particularmente, a partir de su participación en las danzas folclóricas bolivianas. Se destaca que la esfera cultural permite comprender en profundidad quiénes son y qué hacen los jóvenes de áreas rurales.
Palabras clave: juventudes rurales, cultura juvenil, danzas folclóricas, bolivianidad.
Abstract: Rural youths have historically been made invisible based on defining them from the immediate passage to adulthood by early labor insertion. This article proposes an approach to rural youth through the analysis of their cultural practices, taking the case of the young children of Bolivian migrants from the horticultural belt of the district General Pueyrredón, Buenos Aires, Argentina; particularly, through her participation in Bolivian folk dances. It is highlighted that the cultural sphere allows an in-depth understanding of who young people in rural areas are and what they do.
Keywords: rural youth, youth culture, folk dances, bolivianity.
introducción
La relevancia social de los estudios sobre las juventudes ha aumentado exponencialmente en las últimas décadas, alejándose de miradas adultocéntricas y estigmatizantes, para poner el foco en la forma en que éstas se conforman como grupo social en condiciones sociales específicas.1 Las relaciones juveniles en diferentes ámbitos de la vida cotidiana toman mayor importancia a la hora de definir quiénes son los jóvenes y, por tanto, la segmentación meramente etaria anclada en abordajes biologicistas pierde su otrora centralidad, para dar lugar a distintas formas de delimitación. De esta manera, surge el enfoque generacional que en los últimos años ha sido ampliamente utilizado para problematizar las dinámicas juveniles.2 Este estudio se enmarca en esta perspectiva, dado que posibilita entender la especificidad y heterogeneidad de las juventudes y comprenderla de manera situada social e históricamente, atendiendo a las dinámicas que se dan al interior de la actual generación juvenil, en particular vinculadas con la cultura.
Específicamente, la situacionalidad social e histórica permite profundizar en el estudio de las juventudes rurales, históricamente invisibilizadas por las ciencias sociales y humanas.3 Esta omisión ha partido de la premisa del pasaje inmediato desde la niñez a la adultez, en este ámbito, por la pronta inserción laboral en las actividades agropecuarias.4 Por ello, el centro de los análisis se ha abocado a generar estudios sobre el lugar de los jóvenes respecto al desarrollo rural,5 más que en la comprensión de sus intereses y dinámicas cotidianas. El foco en el trabajo, familiar y agrario, como único medio para evitar el despoblamiento rural, ha dejado de lado la búsqueda de la comprensión de cómo los jóvenes se vinculan con otras esferas de su cotidianeidad, como la política, la salud o la cultura.
No obstante, en los últimos años, en Argentina se han hecho grandes esfuerzos por problematizar a las juventudes rurales desde la sociología y la antropología, para evidenciar las diferentes áreas donde se desenvuelven.6 En este trabajo se busca realizar un aporte a los estudios sobre las juventudes rurales desde miradas que amplíen la perspectiva de análisis a otras esferas de la cotidianeidad donde se desenvuelven, en este caso, la cultura.
En el presente artículo se analiza el modo en que los jóvenes rurales desarrollan sus prácticas culturales en un contexto fuertemente atravesado por el trabajo en la agricultura. Se toma el caso de los jóvenes hijos de familias de origen boliviano que residen en el cinturón hortícola del Partido de General Pueyrredón, Buenos Aires, Argentina, que practican las danzas folclóricas bolivianas.
Para este objetivo, se realiza un abordaje cualitativo, a partir de entrevistas en profundidad realizadas en 2018, a jóvenes argentinos con familias de origen boliviano vinculadas con el trabajo hortícola en su trayectoria laboral. Entre diversos núcleos temáticos se indagó sobre sus intereses y actividades cotidianas, donde la participación de grupos de baile emergió como un lugar de encuentro común entre los entrevistados.
En el artículo se presentan cinco apartados: el primero plasma los debates en torno a las juventudes y la cultura atravesados por la ruralidad; el segundo esboza el abordaje metodológico: el tercero presenta una breve caracterización del cinturón hortícola del Partido de General Pueyrredón puntualizando en aquellos elementos que sentaron las bases para este estudio, focalizando el lugar de las juventudes; en cuarto lugar se realiza el análisis de los datos obtenidos a partir de las entrevistas en profundidad. Finalmente se presentan las conclusiones.
desinvisibilizando a las juventudes rurales en las ciencias sociales
Desde las ciencias sociales, la problematización de las juventudes surge a partir del crecimiento del capitalismo industrial y la consecuente urbanización que impacta gravemente en la diversificación de las trayectorias vitales, diferenciándose nuevos segmentos dentro de la población, otrora divididos en niñez y adultez.7 Desde hace varias décadas se ha intentado problematizar las dinámicas propias de estos jóvenes, buscando –a su vez– delimitarla como grupo social diferenciado, generándose debates en torno a qué elementos considerar para su determinación: biologicista (la edad biológica), biográfico (el pasaje a través de hitos) y generacional (la conformación de generaciones).8
Entre los diferentes abordajes, el enfoque generacional hace hincapié en cómo las diferentes generaciones interpretan al mundo social, permitiendo problematizar las distintas esferas donde se desenvuelven. En este sentido, el término “generación” no responde a una definición natural y biologicista, sino a una construcción social, política y cultural,9 donde se comparte una situación histórica determinada. Pero a su vez, “una generación tampoco puede comprenderse sólo a partir de la coexistencia en un tiempo histórico común, sino que para ser tal debe poner en juego de una u otra forma maneras de identificación común entre sujetos que comparten experiencias vitales situadas”.10
En este contexto, las generaciones no se suceden linealmente, sino que muchas veces se superponen, por ello se habilitan las pujas por la propia coexistencia de modos de ver y ser en el mundo.11 En ciertas instancias, las nuevas conviven sin generar conflicto, pero en otras, pueden contraponerse a las lógicas de las generaciones anteriores. De este modo, el encuentro con los pares conforma sus tránsitos por la vida cotidiana, condicionadas por la situacion social e histórica. Por ello, este enfoque propone una reconceptualización del concepto juvenil hacia la noción de juventudes, denotando su heterogeneidad y diversidad. Además, deja de lado las miradas adultocéntricas que imponen una manera de comprenderlas, para focalizar en las propias dinámicas que los jóvenes despliegan sin caer en esencialismos. Entonces, desde la afirmación de la existencia de una heterogeneidad, es posible focalizar en las juventudes rurales12 −como parte de su diversidad, situada contextualmente y con sus modos específicos de interpretar y transitar− sus experiencias vitales.
La ruralidad también representa heterogeneidades producto de las transformaciones de las actividades productivas que otrora predominaban, de manera que las trayectorias de los individuos de estas áreas quedan atravesadas por las nuevas conformaciones.13 En las últimas décadas se ha profundizado en la relación compleja entre las prácticas que se dan en el espacio urbano y el rural. Históricamente se han asociado las áreas rurales con las actividades agropecuarias.14 Actualmente, desde los enfoques sobre la nueva ruralidad se establece que lo rural pasó a ser un espacio donde conviven diversidad de actividades productivas (no sólo las agropecuarias) y donde existen vínculos fluidos con la urbanidad que penetra en las propias dinámicas de quienes residen en estos espacios.15 Además, para Argentina, la ruralidad se define a partir de la cantidad de habitantes: siendo consideradas espacios rurales aquellas localidades de hasta dos mil habitantes, independientemente de las actividades que ahí se realicen.16
A partir de estas consideraciones, podemos describir quiénes son y qué hacen estos jóvenes, alejados de lecturas que los invisibilicen no sólo al negar su existencia, sino al no problematizar la complejidad de sus itinerarios vitales. Por otro lado, el foco de la comprensión de las juventudes rurales, basado en el rol en el desarrollo rural subsumido al trabajo en la agricultura, los esencializa y muestra sólo una faceta en la cual se desenvuelven.17 Así, partimos desde una perspectiva que retoma las propias conceptualizaciones de los jóvenes y que considera la multiplicidad de dimensiones que los atraviesan. Considerando esta diversidad se focalizará en la dimensión cultural.
Culturas juveniles en la especificidad rural
Al igual que para el concepto de juventud, existe una prenoción de/sobre qué es la cultura juvenil. Ésta se ha encontrado fuertemente atada a ciertos signos, consumos y prácticas culturales18 que les serían propios, “dando lugar a una modalidad de lo joven”19 que oculta que, en verdad, dicha denominación/caracterización responde solamente a ciertos sectores sociales: los acomodados, urbanos y masculinos.20 En cambio, una lectura situacional de la cultura juvenil retoma tanto los valores y normas que producen y reproducen en la cotidianeidad los jóvenes como la interiorización de prácticas y modos de interrelacionarse específicas en/de las diferentes instituciones donde se mueven (como la familia, la escuela, el barrio).21 Pero a su vez, en espacios particulares de ocio donde, en el intercambio con otros jóvenes, reproducen esos valores y normas: como los clubes, plazas o lugares de bailes.22 Por ello, “los espacios juveniles son lugares de reunión donde se comparte el tiempo de ocio y se practican ciertos rituales que reafirman la identidad grupal y marcan la frontera, simbólica y físicamente, con el resto de la sociedad”.23 En este sentido, las prácticas culturales juveniles son entendidas como aquellas expresiones y comportamientos de los jóvenes, realizadas en confluencia con otros, sus pares, que exceden a lo individual y cuyos resultados tienen que ver con la pertenencia a partir de su reproducción.24
Por ello, dado que “cada generación es portadora de diferentes rasgos culturales”25 –códigos, gustos–, las prácticas culturales particulares que se comparten al interior posibilitan problematizar a las juventudes desde estos ámbitos, nutriendo aún más su comprensión sin caer en reduccionismos sobre sus modos de desenvolverse en el mundo.
En cuanto a la especificidad rural, en un marco de transformaciones de estas áreas, la cultura juvenil se ve cada vez más condicionada por la globalización y las nuevas redes de comunicación, que implican un entrecruzamiento de la localidad y globalidad de los consumos culturales:26 “La identidad de los y las jóvenes de territorios rurales interactúa con la cultura tradicional, de modo que vive la tensión de la globalización, por un lado, y las costumbres campesinas de los padres, madres y mayores, por otro”.27 Estas tensiones han dejado de ser tales, para empezar a generarse solapamientos entre ambas, recreándolas sin suponer contraposiciones. Así, no existiría una rigidez en sus fronteras, sino más bien penetraciones entre ambas maneras en que los jóvenes comparten y recrean sus prácticas culturales y, con ello, la cultura juvenil. La globalización habilita nuevas formas de cultura, pero a la vez trae aparejada una mediación a partir del consumo de ciertos objetos específicos (vestimenta, música, tecnologías). Por ello, no puede perderse de vista la localidad que condiciona, tanto por su conformación social como cultural, los recorridos vitales de los jóvenes, porque dan cuenta de ciertos consumos culturales propios de la comunidad, que después ellos resignificarán:
Cada cultura juvenil crea su propio estilo al darle significado a una serie de objetos y símbolos elaborados por sus integrantes o adoptados de grupos o contextos diferentes. En el caso de los elementos adoptados, es importante aclarar que éstos son reordenados y contextualizados por el grupo de jóvenes para adaptarlos a sus condiciones particulares de vida.28
En sociedades donde ciertas experiencias culturales se mantienen fuertemente entre los miembros de la comunidad, los elementos adoptados incluyen las tradiciones, consumos, valores, símbolos que le son propios; que los mismos jóvenes reproducen, pero a la vez transforman en discordancia con las generaciones pasadas. Por ello, “las actividades realizadas por las culturas juveniles sirven para reafirmar su identidad como grupos y contrarrestar el estigma impuesto por los adultos”.29 Así, tienen distintos modos de entender el mundo y, por tanto, de interpretar a su cultura. Por el dinamismo de las juventudes y las distancias con las generaciones anteriores, las culturas juveniles son “caracterizadas por sus sentidos múltiples y móviles [que] incorporan, desechan, mezclan, inventan símbolos y emblemas, en continuo movimiento”.30 Del mismo modo, los jóvenes introducen innovaciones a las prácticas culturales comunes, que implican cambios y reformulaciones de las imposiciones.31
La heterogeneidad aporta a este dinamismo continuo del modo de reproducir, ciertas prácticas culturales y, por ello, no quedan exentas del contexto sociohistórico donde se desenvuelven. Esta situación se observa en los jóvenes rurales del cinturón hortícola del Partido de General Pueyrredón.
metodología
Debido a que la temática del estudio requiere conocer las significaciones de los propios sujetos sobre sus prácticas cotidianas, considerando que son intérpretes de su propia realidad, en este trabajo se realiza un abordaje metodológico cualitativo que permite visibilizar estas interpretaciones buscando comprenderlas de manera contextual.32 Por ello, como herramienta de recolección de datos se utilizaron entrevistas en profundidad, buscando indagar exhaustivamente sobre distintos tópicos, permitiendo además que emerjan otros. Se analizaron 18 entrevistas a jóvenes de familias de origen boliviano, realizadas entre 2017 y 2018.33 En ellas se indagó sobre temáticas vinculadas con el trabajo, la educación, las prácticas cotidianas de los jóvenes y el uso del tiempo libre. Una temática/dimensión/tópico que emergió en distintas entrevistas fue la importancia de las prácticas culturales de los jóvenes, propias del país de origen de sus familias. Por ello, se profundizó en el modo en que se vinculan con ellas, qué significaciones le otorgan, cómo se ha despertado su interés por las mismas y qué aportes realizan a su reproducción desde su condición juvenil.
Como señalamos en el apartado anterior, la noción sobre qué es ser joven ha sido ampliamente debatida. No dejando de lado estas discusiones, para los fines de esta investigación, se utilizó la noción etaria de 15 a 24 años34 con el objeto de realizar un acercamiento inicial a los jóvenes entrevistados. A partir de ahí, en los sucesivos trabajos de campo se buscó conformar la muestra a partir de los propios entrevistados, utilizando el método de bola de nieve para sumar casos. Como requisito se tomó en cuenta que sean hijos de migrantes de origen boliviano residentes en el cinturón hortícola del Partido de General Pueyrredón.
el caso: los jóvenes del cinturón hortícola del partido de general pueyrredón
El Partido de General Pueyrredón (PGP) se encuentra en el sudeste de la provincia de Buenos Aires, Argentina, sobre las costas del Mar Argentino. La ciudad distrital de Mar del Plata concentra la mayor cantidad de población, siendo además uno de los centros turísticos de mayor importancia a nivel nacional. Al igual que en otras ciudades importantes del país, en sus alrededores se concentra la producción de verduras y hortalizas que se orienta al consumo local,35 denominados cinturones verdes. En este caso, el cinturón frutihortícola del PGP se encuentra emplazado en las cercanías de dos de las principales rutas provinciales de acceso a la ciudad de Mar del Plata: la Ruta Provincial 226 y la 88 (Mapa 1).

La estructura económica y social del cinturón está caracterizada por la fuerte incidencia de la horticultura,36 que marca el ritmo de las dinámicas laborales y de vida de los habitantes de la zona. Como sucede en otros mercados de trabajo de producciones agropecuarias, la movilidad espacial en los momentos de mayores requerimientos de mano de obra fue una estrategia común tanto de los productores como de los propios trabajadores: los primeros para suplir la demanda, los segundos para aumentar sus ingresos. En los últimos años se ha transformado en un proceso de asentamiento en las zonas de producción o en cercanías periurbanas.37 En sintonía con los estudios que complejizan la cuestión rural, es necesario considerar que la zona del Cinturón hortícola del PGP, igual que otros cinturones verdes del país, se encuentra en plena expansión por el mismo crecimiento poblacional que demanda más de estos bienes.38 A partir de esto, las nociones acerca de este espacio deben problematizarse hacia miradas que contemplen la complejidad de lo rural: comprendiendo las prácticas dinámicas con las ciudades, la penetración tanto de actividades productivas como de nuevas prácticas cotidianas.
Para los cinturones hortícolas del país, históricamente, la principal fuente de mano de obra procedió mayormente de Bolivia,39 generando un proceso de bolivianización40 de esta producción, especialmente a partir de migraciones que datan de las décadas de 1960 y 1970, entrando en juego no sólo la motivación laboral, sino las vinculadas por las condiciones de vida y el acceso a ciertos servicios. Para los fines de la caracterización del caso de estudio, se trabajó con información del último Censo nacional de población, hogares y vivienda de Argentina (CNPHyV). Así, según se observa en el Cuadro 1, la importancia de la población boliviana en el PGP se encuentra concentrada en las áreas rurales, donde llegan a representar 68% de la población migrante, por encima del promedio del partido.

Las dinámicas de movilidad y asentamiento se han dado también en el cinturón del PGP. En la actualidad, el asentamiento de la comunidad boliviana en el cinturón mantiene las redes que vincula a los residentes con sus familias de origen en Bolivia, reproduciendo la incorporación de migrantes bolivianos en la producción hortícola, que poco a poco se asientan en sus cercanías.
Muchos de quienes migran desde Bolivia tienen un origen agrario, aunque con dinámicas distintas a las de su país de procedencia. La estructura económica boliviana para el sector agropecuario tiene un fuerte anclaje campesino, organizado mayormente en minifundios, donde el trabajo familiar se orienta al autoconsumo.41 No obstante, perdura la dificultad del acceso a la tierra para muchos campesinos que se ven empujados a migrar, siendo Argentina un destino corriente entre éstos.42 Debe considerarse que, dadas las oleadas migrantes anteriores, se fortificaron redes sociales que posibilitaron a los migrantes un menor costo de oportunidad, cuando la motivación es laboral porque suelen tener un lugar de trabajo donde desenvolverse, brindándoles la posibilidad de contar con un trabajo asegurado.43 Esta dinámica migratoria de los circuitos sur-sur, que actualmente atraviesa a América Latina, está motivada por los menores costos de movilidad y enmarcada en distancias estructurales de las zonas receptoras y expulsoras. Así, se aleja de las movilidades espaciales que anteriormente se daban desde países del norte.44
A su vez, a partir del estudio del CNPHyV, se establecieron las características generales de los jóvenes rurales del PGP. Cabe aclarar que dicho estudio no recoge/cuenta con datos para definir la juventud más que a partir de un corte etario y no existen relevamientos específicos sobre este grupo en el área. Por ello, aquí se retoma el recorte establecido anteriormente (15 a 24 años) para brindar una caracterización de esta población.
A partir de los datos del partido se observa que 93 635 son jóvenes, de los cuales 2 475 viven en zonas rurales que se condicen al cinturón hortícola. En este sentido, la población joven en áreas rurales representa 22%. A diferencia de las áreas urbanas (15%), la población rural tiene mayor presencia de jóvenes (Cuadro 2).

Los niveles educativos de los jóvenes en el partido muestran un porcentaje de 12% que no han alcanzado el nivel secundario estipulado para la edad de 15 años. Las diferencias respecto a las áreas rural/urbano sólo se encuentran en tanto a la educación superior, duplicada en el caso de las áreas urbanas (Cuadro 3).

La bolivianidad y sus prácticas culturales en el cinturón
En la zona del cinturón hortícola se fomentan intercambios y mantenimiento de los consumos, intereses y prácticas que les son propios a la colectividad boliviana, que reproducen el vínculo con su país, aun habiendo pasado varias décadas desde su asentamiento. Esto se da en espacios que surgen por la localización geográfica (barrios, por ejemplo), por el asociacionismo (como clubes, asociaciones civiles, sociedades de fomento) o por las prácticas culturales (fiestas patronales o religiosas, por ejemplo), es decir, espacios donde la bolivianidad emerge, aun para quienes no son nacidos en ese país.45 Como se sostenía, uno de estos espacios es el mercado de trabajo hortícola, donde la bolivianización de la producción derivó de los patrones culturales de estos migrantes, con fuerte pasado campesino en la organización minifundista que caracteriza a las distintas regiones de donde provienen. Las dinámicas en el mercado de trabajo hortícola y de los modos de vincularse con él (a partir de la migración o el asentamiento), son componentes para comprender cómo transitan los individuos sus itinerarios vitales.46 Porque se encuentran condicionados por esta producción, no sólo en tanto a sus posibilidades laborales, sino porque signan los momentos de esparcimiento y de no trabajo. En la producción hortícola del cinturón de PGP se ha evidenciado la inserción de jóvenes como mano de obra en la actualidad,47 tal como se da en otros cinturones del país.
Pero existen otros espacios y prácticas que se derivan del arraigo a la comunidad boliviana y de su afianzamiento en el cinturón. Por un lado, existe el Centro de Residentes Bolivianos “Don Pedro Domingo Murillo”, que funciona desde hace 30 años, manteniendo unida a la colectividad, “tiene como función principal ‘ayudar a los connacionales en el proceso de desembarco en el nuevo país, en el contexto de una migración que se realiza del campo de Bolivia hacia el campo en Argentina’”.48
Por otra parte, las celebraciones patronales –como la fiesta de la Virgen de Urkupiña cada 15 de agosto– se realizan en cada una de las regiones donde se encuentran comunidades bolivianas. Ahí participan todos los miembros de la comunidad y las familias como parte de un rito religioso. Comienzan a organizarla varios meses antes y culmina el fin de semana de agosto donde se celebra la festividad.49 No sólo llevan a cabo sus danzas y música en la fiesta de la virgen, también las plasman en otros eventos: festividades nacionales (tanto en el Partido como en otras localidades), encuentros y movilizaciones.
Las celebraciones y festividades tienen una fuerte relevancia en las trayectorias y modos en que los individuos, y los jóvenes en particular, interpretan su mundo vital, derivado de la condición migrante de sus allegados que reproduce ciertos consumos culturales étnicos. Todos los miembros de la comunidad forman parte de dichos eventos y, particularmente, los miembros jóvenes han tenido centralidad en las prácticas de danzas folclóricas que forman parte de esta fiesta. No debe perderse de vista que la vida ceremonial y las festividades posibilitan mantenerse cerca de sus países de origen, siendo para los jóvenes una manera de integrarse a esta colectividad.50
repensando las juventudes a partir de las danzas folclóricas
La riqueza del caso de los jóvenes rurales del cinturón hortícola del PGP, permite delinear nuevos modos de comprender la cuestión juvenil de estos espacios rurales, no sólo focalizando el trabajo sino otras prácticas, como las culturales. Para ello se toman los casos de jóvenes hijos de bolivianos que trabajan en la producción hortícola (en distintas tareas). Así, resultó de interés que, al momento de indagar por el uso del tiempo cotidiano, poco a poco salía a la luz que la mayoría participaban de grupos de baile en la zona, con el fin de presentarse en las fiestas de la virgen y otros eventos. Muchos de ellos lo realizaban desde pequeños, otros comenzaron en su adolescencia. Lo cierto es que el vínculo con estas danzas se mantiene como elemento de interés por parte de los jóvenes entrevistados y forma parte de sus experiencias de vida.
Caracterización de las danzas en el cinturón del PGP a partir de las nociones juveniles
Desde este marco, es posible profundizar en la comprensión de las significaciones que dan los jóvenes trabajadores hortícolas a las danzas folclóricas bolivianas. Las fiestas patronales tienen un fuerte arraigo religioso: “Como se baila para las vírgenes, siempre se dice que se baila por devoción” (Marta). Los jóvenes participan de estas celebraciones donde se realiza una promesa de bailar por tres años, a cambio de que la virgen les cumpla un pedido.
Para el caso del cinturón hortícola del PGP señalan que se organiza en torno a las distintas familias vinculadas con la virgen en cuestión: “dependiendo de quién tenga la virgen, porque hay distintas vírgenes, ¿no?, si la tiene una persona o una familia, son dueños y te la pasan por un año; por ejemplo, la familia Pérez alquila un salón y para el otro año lo hace la familia Gómez” (Ricardo).
Por ello, en la organización de la celebración relatada por los jóvenes entrevistados, primero “está la misa, después se hace como una caminata y se pasa al salón. En el salón se come, después... se baila” (Ricardo). Después de la exhibición se realiza la fiesta: “Después de bailar, viene la joda (ríe)” (Ricardo), momento de encuentro y divertimento. Una vez que cumplen su promesa a la virgen, suelen seguir participando en el propio grupo donde comenzaron: “Puedes salirte, pero generalmente por ahí... ehh... yo por ejemplo este año es mi tercer año [...] pero me gustaría bailar otro año” (Marta). En este sentido, la permanencia en el grupo puede delimitarse a partir del cumplimiento de la promesa trianual, pero los jóvenes siguen formando parte, no habiendo un impedimento temporal ni mucho menos etario.
Pero además, la participación en estos grupos es diversa y dinámica. No hay un único baile: existen más de 20 estilos de danzas folclóricas; en el PGP pudieron identificarse caporales, cueca, chapaco, tinkus y salay. Los jóvenes eligen en cuál participar según sus gustos: “El baile [que] me gusta de allá, sería el... salay, caporales... tinku no mucho... porque... mmm... no sé. Bah, porque no me gusta la música... después las otras sí... el salay” (Enrique). “Bailo tres cosas también. Bailo cueca [...] y después bailo caporales y tinkus” (Marta).
La conformación de los grupos de baile tiene distintas facetas. La primera es que no hay una necesidad de tener experiencia previa para incorporarse, posibilitando el ingreso a quienes así lo quieran: “Cualquiera que... que quiera bailar, baila” (Enrique). “Pero en realidad no son como bailarines profesionales, son así como que se juntan y bailan” (Marta).
Horticultura y danzas folclóricas
En sus relatos emerge el modo en que organizan sus tiempos para dedicarse a sus obligaciones (el trabajo) y a sus intereses: la danza. Así, se evidencia cómo complementan estas actividades: “Siempre ensayamos generalmente en la noche porque somos chicos de campo, casi todos los que [ensayamos], trabajamos y como Julia sale tarde, así que bueno, quedamos en el horario de las ocho” (Marta). “Ensayamos... todo, eh... dos veces por semana, una sola vez... depende si los chicos pueden... coordinan más o menos los días que pueden o trabajan menos” (Enrique). En este sentido, el trabajo se encuentra como condicionante de los tiempos de ensayo, pero a la vez, es lo que potencia la identidad: el ser chicos de campo no sólo expresa la cantidad de horas de trabajo o las tareas específicas que ahí realizan, sino también un vínculo que tienen con sus pares y se muestra en otros espacios.
Si bien el trabajo es lo que signa su tiempo disponible para el ensayo, es en este último espacio donde verdaderamente se encuentran con sus pares, generándose vínculos generacionales a partir del uso del tiempo libre, más que del tiempo de trabajo: “Igual consumimos porque hacen pizzas, o sea también es restaurante. Hacen pizza. Comemos juntos... pizza, gaseosa” (Ricardo), dado que durante la jornada laboral no pueden hacerlo: “Lo hacemos porque [nos] gusta nada más... después cada uno hace su trabajo” (Enrique).
En este sentido, si bien el trabajo en la rama agropecuaria se encuentra presente para estos jóvenes, ellos ponderan más positivamente sus gustos por estas danzas. Por ello, visibilizan otras prácticas que toman los jóvenes de espacios rurales que no sólo tienen que ver con el trabajo agropecuario, sino con la posibilidad de desenvolverse culturalmente en conjunción con otros. No debe perderse de vista que estos grupos de baile tienen un lugar central en la vida de los jóvenes y su participación es puesta incluso como epicentro de sus proyecciones a futuro: “[...] es lo que más me gusta, o sea, en sí, cómo te dije: enfermería y también quiero seguir con la danza. Porque es una de mis pasiones también, bailar” (Rufina).
Significaciones de las danzas por parte de los jóvenes
Los jóvenes conocen los orígenes de las danzas que practican, identifican la procedencia, los significados de cada una de éstas y el modo en que se organizan en el PGP. Así, cada baile tiene sus lógicas propias y también su arraigo a ciertas regiones de Bolivia, de las cuales la mayoría conoce su procedencia: “De Tarija es el... la cueca... ¡ahí está! La cueca es de Tarija, eh... salay creo que es de Santa Cruz [...] hay otros más pero no, no lo sé muy bien” (Ricardo).
En cuanto al significado de las danzas, una joven señala: “El tinku es como una danza más ehh... cómo te puedo decir, ehh... tradicional, o como más milenaria, le dicen es como la danza milenaria. En realidad, la danza es una representación de... digamos de un grupo ehh... de aborígenes de allá, de Bolivia, de la parte del sur de Bolivia, pero del lado de Potosí” (Rufina). De la misma manera, otra joven señala: “Me gusta lo que es la música de allá de Bolivia, sigo mucho la cultura” (Enrique).
Si bien la tradición explica que la participación en un grupo de baile tiene que ver con el cumplimiento de una promesa y por la propia devoción a la virgen, para estos jóvenes se evidencia que es más fuerte la posibilidad de encontrarse con sus pares en un espacio de disfrute y divertimento, que además les brinda un marco de solidaridad intra e intergeneracional. Por ello, un elemento central tiene que ver con el compromiso de los espacios, algo que los jóvenes ponderan positivamente, reflejado en los relatos del periodo previo de ensayo: “Las típicas fiestas de Bolivia, que se hacen en agosto, todo agosto y bueno, hacemos ensayos que son dos días en la semana, pero... empezamos, este año empezamos en junio hasta llegar a agosto” (Rufina). Otro joven señala: “Mucho ensayo... las fiestas son en agosto, así que junio... en mayo ya tienen que estar” (Enrique). En suma, cada año en la fiesta patronal, el momento del encuentro no sólo es la fiesta en sí, sino todo el proceso, los cuatro meses previos.
De esta manera, debemos destacar que el ingreso a los grupos de baile se da por medio de diferentes redes, atravesadas generacionalmente. Una primera forma es mediante los lazos intrageneracionales al interior de las propias familias: “Caporales bailo por ehh... con... con mi hermana, y mi hermana es como que la que organiza” (Rufina). “Ese bailé un año también por mi hermana que le gustaba y la acompañaba” (Ricardo); incluso en el orden de su organización: “Las cabeceras [coordinadores], o sea, son dos, son hermanos” (Ricardo). Del mismo modo, se encuentran los lazos de amistad: “Generalmente se da por la vinculación entre amigos, no es tampoco muy selectivo, por ahí, si vos sos amigo de... bueno entras a tal grupo, porque sos el amigo de... (Rufina)”. “Un amigo me dijo que si quería bailar y le dije ‘sí, no hay problema’” (Enrique). Las experiencias vitales compartidas51 como parte de una misma generación, el “boca en boca” de la cotidianidad permite que los jóvenes se involucren en estos espacios de danza.
Esto no quita que existan vínculos con las generaciones precedentes, que también se ponen en juego al momento de llevar a cabo estas danzas. Ello se observa, por un lado, en las solidaridades que brindan las generaciones mayores para que los jóvenes practiquen: “El dueño y la dueña [del lugar donde practican] son tíos de uno de los chicos” (Marta). Por otro, en que muchos de los gustos y las elecciones de las danzas en las cuales se desenvuelven, tienen un fuerte arraigo al pasado de su familia. En este sentido, se observa el vínculo que generan con el país de origen de sus familias a partir de la decisión de bailar: “Bailo cueca, que es del sur de Bolivia, donde vienen mis papas” (Marta).
De hecho, este vínculo intergeneracional a partir de la danza posibilita a los jóvenes generar una identidad común con sus padres y el autorreconocimiento desde la bolivianidad: “Cuando alguien me pregunta yo no niego de dónde son mis papás ni nada, ehh, lo comento, me gusta, me gusta no perder, no olvidarse de donde uno viene... de las raíces, de las costumbres, las danzas, la cultura. Y la horticultura y el campo es parte de eso también” (Paula). Frente a las dificultades que encaran muchas familias de origen boliviano respecto a la discriminación racial,52 el posicionamiento de Paula demuestra estas nuevas maneras que tienen los jóvenes de sentirse parte de la identidad boliviana.
En su mayoría, esta danza tiene una fuerte impronta generacional, donde los jóvenes tienen mayor protagonismo al momento de la presentación en la fiesta de la virgen: “Los que bailan generalmente son jóvenes [...] los jóvenes pueden ser desde no sé, desde catorce años e incluso hay chiquitos que bailan, pero es como que [los más chicos] bailan acompañando [...] pero generalmente se baila a partir de los trece, catorce años y las edades son también variadas. Mi hermana por ejemplo tiene veinticinco” (Rufina). Sin caer en una lectura etaria, en los relatos se encuentra contrapuesto quiénes son los jóvenes y quiénes los “chiquitos”, mostrando los lazos intergeneracionales en esta práctica. Resulta interesante, entonces, que en la práctica de la danza confluyen tres generaciones, donde el epicentro está en la participación de los jóvenes.
Prácticas dancísticas: los obstáculos para su desarrollo
La organización necesaria para el objetivo de la exhibición en las festividades de la virgen no está exenta de obstáculos. Primeramente, porque los jóvenes no tienen un espacio específico para ensayar, sino que dependen de la disponibilidad de los lugares para practicar: “En un salón donde se pueda conseguir porque no hay uno fijo... tenemos que pagar el salón” (Ricardo); más allá de que pueda ser realizado en un espacio de algún miembro de la comunidad.
En segundo lugar, para bailar en concursos y eventos oficiales, necesitan el reconocimiento de la fraternidad donde se insertan, que suele tener su sede en Bolivia: “O sea el represente legal es de Bolivia, de ahí, haces un contrato. Porque donde yo estaba, las cabeceras hicieron un contrato, de allá, de Bolivia, para hacer la fraternidad [...] no puedes, o sea, dos grupos de caporal no. Eso sí no” (Marta). Así, los grupos de baile del PGP (como los de Argentina) actúan como filiales de dichas fraternidades, por lo cual deben cumplir normas y reglas, entre éstas, la imposibilidad de participar de varias fraternidades, si bien no hay un control estricto, el impedimento surgirá al momento de participar en competencias o eventos organizados por la comunidad: “No puedes estar en dos fraternidades, supuestamente de allá de Bolivia no te lo permiten” (Rufina). Este involucramiento de contratos evidencia que ya desde la conformación de los grupos de baile, la presencia de la comunidad boliviana es fuerte, mostrando su andamiaje formal con las fraternidades formadas en Bolivia. Si bien hay una noción burocrática mediante los contratos y la pertenencia a las fraternidades, lo interesante es ver cómo se realizan vínculos constantes con Bolivia, no sólo respecto a su pertenencia, sino a partir de la adquisición de consumos específicos.
Para una de las danzas, el estilo de caporales, uno de los jóvenes señala que es el más reglamentado: “Cuando es caporales, caporales viene todo de allá de Bolivia” (Ricardo). El todo implica no sólo la pertenencia a una fraternidad, sino otros bienes que permiten el desarrollo de las danzas: vestimentas, pistas de música, acceso a festivales y concursos. Igualmente, las pistas de canciones también son adquiridas de la fraternidad en Bolivia: “La música sí, de todo... todo es de allá de Bolivia y bueno, de los caporales, de chapaco que bailo” (Rufina). Incluso los nombres de los grupos de baile: “Vienen de allá. No, no, no lo podemos cambiar nosotros. Es así, entras y ya el grupo se llama así, no puedes cambiarlo” (Enrique). El andamiaje institucionalizado de las fraternidades, vestimentas, pistas musicales, dan muestra de que la práctica de los jóvenes no es aislada, sino que responde a una práctica cultural afianzada.
El fuerte arraigo de los jóvenes hijos de migrantes con el país de origen de estos últimos explica de cierta manera el gusto por estos consumos. La práctica de la danza comienza como una continuación de la tradición de sus padres, mostrándose la convivencia intergeneracional, pero más bien se mantiene gracias a los vínculos continuos con Bolivia y la identidad cultural de dicho país reflejada en las comunidades asentadas en Argentina y en estas filiales de las fraternidades de danza.53
De esta manera, los propios jóvenes brindan su impronta a la danza, mostrando las nuevas maneras de concebir a esta práctica desde la mirada de las nuevas generaciones. Existe, por parte de los jóvenes, un reordenamiento de los elementos adoptados de la cultura tradicional, sin que esto signifique la pérdida del sentido de pertenencia a ella y a los mandatos de las fraternidades bolivianas. Por ejemplo, las danzas chapacas dan margen de flexibilidad a las prácticas locales: “Pero después de cosas de chapacos, eso no, es cosa nuestra, vos hacés tu grupo” (Ricardo). Ahí los jóvenes se las reapropian, principalmente cuando deben hacer frente a estos consumos necesarios para llevarlas (vestimentas, música). Toman como estrategia saldarlo de manera intragrupal, antes de realizar la compra de los elementos terminados directamente en Bolivia: “Generalmente un chico del grupo es el que edita la música, entonces es como el más bueno del grupo, uno tiene que editar la música, [ese chico] aprendió viendo tutoriales, porque el tutorial en internet hay un montón de cosas” (Enrique). La cuestión autodidáctica se posibilita cuando el uso de nuevas tecnologías es parte de su cotidianeidad y su manera de acceder a ciertos conocimientos se afianza en el acceso globalizado a información.
Por ello, en la cultura juvenil de estos jóvenes, la globalización no entraría en tensión con lo local y tradicional, sino más bien parece que fortalece y facilita la apropiación de estas prácticas. La creación de la música requiere del uso de programas específicos de edición si no se compran las pistas musicales directamente a Bolivia: “Editaba videos, subía canciones a YouTube, a SoundCloud, más que nada, todo en ese tiempo y también editaba música para... para la colectividad boliviana” (Enrique). El conocimiento sobre ciertas herramientas informáticas es una condición necesaria para los jóvenes: “Caporales, que es como más moderno, necesita efectos, necesita como voces, eso es por ahí un poco más complicado y generalmente es, emm... lo haces por computadora o alguien que te ayude... por ejemplo mi hermano es bueno con el tema de edición y todo eso y mi hermana le pedía ayuda” (Marta). Para estos conocimientos específicos, la ayuda intrageneracional se torna un elemento central a la hora de problematizar estas prácticas. La cultura juvenil se forja a partir de la socialización cotidiana con sus pares, ya sea por un reparto de tareas al interior del grupo, como también por las solidaridades que se despliegan cuando se topan con ciertos obstáculos (como el desconocimiento de ciertas herramientas informáticas).
consideraciones finales
En este trabajo se analizan las prácticas culturales de los jóvenes hijos de migrantes bolivianos de la zona del cinturón hortícola en el Partido General Pueyrredón, en la provincia de Buenos Aires, Argentina. Particularmente en torno a las danzas folclóricas bolivianas. De este modo, se muestra que las juventudes rurales se conforman como grupo social determinado a partir de otros ámbitos y no sólo focalizando el laboral. Así, esta propuesta, como anclaje en el enfoque generacional de las edades sociales, se alejó de lecturas esencialistas e invisibilizantes de las juventudes rurales, para proponer una comprensión situada socialmente. Además, a partir de este abordaje ha sido posible dejar de lado lecturas adultocéntricas para profundizar en las propias significaciones que dan los jóvenes a sus prácticas. El énfasis en sus propios relatos, a partir de las entrevistas en profundidad, permite descubrir sus propias apreciaciones sobre algo que atraviesa a distintas generaciones. A su vez, permite conocer lo que hacen los jóvenes rurales del cinturón hortícola, además del trabajo agropecuario: danzan, recrean sus orígenes, se conforman como grupo a partir de sus gustos culturales.
La estructura social del Cinturón del PGP se encuentra signada por la producción hortícola y por la fuerte migración boliviana de décadas anteriores devenida en asentamiento, enmarcada en los circuitos migratorios sur-sur. Tal es así, que aún se sostienen prácticas culturales específicas de tradición boliviana, como las fiestas patronales dedicadas a la virgen y las prácticas dancísticas que ahí se exhiben.
Los jóvenes tienen un lugar central en la preparación de las fiestas patronales, donde se insertan realizando un pedido a la virgen a cambio de la promesa de bailar durante tres años. Así, conforman grupos de baile (en sus diferentes estilos: caporales, tinkus, chapacos y cueca) a partir de lazos familiares (precisamente, intrageneracional) y de amistad. La centralidad de la participación en estos grupos no queda sujeta a su experiencia previa en el baile, sino en el compromiso con sus pares, reflejado en el esfuerzo por asistir y ser responsables con los ensayos, que suman varias horas durante cuatro meses.
En este compromiso también se trasluce el modo en que los jóvenes se apropian de estas prácticas, adaptándolas al contexto donde se encuentran insertos; por ejemplo, cuando preparan de manera autodidacta las pistas de baile o cuando ellos mismos se ocupan, con ayuda de sus coordinadores, de adquirir las vestimentas. De esta manera, la cultura de los jóvenes rurales del PGP se conforma con base en estas experiencias tradicionales, pero ellos reordenan y contextualizan sus propias realidades. Esta apropiación se da a partir de la incorporación de nuevas tecnologías para facilitar el acceso a los bienes necesarios para realizar las exhibiciones, las elecciones según los gustos por ciertos estilos y la organización de sus tiempos y la de sus pares respecto a otras actividades cotidianas, como el trabajo.
El análisis de estas prácticas dancísticas revela la importancia que le dan los propios jóvenes como un lugar de encuentro y de divertimento con sus pares. Incluso como parte de sus proyecciones a futuro, como una pasión a desarrollar durante su vida adulta. Cabe mencionar que son juventudes que no quedan exentas de su contexto histórico y social; por ello, las tradiciones de sus familias migrantes aún son parte de sus trayectorias. Esto se ha evidenciado en los vínculos intergeneracionales en tanto a los gustos por cierta danza propia del lugar de origen de sus padres, como de las solidaridades existentes entre las generaciones que les posibilitan a los jóvenes continuar con estas prácticas.
A partir de lo expuesto, se sientan las bases para abordar a las juventudes rurales mostrando no sólo su heterogeneidad y diversidad en su interior, sino también en las prácticas que desenvuelven. El caso permitió demostrar que los jóvenes, si bien se dedican a la horticultura como parte de una estrategia familiar, desarrollan otras prácticas valoradas positivamente en sus trayectorias vitales y ocupan un lugar de relevancia en las mismas. Así, se logró visibilizar a las juventudes rurales desde otros ámbitos donde se desenvuelven, quitando la acepción de meros trabajadores agropecuarios por ser parte del espacio rural. Por ello, si bien no se pierde de vista la importancia del trabajo juvenil en las quintas hortícolas, el acercamiento a partir del modo en que se apropian de sus consumos culturales tradicionales, resulta pertinente para comprender quiénes son estas juventudes rurales y cómo se conforman como grupo social situado en el Partido de General Pueyrredón desde sus propias significaciones, abriendo nuevas posibilidades de abordaje sobre ellas.
Agradecimientos
Este artículo se enmarca en la beca doctoral Conicet (Argentina) y en la tesis de maestría en investigación en ciencias sociales (UBA) como parte del ciclo inicial del doctorado en ciencias sociales (UBA). Se enmarca también en el proyecto PIP Conicet 11220110100990 “Conformación histórica y movimientos poblacionales en los mercados de trabajo agropecuarios regionales”, dirigido por Susana Aparicio. Quiero agradecer especialmente a los evaluadores por sus valiosas recomendaciones y a los entrevistados por relatarme sus historias.
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Notas