Crisis en lo económico: las relaciones laborales, tecnológicas
Recepción: 30 Abril 2021
Aprobación: 12 Octubre 2021
Resumen: El artículo propone una mirada de la crisis y sus contradicciones como uno de los ejes estratégicos del capitalismo fragmentario, haciendo énfasis en sus formas espaciales, en específico de los spatial fixes y del despliegue espacial del poder infraestructural. Con esta base teórica y metodológica se analizan los sistemas vitales y las cadenas globales de aprovisionamiento frente al riesgo pandémico por covid-19 a escala mundial, lo cual nos permite argumentar sobre los vínculos entre crisis, desarrollo y fragmentación.
Palabras clave: crisis, desarrollo desigual, pandemia, capitalismo fragmentario, sistemas vitales.
Abstract: The article proposes an insight into the crisis and its contradictions as one of the strategic axes of fragmentary capitalism, emphasizing its spatial forms, specifically the spatial fixes and the spatial deployment of infrastructural power. With this theoretical and methodological basis, the authors analyze the vital systems and global supply chains in the face of pandemic risk from covid-19 on a global scale, which allows them to argue about the links between crisis, development, and fragmentation.
Keywords: crisis, uneven development, pandemic, fragmentary capitalism, vital systems.
introducción
La crisis es un concepto que se utiliza para dar cuenta de un amplio abanico de situaciones, procesos y temáticas; se aplica para diferentes escalas temporales y espaciales, con alcances muy variados y divergentes, por lo que no hay “nada más corriente, nada más usual que calificar de críticas a situaciones inesperadas del acontecer histórico [...] El concepto de crisis, tan a menudo esgrimido en nuestros días, quizás por su uso excesivo, ha caído en una suerte de incredibilidad”.1 Por lo tanto, se requiere trascender la descripción epidérmica de la crisis para buscar aproximarnos al carácter productivo y revolucionario que tiene dentro del desarrollo desigual, por lo que su capacidad analítica dependerá de la forma en que sea planteada teóricamente y como eje metodológico.
La mirada que nos interesa desarrollar parte de pensar la noción de crisis en un doble sentido: primero como un proceso histórico que se objetiva en la reproducción material y simbólica de las tramas de la realidad social, como una dinámica que implica una reestructuración transversal, con distintos grados de intensidad y profundidad, de las formas de organización social en sus diferentes escalas espaciales; y segundo, como estrategia metodológica de inteligibilidad de los propios modos de reproducción en sus distintas dimensiones económica, política y cultural, así como en sus sentidos más amplios y detallados.
De esta manera, podemos contrastar las expresiones de la crisis derivada por la emergencia sanitaria de 2020 y 2021 con el desarrollo fragmentario y desigual característico del posfordismo, identificando y analizando el papel contradictorio que tiene la propia crisis como actividad revolucionaria del sistema, pero también como posible obstáculo y limitante a la reproducción de éste. Así, podemos diferenciar cuando una situación de crisis compromete la viabilidad del sistema como proyecto civilizatorio o más bien impacta en ciertos sectores y procesos que, aunque con grandes efectos en la reproducción social, no implican ni marcan una tendencia de riesgo que ponga en duda la continuidad sistémica.
En este orden de ideas, nuestro objetivo principal es abordar la crisis como eje de realización del desarrollo desigual, centrando nuestra atención en el análisis de algunos de sus despliegues espaciales para resaltar su carácter contradictorio y revolucionario; así, en específico queremos discutir los spatial fixes2 y la fragmentación espacial mediante el poder infraestructural. Se trata de posicionar a la crisis como una apuesta metodológica para abrir líneas de reflexión sobre la pandemia del covid-19 en términos de desarrollo desigual, buscando dar cuenta de la gestión económica de la situación de crisis como una estrategia de afirmación del modelo de acumulación posfordista por medio del poder infraestructural.
Como parte de ese poder infraestructural, los “sistemas vitales”, representados por el complejo de las infraestructuras críticas y vulnerables que permiten la circulación de flujos estratégicos que sostienen la reproducción de los procesos de acumulación de capital, como también de la vida cotidiana en las distintas escalas (sistemas de agua, electricidad, de transporte, así como aquellos que soportan las grandes cadenas logísticas de aprovisionamiento propias del capitalismo fragmentario), son tratados con especial atención debido a ser ellos mismos muestra de las contradicciones centrales que se manifiestan en la crisis: como articuladores y facilitadores de la dinámica mundial, pero también como elementos vulnerables que, en el caso específico de la pandemia, son transmisores de enfermedades zoonóticas, así como elementos cuya disrupción afectan la reproducción de la vida normalizada.
El artículo se divide en cuatro apartados más unas conclusiones generales, en el primero se establece la noción básica de crisis, de sus contradicciones, de su papel nodal en la reproducción sistémica y como eje del desarrollo desigual. En el segundo se explica el capitalismo fragmentario a partir del poder infraestructural y los spatial fixes; con estas bases, en el tercero se discuten los sistema vitales y sus formas de contradicción desde el desarrollo desigual y su despliegue fragmentario. En el cuarto y último apartado abordamos de forma directa la situación de riesgo pandémico considerando para ello las disrupciones en las cadenas globales y en los sistemas globales.
bases conceptuales de la crisis, contradicciones y vínculos con el desarrollo desigual
En términos generales, podemos plantear que la crisis es una variación momentánea en un estado de las cosas que se percibe como estable, de tal forma que es algo objetivo, momentáneo o transitorio que puede valorarse.3 Sin embargo, nuestra intención es trascender esta noción de crisis para desdoblarla como un fenómeno constitutivo del orden social que expresa las contradicciones inherentes de la racionalidad sistémica; así, buscamos establecer una base conceptual desde la cual articular una mirada estructural de la crisis en el desarrollo desigual.
Lo primero es identificar los diversos alcances comprensivos de la crisis, es decir, qué tipo de procesos y/o situaciones se pueden analizar desde dicho concepto y sus posibles implicaciones en las diferentes dimensiones de la realidad social. En primera instancia, recuperamos la noción de crisis en relación con las condiciones de reproducción de la formación social:
Para Marx, el concepto de crisis hace referencia a la totalidad del proceso de reproducción de un sujeto social como proceso que tiene siempre una forma histórica determinada y que ha arribado a una determinada “situación límite”, una situación tal que el mantenimiento de la vida de este sujeto social –una vida históricamente formada o determinada– se vuelve de alguna manera imposible. Cuando continuar el proceso de reproducción implica un cuestionamiento esencial de su forma, entonces estamos en una situación de crisis [...] Cuando una forma histórica de la reproducción social ya no puede continuar porque ha dejado de asegurar la marcha de esa reproducción social que ella está formando, esta reproducción entra en crisis; entonces, junto con la imposibilidad de la forma vieja aparece la posibilidad de que otra forma del sujeto social entre en lugar de ella, de que haya una transformación revolucionaria.4
En un primer momento, esta perspectiva de la crisis apela al conjunto de situaciones que representan un obstáculo para la continuidad de la reproducción social, pero también refiere al orden que se genera como resultado de la presencia de los obstáculos; de esta manera, la crisis es uno de los motores de la transformación histórica de la vida social y de las formas que toma. La crisis es, entonces, un proceso dinámico cuyo sentido se define en las contradicciones de la praxis social.5
En un segundo momento, esta aproximación nos permite identificar cómo el sistema capitalista significa la concreción de una resolución específica al obstáculo inherente que la valorización del valor representa para la reproducción de la vida, produciendo una forma social que depende para su existencia y desarrollo de la realización del valor. El capitalismo, como racionalidad de acumulación, fragmenta la reproducción social al separar el carácter de productor y de consumidor del sujeto para rearticularlo posteriormente por medio del mercado, de tal manera que la riqueza social que produce el humano, por medio del trabajo social, sólo puede ser accedida a partir de la circulación mercantil.
Se trata de la crisis intrínseca de la contradicción entre la realización del capital y la de la vida que coloca a la supervivencia humana en estado permanente de fragilidad.6
Hablar de esta contradicción implica reconocer que el predominio expansivo del capital, la vida en su exuberancia de posibilidades y creaciones es sólo un medio y no un fin. Los seres humanos somos convertidos únicamente en portadores de fuerza de trabajo, y las creaciones naturales, en recursos aprovechables para la valorización.7
De esta manera, la circulación mercantil se constituye como el mecanismo de resolución de la crisis estructural de esta reproducción atomizada del sujeto, pero de forma defectuosa, limitando a los propios individuos en su capacidad de acción y reproducción.8
La “resolución” de la crisis estructural se constituye como la fuerza revolucionaria del capital, generando procesos permanentes de destrucción creativa que se despliegan en las desigualdades geográficas, históricas y sociales, como fundamento y expresión de sentido y continuidad sistémica.9 Lo anterior se traduce en que los aspectos que limitan la reproducción social y que la colocan en una situación de crisis, pueden constituir factores que funcionen para garantizar la circulación mercantil y la realización de la ganancia, por lo que una crisis en lo social no es equivalente a una del capital; sin embargo, como la formación social está subordinada a la dinámica de valorización, una crisis en este ámbito sí se manifiesta en el orden social,
[...] sólo si esta subordinación se debilita, funciona mal, entra en problemas, las crisis en el capitalismo son realmente crisis capitalistas: la explotación de los trabajadores, la extracción de plusvalor, entra en peligro; se pone en cuestión el cumplimiento del ciclo reproductivo de la sociedad como ciclo que depende de la reproducción de la relación capitalista de producción y consumo.10
Con esta formación social, la contradicción entre capital y vida se desdobla en una serie de situaciones de crisis de orden económico, social, cultural y político, y aunque éstas no necesariamente comprometen la reproducción sistémica, sí se traducen en coyunturas que dificultan la reproducción social de los sujetos. Es evidente que saber si una serie de situaciones representan una crisis estructural o si sólo se trata de una sectorial y/o coyuntural, cuyos impactos no comprometen el funcionamiento y la continuidad sistémica, por muy agudas que puedan ser algunas de sus expresiones, no es algo que se puede identificar en el propio proceso de la crisis, ya que no es algo que “contenga” de antemano la crisis, sino que dependerá de su desenvolvimiento contradictorio en la praxis social, es decir, se trata de un resultado del devenir histórico y será desde la propia mirada histórica que se podrá dimensionar y juzgar a la propia crisis como fenómeno de afirmación sistémica o de transformación.
Esta apuesta metodológica nos permite visibilizar y vincular analíticamente la producción de espacios fragmentarios, a partir del poder infraestructural, como una estrategia de gestión de la crisis y el desarrollo desigual; así, como señala Neil Smith:
La diferenciación del espacio geográfico adquiere muchas formas, pero en el fondo expresa la diferenciación social que funda la definición del capital: la relación capital-trabajo. En la medida en que el desarrollo desigual se convierte en una necesidad creciente para evitar las crisis, la diferenciación geográfica deviene menos uno de los subproductos del capital y se convierte en una de sus necesidades centrales. La historia del capitalismo no es sólo una cuestión cíclica, sino también una profundamente progresiva, y esto ha quedado bien grabado en el paisaje. Dado que las crisis cíclicas no erradican las contradicciones del sistema y no hay mecanismo que atenúe la caída de la tasa de ganancia, el desarrollo desigual del capitalismo y el proceso de acumulación se vuelven más intensos, y con ellos las tendencias a la diferenciación y la igualación. Esta fragilidad en la lógica económica del desarrollo desigual se observa con claridad en las crisis, cuando la urgente necesidad de reestructurar el espacio geográfico se ve bloqueada por los patrones existentes del mismo desarrollo desigual.11
Desde este abordaje a la crisis estructural y su “resolución” a partir de la circulación mercantil, reconocemos que las redes infraestructurales tienen un papel estratégico tanto en el momento de despliegue de los spatial fixes, como en los arreglos que se generan a partir de éstos. Así, podemos establecer que los procesos de fractura y rearticulación espacial se realizan en y por medio de las infraestructuras.
la centralidad del poder infraestructural y los spatial fixes en el régimen posfordista
Consideramos que las infraestructuras no se inscriben únicamente en el ámbito de las interconexiones territoriales, las comunicaciones y las formas de circulación de capital y de flujos diversos de mercaderías y personas, aunque respondan a todo ello, sino que también lo hacen en la dimensión de la praxis y la racionalidad geopolítica, en un sentido profundo de gobierno del espacio social, permitiendo el ejercicio efectivo del poder. Como “sistemas socio-técnicos” también constituyen a la práctica geopolítica, al tiempo que permiten contravenirla,12 por lo que el imperialismo, el colonialismo, la expansión territorial y las formas de dominio sobre las poblaciones, dotan a éstas de un sentido abiertamente biopolítico en el que tanto la regulación de la vida, que surge a partir del límite que ésta impone a la política,13 como la producción de vidas apegadas a la normalidad capitalista, así como la necesidad de procurar la circulación y acumulación incesante de capital, son el leitmotiv de la producción de las infraestructuras vitales.
Denominamos a ello poder infraestructural, retomando una propuesta anterior,14 pero también atendiendo a que consideramos que estos desarrollos se encuentran inmersos en el ámbito de las representaciones del espacio, aquellas que de acuerdo con Lefebvre se corresponden con el “espacio concebido”,15 que se equipara con la planificación espacial, propio ante todo de los (geo)estrategas.16Pero también apuntamos a la funcionalidad de este poder como parte esencial de aquello que Harvey denominara como spatial fixes. En su acepción original, este concepto refiere a dos ejes interrelacionados de forma contradictoria y dialéctica.
Por una parte, como “arreglos espaciales”, es decir, como grandes reajustes que deben darse en el contexto de momentos altamente convulsos, identificados como puntos de crisis, que orillan a la reestructuración del modo de regulación y el modo de acumulación frente a la desvalorización del espacio edificado y las infraestructuras físicas y socio-institucionales que fungen como el sostén de las dinámicas de producción, circulación y acumulación de capital. Por la otra, como “fijos espaciales”, es decir, como capital inmovilizado en el espacio cuya función es precisamente permitir la circulación y la movilidad de capital, así como de flujos estratégicos complementarios (como la propia movilidad de la fuerza de trabajo) que permiten la continuada reproducción capitalista pero que, en un momento de dificultades, también pueden constituir un obstáculo para la superación de las contradicciones presentes. Como es posible observar, las infraestructuras en realidad se encuentran en el centro de estos spatial fixes.
Desde finales del siglo XIX, ciertos desarrollos infraestructurales comenzaron a ser concebidos como “sistemas vitales” para el funcionamiento de las ciudades y de los Estados en general.18 Para inicios del siglo XX, la reflexión sobre la vulnerabilidad de dichos sistemas fue avanzando, al ser percibidos como objetivos de riesgos potenciales de sabotaje, pero también como susceptibles de ser dañados por eventos fortuitos cuya ocurrencia afectaría gravemente el desarrollo normal de la socialidad cotidiana. Ante todo, los sistemas de transporte y de energía fueron ubicados en el centro de las ecuaciones de seguridad y protección que para entonces se planteaban.19
La experiencia de las dos guerras mundiales llevó a reflexionar sobre la vulnerabilidad de estos sistemas vitales frente a la posibilidad de ataque extranjero, así como a plantear la necesaria afectación a aquellos sistemas de las potencias enemigas y sus aliados. Durante el periodo de Guerra Fría, estas preocupaciones se incrementaron y derivaron, sobre todo en Estados Unidos y la Unión Soviética, en respuestas institucionales y planes, y protocolos de emergencia que se dirigían a procurar evitar una afectación a estos sistemas, a minimizarla en caso de que algún ataque hubiera ocurrido, e incluso a plantear un sistema resiliente que fuera capaz de reconstituirse una vez que algún acto intencional hubiera logrado afectar gravemente las infraestructuras estratégicas.
En Estados Unidos, los preparativos frente a un ataque con capacidad de inutilizar los sistemas vitales, las comunicaciones y las interconexiones estratégicas, concebían toda una movilización civil que debía rearticularse en torno a zonas o regiones núcleo de “autogobierno”, aun cuando no tuvieran comunicación con el resto, gestando esa dimensión resiliente que, en el mediano plazo, pudiera permitir la reconexión de toda o buena parte del territorio y la cadena de mando.20 El riesgo de ataque nuclear tuvo un papel central en estas ecuaciones.
Esta percepción sobre la vulnerabilidad y la necesidad de proteger los sistemas vitales, llevó, en Estados Unidos cuando menos, a desarrollar todo un enfoque socio-institucional sobre la “administración de la emergencia”, basada en la creación de instituciones, agencias, protocolos y capacidades de actuación e intervención continua, que no requiere de interrumpir la “normalidad democrática” a partir de decretos extraordinarios, de estados de emergencia o de necesidad, sino que, respondiendo a la instauración de facto del Estado de seguridad nacional, se consolidan como una capa de acción y reacción permanente frente a cualquier amenaza, riesgo o emergencia que se presente en cualquier momento y lugar.21
Para las décadas de 1960 y 1970, un cambio comenzó a gestarse en la percepción sobre la vulnerabilidad y, por lo tanto, en los planteamientos de aseguramiento de los sistemas vitales. Por una parte, comenzaron a presentarse reflexiones en torno a la potencial afectación que pudiera presentarse como consecuencia de hechos no intencionados, pero con alto potencial disruptivo, derivados de las propias contradicciones de la vida moderna, del progreso y los procesos de desarrollo y modernización. Al contrario de aquellas actividades de sabotaje (amenazas internas) o ataques, incluso nucleares (amenazas externas), estos riesgos provienen del propio funcionamiento y normalidad de las formas de socialización vigentes, por lo que se encuentran en la sintonía de lo que Ulrich Beck concibiera como la sociedad del riesgo.22
En esta nueva etapa, las categorías de “desastres naturales”, “afectaciones a la salud pública” y, derivado de éstas, “protección de infraestructura” cobran una centralidad que se equipara con aquella propia de las concepciones de seguridad militar. De esta manera, el “gobierno de las emergencias” se localiza en el centro de estas ecuaciones de protección de los sistemas vitales frente a eventos no predecibles, en principio, pero que se presentan con cada vez mayor frecuencia.23 Los riesgos representados por los procesos epidémicos y pandémicos fueron desde entonces concebidos como parte esencial de estas nuevas emergencias ante las cuales se debía plantear toda una lógica de gobierno y control que impidiera, o minimizara, la afectación hacia los sistemas vitales, algo a lo que volveremos más adelante.
Por otra parte, si estos elementos refuerzan la noción de un poder infraestructural, es su función en la reestructuración del capitalismo contemporáneo y el tránsito del régimen fordista al posfordista lo que robustece la centralidad del concepto y de la dinámica a la que refiere. La serie de reajustes espaciotemporales junto con la desvalorización y la producción de (nuevos) fijos espaciales, colocan a la infraestructura en el centro de la nueva dinámica de producción, circulación y acumulación de capital, sobre todo cuando una racionalidad logística acapara el escenario de las conceptualizaciones estratégicas y de seguridad en la escala mundial.24
La crisis de sobreacumulación de la década de 1970 conllevó también un profundo reajuste espaciotemporal, en el sentido de los spatial fixes a los que hicimos referencia. En esa tónica, tanto nuevos arreglos espaciales como nuevos fijos espaciales fueron inaugurados para dar viabilidad tanto al sistema productivo como al sistema de circulación que para entonces se encontraron con graves dificultades para continuar con su adecuado funcionamiento. En el caso específico de los reajustes espaciales, éstos derivaron en la fragmentación y segmentación de la cadena de producción, la reterritorialización de numerosos procesos productivos en la escala mundial, la redefinición de las relaciones capital-trabajo-vida en numerosas regiones y escalas, así como en la centralización de actividades estratégicas de planeación, contaduría y finanzas, en ciertos lugares que se convirtieron en nodos estratégicos dentro de grandes mallas espaciales extendidas por diversos territorios.
Como señala Neil Smith,25 estos procesos agravaron los patrones de desarrollo desigual y diferenciado de los últimos cien años pero que ahora se constituyeron ya no en consecuencias del avance capitalista en el mundo, sino en los pilares estratégicos para su propia reproducción. La fragmentación, la diferenciación espacial y el desarrollo desigual, se constituyen en la condición sine qua non para los procesos de producción, reproducción y acumulación de capital, impactando en todos los aspectos de la vida moderna.
Ante estas múltiples fragmentaciones, las infraestructuras, como tecnologías de nivelación, articulación y gobierno espacial se constituyen en ejes neurálgicos de la dinámica posfordista. La racionalidad logística del capitalismo contemporáneo, que privilegia el aseguramiento de las cadenas globales de aprovisionamiento y de las infraestructuras críticas que las soportan,26 por lo tanto también produce una nueva concepción de sistemas vitales que no se circunscriben a la escala estatal-nacional, sino que en realidad componen un complejo entramado de mallas extendidas en distintas escalas y en diversos territorios –lo que podemos llamar una forma trans-escalar y multi-territorial– que permiten el funcionamiento de los sistemas de producción y circulación, por otra parte cada vez más imbricados entre sí.
Estos sistemas vitales (comunicación, energía, transporte, finanzas) son también el centro de ese poder infraestructural al que nos referimos. Retomando la noción de Michael Mann, quien la emplea para referirse a la capacidad que permite al Estado “penetrar a la sociedad” y para ejecutar “logísticamente” las decisiones políticas por todo el territorio estatal, afirmando que “el aumento en penetración infraestructural ha elevado dramáticamente la penetración territorial”.27 Con ello en mente, planteamos que la dinámica posfordista se basa en un incremento del poder infraestructural no solamente del Estado, sino de los grandes capitales trasnacionales que, por una parte, lo emplean para incrementar su capacidad de intervención y control territorial mientras, por la otra, lo utilizan como tecnología de nivelación e igualación espacial frente a la dinámica de múltiples fragmentaciones y diferenciaciones imperantes.
La administración de la emergencia susceptible de afectar a los sistemas vitales, por lo tanto, no solamente ha transitado desde una concepción tradicional del sabotaje y el ataque externo hacia una de riesgos emanados de la modernidad imperante, sino que también ahora se centra en la necesaria protección de un sistema infraestructural transescalar y multiterritorial que sostiene la reproducción rutinizada y cotidiana del capitalismo contemporáneo. En ese ámbito, tanto las amenazas tradicionales como aquellas derivadas de los “desastres naturales” y los “riesgos a la salud pública” se materializan con fuerza. Nos centraremos ahora en la discusión de estas dinámicas, especialmente en aquellas relacionadas con las disrupciones derivadas de los llamados riesgos sanitarios.
las contradicciones de los sistemas vitales: riesgos y amenazas en el funcionamiento del capitalismo fragmentario
Con la producción de las mallas espaciales jerarquizadas, que sostienen a los sistemas de producción y circulación en la actualidad, también se inauguraron nuevas estrategias de aseguramiento y control, dirigidas a procurar el funcionamiento ininterrumpido de los sistemas vitales, así como de vigilar los flujos que atraviesan diariamente por medio de éstos, tratando de impedir o minimizar al máximo cualquier riesgo de interrupción, así como imprevistos con potencial disruptivo. Ello recoge los planteamientos tradicionales (sabotajes y ataques premeditados) pero así también la nueva administración de la emergencia que, como hemos visto, surge con fuerza a partir de la década de 1960.
De la protección de fronteras y perímetros estratégicos, nociones que prevalecieron durante el fordismo, se pasa a la concepción de las “costuras globales” y la necesidad de asegurar una “zona liminal entre el adentro y el afuera, donde las viejas divisiones no operan”. En esta costura, “la frontera entre autoridad policiaca y militar se desvanece y, así también, la línea entre crimen y terrorismo.28 Ello indica que la hipervigilancia de estos espacios que se extienden entre y más allá de las fronteras políticas, en una nueva geopolítica de la fragmentación, es una tarea estratégica para el propio funcionamiento de los sistemas vitales; es decir, que el poder infraestructural demanda a su vez de modalidades de vigilancia, aseguramiento y control extremos que permitan su correcto y continuado funcionamiento, para poder ejercer sus funciones de penetración territorial y de gobierno del espacio social. En palabras de Cowen:
[...] la seguridad de los sistemas vitales posee una geografía en forma de red en lugar de la forma territorial nacional. Estos sistemas vitales funcionan en virtud de su conectividad, que es a menudo supranacional. Ello se encuentra en marcado contraste con las viejas formas –“soberanía estatal” y “seguridad poblacional”–, ambas engendradas por el espacio nacional [...] Las cadenas de aprovisionamiento juegan un papel único en la reorganización de la seguridad debido al cálculo de mercado dentro del gobierno neoliberal.29
En términos de seguridad, la mayor contradicción de las formas fragmen-tarias emanadas del régimen posfordista, es que éstas se encuentran expuestas a múltiples amenazas y riesgos que comprometen su funcionamiento a lo largo de toda la cadena global, implicando por ello la necesidad de aumentar la vigilancia y la necesidad de aseguramiento. Desde la posible disrupción propiciada por sabotajes, huelgas, disturbios y ataques directos, hasta la piratería y el bloqueo (intencional o no) de vías de acceso, son los riesgos que enfrentan los sistemas vitales y que cuestionan al propio poder infraestructural.
No obstante, debemos detenernos en la vulnerabilidad que deviene no de un acto intencionado de ciertos sujetos para propiciar una interrupción en el funcionamiento de esos sistemas, sino en la alteración a ese mismo funcionamiento que proviene de las propias contradicciones que se han engendrado en el seno del funcionamiento rutinario y normalizado del capitalismo mundializado. 2020 será recordado como el año en que, entre otras tantas cosas, un patógeno (SARS-CoV-2) propició una serie de disrupciones en el funcionamiento de los sistemas vitales y, por lo tanto, una parálisis en muchas de las cadenas logísticas de aprovisionamiento global, lo cual tuvo consecuencias en las tramas del capital y sus imbricaciones en la reproducción de la vida en escala mundial.
Aunque percibido desde muchas interpretaciones como una calamidad natural, o cuando menos ajena a la propia dinámica social o, en otro caso, como propia de realidades alejadas de Occidente que impactaron desafortunadamente en la normalidad mundial, la pandemia del nuevo coronavirus es en realidad parte de la propia dinámica moderno-capitalista. Desde –cuando menos– el Neolítico se tienen registros de enfermedades zoonóticas y brotes epidémicos derivados del sedentarismo, condiciones de hacinamiento poblacional y la utilización de animales de corral y pastoreo, criados dentro de los propios asentamientos humanos, que en muchas ocasiones incluso derivaron en la desaparición, desintegración o fragmentación de grandes imperios o de comunidades extensas altamente complejas en su forma de organización social.30
Por tanto, es lógico pensar que si desde etapas tan tempranas en la historia de la humanidad ya se presentan este tipo de procesos, éstos no dejan de ocurrir en lo sucesivo y, por el contrario, aumentan su frecuencia tanto como su magnitud. Ya Foucault observaba cómo los dispositivos de seguridad que surgen y se consolidan con la estatalidad moderna a partir del siglo XVII, tienen como objeto de aseguramiento, control, vigilancia y regulación a la población, por lo que se dirigen a la calle (la ciudad), al grano (la escasez) y al contagio (la epidemia) en aras de maximizar la capacidad de gobierno sobre ella, pero también de propiciar las condiciones de posibilidad para su reproducción en una forma normalizada, regularizada y predecible. La ciudad se presenta como el escenario, la circulación (desplazamientos múltiples) como el problema, la población como la entidad que debe ser regulada y la voluntad soberana como el eje del gobierno que se emparenta con la economía política como el saber de gobernar.31
El contagio –la epidemia– es, entonces, una preocupación de los dispo-sitivos de seguridad y de la praxis de gobierno que a partir de entonces se instituyen, porque en la escala urbana y luego en el ámbito estatal-nacional, se presentan como problemas y límites a la capacidad de intervención, regulación y dirección de la población. De ahí que, en primera instancia, no sea raro que los brotes epidémicos sean parte de la propia dinámica social, política, económica e institucional en la modernidad y que, en segunda, se haya transitado al modelo de administración de emergencias que antes hemos mencionado, aunque éste sea altamente diferenciado dependiendo del espacio concreto donde se emplee.
Ahora bien, tanto en el caso de los brotes epidémicos como en aquellos que se transforman en pandémicos, debemos comprender que, como afirma Andrew Lakoff, “la categoría técnica y administrativa de emergencia de salud sanitaria global es un producto no solamente de formas de interacción humanas-ecológicas a partir de las cuales nuevos patógenos emergen, sino también de marcos científicos y prácticas gubernamentales que buscan conocer y administrar esos patógenos”,32 tanto como las propias interacciones socioecológicas, en aras de procurar, en principio, la continuación de la normalidad imperante sin que se vea afectada por grandes disrupciones y, en segundo lugar, inscribir las alteraciones derivadas de esta situación en los marcos socioinstitucionales preestablecidos desde un punto de vista abiertamente tecnocrático.33 Así, las epidemias y pandemias se alejan cada vez más de la naturalidad con que son observadas normalmente, para inscribirse no solamente en la propia normalidad imperante, sino también en la lógica de gobierno y administración vigentes.
Si centramos la mirada en las infraestructuras, muchas de las cuales conforman los sistemas vitales que mencionamos, y las relacionamos con estas emergencias sanitarias que Foucault y Lakoff observan como centro de las tecnologías de gobierno, podremos también comprender la relación intrínseca que existe entre ambas. Genese Marie Sodikoff analiza cómo las infraestructuras de la expansión capitalista, que sostienen la reproducción rutinizada en la escala mundial y, por ello, de muchas de las tramas de la vida cotidiana, son al mismo tiempo de transmisión zoonótica, por lo que propone comprenderlas como “infraestructuras multiespecies”, debido a que por ellas no solamente transitan flujos propios de las actividades humanas, sino también un complejo diverso de especies, entre ellas patógenos, que se diseminan, se reproducen y magnifican su impacto por medio de los propios sistemas vitales y sus conjuntos. Contenedores, carros de ferrocarril, buques y puertos marítimos, aéreos e internos, a la vez que conforman el esqueleto de la racionalidad logística del capitalismo mundial, también fungen como vías de transmisión epidémica34 y, por tanto, como facilitadoras de la formación de pandemias.
Como en el modelo de administración de la emergencia que referimos, esta contradicción propia de las infraestructuras y los sistemas vitales es el centro de la reflexión y las praxis de aseguramiento pero, al mismo tiempo, también representa uno de los elementos más disruptivos para la adecuada función que estas producciones deben desempeñar. Tal y como Foucault observara que la circulación se encontraba en el centro de la problemática en la ciudad, ahora este mismo ámbito se encuentra en el centro de las preocupaciones, pero ahora no solamente en una escala específica, sino que su impacto es en realidad trans-escalar y multi-territorial, como la misma conformación de los sistemas vitales. La preocupación que surgiera en los siglos XVIII y XIX sobre procurar un gobierno efectivo y eficiente que no cayera en “excesos” que impidieran el correcto funcionamiento del mercado, volvió a surgir en 2020 en torno a la necesidad de controlar la forma pandémica, pero, al mismo tiempo, procurar el funcionamiento normal de los sistemas vitales.
Los cierres programados, el confinamiento y el distanciamiento social, como estrategias de contención y de prevención de los contagios, que se extendieron por buena parte de los países, cobraron factura de inmediato en la forma de interrupciones al buen funcionamiento de las infraestructuras estratégicas y la racionalidad logística que les sostiene. Aunque previsto décadas atrás, esta situación también puso a prueba los sistemas de seguridad que en teoría estaban dispuestos para evitar disrupciones mayores. Como consecuencia, ahora tenemos una serie de afectaciones que, como hemos insistido, no deben ser observadas como consecuencias no deseadas o como calamidades extra-sociales, sino como parte central de la crisis radical en la que nos encontramos.
riesgo pandémico y disrupciones en las cadenas globales y los sistemas vitales
La Organización Mundial de la Salud (OMS) caracterizó a la propagación del SARS-CoV-2 y la extensión de la covid-19 como una pandemia el 11 de marzo de 2020,35 inscribiendo el acontecimiento en los parámetros tecnocráticos preestablecidos, en la búsqueda por administrar al patógeno y por reducir los impactos que éste podía tener en la dinámica mundial, acorde con el sentido de administración de la emergencia que hemos visto. A pesar de ello, e incluso pese a que en algunos países como Estados Unidos se había ensayado en esa dirección, la pandemia ha afectado, desde entonces, numerosas dinámicas en distintas escalas y diversos territorios, manifestándose fuertemente en los ámbitos de la producción y, sobre todo, de la circulación, donde las disrupciones en las cadenas globales y la parálisis de los sistemas vitales no se hicieron esperar.
Lo que hemos atestiguado, sin embargo, no ha sido el surgimiento de una crisis a partir de la pandemia, sino cómo ésta agudizó algunas de las contradicciones existentes, específicamente relacionadas con la racionalidad logística y el funcionamiento de los sistemas vitales, exaltando las vulnerabilidades del propio poder infraestructural; pero, al mismo tiempo, permitiéndole replantear algunos de sus elementos en la búsqueda por corregir el rumbo. En el mismo sentido, también se ha observado que, a pesar de las grandes disrupciones y afectaciones, en el mediano plazo la tendencia incremental de diversos flujos se ha recuperado desde el segundo trimestre de 2020, cuando se observaron las mayores afectaciones en distintos ámbitos y sectores.
Las formas fragmentarias del régimen de regulación posfordista son parte de los spatial fixes que permitieron la reestructuración capitalista después de la crisis de acumulación de la década de 1970. Estas mismas, no obstante, comportan un cúmulo de contradicciones que a la vez que potencian un sistema productivo y un sistema circulatorio en distintas escalas, con especial énfasis en la escala mundial, por otra parte, también se han mostrado especialmente vulnerables a las disrupciones derivadas de la pandemia. De las 500 corporaciones enlistadas en Forbes 500, 200 (40% del total) tienen presencia en Wuhan, la capital de Hubei, China, donde se presentó en primera instancia el brote de SARS-CoV-2. Ello ha impactado de primera mano la articulación logística y el buen funcionamiento de los sistemas vitales que no pudieron reaccionar en esa dimensión resiliente y efectiva que se había planteado en la lógica de la administración de la emergencia.36 En este sentido, el Institute for Supply Management informó en una fecha tan temprana como marzo de 2020, que 75% de las corporaciones había reportado disrupciones en sus cadenas globales de aprovisionamiento; 80% esperaba algún tipo de impacto negativo; y alrededor de 16% esperaba un impacto negativo en sus ganancias de alrededor del -5.6 por ciento.37
Un informe de Deloitte, que contiene entrevistas a directivos de grandes corporaciones, plantea un grave escenario de vulnerabilidad frente a situaciones altamente disruptivas como la pandemia: 94% de las corporaciones están expuestas a que alguna parte de la cadena experimente algún tipo de disrupción en tan sólo 24 horas; sólo 53% tiene planes de respaldo y emergencia frente a disrupciones; 49% tiene capacidad de continuar operaciones en caso de que acontezca una eventualidad en alguna parte de la cadena; 20% iría a la bancarrota dentro de los 24 meses siguientes de que ocurriera una disrupción de moderada a grave en su cadena logística.38
En términos generales, el comercio internacional de mercaderías se vio afectado durante 2020; no obstante, la recuperación dio inicio para finales de ese año y continúa en 2021 (OMC, 2021); con los datos disponibles, también puede observarse en cada una de las regiones del mundo un retroceso generalizado en 2020 (Gráfica 1). Las inversiones directas sí han sufrido una disminución importante que continuará durante 2021 (UNCTAD, 2021).

En relación directa con los sistemas vitales y la racionalidad logística, el primer trimestre de 2020 fue testigo de una importante caída en los volúmenes de carga marítima y aérea, lo que impactó fuertemente el desempeño de los flujos internacionales de mercaderías, pero también aquellos de capitales. Tomando como base el Índice de Manejo de Contenedores (IMC) del Institute of Shipping Economics and Logistics, puede observarse una grave afectación en los puertos chinos durante el primer trimestre de 2020 que, no obstante, se recuperan rápidamente para el segundo y tercer trimestre, comenzando en 2021 con un gran repunte. Caso contrario se refleja en los puertos no-chinos, donde el impacto ha sido más prolongado y la recuperación más lenta, correspondiéndose con los fuertes patrones de desarrollo desigual, pero así también a las medidas de respuesta ante la emergencia, más eficientes en China que en los países occidentales (Gráfica 2).

En relación con la carga aérea, ésta también experimentó una fuerte reduc-ción durante 2020, respecto de los volúmenes anteriores y de los esperados, lo que ha mantenido a las aerolíneas bajo fuerte presión financiera, llevando a muchas de ellas, como es de conocimiento público, a la quiebra o a medidas extremas de reestructuración financiera, afectando también gravemente a la fuerza laboral.

Las afectaciones en los sistemas vitales muestran su carácter dual y contradictorio. Por una parte, como un poder infraestructural que funge como nivelador e igualador en el espacio del capitalismo fragmentario de marcado desarrollo desigual, lo cual permite la propia reproducción del sistema mundial,39 mientras, por la otra, como formación vulnerable y crítica cuya disrupción en su funcionamiento normal, pone en cuestionamiento numerosos procesos de reproducción tanto de la dinámica de acumulación de capital, como de la reproducción de la vida en distintas escalas y diversos lugares.
En última instancia, su función como infraestructuras multiespecies que permiten la transmisión de enfermedades zoonóticas,40 como la covid-19, acentúan su carácter abiertamente contradictorio. Como spatial fixes, son resultado de los ajustes necesarios que la crisis produce como forma de reestructuración estratégica, al mismo tiempo que fungen como fijos espaciales que posibilitan también la expresión contradictoria del capitalismo contemporáneo.
conclusiones
Con base en esta discusión, pensamos que las situaciones asociadas con la pandemia nos permiten diferenciar analíticamente las crisis estructurales del sujeto respecto a las crisis del capital, abriendo caminos de reflexión sobre las formas en que la realización de la lógica del capitalismo se impone como necesidad a la propia reproducción de la vida, lo cual, consideramos, puede ser discutido desde la idea de la contradicción, ya que aunque el capital necesita de la vida, su racionalidad reproductiva la limita y la condiciona. De esta manera, lo que pareciera significar una situación de emergencia en la circulación mercantil es gestionada para que se desdoble como una crisis de la reproducción del sujeto social en todos los órdenes, pero que no implique fracturas en la condiciones de acumulación y rentabilidad. Haciendo un ejercicio de desdoblamiento de esta idea, podríamos plantear, como premisa a debatir en futuras reflexiones, que el desarrollo desigual posfordista en su gestión del aseguramiento de los sistemas vitales y las cadenas globales de reproducción sistémica despliega formas de interrumpir, incluso de anular, flujos de economía familiar que permiten el acceso a bienes y servicios básicos.
Consideramos que la pandemia abre escenarios posibles de análisis sobre el carácter destructivo creativo de las crisis económicas como ejes de reestructuración del capital, proceso que implica la regulación de las contradicciones por medio, entre otras cosas, del despliegue espacial fragmentario del poder infraestructural, tesis que necesita confrontarse con evidencias concretas que permitan reconocer la relación dialéctica y mutuamente reproductiva entre la crisis y el desarrollo desigual. Al respecto, Neil Smith señala que “un neoliberalismo en crisis no traerá consigo el final del desarrollo desigual, por el contrario, significará su intensificación. Como observó Marx tiempo atrás, el capitalismo es extraordinariamente ingenioso para transformarse frente a la crisis”.41
El despliegue del desarrollo desigual representa la realización de la crisis como instrumento de subordinación de la forma social a la racionalidad capitalista, de tal manera que las condiciones que suponen un riesgo son “trasladadas” del campo de funcionamiento sistémico al de la reproducción social; las crisis se materializan en la vida cotidiana de las personas, en su acceso a bienes productivos y de consumo, incluso la propia existencia es puesta en entredicho, pero esto no afecta (y ahí el papel estratégico de la gestión de la crisis) la viabilidad inmediata del sistema. A partir del aseguramiento de los sistemas vitales y las cadenas de aprovisionamiento, el posfordismo instrumentaliza la crisis como motor de reproducción, no se traduce en ningún tipo de bienestar social, todo lo contrario, las desigualdades, la pauperización, la segregación y la exclusión se intensifican, tanto por la pandemia como por la afirmación del posfordismo como proyecto dominante.
En esta línea argumentativa, consideramos relevante recuperar la idea de Judith Butler42 respecto a que son los procesos de desigualdad social y económica los que permiten que el covid signifique un factor de discriminación y de diferenciación de las vidas que merecen ser vividas a expensas de los otros, lo cual nos parece que apuntala la tesis de que el capitalismo fragmentario busca instrumentalizar las crisis de vida como medio de desarrollo desigual y de afirmación de su racionalidad de acumulación como vector constitutivo del orden social. Así que aproximarnos a las realidades contradictorias generadas por la pandemia por covid-19 nos evidencia el potencial analítico y metodológico de la crisis y sus contradicciones como mediación estratégica del capitalismo fragmentario y del desarrollo desigual.
Referencias
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Notas