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Casas tomadas. Habitabilidad, comunidad y espacios públicos en tiempos de pandemia
Rafael Delgado; Valeria Falleti
Rafael Delgado; Valeria Falleti
Casas tomadas. Habitabilidad, comunidad y espacios públicos en tiempos de pandemia
Subverted spaces Public space and the community in times of pandemics
Política y Cultura, núm. 56, pp. 107-129, 2021
Universidad Autónoma Metropolitana
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Resumen: Reflexiones en torno a la pandemia que se suscitó desde marzo de 2020. Si bien las transformaciones ocurridas en este contexto pandémico son amplias y remiten a procesos sociales, subjetivos, familiares, laborales, económicos, nos detenemos en los cambios sucedidos en el espacio público y en la comunidad. Trabajamos estas categorías a partir de la habitabilidad (la casa), del exterior como amenaza, del contagio, de la inmunidad y del otro, y reflexionamos desde una aproximación conceptual, con testimonios y experiencias. Damos cuenta también de la dinámica de un capitalismo que no descansa y de la clase social en esta problemática.

Palabras clave: pandemia, espacio público, habitabilidad (casa), ciudad, comunidad.

Abstract: Reflections on the pandemic that arose since March 2020. Although the transformations that have occurred in this pandemic context are extensive and refer to social, subjective, family, work, and economic processes, we will focus on the changes that occurred in the public space and in the community. We work on these categories based on habitability (the house), from the outside as a threat, from contagion, from immunity and from the other, and we reflect from a conceptual approach, with testimonies and experiences. We also realize the dynamics of a capitalism that does not rest and of the social class in this problem.

Keywords: pandemic, public space, habitability (home), city, community.

Carátula del artículo

Impactos de las crisis en la convivencia social

Casas tomadas. Habitabilidad, comunidad y espacios públicos en tiempos de pandemia

Subverted spaces Public space and the community in times of pandemics

Rafael Delgado
UAM-Xochimilco, México
Valeria Falleti
UAM-Xochimilco, México
Política y Cultura, núm. 56, pp. 107-129, 2021
Universidad Autónoma Metropolitana

Recepción: 30 Abril 2021

Aprobación: 12 Octubre 2021



Los primeros días nos pareció penoso, porque habíamos dejado muchas cosas en la parte tomada, muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene extrañaba unas carpetas, un par de pantuflas que tanto la abrigaban en invierno [...] Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
—No está aquí.
Y era una cosa más de las que habíamos perdido al otro lado de la casa.

Fuente: Julio Cortázar, Casa tomada

introducción

En este texto reflexionamos sobre las vicisitudes culturales, espaciales, económicas, comunales acontecidas a partir del decreto de la Organización Mundial la Salud (OMS) en 2020 por el que se estableció una pandemia a escala mundial. Como habitantes de la Ciudad de México en tiempos de pandemia, reflexionamos a partir de una serie de referencias testimoniales, periodísticas, literarias y académicas.

Recorremos un camino que toma a la emergencia sanitaria como acontecimiento que devela una serie de problemáticas ya existentes en torno al espacio público, las condiciones de habitabilidad y la necesaria e imposible relación con el otro, condición constitutiva de la subjetividad, la cual se ve agudizada con las circunstancias propias de la pandemia por covid-19. Trabajamos con testimonios, con la propia experiencia de quienes escribimos y vivimos esta situación con nuestras familias e hijos, como testigos de esta situación pandémica que no acaba y se transforma. En ese sentido, asumimos una postura crítica para cuestionar las formas ideológicas mediante las cuales se han naturalizado las condiciones en que se vive la pandemia. Así, esta es una apuesta no por una descripción ascética de la realidad sino como una responsabilidad con la transformación social.

Asimismo, para esta reflexión es importante dar cuenta de las condiciones en que sucede, es decir, es preciso abordar las dinámicas propias de un capitalismo que no descansa, así como de las condiciones de clase social que se agudizan en esta problemática. Nuestro objetivo con este trabajo ha sido buscar otra forma de abordar los impactos que la pandemia ha tenido en los grupos y las maneras particulares de convivencia en la Ciudad de México, con el fin de proporcionar otras perspectivas a partir de referencias de la psicología social, la filosofía, el psicoanálisis y la arquitectura.

condiciones pandémicas

En marzo de 2020, ante el incremento y propagación de los contagios por covid-19, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró una pandemia a escala mundial. Los mandatarios de los distintos países debieron gobernar en escenarios sanitarios, políticos y económicos signados por una alta incertidumbre. Las estrategias nacionales fueron diferentes según los países y los gobiernos; mientras algunos tuvieron políticas y estrategias de mayor protección con importantes restricciones, otros ensayaron un manejo de los contagios con una mayor exposición con el postulado de una posible generación de “inmunidad colectiva”. Es decir, a mayor cantidad de casos de contagios se esperaba generar, naturalmente, cierta inmunidad. Sin embargo, las experiencias demostraron que las medidas restrictivas como el aislamiento social, y las de cuidado como la sana distancia y el uso de cubrebocas eran necesarias y efectivas.

En lo que parecen coincidir las políticas a escala global es en la moralización de los contagios como una estrategia que pone en el centro de la discusión pública las condiciones en que sucedió el contagio, es decir, colocando a la posibilidad de contagio como responsabilidad de cada ciudadano, toda vez que la esfera de lo público se vio restringida. Es decir, contagiarse o no pareció volverse parte de la responsabilidad individual, ubicando el problema incluso en el terreno de la culpa. Esto como parte de una política en la que difícilmente se cuestionó la poca capacidad de los gobiernos para atender oportunamente los contagios, incluso cuando ahora la cifra de contagios es de 3 691 924 casos,1 lo cual supone 2.9% de una población que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi)2 estima en 126 014 024.

Es evidente que los gobiernos y las autoridades sanitarias se vieron rebasadas, aunque en México, a pesar del incremento de contagios no se construyeron más hospitales públicos, sólo se habilitaron Centros de atención en los momentos críticos y éstos tampoco han sido suficientes. Nos preguntamos ¿cuál es el papel de un Estado que no es capaz de atender ni siquiera al 2.9% de su población (en una situación de emergencia sanitaria)? Si bien es una obligación ciudadana procurar evitar los contagios, en realidad, parece mayor la responsabilidad e incumbencia del Estado de procurar servicios suficientes de salud. No obstante, la apuesta más contundente fue la de cerrar las fronteras y espacios públicos; así, de esta manera, la idea de comunidades cerradas retomó un valor positivo.

Las políticas y medidas nacionales plantearon una revalorización de lo nacional y de lo local. A pesar de que está presente la lógica global, las medidas, las acciones y los efectos implican una revalorización de lo local: un estado, una ciudad e, incluso, una colonia particular.

En el inicio de la pandemia circularon una serie de artículos con diferentes posiciones sobre el papel del Estado en estas circunstancias sanitarias, entre otros, uno de los textos más difundidos es Sopa de Wuhan. Entre los puntos de vista planteados está el de Giorgio Agamben,3 quien sostiene que las medidas gubernamentales son propias de un Estado de excepción. Restricciones en el tránsito, patrullajes policiacos, detenciones arbitrarias e incluso un ciudadano muerto por hacer mal uso del cubrebrocas en Jalisco4 por la acción de la policía municipal, son ejemplos de esta proposición. Por su parte, Slavoj Žižek5 expone que el coronavirus ha demostrado lo frágil del capitalismo, ha evidenciado sus fisuras y perpetuado las desigualdades sociales. Si reparamos en las condiciones de producción del capital, entonces habrá que entender a la economía constituida por tres ámbitos: producción, circulación y reproducción. Estos aspectos apuntan a la acumulación del capital, sin embargo, se requiere de la fuerza de trabajo para la operatividad de la economía, lo cual ante la pandemia suscitó una suspensión de las actividades económicas. En este contexto, la primera línea afectada fue la clase trabajadora al perder empleos y ver precarizada su situación de sobrevivencia aún más: falta de ingresos, escasas opciones laborales y deficiente acceso a servicios de salud –a pesar de que las instituciones públicas se vertieron a combatir la pandemia– dejando de lado la atención a otras enfermedades. Como bien apunta Vommaro6 en su propuesta, en esta pandemia se acentuaron las desigualdades sociales.

los intersticios de la habitabilidad

De las posibles transformaciones que se pueden considerar como efecto de esta pandemia, nos detendremos a pensar aquellas relacionadas con la habitabilidad, las significaciones del adentro y el afuera,7 las limitaciones entre lo público y lo privado, para lo cual el estudio de la casa resulta privilegiado, como lo abordamos en otro momento.8 Si desde la edificación de las fronteras de lo privado, la casa funciona como el lugar de lo íntimo –donde el afuera aparece como una amenaza–, con la pandemia, el exterior parece haber adquirido una dimensión real a los fantasmas que acechaban desde antes la esfera de lo público. La casa convoca a una imagen de intimidad protegida, que se ve trastocada y resignificada con las nuevas labores que exige el resguardo en casa, producto de un confinamiento estricto.

Desde ahora se puede atender a una dimensión objetiva, considerar los aportes de la arquitectura para los espacios físicos, su distribución, y su capacidad de contener los ruidos como condición necesaria de resguardo, de albergue. Este aspecto ha sido fundamental para llevar adelante la iniciativa de la “escuela en casa”, donde las actividades laborales y educativas se trasladan al mismo hogar, lo cual supone un trastocamiento de su función habitual: ¿de qué modo la casa, la intimidad, se han vuelto oficina, escuela, restaurante? Demasiadas actividades contenidas en un mismo espacio. La habitación fue transformada en oficina por la tarde y escuela por la mañana, los rincones del lugar donde se habita adquieren una especial significación, y se transforman según las situaciones, ahora volcados a otras labores. Los espacios habitacionales comunes se usan de modo cotidiano, se vuelven lugares para la convivencia, o bien se convierten en escenario de fondo de un intercambio y socialización que pasa a través de una pantalla (espacio virtual) con sus filtros y reacciones. ¿Qué sucederá con los edificios e instalaciones que funcionaban como instituciones educativas? Una gran cantidad de niñas y niños tienen la ilusión de regresar, volver a la escuela y reencontrarse con sus compañeros; parecen ser las principales víctimas de la condición pandémica; si Foucault advertía sobre la condición carcelaria de la sociedad, ante la pandemia el encierro toma otras dimensiones.

Parece haber llegado el tiempo social de sugerir que los sujetos nos encerramos o auto-encerramos en instituciones; que el encierro se ha hecho constitutivo del multicitado ser social. No se me escapa que nadie desee vivir en prisión pero ya no es posible dejar de lado que casi clamamos por encierros portentosos e infinitesimales.9

La pérdida de libertad ya no es exclusiva de aquellos que han delinquido, sino que en la pandemia (y quizá desde antes, en ciertos casos) se ha vuelto una decisión obligada y autoimpuesta, además de vigilada. En estas circunstancias extraordinarias existe un trastocamiento de lo público y de lo privado; lo privado es plausible de ser público y lo público se privatiza. ¿Cómo sostener la productividad laboral si, al mismo tiempo, se debe realizar un apoyo escolar y atender a las tareas domésticas? Estos son ejemplos del trastocamiento y también de la superposición de las funciones y los espacios, se presentan enredos de las expectativas y las emociones, donde el capital parece no perder, sino ganar trabajos sin limitación de jornada laboral, como dan cuenta los testimonios de los sujetos:

Tengo dolores de cuarentena, me duelen la espalda y el cuello porque aun con silla para escritorio, cojín ortopédico y posa pies, la vida frente a la computadora es insana. Llevo más de dos meses de reclusión en los que no sólo he trabajado de lunes a viernes durante ocho horas o más en la computadora, también he estado sentada frente a la pantalla mientras participaba en círculos de lectura y tomaba cursos online, o mientras conversaba por videollamada con mis amigas. Además, está la picazón en los ojos como resultado de la luz de la pantalla y el cosquilleo en las venas de las piernas que llega a sentirse como una fila de agujas clavándose en la piel si ignoro la recomendación de levantarme de la silla cada hora.10

En el anterior testimonio es interesante la relación entre la pandemia, los dolores corporales y los efectos de una movilidad limitada. Además de mostrar con cierta evidencia las continuidades entre los espacios virtuales, las relaciones sociales y la vida cotidiana, un malestar que toma cuerpo.

Por su parte, los espacios11 físicos tienen una dimensión simbólica importante, al mismo tiempo que otorgan identidad y se convierten en lugares de referencia. En distintos relatos sobre la pandemia se observa de qué modo se significan y se hace experiencia de estas transformaciones. Lo íntimo resulta una difusa ventana de la exterioridad, más allá de las esferas entre lo público y lo privado; parece haber logrado tener un valor diferente alejado de estas esferas. “Lo privado no es íntimo sino un escalafón previo. De modo semejante al sujeto en el capitalismo, lo íntimo se ha convertido en una mercancía ampliamente rentabilizada en los intercambios económicos pues parece brindar seguridad y comodidad rentabilizadas”.12

García Canal13 señala, asimismo, que en la distribución de una casa, la mayor intimidad del sujeto está construida desde las normas del afuera, las cuales regulan la propia vida privada (cuántos cuartos, cuántos hijos, por ejemplo), la propia idea normativizada de familia, la disposición de una sala para recibir visitas, la propia condición espacial remite a un pasaje que requiere una apertura a la otredad, no hay casa sin puertas ni ventanas; no obstante, ahora los pasajes que se abren son los que permiten asomar la intimidad del hogar. Los límites del afuera y el adentro nuevamente se ven trastocados. ¿Qué es lo que podemos observar en las conexiones como nueva forma de vinculación?

Seguramente el postulado de Manuel Castells14 sobre la sociedad en red sirva para pensar esta forma de vinculación que predominó en los últimos tiempos; es decir, una ciudad organizada (quizá imaginada) a partir de redes materiales, informáticas y que suponen espacios de flujos interconectados; sin embargo, lo virtual difícilmente puede reemplazar la práctica de vivir los espacios. Las experiencias demuestran que el mundo virtual y en red no logran sustituir las relaciones interpersonales y presenciales con sus ambientes, olores, climas, modos de estar y convivir con el otro.15 En su momento y en torno a estos temas fue importante pensar en la problemática del acceso a internet.16

Las tecnologías digitales transformaron de manera radical la forma en que vivimos, por lo que en la situación pandémica su importancia se ha potenciado, ya que ha abierto otros espacios en el espacio habitacional, donde su función de resguardo ha sido subvertida, en una superposición de espacios que se encuentran en un sólo lugar. Ahora bien, nos gustaría reparar en las posibilidades del espacio doméstico trastocado en su función durante las condiciones actuales.

la casa en condiciones pandémicas

Uno de los principales presupuestos de la arquitectura moderna supone una estrecha relación de la casa con la ciudad, donde el espacio de la morada humana resulta un encuentro de lo íntimo con la historia, escenario privilegiado de la función de habitar y condición necesaria del ser, resguardo de los recuerdos, “nuestro rincón del mundo”, a decir de Bachelard,17 aunque también podríamos decir que se trata de un mundo en un rincón. Una serie de signos y significaciones que se conforman según el orden social de la vida interior, una evocación del mundo. Se trata de una capacidad de evocación de recuerdos y sentidos que desbordan su sentido funcionalista.

Una capacidad primaria y necesaria de la casa supone el resguardo del ser, “el ser vive amparado, sensibiliza los límites de su albergue. Vive la casa en su realidad y en su virtualidad, con el pensamiento y los sueños”.18 Capacidad onírica del refugio, la casa se evoca en cada hogar que se habita, recuerdos que se dispersan y habitan el espacio que supone el primer mundo del ser humano, de ahí la potencia con la que se resguarda la morada.

Se entiende el adentro como el resguardo mismo del ser y, por tanto, el afuera se comprende como el signo de la hostilidad, “fuera del ser de la casa, circunstancia en que se acumulan la hostilidad de los hombres y la hostilidad del universo”.19 Un adentro que requiere resguardo y una amenaza que se torna real en la figura del covid-19, aunque no deja de teñirse de imaginario.

En ese sentido de lo amenazante, hallamos testimonios como este: “La despensa la encargo al súper y desinfectamos con detalle cada bolsa y alimento; diario aseo con cloro el piso, pues a ellos (sus hijos) les gusta mucho estar en el suelo”.20

Muchas de las primeras medidas que se sugerían como preventivas del covid-19, implicaban la posibilidad de supervivencia del virus aun en contacto con el oxígeno hasta por 15 minutos, lo cual llevó a medidas un tanto particulares como los tapetes sanitizantes que suponían una posible transmisión del virus por caminar en la calle, aunque después la Organización Mundial de la Salud (OMS) desestimó su uso como preventivo de la transmisión del covid. O incluso otras medidas que resultan peligrosas para la salud como el uso indiscriminado de hidroxicloroquina o cloroquina, aunque lo que queremos es traer a la discusión la idea del afuera como una amenaza, donde incluso había recomendaciones de cambiarse la ropa con la que se había salido a la calle. La amenaza parecía estar en la calle misma, y el encierro despertó sentimientos de frustración y agotamiento:

En estos meses de pandemia, cuarentena, semáforos rojos, naranjas, luego otra vez rojos, siento que he intentado de todo. En primer lugar, intentamos aislarnos completamente; de pronto me encontré sin las ayudas que normalmente tengo para mi casa, para el cuidado de mi hijo y yo trabajaba desde casa, ayudaba a los hijos grandes con sus tareas, mi hijo pequeño tomaba terapia y una larga lista de etcéteras.21

Ahora más que nunca se entiende la proposición de Erasmo: “La ciudad es un monasterio”,22 donde la reclusión toma tintes positivos ante la incapacidad estatal y sanitaria de contener la pandemia. Lo cual ha trastocado las dinámicas propias de la ciudad así como los usos y prácticas del espacio público, señalado como posibilidad de contagio en sí mismo, cuando en realidad la posibilidad de contagio se presenta en el contacto con otra persona contagiada.

Las políticas públicas sanitarias apuntan a un distanciamiento social que pasa por la práctica del espacio, es decir, se entiende la práctica del espacio como maneras de pasar al otro, de evitar en el caso de esta pandemia. ¿Cuáles son los efectos de cancelar o pretender cancelar el espacio público? A decir verdad, estos movimientos contienen los mismos fundamentos de la arquitectura moderna, donde el hombre “reinvindicaba para sí nuevas formas de habitar, en las cuales la privacidad, las normas higiénicas, los tiempos de ocio y el derecho a la intimidad cobraban una importancia determinante”.23 Es decir, los postulados modernos, la racionalidad y la funcionalidad aparecen como sustentos no sólo de los espacios domésticos sino de las mismas relaciones sociales. Postulados que vemos ahora y que no se han ido del todo de nuestras prácticas y pensamientos.

La ciudad supone entonces un elemento central para comprender el pensamiento moderno, toda vez que supone su ideal y, al mismo tiempo, su maquinaria para lograrlo, como lo postulara Le Corbusier24 en “La ciudad radiante”: “alojar a los hombres es asegurar el futuro de la especie”, lo cual parece recobrar sentido en épocas de pandemia. Aunque también es evidente que se trata de una ciudad diseñada para la reproducción de la riqueza material, por más que la mayoría pretende resguardarse en las actividades básicas, el trabajo y la fuerza laboral parecen no encontrar descanso.25

Por ejemplo, los repartidores de comida continuaron laborando sin las condiciones mínimas de higiene. Si nos detenemos a pensar en los tipos de labores que continúan, hay que entender esta pandemia desde una perspectiva de clase, donde sólo algunos sujetos tienen derecho al resguardo, mientras que otros deben seguir intercambiando su fuerza de trabajo aun en las condiciones que sean, donde prevalecen las diferencias e incluso se agudizan.

Cuando se habla en los medios de comunicación de los “héroes de la pandemia”, da la impresión de que los trabajadores de reparto fueron y serán olvidados, mientras los médicos y el personal de la salud son reconocidos como paladines de la misma. Asimismo, los/as trabajadores/as que coadyuvan al resguardo en el hogar, recorriendo las calles que se tornan amenazantes, no encuentran el reconocimiento que los trabajadores de salud sí.

Parece haber un virus mayor que el covid-19 y es, como lo señala David Pavón, el virus del capitalismo, un sistema que ante la crisis ha sido reforzado, parece inmune a las crisis o para ser más precisos (como lo señala este autor) para el sistema capitalista ésta es su forma de vida, “la crisis es ni más ni menos que su forma de existir”,26 donde el espacio doméstico se ve subvertido en espacio laboral en una lógica de producción que se extiende hasta los rincones más íntimos. Si bien entendemos esta intimidad como relativa, puesto que no deja de estar construida en un sentido éxtimo –es decir desde el exterior–, como se ha planteado27 y ahora vemos con mayor claridad.

En discusiones contemporáneas las cuestiones espaciales se diseñaron en términos de lo local y lo global que tuvieron sus amplios desarrollos. Sobre esta dinámica local/global, considerando a la ciudad y a la ciudadanía, Borja y Castells comentan:

Justamente en concordancia con el impulso arrollador de la fuerza cultural global que se expande reprimiendo el desarrollo de las identidades preexistentes, se está configurando en casi todo el mundo un fuerte consenso contrapuesto apoyado en la defensa de la singularidad local como mecanismo a fortalecer el desarrollo cultural de las grandes ciudades del mundo. Ello no significa propender la construcción de una cultura cerrada y autoexcluida promoviendo la extinción de la cultura global. Sino todo lo contrario, las últimas tendencias demuestran que ésta se ve enriquecida a través de su fusión y mixtura con las particularidades locales de cada territorio.28

De igual forma ocurre con los modos de accionar y decidir sobre las medidas sanitarias, se hace presente esta misma lógica de lo local y lo global. A modo de ejemplo, la escuela presencial se plantea como un problema a abordar y manejar en todo el mundo; sin embargo, cada país y cada estado lo considera según su realidad pandémica y sanitaria específicas, y también se atraviesan cuestiones culturales e ideológicas.

lo público y el espacio público

Si vemos estos temas desde una perspectiva histórica, podemos plantear que la separación de la casa y la calle como espacios de habitabilidad es un cambio propuesto por las arquitecturas modernas desde el siglo XIX, donde la calle se entendía como una extensión de la casa misma.

Ahora bien, la casa no se entiende sino en su propia relación con la ciudad, en la que también se observan transformaciones de los espacios de encuentro de la ciudad. Esto nos lleva a repensar los tránsitos en la ciudad, si la ciudad supone un discurso, la acción caminante supone su enunciación,29 una retórica caminante trastocada por la pandemia que cerró la circulación de calles y espacios públicos como parques y centros emblemáticos de la ciudad. Es decir, espacios públicos que ahora se veían clausurados, quizá sin fundamento jurídico (¿acaso un gobierno puede cancelar un espacio público?), parece que se juega otra disputa por los sentidos mismos de la ciudad. Desde estas acepciones de los espacios, cancelar o limitar la circulación por los mismos es una medida más que transgresora.

En ese sentido, resulta valioso reparar en lo ocurrido en los lugares emblemáticos de la Ciudad de México, la cual –siguiendo la traza ortogonal de las ciudades– nos lleva a encontrar el Centro Histórico de la Ciudad de México como el punto nodal para entender las dinámicas propias de esta ciudad, que se evoca en cada parte del resto; esto se entiende si reparamos en su potencia simbólica: “la fuerza simbólica del centro radica en que concentra las distintas etapas de la historia de la ciudad”.30 Ya Carlos Fuentes apuntaba sobre los tiempos mexicanos que están obligados a permanecer abiertos, a no cumplirse aún. En la plaza principal de esta Ciudad conocida como Zócalo capitalino, los tiempos parecen trastocarse en la propia condición espacial que encuentra una catedral con trazos barrocos y neoclásicos, con los vestigios del pasado mexica de lo que se conoció como el templo mayor de Tenochtitlán, es decir, los tiempos se presentan y encuentran en las propias huellas del espacio.

Por su parte, Freud31 plantea la permanencia de las huellas en el aparato psíquico, ya que en la vida anímica todo se conserva de algún modo, lo cual explica con la metáfora espacial de Roma, toda la historia de la ciudad permanece de alguna forma en sus vestigios, y eso ocurre en la Ciudad de México a partir de restos y marcas urbanas. Las historias se encuentran en el mismo espacio, los recuerdos habitan al espacio, el pasado persiste en el presente, los tiempos permanecen de una manera disyunta no ordenada, como lo expresaba Shakespeare en Hamlet “The time is out of joint”.

Cerrar este espacio que permaneció acordonado e incluso vigilado supone una estrategia que finalmente da cuenta de una disputa por el espacio público,32 donde la vida urbana parece negada y, no obstante, regresa en la posibilidad de crear otras prácticas. Da la impresión de que la administración funcionalista de la ciudad promueve efectos contrarios, ya que una vez abiertos los espacios, las aglomeraciones de personas acompañaron esta reapertura. Sin embargo, las medidas de cierre tampoco significaron, necesariamente, una disminución significativa en los contagios, o al menos resulta difícil asociarlo con la variable de clausura de los espacios públicos.

Estas medidas, de alguna manera, parecen revelar los deseos de privatizar espacios, en donde lo público es envuelto en la esfera de lo privado, en el sentido que ya mencionamos antes, de convertirse en un espacio de consumo como sucedió gradualmente con el Centro Histórico. Pues no se trata sólo de la idea del ciudadano convertido en consumidor, sino que se plantea, como lo hace Sloterdijk,33 “la apropiación de la esfera de la sociabilidad, de lo público, hasta atravesarla con la estética de la mercancía”. Ya que en la lógica del consumo todo es posible de ser mercancía, la ciudad, su pasado e incluso la propia memoria se introduce en el intercambio de los bienes.

Como ya lo planteara Lefebvre,34 el espacio supone la reproducción ideológica del sistema hegemónico y, en ese sentido, la noción de lo público, la idea de lo que “nos pertenece a todos” resulta desvalorizada. Como lo menciona este autor, el espacio se tiene que entender como producto de las relaciones sociales, ¿qué pasa entonces cuando se cancela este espacio?, ¿se cancelan también los vínculos sociales? Si bien la limitación del tránsito supone medidas sanitarias, éstas parecen apuntar, más bien, a una lógica de restricción que limita el derecho a la ciudad en pos de una disminución de las cifras, esto también tiene efectos en la dimensión social.

Resulta problemática la cuestión del derecho en una situación pandémica, pues se entiende la necesidad de reducir el índice de contagios; sin embargo, las restricciones parecen estar atravesadas –como mencionamos– por la condición de clase, es decir, el riesgo latente de un estado de excepción, como lo plantea Agamben, pone en la palestra el actuar político, la suspensión de derechos como el de tránsito no pueden tomarse a la ligera puesto que suponen un precedente importante al autoritarismo.

Por ejemplo, en otras ciudades como Madrid, se aplicaron medidas más duras en el confinamiento, en los municipios con mayor incidencia de casos, lo cual puso en discusión la selectividad de los lugares: “¡No es confinamiento, es discriminación! ¡Más sanidad y menos segregar!”,35 se escuchó en las protestas. Al menos en la Ciudad de México no se tuvieron medidas de este tipo salvo en el Centro Histórico. Segregar espacios urbanos provoca dificultades de movilidad, la idea de zonas restringidas provoca más una brecha que, de por sí, está marcada en la propia distribución espacial, ya que en la distribución ortogonal se segrega a la periferia de la ciudad aquello que no se quiere ver, la pobreza que sostiene la acumulación de riqueza. Aquello de lo que no se da cuenta es que los barrios pobres se destinan a las periferias de la misma, allá lejos de la mirada del progreso y lo moderno.

Así, la vida cotidiana de esta ciudad se ha visto trastocada en la pandemia por la suspensión de muchos espacios públicos como parques, jardines y museos. La recreación queda suspendida en una lucha por la vida y, paradójicamente, a ésta se le sustrae de las actividades que le dan sentido. De esta manera, el ir y venir de la casa a la ciudad queda suspendido e incluso signado por la fatalidad del contagio.

Como podemos observar, el espacio público es un concepto que convoca a una serie de ámbitos ambiguos y expectativas que difícilmente encuentran respuesta certera, ya que supone una frontera borrosa donde los límites resultan inciertos, y en esta coyuntura supone un terreno fértil para la discusión de los aspectos sociales y políticos. De esta manera, el espacio público supone un indicador de la propia habitabilidad de las ciudades, como lo señala Andrea Milena Burbano.36

El espacio público supone el encuentro de los sujetos que habitan una ciudad, espacio de la mirada donde se observa al mismo tiempo que se ve, lugar de la gesta de las prácticas sociales donde se participa también.

Los espacios de convivencia se ven cada vez más reducidos, más bien se trata de una posibilidad escasa, donde las tensiones por apropiarse de un espacio se tornan conflictivas. Es decir, un lugar debe ser productivo, por lo cual cada vez se segregan más aquellos espacios de orden colectivo. En ese sentido, se entiende que se hayan abierto antes los centros comerciales que los museos y centros educativos incluso. El capital no pierde. “El espacio se inscribe en su totalidad en el modo de producción capitalista modernizado: se utiliza para la producción de plusvalía”.37 La suspensión de los espacios públicos parece ser, entonces, otra forma de despojo de la ciudad.

¿En dónde es puesta la amenaza? Decíamos atrás que la calle parece ser la amenaza misma, donde los espacios privados quedan signados por la confianza, conservados, resguardados y optimizados, mientras que la misma idea de lo público como común parece conflictiva, pero es necesario reparar antes en qué se entiende por lo público. Para esto, Rabotnikof38 propone tres usos de lo público.39 En primer lugar fue el Estado el que encarnó este sentido de generalidad, aunque como mostrará la autora, la sociedad civil disputará constantemente este lugar, principalmente cuando el Estado lo asume de una forma absolutista. Este primer sentido es el que está más cerca de lo que intuitivamente denominamos “política” e identifica la categoría de espacio público con la metáfora del “lugar común”.

En cuanto al segundo sentido: lo público es lo que es “visible” o “manifiesto”, en contraposición con lo “oculto” u “oscuro”. Esta acepción se vincula con el llamado “principio de publicidad” que operará en la Historia –Kant es un claro ejemplo de esto– como criterio normativo de control y validación de las normas emitidas por el poder político. Este principio no regirá de manera irrestricta en la política sino que estará en tensión con razones “prudenciales” que a veces aconsejarán apartarse de la publicidad y se preferirá el secreto.

Un tercer sentido de lo público es: lo que es “abierto” y “accesible” a todos, o al menos a los que gozan el estatus de “ciudadanos” en contraposición a lo “clausurado”. Este sentido muestra que aunque la política parece basarse en la idea de apertura, suele estar en tensión con ciertas reglas de clausura que se juzgan necesarias; por ejemplo, cuando se invocan ciertas “razones de Estado” para vedar el acceso de los ciudadanos a cierta información o a participar del control de ciertos pactos políticos. Las medidas sanitarias a las que hacíamos referencia se ajustan a este sentido de lo público.40 Cuando se limita el “espacio público”, ¿qué pasa con la apertura de canales de participación de los ciudadanos en la “cosa pública”?, ¿cuáles son las consecuencias de restringir a estos espacios públicos?

La disputa por el espacio público no es resultado de las condiciones impuestas por la pandemia, es decir, como espacio de las relaciones sociales supone una relación necesariamente conflictiva con el otro, supone –por tanto– un conflicto en ciernes. Se despliega desde el otro una espacialidad que no supone la espacialidad propia, sino como algo ajeno que trastoca también las prácticas espaciales, toda vez que un sujeto otro aparece con su presencia y su mirada, altera la estancia en el espacio para el otro; es decir, se trata de un otro mundo que cuestiona el propio. Y si a esto le añadimos la posibilidad de contagio, la amenaza se potencia.

Un mundo exterior aparece como fuente de displacer en tanto se disputa, se entiende la retirada de la mirada hacia lo privado como un valor positivo. No obstante, la relación con un otro que en condiciones de pandemia se torna como amenaza real e imaginaria y, al mismo tiempo, es condición necesaria de la vida social. Ante este escenario cabe cuestionarnos por las posibilidades de comunidad en las condiciones pandémicas.

el otro: entre la comunidad y la inmunidad

Lo social necesariamente es espacio del otro, por lo cual es preciso convivir con el otro, ya sea a través de la virtualidad de las redes o con una máscara que antes era sólo simbólica y en la pandemia por el covid-19 se volvió material. Llevar una mascarilla (cubre bocas, barbijo) se volvió –además de una medida sanitaria– una forma de integrarse a una vida en público que se vuelve necesaria e imposible a la vez, ante lo cual el uso de cubrebocas se volvió una forma de civilidad.

Usar una máscara es la esencia de la civilidad. Las máscaras permiten una sociabilidad pura, ajena a las circunstancias del poder, el malestar y los sentimientos privados de todos los que las llevan. El propósito de la civilidad es proteger a los demás de la carga de uno mismo.41

¿Qué es lo que se esconde tras esta máscara, física y simbólica? La capacidad de convivir con las diferencias no es una cualidad precisamente atribuible al sujeto, por el contrario, parece su reverso y también su silencio demandado. De esta manera, se entiende lo que se esconde, y es propiamente lo humano aquello que Freud denomina el corazón del hombre, lo humano para el psicoanálisis supone para el prójimo:

Satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo.42

La máscara es la cultura, que es la contención del imperio de la pulsión, lo cual supone un malestar: “sólo al precio de una renuncia (se) puede tratar de vivir con los demás”.43 Se entienden entonces los impulsos que buscan una homogeneidad para eliminar a toda costa las diferencias, como el aislamiento de los barrios obreros en Madrid o bien en la construcción de barrios selectos y privados en Buenos Aires. Si antes resultaba difícil sentirse cómodo ante extraños, en la pandemia la diferencia adquiere una nueva tonalidad, el otro supone la posibilidad de la muerte misma.

Cómo desarraigar una de las mayores barreras que se oponen a la cultura, que no es sino la inclinación constitutiva de los hombres de agredirse los unos a los otros. La exclusión se manifiesta de esta manera como una necesidad de cortar todo lazo y compromiso, una apuesta por la inmunización como lo anticipaba Roberto Esposito,44 quien nos ayuda a construir la figura del otro a partir de la relación entre la inmunidad y la comunidad. Se entiende por inmunidad una forma de exención, de producción frente a una enfermedad infecciosa como el coronavirus, mientras que en el léxico político representa una suerte de salvaguardia, que coloca a alguien en situación de ser intocable para la ley común.

La inmunitas resulta el reverso de la comunidad (communitas). Ambos vocablos contienen munus, que significa deber, don y obligación. Por lo que si los miembros de la comunidad se caracterizan por la obligación de donación, por esta ley del cuidado frente al otro, la inmunidad implica, en cambio, la exención o la derogación de tales condiciones: es inmune aquel que está a salvo de obligaciones y peligros que afectan al resto.45

En estos tiempos el contacto con el otro es una amenaza real e imaginaria, donde exaspera el miedo a ser tocados; se trata de un circuito perverso entre tacto, contacto y contagio. “El contacto, la relación, el ser en común aparece inmediatamente marcado con el riesgo de la contaminación”.46 Esta situación afecta notablemente al modo de sentir y significar lo común y lo público, y a la posibilidad de estar con el otro.

En cuanto a esta relación con la inmunidad, Esposito plantea: “Por doquier van surgiendo nuevas barreras, nuevos diques, nuevas formas de separación respecto a lo que amenaza o por lo menos parece amenazar nuestra identidad biológica, social y ambiental”.47

De esta manera la comunidad aparece como la ciudad misma, necesaria e imposible al mismo tiempo; la comunidad aparece como una aspiración que convoca a una vinculación en un porvenir, es la propia muerte, ser mortuori, “el amor al prójimo es directamente proporcional del recuerdo del peligro que compartimos”.48

La cuestión de fondo –que parece no dicha en esta pandemia en la que proliferan recomendaciones y estadísticas– es ¿cómo se entiende la mortalidad y cómo se afronta la finitud del sujeto?, morir parece seguir siendo innominable para las sociedades modernas. La muerte es excluida incluso en la distribución espacial de la ciudad moderna, un desplazamiento que se marca en una ciudad que no tiene lugar para la muerte, pues los cementerios fueron desplazados a los límites de ésta o reocupados,49 como una manera de exorcizar quizás el vacío mismo de la existencia.

En el fondo, era muy natural que en la época en que se creía efectivamente en la resurrección de los cuerpos y en la inmortalidad del alma, no se haya prestado al despojo mortal una importancia capital. Por el contrario, a partir del momento en que no se está muy seguro de tener un alma, ni de que el cuerpo resucitará, tal vez sea necesario prestar mucha más atención a este despojo mortal, que es finalmente el último vestigio de nuestra existencia en el mundo y en las palabras.50

No obstante, los cuerpos tampoco recibieron un trato especial; en los momentos álgidos de la pandemia, se encontraron incluso apilados en las instituciones públicas de salud o abandonados en las calles como en Italia o Ecuador, y en los mismos hospitales parece que los que ingresan son cuerpos inertes, mercancías fuera de uso.

La finitud del sujeto parece excluida de las sociedades modernas, se vuelve intolerable y se le excluye incluso de la palabra, toda vez que frenar los procesos productivos resulta impensable. El moribundo, la muerte suspendida, abandona el campo mismo de lo pensable, se vuelve un sinsentido, en un mundo donde siempre se puede y se debe hacer algo, la muerte aparece como la excepción.

La aparición del virus y el aumento de muertos por éste ha cuestionado las lógicas de un capitalismo que no quiere ni puede detenerse. “El moribundo es el lapsus de este discurso, es y sólo puede ser obsceno. De tal forma se encuentra censurado, privado de lenguaje, envuelto en una mortaja de silencio: innominable”.51

Así, el saber científico que quedó mudo ante la complejidad de la pandemia ha respondido silenciando al propio sujeto, lo cual bien se puede interpretar del cubrebocas, para la ciencia médica el sujeto parece no saber de su propio cuerpo. “El problema de la pandemia es que se trata de una situación en la que no parece haber lugar ni para el sujeto ni para su deseo ni para su palabra”.52

El silencio se encuentra también en la respuesta estatal, los contagiados por covid son despojados de sus familiares en los hospitales, como cuerpos inertes que deben ser sustraídos ya que la institución se hace cargo, no del sujeto sino de un cuerpo que supone el mal de la comunidad, un objeto que debe ser aislado. El enfermo se ve:

Expulsado de una sociedad que, conforme a las antiguas utopías limpia sus calles y sus casas de todo lo que parasita a razón del trabajo –los desechos, la delincuencia, las dolencias, la vejez–, el enfermo debe seguir su enfermedad allí donde se le trata, en las empresas especializadas donde pronto se transforma en un objeto científico y lingüístico ajeno a la vida y a la lengua cotidiana.53

Los espacios han tomado una mayor relevancia en esta pandemia, los hospitales se subvierten también, en vez de supuestos lugares donde se procure la vida, su sentido en la pandemia se devela como administración de la muerte, cuya función supone “(aligerar) a los vivos de todo lo que detendría la cadena de producción y consumo [...] arreglan y escogen lo que puede ser retornado a la superficie del progreso”.54

La posibilidad de la muerte aparece como un lapsus en el discurso del progreso, supone la falla del saber médico, la mortalidad es retirada de lo cotidiano, la muerte que se había vuelto impensable e innominable retorna como lenguaje exótico, supone el límite infranqueable de la experiencia. El papel que otrora ocupara la Iglesia parece haber sido tomado por la Institución médica, ambos construyen lenguajes exóticos para nombrar aquello que no puede serlo. ¿Qué queda entonces? Quizá la muerte no se nombre pero sí se escribe. La apuesta pasa entonces por el reconocimiento político del sujeto, “la única posibilidad de recobrar a los sujetos con su deseo es abrir un espacio político en el que puedan hacerse escuchar”.55

Se trata ya no de moralizar la pandemia, sino de cuestionar y entender a la pandemia desde un desmantelamiento de las instituciones públicas de salud y la insuficiencia tanto en su capacidad como en su acceso a los servicios de salud privada, lo cual no se entiende sino en la precarización que ha fomentado el propio sistema capitalista, donde el trabajo no para, la producción no se detiene, por el contrario, el trabajo en casa ha desbordado los límites de horario laboral, se han perdido trabajos y otros más se han precarizado. En el epígrafe evocamos el cuento de Cortázar porque sentimos que sugiere una similitud con la pandemia, en la que la casa ha sido tomada por un ente imaginario que termina por expulsar a sus habitantes.

Las casas tomadas como centros laborales, educativos, hospitalarios e incluso carcelarios; las plazas públicas, jardines y parques ocupadas por las autoridades; los hospitales sin capacidad que “invitan” a los enfermos (no graves) a atenderse en casa suponen espacios subvertidos en su funcionalidad, que develan en su negatividad a un virus más mortífero que obtiene su ganancia del trabajo muerto: el capitalismo. Y quizá no sólo la casa ha sido tomada sino la ciudad misma.

De esta manera, se evidencia una disputa sin fin por la Ciudad, con mayúscula como un nombre que evoca los vínculos de quienes la habitan, donde el espacio supone un vínculo en sí mismo con la ausencia,56 una relación necesaria con lo desaparecido, lo que estaba ahí permanece en un vínculo que permite evocar la philia, es decir, la apuesta acá pasa por la amistad y la philia como lo opuesto a la finitud. Los vínculos no desaparecen con la muerte, como lo plantea Derrida, no se podría amar ni tener una amistad sin proyectar su impulso hacia el horizonte de la misma muerte.

Si la philia vive, y si vive hasta el extremo de su posibilidad, vive pues se anima, se hace psíquica a partir de ese recurso del sobrevivir. Esta philia, esta psique entre amigos sobrevive. No puede sobrevivirse como acto, pero puede sobrevivir a su objeto, puede amar lo inanimado.57

conclusiones

En este trabajo realizamos un recorrido por múltiples temas y problemáticas suscitadas durante la pandemia que aún vivimos. Un primer señalamiento tiene que ver con las primeras reacciones de los Estados y gobiernos frente a esta situación mundial nueva. En las decisiones gubernamentales tomadas se observan medidas comunes y globales, y otras medidas son locales en función del número de casos, estadísticas, tendencias de contagios, la ocupación hospitalaria, la ideología y aspectos culturales de cada país, aunque en general se observa una preocupante actuación gubernamental que nos pone a pensar en un sistema de salud desbordado, incluso cuando el porcentaje de contagios reportados sólo corresponde al 2.9 del total de la población. Esto requiere una mayor atención en cuanto a la propia gubernamentalidad que apostó a responsabilizar a los propios ciudadanos antes que cuestionar su propia eficiencia ante la crisis sanitaria.

Sin desconocer tantos cambios y transformaciones ocurridos en un amplio abanico de cuestiones y ámbitos, nos ha interesado dar cuenta de las problemáticas acontecidas en el espacio privado, público, en la ciudad y en las relaciones sociales a partir de la amenaza real e imaginaria del contagio. Observamos el modo en que se han trastocado nuestros espacios privados a raíz de un estricto confinamiento, sobre todo a los inicios de esta pandemia. Así es como reflexionamos sobre la habitabilidad, el sentido trastocado de la casa, ya no como resguardo y lugar de la intimidad, sino como espacio de producción en el que ocurrían simultáneamente varias otras actividades como la laboral, la de la escuela, la de la pareja, la familia, el ocio, el descanso, todo contenido en un mismo lugar. Por esta razón iniciamos este escrito con la idea de la “casa tomada” de un cuento de Julio Cortázar, ya que parece que las lógicas del capital tomaron incluso lo más íntimo como la casa misma. No obstante, pareciera ser tomada también por nosotros mismos, como efecto del miedo y la amenaza ubicada en el exterior y en el otro, pues ambos concretaban –y lo siguen haciendo– la posibilidad del contagio.

Si pensamos a la propia Ciudad como nuestra casa, ésta también fue tomada o quizá sólo se evidenció el despojo con la pandemia; a partir de esta emergencia pandémica la relación de lo público y lo privado se volvió nuevamente complicada, siempre en favor de lo privado como condición no sólo de lo propio, sino del espacio como mercancía incluso y como condición de la generación de plusvalía; la inmunidad, la imposibilidad de vincularse en comunidad cobró fuerza por la emergencia de un virus como el covid-19 que develó a otro más mortífero, el capitalismo.

No obstante, aun en las difíciles condiciones que ha impuesto esta pan-demia, la apuesta por los vínculos nos lleva a seguir pensando en las posi-bilidades de comunidad como un horizonte de porvenir que dispute los sentidos pretendidamente homogéneos de las sociedades modernas.

Por último, la muerte sigue apareciendo como lo innominable de esta sociedad, incluso cuando es la cuestión de fondo en todo el debate por la pandemia. Entonces, si la muerte permanece como aquello innominable, la Ciudad se mantiene como el signo de una philia potente, una que trastoca incluso los tiempos, así se supone que sobrevive, siguiendo a Derrida, la posibilidad misma de la amistad, “acto en duelo de amar”.58 Se entiende entonces la disputa de la Ciudad y la importancia de sostener lo público, en el sentido de lo común, como una acción política, “este tiempo del sobrevivir es el tiempo de la amistad”.

Material suplementario
Referencias
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Jacques Derrida, Políticas de la amistad, Madrid, Editorial Trotta, 1998, p. 30.
Notas
Notas
2 https://www.inegi.org.mx/temas/estructura/
4 https://www.reporteindigo.com/reporte/lo-detienen-en-jalisco-por-no-usar-cubrebocas-y-lo-entregan-a-su-familia-muerto/
7 Desde los aportes del psicoanálisis sabemos que el adentro y el afuera tienen definiciones y límites difusos, ya nos lo señalaba Lacan con la cinta de Moebius, en la que no es posible esta distinción. Lo mismo sucede con la relación del texto y el contexto, Ana María Fernández nos plantea de qué modo “el contexto se vuelve texto”, por ejemplo, de la producción grupal. Los contextos institucionales, históricos y sociales se vuelven material para las producciones grupales, no son un mero escenario o acompañamiento (Ana María Fernández, El campo grupal. Notas para una genealogía, Buenos Aires, Nueva Visión, 1989). Estamos advertidos sobre lo forzado de distinguir el adentro y el afuera, o bien, lo público y lo privado, sin embargo, son categorías de utilidad y que toman sentido al momento de pensar la relación con la casa y la habitabilidad, con la ciudad y su tránsito, con la ciudadanía y su participación, con los movimientos sociales y sus demandas públicas.
11 A lo largo del texto aducimos al concepto de espacio entendido en el sentido de Michel de Certeau, como producto de un mapa discursivo y una práctica corporal que lo transforma, es decir un cruce de movilidades.
15 Uno de los autores de este artículo se desempeña como profesor de educación superior por la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, y en varias ocasiones los estudiantes comentaron que las clases en Zoom no son lo mismo que las presenciales. Lo que resulta interesante es que aludían, sobre todo, a los espacios informales de la universidad: a las esperas fuera de los salones, a los viajes en el transporte público, momentos en los que elegían estudiar, a los encuentros en la cafetería. Y todos estos momentos que transcurrían antes y después del espacio formal de la clase en el salón ya no se podían reproducir durante las clases por Zoom.
16 En las décadas en que comenzó la conexión a internet con las páginas web, el acceso a la información, el correo electrónico, uno de los temas más importantes ha sido pensar en la problemática del acceso a internet. Asimismo, pensar en la relación entre lo social y la tecnología (TIC) que en el ámbito de la sociología se llamó determinismo tecnológico y determinismo social: ¿era suficiente con instalar computadoras en las escuelas?, ¿de esta manera se garantizaba la accesibilidad en zonas menos favorecidas? Estas discusiones dieron lugar a otras temáticas relacionadas con el aprendizaje y la apropiación de la tecnología. Véase José A. López Cerezo y José M. Sánchez Ron (eds.), Ciencia, tecnología, sociedad y cultura en el cambio de siglo, España, Biblioteca Nueva Español, 2001.
18 Ibid., p. 25.
19 Ibid., p. 37.
25 Durante los tiempos de pandemia y detenimiento de muchas de las actividades económicas y servicios, la gran preocupación es pensar en estrategias para reactivar la economía y al mismo tiempo cuidar a las personas del virus. La vacunación contra el covid 19 durante el 2021, connota el resguardo de la salud de las poblaciones y, asimismo, la necesidad apremiante de reactivar las economías en los distintos países del mundo.
32 En el primer cuadro del Centro Histórico desde el inicio de la pandemia y a la fecha se han realizado cortes a todo tipo de circulación tanto peatonal como en cualquier tipo de transporte. Incluso, un importante sector del Zócalo capitalino, más próximo al Palacio Nacional fue vallado, largos metros de vallas se contemplaron en el Zócalo. A lo largo de las vallas varios colectivos feministas colocaron y pintaron los nombres, fechas y mostraron fotos de mujeres asesinadas y desaparecidas. Es decir, transformaron esa protección y delimitación gubernamental en un memorial de las cientos de mujeres asesinadas. Las vallas contuvieron también gran cantidad de leyendas sobre los feminicidios reales e imaginarios, pidiendo justicia y empatía al gobierno en turno, entre otras demandas.
39 [http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0011-15032008000200075&lng=es&nrm=iso].
40 Un modo de resumir los tres sentidos de lo público sería de la siguiente manera: lo común y lo general en contraposición a lo individual y particular; lo visible, manifiesto y ostensible en contraposición a lo oculto y secreto; lo abierto y accesible en contraposición a lo cerrado y vedado [file:///C:/Users/Dra.%20Falleti/Documents/Libros%202021/Apuntes_lo%20publico_2019.pdf].
43 Idem.
45 Ibid., p. 112.
46 Ibid., p. 114.
47 Ibid., p. 112.
49 Como el antiguo panteón de San Lorenzo, que cedió parte de su territorio para la edificación de un Hospital así como una sede de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
52 David Pavón [https://davidpavoncuellar.wordpress.com/tag/coronavirus/].
54 Idem.
55 David Pavón [https://davidpavoncuellar.wordpress.com/tag/coronavirus/].
58 bid.,
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