Diversa. Reseña de libros
| Perló Cohen Manuel. Uruchurtu. El regente de hierro. 2023. México. Instituto de Investigaciones Sociales/Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional Autónoma de México |
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¿Habrá otro Uruchurtu?
El 13 de septiembre de 2023, en la primera presentación del libro Uruchurtu. El regente de hierro, realizada en el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, alguien del público le preguntó a su autor, el doctor Manuel Perló Cohen, si necesitábamos “otro Uruchurtu”. Su respuesta fue contundente: no, no necesitamos un nuevo Uruchurtu. Sin embargo, estoy convencido de que el veredicto dependerá de cada uno de los lectores que acumule esta obra magna sobre el político sonorense que marcó el destino de la capital y, en parte, del país durante la segunda mitad del siglo XX.
¿Por qué es relevante analizar a Ernesto P. Uruchurtu (1906-1997) en la actualidad? Se trata de uno de los casos más longevos y atípicos en la política y la administración pública mexicana. Un “caso de excepción”, como le denomina el autor. 13 años, 10 meses y 14 días fue regente del Departamento del Distrito Federal. De 1952 a 1966 despachó desde el ayuntamiento y convivió con tres presidentes de la república. Esto le permitió realizar acciones cuyo impacto es notable hasta nuestros días. En el imaginario colectivo de la capital aún ronda la figura del regente de hierro. No sólo por el recuerdo de su política moralizante, sino por la gran cantidad de obras públicas funcionales para millones de capitalinos en el día a día.
Este hecho sugiere algo: la consecución de obras relevantes requiere necesariamente de funcionarios que duren mucho tiempo en su encargo. La evidencia empírica parecería demostrar que la alta rotación del personal en nuestras administraciones, sobre todo municipales, sólo produce obras pequeñas e intrascendentes. Es tanta la urgencia por aprender, por afianzarse en el cargo y después por buscar la victoria electoral que no hay tiempo para proyectar a futuro.
Uruchurtu es el ejemplo en México, pero no es el único en el ámbito internacional. Ahí están el Barón de Haussmann (1809-1891), quien modernizó a París durante el mandato de Napoleón III, o bien, el de Robert Moses (1888-1981), quien marcó la vida de Nueva York a partir de su obra vial y urbanística. Los tres personajes, que también han sido analizados detalladamente por el doctor Perló durante sus seminarios de investigación en la UNAM, compartieron determinados rasgos que los identifican. Por ejemplo, no fueron electos en las urnas, dependieron de ejecutivos que sí obtuvieron el cargo por medio del voto popular, eran abogados y, lo más importante, transformaron su entorno incluso frente a la resistencia de una parte de la comunidad.
El propio caso de Uruchurtu muestra que este fenómeno se replica fuera de los reflectores. A lo largo del texto aparecen diversos personajes que formaron parte de su equipo de trabajo y que, junto con su jefe, tuvieron una vigencia atípica. Los nombres de Eduardo Molina, en la Dirección General de Aguas y Saneamiento; de Octavio Calvo, en la Teso-rería del Distrito Federal; así como del mítico Antonio Ortiz Mena, en la Secretaría de Hacienda, en el periodo 1958-1970, parecen reforzar esta noción de que la eficiencia tiene un estrecho vínculo con la estabilidad y la permanencia laboral.
El autor destaca que Uruchurtu entregó 100 mercados, 258 primarias, 13 deportivos, 2 800 kilómetros de redes de agua, 1 900 kilómetros de redes de alcantarillado, 80 kilómetros de canales o ríos entubados, 308 kilómetros de avenidas y 38 kilómetros de circulación continua. También construyó el mercado de La Merced, el Periférico, el Viaducto, la ampliación de Pino Suárez y la unidad habitacional de San Juan de Aragón. Además, desalojó al comercio ambulante de San Juan de Letrán, fortaleció la hacienda local, contuvo el avance indiscriminado de la ciudad y entregó cada semana plazas, jardines y fuentes.
¿Cuál fue el método o la fórmula “uruchurtiana”? Básicamente un “urbanismo autoritario”, es decir, delegar muy poco, controlar muchísimo, aumentar los ingresos propios, no endeudarse, así como mantener un enfoque pragmático y una devoción total a la ciudad. No hay que descuidar que el regente de hierro no tuvo que lidiar con un cuerpo legislativo, que ignoró en muchas ocasiones al Partido Revolucionario Institucional (PRI) local y que los temas de seguridad pública no eran de su competencia. El apoyo que recibió de los tres presidentes con quienes cohabitó se debió, en su mayor parte, a la resolución de problemas y a la eficiencia administrativa. Ni más, ni menos.
Sin embargo, Perló también es claro al señalar que Uruchurtu no tenía una línea ideológica o un plan urbanístico, que no fue un visionario y que tampoco modernizó la ciudad. Su negativa a aprobar la construcción del metro fue una muestra de lo anterior.
Ernesto P. Uruchurtu es recordado con mayor fuerza por su política moralizante y paternalista. Su férreo control sobre los hábitos y las costumbres de los capitalinos llegó a ser asfixiante. Su persecución a los cafés cantantes, a los sitios de reunión de la comunidad homosexual y su espanto frente a la irrupción del rock and roll todavía es motivo de polémica. En contraste, es curioso que, justo durante sus tres mandatos, se desarrollara una poderosa industria del cine y la literatura en la ciudad. Por ejemplo, el célebre cuento de Parménides García Saldaña, que narra la irrupción de los granaderos al cine Las Américas durante el estreno de El rey criollo (“estuvo vaciado vaciado vaciado...”), el arribo de William S. Burroughs y Jack Kerouac, máximos representantes de los beatniks, atraídos por la magia de la ciudad, o bien, la obra fílmica de Luis Buñuel.
El lector encontrará esta y muchas otras aristas de la vida y la personalidad de Uruchurtu en los dos tomos de la obra. Pero no sólo eso. Hay momentos en que el personaje queda de lado y el texto se transforma en un tratado sobre la política mexicana. Dentro del relato podemos encontrar un recuento de las sucesiones presidenciales y sus intrigas palaciegas, del papel de los medios de información de la época (en particular de la prensa), así como de los intentos de rebelión frente al partido hegemónico.
Se puede apreciar un largo y fructífero trabajo que tiene una enorme ventaja: está narrado de forma amena y accesible. Y si alguien piensa que esto le resta fortaleza académica, sólo hay que voltear la mirada a la vasta cantidad de citas bibliográficas que sostienen la investigación, la cual incluye entrevistas a informantes clave como los exregentes Manuel Aguilera y Óscar Espinosa, así como etnografía en la tierra natal de Uruchurtu: Hermosillo, Sonora.
Antes de concluir quisiera llamar la atención sobre algunos aspectos curiosos del libro. Primero, que los mejores análisis sobre la coyuntura política nacional siempre los han elaborado... los estadounidenses. Segundo, que muchos nombres que aparecen a lo largo de la obra nos suenan familiares porque son apellidos que siguen vigentes en la clase política. Tercero, que el autor es muy cuidadoso y respetuoso al momento de hablar sobre una de las mayores polémicas del personaje: la de su orientación sexual.
La historia concluye con la narración de la estrepitosa caída de Uruchurtu en 1966. Una historia que se gesta en el sur de la ciudad, en Santa Úrsula, tanto por el Estadio Azteca, como por la colonia Ajusco. El choque de trenes inevitable: Gustavo Díaz Ordaz y Ernesto P. Uruchurtu. Al final se impuso el presidente. Sin embargo, la leyenda del regente de hierro ya estaba forjada, para bien y para mal.
Regreso a la pregunta inicial: ¿necesitamos un nuevo Uruchurtu? En mi opinión, es probable que sí. Un funcionario eficiente al que no se le conocieron escándalos de corrupción, que dedicó la vida a servir a su ciudad y que entregó resultados tangibles. No dudo que haya muchos casos municipales o regionales de “pequeños uruchurtus” a lo largo del país. Espero que la publicación y la lectura de esta obra inicie una línea de investigación para conocer a esos personajes que han transformado su entorno con dedicación y profesionalismo, muchas veces frente al rechazo de su propia comunidad y sin el reconocimiento a su labor. Como apunta el doctor Perló, se necesita recuperar la conciencia cívica que transmitía Uruchurtu en el cuidado del espacio público. Un perfil de administrador eficiente que, sin embargo, no dejó de (y sabía cómo) hacer política.
Después de su retiro de la vida pública no fue posible identificar a algún “heredero” de su estilo. No formó un grupo en particular y tampoco forjó a un sucesor. La era uruchurtiana surgió con él y con él concluyó. La destrucción de su archivo personal antes de su fallecimiento en 1997 fue una metáfora de lo anterior. Sin embargo, su recuerdo aún ronda la ciudad que alguna vez fue suya. En opinión de Rafael Pérez Gay, Ernesto P. Uruchurtu fue “el último político de quien se hablaba en las sobremesas con la admiración que sólo imponen los autoritarios”.
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