Voces en tiempos de contingencia
Las crisis también pueden promover el aprendizaje, impacto del Covid-19 en prácticas docentes
Crises can Promote Learning, Too. The Impact of COVID-19 in Teaching Practices
Las crisis también pueden promover el aprendizaje, impacto del Covid-19 en prácticas docentes
Revista Latinoamericana de Estudios Educativos (México), vol. L, núm. Esp.-, pp. 291-302, 2020
Universidad Iberoamericana, Ciudad de México
La contingencia sanitaria provocada por el contagio del Covid-19 ha generado en nuestro país una situación de crisis, afectando diferentes ámbitos de nuestra vida. Muchos docentes hemos afrontado estos cambios aprovechando diferentes recursos, incluidos los conocimientos tecnológicos. En este trabajo, dos docentes de educación superior compartimos una experiencia sobre nuestra práctica de enseñanza en el marco del confinamiento. Hemos seccionado este escrito en tres partes, las dos primeras, escritas de manera individual, describen nuestra experiencia, antes y después de la pandemia. La tercera, busca establecer algunos puntos de contacto de nuestra práctica y compararla, para resignificar lo que hacemos en nuestra cotidianidad. A partir de este proceso, nos planteamos la posibilidad de reconstruir y mejorar algunas de nuestras prácticas.
1ª Parte. Relato de la experiencia de la docente a cargo de la asignatura “Respuesta inmune”, del tronco común de las carreras de Enfermería, Nutrición y Fisioterapia, en la Universidad Tecnológica de México Campus Sur
“La extraño miss”. Con ese comentario afectuoso y nostálgico por parte de una estudiante reinicié el contacto con ellos, después de una semana de suspendidas las clases presenciales debido a la pandemia. Durante esa semana, directores y autoridades de la Universidad diseñaron las estrategias para dar continuidad a la actividad académica en los hogares de maestros y estudiantes. Finalmente, nos comunicaron el acuerdo de que deberíamos desarrollar las clases de manera online, sincrónicamente y a través de la plataforma Blackboard, herramienta digital que la institución y los docentes utilizamos de manera regular, como apoyo de las clases en el aula.
La noticia de la continuación de las clases bajo esta modalidad provocó que algunos estudiantes y sus padres se manifestaran fuera de la dirección del departamento de Ciencias de la Salud de la Universidad, exigiendo con gran enojo y algunos inclusive con insultos, que no se continuaran las clases de esta manera, argumentando que si las clases presenciales eran ya bastante difíciles de entender para sus hijos, resultaría imposible tomar algunas materias de forma online.
Dos días antes de reiniciar las clases en los hogares, envié a mis estudiantes un breve comunicado sobre la manera en que continuaríamos las actividades académicas. Expliqué que los vería por medio de una sala interactiva en Blackboard, en el mismo horario de la clase habitual. También les pedí que tuvieran a la mano las aplicaciones con las que ya habíamos trabajado previamente: Kahoot1 y Quizlet.2
Al tener sólo tres grupos de clase, me doy el tiempo para realizar una planeación didáctica más o menos completa. Ya he acostumbrado a los estudiantes al uso de herramientas online en el aula. No obstante, mis estudiantes son adultos y algunas de ellas amas de casa en forma, les agrada mucho que en mis clases favorezca el contacto cara a cara, organice juegos y utilice materiales y objetos que ayudan a entender mejor los conceptos y procesos que revisamos. Por ejemplo, recurrí a un sencillo juego donde los alumnos se arrojan desde diferentes distancias del salón pelotas pequeñas que llevan diferentes mensajes como: sal del salón, dile a un compañero que apague el proyector, etcétera. Esta simple actividad me permite explicar el mecanismo de comunicación celular, concepto difícil de entender.
En este contexto, la clase online me planteó un primer problema: ¿cómo realizar juegos, utilizar objetos y buscar aprendizaje sin la presencia de los estudiantes? Entender que ya no iba a poder realizar ninguna de estas actividades, con las que usualmente hago que mis alumnos aprendan divirtiéndose, me paralizó en la incertidumbre de no saber de qué manera reaccionarían mis alumnos sin la usual dinámica lúdica. No encontré un remplazo convincente, así que colmé las presentaciones de Prezi y los Kahoots con chistes, memes y caricaturas ad hoc, parapoder sustituir un poco el espacio lúdico que animaba mis clases y que no pocas veces provocó la queja de los docentes del aula de al lado.
Al llegar el día de la clase virtual encontré estudiantes melancólicos, pero al mismo tiempo, contentos por poder estar reunidos otra vez. A lo largo de las casi dos horas que duró la clase, con cámara y micrófono explícitamente siempre abiertos, trabajamos de acuerdo con mi planeación didáctica, utilizando las herramientas mencionadas. Terminé la clase casi 15 minutos antes de la hora de salida, situación bastante peculiar para el uso del tiempo que acostumbro en mis clases. Me pregunté si me habría faltado revisar algún contenido. Una explicación provisional para este fenómeno puede ser, simplemente, que las preguntas y los comentarios que se generaban al final de las clases, no se producen en el sistema online.
Con esa mínima franja de tiempo sobrante concluyó la primera clase virtual que he gestionado en mi vida profesional, me siento tranquila, pero no feliz. A algunos maestros a veces nos hace felices la buena docencia. Pienso: no salió mal, pude ver todo lo planeado y tuve buena participación de los alumnos. Sin embargo, el no poder hacer las actividades de representación, me seguía molestando, ya que al iniciar el cuatrimestre hice la siguiente promesa a mis estudiantes: “Es mi objetivo que tú, como mi alumno, entres a mis clases porque así lo deseas y no para obtener un crédito del programa de estudios. Que esta motivación provenga de tus ganas de aprender, así como de mis esfuerzos por aproximarte el conocimiento de una manera gentil, grácil y siempre divertida”.
Hasta antes de la pandemia, creo haberlo cumplido. Mis casi 60 alumnos provenientes de diferentes carreras (Nutrición, Fisioterapia y Rehabilitación) y con diferentes rangos de edad (desde 18 años hasta 43 años) entraban y salían sonriendo de mi clase, pero presentía que, al omitir las actividades lúdicas, que según mi experiencia eran las más disfrutables por parte del alumno y por mí, no sólo traicionaba mi objetivo, sino que los estudiantes terminarían decepcionados de mi clase.
En las siguientes sesiones en línea observé un chat aún entusiasmado y colaborativo, como la primera sesión online, pero nunca pude lograr más del 50% de intervención por parte de los estudiantes. Esta situación no me molestaba ya que era el nivel de interacción que tenía en el aula presencial. Sin embargo, quiero destacar un hecho significativo: el cambio de patrón en los participantes más asiduos en las actividades. Los estudiantes tímidos, que nunca intervenían en el salón de clases, ahora de manera online tenían hasta tres o cuatro respuestas escritas en el chat y estudiantes que intervenían bastante en salón, ahora no lo hacían. ¿Este cambio fue provocado por la dificultad de plasmar por escrito una respuesta? Cabe mencionar que, generalmente, las respuestas escritas en el chat eran muy escuetas, no pasaban de diez palabras y eran redactadas con errores gramaticales y ortográficos. ¿A qué debo achacar el cambio en el patrón de la participación? Ahora bien, ¿qué pasaba con mis emociones en este contexto? Realmente me producía mucha nostalgia no verlos, ni escucharlos; me sentía incómoda y hasta cierto punto sola al estar frente a una pantalla de computadora explicando o dirigiendo actividades, sin poder ver gestos, sin oír risas e incluso sin respirar el olor típico de un salón de clases.
Durante la tercera sesión, aunque se había establecido el compromiso de hacerlo, pude lograr que abrieran sus cámaras y sus micrófonos. Cuatro alumnos, por fin, se atrevieron a mostrarse y a compartir un poco de su intimidad.
La primera alumna que se atrevió a abrir su cámara fue una joven de 24 años, estudiante de enfermería, que siempre se mostró muy cooperativa, dulce y respetuosa en el aula y en las clases online. Se le veía ubicada en la mesa de su comedor, con buena iluminación y en un ambiente solitario. No estaba especialmente arreglada como en la escuela, me pareció recién bañada, ya que su cabello se veía suelto y un poco mojado. Nos saludó con la mano, alegre y un poco nerviosa, me preguntó por mi salud y eso fue todo, unos escasos segundos. El segundo fue un alumno de 21 años, estudiante de Fisioterapia, el cual siempre usa las sillas de la parte posterior del aula para ubicarse, siempre callado y serio. Hasta ese momento se había mostrado poco participativo, pero ahora, de manera online, se mostraba cooperativo, hasta el punto de atreverse a abrir su cámara y mostrarnos su entorno. Él estaba tomando la clase por celular, se observaba el cable blanco de sus audífonos. Se encontraba caminando por un taller mecánico mal iluminado donde había piezas de coches sucias colgadas en las paredes, herramientas y llantas desgastadas en el suelo. Se le notaba nervioso pero alegre y justo cuando iniciaba su saludo, una voz de hombre se escuchó del fondo, indicándole que mostrara sus perros. Le pregunté de quién era esa voz, a lo cual me respondió que era su papá. Entonces, la voz de hombre de hace unos segundos me saludó y se presentó conmigo. El alumno quizá apenado, cerró en ese momento su cámara.
La tercera alumna que abrió su cámara tiene 19 años. Proviene de la carrera de Nutrición, usualmente muy callada en clase, pero siempre prestando aparente atención. Cuando abrió su cámara se pudo observar que estaba en una habitación, con una luz tenue, sobre su colchón y con varias almohadas de apoyo. Esta alumna nos mostró a su gatita y su saludo consistió en mostrar la patita de su mascota.
Una cuarta alumna, procedente de la carrera de Enfermería, abrió inmediatamente su cámara, dejándose ver a sí misma y a su hermanito, de aproximadamente siete años, ubicados en el comedor del hogar. Me dijo con tono juguetón que a su hermano le gustaba tomar la clase con ella. Le pregunté a su hermano que si le gustaba la clase y me respondió que disfrutaba cuando jugábamos con el celular, quiero suponer que se refería a los Kahoots. Estas situaciones sociales y de interacción con mis alumnos fueron una oportunidad única para entender y comparar los ambientes en que se produce la enseñanza. Comparo el salón de clases con los ambientes en los cuales actualmente los alumnos se encuentran. En la universidad privada encontramos muebles cuidados, pintura fresca, pantallas grandes y buena iluminación; en muchos hogares de los estudiantes, un pequeño comedor para recibir la señal, una cama e incluso un taller mecánico, lugares donde ahora mis estudiantes toman sus clases, tres o cuatro diariamente. Se sabe que la geografía donde se desarrolla el aprendizaje es importante, los alumnos y los docentes se acostumbran a sus territorios y a sus paisajes particulares, se apropian de ellos. La gran pregunta de esta forma de interacción y enseñanza online es ¿cómo construir un clima humano más agradable, atrayente y, digamos, hasta seductor para el aprendizaje?
2ª Parte. Relato de la experiencia del docente a cargo de la asignatura de Genética Clínica de la Licenciatura de Medicina, en la Universidad Nacional Autónoma de México
La relación que establezco con los alumnos de medicina que realizan prácticas en hospitales y cursan la asignatura de Genética Clínica es particular, porque los temas que vemos en clase, como por ejemplo la explicación de qué es el ácido desoxirribonucleico (ADN), parece más una cuestión de ciencia ficción que propiamente de medicina. Explicar el ADN es un tema arduo en varios sentidos; por una parte, requiere que se toquen algunos conceptos químicos para poder hablar de la estructura de la molécula y dar cabida a los conocimientos sobre las pruebas diagnósticas. Por otro lado, a los alumnos les sorprenden conceptos como las proporciones entre genes, genoma y cromosoma. Enseñarles sobre clasificación clínica puede resultar toda una odisea de explicación.
Un componente muy grato de los cursos es el número de alumnos, rara vez supera los 20 estudiantes, situación que permite estar muy atento a su lenguaje corporal, gestos, dudas y aprendizaje. Respecto a este punto, es importante mencionar que uno de los momentos más agradables en las clases presenciales, y que me genera una gran satisfacción, son aquéllos en los cuales he podido observar la mirada de mis alumnos y entender que he sido capaz de explicarles un concepto complicado.
La carrera de medicina tiene un impacto en la vida humana difícil de cuantificar ya que el médico es responsable de enmendar diferentes tipos de dolores, desde una simple cefalea, diarrea o fatiga muscular, hasta un dolor posquirúrgico e incluso los efectos de una quimioterapia. Considero de gran importancia valorar la relación entre el personal de salud y el paciente, relación que (desde antes del COVID) cada día es más difícil de conseguir, sobre todo en las instituciones de salud públicas, debido a la falta de recursos y la saturación de las especialidades.
Es indispensable, como profesional de la salud y sobre todo como docente, que los estudiantes de medicina entiendan, valoren y reflexionen sobre esta situación tan particular; sin embargo, esta reflexión sólo he podido compartirla con los estudiantes por medio de las clases presenciales, enfatizando la importancia de este tipo de educación.
La estrategia que utilizo en el salón de clases no está peleada con el uso de la tecnología y no empleo los mismos métodos de enseñanza en todos los temas. Se enseña a los alumnos a usar bases de datos para la búsqueda de artículos científicos, conocer y manejar catálogos de enfermedades mendelianas, así como identificar secuencias de ADN y analizar las características de los diferentes genes relacionados con enfermedades.
En general, uso proyecciones realizadas con los programas PowerPoint o Keynote,3 donde predominan las imágenes o conceptos, las cuales me permiten formular preguntas respecto al tema y desarrollar la clase. Procuro mostrar el mismo concepto desde varias perspectivas, relacionándolo con temas clínicos. Se discute y se dialoga con los alumnos, de tal forma que estructuren un concepto propio, con el objetivo de puntualizar la aplicación de estos elementos conceptuales en la práctica clínica.
Vernos e interactuar en las clases permite conocernos a nivel personal, conocer gustos relacionados con medicina, comida e incluso música, preferencia de mascotas y de medios de transporte, por mencionar algunos. Antes de ser alumnos, para mí son personas, aunque en ocasiones, por diversas circunstancias, sea complejo transmitirlo.
Comencé a vivir la contingencia con una mezcla de sentimientos: veía lo que pasaba en otros países, lo que era desgastante porque intuía que el nuestro sería “golpeado” de tal forma que nuestro sistema de salud no resistiría. Era atemorizante, ya que sentía preocupación por mis familiares y amigos. Muchos de ellos laboran en hospitales donde el riesgo es diferente. Todo era frustrante debido a que no tenía elementos para formular respuestas a tantas preguntas que me planteaba. Tiempos de mucha incertidumbre.
En esta etapa de caos, no existían lineamientos por parte del gobierno o de las autoridades sanitarias con relación a la contingencia. Fue un momento donde se escucharon frases tales como: “abrazos, yo les doy permiso” o “tengo mis estampas religiosas para protegerme”; no se contaba con protocolos, ni equipos de protección individual para el personal de salud; no tenía contacto con mis amigos, tuve discusiones intensas con miembros de mi familia y amigos por tener opiniones diferentes. Estaba saturado y estresado por la cantidad de información que se generaba. En esos momentos, la Facultad de Medicina de la Universidad decidió suspender las clases presenciales y terminar el curso de manera virtual, del cual llevábamos entre el 70 y 75% del total. Me llevó varios días (porque se quedó en el intento) asimilar la situación.
Esta asimilación de la situación provocó que pasara por un golpe de realidad. En ese momento, comprendí que, si bien tenía el curso estructurado, con las presentaciones de los temas, los artículos a revisar y las evaluaciones, no tenía muchos conceptos sobre educación a distancia. Es decir, no comprendía las particularidades del manejo de aulas virtuales y sobre evaluaciones en línea. Tenía muchos conceptos de la materia, pero me sentía limitado para poder enseñarlos.
Empecé a leer conceptos de educación virtual y aulas virtuales (Google Meet, Zoom, Moodle, Blackboard). Los papeles cambiaron y pasé de ser un profesor con un plan trazado, a ser un profesor confundido y abrumado por la cantidad de variantes y opciones a elegir para continuar mi curso.
Google Meet, sala interactiva de conferencias, fue la herramienta que elegí para el regreso a clases con los estudiantes en sus hogares, realizando la proyección de los temas. La interacción estaba limitada, pues no podía ver todas las pantallas de los alumnos. No podía atender todas las reacciones que me mostraban en sus cámaras. Había constantes interrupciones en la sesión por la inestabilidad de la conexión, por la falta de experiencia en el uso de la plataforma y por las constantes entradas y salidas a la sala. Las sesiones virtuales tenían una duración de 60 a 90 minutos, y para mí eran más desgastantes que las dos horas que teníamos de manera presencial. Me sentí ajeno, un poco deshumanizado, autómata; las frases cotidianas que provenía de ambos lados, estudiantes y docente, tales como: “¿Cómo están?” o “cuídense”, me causaban sensaciones encontradas. Formular estas oraciones, teniendo como interlocutor la pantalla de la computadora, era una especie de muro que me costaba mucho superar. Sin darme cuenta, estaba en una constante comparación y competencia con las clases presenciales, que no podíamos tener. El curso terminó sin muchos cambios con relación al sentimiento que me producía, se revisaron los contenidos académicos, ayudándonos de los recursos que teníamos, pero predominaba una sensación de vacío en el aspecto humano.
En retrospectiva, creo que hay dos situaciones que podría haber abordado de otra forma. Primero, propuse la continuación del curso de manera unilateral, sin consultar con los estudiantes cuál plataforma consideraban adecuada; tampoco pregunté su opinión para el abordaje de los temas. En segundo término, no existió un proceso de análisis con los alumnos, relacionado con las clases a distancia. Supongo que existieron varios factores para no indagar en ello: lo abrupto de la situación, el poco tiempo con el que se contó para preparar el cambio de escenario de aprendizaje, los temas pendientes a revisar, el contexto social y personal de los estudiantes, los deberes de los estudiantes con otras materias y sus estados de ánimo, quizá vacilantes entre la apatía o el estrés. Estaba generando clases para alumnos que no eran consultados, me quedé con una sensación de inconformidad ante esto y con una idea predominante: me faltó reflexionar.
3ª Parte. Puesta en común de algunos elementos de nuestra práctica
Para producir un efecto positivo en el aprendizaje de los alumnos necesitamos valernos del trabajo cooperativo, de compartir vivencias, favorecer la reflexión y realizar debates. Los caminos que hemos usado para ello han sido diferentes. Importa destacar esta experiencia como un espacio de reflexión entre iguales, acerca del desarrollo de nuestra práctica docente en este momento histórico concreto, donde la contingencia nos ha obligado a buscar nuevas estrategias de enseñanza para dar continuidad al proceso de aprendizaje.
La comparación de nuestras prácticas nos permite concluir que la creación de un clima de aula agradable, la comunicación cara a cara y la posibilidad de buscar estímulos lúdicos permite mejores ambientes de aula. Un punto convergente en ambos ambientes de aula es la prioridad del diálogo continuo con nuestros alumnos. La principal razón del diálogo es conocer y entender la forma en la cual ellos interiorizan la información que se les está presentando, de tal modo que nos permita desarrollar actividades para mejorar el aprendizaje. El entendimiento y aprendizaje de cómo piensan nuestros alumnos, cómo asimilan los conceptos e incluso cómo manejan las situaciones estresantes propias o ajenas de la vida académica nos ha dirigido en el aula, anteriormente, llevándonos a cumplir varios objetivos de aprendizaje. Esto plantea un reto en las clases virtuales, ya que tendremos que aumentar nuestra capacidad receptiva para poder captar entonaciones de voz por el micrófono, inflexiones y gestos que nos permitan ver la cámara e incluso tratar de leer entre líneas en los chats o correos de nuestros alumnos.
En relación con este tema, cabe mencionar que consideramos indispensable integrar motivadores, para que el alumno sea capaz de saltar la barrera del bochorno sobre la crítica social de sus compañeros y pueda compartir en la clase virtual su cámara y micrófono. Guiados por la experiencia descrita sobre el uso de esas herramientas por parte del estudiante, es preciso reconocer las situaciones de precariedad y los problemas que posiblemente el alumnado esté pasando para continuar con sus estudios, como la falta de un lugar específico para tomar clases, las cuales tienen que cumplir con condiciones básicas para promover la concentración, como podría ser la luz, la ventilación, el ruido e incluso los deberes domésticos.
Estas interacciones sociales no sólo afectan al alumno; nosotros también compartimos el malestar del aislamiento que produce dar clases frente a una pantalla de computadora y no estar rodeados de nuestros alumnos, como lo estaríamos en el aula. Un motivador para dar cada clase es el afecto que nos expresan los estudiantes. Por otro lado, detectamos que no compartimos el uso de herramientas tecnológicas en esta nueva modalidad de clases. Posiblemente la diferencia en el número de alumnos en nuestras clases sea una de las razones para no compartirlas. Es más fácil lograr una enseñanza personalizada cuando tienes 20 alumnos en el aula que cuando tienes 60.
Otra posible razón de la diferencia en el desarrollo de nuestra práctica online consistió en la capacitación sobre el uso de las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC). Al parecer, esta contingencia evidenció que si bien las instituciones educativas en el nivel superior consideraban la capacitación a distancia para su plantilla docente, existían áreas pendientes sobre difusión, actualización y diversidad de contenidos; además, algunos profesores no mostraban el interés ni el entusiasmo que presentan actualmente. Las TIC no sólo se debieran usar en ocasiones extraordinarias, como la que estamos transitando. Es importante promover de manera regular el uso de estas herramientas para complementar las clases presenciales, lo cual incrementaría los instrumentos para la gestión en el aula. Se debe incorporar la apropiada base pedagógica en el uso de estas tecnologías, incluyendo momentos adecuados para usarlas y metodologías pedagógicas participativas. Conseguir el máximo impacto en el aprendizaje del alumnado depende del trabajo cooperativo de equipos de profesores, junto con autoridades que faciliten y mejoren el proceso de difusión en lo referente a la educación virtual de diferentes rubros y que los ayuden a estar preparados para las nuevas condiciones.
CONCLUSIÓN
La descripción de esta experiencia nos permitió repensar, criticar y aprender de nuestra propia práctica docente; nos facilitó la indagación sobre lo que hicimos y hacemos en estos momentos de crisis, y la reflexión acerca de por qué hacemos lo que hacemos en el aula virtual y presencial. Con el análisis autocrítico y la revisión por pares podemos concluir que todos nuestros procesos son mejorables; las clases presenciales no son enemigas de la educación virtual o viceversa, ambas pueden ser complementarias: pero se necesita la adecuada capacitación de los docentes, así como el correcto análisis de los planes de estudio. Es probable que existan temas en los que sea más conveniente y significativo para los alumnos la experiencia en el aula, por lo que resulta imperativo buscar nuevas estrategias de aprendizaje durante la pandemia.
Notas