Editorial

Pandemia y educación

Pandemic and Education

Sylvia Schmelkes del Valle
Universidad Iberoamericana Ciudad de México, México

Pandemia y educación

Revista Latinoamericana de Estudios Educativos (México), vol. LI, núm. Esp.-, pp. 7-12, 2021

Universidad Iberoamericana, Ciudad de México

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Este número está dedicado a las innovaciones educativas que los autores llevaron a cabo o estudiaron durante el confinamiento al que nos obligó la pandemia. Son testimonio de la creatividad que despertó a los educadores y educadoras que, también golpeados por la enfermedad, antepusieron su confianza en la educación y buscaron formas innovadoras de no sacrificar los propósitos educativos.

A 17 meses del primer confinamiento, podemos ver que la epidemia trajo consigo grandes problemas a la educación, pero también abrió, me parece, innumerables oportunidades. Muchas de estas últimas se reflejan en las páginas de este número.

Entre los problemas provocados por la pandemia señalo algunos sobre los que ya se dijo y escribió mucho: la exacerbación de la desigualdad educativa preexistente debido a las diferencias en el acceso a la tecnología y a la conectividad, que fueron las formas con las cuales se intentó suplir la ausencia de la escolaridad en las aulas, es quizás lo más nombrado, pero no por ello lo menos grave. Las consecuencias de esta desigualdad son hondas y veremos sus secuelas por un largo tiempo a futuro, en la forma de mayores deserciones, aumento del trabajo infantil, pérdidas de aprendizaje escolar pronunciadas entre ciertos grupos en condiciones de desventaja y muchos años de retroceso en los avances educativos recientes en educación tanto básica como media superior y superior. El impacto sobre la seguridad de las personas y sobre su salud socioemocional también es objeto de muchas reflexiones y ello es producto de la profundidad con la que la pandemia afectó nuestras certezas, desnudó nuestra fragilidad, cuestionó lo que dábamos por supuesto, relativizó nuestras prioridades, sin hablar de la experiencia de muerte de personas queridas y del sufrimiento por la enfermedad en carne propia o ajena. También, en ocasiones, fue producto del confinamiento que forzó la convivencia, muchas veces en condiciones de hacinamiento, lo que incrementó la violencia doméstica. En muchos casos, los aprendizajes propiamente escolares correspondientes al grado escolar que cada estudiante cursa no se lograron y los adquiridos previamente se perdieron por falta de aplicación y uso. Esto es más grave cuando se trata de habilidades fundacionales como la lectoescritura y el cálculo, que son los más precarios cuando no se han consolidado y no se utilizan, pero que son los que permiten los aprendizajes escolares adicionales, junto con la posibilidad de aprenderlos por cuenta propia. Los más afectados en este sentido fueron quienes no tuvieron acceso a la tecnología, pero no sólo ellos, pues quienes estuvieron expuestos a la enseñanza remota homogénea con frecuencia perdieron el ritmo y cayeron en el no aprendizaje y la frustración. En todos los casos se perdió la convivencia, la interacción entre pares. Bien sabemos que en la interacción, y sobre todo cuando ésta es cara a cara, se forma en valores de respeto al otro y a la otra, de habilidades básicas para la democracia, del diálogo como forma de resolver problemas, de la construcción de paz. Y con la pérdida de la convivencia nos hizo falta la oportunidad de formar en ciudadanía, en responsabilidad social, en los valores básicos de la democracia. Esto es, para mí, lo más doloroso, y lo que más claramente tenemos que resarcir y fortalecer ahora que comenzamos a recuperar la posibilidad de estar juntos.

Pero, como señalaba, la pandemia también trajo oportunidades. Durante el confinamiento los estudiantes siguieron aprendiendo, pero ahora pudieron acercarse a la familia y a su entorno inmediato como su detonador. Un trabajo en estas páginas describe cómo pudieron aprender más de su familia y de sus conocimientos y saberes, se acercaron a la cocina, al cultivo, al cuidado de los animales, a la observación de la naturaleza. Otros estudios dan cuenta de cómo se enriquecieron con la convivencia entre personas de edades diversas, en algunos casos de cómo mejoraron el dominio de su lengua materna. Emergió el valor del aprendizaje informal, junto con el papel de la familia y de las personas cercanas en su desarrollo. Cuando los impedimentos socioafectivos no interfirieron, los aprendizajes fueron intensos y valiosos.

Desde luego, y de eso dan cuenta varios de los trabajos aquí contenidos, descubrimos el valor educativo de la tecnología. Aprendimos a manejarla, le perdimos el miedo e incluso comenzamos, lo mismo estudiantes que docentes, a experimentar con ella, a descubrir sus múltiples potencialidades, a ser creativos en la búsqueda de agregar valor a la enseñanza por la oportunidad de hacer uso de ella. Como muchos ya lo plantearon, esto que ya estaba ahí, pero que se universalizó con la pandemia, ya no tendrá marcha atrás, y lo que habremos de hacer es seguir expandiéndola para el provecho de todos.

Pero quizás lo más importante es preguntarnos cómo aprovechar lo que aprendimos y lo que perdimos durante la pandemia para transformar la educación, ahora que podemos regresar al campus, a los planteles, a las escuelas. En estas páginas hay muchas ideas acerca de cómo trabajar en el futuro con la tecnología y de cómo manejar la combinación de la presencialidad con la educación a distancia como algo que llegó para instalarse, a fin de potenciar los propósitos y los resultados educativos. También hay experiencias interesantes de internacionalización, lo que sin duda transformará la educación superior, aunque no sólo ésta.

Quisiera, sin embargo, hacer algunas reflexiones acerca de lo que a mí me gustaría ver ocurrir en el sistema educativo en general, pero en la educación básica en particular, porque de su fortalecimiento dependerá la marcha del sistema educativo en su conjunto en los próximos años.

Ojalá, y ahora sí, pudiéramos combatir las desigualdades. Es evidente en el regreso a clases que a quienes debemos atender de manera especial es a los que se quedaron al margen de la tecnología, que son los que viven en zonas remotas, los grupos indígenas, los discapacitados, los más pobres. Sería indispensable que aprovecháramos la claridad de esta necesidad para, ahora sí, diseñar políticas educativas equitativas que atiendan con más recursos y mejor atención a aquellos que más lo necesitan. Sin ello, será difícil que la educación comience a cumplir una función social igualadora.

Pensando más en la escuela y en las condiciones para aprender, debiéramos aprovechar nuestra preocupación por las afectaciones socioemocionales que se derivan de la pandemia para hacer de la escuela un lugar amable, acogedor, seguro, respetuoso, en el que las niñas, los niños y jóvenes quieran estar. Implica desterrar la hostilidad, la discriminación, las burlas que, desgraciadamente, caracterizan a muchas de nuestras escuelas porque hemos descuidado la convivencia.

Constatamos la pérdida de aprendizajes escolares y eso nos debe conducir, por un lado, a priorizar las habilidades fundacionales y a descargar el currículo y, por otro, a desechar la necesidad de un currículo homogéneo para todo el país y ofrecer a los docentes, ahora sí, la oportunidad de ejercer su profesionalismo en la selección de los contenidos que son significativos y relevantes, que despiertan la curiosidad y la capacidad de asombro a sus estudiantes, ubicados en contextos específicos que ellos, mejor que nadie, conocen bien.

La heterogeneidad de cada grupo escolar será ahora aún mayor que antes, pues los estudiantes de cada docente serán diversos en el acceso que tuvieron a la tecnología y al apoyo que recibieron de sus padres o familiares, además de la diversidad, siempre presente, de talentos, intereses, ritmos de aprendizaje, cultura, lengua y capacidades. Ello es la ocasión para, ahora sí, manejar la educación inclusiva –la que atiende a los alumnos desde donde están y les ofrece lo que necesitan para lograr los aprendizajes– e imprimir en las actividades escolares el enfoque intercultural que permitirá aprovechar esta diversidad como una ventaja pedagógica.

Los docentes descubrieron el potencial de las familias para participar en la educación de sus hijos e hijas y, al mismo tiempo, las familias valoraron el papel del docente. Ésta es una oportunidad única que debe aprovecharse para fortalecer los lazos con familias y comunidades, en torno a lo que cada quién puede hacer mejor para propiciar la formación integral de los estudiantes. El poder de este vínculo es inmenso y el impacto educativo de la escuela tiene el potencial de multiplicarse.

Un aspecto esencial será aprovechar la convivencia para priorizar el desarrollo valoral, que permite lo que me parece un aprendizaje tanto o incluso más importante que el propio del desarrollo cognitivo, porque la escuela es la única institución social que puede formar sistemáticamente, a través de la colaboración, la reflexión colectiva y el diálogo, la formación para la ciudadanía, contra del racismo y para la relación intercultural, para la democracia y para la construcción de paz.

La pandemia nos hundió en la incertidumbre. Pero justo porque nos quitó nuestras certezas, amplió nuestros horizontes y provocó nuestras aspiraciones. Aprovechémosla para transformar nuestra vida y la de nuestros semejantes, y para hacer de la educación la fuerza transformadora que, quienes creemos en ella, sabemos que es capaz de desatar.



Sylvia Schmelkes del Valle

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