MUSEOS
Received: 18 December 2023
Accepted: 02 July 2024
DOI: https://doi.org/10.11606/1982-02672024v32e22
RESUMEN: El moldeado y vaciado de rostros, manos y pies formó parte de las diversas estrategias de conocimiento de los antropólogos desde el siglo XIX. Este estudio se centra en una colección de máscaras faciales obtenidas por el antropólogo alemán Otto Finsch a partir de sujetos vivos de pueblos nativos de Oceanía y conservadas en el Museo de La Plata, Argentina. Analizamos los materiales, archivos y catálogos; también, testimonios orales de trabajadores del museo que estuvieron en contacto con esta colección. En primer lugar, revisamos cómo surgieron estas máscaras, cómo fueron adquiridas por este museo, cómo fueron exhibidas y qué sucedió con ellas después de que fueron retiradas de la exposición. En segundo lugar, comentamos algunos puntos de discusión en torno a esta colección partiendo del supuesto de que estos materiales representan un patrimonio científico que no sólo da cuenta de la historia de la antropología y el contexto en el que se constituyó, sino que también es factible de ser reactivado en nuevas narrativas.
PALABRAS-CLAVE: Máscaras faciales de indígenas, Antropología física, Comercio, Exhibición, Depósitos, Colecciones obsoletas.
ABSTRACT: Molding and casting faces, hands, and feet were part of the various knowledge-making strategies of anthropologists since the 19th century. This study focuses on a collection of facial masks obtained by the German anthropologist Otto Finsch from live subjects of native people from Oceania and held by the Museo de La Plata, Argentina. We’ve analysed the materials, archives, and catalogues; also, oral testimonies of museum workers that were in contact with this collection. Firstly, we revise how these masks came to be, how they were acquired by this museum, how they were exhibited and what happened with them after they were removed from the exhibition. Second, we remark on some points of discussion around this collection on the assumption that these materials represent scientific heritage that not only accounts for the history of anthropology and the context in which it was constituted but that it is also feasible to be reactivated into new narratives.
KEYWORDS: Indigenous facial masks, Physical anthropology, Trade, Exhibition, Museum storage, Obsolete collections.
RESUMO: Moldar e fundir rostos, mãos e pés faziam parte das várias estratégias de produção de conhecimento dos antropólogos desde o século XIX. Este estudo se concentra em uma coleção de máscaras faciais obtidas pelo antropólogo alemão Otto Finsch de indivíduos vivos de povos nativos da Oceania e mantidas pelo Museo de La Plata, Argentina. Analisamos os materiais, arquivos e catálogos, além de depoimentos orais de funcionários do museu que estiveram em contato com essa coleção. Em primeiro lugar, revisamos como essas máscaras surgiram, como foram adquiridas por esse museu, como foram exibidas e o que aconteceu com elas depois que foram retiradas da exposição. Em segundo lugar, comentamos alguns pontos de discussão em torno dessa coleção, partindo do pressuposto de que esses materiais representam um patrimônio científico que não apenas dá conta da história da antropologia e do contexto em que ela foi constituída, mas que também é viável de ser reativado em novas narrativas.
PALAVRAS-CHAVE: Máscaras faciais indígenas, Antropologia física, Comércio, Exibição, Armazenamento, Coleções obsoletas.
INTRODUCCIÓN
Desde el establecimiento de la antropología física como historia natural del hombre en la segunda mitad del siglo XIX, los antropólogos y naturalistas han producido una vasta cultura material para estudio, exhibición y enseñanza en museos y laboratorios: colecciones osteológicas, fotografías, dibujos, esquemas, modelos del cuerpo humano, esculturas e instrumentos de medición, obtenidos a través de viajes de exploración, compra e intercambio con otras instituciones, o donación a través de vínculos con naturalistas, colonos o funcionarios de regiones más alejadas de las metrópolis. Además de ser medios para educar la mirada acerca de la diversidad racial, representaban también el prestigio de las instituciones que ostentaban grandes cantidades de objetos en sus muros y vitrinas. Dentro del conjunto de materiales mencionados, los calcos de rostros, torsos, manos o pies fueron parte de las estrategias de producción de conocimiento.
Las reproducciones de la forma humana, especialmente del rostro, fueron realizadas en yeso o cera por artistas, médicos y científicos amateurs mucho antes de que se volviera una práctica recurrente en la antropología. Los ejemplos más tempranos de calcos faciales se remontan al antiguo Egipto y Roma donde fueron utilizados como objetos memoriales. 1 En los siglos XVII y XVIII los vaciados de yeso en vivo y las prácticas de hacer máscaras mortuorias se tornaron populares entre la aristocracia europea. 2 La confección y colección de estos calcos faciales se expandió en el siglo XIX ante la popularidad de la frenología -pseudodisciplina en la que se inspirarán las primeras prácticas antropológicas-, que asumía que el tamaño y la forma de la cabeza y los rasgos faciales eran indicadores del comportamiento y habilidades mentales de las personas. Un caso emblemático de esta práctica lo constituyen las máscaras de cera del médico italiano Lorenzo Tenchini (1852–1906) quien, en asociación con la tradición de Cesare Lombroso (1835-1909) –la de estudiar las relaciones entre los rasgos craneanos y fisionómicos y los comportamientos sociales considerados peligrosos-, obtuvo las máscaras de personas que habían muerto en prisión. 3
La técnica del vaciado en yeso fue indicada por el médico francés Paul Broca (1824-1880) en sus Instrucciones Generales para las Investigaciones y Observaciones Antropológicas , quien –como otras autoridades científicas– ofrecía indicaciones a los naturalistas, amateurs y corresponsales para la elaboración apropiada de moldes faciales, acompañándolos de datos como el sexo, la edad, o la nación y, especialmente, el color de la piel mediante el uso de su tabla cromática. 4 Sin embargo, el mismo Broca reconocía que a los viajeros no les resultaba fácil convencer a los nativos para que les moldearan la cabeza. 5 En primer lugar, obtener el molde facial tomaba tiempo y exigía entrenamiento de la técnica; en segundo lugar, requería aproximadamente 1,5 kg de yeso por molde que debía ser transportado desde las metrópolis y, en tercer lugar, se trataba de un proceso desagradable para las personas cuyos rostros se copiaban. 6 Antes de obtener el molde las cejas, el pelo y las pestañas se engrasaban para evitar que el material quedara adherido y se introducía un tubo de madera en los orificios nasales para que el individuo pudiera respirar y este debía permanecer inmóvil -acostado con el rostro hacia arriba por 40 minutos o más-, hasta que el yeso fraguara, proceso en el que el yeso emitía calor y podía incluso quemar si se combinaba con ciertos sedimentos. 7 Frente al malestar que provocaba, los nativos debían ser convencidos por los viajeros a través de algún tipo de transacción (e.g. retribución económica), o meramente a través de la coerción física, como procedió el antropólogo italiano Lidio Cipriani (1892-1962). 8 Terminado el proceso de elaboración in situ , los moldes eran llevados a los centros de estudio desde los cuales se obtenían réplicas sucesivas en positivo — las máscaras faciales propiamente — que luego podían pintarse. Incluso, partiendo de las máscaras faciales, podían adquirirse nuevos moldes para copiar nuevas máscaras.
No obstante las dificultades, muchas características raciales que se pretendía observar en el rostro no podían ser estudiadas o representadas a través de textos o de mediciones. 9 El rostro o, más bien, la fisonomía general de cada raza podía reconocerse a partir de la comparación de sus proporciones generales, color de la piel, forma de la nariz, color de ojos, tipo y tono de cabello y grado de prognatismo y las máscaras funcionaban como un vehículo de comunicación de información tridimensional para el estudio comparado de razas entre distintas instituciones alrededor del mundo. 10 De modo que el estudio de máscaras permitía entrenar a los viajeros y observadores en el reconocimiento de dichas características, siendo similares a las fotografías como un medio para obtener representaciones visuales de las razas; además de que era un método que ofrecía promesas de objetividad; mientras que, para aquellos investigadores que permanecían en los centros de investigación, constituía un sustituto de la experiencia de campo 11 garantizando un acceso continuo a los cuerpos indígenas. Así, poco a poco estos materiales fueron ocupando las salas de exhibición de los museos científicos a los que también contribuían otras disciplinas en formación, tales como la etnografía y la arqueología.
El Museo de La Plata, creado en 1884 en la capital de la provincia de Buenos Aires, no fue ajeno a estas tendencias globales de exhibición y estudio de colecciones de objetos antropológicos en los museos de entresiglos. Durante la etapa fundacional de la institución se adquirieron, con destino a la Sala de Antropología, 100 máscaras correspondientes a la colección elaborada por Otto Finsch (1839-1917) de nativos de Oceanía. La colección fue inventariada hacia mediados de la década de 1900 por el antropólogo alemán Robert Lehmann-Nitsche (1872-1938), en el Catálogo de la Sección Antropológica (Lehmann-Nitsche, 1910 ). Hacia 1938, el espacio ocupado por la sala de Antropología sería destinado a la exposición zoológica. Una parte menor de las colecciones originales fue incorporada en una nueva exhibición, instalada en el anillo perimetral ubicado inmediatamente arriba. La inmensa mayoría de los materiales que se exhibían originalmente, como los esqueletos y los cráneos, se guardó en depósitos y otras series complementarias de fotografías y óleos se destinaron a la sala de Etnografía y otros espacios de la institución. En los primeros años del siglo XXI, las colecciones de restos humanos se mantuvieron bajo guarda en los depósitos del edificio histórico del Museo y continuaron suscitando el interés científico. 12 Por el contrario, las máscaras se trasladaron a un galpón externo que la institución tiene asignado en un anexo a la Facultad de Ciencias Naturales, donde se deriva todo material que ha sido escindido del circuito de uso y, en consecuencia, de las tareas permanentes de cuidado preventivo. 13
En este trabajo nos proponemos dar cuenta de los itinerarios de la colección Finsch de máscaras de Oceanía, su historia previa a la llegada a la institución, sus usos pasados y su estado presente, señalando algunas potenciales líneas de trabajo en torno a ellas. La noción de itinerario nos permite trascender las limitaciones del influyente modelo de la “vida social de las cosas” que, por medio de la metáfora biográfica, asigna una equivalencia entre el ciclo vital de las personas y los objetos. 14 Este modelo suele circunscribirse a objetos singulares o únicos, que mantienen a lo largo de su existencia su integridad física, y que están siempre en movimiento, hasta que perecen; y delimita con claridad sus fases vitales — nacimiento, desarrollo y muerte — por medio de una progresión lineal que emula aquellas que subtienden a las vidas humanas. Por el contrario, al abarcar tanto a los objetos como al conjunto de representaciones que generan en sus desplazamientos, el modelo del itinerario ayuda a conceptualizar cómo los objetos se transforman continuamente, pudiendo pasar de ser activos a ser estáticos u obsolescentes, para ser luego nuevamente reactivados. 15 En este marco, la distinción temporal tajante entre pasado y presente se difumina, trayendo a consideración las múltiples temporalidades, espacios y actores con los que los objetos se relacionan. 16 Siguiendo estas ideas, en la primera parte, exponemos una reseña histórica sobre la creación, circulación y comercialización internacional de la colección Finsch, su recepción e incorporación en distintos esquemas de exhibición en el Museo de La Plata; hasta sus trayectorias en espacios de depósito y descarte. Utilizamos, para ello, archivos institucionales y otras fuentes documentales, así como el testimonio oral de personal técnico y científico que han interactuado con estos materiales; y evaluamos el estado de la colección en el presente. En la segunda parte, a partir de la reciente puesta en circulación de las máscaras (desde su estado de abandono a un nuevo ciclo de conservación y curaduría) y de considerar estos objetos, devenidos obsoletos, como un legado patrimonial de las prácticas científicas del pasado, señalamos las posibilidades que brindan para la activación de nuevos sentidos museológicos, científicos e históricos.
LA COLECCIÓN FINSCH Y LA EXHIBICIÓN ANTROPOLÓGICA EN EL MUSEO DE LA PLATA
El ornitólogo y etnólogo alemán Otto Finsch (1839-1917) confeccionó moldes faciales de los nativos en las colonias que Alemania tenía en el Pacífico sur, cuando visitó esas latitudes entre abril de 1879 y enero de 1882, a partir de una beca de la Fundación Humboldt de Berlín, con el propósito de incrementar las colecciones de historia natural, antropología física y etnografía del Museo Real de Berlín. 17 Durante su viaje intercambiaba correspondencia con un referente de la antropología física de esa ciudad, el médico Rudolf Virchow (1821-1902), comunicando las observaciones y conclusiones que iba obteniendo en relación con los tipos raciales. 18 Al regresar en 1882 a Alemania trajo consigo 155 moldes faciales, acompañados de referencias sobre el color de la piel, según la tabla cromática diseñada por Broca, y el registro del nombre, sexo, edad, medidas corporales, esquemas con el contorno de pies y manos y cientos de fotografías ( Figura 1 ). Si bien obtuvo también moldes de manos, muslos, pechos y bustos, casi 300 cráneos y más de 200 muestras de cabellos, Finsch consideraba a la serie de máscaras faciales como la pieza maestra de su colección. 19 Todos sus materiales y registros se volvieron propiedad del museo, pero, como el viaje había sido solventado en parte con fondos propios, se le permitió a Finsch retener cualquier ítem considerado “duplicado” 20 .

En 1884 Finsch publicó una obra bajo el título Resultados Antropológicos de un Viaje por los Mares del Sur y el Archipiélago Malayo en los años 1879-1882. Catálogo Descriptivo de las Máscaras Faciales de Tipos de Personas en este Viaje, Publicado con el Apoyo de la Sociedad Antropológica de Berlín.21 Virchow redactó el prefacio, destacando que la actividad de confección de calcos había sido realizada con extremo cuidado y atención, a la vez que Finsch afirmaba “[...] cómo había sido posible convencer a los llamados salvajes, de cuya lengua no entendía ni una palabra, que se sometieran a un proceso para nada placentero” 22 . Allí también establecía que los calcos representaban a cinco razas humanas de 31 grupos de islas y 61 localidades diferentes y sostenía que la variación individual era tan importante que no había justificación antropológica para considerar a los llamados micronesios como una raza distinta de otros grupos de su entorno. A través de este catálogo distintas instituciones conocieron las máscaras y realizaron su solicitud para adquirir ejemplares. Sus reproducciones fueron distribuidas en varios museos y hacia 1887 ya estaban exhibidas en los museos de Historia Natural de París, Florencia, San Petersburgo, Berlín y Sidney. 23 Por otro lado, la serie completa fue replicada en cera y expuesta en el Panopticum de Berlín, 24 así como también en el Hall del Comercio de la Exposición Internacional de Bremen — Alemania — en 1890, donde la exhibición de Finsch fue el elemento más destacado. 25
En el mes de febrero de 1883, Finsch ofrecía su colección de máscaras a Henry Ward (1834-1906), dueño de la empresa estadounidense de comercialización de especímenes de historia natural Establecimiento de Ciencias Naturales de Ward . 26 Luego de un importante intercambio epistolar entre ambos y de que Finsch circulara entre Bremen y Berlín con su colección y esta fuera finalmente embarcada, Ward adquirió una selección de 100 máscaras (es decir, 55 máscaras menos que las registradas originalmente por el alemán) 27 . Su venta se publicó a través del catálogo Máscaras de Rostros de Hombres de las Islas de los Mares del Sur y el Archipiélago Malayo con un precio de 375 dólares para la serie completa y cuatro dólares para facsímiles individuales. 28 Esto no era poco considerando que en 1894 esta casa comercial ponía en venta reproducciones en tamaño natural de diversas articulaciones del cuerpo humano por menos de cuatro dólares y bustos de célebres naturalistas por cinco o seis, 29 pero se agregaba a las máscaras el valor epistemológico de permitir el estudio fisionómico, la peculiaridad de la colección, 30 la enorme distancia recorrida por estos rostros, las garantías de autenticidad respecto del lugar del que se habían obtenido las copias y, finalmente, los testimonios de diferentes autoridades científicas que recomendaban su adquisición. 31
En 1888, las salas de exhibición del Museo de La Plata estaban en proceso de ocuparse, siendo las colecciones antropológicas no solo las más numerosas, sino las que estaban mejor organizadas. En efecto, la sala correspondiente a la Sección Antropológica fue la primera en completarse en el monumental edificio comenzado a construir en 1884 y finalizado hacia 1888, cuando fue inaugurado al público de manera definitiva. Las colecciones que sirvieron de base habían pertenecido al Museo Antropológico y Arqueológico de la ciudad de Buenos Aires (1877-1884), armadas por su creador, el coleccionista Francisco P. Moreno (1852-1919), por medio de expediciones, donaciones y de canjes con distintos museos. En este corpus inicial se destacan ya las series complementarias a las de cráneos, esqueletos y piezas óseas — formadas por bustos en yeso, que serán luego exhibidas en el Museo de La Plata— y moldes de cráneos. Algunos de estos habían sido obtenidos mediante intercambios que se dieron luego de un viaje que Moreno realizó en 1881, con el propósito de estudiar los últimos avances en las instituciones análogas de Francia e Inglaterra. 32 De allí que, en el diseño general de la exhibición y de las vitrinas, se utilizaran dispositivos expositivos similares, creados y adaptados localmente, siguiendo las convenciones visuales en uso en las instituciones del hemisferio norte dedicadas a las ciencias antropológicas. 33 Los restos óseos y moldes fueron colocados en vitrinas altas sobre las paredes perimetrales de la sala, en una ringlera vidriada central de dos pisos que la atravesaba, y en vitrinas altas y bajas colocadas de manera perpendicular. Entre los dispositivos complementarios se destacaba una serie de retratos fotográficos, de frente y perfil, tomados a las familias de los caciques Inacayal, Foyel y Sayhueque. 34 Uno de los objetivos de estas series de fotografías, bustos, pinturas y dibujos era el de desplegar la idea de diferencias y afinidades raciales por medio de la comparación visual ( Figura 2 ). 35 En el esquema general de exhibición, la Sala de Antropología destinada a la anatomía humana ocupaba una de las dos naves transversales, en el nivel 1, que atravesaban la planta en forma de hemiciclo, espacio ocupado actualmente por la Sala de los Vertebrados Acuáticos ( Figura 3 ).


Fue en este contexto que se produjo la compra de la colección de máscaras de Otto Finsch. La institución tenía vínculos previos con Henry Ward, quien había visitado personalmente el Museo entre 1889 y 1890, en el marco de un viaje por América del Sur. 36 El momento de compra coincide con la gestión del primer encargado de la Sección Antropológica, el médico holandés Herman F. C. ten Kate (1858-1932), quien sostenía la idea de identidad de rasgos entre los grupos del continente americano con los grupos mongoloides del sudeste asiático, región donde había investigado en largas estadías en el terreno, en años previos a su llegada a la Argentina. 37 En ese sentido, la colección Finsch en el Museo de La Plata se puede relacionar al modelo de poblamiento americano planteado por ten Kate que vinculaba a los pueblos de Patagonia con los de aquella región, en base a la presencia de rasgos fisionómicos y corporales compartidos. Como era corriente en la antropología física de la época, las colecciones y las exhibiciones operaban en un esquema comparativo tipológico-racial a escala global que, contra lo sostenido por cierta historiografía de los museos atenta a la dimensión discursiva e identitaria de la construcción de los Estados Nación latinoamericanos, trasciende las fronteras nacionales y las especificidades locales. 38
Cada facsímil estaba provisto de un enmarcado rectangular de 21,5 cm de ancho y 33 cm de altura, con condiciones de ser colgado en la pared o colocado en vitrinas, según se explicitaba en el catálogo. 39 Además, presentaba dos números, uno grabado en la base del cuello de los individuos, correspondiente a la numeración del catálogo original de Finsch, 40 y otro grabado en la sección posterior, que pertenece al catálogo del Establecimiento de Ciencias Naturales de Ward ( Figura 4 ). 41 Según testimonian las fotografías históricas de la sala, de las 100 máscaras adquiridas a Ward, se exhibió en los muros contiguos a las vitrinas 10 y 11 (en torno de la entrada de lo que luego sería la Biblioteca) una selección de 48, separada en dos conjuntos de 24, junto a los mencionados bustos que habían sido obtenidos por canje en 1881 por Moreno para el Museo Antropológico y Arqueológico, y a otras representaciones en yeso de indígenas de la Pampa (Figuras 2 y 5). En el muro opuesto se exhibió el resto, dentro de las vitrinas 24 y 25.

En 1898, el sucesor de ten Kate, Robert Lehmann-Nitsche, encargó a la casa Ward un nuevo juego de etiquetas impresas, ya que las que acompañaban a la colección original se habían deteriorado. 42 Años más tarde, en ocasión de la realización del primer catálogo sistemático de todas las colecciones de la sección, asignó a las máscaras un número de inventario, del 5474 al 5573. Dichos números se inscribieron en la esquina inferior izquierda de la sección anterior de las máscaras ( Figura 4 ). Con esa numeración fueron incorporadas en el Catálogo sin más referencia que el nombre del individuo de quien se obtuvo la máscara y la procedencia, en una sección específica a la que Lehmann-Nitsche denominó “Varia” y en la que incluyó también cerebros, preparaciones en formol, restos momificados, entre otros especímenes. 43 Ese mismo año, Lehmann-Nitsche compró al Taller de Réplicas de Berlín ( Gipsformerei ) una nueva colección Finsch completa, pero vaciada en yeso sin pintar, que él ingresó al libro de entradas de la Sección recién en 1917, y cuya historia no será tratada aquí ya que excede los objetivos de este trabajo. 44

Durante su gestión, que duró hasta 1930, se puede apreciar también la incorporación de muebles de exhibición con paneles radiales y móviles, que contenían fotografías de indígenas americanos. 45 Hacia mediados de la década de 1920, según testimonian las fotografías de la época, si bien las máscaras permanecieron exhibidas, hubo cambios en la disposición de los bustos y en las vitrinas que los circundaban y se quitaron tanto los óleos de grupos indígenas de Pampa, Patagonia y Tierra del Fuego, como los muebles con paneles giratorios con fotografías ( Figura 6 ).
En 1930, Milcíades A. Vignati (1895-1978) inició su gestión como encargado del por entonces llamado Departamento de Antropología, con el objetivo principal de modificar el esquema de exhibición, ideado por ten Kate y continuado, con ligeras modificaciones, por Lehmann-Nitsche. Apuntaba a reducir la exhibición del “ejército de esqueletos” y reemplazar las etiquetas indicativas breves, para dar “a la muestra un carácter científico, a la par que instructivo” 46 .En 1938, la sala fue desmontada por completo y comenzó la mudanza al piso alto, en el sitio que ocupa actualmente la exhibición de antropología biológica. La mayor parte de los esqueletos y los cráneos fueron llevados a distintos espacios y, finalmente, colocados en depósitos. En este nuevo ámbito la colección de máscaras, por el contrario, fue especialmente resaltada por Vignati por “su gran valor científico y educativo”, haciendo colocar junto a ellas una serie de mascarillas de indígenas de la Patagonia. 47 Ese mismo año, en un Censo de los Bienes Nacionales del Estado del Ministerio de Obras Públicas de la República Argentina, Vignati contabilizaba 205 mascarillas en yeso, sin mayor indicación del origen e indicando que estaban en regular estado. Claramente, y a juzgar por las distintas colecciones de máscaras que Lehmann-Nitsche había adquirido, su cuantificación parecía subestimar en mucho las existencias totales.

A lo largo de diferentes gestiones, se fueron agregando en la cara posterior de las máscaras inscripciones en lápiz; entre ellas, números y textos, como Paleomelanesio (e.g. máscaras nº 5527 y 5551) o Paleomongólico (e.g. máscara nº 5480). Muchas máscaras, por otro lado, en las que se habían desprendido fragmentos, fueron reparadas.
En algún momento que aún no hemos podido determinar, la colección de máscaras fue retirada de la exhibición pública y se guardó en espacios de depósito del nivel cero del Museo en las dependencias de la División Antropología —así llamada desde 1949. Según registros fotográficos y el testimonio de los técnicos preparadores que realizaban tareas de limpieza y mantenimiento, las máscaras estuvieron durante décadas amontonadas unas encima de otras en estanterías de madera, contra paredes húmedas y sin ventilación, mientras que algunos pocos ejemplares permanecieron colgados de los muros de distintos gabinetes de dicha División ( Figura 7 ). 48 Cuando en los primeros años del presente siglo estos depósitos fueron requeridos para una mejor disposición de los restos humanos, las máscaras ideadas por Finsch, como muchos otros objetos de yeso, fueron trasladadas a un galpón fuera del edificio del Museo, espacio que carece de condiciones adecuadas para la preservación. En esta mudanza muchas máscaras se colocaron en cajones de madera; muchas otras se envolvieron en bolsas de nylon y se dispusieron una encima de otra en una estantería, o bien en el suelo; no se efectuó un control de inventario ni se consideraron medidas adicionales de conservación preventiva. De hecho, en el mismo espacio se trasladaron muchos otros objetos en yeso, como la mencionada segunda colección de estas mismas máscaras que había comprado Lehmann-Nitsche en 1910, otras máscaras faciales y esculturas elaboradas por los preparadores del Museo, junto con muebles y otros materiales en desuso.

A partir de nuestro control de inventario, 29 máscaras se encuentran a la fecha perdidas y de las 71 máscaras originales existentes el estado de conservación es muy variable de una máscara a la otra ( Tabla 1 , Figura 4 ). Tal como se representa en la Figura 8 , la mayoría de las máscaras acumuló gran cantidad de polvo, como resultado de su exposición en un espacio no propicio y con alta circulación de partículas en suspensión. Si bien la estructura general de la mayoría de las piezas es buena, la colección muestra grados moderados a altos de deterioro debido a las precarias condiciones de almacenamiento en depósitos y muebles que concentraban humedad hasta hace algo más de dos décadas, sumado a que algunas se encontraban en bolsas de nylon, que en días de altas temperaturas y humedad favorecen la condensación y producción de pequeñas gotas de agua, a la vez que el yeso muchas veces pierde sus propiedades iniciales si no es almacenado en un ambiente suficientemente seco, 49 influyendo en la presencia de hongos y, en menor porcentaje, de óxido. Por su parte, los daños en la pintura, las capas de yeso y la estructura fue resultado de su guarda en cajones, sin protección, apoyando una máscara contra otra y a los sucesivos traslados. 50

CICLOS DE USO, OBSOLESCENCIA Y POTENCIALES REACTIVACIONES DE LA COLECCIÓN DE MÁSCARAS
Como hemos visto, el itinerario de la colección de máscaras de Finsch en el Museo de La Plata, como otras colecciones similares en diversos museos del mundo, muestra ciclos activos de uso en el espacio de exhibición público, la posterior guarda en depósitos y laboratorios del edificio histórico y su ulterior fase de obsolescencia y descarte en un galpón externo. Desde mediados del siglo XX hasta la actualidad, las máscaras fueron deviniendo obsoletas porque no parecen revestir un interés científico, no se ajustan a los cánones museográficos en boga, son estéticamente poco atractivas para el público y, más recientemente, por su claro y controversial vínculo con el pasado colonial y el trato asimétrico hacia los indígenas las ha transformado en “material sensible” 52 . Por otro lado, su conservación y divulgación requiere del uso de espacios adecuados, recursos materiales y la labor sostenida de diversos trabajadores, desafíos que los museos no siempre están en condiciones de afrontar. Sin embargo, en tanto no haya una decisión tendiente a su total eliminación, no resulta difícil imaginar para la colección otro final. A partir de nuestro interés en trabajar con estas máscaras, de ponerlas nuevamente en circulación, y con la certeza de que los propios objetos dan cuenta de las prácticas científicas y curatoriales que no siempre han sido registradas en los informes de gestión, en el año 2021 nos dirigimos al galpón donde han permanecido inactivas, en una suerte de estado de latencia. La búsqueda en dicho espacio arrojó como resultado el hallazgo de numerosos otros materiales que no han sido nunca inventariados ni registrados y que, sin embargo, han ocupado un espacio en la exhibición, como los retratos de indígenas de la Pampa y la Patagonia (Figuras 2 y 5). Esta nueva puesta en circulación implicó no sólo reconstruir y analizar el itinerario seguido por la colección Finsch, sino también recuperarla, trasladarla nuevamente al Museo, limpiarla, actualizar el inventario y hacer un nuevo registro documental y fotográfico. Este trabajo de puesta en valor habilita, finalmente, a pensar en posibles estrategias de reactivación, estudio y usos.
Una posibilidad es la reactivación científica de las máscaras en los estudios de antropología biológica, ya que los rostros así copiados estarían sin duda expresando importantes diferencias y variaciones morfológicas. En esa línea, Houlton y Billings han comparado máscaras obtenidas en individuos fallecidos con sus cráneos (pertenecientes a la colección Dart de la Universidad de Witwatersrand, Sudáfrica), con el propósito de evaluar si las correlaciones entre huesos y tejidos blandos (i.e. máscaras) pueden contribuir al avance en los métodos de identificación facial. 53 Pero sugieren que el uso sería limitado, ya que la posición supina de los sujetos durante el moldeado, sumado al peso del yeso en la cara, produce una morfología alterada, que apenas puede reflejar el perfil nasal. 54 A esto se agrega que con las sucesivas copias —desde la original realizada en el campo, a las ulteriores reproducciones de las casas comerciales y los museos—, el yeso aumenta de tamaño durante el secado, lo que resultaría en rostros más grandes.
La propia observación de las máscaras de Finsch refleja la tensión facial y la presión del yeso, que produjo pliegues en el rostro ( Figura 9 ). Estos rasgos son frecuentes en muchas reproducciones presentes en los museos de anatomía y resultan conspicuos en las máscaras realizadas por el italiano Lidio Cipriani ( Figura 10 ). Jeffrey Feldman sugiere, en este sentido, que este tipo de calcos están en la intersección entre los conceptos de persona, de poder político y colonial y el control sobre el propio cuerpo. Subraya que estos objetos constituyen un registro de la experiencia sensible del encuentro entre un nativo y las fuerzas coloniales, experiencia que es infundida en el propio calco y que, al mismo tiempo, dicho aspecto háptico de la producción de moldes sobre el cuerpo del nativo se torna subrogado en el discurso del museo. 55


Estos procedimientos de subrogación también se hacen evidentes en el modo en que se sistematizó la información de las máscaras. Veronika Tocha ha señalado que las personas moldeadas por Finsch se convertían en números de inventario, objeto y mercancía en circulación, jugando un papel destacado en la reproducción del conocimiento y el orden colonial, por lo cual las fuentes documentales asociadas (fotografías y dibujos antropométricos) pueden ayudar entonces a conectar un objeto sin nombre, con una identidad, con una persona. 56 De allí que otra posible línea de indagación en torno de estos materiales sea a partir del análisis cruzado de información registrada en distintos sustratos —fichas, libros de entrada, catálogos, correspondencia y material bibliográfico—, que permite reconstruir las articulaciones y trayectorias históricas de las máscaras en distintos espacios. En la puesta en base de datos de la colección Finsch que estamos realizando, se hacen evidentes tanto los ciclos de la información utilizados, como la ausencia de los mismos, en distintos períodos. Como se aprecia en la Tabla 2 los datos consignados en el informe original de Finsch refieren el nombre, sexo, edad, ubicación geográfica, mediciones antropométricas —incluyendo el número de tono de piel en la escala cromática de Broca y el tipo de cabello— y una descripción de atributos físicos y rasgos comportamentales. 57 Los datos son bastante más reducidos en la selección de 100 ejemplares de Ward, quien suele agregar adjetivos propios con el evidente objetivo de hacerlos más atractivos para la venta. 58 En los catálogos del Gipsformerei de Berlín 59 son aún más reducidos, quitándose los nombres y los datos antropológicos; brevedad que es replicada en el catálogo de Lehmann-Nitsche 60 y en el libro de entradas inédito del Departamento llevado por éste, 61 donde el énfasis está colocado en la adscripción étnica y el lugar, y en la correlación de la numeración entre los distintos catálogos.

Volviendo a los objetos y circunscribiéndonos a la historia de la antropología argentina, podemos destacar que los materiales en yeso constituyen un aspecto singular que no ha sido aún estudiado, ya que la atención se ha colocado sobre las colecciones de cráneos y esqueletos y de fotografías antropométricas en detrimento también de otras colecciones como las tricológicas, las muestras de piel, los instrumentos y los objetos utilizados en espacios pedagógicos. En el caso del Museo de La Plata la adquisición y producción de objetos en yeso como bustos de indígenas, moldes de partes esqueletarias y piezas óseas de homínidos para la exhibición y para ilustrar las clases de paleoantropología, parece haber desplazado, a partir del 1900, al énfasis inicial puesto en la recolección, exhibición y estudio de restos humanos. Como hemos mencionado, Lehmann-Nitsche adquirió en 1910 al Gipsformerei de Berlín, una nueva colección de máscaras de Finsch, formada por los calcos, sin pintar, y de la que aún no hemos encontrado evidencia sobre sus usos. Los libros de registro muestran que se continuaron adquiriendo distintas series de reproducciones en yeso hasta al menos la década de 1960. 68 Según hemos podido conocer por medio del testimonio oral, muchos de los preparadores mantuvieron durante décadas la práctica de realizar moldes faciales (y máscaras) a partir de personas vivas, siendo común que las vaciaran sobre los rostros de los propios estudiantes de antropología, por lo menos hasta la década de 1970. Así, la máscara de una estudiante de antropología con padre y madre de origen danés, fue incluida en la exhibición como representante de la “raza caucásica” 69 .Los mismos cursos de formación técnica que seguían los preparadores del Museo de La Plata incluyeron explicaciones sobre cómo realizar máscaras hasta bien entrada la década de 1980 (pueden encontrarse muchos moldes no tan antiguos en el mismo espacio en el que se encuentran las máscaras de Finsch) y muchas reproducciones se utilizaban en exhibiciones itinerantes llevadas por ellos a distintas provincias argentinas. 70 Estos aspectos estarían indicando que la utilización de objetos en yeso fue de mucha mayor importancia en las exhibiciones y en la enseñanza de lo que se ha reconocido hasta hoy y que, aún cuando las grandes series de máscaras se trasladaron al depósito, la distinción de razas se siguió representando en las vitrinas mediante especímenes “típicos” o reconstrucciones ideales especialmente seleccionadas ( Figura 11 ).

En el mismo sentido, otro aspecto vinculado a esta colección que no ha sido aún indagado en profundidad y que el mencionado modelo de los itinerarios de los objetos habilita, es el de los espacios físicos por donde las colecciones se desplazan a lo largo del tiempo. En efecto, en contraposición a la mayoría de los estudios sobre museos y colecciones, que han centrado la atención en el análisis de los espacios de exhibición, el estudio de los depósitos y otros “espacios liminares” (gabinetes, laboratorios, archivos) donde los objetos tienen una “segunda vida”, fuera de la vista del público general, ha carecido de abordajes similares. Brusius y Singh señalan que, si bien se han publicado numerosas guías prácticas de trabajo en los depósitos, los aspectos históricos, epistemológicos y semánticos están ausentes de las discusiones acerca del papel desempeñado por estos espacios en el ecosistema de los museos. 71 Los espacios de almacenamiento suelen ser espacios organizados de maneras menos definitivas, menos estables, donde los objetos cambian de estatuto con mayor velocidad, pasando rápidamente del uso activo a la obsolescencia y al olvido, con prácticas curatoriales que, en muchos casos, no han dejado registros escritos. 72 Por ello, estos espacios ofrecen una posibilidad interesante para estudiar el modo en que los objetos circularon, fueron dispuestos, clasificados y registrados; o, contrariamente, para verificar la ausencia de muchas de estas prácticas, particularmente en colecciones que en algún momento de su itinerario fueron tácitamente descartadas. El espacio del galpón donde han estado depositadas las máscaras se caracteriza por la superposición de objetos, la falta de clasificación y la ausencia de registros. 73 Esto se debió, en parte, a la obsolescencia de los materiales y, por otra parte, a la celeridad con que debían trasladarse para dejar los depósitos en condiciones para conservar los restos óseos. En estas circunstancias, las pocas inscripciones que conservan, junto con la memoria y el testimonio oral de los trabajadores que han participado de las transiciones que las han animado, cobran una relevancia fundamental.
Finalmente, estas máscaras pueden cobrar nuevos usos como parte de narrativas en torno de las ciencias y su cultura material. Por ejemplo, las máscaras de Lidio Cipriani se exhiben actualmente en el Museo di Storia Naturale de Florencia y en el Museo di Antropologia de Nápoles (Italia) ( Figura 12 ), asociadas a discursos que pretenden generar conciencia respecto de la imposibilidad de realizar clasificaciones raciales, subrayando que las diferencias de aspecto entre los habitantes de las distintas regiones no son más que resultados de la adaptación a climas y entornos diferentes. El desafío de los museos es entonces conservar materiales de este tipo que se encuentran obsoletos y descartados en depósitos, no ya como depositarios de un saber vigente, sino como un patrimonio 74 que nos permite asomarnos a las prácticas científicas del pasado. 75 Darlos a conocer puede ser, entonces, un modo para que los visitantes a museos, por ejemplo, comprendan que el conocimiento es una actividad social, que se construye de manera colectiva en comunidades de prática, en contextos situados, que no es el resultado de un proceso lineal ni produce objetos acabados y perennes, sino que está en una dinámica de permanentemente constitución. 76 Esto no necesariamente significa que todo deba ser conservado; más aún considerando que en las últimas décadas hay enormes innovaciones científicas y tecnológicas y gran parte del equipamiento y objetos utilizados “envejece” muy rápidamente. Para que ciertos materiales puedan ser puestos en valor y conservados, en primer lugar, es necesario saber qué hay e identificar elementos relevantes; en segundo lugar, esas investigaciones son la base para la planificación de políticas institucionales en torno de la gestión de las colecciones. 77

CONCLUSIÓN
En los estudios que tratan el devenir de alguna disciplina es frecuente ver trabajos acerca de colecciones que se han mantenido vivas y que son activas desde el punto de vista científico, aun cuando muchas de ellas hayan sido resignificadas a través de nuevos métodos de trabajo o nuevas aproximaciones teóricas. Esto ocurre en el campo de la antropología biológica cuando se explica cómo y por qué se siguen estudiando las colecciones de restos humanos. 79 Existen también trabajos sobre objetos o instrumentos que presentan valores técnicos e incluso estéticos, y que han sido mantenidos en oficinas o gabinetes por curadores, investigadores, o preparadores; muchas veces a través de un compromiso emocional tanto como intelectual, 80 e independientemente de las políticas formales de la institución acerca de la gestión de sus colecciones patrimoniales.
En este trabajo presentamos un caso diferente; el itinerario de un conjunto de máscaras en yeso que circuló de Nueva York (a partir de copias enviadas desde Berlin) a La Plata y que resultó de la copia de los rostros de personas nativas de unas islas del Pacífico sur, hace más de 140 años, en un sitio muy alejado geográficamente del Museo de La Plata. Una vez en este museo, las máscaras ocuparon una parte relevante de la exhibición hasta que, a mediados del siglo XX cambiaron los modelos expositivos y se trasladaron a los depósitos, sin los cuidados apropiados para su conservación, dado que se volvieron obsoletas o irrelevantes. De allí, se trasladaron a comienzos del siglo XXI a un galpón ubicado por fuera del edificio histórico, en virtual situación de descarte, ocupando progresivamente espacios más marginales, quedando sumergidas en el olvido.
Este tipo de colecciones constituyen a veces una paradoja. Por muy obsoletas, olvidadas, abandonadas y deterioradas que puedan estar, han permanecido; dicho de otro modo, no se realizaron acciones directas para darles de baja y el hecho de que no se manipulen, en ocasiones, también las protege. Sebastien Soubiran señala que lo que hoy llamamos patrimonio científico — e.g. algunos gabinetes — debe su supervivencia precisamente al hecho de haber sido olvidado en oscuros sótanos o desvanes. 81 Pero también hay casos, como el aquí presentado, en que las acciones de preservación se interrumpieron y las colecciones se desplazaron a espacios en los que no podía esperarse otra cosa que el deterioro. Entre las razones de esto puede haber decisiones institucionales, decisiones de los curadores y/o preparadores directamente involucrados, falta de financiamiento, de personal capacitado, de espacio físico, o el simple desinterés. Empero, hay una causa más básica. Para quienes realizan investigación científica es imperioso producir innovación y, rápidamente (cada vez más), cierta cultura material se vuelve obsoleta y desechable, lo que hace que la relación con ella no carezca de ambivalencias y tensiones. 82 En el caso particular de las máscaras, estas se fueron volviendo incómodas, no solo por su asociación con el contexto colonial en el que fueron concebidas y creadas, sino que sus colores y el modo en que los rostros son presentados, con los ojos cerrados, no se adecuan a las modalidades museográficas vigentes. Algo similar ocurrió con muchas obras de taxidermia, 83 pero accionando con el propósito de reconocer la importancia de los museos, de sus colecciones y de la herencia cultural que representaba, el Consejo Internacional de Museos publicó en su Código de Ética un protocolo para la preservación de los especímenes juntamente con el registro fotográfico buscando conservar las intenciones del taxidermista y sus técnicas. 84
Esto nos indica que los valores y sentidos acordados a los objetos en un museo nunca son estables y su resignificación puede ser relevante para estudios históricos y curatoriales, a partir de la dimensión material, complementaria e irreductible a la dimensión documental. La necesidad de políticas de preservación sobre las colecciones obsoletas como estas máscaras nos lleva asimismo a pensar en los desafíos crecientes que enfrentan los museos de ciencias a lo largo del tiempo, ya que, según Jardine, Kowal y Bangham, las colecciones tienden a perecer y de allí la relevancia del trabajo intelectual, material y curatorial permanente que se requiere para su mantenimiento, cualquiera sea su naturaleza. 85 Si se busca rescatar de la obsolescencia a las viejas colecciones y elaborar nuevas narrativas, algunas de las cuales fueron esbozadas arriba, ningún aspecto puede estar separado de otro. En este sentido, las máscaras de Otto Finsch han resistido el embate de la pérdida de identidad gracias al “orden material del saber” 86 formado por los rótulos, inscripciones, etiquetas, expedientes, catálogos y por las tecnologías informatizadas de las bases de datos. Los significados de los objetos no emanan de sus características intrínsecas, sino que se constituyen en la trama de las relaciones con los sujetos en determinados espacios de uso y circulación. Llegado a este punto, desde el presente se hace necesario otro criterio de reunión de este sistema heredado de objetos que los vuelve susceptibles de estudio, interés y de conservación. Nos referimos a reactivar y promover la curaduría de estas máscaras como evaluadores reflexivos de la historia del museo, de la ciencia y, particularmente, de la memoria disciplinar antropológica, concluyendo que estas máscaras faciales de yeso son significantes de las prácticas científicas y la historia institucional, así como reflejos de coyunturas políticas, sociales y económicas de un tiempo y espacio determinado.
AGRADECIMIENTOS
A Andrés Di Bastiano, Susana Salceda y María Marta Reca por haber brindado testimonios orales y acceso a documentos y objetos bajo su cuidado, que permitieron reconstruir los itinerarios de la colección. A Rolando Vázquez, Leandro Cuerda y Alejandro Casella, de la Unidad de Conservación y Exhibición del Museo de La Plata, por su colaboración con el manejo y cuidado de los materiales. A Fabio di Vincenzo y colaboradoras del Museo di Storia Naturale, sede di Antropologia ed Etnologia, Università degli Studi di Firenze (Florencia, Italia) y a Lucia Borreli del Museo di Antropologia, Centro Musei delle Scienze Naturali, Università di Napoli “Federico II” (Nápoles, Italia) por haber permitido a Marina Sardi la visita a colecciones bajo su custodia.
Este trabajo recibió financiamiento de European Union’s Horizon 2020 Research and Innovation Program under Marie Skłodowska-Curie grant agreement No. 101007579 y de la Universidad Nacional de La Plata, Proyecto de Incentivos N898 (2019-2023).
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Notes
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