Reseñas
Cuando los migrantes andinos hacen de Lima su casa
Cuando los migrantes andinos hacen de Lima su casa
Revista Latinoamericana de Estudios sobre Cuerpos, Emociones y Sociedad, vol. 11, núm. 30, pp. 99-105, 2019
Universidad Nacional de Córdoba
CCOPA Pedro Pablo. La cocina de acogida. Migrantes andinos en Lima: memorias, sabores y sentidos. 2018. Lima. USMP |
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Recepción: 05 Marzo 2019
Aprobación: 24 Abril 2019
El nuevo libro de Pedro Pablo Ccopa, La cocina de acogida, es un libro particular dentro de la propia trayectoria del autor y de la mirada que desarrolla desde hace años sobre la sociedad limeña, pero es también un libro importante, por la novedad de la perspectiva que lo anima, dentro de la sociología peruana.
Para comprenderlo hay que partir de una de las grandes características del autor: Pedro Pablo Ccopa es probablemente el más moderno de los sociólogos peruanos. O sea, me explico, es a la vez y por momentos tradicionalmente moderno; modernamente tradicional; y constantemente ambivalente.
Para comprender este talante intelectual creo que es indispensable partir del itinerario del autor tal como él mismo lo enuncia y se enuncia en el libro: sociólogo andino, nacido en una comunidad indígena en Andahuaylas, Apurímac, migra con su familia de niño a Lima, que sostiene no haber vivido la ciudad –a la diferencia de tantos otros migrantes– primordialmente desde su agresividad, y que tras cruzar todas las fronteras espaciales, pasar todas las penurias y batallas de tantos migrantes, se formó y volvió un docente universitario. La trayectoria es poco frecuente, pero no es en ella misma en donde reside lo esencial. Por lo demás, pero va en ello del pudor y de la elegancia de Ccopa, a la diferencia de tantos sociólogos que se inventan raíces populares, en sus análisis jamás hace alarde de sus orígenes para autorizarse conclusiones o desvirtuar interpretaciones que le son ajenas.
Lo importante, por supuesto, es lo que Ccopa ha hecho con esta trayectoria atípica. En esto reside por lo demás una de las innegables atracciones de su trabajo, animado por una mirada sociológica que se aleja de lo que es la sociología mainstream limeña. En los estudios de Pedro Pablo Ccopa casi no hay estudios de actores políticos, de conflictos sociales, de desigualdades, de relaciones de género. O mejor dicho, todo eso está presente (¡y cómo!) pero leído desde la vida cotidiana y las experiencias de los individuos. Cierto, su obra es demasiado vasta y variada para poder sintetizarla en algunos temas, pero detrás de sus sucesivas problemáticas, es posible reconocer este hilo conductor: ya sea a nivel de la sexualidad (y su trabajo pionero sobre los hostales en Lima); la música y las diversas hermenéuticas que ha dedicado a las canciones (andinas y limeñas); la cocina (tema que aborda desde hace años); actualmente, hasta donde sé, el humor.
Lo repito para que se entienda bien: uno de los más connotados sociólogos andino-migrante y de origen popular del país, construye su mirada sociológica desde y en torno a la sexualidad, la música, la cocina, el humor. O sea, a distancia de problemáticas académicas, lenguajes analíticos dominantes, desde la experiencia de la vida social y cultural. Hay algo de fundamental en este descentramiento de la mirada, hay algo sobre todo de creación heroica en esta mirada sociológica.
Pero la calidad y el interés de La cocina de acogida es que, inscribiéndose dentro de esta trayectoria y temáticas, es un libro importante tanto en la obra personal del autor como en la sociología de la migración peruana. En la trayectoria de Ccopa es un libro de plena madurez intelectual; en donde, mejor y en todo caso con mayor fuerza que en algunos de sus trabajos precedentes, teoriza y delimita con mayor alcance su mirada sociológica, la importancia que otorga a las emociones, a las memorias, a los sentidos corporales. Una realidad desde la cual propone una dialéctica particular de la modernidad: una en la cual, las emociones propias del mundo encantado se acomodan –regresaré sobre este término– a una ciudad desencantada, en donde los sentidos –sobre todo el gusto y el olfato– son reevaluados en contra de su desvalorización en aras no solamente de la mirada (como en Simmel), sino también de la razón; en donde las memorias deben convertirse y se vuelven soportes indispensables desde los cuales los migrantes pueden enfrentar los desafíos de la vida social y urbana en Lima.
Pero La cocina de acogida es también un libro importante en la sociología de la migración peruana (de la “inmigración” entre dos Perú como dice el autor citando a Hugo Neira), porque el libro describe, desde una perspectiva particular –la cocina y las sensaciones corporales–, la diversidad de aristas del proceso de acomodación de los migrantes andinos en Lima.
[I.]
El libro es un dialogo, por momentos heterogéneo, entre voces distintas. La de los entrevistados cuyos relatos orales son la materia prima fundamental de este estudio: migrantes de 60 años y migrantes de menos de 30 años, o sea, dos generaciones o grupos etarios, con experiencias distintas. En este punto, un anexo dando el número total de personas entrevistadas o presentándolas, incluso sinópticamente cada una de ellas, habría sido bienvenido –tal vez, ojalá, en una nueva edición del libro. A esta pluralidad de voces se le añade, regresaré sobre este aspecto, la propia ambivalencia del autor. No se trata de un asunto menor: la acentuación de la mirada de Ccopa no es la misma en los distintos capítulos o pasajes del libro. Si es claro el predominio de una interpretación que subraya la fuerza de la continuidad personal entretenida en los migrantes gracias a la cocina, vía la nostalgia, en muchos otros momentos esta mirada reconoce, incluso a regañadientes, la fuerza del cambio producido y a veces sufrido.
Rápidamente resumido el libro analiza el papel de la cocina dentro del proceso de migración desde los Andes a Lima y, en parte, el rol de la cocina en la vida de los migrantes más jóvenes – muchos ya nacidos en Lima. La argumentación se desarrolla a través de análisis recursivos, casi en espiral, en donde cada nuevo capítulo “aprieta” cada vez la problemática central del libro, en donde el autor regresa constantemente sobre ciertos temas, despliega progresivamente una mirada analítica original. Cuatro grandes ítems sobresalen.
La cocina como analizador de una sociedad
En primer lugar, la cocina le sirve al autor como un analizador del cambio histórico y de la lucha social y cultural que se ha librado en la ciudad de Lima. Una historia que está constantemente en el telón de fondo de la reflexión y que el libro analiza a través de cinco grandes momentos o procesos:
(1) A lo largo de todo el libro y a través de sendas citas, los entrevistados recuerdan la fuerza de las jerarquías sociales de las décadas de 1950 (p.67, p.70), los juicios de los limeños hacia una cocina andina “menos elaborada” (.71, p.116). Era la época, resume el autor, en la que los andinos sufrían “los embates discriminatorios del criollo hacia ellos y su cocina” (p.74).
(2) Frente a ello, se dio una cocina de “resistencia” no solo desde un pasado inmediato, sino desde la Colonia (p.68). En verdad, una cocina ignorada por los criollos y entretenida subterráneamente por los migrantes.
(3) Progresivamente esta cocina “oculta” sale a la luz. La lucha de sabores es también una lucha de clases, pero como lo precisa el autor, “la lucha de sabores y gustos es más democrática, democratizadora y afectuosa que la lucha de clases” (p.72). Sin embargo, fue una lucha en donde con “sus olores, sus frituras, sus aderezos, sabores y gustos” los provincianos invadieron la ciudad: fue una auténtica “guerra por la hegemonía” (p.127).
(4) Desde hace unas décadas, sin que esto conlleve el fin de la discriminación y los menosprecios étnico-raciales, el proceso es distinto. La cocina andina es objeto de mayor consideración (p.70), sobre todo la cocina andina ya no se recluye a los solos provincianos, va conquistando “el paladar de los citadinos y el mundo oficial” (p.161), se produce incluso una “democratización desde los gustos” (p.163), la concina participa así a la representación de la diversificación del país, al reconocer la heterogeneidad de un mismo plato dentro de las diversas regiones andinas. (Algo muy bien reflejado en las recetas brevemente presentadas al final de cada capítulo).
(5) O sea, la cocina, como la música, refleja hoy un momento histórico particular en el país. Aquel en el cual, como lo señala el autor sirviéndose de una escena en una peña folclórica en Lince, los provincianos y criollos incluso cuando comparten una música común –el huayno– se mantienen separados. La imagen-síntesis del país que da Ccopa es sugestiva y profunda: un país en donde la línea que separa a los grupos sociales “ya es delgada, aunque aún no sabemos si es débil” (p.120).
Creo que en ningún pasaje del libro todo este proceso se vislumbra mejor que en la página 107, en donde en una sola página se condensan 70 años de migraciones: el recuerdo del autor hacia sus abuelos y mayores que al sentarse en la mesa respetaban el ritual de la comida, que hacían del comer un ritual de armonía; luego su análisis de una ciudad, Lima, en donde se dio “la afirmación de un nosotros desde lo sensible” (p.107); por último, siempre en Lima, y con mucha honestidad, el autor reconoce que los hijos de los migrantes, nativos de Lima, son más cosmopolitas –dice modernos– que sus padres.
En realidad, en la mirada de Ccopa la cocina son dos cosas. Es un analizador histórico o diacrónico, o sea un hilo privilegiado desde el cual interpreta y da cuenta de una serie de cambios, pero es también mucho más que eso: es una perspectiva sociológica en el sentido más fuerte del término. Las sensaciones corporales y los relatos sobre ellas es la verdadera columna vertebral del libro, y creo que puede decirse, retrospectivamente, de toda la sociología del autor.
Una sociología de las sensaciones corporales
Esta historia de la migración desde la cocina otorga una función analítica central a tres experiencias: el desgarro – la acomodación – la nostalgia. En verdad, el libro propone una interpretación original de la migración desde, como lo indica el subtítulo del libro, las memorias, los sabores y los sentidos.
El lector no debe descuidarlo. Es desde las sensaciones corporales y las memorias que éstas entretienen y recrean como se lee todo el proceso de migración. Digo bien todo el proceso de migración. La sociología de la migración por lo general privilegia las creencias, las representaciones sociales y culturales, las etapas del proceso de instalación, etc. Si esto está presente en la mirada de Ccopa, el eje principal es otro: en su estudio son las sensaciones corporales lo que establece un puente entre, por un lado, la “santa tierra” y la presencia de un mundo y naturaleza encantada andina, y la vida en la ciudad desencantada de Lima por el otro. Más bien que privilegiar una permanencia cultural más o menos subterránea, el autor opta por darle al cuerpo y sus sensaciones un rol pivote en el proceso de migración. O sea, entre la naturaleza sagrada y la vida urbana se yergue, incorporado, un universo sensorial compartido entre los migrantes. Un vínculo asegurado por las encomiendas (en donde se vislumbra el rol clave de las madres y abuelas), por la circulación de productos entre los Andes y Lima, bajo la obligación de los deberes más o menos recíprocos, bajo el imperativo de nunca tener que llegar con las manos vacías.
Un universo sensorial compartido que es, empero, en su memoria y recuerdos profundamente individualizado. Los “Andes” no operan como una alteridad cultural o social con respecto a Lima; por el contrario, los Andes están incorporados y se declinan en una serie de sensaciones corporales personales desde las cuales se describe y analiza el proceso de acomodación en la ciudad.
Pero volvamos a la triada desgarro- acomodación-nostalgia. En primer lugar, el desgarro que viven muchos migrantes en su llegada a Lima y la necesidad, frente a ella, de una protección desde el lado de la “cocina de acogida”. De entrada, el libro anuncia su sabor. El desgarro del migrante se articula y piensa desde los “despachos” (p.41).
Frente a la realidad del desgarro, indisociablemente inicial y continuo, se produce un proceso plural de acomodación. Detengámonos en esta categoría de análisis novedosa para describir el proceso tantas veces estudiado de la migración: la acomodación. Pedro Pablo prefiere este término a tantos otros: aculturación, socialización, hibridación, mestizaje, pero también, aunque las emplee por momentos adaptación, resistencia, reivindicación, conflicto. Acomodación: detrás de este término se vislumbra una visión de la migración que se adapta y adopta sin dejar de ser, en donde frente al desgarro prima –al menos como deseo, al menos desde la huella de la nostalgia– la continuidad, en medio de un proceso permanente, empero, sino de creciente por lo menos de caleidoscópicas acomodaciones. Esta es la gran línea teórica del libro, una visión en la cual, si los sentidos logran construir una comunidad sensorial compartida, un nosotros andino en la ciudad de Lima, no lo hacen empero en referencia a un “pasado histórico, sino a su pasado inmediato” (p.161). Más simple: la memoria cultural colectiva está enervada a través de un conjunto de recuerdos irreductiblemente personales, sensibles, que remiten a una dimensión en la cual el núcleo familiar y la “santa tierra” (p.38) tienen y detienen una función fundamental. Regresaré sobre estos puntos.
En fin, en el proceso de acomodación la nostalgia tiene una función determinante. Una nostalgia que no es aquella que, como lo indica el autor, “amortaja la vida, sino aquella que actúa como un pneuma, nuna, espíritu” (p.167). Una nostalgia que enlaza y amortiza, que permite “acomodarse sin perderse” (p.88), una dimensión tan presente en las canciones de los migrantes en Lima y que Pedro Pablo ha sabido explorar en otros de sus trabajos (pero también en este libro a propósito de la música de despedida, p.49).
La nostalgia es “estar y no estar”. Es por supuesto, la experiencia sociológica del Extranjero de Simmel que Ccopa recrea en este libro interpretándola desde los sentidos. Hay así frases contundentes en el libro acerca del desgarro y la nostalgia que esto suscita entre los migrantes que “extrañan todo, sobre todo su cocina” (p.95). Este extrañar es sobre todo si seguimos los análisis del autor, capaz de dar forma a “alimentos energizantes” (p.144), capaces, una y otra vez y siempre de nuevo, de dar la energía suficiente “para volver a empezar” (p.126). La cocina, y ésta en sus lazos con los recuerdos de la infancia, conforman así, en medio del desgarro, un tipo particular de soporte vital que el autor denomina de sociabilidad y que complementa a los soportes de asociatividad. Esta nostalgia, sin duda, rememora un mundo que inventa; pero esta invención, vuelta soporte vital, no es jamás, si seguimos los análisis del autor, una invención desdichada.
Aquí reside una de las tesis mayores del libro. “La cultura andina da sentido al mundo desde los sentidos corporales” (p.89). El estudio de Ccopa no tiene vocación comparativa y no recurre, sino muy esporádicamente, a evocaciones de otras experiencias migratorias del campo a la ciudad. De haberlo hecho de manera más sistemática, habría sin lugar a duda reforzado la originalidad de su mirada: si la migración del campo a la ciudad marca el curso de la modernidad, desde fines del siglo XVIII en Europa hasta hoy en día en África subsahariana, Ccopa Pablo llama la atención sobre algo que es tal vez especifico a la migración que estudia: “la transmutación de los dioses de la naturaleza andina, de una vida en un mundo encantado y sagrado, en una realidad urbana desencantada en la cual la evocación de ese mundo lejano toma la forma de una nostalgia patente y personalizada en diversas sensaciones corporales. Esto es, me parece, la base y la originalidad de la comunidad sensorial emocional” (p.163) de la que habla Pedro Pablo Ccopa. Una nostalgia que abre a una vida en común, en la que el “pasado está presente” (p.163), pero lo está entre los migrantes no solo como gaje de la pertenencia a una colectividad encantada, sino también, y tal vez, sobre todo, como una nostalgia posesiva e individualizadora: “mi” papa, “mi” caldo. Se trata de la construcción de un “nosotros desde lo sensible”, en donde siempre se articula lo individual, lo familiar y lo colectivo ya sea en la cocina casera cotidiana, la cocina dominical, las fiestas tradicionales o familiares.
Una crítica de la modernidad
Desde esta perspectiva analítica, el libro de Ccopa es un estudio político –en el más profundo sentido del término, o sea en la articulación entre lo social y su representación. La sociología de las sensaciones corporales da cuenta de una mirada profundamente crítica del proceso de migración. Aquí también quisiera detallar algunos elementos.
En primer lugar, el proceso de desgarro migratorio da lugar en los migrantes a “dos Yo”, uno en el cual según el autor se vislumbra una asimilación aparente y otro en donde se da el mantenimiento de un “yo real, verdadero”, otro. “Es el que posee para sí y sus relaciones con sus pares y ciertas circunstancias y ciertos espacios resultan propicios para recuperar su completitud y su ser ‘entero’. Uno de ellos son las comidas y otras las fiestas tradicionales” (p.114). Primera significación: las sensaciones corporales son una “resistencia” a la modernidad (p.116). Una manera de “acomodarse sin perderse”, una estrategia que, recurriendo a la nostalgia, más o menos conscientemente, o a la disimulación, permite la construcción, incluso de manera infra-consciente, de una continuidad individual. No es un asunto menor: en algunos países de inmigración, como por ejemplo los Estados Unidos, en los años 1920 las asistentes sociales iban a las casas de los inmigrantes con el fin de enseñarles a comer y a cocinar en acorde con la cultura estadounidense, con el fin expreso de disolver toda nostalgia oral en tanto que último reducto a una plena asimilación a la cultura dominante. Es esta reticencia individualizada e incorporada que Ccopa evoca.
En segundo lugar, las sensaciones corporales le sirven al autor para proponer una profunda critica, original, de la sociedad limeña.
- Una crítica de Lima desde la mirada: “el cielo de Lima es gris y si hay sol no tiene el mismo azul celeste del hermoso cielo serrano. Incluso puede tener el mismo color, pero no el mismo esplendor” (p.139). La sensibilidad estética abre a una crítica llena de nostalgia.
- Una crítica de Lima desde los sabores: en Lima los productos no saben como en los Andes. El gusto no es igual, el gusto nunca es igual. El agua tiene demasiado cloro y los ingredientes, incluso cuando son los mismos, incluso cuando la preparación es similar, jamás dan el mismo resultado. Algo que acentúa la diversidad de condimentos propia a toda cultura: en la cocina andina los condimentos son aromáticos y silvestres mientras que en Lima abundan los saborizantes industriales lo que le da a la comida un gusto muy fuerte para el gusto serrano (p.97).
- Una crítica de Lima desde los olores: el encuentro con la ciudad empieza por la nariz (p.63), incluso si el proceso es holístico o sea involucra a todos los otros sentidos. Imposible saltarse estas páginas: el olor de Lima es “terrible, horroroso” (p.61), en breve, Lima apesta. Y frente a la Lima del mal olor se yergue la nostalgia del “olor de la leña en la cocina” (p.147), de los “sabores y sensaciones de la leche fresca” (p.148). Qué maravillosa es esta crítica olfativa: frente a tantos prejuicios étnico-raciales de los criollos, Ccopa simplemente indica que, para el olfato andino, la ciudad de Lima huele mal.
En tercer lugar, estas sensaciones corporales, de manera clásica, también dan cuenta de una crítica al individualismo. La comensalía familiar en los Andes se integra en una comensalía más amplia, la de “la mesa grande de las fiestas del pueblo”. Esto hace que la comensalía sea un factor decisivo de una colectividad. Una tradición desde la cual, ya en Lima, al recrear estas fiestas y comensalías, los migrantes intentan continuar expresando esta socialización, este principio de encuentro y de acogida. Pero aquí también la mirada es original y se organiza desde las sensaciones corporales: para el autor “la ciudad representa a la modernidad y ésta margina los sentidos y exalta la razón como vía aceptable de conocimiento”. De ahí, desde el inicio del libro, sin ninguna concesión romántica, la valorización cognitiva que de las emociones y sensaciones hace el autor en contra de una cierta visión racionalizadora de la modernidad.
En breve: paso a paso, el libro propone una crítica sensorial de la modernidad.
Una analítica de la ambivalencia
El lector lo habrá entendido: Ccopa busca ser veraz, es fiel a su material empírico, pero no es neutro. Su voz, muchas veces, se aúna así a la de sus entrevistados. Sin embargo, incluso si por momentos el autor se vuelve portavoz de los migrantes andinos críticos de Lima, incluso si por momentos el lector sobreentiende su íntima coincidencia con muchas de estas críticas, jamás empero su mirada se unidimensionaliza. Ccopa es en demasía un sociólogo de la modernidad para caer en esta limitación. Recuerda así la comunidad que encierra, la falta de horizontes, las penurias del campo, el deseo de los migrantes (y el proyecto de sus propios padres) de ir a Lima para progresar, en breve, todo eso que define la tensión “entre la tradición y el deseo”. Todo eso que da cuenta de los rostros ambiguos de la ciudad (p.63). Todo eso que resume una de las personas entrevistadas, Lorena, una cuzqueña de 55 años, quien describe magníficamente su relación a la ciudad como “una emoción de libertad y de pena” (p.165). O sea, de cambio.
En este punto preciso, si Ccopa no minimiza la fuerza y la profundidad del cambio, prefiere insistir en el primado de la continuidad. Sin embargo, con absoluta honestidad y fidelidad hacia su material empírico señala que entre los más jóvenes la comida andina solo se celebra “de vez en cuando” (p.109); que incluso esta práctica es “poco frecuente” entre aquellos que se casaron con limeños y sobre todo con limeñas; afirma, siempre fiel a su material, que las fiestas familiares con el tiempo se vuelven “más esporádicas” (p.117). Las afirmaciones de este tipo son numerosas en el libro, e incluso cuando aparecen entre dos comas o como frases analíticamente subordinadas son la prueba, la mejor prueba, de la gran honestidad intelectual y talento sociológico del autor.
Para el lector queda claro que el autor hubiera querido poder afirmar un predominio más neto y más firme de las costumbres, de lo que denomina la tradición, de una continuidad interna de los migrantes más allá de su desgarro entre los Andes y Lima. Incluso, me parece, hubiera querido poder afirmar que todo esto sigue activo en las nuevas generaciones. Y en parte lo dice. Pero lo afirma como sociólogo. En verdad, lo afirma no como cualquier sociólogo, sino como un sociólogo de la modernidad, o sea reconociendo la innegable ambivalencia de los procesos que estudia y de las experiencias que analiza, el desgaste inevitable, las invenciones y las luchas, el permanente trabajo colectivo e individual de los actores para forjarse.
Por eso, es importante me parece reconocer que si por momentos, leyendo el libro, es imposible no sentir la coincidencia de talente critico entre el autor y muchos de sus entrevistados, esta similitud esconde una profunda divergencia. En muchos de los entrevistados, la critica a lo citadino se efectúa desde una realidad y un gusto enunciado como distinto, andino, lo que el autor denomina tradicionales; en el caso de Ccopa la crítica es más amplia, diversa, en verdad incluye otro horizonte, más idiosincrático, infinitamente más hedonista. En la sociología de Pedro Pablo Ccopa se respira la fiesta y los festejos, la comensalía, el baile, los sabores, el placer de la vida y por sobre todo el de los cuerpos. Pero este hedonismo, cualesquiera que sean sus raíces andinas, es irreductible al solo mundo andino: su hedonismo se inscribe también en otras filiaciones culturales y urbanas, su elogio de los placeres de la vida (de lo que atestiguan sus trabajos sobre la sexualidad, la música, la cocina, el humor) se nutre también de otros horizontes e influencias.
El hedonismo de Pedro Pablo Ccopa no es tradicional ni moderno. Puede ser uno y otro, o uno u otro. En Ccopa es tal vez, arriesgo la hipótesis, el fruto de una elaboración muy personal, en donde la nostalgia por los paisajes y la naturaleza, sus dioses y sus rituales, se transmuta, sin ruptura, en un hedonismo hecho cuerpo y placer de los sabores. Las sensaciones corporales dan así vida a un modo de acomodación particular entre lo tradicional y lo moderno, unos y otros, incluso desde coordenadas distintas participando de una exaltación sensorial de la vida y sus placeres. La sensación corporal es así lo que aúna la nostalgia andina con el hedonismo citadino, o si se prefiere, esto es lo que hace de Ccopa un hedonista andino-moderno. Un puente idiosincrático, pero común, entre la modernidad y la tradición.
Hedonista andino.moderno: en este proceso, vivido sin ruptura, algo prima y se reinventa. Tanto la modernidad como la tradición se vuelven otra cosa, una búsqueda por afirmar placeres no en contra de la sociedad, sino con otros, un placer que, en su corporeidad, es y no puede no ser individual, pero que se vive con y gracias a otros. Ccopa lo comprendió mejor que muchos otros en su lectura de Simmel: comer es un acto altamente individual (e incluso egoísta: el alimento que ingiero excluye a los otros) que requiere y pasa por un conjunto de reglas y comensalías compartidas.
[II.]
Por último, el libro permite formular una hipótesis sobre las modalidades del trabajo de interpretación que ha efectuado el autor. Hay una voz, en verdad una experiencia que resuena a través de las palabras del autor, que está presente desde el inicio del libro y que creo ningún lector puede olvidar durante su lectura del mismo. Es la presencia de Elisabeth Vargas Pavón de Ccopa. Desde la dedicatoria del libro, desde la evocación “del dolor de la pérdida de mi compañera”, el lector no puede nunca olvidar la realidad en medio del cual el libro fue escrito y por ello tal vez el papel heurístico que la nostalgia ha obtenido en la mirada de Pedro Pablo Ccopa, incluso en la construcción del elogio de la nostalgia como energía frente a los embates de la vida.
Para aquellos que conocen el bello libro que Marshall Berman le dedicó a la modernidad desde la vida de las ciudades, Todo lo sólido se desvanece en el aire, el vínculo con La cocina de acogida parecerá transparente. En los dos casos, se trata del maelström de la modernidad, de un mundo que nos cambia mientras lo cambiamos: en ambos casos, la ambivalencia es central, y en cada caso, por momentos, cuando parece que uno de los pathos se impone al otro, el “tradicional” o el “moderno”, prima una inversión, plena de matices, de las miradas. Pero hay algo más que une ambos libros. Son libros que testimonian públicamente de un duelo; dos estudios que, sin duda, en su escritura, y en la belleza de sus escrituras, son el fruto de un trabajo de sublimación. Berman ama la ciudad a pesar de que ella le haya arrebatado a su hijo de 5 años; Ccopa ama la vida desde la presencia y la nostalgia de los sabores del mundo compartidos con Elisabeth. En los dos casos, la sociología se sublima en un testimonio en donde lo personal aúna con lo colectivo, en donde, la cocina, en la bella definición del autor es “corazón transformado en manos” (p.46).
Muchos sociólogos cuando hablan de la sociedad, en el fondo, y bien vistas las cosas, solo hablan de ellos mismos. Los verdaderos sociólogos, como Ccopa, por el contrario, son aquellos que, en una inversión virtuosa, como lo logran los mejores novelistas, cuando hablan de ellos mismos analizan una sociedad. Es esto lo que ha hecho el autor: la nostalgia personal se ha sublimado en un estudio de la memoria y de los sentidos, un análisis en el cual la nostalgia se ha convertido en una analizador sociológico, una perspectiva desde la cual propone una interpretación de una de las grandes especificidades de la migración andina en Lima con respecto a tantas otras en tantos otros lugares, porque, cito siempre y una vez más a Pedro Pablo “la cultura andina da sentido al mundo desde los sentidos corporales” (p.89). Una nostalgia siempre temperada, por “la capacidad de disfrutar el placer de vivir” como lo confiesa el autor en la página de agradecimiento. Este libro refleja qué duda cabe el “sufrir y disfrutar” de la escritura, el esfuerzo, en verdad la “lucha tortuosa para dar sentido con las palabras a la gran cantidad de información que surgía de las entrevistas a migrantes andinos en Lima” en medio de un duelo personal contra el cual había que luchar sin desmayo para que no amortajen al autor, con el cual había que vivir y encontrar, en su compañía, la fuerza para escribir el libro.
Por eso no resisto a la tentación de citar el último párrafo de los agradecimientos: “Y, finalmente, un agradecimiento especial a la vida. Estoy en deuda con ella. Nací en una comunidad de indios. Mis padres me hicieron migrar a la ciudad de Lima a muy temprana edad con el propósito de romper el ciclo de exclusión en el campo. La ciudad que conocí en ese entonces dista mucho de la actual. Transité y crucé casi todas sus fronteras espaciales; viví en casi todos los tipos de moradas en las que vive un migrante pobre cuando viene a la ciudad; pasé casi todas sus penurias y batallas, pero sin perder la capacidad de disfrutar el placer de vivir. Soy parte del contingente que bajando de los Andes mora y de/construye la ciudad en el afán de materializar el principio esperanza”.
El principio esperanza justamente. Ese horizonte está en el titulo mimo de este libro. Ojalá, sinceramente, que los lectores futuros malinterpreten su sentido. Si la cocina de acogida define, sobre todo en el libro, por supuesto, una cocina en la cual los migrantes se abren a los otros en comensalías colectivas, pero también ese reducto de acogida que los unos se dieron a los otros y cada uno a sí mismo en la inhóspita Lima, ojalá que con el tiempo el término se entienda y malinterprete en una apertura esperanza distinta. Recordémoslo hace 30 años para hablar de la inserción de los migrantes en Lima desde las ciencias sociales se impusieron otros términos: desborde, invasión, conquistadores de un nuevo mundo, caballos de Troya… Treinta años después, por qué no, los migrantes que han hecho de Lima su ciudad, gracias y más allá de sus nostalgias, pueden por fin caracterizar su presencia en la ciudad, en un magnifico malentendido e inversión de sentidos, desde la acogida. La cocina de acogida, o sea, cuando los migrantes andinos han hecho de Lima su casa y de Pedro Pablo Ccopa, hedonista andino-moderno, uno de sus grandes intérpretes.