Reseñas
Atentar contra el cuerpo como forma de reconstruir la identidad
Atentar contra el cuerpo como forma de reconstruir la identidad
Revista Latinoamericana de Estudios sobre Cuerpos, Emociones y Sociedad, vol. 11, núm. 30, pp. 106-108, 2019
Universidad Nacional de Córdoba
LE BRETON D. La piel y la huella. 2018. México. Paradiso Editores |
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Recepción: 22 Marzo 2019
Aprobación: 02 Julio 2019
En esta obra de corte documental y empírica, David Le Breton, uno de los antropólogos contemporáneos más destacados, propone entender las autolesiones deliberadas como una manifestación de la pugna que se posee ante el malestar de vivir. Lejos de ser expresión de locura o enfermedad, asevera el autor, dañarse es un signo de identidad, ya que no se quiere perecer sino recobrar el control; expulsar parte de sí para convertirse en otro y reincorporarse al mundo.
Para defender esta hipótesis, el escritor afirma que la herida libera una tensión provocada por cargas insoportables. Se dice entonces que, mediante el sufrimiento, se puede reconocer la existencia. El continuar con vida sin gusto explícito por ella, le sugiere al ser colocarse en riesgo: “necesita jugar con la hipótesis de su propia muerte, infringirse una prueba individual, hacerse daño para experimentar menos dolor en otro sitio” (Le Breton, 2018: 14), otorgándole sentido y memoria al hecho.
A lo largo del libro, Le Breton sitúa su campo de trabajo en tres escenarios de la condición humana (cotidiano, penitenciario y artístico), donde las motivaciones que se encuentran para realizarse incisiones son diversas, lo que desemboca en distintos niveles de análisis con ciertos puntos en común. Por un lado, deja entrever que, en el día a día, una persona que está totalmente vinculada con su lazo social llega a sentir la necesidad de cortarse, especialmente, durante la adolescencia.
En este contexto, se describen las causas que los jóvenes persiguen para agredirse, entre las que sobresalen: la incapacidad por establecer relaciones sólidas y confiadas con el entorno; la aspiración por mutilar una carne que no es reconocida como propia; dirigir la violencia contenida hacia alguien o algo más; una técnica de dominio/castigo referente al cuerpo o un llamado de reconocimiento, afecto y comprensión. A través del estudio de tales razones, se pretende explicar la forma en que los sujetos configuran su identidad.
Si bien esta construcción es rastreable en la niñez, para lo cual el texto ya proporciona ejemplos, Le Breton centra su atención en la juventud puesto que en ésta, la identidad como sentimiento flexible y en constante renovación tiene mayor eco, basándose en la piel, a la cual define como el rincón para proyectar una personalidad deseada, o por el contrario, servir de indicador de una realidad insostenible que se intenta desprender generalmente en soledad, haciendo del cuerpo un terreno de batalla.
Simultáneamente, el también sociólogo, se aleja de las acepciones médicas de la cicatriz y la sangre, abordándolas desde el universo simbólico. Para el autor, la cicatriz es señal de algo vivido pero superado, cura con peso positivo o negativo según su portador; en tanto la sangre, cuando es el resultado de una deliberación, funge de bálsamo que acompaña al alivio. Esto invita al lector a reflexionar acerca del reto a vencer por parte de las ciencias de la salud, en pro de un mejor entendimiento del fenómeno, debido a que en ocasiones el vocabulario de la medicina es insuficiente al esclarecer los orígenes y el propósito que implica el acto, lo que influye en su observación dentro de espacios específicos como las cárceles.
En ellas se cumple la función de aniquilar las nociones de identidad, intimidad y cuerpo. Por medio del despojo de pertenencias, la privación de placeres, los cacheos corporales, el incesante asecho de los guardias o la proximidad con los demás reclusos, la persona no posee zona ni tiempo para sí. Con esto, se pone de relieve la perpetua denigración de los presos, que se manifiesta tarde o temprano en patologías dermatológicas, alimenticias y de evacuación, estrés, hipertensión e insomnio; las cuales obligan al delincuente a recurrir a su piel para afrontar su estadía en prisión.
Entre las justificaciones de los detenidos, se detecta el poner fin a una inquietud obsesiva ligada al exterior: la idea de que la vida y sus allegados continúan sin ellos. Asimismo, abundan casos donde el objetivo radica en chantajear a jueces o doctores para obtener fallos favorables, satisfacer demandas o mediatizar las injusticias que se creen percibir con gestos como las huelgas de hambre, quemaduras con cigarrillos o automutilaciones: “la herida corporal (…) es un grito de ayuda en la impotencia de incidir en la maquinaria penitenciaria o judicial” (Le Breton, 2018: 128).
A partir de la caracterización que muestra David Le Breton hasta este instante, se vislumbra una primera ruptura: a diferencia del mundo cotidiano en el que predominantemente se trata de una ceremonia íntima, en las celdas se localiza la clara intención por exhibir públicamente el corte. Sin embargo, en este aspecto el lenguaje desempeña un rol sustancial y convergente, pues se advierte que el sufrimiento imposible de expresar con palabras se vuelca hacia la piel, hallando un desenlace en episodios cercanos al fallecimiento o al desahogo, dado que se descubre un nuevo valor para seguir. El habla y el cuerpo, por lo tanto, se asumen como instrumentos de la comunicación interna/externa.
De igual manera, autoinfligirse en términos del antropólogo francés, es comparable al gesto de destruiranalizado por el filósofo checo Vilém Flusser. Esta acción refiere a que algo no es como debería ser y por esa razón, será desmantelado bajo la convicción de buscar libertad o un reordenamiento del ambiente; teniendo en cuenta que “el destructor no es alguien que, <<ya no juega>>, sino alguien que se ha decidido a continuar jugando contra ciertas reglas” (Flusser, 1994: 80). En este marco, quien arremete en dirección suya desafía una de las prohibiciones fundamentales del orden social: la muerte.
Por otro lado, Le Breton dedica un fragmento de su investigación a examinar las experiencias artísticas (body art, performances, suspensiones, movimiento Modern Primitives), con las cuales, lastimarse adopta una dimensión distinta, ya que se traduce en críticas a las condiciones de vida, metamorfosis o expediciones de sí: el cuerpo es la obra y no un soporte ajeno a él. Mientras que el body art estremece al espectador mediante la exposición de lo reprimido; los performers están apartados de las instancias sociales o de incitar un pensamiento entre sus asistentes, aunque la mayoría de las veces efectúen eventos en masa.
En cambio, aquellos que llevan a cabo las suspensiones desvirtualizan los principios del Rito Mandan1 (ubicado como el origen histórico de esta práctica), puesto que, de la apropiación de un solo momento, se pretende generar éxtasis o visiones. Éstos últimos se enmarcan en el movimiento Modern Primitives, un collage cultural que jerarquiza a los pesares individuales por encima del sentido de unión grupal de las comunidades tradicionales.
Es a través de las vivencias de varios artistas europeos y norteamericanos, que el escritor aporta elementos para la comprensión de la piel y la huella como mecanismos para demostrar una emoción por subsistir, haciéndole frente al dolor presente, por ejemplo, en las enfermedades degenerativas o de transmisión sexual, con el goce proveniente de las heridas en los performances que interrogan a los tratamientos médicos destinados a combatirlas.
Para finalizar, el autor se embarca en la tarea de trazar una antropología de los límites a partir del abordaje del sacrificio, la negación social de la muerte y la incisión como forma de lucha contra el sufrimiento. Realizado como un hecho que otorga respuestas y arranca de lo ordinario al sujeto, el sacrificio se desvincula parcialmente de lo sagrado para dar pie a un retorno de la realidad propicia, dado que se ofrece parte de sí para salvaguardar el todo, a la par de producir el sentimiento de transformación.
A su vez, negar la muerte resulta atractivo para los seres que se inclinan a dañarse, debido a que actualmente es concebida como una disipación y fecha crucial, opuesta a una nueva faceta de la existencia o a la probabilidad de acceder a otro mundo; deja de ser la representación general de un destino y se ocupa como un imprevisto que obstruye el curso de las cosas. Con lo que respecta a la incisión, se observa que la agresión dirigida al cuerpo crea trastornos y desaprobaciones en los individuos que protegen la integridad corporal porque se perturban las formas humanas aceptadas por éstos.
David Le Breton apuntala así, que las sociedades contemporáneas toleran –con reserva– las modificaciones elaboradas por los jóvenes (piercingso tatuajes); no obstante, la apuesta que formula, consta de posicionar a la autolesión como un suceso que conlleva a la exploración de los límites personales y colectivos: prueba de resistencia, curación y reactivación del tiempo, misma que aún se sitúa rodeada de señalamientos que el antropólogo confronta en su texto.
Ahora bien, las contribuciones de Le Breton en los tres escenarios expuestos anteriormente, revelan coincidencias en materia de significaciones. Sin importar las razones de vitalidad que persigue alguien para cortarse deliberadamente, una gran cantidad de occidentales modernos que le ciñen, tienen una posición acentuada y de carácter desfavorable con relación a él: atentar la imagen del cuerpo es visualizado como acto de profanación; la sangre que se desliza aterroriza a los testigos de la actividad.
Dicha lógica se repite al instante de rechazar los ritos de pasaje que involucran a las alteraciones corporales con connotaciones religiosas o de cohesión social procedentes de las culturas tradicionales. Al calificarlas de primitivas, se abre una vez más el debate sobre un etnocentrismo todavía vigente. Paralelamente, la defensa de los adolescentes hacia las inscripciones corporales (escarificaciones, tatuajes, piercings, branding, cutting . peeling) fabricadas en casa o boutiques, ha conducido un cambio de perspectiva en varios sectores de la población, no sin dejar de evaluarlas como comportamientos nocivos equiparables con las conductas de riesgo. Quien se hiere no es víctima de su entorno, sino un actor que busca remodelarlo en beneficio propio.
Adicionalmente, el libro provoca el cuestionamiento de un factor que contribuye en la constitución identitaria e incluso puede repercutir en la discusión acerca de las heridas autoinfligidas: los medios de comunicación. Si bien la influencia de éstos es mencionada esporádicamente, la pretensión del autor no es ahondar en ello; sin embargo, para un número considerable de concentraciones urbanas, los medios masivos sirven como referencia para conocer y reproducir las imágenes del mundo que enseñan, entre ellas, las relativas al cuerpo. Tenerlos en cuenta durante este tipo de análisis, brinda la oportunidad de alcances y valoraciones profundas, similares a las desarrolladas por los intérpretes del body art a la industria publicitaria, de maquillaje o moda.
En conclusión, la obra de David Le Breton aborda de modo claro y sencillo un fenómeno complejo para el ser humano por su naturaleza amenazadora, además de facilitar el diálogo interdisciplinario que provea de elementos para colocar a las autolesiones como un proceso que define la personalidad, alejado de los prejuicios; donde la piel y la huella se admitan como categorías para el estudio de un acontecimiento accesible a partir de la historia personal: lastimarse para aferrarse a la vida implica la posibilidad latente de perderse en el intento.
Referencias
FLUSSER, V. (1994) Los gestos. Fenomenología y comunicación. Barcelona: Herder.
LE BRETON, D. (2018) La piel y la huella. México: Paradiso Editores.
Notas
Notas de autor