Artículos
Sapucai como arte de la existencia. Modos de “vivir siendo” tarefero en Misiones
Sapucai as art of existence. Modes of “living being” tarefero in Misiones
Sapucai como arte de la existencia. Modos de “vivir siendo” tarefero en Misiones
Revista Latinoamericana de Estudios sobre Cuerpos, Emociones y Sociedad, vol. 10, núm. 26, pp. 64-75, 2018
Universidad Nacional de Córdoba
Recepción: 07 Septiembre 2016
Aprobación: 11 Noviembre 2017
Resumen: El artículo analiza los modos de transformación de las subjetividades de jóvenes cosecheros de yerba mate (tareferos) que residen en los barrios periurbanos de las ciudades de Oberá y Montecarlo (provincia de Misiones, Argentina), desde una perspectiva fenomenológica. Se focaliza en el aspecto procesual del estar-en-el-mundo: las maneras de sentir de los sujetos inmersos en el mundo. Se indaga en las experiencias de los jóvenes en el yerbal como mundo “sufriente” comprendiendo una pluralidad de sensaciones viscerales vinculadas al estado del ser Sapucai (grito de tradición guaraní). Para abordar estos objetivos, presento datos etnográficos construidos a lo largo de ocho estancias en terreno en las ciudades y yerbales de Oberá y Montecarlo entre 2008 y 2013. Se sostiene a modo de hipótesis que los jóvenes se crean a sí mismos como sujetos auto-sujetados a través de diferentes maneras o artes de la existencia. Las mismas abarcan tácticas o prácticas de sí transformadoras de los modos de percepción, sensibilidades y estados del ser, a partir de las cuales los jóvenes se reapropian de sus disposiciones o trabajan sobre ellas auto-subjetivándose, transformando sus maneras de ser en el mundo desde la intersubjetividad de las cuadrillas.
Palabras clave: Subjetividad, Tarefa, Juventud rural, Sensibilidades somáticas.
Abstract: The article analyzes the ways of transforming the subjectivities of young harvesters of yerba mate (tareferos) who resides in peri-urban neighborhoods of the cities of Oberá and Montecarlo (Misiones province, Argentina) in a phenomenological perspective. It focuses on the procedural aspect of being-in-the-world: the ways of feeling immersed in the world. It explores the experiences of young people in the yerbal as “suffering” world comprising a plurality of visceral sensations linked to the Sapucai experience condition (howl of Guarani tradition). To carry out these objetives, we present ethnographic data constructed over eight field stays in the cities and yerbales of Oberá and Montecarlo between 2008 and 2013. It is argued as a hypothesis that young people create themselves as self-subjects through different ways or arts of existence. They include tactics or self practices wich transform the modes of perception, sensitivities and modes of being, from which young people reappropriate its dispositions or work on them self-subjectivisationing or transforming their ways of being in the world since intersubjectivity harvesters gangs.
Keywords: Subjectivity, Tarefa, Rural youth, Somatic sensibilities.
Introducción
Argentina es el país con mayor producción de yerba mate1 a nivel mundial, la cual se concentra en la provincia de Misiones ubicada en la región noreste. Durante la década del ’90, la desregulación del mercado consignatario y posterior crisis del sector yerbatero acrecentaron el proceso de emigración de asalariados con residencia rural y productores minifundistas que trabajaban en la cosecha de yerba mate –tarefa.-2Esta población se asentó en las zonas periurbanas de las ciudades intermedias, conformando villas miseria3 que actualmente están en proceso de urbanización o re-localización. En tales territorios, las familias dependen de la tarefa y ocupaciones ocasionales en la ciudad, o migran hacia las grandes urbes de la provincia de Buenos Aires. En el marco de estos procesos, el mundo económico, social y cultural de los tareferos se transforma aceleradamente, siendo los jóvenes la primera generación que se socializó en tales cambios, por lo que resulta relevante indagar sobre las transformaciones generacionales en sus subjetividades.
En trabajos anteriores reflexioné sobre las formas de transmisión e incorporación de la práctica tarefera, y la consecuente constitución de maneras de ser tareferas, analizando ontológicamente la diferencia local que se establece entre “ser tarefero” con el simplemente tarefear. Establecí como hipótesis que el ser tarefero es mucho más que un habitusde clase, es la objetivación de un modo de orientación corporal, emocional y práctico desde el cual el sujeto está en el mundo (Roa, 2015). En este artículo focalizo en el aspecto procesual del estar-en-el- mundo tareferodesde un enfoque fenomenológico que describe las maneras de sentir de estos sujetos inmersos en el yerbal. ¿Cómo es vivir siendo tarefero?
¿Cuáles son las particularidades existenciales del tarefero en el yerbal? A continuación indago sobre las experiencias de los jóvenes en el yerbal como ámbito finito de sentido “sufriente”, comprendiendo la sensibilidad que condensa una pluralidad de sensaciones viscerales vinculadas a la “alegría del yerbal” y al estado del ser sapucai. El sapucai es un grito agudo y potente de tradición guaraní, con una fuerte impronta en la población rural del noreste argentino, el sur de Brasil y Paraguay. En este sentido, me pregunto por lo que la antropóloga Paula Cabrera (2014) llama “maneras de hacer”: cómo los sujetos adoptan ciertos estados de ánimo o disposiciones duraderas, tonalidades sensitivas, maneras de ocupar el mundo que transforman sus disposiciones o trabajan sobre ellas.
Los sujetos de estudio de este trabajo son jóvenes4 de familias tareferas de los barrios periurbanos de las ciudades de Oberá (ubicada en el departamento de Oberá, zona centro de la provincia) y Montecarlo (en el departamento de Montecarlo, zona noroeste) que llegan a ser tareferos. Para comprender sus modos de existencia –sensibles, corporales, emocionales y prácticos- realicé una etnografía entre los años 2008 y 2013 a partir de 8 estancias en terreno en las ciudades y yerbales de Oberá y Montecarlo en donde realicé entrevistas abiertas, semi-estructuradas y no directivas a distintos tipos actores; observaciones participantes y charlas informales en hogares, escuelas, iglesias de los barrios y otros ámbitos urbanos, y yerbales; historias de vida de jóvenes y análisis de datos secundarios de tipo estadístico y documental.5
Maneras de hacer
Hablar de subjetividad nos conduce a un campo existencial de la experiencia humana. Siguiendo la perspectiva de Cabrera (2014), entiendo por subjetividad al conjunto de modos de pensar, sentir y hacer, los sentimientos, significados, y sentidos que el sujeto tiene incorporados constitutivamente; como también lo que cada sujeto hace, siente, encarna y construye a partir de dicha constitución. Creo que la subjetividad alude a una manera de estar, ser y hacer en el mundo, la cual está social, cultural e históricamente constituida, a la vez que es prácticamente constituyente. Para el estudio de las subjetividades tareferas considero tres dimensiones analíticas que en la experiencia se superponen entre sí:
La fenomenología me permite articular estas tres dimensiones situando el comienzo existencial de la experiencia en el Lebenswelt o mundo-de-la-vida en el que están arrojados los sujetos (Husserl [1936] 2009; Merleau-Ponty [1945] 1994). Para el caso tarefero, en el presente artículo considero al yerbal como ámbito finito de sentido, entendiéndolo como una de las entidades del mundo significativo definido por un tiempo y espacio y por ciertos modos de “la atención a la vida” (attention á la vie) (Schutz y Lukmann [1973] 2003). Asimismo parto de la premisa filosófica de la instalación de los sujetos en el mundo, no como seres que “son ahí” –en sentido heideggeriano-, sino como seres que simplemente “están aquí” (Kusch, 2000), inmersos en el mundo en relación con los otros. El “estar no más” es el punto de partida de la existencia, es un estar reducido a un habitar “aquí” y “ahora” sin esencialismos (Kusch, 2000).Para el caso tarefero este punto de partida permite comprender la instalación del sujeto en un mundo que tiene al movimiento como característica principal: sus ocupaciones son transitorias e inestables, sus formas de organización familiar son dinámicas, sus flujos migratorios son inestables y erráticos.
En segundo lugar, describo a las maneras en que estamos en el mundo por lo que Cabrera llama “alquimias corporales”, es decir, las dimensiones de la experiencia sensible y corporal en el mundo. Siguiendo el paradigma del embodiment del antropólogo Thomas Csordas (1994) –que parte del principio metodológico del cuerpo como base existencial de la cultura- conjugo en ellas a) la pre-objetividad de nuestra corporalidad (Merleau-Ponty [1945] 1994); b) el habitus como cuerpo socialmente situado (Bourdieu, 2007; Martínez, 2007), y c) nuestra afectividad en el mundo (Leavitt, 1996, Lyon y Barbaley, 1994). En este sentido, en estudios anteriores me aboqué a comprender cómo se desarrollan procesos de objetivación de la experiencia (kinestésica, corporal, emocional y práctica) dentro de lo que localmente se entiende como “ser tarefero”.
En tercer lugar -y presentado teóricamente el análisis empírico que desarrollo a continuación-, analizo la cualidad procesual del ser-en-el-mundo (maneras de hacer): el “vivir siendo tarefero”. Esto significa que así como estamos en el mundo desde una alquimia corporal, nuestro estar es de por sí inestable, siendo transformador desde los límites del habitus y la situación. Es así que me pregunto por el devenir de la experiencia tarefera. Para ello me interesa comprender cómo los sujetos adoptan ciertos estados de ánimo o disposiciones duraderas, tonalidades sensitivas, maneras de ocupar el mundo que el antropólogo Robert Desjerlais (2011) denomina sensibilidades somáticas.6
Una sensibilidad constituye las bases sensoriales de la experiencia de una persona (donde la distinción entre cuerpo y mente no se aplica), y por lo tanto late a través de la sangre del cuerpo, de la yema de los dedos y de los sueños. […] Una sensibilidad compromete una cualidad sentida, una disposición o un estado de ánimo general, que, en su mayor parte, permanece tácita dentro de la piel, los sueños y las acciones de una persona. […] una sensibilidad, es más un sentido visceral de una manera de ser, una melodía susurrada persistente en la punta de los dedos y los gestos, que una expresión concreta de esa manera de ser. Una sensibilidad es, por lo tanto más una experiencia visceral que una categoría intelectual, un sentido de la salud que una interpretación separada de una condición (Desjerlais, 2011: 22-23).
La noción de sensibilidad somática engloba la multidimensionalidad de nuestra experiencia sensible en el mundo que se da desde una alquimia corporal que se constituye como un “estado del ser”, una modalidad de compromiso de la persona con el mundo, una cualidad sentida, una disposición o un estado de ánimo general. En el caso tarefero la noción de sensibilidades somáticas me permite contemplar la conformación de un “estado sapucai” desde el cual la experiencia del sujeto en el yerbal es placentera a la vez que sufriente. A través de ella analizo cómo los jóvenes se reapropian de sus alquimias corporales o trabajan sobre ellas (maneras de hacer), poniendo en práctica lo que Micheal Foucault ([1984] 2011) llama “prácticas de sí” o “tecnologías del yo” transformadoras de los modos de percepción, sensibilidades y estados del ser.
Hallarse en el yerbal
Para un niño o joven de familia tarefera, el yerbal es un ámbito finito de sentido por el que atraviesa su vida desde el “estar” en una época de tarefa con su familia. Un “estar nomás en el yerbal”. El mismo es un ámbito de socialización primordial opuesto a la rutina escolar, el barrio y la ciudad, siendo significado culturalmente como un “estar en un mundo sufriente”. Interpreto dicha emoción como una metáfora corporizada que expresa corporal- emotivamente la experiencia de explotación en el yerbal y la paulatina fundición de las energías vitales (Roa, 2015; 2017). A pesar de ello, existe un devenir de la experiencia que es llevadero y alegre “a pesar de”; un “estado del ser” teñido por una disposición sensible, una comodidad, un ánimo colectivo. En el estar en el yerbal se promueve una apertura del ser mediante la cual la existencia se hace placentera, la cual es calificada localmente como un “hallarse en el yerbal”. Sentir que no llega a definirse como una emoción específica, el mismo es un estado corporal que condensa una pluralidad de sensaciones viscerales agrupadas en una sensibilidad somática que transforma la subjetividad tarefera sufriente práctica, corporal y emocionalmente.
Cosecha e interzafra
Para comprender el “hallarse en el yerbal”, primeramente es menester dar cuenta de a qué se refiere un tarefero con el “hallarse en el mundo”. La categoría “hallarse” es recurrente en la región litoral Argentina y Paraguay. Uno puede hallarse en un lugar, una relación, una situación, etc. En el caso tarefero su uso marca una diferencia en las experiencias de los sujetos durante la zafra y la interzafra. Para los tareferos la vida cambia abruptamente de la interzafra a la cosecha, dándose un salto o profundo cambio en los estilos de vivencias que se corresponden con significaciones antitéticas de la experiencia. En las semanas previas a la zafra las casas de los contratistas y capataces empiezan a ser frecuentadas por tareferos, y en las calles de los barrios periféricos se oyen comentarios sobre quién paga más o menos, o qué yerbales va a conseguir cada contratista. Una vez iniciada la cosecha, los barrios periurbanos despiertan con el traqueteo de los camiones que recogen a los cosecheros y alguna improvisada fogata para esperar al camión con el cuerpo caliente. Por la avenida principal de las ciudades, las estaciones de servicio y las rutas provinciales pasan los camiones desde las 5 de la mañana, y los barrios parecen quedar vacíos durante el día. Algunas familias se ausentan porque se fueron a cosechar por 15 días en precarios campamentos a los bordes de los yerbales; mientras que quedan en su mayoría mujeres, jóvenes y niños. Al atardecer, con el humear de las cocinas a leña, regresan los camiones al barrio con los tareferos raídos de la jornada de sol a sol. Los fines de semana la ciudad despierta, es el momento de las compras, el partido de fútbol, el vino con coca cola en la esquina del barrio. Hay alegría, hay trabajo, hay tarefa. Y así, de la inactividad del desempleo y la intermitencia de las changas7 ocasionales durante la interzafra, de la calma de los tererés en el corredor de la casa y el bullicio y correteos de los más pequeños de la familia, de la preocupación por dónde conseguir el dinero para comer mañana; se pasa a la actividad desenfrenada de la cosecha, los viajes de yerbal en yerbal, los amaneceres y atardeceres en un monte infinito, el ansia porque haya buen tiempo y siga el trabajo.
En este sentido, cosecha e interzafra son significadas desde pares categóricos antagónicos como alegría/tristeza, comodidad/incomodidad, no pensar/pensar, ruido/silencio, tranquilidad/ quebranto8, prosperidad/miseria, armonía/peleas, etc. Desde un punto de vista económico, para una población subocupada como la tarefera, el momento de cosecha claramente es el de mayor prosperidad, ya que es cuando tienen un trabajo estable durante la mayor parte del año. Asimismo, la interzafra está marcada por un tiempo libre de frustración y desdicha, el quebranto del hambre, la pérdida de la dignidad de un trabajador sin trabajo, la vergüenza de la pobreza, el silencio.
¿Cómo comprender esta alegría durante la cosecha, si anteriormente describí al yerbal como un mundo sufriente? En primer lugar, desde un punto de vista existencial esta alegría, bullicio e intensa actividad que caracteriza el “hallarse” en la cosecha, da cuenta del vivir siendo tarefero durante un momento en el año en el que se ocupa un lugar respetado en el mundo desde el “ser trabajador”. En este sentido, los tareferos –ocupación sumamente discriminada en Misiones (Roa, 2015; 2017)- se esfuerzan por disociarse de la figura del desocupado, estableciendo microjerarquías en las que se diferencian de “los vagos y malandras” no trabajadores. Como sostendré posteriormente tal oposición está presente en comentarios, chistes y rumores, dignificando el “trabajo sufrido” en la cosecha.
En segundo lugar, el “hallarse” repercute al interior de la esfera familiar, porque durante la cosecha el tarefero es el mayor proveedor económico del hogar –ya sea hombre o mujer- y por ende asume mayor poder de decisión en las disputas entre los géneros y generaciones. Así, las peleas y separaciones de las parejas –y consecuentes dinámicas familiares (Roa, 2012)- se corresponden con los momentos de desocupación de la interzafra, cuando muchos hombres no encuentran su lugar en el mundo, abandonando en repetidas ocasiones a las mujeres, quienes quedan a cargo de los hijos en las épocas de mayores dificultades económicas.
Pulga: […] Cuando hay cosecha la gente se halla. Por ahí nosotros que somos tareferos, porque ahí pasamos bien. Porque ahí tenemos nuestro salario –ahora por lo menos- y tenés para cobrar. Porque termina la tarefa y vos no tenés nada. Vienen los problemas: te cortan el agua, por ahí no tenés para comer, no tenés para mandar a los chicos a la escuela. Y ahí se arma el problema. Entonces ahí llega la desesperación y vos querés que empiece de nuevo la cosecha.
Luz: ¿Cómo es eso de desesperarse?
P: Y estás afligido porque si vos no tenés algo para poner en la comida, en la casa, si no tenés nada para los chicos, lloran porque no tienen zapatos para la escuela y ¿de dónde sacar? Y entonces empieza el problema familiar también.
L: Uno se pelea así…
P: Claro. Y porque los chicos la apuran a la mamá: “mamá yo quiero comer” o “mamá yo quiero un zapato para la escuela, no tengo zapatos”. Y la mamá que le ataca, le ataca al papá, el papá se va a buscar trabajo, no hay y viene y no hay, y “vos te vas a buscar”, y no hay. Y estamos en la misma. Y termina la tarefa y termina todo el grupo. Los tareferos somos muchos. Entonces por ahí alguno larga antes para enganchar un trabajo. […] Por ahí muchas familias a veces se separan […] y se separan por los problemas que hay, porque hay pelea. […] Por eso muchas familias están separadas ahora […] con 4, 5 chicos y no tenés que mantener. […] Entonces ahí viene el problema. Porque si hay uno no hay problema porque se van a la casa de la mamá que por ahí están bien, o del otro hermano que está bien y pasás. Pero con 5 hijos no te vas a ir a la casa de tu pariente que está más o menos en la misma situación. […] (Entrevista a Pulga. Barrio San Lorenzo, Montecarlo. Agosto del 2011)
Así, el “hallarse tarefero” se vincula a un hábitus de clase y valoración de la dignidad del sufrimiento en el yerbal. El mismo da cuenta del “estar inmerso en el mundo” del que nos habla Kusch (2000), un estar en donde la existencia cobra sentido. Esto sucede porque el tarefero “se halla en el yerbal” mucho más que en el hogar, o en otra changa ya sea urbana o rural. Es momento de especificar qué entendiendo por “hallarse en el yerbal”.
Una disposición corporal
Puedo interpretar el “hallarse en el yerbal” como una disposición corporal inherente a un habitus tarefero, disposición que es producto de una exposición a un mundo en el que se está comprendido. Este sistema de disposiciones durables que es el habitus funciona como una matriz de percepciones, apreciaciones y acciones que para el caso de los tareferos, como su vida está organizada en torno a la cosecha e interzafra, se renueva temporada tras temporada por un proceso de habituación corporal. Durante la cosecha el sujeto despliega una disposición a ir al yerbal reiteradamente y a una concentración en la kinestesia tarefera que se corresponde con la estrategia del trabajador a extraer la mayor cantidad cosechada –la cual no es producto de una verdadera intención estratégica ya que es intrínseca a la disciplina del trabajo a destajo-, y que se vivencia como un “no pensar” en otra cosa que no sea la tarefa. Muñeco –capatáz de una de las cuadrillas a las que acompañé en 2013- me dijo una mañana: “Hallarse en el yerbal es no quererse ir. Uno se levanta y quiere ir al yerbal, y cuando no va al yerbal extraña” (Notas de campo III. Montecarlo, julio del 2013). El “querer volver al yerbal” es justamente la disposición dada por la corporización del conocimiento práctico tarefero y la constitución de una corporalidad inmersa en el yerbal. En este sentido, en cada temporada se despiertan estas disposiciones que permanecen dormidas durante la interzafra, reactivando la memoria corporal y endureciendo el cuerpo para habituarse nuevamente a la tarefa. Por ello, durante las primeras semanas, la cantidad cosechada es menor, ya que el cuerpo aún está perezoso, lento, torpe y dolorido por los primeros días de actividad. Asimismo, a medida que el sujeto se adiestra en la práctica, tarda cada vez menos en entrenarse durante cada temporada.
Estos principios generadores y organizadores de la práctica permanecen en el cuerpo a lo largo de la vida. Por ello muchos tareferos jóvenes y adultos vuelven a tarefear tras haber migrado a Buenos Aires u otras ciudades en búsqueda de trabajo. Porque es en la cosecha, en el yerbal, en la kinestesia tarefera, en el estar-con-la-cuadrilla cuando el sujeto se “halla” en el mundo9. Un mundo que lo comprende de manera dóxica, ya que allí está “a sus anchas”, utilizando un capital corporal poco valorado en otro tipo de trabajos o ámbitos finitos de sentido, ya que con el proceso de urbanización las ocupaciones contra-estacionales en el agro cada vez son más escasas, mientras que las changas urbanas requieren de otro tipo de habilidades y ya no existen tareas contra-estacionales en el propio predio. En este sentido, puedo sostener que la urbanización de los tareferos y su creciente multi-subocupación urbano- rural durante la inter-zafra conllevó una apertura del ser del mundo marcada por una existencia escindida en la que se alternan momentos en que el sujeto se “halla” y no se “halla” en el mundo.
Por otro lado, el habitus tarefero permite explicar por qué continúan yendo al yerbal muchos tareferos luego de haberse jubilado, más allá de tener o no la necesidad económica. Es que es en el yerbal, con la compañía de la cuadrilla cuando se “hallan en el mundo”. En el yerbal está la alegría de la cuadrilla, mientras que en el hogar “pareciera que uno se enferma de tristeza”. El caso de la mamá de Alejandro resulta ejemplificador al respecto: luego de haber quedado traumatizada por un accidente automovilístico que tuvo junto con su hijo al volver de un yerbal, no puede dejar de ir a tarefear:
Mamá de Alejandro (MA): […] Yo por lo menos… mi hija me dice, la otra, “mami ¿para qué vos te vas a tarefear?”. Pero yo estando acá en casa parece que yo me enfermo… no… no estoy tranquila si no estoy trabajando, porque estoy acostumbrada a eso. […] Y en el trabajo vos… en el yerbal vos te vas y tu mente está sólo en tu trabajo. […] Y vos estando en tu casa ya no, tenés que concentrarte en todo. En los chicos que van a la escuela, que hay que ponerle la comida en hora, que hay que lavarle la ropa, limpiar la casa… Todo… En la casa ya es distinto vos te vas a trabajar. Cambia. Yo por lo menos no me hallo. Y siempre viene mi hija y me dice: “por qué mami vos te vas a trabajar más en el yerbal”, “porque yo…”. Ellos se quebrantan por mí por el tema del viaje. […]Yo por lo menos estoy acostumbrada en el yerbal, porque si voy a ir a carpir… Otra que no me gusta es trabajar de empleada. […]Porque yo no quiero lavar ropa ajena. Ni mi ropa mismo quiero lavar, que vayan a lavar […]
L: ¿Cómo se… cómo cambia cuando uno deja -porque está la época de cosecha- cuando termina la cosecha? ¿Có… cómo te sentís? Porque de repente es otra cosa […]
Sonia: Sí, extrañás mucho. […] Cuando para la cosecha uno queda triste. Uno queda triste por el trabajo mismo y a parte por los compañeros […]
MA: Porque para nosotros parece una diversión el yerbal (Entrevista con Alejandro de 19 años, su mamá y Sonia. Barrio Cuatro Bocas, Montecarlo. Mayo del 2012)
Aquí observo cómo a través del habitus “El tiempo se vuelve elemento constitutivo del análisis del presente, y se introduce en las prácticas, volviéndose principio inseparablemente histórico y estructural” (Martínez, 2007: 227): ella no puede dejar de ir al yerbal a pesar del trauma vivenciado y a pesar de no necesitarlo económicamente, porque es en el yerbal donde “se halla”. También noto cómo la inmersión al mundo de la tarefa no sólo abarca un capital corporal que encuentra pocos equivalentes en otras ocupaciones –como en el ámbito doméstico, en una clara dicotomía público/privado; o en este caso otras changas femeninas como lavar ropa para terceros-10, sino que hay una sensibilidad, una manera de sentir en el yerbal que hace la vida llevadera y que evita que uno se enferme de tristeza, el “no pensar”.
“Mejor no pensar”: amordazar el sufrimiento
“Hallarse en el yerbal” es este querer volver a la tarefa que da la disposición a la práctica; es un cuerpo inmerso que se encuentra a sus anchas en el monte; es sentirse alegre, contento en interacción con la cuadrilla; es el hacer constante de la kinestesia tarefera “sin pensar” en el resto de preocupaciones cotidianas.
Mi interpretación del “no pensar” se fue desarrollando a lo largo de la investigación. En un primer momento, creía que el mismo reflejaba el funcionamiento sin intencionalidad del habitus de clase tarefero en el que el sujeto piensa y se piensa desde los ojos de quien detenta el poder simbólico a través del sutil mecanismo de violencia simbólica. Interpretaba este “pensar únicamente en cuántos raídos11 se coseche” como la lógica práctica en la cual el agente se ahorra la operación entre las condiciones sociales en las que se engendra el habitus y las condiciones sociales en que se manifiestan, fabricando coherencia y necesidad desde una posición históricamente subordinada dentro del mercado laboral tarefero (hacer con sentido y sentido). Considerando estas relaciones de poder, podía explicarme el por qué “los tareferos no piensan”, como sostiene desde una mirada crítica Cristóbal Maidana, Secretario General del Sindicato de Tareferos:
Cristóbal: Los tareferos no piensan, en lo único que piensan es en la línea que van a hacer mañana. Y es que mejor no pensar, sino te querés morir. En el yerbal hacés bromas, y en el fin de semana te empedás para no pensar (Notas de campo III. Julio de 2013)
Pero en aquella charla que tuvimos con Diego –documentalista audiovisual con el que hice los trabajos de campo de 2012 y 2013-, Alejandro, su mamá y Sonia entendí que existe un halo de intencionalidad socialmente construida en este “no pensar” que excede la violencia simbólica de la que nos habla Bourdieu; y desde el cual la experiencia en el yerbal puede llegar a ser llevadera al punto tal de dotar de sentido la existencia en el yerbal, generando una sensibilidad “alegre” dentro de un mundo sufriente. Vuelvo al caso de la mamá de Alejandro que mencioné anteriormente. Ella y su hijo tuvieron un accidente que les dejó importantes secuelas que marcarían el resto de su vida:
Alejandro: Una vuelta tumbamos arriba de la carga […] con la yerba arriba. […] y así tumbamos… […]
Mamá de Alejandro: Él cayó abajo… un muchacho cayó abajo y él cayó entre las piernas del muchacho. Y el raído cayó arriba de él. Yo fui que quedé media… rayada, porque cuando cayó el raído sobre él, de tanta herramienta que había arriba se clavó un machete encima del raído. Y en eso el capataz ese empezó a buscar a la gurizada [niños], gente que había entre los raídos, levanta el raído, y estaba el machete clavado. Yo pensé que el machete estaba clavado por él. Y ahí fue que yo me desmayé y que yo fui a parar hasta el hospital. Yo pensé que el machete se… […] le atravesó a él también. […] [Alejandro] Tenía 14 años en esa época. Ahí fue que estaba tu papá también todavía en esos tiempos. Y de ahí que yo quedé media… Yo no puedo… ahora con el tiempo feo por lo menos yo no puedo ir al yerbal. […] me deja media rayada. Sale de sí mismo parece que me sale eso. […] Y, me siento mal cuando vengo en el camión. […] Porque yo parece que en mi mente sólo van los ruidos del… del colectivo, la maniobra que hace… Si ya va medio de costado parece que para mí va a tumbar. Y más si voy solita. No puedo viajar sola. […] El doctor me dijo mismo que yo tenía que seguir tratamiento un año. […] De mi cabeza, del psicólogo. ¿Pero dónde un pobre? Más que soy, era en esos tiempos éstos eran todos chiquitos, escalerita que yo tenía (Entrevista con Alejandro (19 años), su mamá y Sonia. Barrio Cuatro Bocas, Montecarlo. Mayo del 2012)
Aquella tarde, al escuchar esta historia – semejante a la de tantos tareferos - recordé las palabras de una psicopedagoga que un año antes me había dicho en Oberá:
Karina: […] Pero como que ni siquiera un tiempo de procesar se dan. Se me cae un pedazo y sigo caminando, tipo robocop ¿viste? No se dan ese tiempo, no media la abstracción, pero por la mismas dificultades nutricionales calculo yo porque no es de malos (Entrevista con directora y psicopedagoga de la Escuela Primaria del barrio 100 Hectáreas, Oberá. Noviembre de 2011)
Robocop. Seguir andando con lo que se tiene. No parar. Había algo en este “no pensar” que lo expresaba. El drama de la mamá de Alejandro continuó. Tras dicho accidente la abandonó su marido, quedando a cargo de sus 10 hijos y estando embarazada. Entonces, ella no tenía ni el tiempo ni recursos para procesar este trauma. Y siguió yendo al yerbal, ya que no sólo era el trabajo más duradero que podía conseguir y al cual podía contar con la ayuda de sus hijos mayores, sino también era el que podía hacer por la práctica que tenía, ya que siempre fue tarefera. ¿Cómo hizo la mamá de Alejandro para seguir tarefeando y poder “hallarse en el yerbal” a pesar de su trauma, de este mar de pensamientos y quebrantos que la acechaban? Como tantos tareferos, pudo hacerlo desde la capacidad de integrarse a un “no pensar” colectivo de la cuadrilla, el cual está consciente y creativamente elaborado por un sujeto inmerso en el monte a la manera de una clausura que establece una epojé (paréntesis existencial) respecto del resto de ámbitos por los que transita su experiencia. La misma es un paréntesis cognitivo-emocional no sólo respecto al quebranto de su historia personal, sino también a las estigmatizaciones de las que son víctimas los tareferos, el sufrimiento en el yerbal, las inequidades cotidianas de un mercado de trabajo precario, etc. Gracias a esta clausura cognitiva, que se da desde la interioridad de la carne y colectivamente a la vez; se modelan las bases sensoriales de la experiencia en el yerbal, amordazando algunos sentimientos (como la ira, el nerviosismo, quebranto, frustración y sufrimiento propios del estar-en-un-aquí-sufriente), y estableciendo una suerte de vigilancia interior frente a las preocupaciones del hogar, la familia, el trabajo. De esta manera, el sujeto asume un dominio sobre el sí mismo que le permite concentrarse en la kinestesia tarefera al calor de humoradas y gritos sapucais y vivir en el presente de la cuadrilla. Por ello el tarefero siente “alegría” con los compañeros de la cuadrilla durante la zafra, tiene una sonrisa franca y una risa abierta, ruidosa, desenfadada; por ello el sujeto puede establecer estrategias de distinción y resignificación de la práctica tarefera al interior de la cuadrilla. Asimismo existe una conveniencia económico-existencial en esta alegría con los compañeros de cuadrilla: dicha emoción activa la disposición a la práctica tarefera, haciendo que rinda el día, y por ende se extraiga suficiente cantidad cosechada. Es que como me dijo la mamá de Ale en esa ocasión: “mejor no pensar, no conviene estar tristongo”:
Mamá de Alejandro: Porque si te vas a… porque si vos no vas a estar alegre, vas a andar medio tristonga yo creo que no te conviene. […] te va a perjudicar […] porque yo digo en la mente mismo. Porque si vas a ponerte a pensar todas las cosas que pasan en tu familia, qué te falta, la necesidad de los chicos, en la escuela… Eso yo creo que…
Luz: Mejor no pensarlo.
MA: Mejor […] Entonces te distraés con los compañeros de trabajo.
Sonia: Estás hablando pavadas, te cargás uno al otro y se pasa el rato. Entonces vos estás trabajando y te pasa la hora… (Entrevista con Alejandro, su mamá y Sonia. Barrio Cuatro Bocas, Montecarlo. Mayo del 2012)
¡Alegría! Estado sapucai como arte de la existencia
Es momento de ahondar en la alegría que sienten los tareferos en el yerbal. En las interacciones en la cuadrilla los sujetos incorporan una disposición anímica alegre que repercute directamente en la disposición a la práctica tarefera y por ende en la cantidad cosechada. Es importante resaltar que, dado el habitus tarefero, el razonamiento económico propio del trabajo a destajo atraviesa por completo la razón práctica cotidiana. En ella, los sujetos constantemente calculan cuántos raídos sacaron y sacarán durante la jornada, por lo que existe una correspondencia entre el estado anímico, la disposición a la práctica, la cantidad cosechada y la conveniencia económica.
En este sentido, el auto-control y encorsetamiento emocional y corporal del tarefero en el yerbal se corresponden con la creación colectiva de una disposición anímica, interpretada por los sujetos como una “alegría” que incentiva reflejamente la disposición a la práctica tarefera. La misma podría describirse como un estado del ser liviano, de humorada y picardía, dentro del cual se pueden transitar diferentes vivencias que se pre- objetivan como emociones específicas por el sujeto. Este mosaico anímico se contrapone al estado caigüe (desganado, triste, apagado) que en ciertas ocasiones se comparte en la cuadrilla, y desde el cual el tiempo subjetivo se diferencia del tiempo colectivo de la organización del trabajo, el cuerpo se ablanda y la concentración kinestésica en la práctica tarefera se anula, evadiéndose el sujeto de la disciplina laboral.
Postulo como hipótesis que este estado anímico alegre es un arte de la existencia desde el cual la experiencia en un mundo sufriente se transforma en placentera, al punto tal de que el cosechero se “halla en la cuadrilla” como en ningún otro ámbito finito de sentido de su mundo-de-la-vida. Siguiendo a Foucault, por arte de la existencia “[…] hay que entender las prácticas sensatas y voluntarias por las que los hombres no sólo se fijan reglas de conducta, sino que buscan transformarse a sí mismos, modificarse en su ser singular y hacer de su vida una obra que presenta ciertos valores estéticos y responde a ciertos criterios de estilo” (Foucault, 2011:16).
La adquisición de la disposición “alegre” –la cual como vi, implica una clausura cognitivo- emocional de manera autoconsciente- es una práctica en la que el sujeto elabora la relación consigo mismo desde un plano emocional que no sólo le permite activar la disposición corporal a la kinestesia tarefera –y por ende a la disciplina laboral-, sino también hacer su existencia en el yerbal placentera. Este estado se transmite miméticamente desde el estar en el yerbal.
El caso tarefero muestra cómo en un ámbito laboral como el yerbal, los sujetos incorporan una disposición anímica a través de una fusión perceptiva entre la propia corporalidad inmersa en el monte y las manifestaciones sapucai-discursivas-kinestésicas de sus compañeros de cuadrilla que se transmiten sonoramente entre línea y línea. En esta construcción social del humor, tiene un lugar protagónico el grito sapucai12 que se practica en conjunto entre varios tareferos en simultaneidad con otros chistes, órdenes y comentarios. Grito de tradición guaraní, agudo y potente, es realizado mediante un falsete13 en el que se imposta la voz desde el paladar blando de la cavidad bucal, estimulando una vibración sonora corporal que transforma el estado anímico del sujeto. En esta transformación anímica, el sujeto realiza una apertura para con el otro desde una relación pre-comunicativa que siguiendo a Schutz ([1964] 2003) podría caracterizar como de sintonía mutua. En la misma, el yo y el tú son experimentados en una presencia vívida compartiendo el flujo de vivencias en el tiempo interior. De esta manera, se transmite empáticamente una apertura del ser-en-el-mundo sapucai que implica un estado anímico alegre, ágil y pícaro; activando las tonicidades musculares propias del estar-en-el-yerbal y la kinestesia tarefera,y potenciando así el desgaste energético extra-cotidiano necesario para que la cosecha “rinda”, es decir, se extraiga una suficiente cantidad cosechada (ver gráfico 1).
Considerando entonces el vínculo entre sonido-emoción-movimiento, las cuadrillas dan forma a una suerte de sonata tarefera, en la que los distintos movimientos sonoros se corresponden con los momentos propios de la economía del movimiento de la cosecha. Siguiendo la terminología tarefera, la misma se divide en tres momentos principales: a) el “apriete” al comienzo de la mañana (calentar el cuerpo y dar el mayor desgaste corporal) y simultáneo atado de raídos con el correr del día, b) el acarreo de los raídos al límite de la línea y “pesaje” de los mismos hacia el final o mitad de la jornada, y c) la carga de los raídos al camión. En esta sonata, se intercalan momentos de silencio en los que cada tarefero se encuentra solitariamente en su línea, seguidos por momentos de intensidad sapucai estimulada por algunos líderes –que muchas veces coinciden con los más guapos14 o desenfadados de la cuadrilla- que proponen un ritmo sonoro que incentiva la actividad. Hacia el final del día se termina la sonata, ya no hay más sapucais. La cuadrilla queda en silencio, sus cuerpos agotados y blandos, y las sonrisas se aflojan hasta caer en un pesado letargo a la espera del camión (foto 1).
Gráfico 1: Sensibilidades Somáticas en el yerbal (Ver anexo al final del artículo)
Epílogo: estelas de libertad
En este artículo me pregunté por el devenir del ser-en-el-yerbal para los jóvenes de familias tareferas de Misiones, en el cual el sujeto llega a disfrutar del estar-en-el-yerbal transformando creativamente los modos de experimentar el sufrimiento tarefero.
¿Cómo se vive siendo tarefero?, ¿cómo logran los sujetos “hallarse en el yerbal?, ¿cómo pueden llegar a disfrutar de la cosecha? Puedo sostener que el “vivir siendo tarefero” se define como una capacidad indeterminada caracterizada por el esfuerzo y la reflexividad desde la cual los sujetos experimentan sus modos de ser en el mundo reapropiándose y trabajando sobre sus disposiciones, sensibilidades, modos de percepción y de interpelación.15Así, en el estar siendo en el yerbal los sujetos promueven una apertura del ser desde el “hallarse en el yerbal”. Sensibilidad somática en la que juega un rol fundamental el grito sapucai como tecnología del yo, remite a una elaboración de la relación del sujeto consigo mismo en un plano emocional que le permite no sólo activar la disposición corporal a la kinestesia tarefera, sino también hacer su existencia en el yerbal placentera y libre.
Entonces, así como el yerbal se constituye como un “mundo sufriente”, los sujetos transforman su experiencia en el mundo desde una alquimia corporal en la que la dimensión kinestésica, emocional y práctica se transforman y rearticulan. La misma abarca:
En un trabajo a destajo, precario e informal como la cosecha, esta sensación de libertad se vincula a “trabajar lo que se quiere”, “ganar directamente lo que se hace” y a permanecer en la cuadrilla durante el “tiempo que se quiere”. En este sentido, cuando existen conflictos en la cuadrilla o mejores ofertas laborales, el tarefero simplemente “se va” sin necesidad de rendir cuentas a nadie. Las decisiones de “irse” –no sólo de cuadrilla, sino también de ciudad, de provincia, del hogar,16 e incluso del campamento a pie en situaciones límite- se toman rápidamente. Esta manera de vivir un presente sin previsión hacia el futuro -claramente asociada a condiciones informales laborales y consecuentes formas de organización familiar dinámicas (Roa, 2015)- es valorada positivamente por el sujeto que se siente a sus anchas en un deambular de yerbal en yerbal, de cuadrilla en cuadrilla “sin ataduras” a ningún patrón. Tal libertad hace que el tarefero “se halle en la cosecha” como en ningún otro ámbito finito de sentido y como en ningún otro ámbito laboral.
Considero que esta sensación de placentera libertad que sienten los tareferos en el yerbal, esta sensación de poder sobre sí mismo que da el manejo estratégico del propio cuerpo y las emociones en la práctica a destajo es resultado de la disciplina laboral y el encorsetamiento emocional como tecnología de poder, la cual no sólo produce un cuerpo y alma ágil, fuerte y diestro en la cosecha; sino también su posibilidad de agencia. Veo aquí lo que Cabrera (2014) agrupó bajo el término “maneras de hacer” de los sujetos sobre sí mismos. En ellas puedo encontrar lo que Foucault llamó “paradoja de la subjetivación”, es decir, la producción de subjetividades en el marco mismo de las relaciones de poder (Mora, 2011).
Concluyendo entonces, el estado sapucai permite una apertura al mundo desde la cual los sujetos transforman su experiencia en un mundo sufriente, a placentera, alegre, libre y económicamente estratégica. Esta sensibilidad somática desde la que se está-en-el-mundo libremente es lo que los tareferos sienten como “hallarse en el yerbal”, hallarse en un horizonte infinito con olor a sudor y yerba, en una sonata sapucai, en la alegría “a pesar de”.
Referencias
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Otras fuentes citadas
Entrevistas producidas en Misiones entre abril del 2008 y julio del 2013.
Registros audiovisuales y fotografías tomados por Diego Marcone entre abril de 2012 y Julio 2013.
Fotografía tomada por Diego Marcone en Julio de 2013.
Apéndice
Notas