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Topología, dominación y subjetividad. Las teorías del poder de Michael Foucault y de Norbert Elías en perspectiva comparada*
Topology, domination and subjectivity. Power theories of Michel Foucault and Norbert Elias. A comparative perspective
Topología, dominación y subjetividad. Las teorías del poder de Michael Foucault y de Norbert Elías en perspectiva comparada*
Revista Latinoamericana de Estudios sobre Cuerpos, Emociones y Sociedad, vol. 10, núm. 27, pp. 62-72, 2018
Universidad Nacional de Córdoba
Recepción: 31 Octubre 2016
Aprobación: 23 Junio 2018
Resumen: El trabajo busca desarrollar y contraponer las formas de entender las topologías de la dominación social y de la configuración de las subjetividades por parte de Norbert Elías y Michael Foucault. Para ello, primero se presentará la propuesta de Elías en base al proceso civilizatorio, en la cual sus conceptualizaciones sobre la interdependencia social sostenida en sociogénesis y psicogénesis afectan a los individuos desde la cima de la pirámide social y desde dentro de los sujetos, configurando por ello un esquema topológico “arriba-adentro” de poder. Luego, se abordará la idea foucaultiana de dispositivo, buscando bosquejar en este caso algunos puntos generales sobre su teoría del poder, en la cual con su mirada de base microfísica y descentrada sobre la subjetividad, configura un esquema topológico “abajo-afuera” de dominación, muy distinto al de Elías. Por último, el trabajo cerrará con algunas conclusiones que nos permitan precisar las diferencias y convergencias de los autores analizados.
Palabras clave: Foucault, Elías, Dominación, Subjetividad, Topología.
Abstract: This paper seeks to develop and contrast the ways of understanding the social domination topologies and configuration of subjectivities by Norbert Elias and Michel Foucault. To do this, we’ll present first the proposal of Elias based on the civilizing process, in which his conceptualizations of sustained social interdependence in sociogenesis and psychogenesis affect individuals from the top of the social pyramid and from within the subject itself, setting out a “up-in” topological scheme of power. Then, Foucault’s idea of device will be addressed, seeking to outline some general points about his theory of power, in which his gaze based on microphysics and not centered on subjectivity, will set a “bottom-out” topological scheme of domination, very different from Elias. Finally, the paper will close with some conclusions that will allow us to point out the differences and convergences of the analyzed authors.
Keywords: Foucault, Elías, Domination, Subjectivity, Topology.
Introducción: Topología, dominación y subjetividad
La topología es una rama de la geografía y de la matemática asociada a las lógicas internas de los espacios y los territorios. Para ello estudia la composición de los terrenos en función de sus superficies, sus inalterabilidades a partir de las transformaciones continuas, clasifica las conectividades, así como también las texturas y dimensiones de los elementos de los espacios físicos y teóricos. Empero, más allá de estos modos y procesos de abordar los espacios, lo que muchas veces resulta fértil en las ciencias sociales es también pensar la construcción de los territorios como espacios de poder. Es decir, cómo los territorios y espacios son campos de relaciones de fuerzas que se establecen según pautas jurídicas y militares, bajo procesos económicos y políticos, expresando los distintos elementos de ordenamiento de la dominación social, puesto que la construcción de mapas y redes tienen como fin el control y su uso es para los desplazamientos de cuerpos, ejércitos y mercancías, circulando estos necesariamente por lugares reglados y jerarquizados: son zonas sociales de encuentro, de poder y de conflicto, en los que no existiría un “arriba o abajo” neutral, sino que más bien son topografías construidas. Con ello se debe entender que las lógicas que permiten la conformación de los espacios son los puntos nodales, a veces invisibilizados, de donde emanan prácticas políticas de dominación: campos, posiciones, regiones de un suelo a administrar. Así, no está demás decirlo, dichos suelos o espacios son los que permiten constituir la topología de los espacios humanos, en los cuales se ejerce una soberanía, circula la riqueza, el capital, se producen los bienes económicos y simbólicos, despliegan los gobiernos y se administran los cuerpos. Por ello mismo, el territorio es por antonomasia un espacio reglado a través de instituciones y por los diversos esquemas de poder que ellas configuran, con lo que las subjetividades y cuerpos no son ajenas a los territorios que habitan, sino que más bien son un producto de estos.
En efecto, la topología es una herramienta para dominar subjetividades, sus cuerpos y emociones. Las localizaciones y las legalidades de los diversos esquemas de poder cumplen funciones de afectación del psiquismo humano: modelan conductas, formas de control y distribuyen posiciones sociales, habilitando lo que es posible y lo que no es posible pensar, sentir, hacer y expresar. Construir un dominio que administre individuos implica entonces edificar las pautas básicas de espacios de gobierno: establecer quiénes mandan y quiénes obedecen, imponer centros de gobierno y sus periferias, recortar individualidades, para colonizar su interior y habilitar también dispositivos externos a ellas que las vigilen y moldeen, roturando un “adentro y un afuera”.
Siguiendo esta dirección, el siglo XX fue el escenario sobre el cuál las ciencias sociales desde distintas preocupaciones y perspectivas teóricas indagaron y trataron de conceptualizar los mecanismos sobre las cuales se desenvuelven los comportamientos humanos. Así la Sociología, la Ciencia Política o la Antropología se preguntaron por los modos y motivaciones sobre las que operaban las diversas formas de organización social, conformando gobiernos y modos de poder. Desde el marxismo al conductismo, del psicoanálisis al funcionalismo varias escuelas, teorías y abordajes fueron propuestos para tratar de dar respuestas a estos interrogantes. Así, se dieron propuestas que hicieron hincapié en la estructuración social entre clases, los Aparatos Ideológicos de Estado o la organización de los individuos a partir del mercado, por citar algunas de las elucidaciones más influyentes para dar luz a estos problemas. Sin embargo, y en línea con lo anterior, existieron otras propuestas que intentaron reflexionar sobre las formas de constitución de las subjetividades y de la dominación de las poblaciones a través de abordajes con base topológica, considerando las formas de espaciación social cómo mecanismo indispensable del lazo de poder. De este modo, dos de las producciones teóricas más fecundas al respecto han sido las elaboraciones de Norbert Elías y Michael Foucault. En este caso, ambos autores han optado por elucidar fértiles maneras de pensar los mecanismos, esquemas y localizaciones de las subjetividades y de la dominación a través de dos cartografías muy diferentes del poder.
Con vistas a esto, este trabajo buscará desarrollar y contraponer las formas de entender las topologías de la dominación social y de la configuración de las subjetividades de Elías y Foucault, entendiendo que para ambos autores las localizaciones del poder y las formas de afectación de las subjetividades actúan de modo diferente. Es decir, cada uno de estos autores tendrá una teoría del poder y de la topología política construida desde perspectivas heterogéneas pero que vale igualmente la pena considerar en forma comparada. Así, primero se presentará la propuesta de Elías en base al proceso civilizatorio, en la cual sus conceptualizaciones sobre la interdependencia social sostenida en sociogénesis y psicogénesis afectan a los individuos desde la cima de la pirámide social y desde dentro de los sujetos, configurando por ello un esquema topológico “arriba-adentro” de poder. Luego, se abordará la idea foucaultiana de dispositivo, buscando bosquejar en este caso algunos puntos generales sobre su teoría del poder, en la cual con su mirada de base microfísica y descentrada sobre la subjetividad, configura un esquema topológico “abajo-afuera” de dominación, muy distinto al de Elías. Por último, el trabajo cerrará con algunas conclusiones que nos permitan precisar las diferencias y convergencias de los autores analizados.
Arriba-Adentro. El proceso de la civilización de Norbert Elías
En 1936 Norbert Elías escribió uno de sus más importantes libros, El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas (1989), el cual, por la coyuntura histórica que le tocó atravesar –ser un autor judío durante el gobierno nazi−, recién a finales de la década de 1960 pudo conocerse fuera de Alemania, tardando unos 20 años más en lograr su primera traducción al español. En dicho trabajo Elías se preguntó por lo que consideró las formas de comportamiento típicas del hombre civilizado occidental de su tiempo (1989). Es decir, señaló que los hombres occidentales no siempre se han comportado del mismo modo, siendo muy llamativo que, si un hombre occidental del siglo XX comparara sus formas de proceder con otro de su misma sociedad, pero de un periodo pasado –por ejemplo, del inicio del período feudal− sus diferencias en cuanto a las reglas de comportamiento serían enormes. Por lo cual, bajo estas premisas los interrogantes de Elías se abocarán a explicar cómo, por qué y en qué consistió el cambio de una forma de comportamiento “incivilizada” y “bárbara” a otra refinada y racional, específicamente, en dicho trabajo intentará explicar a los hábitos, comportamientos y costumbres como los lugares visibles del campo social, pero que también abarca la interioridad subjetiva (las formas de procesar los afectos y las emociones), señalando entonces que la distancia entre transformaciones macro y micro sociales son relativas, ya que las instituciones o formas de dominación no son ajenas a los cambios de la racionalización de las conciencias individuales (Vergara, 2014). La idea de lo civilizatorio entonces será un proceso relacional de largo plazo que abarca mecanismos de interacción sociopolítica –centrada en la estatalidad− y psicosocial –centrada en la emotividad−1 ligados al (auto) control emocional y la administración de la violencia.
Elías, para dar cuenta de su planteo toma como ejemplo, e inicio del libro recién citado, la descripción de los hábitos y formas de comportamiento europeos que se realizaban alrededor del año 1000, durante el comienzo de la gran expansión de la formación feudal. En este caso, con ello busca presentar un escenario claro: brutalidad e imperio de los instintos son lo que se impone en el gobierno de los individuos, con situaciones en las cuales las personas se dejan guiar bajo la tutela de sus pasiones. El ejemplo más destacado de esto según Elías es el de los caballeros, figura que progresivamente se volvería central en el feudalismo y la modernidad, pero que en principio son descriptos como individuos brutales y toscos, una verdadera barbarie hecha persona en el relato de Elías, pero que con el paso del tiempo su nombre se convertiría en equivalente de refinamiento, cultura y delicadeza. Con ello, al seguir la evolución de un grupo social y de una figura aparentemente indomeñable, que ejerce violencia e impulsividad sin límites, es posible notar que la pacificación y reconfiguración del espacio social fue mutando a lo largo de los siglos. Puesto que con la progresiva expansión feudal y la consolidación de las relaciones feudo-vasalláticas, esta clase que hasta ese momento era periférica y bestial, encargados únicamente de asumir una función militar-combatiente, fue modificando paulatinamente sus hábitos de comportamiento, pasando a ser así paradigmas de elegancia y exquisitez. Un verdadero modelo de ascenso y transformación social y de cómo operaron los cambios socioculturales en una sociedad en torno a lógicas colectivas y también individuales.
La explicación que el autor nos ofrece para entender estos cambios entrelaza diversos niveles de análisis. Primeramente, nos indica que es necesario tener en consideración el modelo piramidal bajo el cual se hallaban estructuradas las relaciones de poder y organización en la sociedad feudal. Es decir, que, con la consolidación de los pactos de fidelidad, reciprocidad (asimétrica) y de servicio de la baja edad media, el ordenamiento sociopolítico feudal logró ir estabilizándose hasta el punto de garantizar el dominio de la estatalidad y su progresivo monopolio de la violencia legítima. Es el proceso de cómo la agresividad se transforma y simultáneamente es asumida de forma centralizada por los Estados (Di Napoli & Szapu, 2016: 190). Así, los territorios conquistados, el resurgimiento de las ciudades, del comercio a larga distancia y del florecimiento económico, permitieron el crecimiento de los tributos y la prosperidad para nuevos grupos sociales como la burguesía urbana y la baja nobleza. Con lo cual, los frágiles y precarios lazos de correspondencia y lealtad establecidos verticalmente lograron ir robusteciéndose y ganando nuevos adeptos, favoreciendo también a sus principales beneficiaros. De este modo, con el fortalecimiento de las jerarquías sociales y de la centralización, los esquemas estatales pudieron vigorizarse y recomponerse, captando recursos y recuperando prerrogativas. Con lo que los Estados centrales estuvieron cada vez más capacitados para ejercer sus funciones características de la monopolización legitima de los medios de violencia.2
Este último punto es importante retenerlo. Dado que, al consolidarse la centralización de los esquemas feudales, aquellos sectores ubicados en la cima de la pirámide social fueron presa de dos movimientos paradójicos. El primero de ellos fue el más evidente, ya que, con el reforzamiento y resurgimiento de la figura del Rey, aquellos grupos mejor establecidos en la jerarquía social –la nobleza alta y cortesana- se vieron favorecidos en su posición. Su influencia y poder, dadas sus cercanías a las elites sociales, aumentó. Sin embargo, un segundo movimiento también se produjo y es el que principalmente le interesó remarcar a Elías: los sectores altos y cortesanos también se vieron amenazados en su lugar, dado que, con vistas a la prosperidad y expansión, nuevos grupos comenzaron a imitar sus prácticas sociales y a encontrarse en cada vez mejores posiciones para ascender en la escala social y para recibir el favor del Rey. En este sentido, debe ponerse de manifiesto que gracias a esto los esquemas organizativos y de poder en la pirámide de la sociedad feudal debieron volverse sumamente complejos y competitivos, deviniendo así un freno para los “recién llegados” y un mecanismo de defensa para la vieja elite cortesana. Por lo que el estudio de sutiles y cada vez más complejas formas de diferenciación simbólica de los espacios de poder al interior de la elite fue un eje vital para construir los nuevos modos de dominación y ejercicio del poder. Cómo explicaría el mismo Elías en un reportaje posterior:
Tuve desde muy temprano la idea de que a través de la investigación de detalles uno también puede encontrarse con los fundamentos de las ciencias humanas […] Sé que comencé a trabajar en [mi libro] La sociedad cortesana no porque Luis XIV me hubiera interesado particularmente, sino porque me estaba quedando claro que me hallaba tras la pista de relaciones de poder que podía investigar muy bien a partir de una institución central del poder. Pues sí, por supuesto que se ve muy raro cuando un sociólogo burgués estudia una corte; pero ya tenía claro que justamente por esa vía se podía aprehender bien una institución central de las relaciones de poder (1998: 511- 512).
En efecto, la consolidación feudal dotó de fuerza y de vigor a sus principales esquemas de organización, con lo cual, su figura central (el Rey) devino el eje mismo de las representaciones de poder, volviendo a sus allegados (los cortesanos) las figuras de referencia y admiración. Bajo este escenario la realeza y la alta nobleza debieron complejizar sus comportamientos y códigos de conducta como una forma de defensa y diferenciación social contra los grupos en ascenso como eran la baja nobleza y la alta burguesía, construyendo así diversas formas de bloquear la entrada de advenedizos a las altas esferas estatales. Es aquí donde Elías centra sus explicaciones. Dado que, para él, a partir del proceso de complejización de la sociedad cortesana, los códigos de comportamiento simbólico –expresados por ejemplo en los manuales de conducta− se volvieron enormemente intrincados, deviniendo verdaderas marcas de status social (Elías, 1996). Con lo cual, con la progresiva interacción entre diversos y complejos grupos sociales, la figura del cortesano se volvió la insignia a imitar y a considerar. Cada paso, cada gesto de los funcionarios de la corte debió tener una clara y muy compleja pauta de realización. El comportamiento nobiliario fue motivo de constante reconfiguración en sus reglas, así como también un intento de emulación permanente por parte de otros sectores. Se produjo entonces así un fenómeno claro: a partir de la imitación y aprendizaje de los hábitos de la corte, todas las clases y grupos sociales comenzaron a modificar y a interiorizar modos corteses y refinados de comportamiento. Aquello que comenzó siendo una característica propia de un grupo social exclusivo
–las elites cortesanas−, se fue difuminando a un radio cada vez más amplio, extendiéndose desde la cúspide de la pirámide feudal al resto de los estratos. De este modo, lo que antes era la marca excepcional de la alta nobleza cortesana pasó progresivamente a formar parte también de la conducta de los sectores sociales en ascenso y, de allí, continuó descendiendo y difundiéndose a los sectores más bajos hasta llegar a afectar a toda la sociedad.
Aunque igualmente estos cambios estudiados minuciosamente por Elías, debemos decir que dichas transformaciones sociales no ocurrieron de un día para el otro, sino que operaron a través de varios siglos, constituyendo un auténtico “proceso civilizatorio” que modificó las pautas de comportamiento en un muy largo plazo. Es decir, la propagación de nuevos códigos de conducta y de reglamentación de las acciones sociales son fenómenos muy extensos temporalmente, en los que la innovación por parte de algunos grupos reducidos y su ampliación hacia otros sectores de la sociedad conllevan largos periodos de tiempo en los esquemas de poder y dominación.3 En palabras del propio Elías: A veces se pretende explicar a corto plazo las transformaciones explosivas de la distribución social del poder, como la Revolución francesa, partiendo exclusivamente de los sucesos inmediatamente anteriores al período revolucionario o incluso de los acontecimientos durante éste. Pero con bastante frecuencia sólo es posible entender tales explosiones de violencia, considerando los cambios a largo plazo de los pasos del poder en la sociedad en cuestión, los cuales se producen ciertamente en largos períodos de tiempo, lentamente y a pequeños pasos, de tal suerte que tanto los hombres involucrados como las generaciones posteriores perciben de ordinario, en una vista retrospectiva, sólo síntomas aislados, pero no la larga transformación de la distribución de poder, en cuanto tal (Elías, 1996: 351).
En función de lo que nos interesa trabajar en este escrito, debemos señalar especialmente un punto: el comportamiento cortesano de refinamiento civilizatorio estudiado por Elías se expandió como una forma de emulación desde lo alto de las jerarquías sociales hacia su base, teniendo como eje la centralización del poder y la violencia estatal. De manera que los comportamientos de buena conducta, cuidado de los modales o el refrenamiento de las actitudes violentas y pasionales se lograron ir apaciguando y controlando de modo progresivo desde lo alto a lo bajo del cuerpo social. Es decir, bajo el análisis de Elías, el lugar donde se focaliza la comprensión para entender las nuevas formas de conducta e interacción social es a partir de los estratos superiores y dominantes de la jerarquía social hacia los sectores políticamente dominados y de bajos recursos. Es por ello que los manuales cortesanos, los códigos de buena conducta y las pautas de comportamiento principescas son los sitios y procedimientos que se destacan en las sociedades cortesanas, en la cual el Rey y sus adictos son los ejes por los cuales pasan las pautas de gobierno estatal, porque es desde allí, según Elías, que emanan las condiciones para los cambios, produciendo con ello el acortesamiento de la sociedad como horizonte integral (Elías, 1996).
Este proceso de transformación social es lento y progresivo, puesto que además debe adecuarse y rebalancearse en función de los cambios de los equilibrios de poder que se establecen entre grupos y en el cual se busca absorber los conflictos y desequilibrios que pudieran generar estas mismas mutaciones. Como lo dice Elías: “Toda forma de poder es expresión de una lucha social que consolida la distribución de poder correspondiente a su punto de partida” (1996: 202), pero que también, y de igual modo, debe apostar a los nivelar los desequilibrios producidos, “La pieza central de esta figuración es una balanza de poder desigual, con las tensiones que le son inherentes” (1998: 89).
Ahora bien, si es verdad que para Elías el disciplinamiento y normativización se produce a partir de las pautas de los sectores altos y en procesos de larga duración en base a la estatalidad, también es verdad que este cambio en las actitudes y reglas no debe ubicarse únicamente como un movimiento de descenso desde las jerarquías sociales sin dejar consecuencias, dado que para él los cambios provocados son profundos y tocan las fibras más íntimas de la subjetividad individual. En efecto, el apaciguamiento de las pasiones, el control de los instintos o la limitación de la violencia contra terceros con el paso de los años empieza a interiorizarse y a configurar un nuevo modo de concebir lo cotidiano, marcando una reconfiguración del espacio social que pasa a redefinir la concepción del sentido común y lo que debe ser el comportamiento esperado, edificando así aquello que se vuelve lo permitido o lo “natural” para los individuos. Con ello, como remarca el propio Elías junto a Eric Dunning: “El control que ejercen sobre sí mismos [los individuos] se ha vuelto, en parte, automático. Entonces, ya no controlan –en parte- su control. Se ha fundido con su estructura de personalidad” (1995: 85). En otras palabras, la internalización de las nuevas pautas conlleva cambios hondos en la constitución de las subjetividades, moldeando de un modo distinto la Phycis humana: las funciones psíquicas, a partir de este proceso de racionalización y autocoacción, sufrieron severas transformaciones. Las funciones psíquicas como pueden ser el Yo, el Ello y el Súper-yo de la teoría psicoanalítica se vieron conmovidos en lo más profundo según las distintas épocas del proceso civilizatorio en lógicas de auto-vigilancia personal. Puesto que según Elías fue necesario lograr un mayor autocontrol, una mayor regulación de lo orgánico e instintivo. Los parámetros de lo más íntimo y emocional –como la vergüenza, el asco, las pasiones- debieron comenzar a tener nuevas contenciones y frenos por parte de los propios individuos (Elías, 1989: 483).4
Es desde aquí, entonces, donde Elías centró un segundo punto que nos interesa destacar: el funcionamiento de las reglas debió funcionar desde el interior de los individuos mismos para moldear su subjetividad. Su conciencia, sus psiquis, su inconciente y su Yo son la clave para asegurar el progresivo proceso de racionalización y de pacificación: lo civilizatorio actúa desde adentro de las conciencias, siendo la autocoacción de las pasiones y sentimientos. Lo que señala un punto quizás de fuerte crítica de Elías con respecto a la sociología weberiana clásica: los procesos sociales de dominación y estatalidad no sólo deben ser abordados desde perspectivas racionales y legales, sino que deben incorporar a la emocionalidad como un elemento central a considerar, ya que ellas son un pilar de la interacción social.
Por último, cabe señalar que la complejidad de este proceso que interrelaciona los cambios interiores de los individuos, las transformaciones sociales y la progresiva pacificación del espacio social, actuaron en forma paralela al crecimiento de la coerción de la violencia física del estado absolutista moderno. Esto es lo que Elías busca señalar, cómo actuó la mutua imbricación entre sociogénesis y psicogénesis: el entrelazamiento entre los cambios en la constitución de la sociedad y los cambios en la constitución de los comportamientos y hábitos psíquicos individuales. Por lo que, con esta dialéctica socio y psico genética, se integran y entrelazan las presiones mutuas y continuas entre los sujetos y las estructuras sociales de las que forman parte. El constante fluir interactivo entre individuo y sociedad. Por lo tanto, el poder y las formas topológicas de dominación social no son una “cosa”, sino que sus mecanismos y procesos se constituyen en forma paralela a los cambios sociales de los que forman parte. Siguiendo las palabras de Elías:
Para sintetizar mi idea de la naturaleza del poder me gustaría comenzar señalando que el término poder se presta a confusiones, ya que sugiere algo así como un objeto que puede ser colocado en el bolsillo o ser poseído de alguna otra manera […] Los debates sociológicos y políticos sobre el poder están deformados por el hecho de que la discusión no está suficientemente centrada en los equilibrios y los grados de poder, es decir, en aquellos aspectos que tienen que ver con las relaciones sociales, sino que más bien se tiende a entender el poder como si fuese una cosa […] El poder tiene algo que ver con el hecho de que existen grupos o individuos que pueden retener o monopolizar aquello que otros necesitan, como por ejemplo, comida, amor, sentido o protección frente a ataques (es decir, seguridad), así como conocimiento u otras cosas (citado en Antón y Damiano, 1994).
Abajo-Afuera. La noción de dispositivo disciplinario en Michael Foucault
En la introducción de este trabajo señalamos que el siglo XX había sido una de las épocas más fértiles e innovadoras a la hora de abordar y de dar nuevas respuestas a las viejas problemáticas sobre la conformación social. No obstante, señalamos que muchas de las perspectivas que se produjeron atisbaron a mantener los esquemas tradicionales en el análisis de los fundamentos sobre los cuales se asentaban los mecanismos de poder y la organización social. Muchos estudios y teorías se centraron en las jerarquías sociales, los aparatos del Estado o en las diversas formas que asumía la violencia. Sin embargo, a partir de las elaboraciones de Michael Foucault y su noción de dispositivo disciplinario varios de estos planteos se vieron radicalmente cuestionados.
En efecto, Michael Foucault elaboró una de las miradas más originales y ricas sobre la conformación del espacio social. Sus premisas sobre cómo entender la política y las diversas formas de los vínculos humanos revolucionaron grandemente los estudios sociales con sus planteos.
En principio, porque Foucault, especialmente durante la década de 1970, buscó sentar las bases para entender de otro modo las relaciones de poder, ya que para él –y de modo similar a Elías- no es posible pensar en una sustancialización del poder: para Foucault el poder tampoco será “algo” que se tiene, que se arranque o comparta como si fuera una cosa, por ejemplo, una mesa o una planta. Sino que más bien Foucault se esfuerza en señalar su carácter relacional y móvil (no es buscar “quién” tiene o a quién le falta poder), por lo que trata de señalar que es a partir del modo en el cuál se asume un vínculo (la forma de un dispositivo) la cual permite desplegar y analizar sus efectos. Según sus propias palabras “[el poder es] el esquema de las modificaciones que las relaciones de fuerza, por su propio juego, implican” (2008: 95). Es decir, bajo esta perspectiva, el poder queda definido como una capacidad de afectación, como aquello que permite condicionar las subjetividades. Con lo cual, Foucault con su teoría deja de lado toda perspectiva “jurídica”, negativa o emancipatoria de las relaciones de dominación (renunciando también a pensar sólo en términos de ley, soberanía, prohibición o Estado) para pasar a una analíticade las relaciones de poder, sus instrumentos y las mutuas imbricaciones de solidaridad y conflicto que despiertan.
De aquí que Foucault dé un paso radical: para él el poder está disperso y actúa por (y desde) todas las locaciones de lo social. Los dispositivos de dominación no remiten nunca a una sola lógica ni pueden pensarse como estáticos. Sino al contrario, las relaciones de poder se componen de un extenso y variado entramado de operaciones, que son a su vez flexibles, fluidas y llenas de relevos, bases y puntos de apoyos sobredeterminados. Dichos dispositivos están constituidos por una materialidad heterogénea, tanto a partir de prácticas como de discursos, y que pueden ser de distinto tipo, por ejemplo, disciplinarios, de saber, médicos, de verdad, de seguridad, etc. A su vez, las formas de establecerse efectivamente como nudos de poder es a partir no necesariamente sólo de la censura y la prohibición, sino de la producción positiva de pautas ya sean institucionales, prácticas, administrativas, morales o legales, por lo que su densidad opera más bien a través de redes constituidas con elementos multivariados. En este sentido, cada localidad de los dispositivos funciona –o puede funcionar− con distintos tipos de operatorias de reforzamiento o –incluso− con lógicas contradictorias, dado que también pueden servir de apoyo a las resistencias contra los mismos dispositivos de poder. Así, más bien, los dispositivos funcionan con vistas a objetivos estratégicos y funcionalidades múltiples, ya sea en continuidad o de manera discreta, y que rebasan la mera lógica intencional.5
Los dispositivos y su forma de operatoria para Foucault deben pensarse no tanto desde las perspectivas tradicionales, con un centro de dominio estatal o una cima gubernamental como ha intentado focalizar Elías, sino que debe destacarse que los efectos de su difuminación operan “desde abajo”, desde la periferia marginada. Es decir, que deben pensarse las sujeciones, controles y vigilancias que realizan los diversos dispositivos de poder en función de su capilaridad y su difusa dispersión: entender al poder a partir de estudiar su microfísica. Señala Foucault al respecto:
[E]l poder viene desde abajo; es decir, que no hay, en el principio de las relaciones de poder, y como matriz general, una oposición binaria y global entre dominadores y dominados […] Más bien hay que suponer que las relaciones de fuerza múltiples que se forman y actúan […] sirven de soporte a amplios efectos de escisión que recorren el conjunto [y la profundidad] de[l] cuerpo social (Foucault, 2008: 80).
Siguiendo esta dirección, debemos aplicar el principio económico con el cual funciona el poder según Foucault. Un dispositivo de poder es más efectivo y tiene una mayor capacidad de afectación en función de su invisibilidad (2002). Es decir, el poder a medida que permanece más “oculto”, invisible o que se muestra como natural, más real y efectivo es. Con lo cual, estamos muy lejos de entender las relaciones de poder en términos únicamente de violencia, prohibición o de una lógica de centralismo estatal. Más bien, el punto clave en el análisis foucaultiano pasa por desnaturalizar lo evidente y cuestionarlo, ya que todo poder es una construcción social con miras a fines estratégicos. Entonces, los objetivos de los dispositivos de poder pasan más bien por controlar, objetivizar, dominar, producir, registrar y subjetivar a los individuos. Porque los sujetos, según Foucault, son sometidos a prácticas de conocimiento y estudio, las cuales constituyen y establecen sofisticados mecanismos de control y objetivación dentro de los entramados de poder, configurando con ello formas de la verdad y la instauración de prácticas permitidas y legales. Se permite así clasificar a los sujetos según su sexo, edad, relación con la “razón” y la “enfermedad” y habilitar cuerpos y espacios permitidos. En síntesis, los dispositivos reúnen técnicas, penas, castigos, vigilancias y demás formas de normalización que permiten operar materialmente el poder en los sujetos. Por lo tanto, ya la atención no debe apuntar a lo alto de la topología política clásica como dijimos, sino a su base. Según Foucault: no hay que ocuparse simplemente “del edificio jurídico de la soberanía, […] de los aparatos de Estado, […] de las ideologías que lo acompañan” sino de los “mecanismos microfísicos y periféricos de dominación” (1979: 145).
Ahora bien, como hemos señalado, es necesario ser cuidadosos, dado que el poder esté en todas partes para Foucault no significa que todo sea poder. Es decir, no podemos admitir la tesis de que un poder funcione de manera totalmente integral y que todo lo englobe. Ya lo dijimos, el poder crea de forma inmanente sus propios límites. De la misma forma en que se constituye, establece también resistencias. Con lo cual, lejos de pensar Foucault un modelo en el cual el poder se distribuye de forma homogénea, señala exactamente lo contrario, puesto que pensar en un modelo en el cual todo (y todos) tenga(n) los mismos recursos, posibilidades y capacidades de afectación (grados de poder) sería sostener un modelo que niegue totalmente la idea de poder. Más bien, el poder para Foucault funciona –y sólo puede funcionar− en un espacio desnivelado, permeado por asimetrías y desigualdades.
En este orden, hay un punto neurálgico en el cual Foucault inscribe el entramado social: el de la guerra infinita. En efecto, para Foucault el terreno de lo social no es ningún tipo de progresiva pacificación o racionalización como en Elías, sino que más bien –en el mejor de los casos− asume la forma de guerra como filigrama de paz. Como señala nuestro autor al negar la posibilidad de una armonía final, una sociedad totalmente reconciliada consigo misma o de alguna batalla “final” de la humanidad:
No se trata en absoluto de establecerse entre los adversarios, en el centro y por encima de la mezcla, de imponer cada uno una ley general y de fundar un orden que reconcilie, sino más bien de instituir un discurso marcado por la asimetría, de fundar una verdad ligada con una relación de fuerza, de establecer una verdad-arma y un derecho singular. El sujeto que habla es un sujeto no tanto polémico como propiamente beligerante (1996: 50).
Por tanto, invirtiendo la vieja perspectiva ya señalada por Clausewitz (2004), para Foucault es la política la continuación de la guerra por otros medios, ya que la disputa de poder por las propias heterogeneidades que la constituyen no pueden tener fin: el campo social se caracteriza, precisamente, por ser un conflicto inclaudicable (una guerra infinita) entre distintas estrategias, posiciones y condicionamientos. De este modo, el eterno juego bélico se encuentra revestido por su impronta estratégica y no subjetiva. El poder funciona en base a cálculos y con miras a objetivos (Foucault, 2008). Con lo cual, no se busca entender a los espacios de desenvolvimiento de la subjetividad o de resolver el problema del “sujeto cartesiano” –como si fuera coherente, soberano y dueño de sí mismo−, sino de señalar como dichas subjetividades se encuentran permanentemente asediadas y condicionadas de un modo descentrado, en todas direcciones y sin un centro único.6
Por su parte, resulta vital remarcar algo más para continuar nuestro planteo: si bien para Foucault el sujeto puede ceder espacios y actuar conforme a las lógicas pretendidas por los diversos dispositivos y ser sujetado por esos mismos discursos, éste siempre guardará consigo formas de resistencia. Nunca ningún tipo de dispositivo puede funcionar de manera totalmente exitosa. El poder produce y coarta. Sanciona y clasifica. Limita y naturaliza. Tiene infinitos tipos de estrategias y juegos para actuar y condicionar a las subjetividades, ya que se desenvuelve por fuera de ellas, a través de las múltiples heterogeneidades existentes e intenta colonizarlas: los dispositivos buscan ser interiorizados y fundirse con los individuos. Cada situación estratégica deviene entonces una complejidad de entramados de tensiones, solidaridades, conflictos y relevos, cercando cada espacio en una guerra permanente e inclaudicable. Sin embargo, el problema para Foucault no es necesariamente sobre cómo se establece el saber o la verdad ni en trazar una historia de las subjetividades, sino sobre cómo se constituyen los mecanismos y construcciones para poder observarlas y controlarlas (Potte-Bonneville, 2007). Por lo cual, y este es un punto que nos interesa retener, la noción de dispositivo actúa topológicamente por fuera de los individuos, es exterior a ellos, tratando de envolverlos y producirlos continuamente: “el individuo sobre el que actúa el poder es el que debe estar enteramente envuelto en el poder que se ejerce sobre él” (Foucault, 2002: 134). Sólo se puede dominar y disciplinar a una subjetividad asediándola permanentemente, hasta la eternidad, porque la disputa con otros poderes no permite asegurar un triunfo sobre dicha subjetividad: ella puede ser obediente y someterse, pero nunca ningún control –como dijimos− podrá tener un triunfo final que garantice una victoria de una vez y para siempre. Más que apaciguar entonces, la teoría del poder de Foucault piensa el acecho de las subjetividades y las diversas estrategias de inspección como una guerra sin fin sobre los individuos. Así, un dispositivo es más bien una trinchera y lo social una guerra de guerrilla: las subjetividades no son anuladas y es imposible hacerlo, sino que éstas asumen posturas dentro de un terreno sitiado, múltiple y complejo. Una guerra conjugada entre dispositivos, estructuras, instituciones y subjetividades, que constantemente las tienen como objetivos y como formas externas que se disputan una interioridad finalmente imposible de someter del todo. Por ello mismo, la topología de dominación de Foucault no pasa tanto por los individuos o los sujetos, sino más bien por analizar las pautas de su subjetivación, de ver las modalidades bajo las cuales se las produce y se las intenta colonizar, construyendo una historia de las formas de sujetación social, pero que actúa permanente. Las genealogías que se intentan trazar son, en consecuencia, la de las historias de esos dispositivos que atacan desde abajo y desde afuera “a esos corazones subjetivos que son su presa” (Foucault, 2002: 150).
Conclusiones. Elías y Foucault: dos topologías para dominar las subjetividades
A lo largo de este trabajo hemos buscado describir las nociones del proceso civilizatorio de Nobert Elías y la de dispositivo de Michael Foucault. Para ello, tratamos de mostrar las formas generales de sus planteos en función de cómo actúa la topología de dominación sobre las subjetividades. Así, en ambos casos señalamos los originales aportes realizados por cada uno y de qué forma intentaron pensar la topología del poder en el espacio social.
En el caso de Elías vimos como su propuesta de proceso civilizatorio busca hacer un análisis de larga duración, centrándose en la forma de pacificación del terreno social a lo largo de casi mil años, buscando enfatizar su carácter procesual, en el cual interactúan mutuamente las estructuras sociales y los individuos. Es decir, cómo se desarrolla de manera intrincada lo que el autor denomina sociogénesis y psicogénesis sociales. Así, a partir de una progresiva interiorización de las normas los comportamientos se logran apaciguar, modificando a su vez con ello lo más profundo de la emotividad de las subjetividades. En otros términos, vimos cómo el proceso civilizatorio se desarrolla desde dentro de los individuos a partir de la emanación de las costumbres desplegadas desde el centro de la pirámide estatal feudal (la sociedad cortesana) hasta sus bases (los grupos medios y bajos). De este modo, hicimos hincapié en resaltar las características de esto en Elías para entender su topología del poder: desde lo alto de la estructura social y desde adentro de los individuos, siendo los espacios de actuación entre psicogénesis y sociogénesis puntos no necesariamente conflictivos, llegando incluso a ser convergentes.
Con respecto al análisis que hicimos de la noción de dispositivo de Michael Foucault encontramos un panorama de abordaje diferente, aunque con algunas coincidencias. Por un lado, vimos que Foucault coincidía con Elías en no considerar al poder como una cosa, sino que más bien ambos lo piensan dentro de un campo relacional. Pero, por otro lado, las preocupaciones de Foucault no estaban focalizadas en los centros estatales tradicionales o en las lógicas de funcionamiento al interior de las elites gobernantes como fue en el caso de Elías, sino que presentó otra concepción de la dominación. En este caso, enfatizamos el aspecto económico y de invisibilización que pretende el poder, en el cual no necesariamente debe pensarse en términos de dominadores y dominados, sino en reparar en su capilaridad: en aquello que se presenta como evidente, legitimo o natural como instancias construidas que sedimentan mecanismos de poder, dado que son éstas las bases mismas de los dispositivos. A su vez, también observamos que la noción de guerra infinita en Foucault, la cual nos llevó a pensar al entramado social –lejos de entenderlo en términos armónicos o pacíficos- como un campo en eterna beligerancia. En otros términos, cómo el poder buscar cercar y sitiar constantemente a sus resistencias, entre ellas las subjetividades. Con lo cual, vimos que existían planteamientos diferentes a los de Elías en por lo menos cinco niveles claves: (1) El análisis del dispositivo repara más en la anatomía que en su proceso –aunque éste pueda llegar a ser fundamental, dado que Foucault destina una gran preocupación por trazar genealogías-, reparándose sobre todo en periodos de tiempo no mucho más allá de un par de siglos (con lo cual, las periodizaciones foucaultianas son más cortas que las de Elías); (2) se puntualiza en las regiones más “inofensivas” y “triviales” de la estructuración social, es decir, en aquello que actúa “desde abajo” y está más oculto, lo que es invisible y –por ende- más efectivo, como es la periferia marginal. Aquí, por lo tanto, el estudio no se focaliza en las elites estatales ni en la cima de la pirámide social: más que “lo alto” se enfatiza en “lo bajo” ; (3) si bien la subjetividad y los márgenes de autonomía pueden existir, estos se hallan siempre sitiados en disputa con otros poderes y estrategias, no existiendo un lugar o terreno social que carezca de alguna forma de poder –siempre se está sitiado por poderes-; (4) precisamente, del mismo modo en el cual el poder produce efectos y se expande, también genera su contracara a través de sus resistencias, las cuales guardan en la subjetividad, la emocionalidad y en lo inesperado uno de sus puntos fundamentales de tensión (Elías plantea algo similar cuando hace recurrentes énfasis en los procesos de rebalanceo o en la búsqueda de nuevos equilibrios de poder), (5) con lo cual, el espacio social se encuentra muy lejos de poder ser entendido como un terreno calmo, con una dirección de largo plazo o que progresivamente se fuera “civilizando”, sino más bien es caracterizado como la dura roca del conflicto inclaudicable. Por tanto, el proceso civilizatorio de pacificación del espacio descripto por Elías se vería fuertemente redefinido según la mirada de Foucault: la guerra política de dominación social sobre las subjetividades continuaría, aunque por otros medios: si el sujeto eliasiano se autoregula emotivamente “desde adentro”, para Foucault esa misma emotividad es un terreno topológico de resistencia y conflicto que se ve asediada “desde afuera”.
De este modo, tras repasar, diferenciar y contraponer ambas posturas, tanto la de Elías como la de Foucault, hemos buscado poner de manifiesto dos planteos teóricos originales, ricos y complejos para poder pensar la problemática social del poder en claves topológicas bien heterogéneas. Siendo planteos teóricos que, lejos de empujarnos a la quietud y la pasividad sobre las distintas formas de sujeción y del poder, nos invitan a reconsiderarlas y desnaturalizarlas, y –con esto- darnos mayores herramientas para cuestionarlas.
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Notas
Notas de autor
** Doctor en Ciencias Sociales. Becario postdoctoral del Conicet. Docente Universitario.