Ensayos

Recepción: 28 Agosto 2020
Aprobación: 20 Noviembre 2020
Resumen: 1) la obra crítica que Ariel Dorfman y Armand Mattelart publican -en la década de los setenta- sobre las tiras del Pato Donald de Walt Disney y sus influencias en las sociedades de aquella época, hasta 2) los nuevos paradigmas acontecidos en torno a Donald Trump en relación con las sociedades del simulacro y el exceso de imágenes que rebosan y agotan mediáticamente la vida cotidiana. Este exceso de imágenes simuladas, entre otras cosas, implicó que, en octubre de 2019, los chilenos salieran a las calles para reventar socialmente, para hacer que esa (ir)realidad busque otros horizontes que los de una sociedad influida, en una primera instancia, por las verdades impostadas del Pato Donald y su familia y, posteriormente, por las posverdades de Donald Trump y sus amigos. Falsedades que terminan sobre-colonizando -como una gran mentira- el acervo cultural del país y del mundo, coronado, en estos momentos, con el ya inevitable abismo de una eventual pandemia que obliga al encierro en medio de una incontrolada saturación de noticias falsas.
Palabras clave: Pato Donald, Donald Trump, Michel.
Abstract: This article intends to make a journey from 1) the critical work that Ariel Dorfman and Armand Mattelart published -in the seventies- about Walt Disney's Donald Duck strips and their influences in the societies of that time, to 2) the new paradigms that occurred around Donald Trump in relation to the societies of simulation and the excess of images that overflow and exhaust daily life in the media. This excess of simulated images, among other things, meant that in October 2019, Chileans took to the streets to burst out socially, to make that (un)reality look for other horizons than those of a society influenced, in the first instance, by the imposed truths of Donald Duck and his family and, later, by the afterlife of Donald Trump and his friends. Falsehoods that end up over-colonizing -like a big lie- the cultural heritage of the country and the world, crowned, at this moment, with the already inevitable abyss of an eventual pandemic that forces the confinement in the middle of an uncontrolled saturation of fake news.
Keywords: Donald Duck, Donald Trump, Michel.
El libro Para leer al Pato Donald1 publicado en 1971 en Valparaíso, Chile, por Ariel Dorfman y Armand Mattelart con el tiempo se ha transformado en un texto ícono para los estudios en Teorías e Historia de las comunicaciones en América Latina. La metodología de análisis allí propuesta lleva a concluir que los dibujos animados de Walt Disney logran concientizar y estereotipar las cabezas de la/os niña/os y jóvenes latinas/os en pro de un modelo que les inculca cuestiones de saber/poder: respeto a las autoridades militares, al dinero y a todo tipo de transacciones propias de un paradigma (neo)liberal.
Curiosamente, hasta hoy, Chile -desde donde se lanzó este libro- fue quien mejor hizo la tarea de alineamiento y alienamiento en atención a lo propuesto por la escuela Disney como prototipo del proyecto liberal que se estaba tratando de implementar -dictaduras mediante- en el cono sur del continente. La intervención que planean Nixon & Kissinger, con el propósito de derrocar al gobierno popular de Salvador Allende, hicieron más evidente la presencia del modelo Disney en Sur América, en general, y en Chile, en particular.
Al poco tiempo de que las Ediciones Universitarias de la Universidad Católica de Valparaíso publicara
este volumen, las manos de los Estados Unidos aliados con la clase alta y la clase militar chilena idean lo que se traduciría -a la postre- en el peor episodio en la historia de Chile. Producto del Golpe de Estado encabezado por Augusto Pinochet y sus secuaces, patrocinado por el gobierno de Nixon e inspirado por la empresa privada con pretensiones en este sector del mundo, se termina de promulgar la ideología Disney a través de la irrupción galopante -y con todo el auspicio del gobierno derrocador- de los Chicago Boys: “La consolidación de la dictadura de Pinochet combinó el terrorismo de Estado con aquella ‘doctrina del shock’ económico elaborada por los Chicago Boys, economistas chilenos que fueron discípulos predilectos de Milton Friedman en la Universidad de Chicago, para convertir a Chile en el primer laboratorio del neoliberalismo a escala mundial” (Richard, 2019: en línea).
Familiares e hijos directos de la tradición Disney, los Chicago Boys hacen de Chile el chivo expiatorio de este neoliberalismo radical y fundamentalista que termina privatizándolo todo, a diferencia de lo pretendido por el gobierno de la Unidad Popular, y depositando la responsabilidad de esos gastos en los bolsillos de la ciudadanía que estalla muchos años después -en octubre de 2019- indignados por aquellas vehementes políticas que construyeron un país ficticio. País simulado, viciado y sólo para unos pocos que supieron venderle al hombre y a la mujer de a pie un prototipo de éxito económico que no era tal, y cuya proyección
en el tiempo los llevaría a salir a las calles y gritar, desde la “Plaza de la Dignidad” y hacía todo Chile y el
mundo, basta de tanto abuso.
La fuerte crítica que dilucida la dupla Dorfman y Mattelart desde lo socio-económico y político se puede asociar a lo que hemos entendido como la instalación de un sistema modelador, cuyo fin es producir sujetos delimitados, normalizados, obedientes y domesticados: “…si los niños llegasen a hacer oír sus protestas en una escuela de párvulos, o incluso simplemente sus preguntas, eso bastaría para provocar una explosión en el conjunto del sistema de la enseñanza” (Deleuze, 2002: 27). Normalizaciones que pretendían ser naturalizadas, no cuestionadas y que no pudiesen tener otras alternativas posibles. El desobediente era digno de marginación, exilio o eliminación, imponiendo una nueva economía del tiempo de aprendizaje: “Lo Normal se establece como principio de coerción en la enseñanza con la instauración de una educación estandarizada y el establecimiento de las escuelas normales...” (Foucault, 1994: 189), erigiendo padres (y no madres) de la patria y contando la historia del país desde la perspectiva de los ganadores-derrocadores.
Por ello, el mismo Foucault sentencia que este tipo de instituciones -incluyendo, además, las fábricas,
hospitales, prisiones y la sociedad toda- son sinónimo de encarcelamiento, encierro y disciplinados intramuros. Los sistemas están formados y son parte de un mecanismo ya delimitado, donde el profesor no puede intervenir los contenidos que ya vienen envasados dentro de las lógicas de producción de conocimiento del mismo ordenamiento socio-políticamente naturalizado e instalado.
Después de estas lecturas, la fuerza del poder recae, en alta medida, en los cuerpos de las víctimas que se ven mermadas por acciones que demarcan sus quehaceres y su estar en el mundo, “…introducir el poder de castigar más profundamente en el cuerpo social” (Foucault, 1994: 86), llegando a una suerte de tecnología política del cuerpo. Un saber sobre el cuerpo que se logra constituir debido a la presencia de un conjunto de sistemas disciplinarios y disciplinados, como las escuelas (también escuela Disney), los hospitales, las cárceles, las milicias, etc.
Tecnología imprecisa que no se desarrolla en discursos continuos y sistemáticos y se dispone de
elementos fragmentarios y desconectados que, en definitiva, conforman el punto de encuentro de un gran método general que funciona como acción-paragua de todo el orden social, “…es el elemento en el que se articulan los efectos de determinado tipo de poder y la referencia de un saber, el engranaje por el cual las relaciones de saber dan lugar a un saber posible, y el saber prolonga y refuerza los efectos del poder” (Foucault, 1994: 36). Cuerpo que, por tanto, es modelado a través de las consignas de este poder aplicado sobre los vigilados, los excéntricos, los niños, los estudiantes, los migrados, los alienígenas, etc. Es el punto donde la microfísica del poder se introduce en los cuerpos, más bien, se instala en el mismo cuerpo, como si se tratase -según Foucault (1979)- de un castillo perfecto del orden civil.
A pesar de su desperdigada sistematización, esta estructura busca la mantención de un régimen de
obediencia civil que somete a sus habitantes a reglas, normas, códigos, órdenes, a una autoridad eternamente presente que le controle y supervise. Dicha determinación permite mantener un detallado operativo de fiscalización en nombre del poder; técnica en la que se imponen a los cuerpos tareas a la vez iguales y desiguales, pero siempre dosificadas.
Esta dosificación se puede entender, en línea con Vicente Romano (2004), como una sutil forma de violencia que se aplica cotidianamente para modelar mentes y docilizar cuerpos. Por ejemplo, el hambre, el desempleo, la desigualdad, las faltas a los derechos humanos son maneras de ejercer violencia en las sociedades de turno. Así es como, volviendo a lo anterior, Romano alude a la disparidad en un Estado, entre los gastos militares y los educativos y pone el acento, particularmente, en aquellos países mal llamados “en vías de desarrollo”. Chile, de la mano de los Chicago Boys, se inserta con mucho orgullo en esta clasificación que llevó a definirlo como el “jaguar de América Latina”: “La militarización del poder político tiene consecuencias directas para el bienestar espiritual y material de los ciudadanos” (Romano, 2 004: 97). Esto se puede interpretar como la puesta en ejercicio de un institucionalizado sistema de violencia simbólica que se torna en una amenaza socialmente aceptada y que sitúa sus propias reglas del juego, “…el poder hacer que la validez de significado sea tan efectiva que otra gente se identifique con ellos...” (Pross, 1989: 71).
Con lo dicho, se puede comprender que la crítica que al Pato Donald de Disney hacen Dorfman y Mattelart, a comienzos de los setenta, se anida en una mirada que, gracias a Foucault, podemos concebir en un espacio que sigue en coherencia con los ámbitos de poder clásico, “orwellianos” y de estructuras binarias donde los “malos” deben quedar en los márgenes y los “buenos” son quienes pueden y deben tomar las decisiones. Los gringos de la Escuela Disney y los Chicago Boys eran los “buenos”, el resto del mundo -entre ellos los chilenos- los “malos”. Así también lo veremos, más adelante y claramente, con el ejemplo a esta diferencia que se hace en la espléndida obra “Tú Amaras” (2018) de la compañía “Bonobo teatro”: los “buenos” serán los humanos, los “malos” los “amenite” alienígenas.
DEL PATO DONALD A DONALD TRUMP
En el juego de aproximación entre un Donald (Pato) y otro Donald (Trump) que pretendemos develar y que justificamos, en una primera etapa, desde los estrictos estudios sobre el poder de Michel Foucault, el propósito, en este momento del análisis, se centra en el ejercicio de éste sobre la existencia, cuyo fin ya no es matar, sino ocupar las vidas por completo, repletar las vidas de poder produciendo un efecto biopolítico que se disemina por todos los espacios de una gran cantidad “…de aspectos de la vida cotidiana y de las actividades económicas” (Mattelart y Vitalis, 2015: 11). Si ampliamos, por tanto, las lecturas en relación a este último concepto, Roberto Esposito (2009: 23) al hablar de lo impolítico a la biopolítica se cuestiona: “¿Qué es, qué puede ser, una política que ya no piense la vida como objeto, sino como sujeto de política? Una política, así, ya no sobre la vida, sino de la vida”.
Para sentenciar las palabras de Esposito, bien nos parece un poco de arqueología. En este contexto,
Foucault desarrolla, para profundizar en su diagnóstico, nociones como la de “el arte de gobernar” y “la gubernamentalidad”. En primer lugar, se refiere a un conjunto integrado que contiene instituciones, mecanismos, fórmulas tácticas y técnicas que permiten el ejercicio de los poderes antes definidos y cuyo fin, poco a poco, fue la población. En segundo lugar, una gubernamentalidad que se traduce en la línea de fuerza que ha aplicado occidente y que ha acarreado a una persistencia de esta forma de poder. Poder que Foucault denomina, en este caso particular, “gobierno”: “soberanía, disciplina; lo que ha comportado, por una parte, el desarrollo de toda una serie de aparatos específicos de gobierno, y por otra, el desarrollo de toda una serie de saberes” (Foucault, 1999: 195). Finalmente, una tercera acepción de gubernamentalidad, la explica como el resultado de un proceso por el cual el Estado de justicia de la Edad Media, transformado en los siglos XV y XVI en Estado administrativo, se fue “gubernamentalizando”.
Esta biología del poder o “biopoder” fue fundamental y crucial para erigir e instalar el modelo capitalista,
controlando cuerpos a través de estrategias de producción que centraban su gestión por medio de los procesos económicos. Lo que sucedió es que este dócil modelo, logró esclavizar aún más a sus disciplinados discípulos. Al igual como el desarrollo y crecimiento de las instituciones protegió la estabilidad de las relaciones de producción, las estrategias biopolíticas -puestas en marcha en el siglo XVIII como técnicas de poder aplicadas a todos los estadios del cuerpo social a través de instituciones disciplinarias- se incrementaron en el ámbito de las propuestas económicas. Estas cuestiones económicas se tornan en el imperativo de este nuevo tipo de sociedades.
Con esto se hacen parte de la cotidianidad aquellas orientaciones que precisan o que buscan precisar que lo biológico ya es un reflejo de lo económico (Browne, 2009). A partir de una explosión de tecnologías políticas que afectan a y en los cuerpos, comenzamos a observar otro tipo de sociedad normalizadora, resultado de esta estructura de poder enfocada en la vida y en lo económico como parte central de sí misma.
Ergo, la premonición de Dorfman y Mattelart evidencia mecanismos primeros que -ahora- estilan otras
maneras de sujetar a los ciudadanos, creando acciones que se acercan a sensaciones simuladas de libertad, transparencia, democracia y comunidad. Una sensación permanente del “todo bien” que hace sentirnos a “todos bien”. Así fue como vivieron, durante más de treinta años, las generaciones del Chile que leían los
dibujos de Disney y que -en un acto de hartazgo radical- se saturan cuando comienzan a abrir los ojos y a despachar opciones de resistencia que obstaculizan el diario vivir y lo cotidiano del país todo.
Incluso ya clausurada la dictadura y en lo que se llama/ó la postdictadura, esta panacea por el “bien estar” se tornó en un estilo de vida para los países afines con las modelaciones del neoliberalismo. Al respecto, Foucault se cuestionó sobre cómo se puede entender el liberalismo. En una de sus primeras significaciones lo hace como la comprensión de un ejercicio que amplía sus horizontes y que va más allá de la racionalización del gobierno, de lo gubernamental, de la gubernamentalidad. El liberalismo, por tanto, comienza a terminar con la vieja razón de Estado y comienza a cuestionarse las lógicas de ese sistema de poder, reduciendo costos y alejándose de los objetivos propios a lo que se entendía tradicionalmente por gobernar, “…ver en el liberalismo una forma de reflexión crítica sobre la práctica gubernamental; esta crítica puede provenir del interior o del exterior; se puede apoyar sobre cualquier teoría económica, o referirse a un sistema jurídico sin tener un vínculo necesario y unívoco” (Foucault, 1999: 213).
Edgardo Castro (2018: 63), en el Diccionario Foucault y luego de hacer un minucioso recorrido por las
nociones de biopoder y biopolítica, precisa que en Sécurité, territoire, population y, especialmente, en Naissance de la biopolitique, Foucault trabaja la segunda de éstas desde su encuadre en el ámbito de la aparición de la economía política y el liberalismo, vale decir, “…la aparición de la gubernamentalidad liberal”.
En sintonía con los aportes que se han recuperado, principalmente, de Dorfman y Mattelart, podríamos agregar con Foucault, que desde estas premisas se monta lo que se conoce como el neo-liberalismo americano, “…el que se coloca en general bajo el rótulo de escuela de Chicago y que se ha desarrollado también como reacción a ese ‘gobernar demasiado’...” (Foucault, 1999: 214).
Yendo en camino a las reflexiones en torno al otro Donald (Trump), este neoliberalismo, que observamos
instalado en América Latina y casi en el mundo entero, se ha volcado, producto de los cambios de los nuevos tiempos, a una nueva tecnologización de las estructuras sociales, rompiendo fronteras e incluso marchando mucho más allá de los propios preceptos de los estados-nacionales. Es la mercantilización de las estructuras de poder y Donald Trump, probablemente y como veremos, es un caso paradigmático y ejemplar en este respecto.
Es así como esta determinación se puede asociar -en un link- con las políticas privatizadoras
representadas en la amplificación de la racionalidad del mercado que se erige victorioso por sobre los modelos alternativos, incluso los estatales que ya se presentan como rancios o trasnochados y que a eco del común de los ciudadanos va en retirada. Por eso nos atrevemos a preguntarnos con Mario Perniola (2010:
175): “¿Cómo pueden los criterios alternativos verdaderamente autorizados ser reconocidos como tales en
un mundo colonizado ya por la comunicación?” A saber…
DONALD TRUMP
En consecuencia y para no despegarse de la pregunta de Perniola, queda la sensación que este sistema estable y de estructura de poder diádica ha quedado un tanto en la triste memoria de las viejas generaciones y ya, en pleno curso del siglo XXI, los mecanismos de coerción para con las ciudadanías han variado, globalizándose y transversalizándose hasta en los más mínimos rincones del globo -coincidencias aparte- como si de una supuesta pandemia multinacionalizada se tratase.
Atrás quedaron las lecturas del mundo en uno-dos que con tanta certeza crítica -ya pensando en este siglo- hace el dramaturgo de la compañía “Bonobo teatro”2 al proponer una brillante y elocuente mirada del y de los mundos que se reducen sólo a dos, sin más opciones, sólo con fronteras que logran escaparse de sí misma. En conversación ciberepistolar con la profesora y Magíster en Comunicación, Carolina Rojas Flores3,
concluimos que la obra “Tú Amarás” de esta compañía goza transformando su arte en un acto que satiriza esta simplificación reduccionista de occidente. No obstante, a la vez y para quienes no lo saben, lo delata, lo revela a partir de extraterrestres como otros, como a esos otros “amenites” que hay que denostar por no ser como nosotros, por poseer condiciones distintas que sólo permiten instalar estereotipos que llevan a la violencia, a la diferencia y a la propulsión de una mega y súper identidad. En una convención sobre los prejuicios en la medicina -como desarrolla la obra- los mismos especialistas en esta materia terminan marginándose y discriminándose. En palabras de C. Rojas F.:
No reconocer la humanidad en los otros no iguales ha sido parte de la historia de la humanidad, este no reconocimiento devino en deshumanización de los otros, animalización incluso, inferiorización que se tradujo en esclavitud antes y en pobreza y hacinamientos en el ahora de la obra: de los “indios” a los alienígenas, porque “donde hay pobreza extrema hay violencia” dice uno de los personajes para explicar el comportamiento de los extraterrestres.
La obra hace evidente la esencia discriminatoria que los humanos tienen tan arraigada para
desnormalizarla mediante la ironía, la paradoja y la metáfora que es posible construir a partir de la idea de (con)vivir con otros. ¿Quiénes son los alienígenas? A fin de cuentas “uno nunca sabe dónde va a aparecer” (el enemigo) (Rojas Flores: 2020: S/R).
Binarismos aparte y con su crítica ya instalada y asumida, Mattelart y Vitalis llaman a este nuevo estadio, en su libro De Orwell al cibercontrol (2015), “la condición postorwelliana” y se refieren a ella precisando que, en este contexto, la hipervigilancia se disemina en las sociedades contemporáneas de una manera completamente diferente al de los mundos totalitarios y binaristas de los Estado-nacionales, desarrollados de forma tan célebre por George Orwell y su ya reconocido Big Brother.
Ahora, estos mecanismos de cibercontroles tienen un carácter invisible, son automatizados y las relaciones entre vigilados y vigilantes queda supeditadas al “…número de quienes se apropien de las técnicas digitales” (Mattelart y Vitalis, 2015: 189), ya que todo entorno digital sirve a y con fines de seguridad o con intenciones de lucro comercial. En estos nuevos tiempos, los mecanismos de control ya no se concentran necesariamente en cuestiones disciplinarias, sino que se reducen a dispositivos tecnológicos de informaciones, “…ahora se le descarga de este trabajo gracias a las informaciones que se han obtenido sobre él, sin su apercibimiento” (Mattelart y Vitalis, 2015: 190).
Perniola (2010: 155), en sus investigaciones, trata de encontrar el acontecimiento matriz que inicia esta
nueva etapa reivindicadora de los procesos comunicacionales por sobre otras alternativas y la ubica en el atentado del 11 de septiembre de 2001: “…no habrá comprendido que hoy la índole esencial de la cuestión es comunicativa, y no política”.
Como ya se dijo a la par con “Tú Amarás”, entre otros casos, antes eran herramientas diseñadas para modelar a los individuos y sus cuerpos, volverlos dóciles y domesticados, producto de encierros y encarcelamientos panoptizados y disciplinados. Ahora los estallidos sociales y las pandemias hacen salir a la calle, pero, a su vez, vuelve a confinarnos y enclaustrarnos, ya de otra manera, desde la invisibilidad de las conexiones ilumínicamente panoptizadas, derivándonos a pantallas totalizadoras que desde el salón de casa nos llevan al trabajo, a la escuela, a la universidad, a los cafés y a los encuentros familiares y amicales, zoomeando nuestras vidas desde el seno de los hogares y con cobertura mundial y global.
En esta misma línea, Néstor García Canclini, en una reciente columna llamada “Las preguntas que hacen falta en los Zoom” (2020), se cuestiona sobre el futuro pospandémico y cómo y desde dónde lo podremos enfrentar; por ejemplo, se detiene en el vínculo entre lo presencial y lo virtual en la escuela y a su deriva en el ámbito de las comunicaciones. En ella expone lo publicado por DPL News, donde se denuncia que de 120 mil nuevas webs relacionadas con las palabras clave “Covid” y “corona”, el 81% pretende robar información, “…lo que se nos oculta de la pandemia de la infodemia hace dudar de nuestros derechos básicos. Es pregunta para el Zoom y todos los demás administradores algorítmicos de nuestra información. También para los
Estados, los partidos y los organismos internacionales: ¿quieren actuar en esta encrucijada estratégica en
favor de lo público y de los ciudadanos?” (García Canclini, 2020: en línea).
En este sentido y al hablar de obras de Foucault (en este caso desde Magritte), bien cabría la ironía creativa que circula por redes sociales y que, en ocasiones como ésta, nos invita a pensar el mundo que estamos levantando, ausencias físicas mediante y aparatos tecnológicos de por medio. Es la paradoja de una “no-comunicación comunicativa”, diría Perniola (2010): Ver imagen en: [Fuente: https://twitter.com/iaiestaran/status/1248213321167314946]
Más allá de la lectura irónica de nuestros tiempos de teleducación y teletrabajo, este fenómeno se trata de un nuevo control -como lo adelantó Gilles Deleuze en la década de los ’90- que se lleva a cabo debido a las técnicas informáticas y cuya versión más intensa se encuentra en la mutación hacía al mundo digital del mismo modelo capitalista. Este encierro virtualizado lo podemos entender gracias a lo premonizado por Deleuze como un ejercicio de control continuo y de comunicación instantánea (Mattelart y Vitalis, 2015). Deleuze es concreto en esta precisión y tres décadas atrás aclaró que el individuo dejaba de serlo para pasar a ser “dividuo”, “dividuos” que se sustentan bajo la lógica de una contraseña, un simple password:
El lenguaje numérico de control se compone de cifras que marcan o prohíben el acceso a la información. Ya no estamos ante el dualismo “individuo-masa”. Los individuos han devenido “dividuales” y las masas se han convertido en indicadores, datos, mercados o “bancos”. Quizá es el dinero lo que mejor expresa la distinción entre estos dos tipos de sociedad, ya que la disciplina se ha remitido siempre a monedas acuñadas que contenían una cantidad del patrón oro, mientras que el control remite a intercambios fluctuantes, modulaciones en las que interviene una cifra: un porcentaje de diferentes monedas tomadas como muestras (Deleuze, 2006: en línea).
En la distópica serie británica Years and Years (2019)4 se hace una alusión específica a este tipo de situaciones. Entre 2019 y 2034, en menos de medio siglo, la hija de la familia protagonista de la zaga, sólo quiere desaparecer para transformarse “en digital” y, en el fondo, trans-humanizarse, perder su cuerpo para dejarse eternamente on-line. Bethany Bisme-Lyons, luego de varios intentos (uno de ellos muy errado y con severas consecuencias para una amiga), logra obtener una especie de beneficio del estricto gobierno de su país y termina virtualizando su ser, su estar en el mundo, logrando captar cuestiones que la gente de a pie (de esa “desarrollada” época) no saben hacer y que la hacen formar parte de un grupo selecto para el control, seguimiento y vigilancia de las ciudadanías.
¿Qué hubiese reflexionado Deleuze al otear un futuro como éste? Bethany como contraseña de su cuerpo, de sí misma, probablemente, hubiese sido una “dividua”, si proyectamos las concepciones de este desaparecido filósofo francés. La verdad nunca podremos saber lo que hubiera pensado Deleuze, pero sí podremos conocer la opinión de Mario Perniola (2010: 156) cuando se refiere a la presencia de softwares que no dan tregua y que los/nos obligan a una vida programada que no da respiro a la poesía, a las emociones y a la elaboración de las experiencias, “…sumergidos en un cúmulo de idioteces y en una publicidad asfixiante”. Lo que se pretende es poner a todos los habitantes bajo una vigilancia y evaluación ayudada y apoyada por las tecnologías informáticas, tal cual como se precisa -no muy lejos de nuestros tiempos- en la ficción-distópica de Years and Years, “… sino por lo “imposible, pero real” del control minucioso y total del planeta, posibilitado por las nuevas tecnologías informáticas” (Perniola, 2010: 167). A estas alturas, vale la pena quedarse con la clarificadora opinión que sobre este nuevo mundo tiene la matriarca anciana, la gran abuela de la familia Lyons (Muriel), que protagoniza la serie:
“Este siglo ha sido difícil. Más difícil de lo que imaginé.
¿Signor cuántos días han pasado desde el 31 de diciembre de 1999?
-Diez mil seiscientos treinta y seis.
¡Diez mil días! Es un abrir y cerrar de ojos. Hace diez mil días estaba aquí, en esta casa.
Su mamá estaba en la cocina y pensé: Aquí estamos, lo logramos. ¡Lindo mundito! Muy bien occidente. Llegamos. Sobrevivimos.
Qué idiota. Vaya idiota que era.
Pero no vi todos los payasos y monstruos que se acercaban. Cayéndose unos encima de otros y riéndose. Por Dios, ¡vaya circo!
Y es todo lo que hizo falta. Diez mil días […]
Los bancos, el gobierno, la recesión. Los Estados Unidos, la Sra. Rook.
Todo lo que ha ido mal es culpa de ustedes […]
Nosotros lo somos, cada uno de nosotros. Podemos pasarnos todo el tiempo culpando a otros. Culpamos la economía. Culpamos a Europa. La oposición. El tiempo. Y culpamos las vastas mareas de cambio histórico.
Como si no tuviésemos control y fuéramos impotentes, pequeños y frágiles.
Pero sigue siendo nuestra culpa. ¿Y saben por qué? Por la camiseta de una libra, la camiseta que cuesta una libra. No la podemos resistir. Cada uno de nosotros. Vemos la camiseta de una libra y nos parece una ganga, nos encanta, y la compramos. No porque sea mejor, pero es una buena camiseta para el invierno, para usarla abajo, no está mal.
Y el dueño de la tienda recibe cinco míseros centavos por esa camiseta. Y a un campesino, en alguna parte, le pagan 0,01 centavo. Y eso nos parece bien, a todos nosotros. Damos nuestro dinero y participamos en ese sistema de por vida.
Vi el comienzo de este desastre en los supermercados, cuando sustituyeron a todas las cajeras por
un sistema automatizado […]
Sí, pero no hicieron nada. ¿Protestaron cuando aparecieron hace veinte años? ¿Escribieron cartas quejándose? ¿Compraron en otro lugar?
No. Se enfurruñaron y lo soportaron. Ahora, esas mujeres ya no existen.
Y nosotros lo permitimos […]
Ya no está, nos deshicimos de ella. Bien hecho. Sí, es nuestra culpa.
Este es el mundo que construimos. Felicitaciones. Salud” (Years and Years, 2019: T1/E6).
Las directas y ácidas palabras de la “gran mamá”, invitan a reflexionar sobre nuestro futuro y a lo que, con Mario Perniola, se puede llamar “la paradoja de una no-comunicación comunicativa”. Esta noción, el autor la explica como un instrumento eficiente para evidenciar lo absurdo del mundo actual. Después del 2001, la comunicación colonizó absolutamente todo, incluso lo que se le oponía, al aquí y al ahora, a la contingencia y a lo que trasciende lo inmediato, tecnologizándolo, llegando a suplantar, entre otras personas, hasta las cajeras de supermercados.
Este es un síntoma de la entrada al mundo político de Donald Trump. Sin querer tornar este artículo en una presentación a la serie antes mencionada y para quienes sólo la han podido ver, nos podemos cuestionar:
¿qué relaciones posibles podremos encontrar entre Mr. Trump y Ms. Rook?, la extravagante primera ministra representada por una inigualable Emma Thompson en Years and Years.
Trump [Rook], a diferencia del Pato, ha levantado su imperio económico y político a partir de acciones vinculadas al mundo de la simulación, a la era del simulacro, a la proliferación de imágenes por sobre la realidad. A lo que, nuevamente con Mario Perniola, podemos llamar La sociedad del simulacro (2011): “El concepto de simulacro, es entendido como una construcción artificiosa carente de un original, encuentra las condiciones para su plena realización en los medios de comunicación contemporáneos” (Perniola, 2011: 161). Los medios pueden ofrecer una imagen mucho más compleja, elaborada y precisa que la realidad misma, superándola en su juego de ficción por sobre la ficción.
Sin embargo, al mismo tiempo, conlleva una distancia de todo prototipo posible, quedando sólo en los ejercicios de reproducción industrial de la imagen (desde la imprenta y, sobre todo, hasta la neotecnología). Los simulacros y las simulaciones son más parientes cercanos a la irrealidad que a la realidad, encasillando
-en este ítem- a los vericuetos para hacerse del poder del mismísimo Donald Trump. “El simulacro es, por tanto, la imagen sin identidad: no es idéntico a ningún original externo y carece de una originalidad propia autónoma” (Perniola, 2011: 162).
Sin valor alguno y parte de un engaño permanente y patente como lo podemos ver en la ya clásicas imágenes, proyecciones y acciones de Mr. Trump. Acciones que distorsionan las cosas hasta el punto de hacerlas irreales, desrealización de la sociedad y donde la imagen disuelve el acontecimiento, prevaleciendo sobre ella y haciéndose parte del discurso de autoridad. Basta con observar las determinaciones que este segundo Donald ha tomado sobre la pandemia Covid y las consecuencias que ha acarreado para el país y su gente de a pie.
De muestra un botón: en el artículo llamado “El asesinato de George Floyd y el dilema de qué hacer con la policía”5, Andrés Almeida, editor general del periódicoweb “Interferencia”, alude al escenario pandémico y a sus efectos más letales en las comunidades afrodescendientes. Sobre las protestas y disturbios que derivaron de este asesinato, Almeida (2020: en línea) escribe: “Por lo mismo, el presidente Donald Trump - seguidos de varios políticos, incluidas figuras locales demócratas- se han enfocado en condenar los actos violentos de las comunidades afrodescendientes, sugiriendo que están instigadas por grupos antifascistas organizados y que nada tienen que ver con la memoria de Floyd”, desfocalizando el hecho, desrealizándolo y llevándolo a un terreno ajeno al de la pandemia y al acto “real” de racismo allí presente, tratando de disolver los originales, “…en la sociedad contemporánea la aceptación sin reservas de la dimensión del simulacro es condición de efectividad” (Perniola, 2011: 32).
Lee McIntyre (2018: 180) define a la posverdad como lo ejemplificamos -utópicamente- con el registro
que observamos en el link6: “Subordinación de la verdad a intereses políticos”. Esta especie de estado de simulacro invertido (gran parte de nosotros quisiéramos que esta última noticia hubiese sido verdad) sirve para introducir, tal vez, el concepto o palabra clave que más calza con la gestión Trump, ya sea encabezando el gobierno de los Estados Unidos o como ser humano que habita este planeta:
Dada la mistificación de los hechos, el abandono de los estándares evidenciables en el razonamiento y la total y completa mentira que marcaron las votaciones del Brexit en 2016 y las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, muchos se horrorizaron. Si Donald Trump pudo afirmar (sin evidencia) que de perder las elecciones habría sido porque estaban amañadas en su contra,
¿importarían lo más mínimo los hechos y la verdad a partir de ahora? (McIntyre, 2018: 31).
Y así las posverdades de Trump sumaron y siguieron (McIntyre, 2018):
Su victoria electoral era la mayor desde la de Ronald Reagan.
La multitud en su investidura fue la más masiva en la historia de los Estados Unidos.
Su discurso en la CIA tuvo una ovación de pie por parte de todos los presentes.
El cambio climático es un invento chino para acabar con la economía de los Estados Unidos.
Importar lista
Si bien la necesidad de mentir se encuentra inserta en el mundo de la política, Trump es quien la instala como una suerte de cúlmine de la verdad, siendo la víctima primera de estos nuevos modelos de gobernar bajo el establecimiento de otro Estado-nación. El prefijo “pos”, en este caso, no se concentra en lo que viene después de… que deja atrás algo; si no que “… en el sentido de que la verdad ha sido eclipsada: que es irrelevante” (McIntyre, 2018: 34).
La posverdad, en su modo Trump, es una manera de imponer una ideología superior por la cual su(s) ejecutor(es) pretenden obligar a otros sobre algo, más allá de que exista la evidencia para ello o no. Los políticos, en este escenario, hacen que la posverdad supere en importancia a las ciudadanías, logrando hacer frente a los acontecimientos y cambiando su dirección sin costo (político) alguno. Chile no fue la excepción cuando se recurrió a la “chilezuelización” del país en el contexto de la campaña electoral presidencial de Sebastián Piñera contra Alejandro Guillier, el candidato de centro izquierda7.
En el pie de página recién revisado vimos la fake news que llevó a Piñera a La Moneda y que logró
convencer a un grupo importante de chilenos de que esta relación con Venezuela era completamente posible.
La noticia falsa se crea con un fin específico. Tiene su propio propósito. No se reduce sólo a un hecho noticioso que tiene una información no verdadera, sino que es un invento que se crea con alevosía, deliberadamente. Es el acto que comete el escritor Roberto Ampuero en la campaña de Piñera y que lleva, posteriormente, al acuñamiento y popularización del cruce de palabras “Chilezuela”: “"Efectivamente, me informan que este supuesto mensaje del dictador Nicolás Maduro no corresponde a la realidad y lo incluí en el fragor del debate twitteriano", escribió ese día. "Lamento haber inducido a error a quienes me leen y pido las disculpas del caso". Pero a esas alturas el fenómeno de "Chilezuela" ya estaba fuera de control en las redes sociales. El futuro canciller chileno [R. Ampuero] había realizado ya su aporte para fomentar la campaña de fake news” (Ramírez, 2018: en línea)8.
El problema de todas estas formas de difundir hechos no verdaderos o de mentiras es que no sólo
pueden acarrear consecuencias políticas, sino que también pueden afectar directamente a los ecosistemas sociales de países o poblaciones por completo. Cerca de un mes después de las elecciones en Estados Unidos, un hombre sin control ingresó a una pizzería en Washington D.C. y sacó su escopeta, “…diciendo que estaba investigando una historia que había leído sobre cómo Bill y Hillary Clinton estaban dirigiendo una red de esclavitud sexual infantil desde ese negocio” (McIntyre, 2018: 124).
Al mismo tiempo, en Chile y también después de sus elecciones, Piñera no pudo lidiar con una desazón
inmensa de su población que optó por salir a las calles aburrida de históricos abusos que los podemos vislumbrar, para efectos de este trabajo, desde el proyecto de Dorfman y Mattelart sobre el Pato Donald hasta nuestros días de Piñera-Donald Trump y que, junto al “Chilezuela” que ejemplifica estas últimas líneas, se apestó de tanto abuso, aprovechamiento e invisibilidad colectiva.
El exceso de imágenes simuladas lanzó a los chilenos a las calles para reventar, para estallar socialmente, para hacer que esa irrealidad busque otros horizontes que los de una sociedad construida por las verdades impostadas del Pato Donald y su familia y las posverdades de Donald Trump y sus amigos. Falsedades que terminan sobre-colonizando -como una gran mentira- el acervo cultural del país y del mundo, coronado, en estos momentos, con el ya inevitable abismo de una eventual pandemia que obliga al encierro
y que, en esta pausa, lleva a revivir el más esperanzador de los “realismos” (mágicos) al leer/escuchar/ver la puesta en escena de “La Peste del Insomnio” (Aranguibel, 2020)9, invitada por la “Fundación Gabo” e inspirada en increíblemente contingentes pasajes del Macondo de Cien años de Soledad (1967) de Gabriel García Márquez:
Notas
CASTRO, E (2018). Diccionario Foucault. Temas, conceptos y autores. Buenos Aires. Siglo XXI editores.
DELEUZE, G (2002). “Hélène Cixous ou l’écriture stroboscopique”. L’île déserte et autres textes. Textes et entretiens 1953-1974. Paris. Minuit.
DELEUZE, G (2006). “Post-scriptum sobre las sociedades de control”. Revista Polis. Revista Latinoamericana. Centro de Investigación Sociedad y Políticas Públicas (CISPO) / http://journals.openedition.org/polis/5509 Consultada el 15.06.2020.
DORFMAN, A & MATTELART, A (1973). Para leer al Pato Donald. Valparaíso. Ediciones Universitarias de
Valparaíso, Universidad Católica de Valparaíso.
ESPOSITO, R (2009). Comunidad, inmunidad y biopolítica. España. Herder. FOUCAULT, M (1979). Microfísica del poder. Madrid. La piqueta. FOUCAULT, M (1994). Vigilar y castigar. Madrid. Siglo XXI editores. FOUCAUL, M (1999). Estética, ética y hermenéutica. Barcelona. Paidós.
GARCÍA CANCLINI, N (2020). “Las preguntas que hacen falta en los Zoom”. La nota antropológica. El blog
de actualidad sobre estudio científico de la diversidad, biológica, social y cultural humana / https://lanotaantropologicablog.wordpress.com/2020/06/03/las-preguntas-que-hacen-falta-en-los-zoom/ Consultada el 05.06.2020.
MATTELART, A & VITALIS, A (2015). De Orwell al cibercontrol. Barcelona. Gedisa. McINTYRE, L (2018). Posverdad. Madrid. Cátedra.
PERNIOLA, M (2010). Milagros y traumas de la comunicación. Buenos Aires. Amorrortu ediciones.
PERNIOLA, M (2011). La sociedad de los simulacros. Buenos Aires. Amorrortu ediciones. PROSS, H (1989). La violencia de los símbolos sociales. Barcelona. Anthropos.
RICHARD, N (2019). “Tiempos incompletos (Chile, primer laboratorio neoliberal)”. Artishock. Revista de Arte
Contemporáneo / https://artishockrevista.com/2019/03/14/chile-laboratorio-neoliberal-reina-sofia/ Texto curatorial (21 de marzo al 24 mayo de 2019). Biblioteca y Centro de Documentación. Museo Reina Sofía, Madrid. Consultada el 02.06.2020.
ROMANO, V (2004). La formación de la mentalidad sumisa. España. El Viejo Topo. ZONDEK, V (2008). Por gracia de hombre. Santiago de Chile. Lom ediciones.