Ensayos
Matriarcado, matrialidad e ilusión patriarcal: elementos para una ciencia desde la tierra
Matriarchy, matriality and patriarchal Illusion: elements for a science from earth
Matriarcado, matrialidad e ilusión patriarcal: elementos para una ciencia desde la tierra
Utopía y Praxis Latinoamericana, vol. 27, núm. 98, e6634916, 2022
Universidad del Zulia
Recepción: 17 Octubre 2021
Aprobación: 01 Febrero 2022
Resumen: El patriarcado es histórico. Para trascender la sociedad y las ciencias sociales y naturales surgidas en su seno, es menester ampliar la mirada, y hacer un recorrido desde nuestros ancestros primates y la herencia organizativa que nuestra especie continuó la mayor parte de su experiencia, como sustento de un muy probable orden matriarcal paleolítico, cuya transformación habría creado las condiciones de posibilidad para el surgimiento de la Ilusión patriarcal, y, apreciar, en ese entrecruzamiento, a la matrialidad como fuente para reinventarnos en el presente y generar una propuesta civilizatoria y de saber post-patriarcal.
Palabras clave: Bonobos, Ciencia_post-patriarcal, Matrialidad, Matriarcado, Patriarcado.
Abstract: Patriarchy is historical. To transcend the society and science that emerged within it, it is necessary to broaden the gaze, and take a journey from our primate ancestors and the organizational heritage that our species continued most of its experience, as the sustenance of a very probable Paleolithic matriarchal order whose transformation would have created the conditions of possibility for the emergence of the Patriarchal Illusion. And appreciate, in this intersection, matriality as a source to reinvent ourselves in the present and generate a civilizing proposal and post-patriarchal knowledge.
Keywords: Bonobos, Post-patriarchal_science, Matriality, Matriarchy, Patriarchy.
INTRODUCCIÓN
Ante todo, una obviedad –para algunxs; y un sinsentido para otrxs--: el patriarcado es histórico. Entre otras cosas, esto significa que tuvo un principio y tendrá un fin, como todo lo humano. Sin embargo, aún no hay acuerdo amplio sobre la naturaleza de eso que llamamos patriarcado; ni –como advierte Heide Goettner-Abendroth (2017, p. 37)-- claridad sobre las condiciones que posibilitaron su aparición y permitieron su diseminación por todos los rincones del orbe; ni se han esbozado hipótesis pertinentes acerca de su terminación. Aquí, proponemos algunas conjeturas para la discusión.
Es sabido que para la mayoría de autorxs, de la doxa y entre los alternativos, inscritos en el pensamiento occidental y occidentalizado, el patriarcado es ahistórico, puesto que habría existido siempre (p. e. Darwin: 2009, p.122-123; Lerner: 1990; Bourdieu: 2000; Harari: 2014). Un “siempre” que contiene la totalidad de la experiencia de nuestra especie, e incluso, podría ir más allá de los homínidos, situando su raíz en el pasado evolutivo y mostrando al chimpancé actual –el cual ordena sus tropas con base en los machos-- como testimonio de la vena compartida. Chimpancés y seres humanos habrían tenido un ancestro común cuyas tropas se ordenaban ya con base en los machos, a través de la violencia jerarquizada (Wrangham y Glowacki: 2012, p. 5).Igual es conocido que a partir de los trabajos de Johann Bachofen (2008; 1988) en el siglo XIX se ha cultivado, en menor medida, otra certeza dentro de ese mismo pensamiento: en el principio fue el matriarcado. Que en algún momento fue desplazado de manera violenta por el patriarcado. Actualmente, a partir de la evidencia arqueológica, ese desplazamiento radical se ubica hace unos cinco o seis mil años atrás (Werlhof: 2015, p. 366). Quienes asumen esta perspectiva suelen coincidir en situar el origen del patriarcado a partir de una serie de invasiones a las distintas regiones del globo por parte de tropas guerreras ocurridas en ese tiempo (Goettner-Abendroth: 2017). Pero no nos dicen más sobre la procedencia de los invasores y por qué eran tal cosa. Si el matriarcado seguía siendo el orden de la mayoría de las tropas Homo sapiens sapiens, ¿cómo surgió ese ánimo belicoso del conquistador?. Seguimos ignorando mucho sobre el origen de la Ilusión patriarcal. La violencia, la transmutación alquímica de la vida en artificio y el monoteísmo (Werlhof, op cit) habrían aparecido con el patriarcado pero ignoramos en qué condiciones, por qué o cómo.
No lo sabremos nunca de cierto, pero podemos esbozar un alegato fundado con los datos disponibles. Ya Bloch (1996, p. 59) nos advirtió sobre el Ídolo de los orígenes, no obstante, parece que una exploración del surgimiento del patriarcado nos puede ayudar a enriquecer la concepción actual de la Ilusión patriarcal y del matriarcado.
Dicho alegato consiste en tres tesis que expondré en las páginas siguientes: a) siguiendo la hipótesis bonobo sostendré la posibilidad de una inicial sociedad Homo-sapiens al estilo bonobo, esto es, ordenada con base en las mujeres, matriarcal, antes que al modo violento del chimpancé. Este estilo bonobo incluía, probablemente, un patrón de residencia en el que los hombres se quedaban cerca del ámbito materno toda su vida, y las mujeres jóvenes migraban a otros grupos vecinos. Sostengo que la inversión de dicho patrón fue una de las condiciones de posibilidad para el surgimiento de la ilusión patriarcal; b) su segunda condición de posibilidad habría consistido en las trasformaciones del orden de percepción y expresión, de carácter oral durante la era matriarcal, con la aparición y práctica de la gráfica que hoy denominamos rupestre, pues si bien la oralidad continuó prevaleciendo, en los márgenes de ese orden se comenzó a cultivar otro radicalmente distinto, fundado en lo visual, que a la postre se convertiría en dominante con la generalización de la escritura; y c) como veremos, el pliegue de dominación patriarcal es más antiguo, profundo y abarcador que la colonización de nuestros ancestros en el siglo XVI por parte de los europeos nietos de kurganes: una ciencia decolonial tiene que ser primero o paralelamente una ciencia post-patriarcal.
El ORDEN BONOBO
El bonobo es un gran simio, primo del chimpancé y nuestro. De hecho, tenemos la misma cercanía genética con ambos: más del 98% de “nuestro” material genético es idéntico al de estas dos especies primates (Campillo: 2005, p. 44). Se suele aceptar que el esqueleto del bonobo actual –y por extensión su fisiología-- es muy semejante a los restos de australopitecinos que conocemos (Zihlman: 1978). Si pudiéramos verlos juntos, parados a dos pies, quizá sólo la cantidad de pelo nos serviría para distinguir un Australopithecus afarensis de un bonobo (Bloom: 1999, p.19).
Siguiendo la hipótesis bonobo de Adrianne Zihlman, formulada en 1978 (op cit.), consideramos que el ancestro común de chimpancés, bonobos y de nuestra especie, fue semejante al bonobo. Es decir, que el tronco evolutivo de los grandes simios, del que se desprendieron los primeros homínidos y los ancestros de chimpancés y bonobos hace unos seis millones de años, era estilo bonobo. Y que este tronco estilo bonobo venía de más atrás, pues era el propio también de los ancestros comunes de los demás grandes simios. Cuando hablamos del estilo bonobo ya no nos referimos solamente a factores físicos, sino al proceder de la carne y a los procedimientos de realización y organización de esa especie en la actualidad –lo que en la nuestra llamaríamos comportamiento y costumbres, respectivamente--. Es decir, al orden que esta especie se da a sí misma, resultado de un sinnúmero de adaptaciones carnales y organizativas en relación con otras especies y un entorno generalmente cambiante a lo largo de su evolución.
En los bonobos el orden al interior de las tropas está basado en las hembras; a diferencia de los chimpancés, cuyo orden se funda en los machos (Waal: 2007, p. 9). Existe la tentación de hablar del matriarcado de los bonobos y el patriarcado de los chimpancés, y aunque es una comparación sugerente, tratamos de no apelar a ella, pues le quitaríamos la especificidad tanto al orden maternal inventado con el habla como a la figura del mundo fundada en la jerarquía, la dominación y la destrucción para la creación, que sólo pudo aparecer entre nosotros, los parlantes.
Las hembras bonobo junto a sus crías forman las uniones que son el núcleo de las tropas, desde donde se mantiene la tranquilidad y el equilibrio entre machos, hembras y crías. Los machos pasan su vida en la tropa materna, mientras que las hembras jóvenes se marchan a otras tropas. Los bonobos son una especie sumamente pacífica, no violenta. Son los hippies entre los primates. El juego gustoso entre la carne de los bonobos es una de sus características, ampliamente practicada. Fornican todo el tiempo, es su manera de facilitar la convivencia cotidiana, de decidir y organizar, y de pasar la vida. Lo suyo es “hacer el amor y no la guerra” (Waal: 2007, p. 10-14).
El orden bonobo se habría conservado entre los homínidos –hasta hace muy poco--, y entre los ancentros comunes de bonobos y chimpancés. Cuando estas dos especies se separaron, el bonobo continuó el modo particular de su tronco, pero el chimpancé no. Como señala Christine Kenneally (2009, p. 98), éste se habría “desviado”. Así, desde el Ardipithecus ramidus –o la especie que resulte ser efectivamente la primera homínida-- hasta el Homo sapiens sapiens la mayoría de las especies homínidas habríamos heredado y mantenido el orden tipo bonobo. En nuestro caso, este orden se reinventó a partir de la palabra y la escucha, trocándose la herencia bonobo en matriarcado propiamente: Matriarcado: Mater- Arché: en el principio la Madre (Goettner-Abendroth: 2017, p. 23; Werlhof: 2015, p, 64). En la base, en el vórtice. No un gobierno de mujeres ni la dominación de los hombres por ellas, sino un orden legado, donde las madres ocupan el centro, como dadoras de vida y custodias de su adecuado fluir.
UNA CONCEPCIÓN INTEGRAL DE MATRIARCADO
Concepto triádico de matriarcado
No lo sabemos con certeza, pero hay una estimación de que el habla apareció hace unos 200 mil años (Hershkovitz: 2018), aunque podría ser anterior. Considero que fue inventada por las mujeres con sus crías. Por otra parte, a nuestra especie se le atribuye una antigüedad de unos 300 mil años (Hublin et al: 2017; Richter et al: 2017). No podemos entrar en esa discusión aquí, pero para ilustrar digamos que el matriarcado parlante –ya sea exclusivo de nuestra especie, o bien, practicado a su vez por otras especies parlantes contemporáneas, si las hubo-- inició hace 200 mil años. De esa experiencia, el 97.5% habría ocurrido en matriarcado.
En este matriarcado podemos distinguir tres dimensiones: morfológica, estructural y mítica (Panikkar: 1999). Si trazamos una línea entre las descripciones primatológicas de los bonobos actuales –omitiendo la evolución de esa especie desde que se separó del chimpancé, y más bien, abstrayendo los rasgos que compartiría con nuestro ancestro común, el estilo bonobo--, hasta las formulaciones teóricas de Heide Goettner-Abendroth y de Claudia Von Werlhof, sobre los matriarcados neolíticos y modernos, podemos esbozar una figura del mundo matriarcal para el paleolítico medio.
Morfología
El mundo se tejía en la oralidad primordial. El campo de género vernáculo matriarcal (Illich: 2008a) de las mujeres tenía a la voz y al oído como sentidos predominantes, ante los que se ordenaban sus demás percepciones. En el de los hombres, es la vista, el sentido que prevalece y al que los demás se articulan. El oído une, la vista separa. Las mujeres con sus crías tenían la potestad de la palabra y los hombres de las manufacturas. No obstante, todos se encontraban inmersos en la oralidad matriarcal. Es decir, aunque cada campo de género tiene una atención y una organización de las percepciones diferenciada, moldeada evolutivamente, es en la relación entre los tres campos de género vernáculo prehistórico –mujeres, hombres y crías--, que se lograba un orden general de percepción y expresión de la especie. Durante los primeros 130 mil años de experiencia de nuestra especie este orden fue el de la oralidad primordial. La palabra dicha y escuchada fue la herramienta del orden.
La palabra, pero también las expresiones de los demás seres, colocaban a la gente antigua en el corazón del mundo sonoro, inmersa en una totalidad fluyente y continua que a través del oído vincula a todo con todo. Las formas del mundo, principalmente sonoras, eran distinciones fugaces y rítmicas sobre un fondo móvil con límites pero sin fin. Sobre todo eso: las formas eran ritmo. En esta época nació propiamente el mundo, fueron creándose las cosas, y por milenios ese mundo fue de pocas pero suficientes cosas. Nada faltaba ni sobraba. Es lícito suponer que se percibían formas plenas, perfectas en su singularidad. No había originales y copias para comparar y establecer identidades o hacer juicios, ni un “yo” que tuviera propiedades, sintiera remordimientos o culpa.
Como hemos dicho, la percepción, y la expresión operan de manera distinta según se trate del género masculino, femenino o infante. Entre las implicaciones que esto tiene, está el que podemos asignar al campo del género femenino una mayor disposición empática que al de los hombres (Waal: 2007). Sin embargo, en las relaciones intergenéricas durante el matriarcado se habrían labrado tropas con un orden general de percepción y expresión altamente empático. En sintonía, vibrando, con todo lo vivo y muerto. Nada estaba desligado: además de la ausencia del Yo, no había individuos ni reinos de la naturaleza ni especies; tampoco cuerpos ni “vidas” individuales (Illich: 2008b).
La vida era un hecho, no un problema. Ayuntar las formas complementarias de la carne entre machos y hembras, machos y machos, y hembras y hembras, de manera constante como entre los bonobos, sin propiedad ni moral patriarcal, seguramente ayudaba a que así se sintiera. La plenitud de las formas percibidas en un universo altamente empático no llevaban a los antiguos más que a la conservación de lo dado. El apogeo, para decirlo en griego, o lo tojol, en tojolabal, esto es, el momento de la más alta perfección, la plenitud de sus facultades, era la forma general permanente de ese mundo. Dicho de otra manera, sostenemos que el cuidado de la vida –organizado en la dimensión estructural entre los tres campos de género vernáculo y sustentado por mitos de raíz maternal-- fue la matriz morfológica del matriarcado del paleolítico medio y tardío.
Estructural
El nombre Mater arché, en el principio la Madre, ya nos indica la relación básica, celular, que funda las tropas de todas las especies mamíferas (incluyendo nuestra especie): la de madre-hijo/a. Además, hay una segunda gran relación matriarcal, la de la madre con su hermano o hermana. Ambas relaciones constituyentes colocan en el centro a la madre, y por extensión, a las mujeres. La Madre es madre porque da a luz, porque genera y protege esa vida. Así fue dispuesto por la selección natural: las madres que procuraban por sus hijxs lograron que éstos a su vez sobrevivieran hasta tener sus propios hijxs, teniendo con esto mayor “éxito evolutivo” que las madres que no lo hacían (Waal: 2007, p. 18). La empatía madre-hijx fue favorecida por la selección de grupos, mecanismo evolutivo advertido por Charles Darwin (2009, p. 131), aunque poco apreciado en el delirio económico actual.
No existía el padre (Werlhof: 2015, p. 45). No podían establecer una relación causa-efecto entre aparearse y el nacimiento de un bebé. No había familias monogámicas. El varón podía ser de gran ayuda en tanto “tío”, para nombrarlo en nuestra jerga, cumpliendo un papel clave de apoyo a la mujer y a sus crías, pues era tal, tío, por ser hermano de la madre. Desde este núcleo duro trenzado por ambas relaciones ya es posible advertir una arquitectura relacional orientada a engendrar y cuidar la vida, sobre todo, la de los cercanos.
Como vimos, el orden logrado en los grupos bonobos actuales, a partir de una polaridad carnal específica, esto es, a un arreglo organizativo en ese linaje entre los campos femenino y masculino y al interior de cada uno, puede sernos muy útil para imaginar las formas probables y concretas en las que se vivió el género vernáculo matriarcal en el nuestro. Apuntalando tal conjetura con datos duros, como la evidencia arqueológica analizada por Malcolm Lillie (2008), en el cementerio de Vodrevice, región de Moravia, de la época temprana de la cultura de cerámica de bandas (LBK), a finales del VI milenio a.C. Nos muestra un microdesgaste dental diferente entre hombres y mujeres; que los dientes de las mujeres presentan más caries que los de los hombres; y una diferenciación también por género en el consumo de proteinas. Esto se interpreta como mayor ingesta de carbohidratos, y como evidencia del cultivo de cereales por parte de las mujeres en la etapa temprana de la agricultura y mayor consumo de carne animal por parte de los hombres. Esto nos hace suponer que, si bien llevaban una dieta mixta, como indica Lillie, las mujeres y los hombres no comían indistintos y juntos lo mismo. Ni realizaban las mismas labores de subsistencia mezclados, o al menos, cada género para su sustento diario ponía el acento en ciertas actividades específicas, como labrar la tierra, cazar o carroñear.
Seguramente habría intercambios y apoyos mutuos, en una danza intergenérica, complementaria, pero que las actividades de subsistencia de hombres y mujeres estuviera claramente diferenciada y el comer, algo tan fundamental en la vida cotidiana, lo hicieran las mujeres por un lado y los hombres por otro, comiendo mayoritariamente cosas distintas, puede verse como como una expresión del género vernáculo matriarcal. Principalmente las mujeres juntas cultivaban la tierra y los hombres hacían otras cosas, disponiéndose a comer las mujeres y sus crías en un determinado lugar y momento, y los hombres haciendo por su parte lo propio. Esto nos indicaría claramente que la mayor parte del día, las mujeres y sus crías la pasaban juntas, separados organizativa y físicamente de los hombres, que hacían lo suyo aparte. No hablo de una existencia separada, sino organizada desde el género. Los campos de género vernáculo como las entidades de relación –a su interior y con los otros géneros, considerando a los “infantes” y a otras personas no polarizadas como un tercer género--, antes que los inexistentes “individuos”
Lillie advierte en el cementerio de Vedrovice una sub-representación de hombres con respecto a las mujeres, en una relación de o.63 en todos los rangos de edades, salvo en una notable excepción: en el rango de 20 a 29.9 años, donde la relación se invierte completamente, volviéndose la razón de 0.60 de las mujeres con respecto al número de hombres. Es decir, siempre había más mujeres que hombres de todas las edades viviendo en el asentamiento de Vedrovice, menos en el rango de 20 a justo antes de 30 años, en el cual disminuía drásticamente el número de mujeres y aumentaba el de hombres, en una inversión casi simétrica (op cit.):
La importancia de esta sobrerrepresentación de jóvenes hombres adultos en la categoría 20-29.9, o alternativamente, la sobrerrepresentación de las mujeres por encima de esta categoría de edad, puede relacionarse en cierto grado con la evidencia observada de la migración, sin embargo, este sesgo requiere una explicación más detallada en relación con el contexto socioeconómico más amplio de la comunidad de Vedrovice en su conjunto (p. 145).
Por su parte, la bióloga Amy Goldberg y sus colegas nos dicen: “Los estudios isotópicos de los sitios arqueológicos europeos neolíticos sugieren más migración femenina que masculina a escala local” (Goldberg, et al.: 2017, p. 2657). La composición demográfica de Vedrovice pudo ser semejante a la de otras latitudes durante el Neolítico en el Viejo Mundo: los grupos tendían a tener más mujeres en su composición; y a nivel de linaje hubo siempre más mujeres que hombres. En la perspectiva de la selección de grupos, planteada por Darwin en El origen del Hombre (2009), las mujeres habrían tenido mayor éxito reproductivo que los hombres, a lo largo de la experiencia de nuestro linaje.
Es lo que nos dicen Michael Hammer et al (2008) luego de realizar un estudio de “comparaciones de los niveles de variabilidad en los autosomas y el cromosoma X” en 90 personas de seis poblaciones geográficamente diversas. Nos informan: “Se encontró que los niveles relativos de variación genética son más altos de lo esperado en el cromosoma X en las seis poblaciones humanas” (p. 1). Y aunque pusieron a prueba distintas hipótesis, entre las que se consideraba “la migración específica de un sexo en una población estructurada”, de antemano reconocen que factores como éste impactan de manera poco significativa en la proporción relativa de X en relación a la diversidad autosómica. Y concluyen:
(…) nuestros resultados apuntan a una diferencia sistemática entre los sexos en la varianza en el éxito reproductivo, es decir, los efectos generalizados de la poligamia en las poblaciones humanas. Llegamos a la conclusión de que los factores que conducen a un tamaño eficaz de menor población masculina versus la femenina deben considerarse como importantes variables demográficas en los esfuerzos para construir modelos de la historia demográfica humana y para comprender las fuerzas que determinan los patrones de la variabilidad genómica humana (Ídem).
En suma, el “estilo bonobo” parece constatarse en el Neolítico: posiblemente, una alimentación y ocupaciones diferenciadas localmente por género; lo cual implica que gran parte de la cotidianidad ocurriera entre mujeres agrupadas para la crianza colectiva de sus hijxs y las labores de subsistencia. El factor demográfico a favor de las mujeres tanto a nivel grupal como de linaje, nos sugiere que pudo propiciar la formación de uniones de mujeres con sus crías, y ser uno de los pilares del orden con base en las mujeres, esto es, el “en el principio la Madre”. La numerosidad como un elemento que habría sustentado el orden matriarcal. Que habría consistido en una existencia no violenta. La ausencia de evidencias de guerra durante todo el Paleolítico y, en el hoy continente europeo hasta aproximadamente el año 5000 a.C. (Ferguson: 2013), nos indica que en la mayor parte de su duración nuestro linaje ha sido encarnado por grupos pequeños, “pacíficos”, diríamos hoy, y poco numerosos.
Goldberg nos da uno de varios datos disponibles que demostrarían la practica durante el Neolítico de un patrón de residencia/ dispersión humano semejante al de los bonobos actuales, en el que las mujeres jóvenes migraban y los hombres se quedaban; dicho patrón podría extenderse a todo el Paleolítico, incluyendo a nuestros ancestros homínidos directos, en el que las mujeres se van y los hombres se quedan cerca del entorno materno. Si insistimos en lo cardinal de la relación madre-hijx entre los mamíferos, y, consideramos el culto a divinidades maternas que la enorme cantidad de figurillas prehistóricas y los mitos arcaicos del Viejo Mundo parecen mostrar, me parece lícito suponer que los grupos de nuestro linaje se organizaban en ese sentido. Ya Marx nos dijo que las ideas de la gente corresponden a sus condiciones reales de existencia (Marx y Engels: 1974).
Esto nos hacen pensar que, en un mundo sin matrimonio monogámico y sin la figura del “Padre”, pues éste aparecería con las sociedades patriaracales hace cinco a seis mil años, los procedimientos de crear y procurar la vida no los realizaban “madres solteras” individuales, con un hermano o hermana conjurando la soledad, sino, muy posiblemente, uniones de mujeres con sus crías y los hermanos de aquellas. En esta perspectiva, los cuidados durante el embarazo, el parto y la crianza habrían sido realizaciones colectivas. Por su parte, los machos adultos vagarían buscando carroña o pequeñas presas (Campillo, op cit., p. 101). Que no fueran sedentarios no significa que el nomadismo sea un ir sin fin, sino que los grupos prehistóricas tenían una casa grande.
Una reinterpretación de la evidencia arqueológica disponible y las descripciones de sociedades matriarcales actuales o que recientemente aún estaban vigentes en todos los continentes, salvo en Europa, ofrecidas por Heide Goettner-Abendroth (2017), nos sugieren que en el Paleolítico y Neolítico muy probablemente las mujeres con sus crías estaban en el centro de las relaciones, agrupadas, y los hombres rondaban en torno, más dispersos. Que las mujeres fueran más gregarias que los hombres podría derivarse, en primera instancia, de que en términos evolutivos las mujeres, como todas las hembras de linajes mamíferos, suelen ser más empáticas que los machos: los hijos de las madres que procuraban por ellos tendrán más posibilidades de dejar descendencia, que los hijos de una madre poco atenta (Waal: 2007) La centralidad en las tropas de las madres y su capacidad para mantener el orden general estaban aseguradas, según conjeturo, a lo largo de las generaciones por la matrilinealidad imperante, esto es, grupos donde la herencia se organizaba por la vía materna, tanto de bienes y dones, como de prestigio. Como dice Chris Knight (2008): “Los humanos tempranos eran matrilineales”. Y también, por ser matrilocales, pues se vivía en la “casa” materna. No había de otra al no existir el Padre.
Suele aceptarse que fueron las mujeres quienes inventaron la agricultura y por las huellas en Vedrovice, pensamos que ellas se alimentaban más de cultivos y por ende eran quienes principalmente se ocupaban de esta tarea en la época temprana. Eran asentamientos agrícolas cuya subsistencia se realizaba con elementos mesolíticos en la dieta. Como sugiere Goettner-Abendroth y podemos suponer, “la propiedad privada y las reivindicaciones territoriales” allí eran “desconocidas” (s/f., p. 2).
En ese entorno, es probable que las decisiones se tomaran por consenso, aunque ciertamente las abuelas y abuelos tendrían un peso relativo mayor, como vemos aún en las sociedades comunales, fundadas en la matrialidad. Si empleáramos términos weberianos, y pecando de anacrónicos, podríamos decir que privaba la autoridad que se funda en el prestigio, y no en las relaciones de poder que hay en toda jerarquía. Opongo orden a estados de dominación, y cercanía a jerarquía. La dominación y la jerarquía vendrán, como veremos, mucho después, con el patriarcado. En el matriarcado podemos imaginar una topología de relaciones en los grupos no del tipo accidentado, con picos y valles, de la jerarquía, sino de un núcleo duro constituido por el entramado de relaciones madre-hijx, a partir del cual se ubican las demás relaciones –hermana/o-madre, hermana-hermana, etc.-- cual si fueran órbitas cuya principal característica es su cercanía con el núcleo. Un orden al estilo bonobo: sin jerarquías ni dominación; no es que no haya desacuerdos o que algunos quieran propasarse, pero la vía de la jugosidad carnal compartida, la profunda cercanía de las hembras mayores y la fuerza disuasiva de las uniones de hembras logran realmente tropas ordenadas sin violencia entre los bonobos.En las tropas del antiquísimo y matriarcal Homo sapiens sapiens el campo de género vernáculo femenino organizaba la “circulación de dones” genérica e intergenérica, con base en la reciprocidad, tanto al interior de sus grupos como entre ellos, pues sospecho que los antiguos mantenían el patrón de residencia y dispersión del estilo bonobo: las mujeres jóvenes se iban de la tropa materna para incorporarse a otras tropas, y los hombres se quedaban en el lugar materno. Con ello, el andamiaje relacional del núcleo duro madre-hijx-hermanx de la madre –cuya dinámica era la procuración de la vida-- se extendía al conjunto del grupo y a otras grupos del linaje .
Mítico
Las célebres figurillas prehistóricas con forma de mujer, y antes los gráficos en las paredes y en otras superficies con simbologías referidas a la creación y recreación de la vida, así como los estudios modernos de las mitologías neolíticas, nos indican con claridad el carácter de las creencias profundas de nuestros primeros ancestros sapiens sapiens. Hay una estupenda y amplia bibliografía, y a ella remitimos al lector, sobre la espiritualidad o cosmo-audición paleolítica, en la que se muestra la centralidad en lo inefable de una “Diosa”, de una divinidad materna, como reflejo –es lícito suponer--de la misma condición de la mujer entre las tropas humanas (p. e. Gimbutas: 1996; Baring y Cashford: 2005). En algunos de estos estudios, se remarca que no se trata tanto o sólo de una deidad de la fertilidad, como de la regeneración. Pienso que en ese mito primordial estaban ambas, pues corresponden a las facultades maternas de dotar y criar la vida, que la arquitectura relacional aseguraba como fuente de formas en perenne apogeo.
SOBRE LAS CONDICIONES EVOLUTIVO-CULTURALES QUE HICIERON POSIBLE EL SURGIMIENTO DEL PATRIARCADO
Inversión del patrón de asentamiento y dispersión
Una investigación de principios del siglo sugiere que hace unos 70 mil años, posiblemente por presiones climáticas, nuestra especie habría estado al borde de la extinción, pues se redujo en número a sólo unos dos mil especímenes (Zhivotovsky, et al.: 2003, p 1171-1172). Esta situación nos parece suficientemente aguda como para provocar transformaciones en la dimensión estructural. Por ejemplo, propiciado que en algunos grupos sobrevivientes y en sus descendientes se diera un cambio radical en el patrón de asentamiento y dispersión tipo bonobo, invirtiéndose éste. Imaginamos que en algunos de los escasos y mermados grupos de ancestros los hombres comenzaron a irse de la tropa materna para tratar de incorporarse a otros grupos, mientras las mujeres dejaron de migrar y se fueron quedando en torno a la madre. Las razones de esta inversión del patrón estarían en los términos de una suma de adecuaciones para la sobrevivencia de los grupos a partir de ese estrechísimo cuello de botella demográfico.
Aunque también pudo ocurrir mucho después. Los ancestros de los pastores nómadas de las estepas pónticas, quienes se habrían mezclado con los primeros agricultores llegados a esa región desde los montes Zagros, en la actual Irán, dando como resultado una población que Gimbutas denominó kurganes, podemos ubicarlos a través del genoma mitocondrial MA-1, transmitido por la madre en el Paleolítico Superior, hace unos 24 000 años atrás, en el centro-sur de Siberia, con el análisis del ADN de un joven perteneciente a un grupo de cazadores de mamuts, según un estudio de Maanasa Raghavan y sus colegas (2014). Cuando los pastores kurganes comenzaron a incursionar en el centro-norte de la hoy Europa, con toda seguridad ya lo hacían con el patrón de residencia/ dispersión invertido. Me parece que este cambio en uno de los patrones nodales del género vernáculo matriarcal fue de la mayor relevancia.
El origen de la violencia
Es posible que de los grupos que formaban esos dos millares de seres humanos que no perecieron hace 70 mil años, algunos adoptaran ese cambio de patrón residencia/dispersión. O bien, como dije arriba, que tal inversión haya ocurrido posteriormente entre los ancestros de los kurganes, es decir, entre 24 mil y 7 mil años atrás. Supongo que los primeros grupos de pastores kurganes habrían llegado desde las estepas pónticas a las inmediaciones de los asentamientos agrícolas en el centro de Europa hacia finales del VI milenio a. C., casi un milenio antes de que sus pares lo hicieran masivamente en la primera invasión, hacia el 4300 a.C., según Gimbutas, y estaban compuestos en su mayoría por hombres: en la segunda y tercera ola invasiva de los kurganes, Goldberg (2017, p. 2657) calcula que los integraban de entre cinco y catorce hombres por cada mujer. Las mujeres se quedaron en las estepas entre el Mar Negro y el Caspio. Podemos sospechar que los hombres kurganes buscaron incorporarse a los asentamientos de agricultores matriarcales, descritos por Gimbutas (1996) como la Vieja Europa. Y que esto no necesariamente fue del agrado de las y los agricultores europeos tempranos. Las mujeres jóvenes no habían aceptado tranquilamente modificar una costumbre milenaria, en la que ellas solían migrar y de pronto debían ahora quedarse en su lugar natal, por voluntad de un hombre forastero… Los hombres tampoco habrían tomado a bien esta infiltración de hombres con quienes no se tenía un parentesco, trastocando el orden matriarcal que supongo existía, del tipo bonobo antiguo, donde acostumbraban recibir a hembras de otros grupos, pero no machos. En Talheim, hoy Alemania, y en otras poblaciones LBK, podemos situar el origen de la violencia y de la voluntad de conquista en el continente europeo hacia el año 5000 a.C. (Ferguson: 2013): los machos recién incorporados o que trataban de incorporarse a un nuevo grupo tuvieron que pelear contra los machos y hembras del grupo anfitrión para ser admitidos, y también a través de la violencia se habrían asegurado el acceso a las hembras para el apareamiento. La diferencia en el patrón de resisdencia/ dispersión entre los agricultores y los pastores kurganes habría creado las condiciones para el surgimiento de la guerra.
A los ancestros de los pastores nómadas podemos ubicarlos a través del genoma mitocondrial MA-1, transmitido por la madre en el Paleolítico Superior, hace unos 24 000 años atrás, en el centro-sur de Siberia, con el análisis del ADN de un joven perteneciente a un grupo de cazadores de mamuts, según un estudio de Maanasa Raghavan y sus colegas (2014). El genoma mitocondrial MA-1 también se ha encontrado en cazadores-recolectores del mesolítico. Al parecer el cromosoma Y del MA-1, trasmitido vía paterna, lo comparten los europeos occidentales actuales y algunos de los pueblos originarios del Abya Yala: Raghavan y colegas (2014) estiman que del 14 al 38% de los ancestros indoamericanos provienen de esa población paleolítica de Siberia. Tal vez por aquí podríamos comenzar –en un futuro estudio—a indagar sobre la existencia o no de los patriarcados en el Abya Yala en el mundo nebular previo a la Conquista. Por ahora, carecemos de certeza sobre la época en la que ocurrió la inversión de el patrón de residencia/ dispersión estilo bonobo.
Ahora bien, la violencia que lentamente comenzó a surgir luego del cambio de patrón de residencia y dispersión, y fue sustituyendo al desparpajo carnal –lo que hoy llamamos “relaciones sexuales”-- como vía para la convivencia, puede verse como resultado de dos emergencias relacionadas: la incipiente separación del campo de género vernáculo masculino del resto de la realidad, y el naciente deseo de los hombres de someter a ese otro que emergía tras dicha separación; en lugar de contentarse con mantener la plenitud del Todo como había sido hasta entonces. La dominación colonial que despuntaría 65 mil o 18 mil años después tuvo en el cambio de patrón residencia/dispersión su condición de posibilidad.
Esto implicó comenzar a asumir una posición por encima del otro/a, al que se empezó a considerar inferior: las mujeres, la tierra, los extranjeros y los demás seres. Es esa misma inferioridad supuesta e impuesta la que justifica el acto de dominación. La jerarquía y la dominación nacieron juntas a través de la violencia, y poco a poco este camino a la larga nos alejaría del orden guardado con la palabra y el encuentro jugoso de la carne. La carne pasaría de ser una ruta gozosa a ser una propiedad. El origen remoto de la propiedad patriarcal de la mujer y de la tierra puede situarse en el nuevo entorno que fue dándose a partir de, primero, la llegada de hombres kurganes --proto-patriarcales, podríamos decir-- a los asentamientos matriarcales de la Vieja Europa y la obligación de quedarse en el entorno materno que esto imponía a algunas mujeres jóvenes hacia finales del VI milenio a.C., contraria al hábito milenario de migrar; y segundo, la adopción por parte de los agricultores locales de ese nuevo patrón de residencia/ dispersión impuesto por los pastores kurganes: los hombres comenzaron a salir de sus grupos maternos, en lugar de las mujeres, hacia otros grupos vecinos.Las contradicciones que este cambio de patrón podemos imaginar significó llegaron a un límite y lo desbordaron pronto: en los vestigios de las masacres en Talheim, ocurridas hacia el 5000 a.C., encontramos su más temprana y dramática expresión con el nacimiento de la guerra. Aunque, a mi parecer, la emergencia de la Ilusión patriarcal se consolidó con la invención de la escritura protocuneiforme y cuneiforme sumeria. Es decir, en Europa, entre el 5000 a.C., con la invención de la guerra, y la segunda mitad del milenio III a.C., con la invención de la escritura cuneiforme, habría surgido lo patriarcal.
Esto es lo que posiblemente ocurrió en y desde el campo de género masculino de algunos grupos descendientes de los que inicialmente invirtieron su patrón de residencia/dispersión --ya fuera tras rondar la extinción, o bien, por las presiones del entorno siberiano que les obligó a realizar cambios radicales en sus patrones organizativos para la sobrevivencia--. Pero más allá de que el cambio de patrón residencia/ dispersión haya ocurrido hace 70 mil años, por presiones ambientales, o de 24 mil a 7 mil años atrás, por ejemplo, con la aparición del pastoreo, considero que los grupos que inicialmente lo invirtieron no se volvieron patriarcales en automático y que los pastores que los primeros agricultores encontraron en las etepas asiáticas, hacia el VIII milenio a.C., tampoco eran propiamente patriarcales, aunque muy seguramente ya practicaban el patrón invertido, eran rijosos y homólatras. Los considero proto-patriarcales, porque además del citado patrón invertido, eran conjuntos belicosos que no veneraban a la Diosa, como al parecer era normal en el Viejo Mundo, sino a dioses machos, igualmente disruptivos (Gimbutas: 1996). No obstante, faltaba proponer la fragmentación del mundo; y establecer un marco lógico de oposiciones, en el que el Hombre adquiere todas las cualidades posibles y a las mujeres, lxs niñxs, la tierra, todos los seres y la vida, les asigna el cúmulo de defectos y carencias, y no hay más camino que la confrontación; faltaba el baño loco de sangre en la guerra, la superioridad de un bando lograda en ella, las jerarquías y la dominación. Como dije, la guerra iniciará simbólicamente en Talheim el arribo de lo patriarcal, pero será con la escritura sumeria que sea posible la invención de la Ley, la propiedad y el Yo, elementos primordiales de la naciente Ilusión patriarcal.
Así, el cambio del patrón residencia/ dispersión no habría sido inicialmente sinónimo de “patriarcal”, no obstante, esta inversión habría sido la condición de posibilidad para la invención de la guerra por parte de los pastores kurganes en sus incursiones en las poblaciones agricultoras y matriarcales de la actual Europa y el Cercano Oriente hacia el año 5000 a.C. (Cavalli-Sforza: 2010, p.132; Ferguson: 2013, p. 206; Golitko y Keeley: 2007, p. 333-335; Meyer: 2015, p. 11217), sentando con ello las bases de jerarquía y dominación que darían origen a la ilusión patriarcal surgida propiamente a mitad del IV milenio a.C., con la escritura de Sumeria. Se ha establecido una relación clara entre el origen de la guerra y el patriarcado, por ejemplo Von Werlhof (2015), pero no conozco una publicación que vincule en su origen a éste con la aparición de la escritura. Pero a mí me resulta plausible que la concepción de un Yo propietario –inexistente en el anterior mundo matriarcal-- haya surgido con la contabilidad sumeria llevada con los sellos dentro de esferas de arcilla inscritas con caracteres protocuneiformes. Lo que es “mío”, lo que pasa de unas manos a otras, lo de los demás, por primera vez la verdad no radicaba en la palabra hablada, sino en lo registrado en un soporte material externo. El propietario y su propiedad emergen juntos. La propiedad y sus dueños quedaba fijada fuera de los acuerdos orales, en fichas selladas con la imagen de una vaca o cebada, que se guardaban en esferas a las que se les grababa su contenido. Lo que había sido mercado quedaba descrito e inmutable dentro de la esfera y lejos de los cambios de parecer de lo cotidiano.
Con la escritura cuneiforme, a partir del 2600 a.C., podríamos decir que este Yo propietario es elevado al cielo en la narrativa de novísimos dioses macho, que desplazaban la tradición oral sobre la antigua Diosa Madre. Me parece que con la ley –desconocida en sociedades orales y posible a partir de la escritura cuneiforme, tanto sumeria como elamita— aparece el gobierno y se legitima su accionar. En este sentido, la historia de los estados, no solo modernos, es la de la ilusión patriarcal.
Cambio del orden de percepción y expresión
La aparición de las jerarquías también puede asociarse a un cambio en el orden de la percepción/expresión que dio inicio al matriarcado gráfico. El orden estilo bonobo que mantuvieron hasta hace muy poco nuestros ancestros también se componía de un ordenamiento en la percepción de carácter oral entre hombres y mujeres. Si bien, el campo de género masculino tiene una predisposición biológica visual predominante, que el orden matriarcal tuviera su base precisamente en las hembras hacían de la escucha y del habla los sentidos preponderantes para el conjunto de las tropas. Esta disposición sensible de las primeras mujeres aún es evidente hoy, con los estudios que muestran el más temprano y amplio desarrollo verbal de las niñas y mujeres con respecto a niños y hombres (Barbu, et al.: 2011).
Nos parece que entre sus labores de manufactura fueron los varones, y sus ancestros homínidos no parlantes, quienes inventaron la gráfica. Primero, tal vez el Homo ergaster, un homínido no parlante, tallando figuras que, como señala Marie König, podrían referir a los cuatro rumbos del universo y a sus tres niveles en pequeñas piedras esferoides (König, Cf. Goettner-Abendroth, op cit., 124). No obstante, es posible que en esa época hayan tenido mayor relevancia las piedras talladas para herramienta, manteniéndose sin mayor alteración el orden oral con esta innovación gráfica. Sería hasta después de la cercanía a la extinción de nuestra especie que del marcar piedras con otras piedras se pasó a la gráfica pintada en las cuevas. Es lo que nos indican las dataciones del arte rupestre: la gráfica más antigua conocida hasta hoy se ubica en la península ibérica, con aproximadamente 64 800 años de antigüedad, y se le atribuye a los neandertales, antes que al sapiens (Morales-Campos: 2018); y en Indonesia se ubican dibujos de animales en una cueva con una antigüedad de al menos 45 500 años (Brumm: 2021, p. 1). Esto es, se ubican dentro del rango de los 70 mil años atrás. Los homínidos paleolíticos comenzaron a generar imágenes en las cuevas, en la tierra, en las piedras. No acudamos a la teoría de la representación para explicar esto. Pensémoslo en todo caso más como encarnación. Los primeros gráficos no representaban palabras ni sonidos ni ideas, aún, sino que eran la carne de una nueva realidad. Ya no “natural”, como a primera vista parecería el habla, sino absoluta, distinta a lo que de por sí existe; en suma, artificial.
En su oralidad nuestros ancestros y ancestras conocían las señales, gestuales, habladas, y también las que aparecían de manera natural en el entorno. Cuando un reducido grupo de hombres comenzaron a dispersarse a otros grupos y las mujeres a ser las residentes de las tropas, la mirada de ellos tuvo una nueva posibilidad en su desplazamiento en áreas abiertas; y posiblemente tomaron conciencia de su propia huella sobre los lugares. Comenzaron a expandirla por medio de diversos gráficos. Pudo ser un simple divertimento, o bien, un darse cuenta de las formas que su andar dejaban sobre las cosas y luego experimentar con ello.
Imaginamos que algunos hombres comenzaron a cultivar la gráfica prehistórica como una herramienta al interior de su campo de género masculino, en relación a la oralidad del campo femenino que establecía el orden del conjunto. Al gráfico se le veía como la encarnación de otra realidad, distinta a la palabra que se decía y escuchaba, superior, secreta, practicada sólo entre los hombres. La cofradía de hombres que se formó en torno al gráfico artificial, creó el espacio para la generación de las narrativas religiosas sobre un Dios único y macho.
Con la invención gráfica, según mi hipótesis, el orden de percepción propio del matriarcado, la oralidad primaria (Ong: 2006), comenzó lentamente a ser modificado, pues el orden de percepción visual de los hombres empezaba a tener más relevancia en el conjunto de la tropa, la atención dejó de ser primada por el oído y la vista comenzó a ser, todavía marginal, el sentido a partir del cual se iniciaba el ordenamiento de una nueva realidad. La imagen artificial se presentó como un elemento que estaba por encima del resto de las cosas, y que dotaba a su poseedor de una posición superior frente al mundo natural. El cultivo de la gráfica sería el comienzo de una orientación hacia la artificialidad. La creación de un algo distinto y superior a la vida. Se sentaban las bases de lo que entre los milenios VI y IV a.C., en la hoy Europa, el Cercano Oriente y el norte de África surgiría como ilusión patriarcal, mediante el método alquímico descrito por Von Werlhof (op cit.)
HACIA UN CONCEPTO AMPLIO DE LA ILUSIÓN PATRIARCAL
Que lo patriarcal sea histórico también significa que se ha ido transformando a lo largo del tiempo. Y de manera implícita nos indica que se trata de experiencias localizadas en el espacio en la medida que lo son en el tiempo. Esto es, que lo que llamamos patriarcado se ha desarrollado en distintos lugares, en cada uno con su propia historia. No obstante, es posible trazar un corte sincrónico que nos pueda indicar sus rasgos básicos. Ahora bien, no describiremos un mundo sino la figura de un mundo; antes que del patriarcado como una realidad sociohistórica que habría sustituido al matriarcado primordial, hablamos de una Ilusión patriarcal; como señala Claudia Von Werlhof (op cit., p. 39-40), el patriarcado no es un estado de cosas en este planeta, pues la tierra y las mujeres siguen siendo las dadoras de vida, sino una utopía en la que el mundo se pone de cabeza a través de un sistema alquímico regido por el “odio a la vida”, no psicológico sino sistémico, que la ciencia, la tecnología y la guerra apuntalan. La ilusión patriarcal en su sentido profundo es un mito, que sustenta a un armazón relacional y a formas, percepciones y expresiones cuya lógica es jerárquica, de dominación; sin embargo, no corresponde con el orden y las dinámicas propias de la vida en la tierra.
a) A nivel morfológico, el orden de percepción y expresión visual, propio del campo masculino, se impone sobre el orden oral femenino. La señal rupestre y luego el signo escritural se emplean para señalar la diferencia que establecen las jerarquías. Por decirlo de otra manera, este reacomodo en el orden de la percepción entre los géneros se proyectó sobre su entorno, y aunque el paisaje siguió siendo triádico --si consideramos a las crías--, su organización se da a partir de la escritura. La escritura fue el recinto nuevo de la verdad. Una verdad inscrita en el espacio, fija, a partir de la grafía protocuneiforme, pero sobre todo, con la escritura alfabética griega. Ya no es el otro/a el espejo del conjunto sino los sellos con imágenes de cebada o animales dentro de esferas de barro, luego la tablilla de arcilla (Kramer: 1985, p. 158-159), posteriormente la tabla encerada y, finalmente, hacia finales del siglo XII d.C., el texto flotando por encima de la página de papel, donde el yo lograba su reflejo y se constituía (Illich: 2002, p. 154-158).
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El mundo entra a un proceso de fragmentación sin fin en objetos jerarquizados y susceptibles de ser dominados. No obstante, son formas irremediablemente incompletas e insuficientes. Algo en ellas muestra su carencia y al mismo tiempo, la promesa de su perfectibilidad. El campo de género de las mujeres también trasformó la naturaleza pero siguiendo, por decirlo así, el ritmo natural, como en los casos de la invención de la agricultura, y de la domesticación de otros animales; en cambio, ante la mirada patriarcal, las formas plenas de la vida requieren de alguna prótesis, o incluso, piden a gritos ser reemplazadas por algún artefacto mejorado.
b) A nivel estructural, el patriarcado implica una topología con valles dominados y picos dominantes. Es decir, lo real se teje a partir de un principio jerárquico, el cual sirve de justificación para emprender la dominación colonial: de las mujeres, de la tierra, de los extranjeros, y del resto de los seres. Jerarquía, violencia y dominación son allí la trinidad. Y la ciencia dominante, junto a la tecnología occidental y occidentalizada y la guerra, las tres hijas del patriarcado, producen y reproducen las condiciones de tal estado de sojuzgamiento. Esto significa que la organización de los grupos se establece de tal manera que garanticen la jerarquía y la dominación, por un lado, pero también la transmutación de lo real, la conversión de la vida en su opuesto con la intención peregrina y absurda de hacerla superior. Dicho en los términos de Iván Illich (2008b), se crea desvalor para generar valor, se destruye para poder crear lo que destruye. En una sociedad patriarcal la organización del saber y del hacer tienen como uno de sus vectores fundamentales a la violencia –física y simbólica--, cuyo prerrequisito y corolario es la
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La evanescencia de la oralidad no permite la existencia de una norma universal y fija, pero la escritura –particularmente la alfabética-- sí que le es propicia a las reglas totalizadoras. La ley es el instrumento patriarcal que garantiza el funcionamiento de dicha organización. Y el establecimiento de leyes ha sido la pretensión de la ciencia occidental, desde su origen en la antigüedad griega, y sobre todo, desde el siglo XIX con el surgimiento de las ciencias sociales y naturales.
c) A nivel mítico, la organización y la morfología se proyectan y al mismo tiempo se sustentan, en la creencia de un universo jerárquico regido por un Dios varón, que por supuesto requiere someter a otros dioses y pueblos. Esta jerarquía cósmica va de la mano con el imperativo de la conversión religiosa.
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Se trata de un Dios creador, ab-soluto, que no requiere de mediación femenina –como Zeus al parir de su cabeza a Palas Atenea, o el dios hebreo del Antiguo Testamento--, surgido de la escritura. A su imagen, los hombres están destinados a ser como dioses, creadores, pero desde una lógica contraproductiva diríamos hoy, pues al crear destruyen. El mundo debe ser superado, compuesto, relevado, por los frutos de lo artificial y de la muerte.
EL FIN DEL PATRIARCADO
En la literatura dedicada y en el movimiento feminista se habla del fin del patriarcado como algo necesario. Como una meta futura a alcanzar. No obstante, mi amigo Gustavo Esteva y yo creemos que el final del patriarcado ya ocurrió, que de hecho está ocurriendo en este momento. Y que esto incluye a las ciencias sociales, de carácter patriarcal. Evidentemente, no de manera generalizada, sino entre ciertos entramados comunitarios realmente existentes hoy en día, por todas las latitudes del globo. Que en sus prácticas, saberes y relaciones personales y grupales no responden a una lógica de dominación patriarcal. Esto no significa que todas sus relaciones, pensamientos y haceres sean absolutamente no patriarcales, sino más bien que se trata de una disposición colectiva hasta cierto punto sedimentada. El actuar, el saber y la existencia misma de estos entramados permanece oculta, salvo casos notables como las Juntas de Buen Gobierno en los caracoles zapatistas de Chiapas, o en los planteamientos comunales enraizados como el sumak kawsay andino, el lekil kuxlejal tseltal o la comunalidad oaxaqueña. Pero estamos convencidos que otros muchos ejemplos están ya entre nosotros. Se podrá argumentar que son elaboraciones incipientes y experiencias tan pequeñas y marginales que no representan nada frente al totalitarismo patriarcal y científico; nosotros consideramos, como señala Alejandro Jodorowsky, que “cuando se abre una flor, es primavera en todo el mundo”.
Ciertamente, que tales experiencias y saberes no patriarcales sean desconocidas por la mayoría se explica por la falta de interés que despiertan ante el ojo económico, razón que limita el conocimiento y la difusión de dichas experiencias. Pero también, porque aún no tenemos las herramientas conceptuales adecuadas o suficientes para nombrarlas y comprenderlas. Seguimos atados a las categorías que en el pasado nombraban una realidad distinta a la actual. Es cierto que para que algo exista como tal debe ser nombrado, pero también lo es el hecho de que Saulo ya era Pablo antes de ser Pablo. Es decir, que no tengamos una teoría acabada no le resta existencia a esas experiencias y saberes no patriarcales en marcha, así como la ausencia de una teoría sobre el capitalismo no impidió que los primeros burgueses murieran sin saber que lo eran. La Unitierra de Oaxaca participa en una iniciativa llamada “crianza mutua” desde hace un par de años, que consiste justamente en identificar algunas de estas experiencias y ponerlas en relación, para que aprendan juntos unos de otras. Podría mencionar al Comisariado de Bienes Comunales de Capulálpam de Méndez, Sierra Norte de Oaxaca, con su defensa de la vida y el territorio frente a una empresa minera, que la ha llevado, por ejemplo, a instalar una radio de FM, para involucrar a las nuevas generaciones en esa lucha; la asociación civil Ixim, en la región Selva de Chiapas, la cual acompaña a las comunidades tseltales en el mejoramiento de sus condiciones de vida; o el colectivo editorial “Fusilemos la noche”, quienes producen libros artesanales. No se espera que estos entramados sean plenamente no-patriarcales, pero sí que al menos en parte las relaciones que efectivamente establezcan lo sean, y que la superación de lo patriarcal esté en su ideario y acción cotidiana; igualmente, que se reconozcan como anti-capitalistas, y, por supuesto, anti-Estado.
No obstante, la definición triádica del patriarcado esbozada arriba nos podría servir para ponderar experiencias entre personas concretas en las ciudades y zonas rurales que ya no se realizan con base en ese mito, organización y formas. A pesar de la contundencia de la ilusión patriarcal, los últimos cinco o seis milenios, a) aún existen pueblos matriarcales, o que hasta no hace mucho lo fueron, a lo largo y ancho del orbe (Goettner-Abendroth, op cit); y b) en algunos pueblos occidentalizados todavía persiste el sentido común que se funda en la matrialidad, ese modo de recordar y convivir labrado en la relación respetuosa de la gente con la tierra, que apareció en el mundo hace unos diez u once mil años con la invención de la agricultura y sigue siendo el sustrato de la vida comunal. Allí, a pesar de los múltiples velos y asimetrías patriarcales, aún se reconocen los ritmos de lo vivo y sus fuentes.
CONCLUSIONES
Quisiera exponer mis intuiciones sobre el ocaso de las Ciencias Sociales y la consolidación de un saber distinto, enraizado en la tierra y labrado entre todos desde lo concreto, con tres tendencias:
Tendencia morfológica:
En la célebre discusión entre Foucault y Chomsky (2007), a principios de la década de los setenta del siglo pasado, aquel le advierte sobre la propensión a imaginar un mundo futuro como la proyección del presente. Pretendo que no sea nuestro caso, pues refiero experiencias de entramados comunitarios actuales, en marcha, como símbolos del porvenir. Esto es, que revisando la bibliografía disponible, y, sobre todo, las experiencias de los pueblos de Oaxaca, no se requiere ser adivino para admitir que hay una amplia coincidencia sobre la relevancia de la escucha y del diálogo en las relaciones no patriarcales. Más que un regreso, se trata de la recreación de una “oralidad 2.0”. Un doble diálogo, dialéctico y dialógico (Panikkar: 2007), en el que se critica y se busca la verdad, pero también, se confía en el testimonio del otro/a y se persigue la fidelidad.
Un cambio en el orden de la percepción y la expresión tiene que reflejarse en las relaciones y prácticas personales y grupales, como en las cosas y en el paisaje. Como Illich (2008a) señaló, en Occidente el género vernáculo precapitalista fue desplazado por el sexo económico. Aunque para este autor género y sexo deben oponerse, aquí consideramos que bajo el régimen del sexo económico efectivamente han surgido en la modernidad lo que podemos llamar géneros económicos. Ya no es la dualidad fecunda del género vernáculo sino la competencia binaria, y más recientemente, múltiple. Pues bien, nuestro entorno y el paisaje se han moldeado teniendo al sentido de la vista como la percepción dominante, ante la que se ordenan el resto de las percepciones. Un paisaje y un mundo estructurados desde la dominación masculina. Un entorno jerarquizado y artificial, donde la naturaleza, las mujeres, los extranjeros y el resto de los seres, incluida la tierra, son objetos susceptibles –y necesitados-- de ser purificados en el sistema alquímico hasta obtener una versión tecnológicamente mejorada, o bien, de ser sustituidos por un artefacto maquinado por ese mismo sistema. Ahora bien, un entorno y una ciencia post-patriarcales implicarían: a) esfuerzos por una reinvención del lenguaje, lo cual pasaría por revitalizar las lenguas vernáculas y establecer una distancia crítica con las de origen indoeuropeo, de suyo cosificantes; b) la ubicación y revitalización de los rituales y prácticas de la matrialidad realmente existente; c) el abandono de las formas educativas, y en su lugar, poner el acento en la recreación de formas de aprendizaje colectivas, de crianza mutua, como diría Grimaldo Rengifo (2000); d) reorganización de las imágenes y del paisaje, que reflejen el nuevo pacto entre personas concretas más allá del sexo económico, ya sea a partir de multiplicar el número de géneros económicos actuales, como de abolir el género mismo para crear otra cosa, que redescubra la diferencia radical y complementaria entre hombres, mujeres y niños. Un entramado no patriarcal haría una resignificación de los viejos símbolos y crearía y recrearía otros, proponiendo un lenguaje y simbología propias. Nuevamente, el caso zapatista resulta paradigmático: no sólo por la imaginería original que ha desatado y por la reinvención del discurso –y de la práctica asociada-- político, sino por el papel fundamental que han ido logrando las mujeres zapatistas en la organización de sus comunidades, y también en el discurso y la imagen de esa lucha.
Tendencia estructural
No jerárquica, aunque tampoco pretendidamente horizontal, sino una organización entre lo humano y lo no humano para el hacer y aprender conjunto. No se puede volver al antiguo orden del género vernáculo –matriarcal y patriarcal--, ni simplemente invertir la posición de hombres y mujeres, donde sean ahora éstas quienes dominen, en la misma lógica económica. La experiencia de los pueblos al crear saberes, procesos y modos de autoridad legítimos --con base en una tierra concreta, el mandar obedeciendo, la labor y el gozo compartidos-- son un referente indispensable en la creación de un nuevo ordel de comprensión y acción en este mundo pagano, al borde del abismo. Una ciencia propia, no colonial, parte ya no de abstracciones refinadas, sino de reconocer a profundidad el suelo que se pisa, a la gente que pisa ese suelo, lo que hace y lo que logra, de manera comunal. Esa ciencia descolonizada está creándose desde hace medio siglo o más en las comunidades y barrios de México, América latina y otras regiones otrora sometidas, y tiene como fundamento el re-conocimiento de la realidad concreta y la experiencia milenaria de los pueblos originarios, la perspectiva femenina y de los migrantes. La dominación y las relaciones de poder surgieron de la separación que hombres y mujeres establecieron con la tierra, a la que después fragmentaron y sometieron, sojuzgándose unos a otros, material, mental y espiritualmente. La reconstrucción del nexo cardinal de nuestro linaje entre sí y con la tierra nutricia, esto es, la recreación de la matrialidad, sería el primer paso para salir de la ciencia dominante (sociales y naturales), y crear un saber que nos sane. En este sentido, se trataría de recuperar la orientación de la ciencia como remedio de Hugo de San Víctor a finales del siglo XII (Illich: 2008c, p. 118), y perdonar los viejos sueños de conquista que la guiaron desde entonces.
Tendencia mítica
Tenemos la sospecha de que el horizonte mítico de las experiencias post-patriarcales es pluralista. Como señala Panikkar (2007), la realidad no es monista ni dualista ni múltiple, sino plural. Descartar ya la pretensión de un logos universal fundado en leyes, reconocer que por encima del conocimiento está el saber, en el orden del mythos, y que ambos son relativos a cada lugar y tiempo. No un conocimiento para continuar la quimera del progreso, sino un reconocimiento que propicie el encuentro y la compartencia entre humanos y de éstos con lo no humano y lo inefable. “Adiós a las armas”, dijo Hemingway, pero también, podemos agregar, adiós a la epistemología y a las ciencias modernas. Esos espacios estancos, que separan lo real de manera irreal, han mostrado su agotamiento. De ser cierto esto, poco o nada más podemos decir al respecto que no reduzca nuevamente el pluralismo de la realidad en un modelo único. No obstante, nos tienta sugerir un posible esquema mitopoyético: a) reconocimiento de nuestra ruptura cósmica, b) recuperación de las tradiciones, saberes y prácticas de la matrialidad que aún persiste de facto en los pueblos comunales, y c) reinvención del nexo con todo lo que existe, a partir de una reconexión y nueva relación con la tierra, lo que se traduce en un vínculo renovado entre hombres, mujeres y diversidades.
Esto implica el abandono de divisiones ya insoportables: sujeto/ objeto, naturaleza/ cultura, cuerpo/ mente, presente/ pasado/ futuro, teoría/ práctica, vida/ muerte, entre otras. Y sobre todo, la noción peregrina, derivada del texto surgido en el Alto medievo, de que el conocimiento es un objeto mental cuya posesión es individualizada y se rige bajo el principio de escasez económica. El conocimiento y la ciencia que lo propicia es una elaboración cotidiana de todos. Es lo que no tiene nombre pero fluye y nos interconecta: es el tu chh’ia, dirían en el Rincón de la Sierra Juárez de Oaxaca (Esteva y Guerrero: 2010). Es la palabra hablada, donde según Jaime Martínez Luna (2003), reside nuestra única divinidad.
Notas
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