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Entrevista con Angelina Muñiz-Huberman. Palabra transmutada y transgresora

Interview with Angelina Muñiz-Huberman. Transmuted and transgressive words

Rosa María Camacho-Quiroz

Entrevista con Angelina Muñiz-Huberman. Palabra transmutada y transgresora

Contribuciones desde Coatepec, núm. 28, pp. 157-167, 2015

Universidad Autónoma del Estado de México

Soy una escritora de la transgresión, de la trasmutación. De una hermenéutica irónica.

Angelina Muñiz

México, DF a 6 de junio de 2013

Corriendo entre el tráfico, un poco desorientada y algo nerviosa, llegué a tiempo al lugar de la cita, toqué el timbre y un rostro cálido y amable me abrió la puerta, era Angelina Muñiz. Entré a una atmósfera cordial en donde el silencio reinaba, un espacio iluminado, ordenado, ocupado por libros, fotografías y recuerdos. Nos sentamos en el comedor, me percaté de un balcón lleno de plantas y un concurrido bebedero para colibríes, escena que por un momento me hizo olvidar que estaba en la ciudad.

La escritora me ofreció algo de beber, galletas, dulces y nueces. Con una sonrisa amigable me miró, en espera de que comenzara la entrevista. Empecé por comentarle que mi primer acercamiento con su obra fue con el cuento “Yocasta confiesa”, cuando era estudiante de la Licenciatura en Letras Latinoamericanas en la UAEMÉX. De ahí partieron los comentarios, las preguntas –aquí excluidas porque lo importante es la palabra de la escritora–; mis intervenciones solo fueron el pretexto para dar pie a la remembranza, a la conversación, diálogo en el que Angelina Muñiz dijo:

Trozos de vida, la escritura como centro

Angelina Muñiz es indefinible, estoy incluida en la antología de cuentistas mexicanos inclasificables de Alejandro Toledo. Empiezo a escribir a los ocho años. Habíamos ido a Cuernavaca dos familias españolas exiliadas, luego de la derrota de la República Española. Durante la guerra civil sale mi madre embarazada de mí a Francia, nazco en Hyères. Después nos vamos a Cuba varios años, donde paso parte de mi infancia.

Llegué a México a los seis años y ahí empieza la relación con otros exiliados españoles, la convivencia con el mundo del exilio español. Se reunían en varios cafés del centro de la Ciudad de México que ya no existen, como “El Tupinamba”, el "Do Brasil" y otros más que no recuerdo. Gran parte de mi formación que va influir en mi escritura es estar en un mundo de adultos y ser la única niña. Hablaban de política, de si se moría Franco, si había una revuelta aquí o allá… y ahí estaba yo, escuchando todo a la edad de seis años y compenetrada con ese mundo adulto.

Retomo el espacio de Cuba porque es fundamental para mi escritura, pues algunos de mis cuentos reflejan esa etapa. Llegué de dos años a la isla y salí a los cinco. Viví en el campo, lo cual fue maravilloso porque estaba en absoluta libertad y en contacto con la naturaleza. Hasta la fecha me encantan los animales, el campo y la agricultura, porque fue lo primero que percibí. No tenía obligaciones, no iba al colegio, pero estaba en un mundo de adultos: mis padres y los amigos de mis padres que venían de La Habana, vivíamos en el pueblito Caimito del Guayabal, ellos se quedaban algunos días con nosotros. Estar siempre en un ambiente de adultos modeló de algún modo mi pensamiento.

Llegamos a México, pero quiero mencionar algo importante, tengo antecedentes de escritores en mi familia: Manuel Bretón de los Herreros, mi tío abuelo y mi padre, que era periodista, autor de novelas, de obras de teatro y de poesía. Pero no pudo continuar con su labor como escritor por el exilio, así que tuvo que trabajar en otras cosas; no obstante, está la idea de que él era escritor, a veces me escribía poemas. Él había estado en el medio literario español y conocía a García Lorca, a Alberti, a Pío Baroja, a Neruda cuando estuvo en España, y me contaba cosas de los escritores; así que para mí, el mundo literario era lo más fascinante, lo más atractivo y desde chica quería estar ahí.

Empiezo con la anécdota del niño con quien estaba en Cuernavaca: de pronto no sabíamos a qué jugar, así que le digo: “vamos a jugar a escribir” por eso le puse a un texto “El juego de escribir”. Mis primeros cuentos los guardó mi madre, los tengo todavía, el primero, el de los pajaritos, está publicado en De cuerpo entero, que por cierto, fue muy curioso porque me pedían un texto actual, escrito a mano, y mandé uno de 1944, que escribí cuando era niña.

Mi convicción era la escritura y la lectura. Leía y leía de chica, no tenía otra cosa que hacer. Mis padres eran también grandes lectores. Aún tengo la imagen de los tres en la sala, en silencio, cada uno con su libro leyendo y leyendo. Cuando uno lee mucho, quiere escribir. Comienzo a escribir desde esa época, después estudio la carrera en Letras, y lo continúo haciendo. Mi labor literaria se debe a toda esa combinación: por un lado del azar y por otro, la necesidad histórica que te obliga a estar en una situación especial.

Esos recuerdos de infancia los escribí en un género que me inventé: el de las seudomemorias, donde trato de dar la visión, no de la adulta, sino de la niña que era. Contar la percepción de estos mundos de los que tengo una idea especial: de Francia, que aunque salí de dos años, sí tengo recuerdos; luego de Cuba y México; entonces voy combinando todas estas culturas que me dan una visión muy amplia del mundo.

Siempre escribiendo

Siempre estoy escribiendo real o figuradamente. Nunca he dejado de escribir. Si un día no escribo, aunque sea una línea, me siento muy mal. Antes escribía con lápiz, en libretas muy bonitas, ahora escribo en la computadora. Escribo varias cosas al mismo tiempo. De chica le decía a mi madre que tenía distintos cajones o varios departamentos en la cabeza, y según el que abría a eso me dedicaba; por eso puedo estar escribiendo varios libros a la vez.

Un estilo, una escritura

Mi escritura tiene un ritmo poético, incluida la prosa, porque como de niña me enseñaron varias poesías, mismas que memorizaba, tengo un ritmo interno del idioma que me acompaña. Por eso mis novelas no son novelas ni mis cuentos, cuentos, porque hay en ellos el ritmo de la poesía y, con frecuencia, la estructura del ensayo, que me interesa mucho por su libertad. A veces tengo que definir, en cuanto al género, la idea que voy a desarrollar, si es cuento, poesía o novela. Los tres los puedo combinar en un mismo texto, o los puedo usar de manera separada para una misma idea y hacer un escrito de cada uno.

Transgredo mucho los géneros. Desde mi primera novela Morada interior, los editores, para facilitar las cosas y ayudar al lector, la catalogaron como novela, pero más bien es un “seudoensayo” con diversas posibilidades. Otro libro que los editores catalogan como novela es Las confidentes, pero tampoco es novela, son dos mujeres que se cuentan cuentos y enlazan así las historias. En De magias y prodigios, tampoco es cuento “La sinagoga portuguesa”, sino una serie de aforismos, algunos muy largos. Así se presentan las cosas, lo que significa que no necesariamente sean lo que parecen. No me preocupa el género, lo que sí me preocupa es la palabra y la idea.

Otra característica de mi escritura es la manera de puntuar. Estoy muy consciente de qué signo voy a usar. Uso mucho los dos puntos. Me gusta que el lector –porque estoy muy involucrada con el lector aunque no lo conozca– tenga pistas para que se detenga. Sino interrumpo la frase de dos, tres palabras, punto; dos, tres palabras, punto; se lee de corrido y se saltan cosas. Quiero destacar sucesos, palabras y que el lector me ayude, se ayude a sí mismo y comprenda qué es la lectura; que no es nada más ver qué pasó y dónde está la acción. Quiero que el lector aprenda que la literatura es el amor por las palabras, por esto puntúo de este modo, deteniendo, porque estamos en una época de tanta velocidad que faltan pausas para frenar a la gente, para que no se tire al abismo. Una lectura lenta ayuda a olvidar la prisa. Al escribir dejo fluir mi ritmo interno de las palabras, del lenguaje. A veces se pueden confundir las frases cortas con versos, por ejemplo, en el Mercader de Tudela, en un capítulo que hablo sobre las semillas, mucha gente piensa que inicio con un poema, pero no, todo es llamar la atención con un punto y aparte, si pongo punto y seguido se saltan las ideas. Por eso mi manera de puntuar es una defensa de la lentitud.

Los espacios en blanco es otro aspecto importante en mi estilo. Los editores me preguntan que por qué dejo tantos espacios, que debería de escribir de corrido. Tengo un cuento en De magias y prodigios, “El hombre desasido”, en el final voy descomponiendo la frase, hasta que ya no queda nada, porque quiero que el hombre del relato quede sin nada, hasta sin habla, que quede en el vacío total. Incluso para acentuar más el vacío pongo varios puntos, pero con un espacio en blanco entre punto y punto, al final queda sin punto.

Otra cosa que me gusta es jugar con las palabras. En La guerra del unicornio hay una parte en donde digo que los Caballeros de Sable mataban “impecablemente”. Un acadé- mico universitario me dijo que me había equivocado, que lo que quería decir era “implacablemente”. Le dije que no, que era “impecablemente” porque lo que quiero decir es matar con limpieza, con ciencia, pensando en lo que pasó en los campos de concentración; pero, al mismo tiempo, sugiriendo "implacablemente".

Me gusta el juego sonoro de las palabras. Lo que estoy escribiendo lo leo en voz alta para notar el ritmo. Algo que no he mencionado y que tiene que ver con esto, es mi educación musical, la que comenzó cuando tenía ocho años. Mis padres eran grandes melómanos. Asistíamos a conciertos y, bueno, hasta la fecha me gusta ir a los conciertos. Esto me ha predispuesto el oído y a buscar la palabra exacta, a veces es muy difícil encontrarla.

La invención estética

En mi proceso creador, el cuento, el ensayo y la poesía tienen un transcurso diferente. Llevo un “somniario”, así lo llamo, de donde utilizo mucho material. Cada sueño, aunque está condensado, es una fuente inagotable. Cuando me vienen las ideas, tengo varios métodos para atraparlas. Me despierto a las cuatro de la mañana con una idea que me está dando vueltas y que la tengo que escribir porque al otro día ya no me acordaría. Como en ese cuento sobre Sor Juana Inés de la Cruz, “Piramidal, funesta sombra”, al imaginar cómo escribía ella es como escribo yo. Es importante anotar el arranque, de ahí ya viene el resto. Este modo me sirve para la poesía y el cuento. Hay un poema, “La jornada insensata”, que fue un sueño, como lo tuve, tal cual. Fue tan extraordinario que lo escribí todo en ese momento, no me conformé con las primeras líneas, por el impacto que me causó. Y nunca tuve que quitar ni agregar nada.

Cuando escribo novela, espero recibir ideas del medio externo, que alguien me diga algo, leer una noticia en el periódico, escuchar algo por ahí, o que alguien me comente, tardíamente un suceso de mi vida, de mis padres, porque todavía me estoy enterando de cosas de mi familia. Por ejemplo, El sefardí romántico es una visión de mi familia. En cuanto al proceso, es más largo en la novela porque a veces tengo que hacer investigación, como cuando escribí La burladora de Toledo y mi búsqueda de datos médicos. Mi esposo, como médico, me conseguía artículos sobre hermafrodismo, sobre deportistas que toman hormonas y no se sabía si eran hombres o mujeres. Así lo documental queda y da pie para lo demás. Uso mucho el humor porque a veces me veo a mí, cosas trágicas que me han pasado las convierto en humor. En un cuento de Las confidentes, creo que es el primero, el personaje no podía cruzar la calle, hecho que me ocurrió, porque mi hermano murió atropellado; hasta la fecha me cuesta trabajo cruzar la calle. Esto lo desarrollé humorísticamente porque el personaje se queda todo el día y toda la noche esperando cruzar la calle, y al no atreverse a hacerlo se regresa a su casa. Los escritores combinamos todo: lo que hemos vivido, lo que nos han contado, lo que quisiéramos que nos pasara. Es por eso que a algunos de mis textos los he titulado seudomemorias, porque el recuerdo está variado. Luego lo comparo con lo que me dicen otras personas y argumentan que no fue así, entonces ¿dónde está la verdad?

Hermenéutica y creación

Tuve un buen profesor de Teoría Literaria en la Facultad de Filosofía y Letras: Antonio Alatorre. Él nos hizo leer una serie de libros que nos adentraron en la crítica literaria. Al que leí más fue a Yuri Lotman, pero yo quería olvidar todo eso para el proceso de escribir. Después me encontré con los libros de la Cábala. El misticismo hebreo me aclaró muchas cosas, porque ahí la interpretación del texto ocurre de manera muy libre, sin aparato teórico. Yo quise olvidar toda la teoría, incluyendo la hermenéutica, para poder escribir. Di clases de Teoría de la Literatura Comparada, pero las dejé para concentrarme en clases muy libres, en la que los alumnos aprendieran a amar al texto en sí mismo y no a partir de teorías. Las teorías las dejo en otro cajón, en uno que no interfiera con mi escritura.

Una escritura para todos

Cuando escribo no pienso en un tipo de lector, solo pienso en las palabras, en las letras, en lo que fluye; pero también en ofrecer una oportunidad de pensar diferente, de romper lo establecido y las normas, de liberar la mente. Puede ser que mi obra sea para distintos tipos de lectores: el que vaya en busca de la aventura, de la anécdota solamente, es decir, el lector común, o el académico que profundice y persiga el simbolismo, el mito. El lector se puede quedar en una primera lectura sin problema, conocer la historia y ya. Ahora bien, si se conoce el mito, por ejemplo, el de Edipo, y se lee “Yocasta confiesa”, tendrá mayores posibilidades de comprensión, pero la anécdota cualquier persona la puede advertir, ya que son situaciones y sentimientos que a todos nos aquejan.

Mi escritura es para todo lector, aunque a alguien le parezca complicada, porque en algún sentido te relaciona con el mundo. Por ejemplo, el cuento de “Yocasta confiesa” muestra una realidad; muchas madres se identifican con el hijo y no con la hija porque, inconscientemente, hay una situación de deseo incestuoso. Yo hablo mucho de incesto en mis cuentos, en muchas sociedades primitivas estaba aceptado. Los faraones egipcios se casaban con sus hermanas. El incesto es algo propio del ser humano. El hombre de las cavernas ¿con quién se relacionaba?, pues con los parientes más cercanos. Ahora es una prohibición, pero se sigue dando. ¿Cuántos tíos no se enamoran de sus sobrinas?, o el padre de las hijas. Yo no estoy a favor de esto, al contrario, pero en mi escritura abro una posibilidad.

Cruzar los límites

No todo lo que está establecido me gusta. Tanto tiempo repitiendo las mismas ideas, por qué no cambiarlas y darles la vuelta, si ahí están los elementos; por ejemplo, Yocasta, en la obra de Sófocles es un personaje secundario y qué tal que pudiera estar en otra situación, en un lugar transgresor, ¿por qué no? Por qué nos vamos a tener solamente a lo que nos cuenta la historia.

Yo leí mucho de niña. Recuerdo un libro, que por ahí lo tengo todavía, que me lo compraron en una de las primeras Ferias del Libro en México, cuando se hacían al aire libre, en la década de los cuarenta. Se llamaba Lecturas clásicas para los niños en donde estaba la Iliada y otros textos clásicos. Me lo conocía de memoria y de tanto leer las historias me surgió el deseo de cambiarlas, de darles un giro distinto.

Estos relatos son trasmutaciones, algunos los llaman cuentos o recreaciones, pero son trasmutaciones porque se están convirtiendo en otra cosa, como en el proceso alquí- mico. La tragedia de Romeo y Julieta, en el cuento “Mercucio”, la cambio totalmente. Mi libro De Magias y prodigios. Trasmutaciones son eso: trasmutaciones, pero le suelen llamar cuentos.

La preeminencia del mito

El mito es algo que acompaña a la historia de la humanidad. El primer hombre que estaba haciendo los dibujos rupestres ya estaba pensando en el mito. El mito está relacionado con la religión, con la historia, con el deseo, con la realidad. El ser humano no puede apartarse de la fuerza del mito, lo ata y al mismo tiempo lo libera. El hombre siempre está entre una combinación de fuerzas, está entre lo blanco y lo negro, lo alto y lo bajo, lo terrenal y lo espiritual. Pensemos en Santa Teresa, personaje tan espiritual, quien sin embargo, afirma tener un fuerte lado terrenal. Esta condición hace que el ser humano cree mitos, porque el hombre es quien crea. En el caso de la religión, no es Dios quien crea al hombre, sino el hombre quien crea a Dios. Cuando el mito se institucionaliza empiezan los aparatos políticos, religiosos, sociales, y se echa a perder. Yo creo en otra posibilidad, la que no sigue lo que ya se dijo. Decir algo distinto es el aporte. Es del caos crear orden, toda la historia ha sido la lucha entre el caos y el orden. El ser humano tiene que aceptar las reglas, pero está el arte para saltárselas. Si durante tanto tiempo se ha hecho arte de acuerdo con ciertos cánones, ahora pasamos por alto lo establecido, no solo en la literatura, también en la pintura, la escultura, en las artes en general. Todavía queda este refugio para podernos liberar. En mi caso, mis personajes hacen lo que yo no puedo hacer, y lo mismo pasa con el lector que se identifica. Este verse reflejado nos hace penetrar en otra dimensión humana.

Inquietudes recurrentes

La transgresión ha sido una obsesión, pero con el paso del tiempo ha pasado a ser algo natural. Creo que esto es por influencia de mi madre. Yo tuve dos influencias, en cuanto a la escritura, por un lado, mi padre me decía que me apegara a los cánones, mientras que por otro, mi madre me decía que escribiera como quisiera y lo que quisiera. Él me exigía el rigor y ella me decía que no le hiciera caso a mi padre, que yo escribiera libremente. Esta situación me confundía porque él era el escritor y ella solo la lectora. Mi padre revisaba mis escritos y me decía que escribía confuso, mientras mi madre me decía que escribiera lo que me salía del alma. Aquí me enfrenté a otra contradicción, hasta que decidí hacerle caso a los dos: rigor y trasgresión.

El exilio, ya no sé si es obsesión o una idea natural. En mi libro El canto del peregrino hablo extensamente sobre el exilio y sus consecuencias en toda una generación. También en mi largo poema La sal en el rostro, me refiero a este tema, quizá ya no como una obsesión, sino como algo que está ahí, pero que ya no angustia.

La palabra, lo esencial

Nunca pienso en lo que mis lectores van a pensar de mis textos. Si el escritor piensa en los demás, se anula él y anula su escritura. Cuando escribo solo pienso en lo que escribo, hago abstracción del mundo, nunca pienso si lo que hago le va a gustar a alguien, ni siquiera pienso en mí, como si no existiera. Es muy extraño, la creación es a la manera de un proceso místico, es una revelación. Yo me entrego a la palabra porque para mí la palabra es mágica, la respeto, la quiero, estoy enamorada de ella. En lo que pienso cuando escribo es en la palabra puntual que debo poner. Uso el diccionario para verificar si el significado de la palabra corresponde a lo que quiero decir, a veces no existe la palabra exacta y es cuando la invento, es por eso que a veces pongo dos juntas, porque no encuentro la adecuada para expresar la idea que tengo. El oficio de la escritura requiere una entrega total, como la de un monje o un asceta. Yo me voy a mi desierto; el lugar donde escribo dentro de mi casa se llama “El Claustro”.

Lo más importante es el peso de las palabras, la transgresión ya está, lo que interesa es cómo se va a decir. A veces yo misma me asusto de lo que escribo, me viene la duda si lo debo dejar o no. La creación es un proceso muy complicado, pero al mismo tiempo fascinante; es ver qué está pasando por la mente y reconocer los mecanismos represores que tenemos. A veces pienso que es demasiada la transgresión, a un paso de la locura. Hay quien me ha dicho que si no enloquecí al escribir Dulcinea encantada, no lo sé, quizá sí.

Muchos dicen que yo escribo con sinceridad, lo que relaciono con escribir no pensando en el otro, sino como yo he vivido, o siendo yo la otra. La gente se identifica con lo que escribo, y quizá pase esto porque cuando escribo expongo mi mundo interno. Trato de buscar esas partes ocultas, esas que las escribes y luego las borras. En la infancia mi idea fija era la muerte, porque era de lo que hablaban mis padres: de la muerte de mi hermano, de la Guerra Civil Española, de la Segunda Guerra Mundial, de los campos de concentración; todo era muerte, pero también vida al mismo tiempo. Cómo retoña el hombre, cómo las ciudades destruidas son reconstruidas; esa capacidad para el bien y el mal. Regreso a la idea obsesiva de la muerte: tendría como nueve o diez años, y cada vez que veía a alguien pensaba: “Ojalá te mueras”; no sé por qué pensaba eso, hasta que un día alguien se murió y dejé de pensarlo.

Lecturas de antaño

Últimamente tengo tanto trabajo que ya no leo tanto. Empecé a leer desde muy joven; soy una lectora precoz. Yo leí a Víctor Hugo, escenas muy eróticas, cuando tenía trece o catorce años. Mis padres eran muy liberales, sobre todo mi madre, ella no me prohibía nada. Descubrí desde temprana edad mi relación con el judaísmo. Fue mi madre la que me dijo que su familia, después del decreto de expulsión de 1492, se había quedado en España y fueron obligados a convertirse. El origen judío se transmitía por línea femenina. La familia de mi madre era criptojudía, es decir, iban a la iglesia, a las fiestas religiosas católicas, pero en la casa, a escondidas, celebraban las fiestas judías. Esta doble vida me dio mucha idea de escribir en varios niveles; hacia el mundo externo tener una cara y, hacia el interno tener otra. Yo leía el Antiguo Testamento, mi madre, los sábados, me leía fragmentos de la Biblia, me la explicaba; este libro fue formador para mí, pero de manera laica. Yo leía a Dickens, a Walter Scott, a Salgari, a James Oliver Curwood, Jack London, a los clásicos españoles del Renacimiento, a las escritoras de los siglos xvii, xviii y xix. Cuando entré a la secundaria, y más tarde a la preparatoria, ya era más ordenada mi lectura. También leía mucha literatura mexicana e hispanoamericana. Mi padre me compraba una revista argentina que se llamaba Billiken, de la cual, por cierto, José Emilio Pacheco todavía guarda ejemplares, en donde se publicaba a autores argentinos, uruguayos, chilenos y brasileños.

Desde chica conocí mucha literatura hispanoamericana, por ejemplo, de los brasileños me leí todo Monteiro Lobato, un escritor para niños muy bueno y aún conservo sus libros. Leía también el periódico, la sección de los muñequitos, como se decía. Mi padre me compraba comics. Como fui a una escuela bilingüe (inglés-español) leía las revistas para niños que se publicaban en los Estados Unidos, como Superman, The Lone Ranger, Archie. Combinaba literatura popular y canónica. Escuchaba los programas de radio de Cri-Cri, con sus canciones y cuentos. Desde niña leí el Quijote en versión para niños de Monteiro Lobato. Si me gustaba un autor, me leía todo de él, empezaba a buscar y a buscar. Mis padres me llevaban al Palacio de Hierro, al del centro –el único que había– a comprar libros. Salíamos cargados de libros para mí y para ellos. También íbamos a las Librerías de Cristal que estaban en la Alameda. La lectura era mi fascinación.

La intertextualidad es producto de mis lecturas. Me sale espontánea. Suelo intercalar versos de García Lorca, de San Juan de la Cruz, de Góngora o de otros poetas, en medio de lo que estoy escribiendo. Me encanta dejar mensajes, en ocasiones frases muy cortas. Lo que pasa es que me enseñaron a memorizar, así que las cosas están ahí y salen de manera natural, sin pensarlas.

Ardua tarea hermenéutica

La Cábala es interpretación hermenéutica del texto bíblico, de los cinco primeros libros, la Torá, que te enseña a leer, no solo lo que está escrito, sino lo que está sobreentendido, o a lo que te hace referencia, así empiezan las interpretaciones. Primero hay que conocer la historia, qué le paso a Abel y a Caín, por ejemplo; de ahí vienen los otros niveles de comprensión que se dan en las sucesivas lecturas. Aquí el trabajo de interpretación parte, en gran medida, de los espacios en blanco que hay, pero no solamente entre palabra y palabra, sino entre letra y letra. Esto ocurre porque como los textos originales están escritos en hebreo, y el hebreo solo usa consonantes, faltan las vocales y el lector tiene que ir llenando estos espacios, por eso la lectura de esta lengua es muy comprometida. Los cabalistas interpretan lo que no está en el texto bíblico, se les ocurre pensar, por ejemplo, en cuando Dios le pide a Abraham que sacrifique a su hijo, qué pensaría Abraham de esto, o qué pensaría su hijo camino del sacrificio. Abraham estaba en un dilema, tenía que obedecer a Dios, pero la obediencia significaba matar a su hijo; el cabalista se pone en el lugar del otro, que es lo que hace el escritor. Cuando escribí La Burladora de Toledo me puse de ese otro lado, y me lo creía mientras escribía. Puedo escribir sobre muchas situaciones porque me pongo en el lugar del otro, no de manera negativa, sino positiva. Puedo escribir, por ejemplo, de hermafroditismo, de homosexualidad, como en el Mercader de Tudela, que es más bien bisexualidad, no muy clara, pero ahí está. Los lectores que están en una situación parecida lo hacen notorio y me lo mencionan. Cuando salió La burladora de Toledo, que trata de un personaje histórico acusado por la Inquisición por delito sexual y travestismo, inmediatamente aparecieron en las redes sociales homosexuales; no se sabe si el personaje es lesbiana o hermafrodita. Ella se defiende a sí misma –como era, médica y muy inteligente– diciendo que así la había hecho Dios, por tanto no era una pecadora; pero todo queda en la duda, porque los médicos determinaron: uno, que sí era mujer y otro, que era hombre.

Denuncia y transgresión, rasgos inseparables

Soy una escritora de la transgresión, de la trasmutación, de una hermenéutica irónica. Mi escritura es denunciante, denuncio una época presente, pero no explícitamente, ahí entran el mito y el símbolo. El problema que se plantea en La burladora de Toledo, por ejemplo, es una denuncia, cuestiona la prohibición de casamientos homosexuales: ¿quiénes somos para prohibirle al otro? La denuncia y la transgresión se dan en la unión de un mito antiguo y rasgos actuales que reflejan acontecimientos de nuestra época. El mito, en algunas de mis obras, solo es el marco para llamar la atención sobre situaciones que nos aquejan a todos los seres humanos. Mi escritura no es para tomar posturas o ir en contra de algo, sino una invitación a pensar, analizar, decidir, escoger; a hacer conciencia de nuestro hoy histórico.

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