ARTÍCULOS ORIGINALES DE INVESTIGACIÓN
El extraño caso de la “u” invertida: o sea, el de la enmarañada toponimia del Nevado de Toluca*
The Strange Case of the Inverted "U", that is, the Tangled Place Names of the Nevado de Toluca
El extraño caso de la “u” invertida: o sea, el de la enmarañada toponimia del Nevado de Toluca*
Contribuciones desde Coatepec, vol. XV, núm. 30, pp. 17-34, 2016
Universidad Autónoma del Estado de México
Resumen: Este estudio ofrece un examen pormenorizado de los términos que se han utilizado para dar nombre al Nevado de Toluca desde el periodo colonial hasta el presente, en particular los dos más relevantes: Chicnauhtécatl y Xinantécatl . Las explicaciones presentadas muestran cómo el primer término, bien documentado para la época colonial, dio pie al invento del segundo, cuyo surgimiento en una publicación de 1854 se debió con toda probabilidad no a una corrupción de la voz original sino a la forma equivocada en que fue oída y transcrita.
Palabras clave: Chicnauhtécatl, Xinantécatl, Toluca, Nevado.
Abstract: The present study offers a detailed examination of the words used to identify the Nevado de Toluca from colonial to present times, with emphasis in the two more relevant place names: Chicnauhtécatl and Xinantécatl. The study follows the use of the first of those names, well documented in colonial times, and finds the invention of the second in a 1854 publication, not as a corruption of the original place name, but arguably as a result of a defective transcription of the sound.
Keywords: Chicnauhtécatl, Xinantécatl Volcano, Toluca City, Nevado Volcano.
Había una vez una montaña que se llamaba Chicnauhtécatl.1
Tal era el nombre con que se conocía en el siglo xvi, y con seguridad antes de la conquista, a lo que hoy llamamos Nevado de Toluca, hermoso volcán que domina un amplio paisaje natural y que, con 4,690 metros de altura sobre el nivel del mar, es la cuarta cumbre más alta de México. Lo del nombre lo sabemos porque así nos lo dicen, sin vacilación alguna, los documentos más antiguos que se ocupan de ella: la “Relación de las minas de Temascaltepec”, que es una descripción geográfica concluida en 1580 por el alcalde mayor Gaspar de Covarrubias, y la “Historia de los señores chichimecos hasta la venida de los españoles”, que es parte de la obra de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, célebre historiador texcocano que escribió hacia 1625.2 Son las únicas fuentes que han conservado información al respecto. Ninguno de los códices prehispánicos o coloniales nos da el nombre de la montaña –ni Chicnauhtécatl ni ningún otro–, si bien existe testimonio de una variante que mencionaré más adelante. Es de suponerse que había un nombre nativo, es decir, en lengua matlatzinca –que era la que se hablaba en la mayor parte de la región–, o en otomí, pero nadie se cuidó de registrarlo, así que se ha olvidado.3 El nombre Chicnauhtécatl es obviamente náhuatl, y es de suponerse que se difundió con la conquista mexica del valle de Toluca a fines del siglo xv.4
Esta montaña se ha convertido en uno de los símbolos del Estado de México (del mismo modo que la Malinche lo es del de Tlaxcala o el Cerro de la Silla de la ciudad de Monterrey), de manera que forma parte de un conjunto de tradiciones y referentes culturales. Pero en nuestros tiempos se le denomina Xinantécatl . No han sido pocos los esfuerzos dedicados a la difusión de este nombre, que por lo general es reputado como más auténtico o autóctono. Hoy en día es el topónimo oficial y como tal es reconocido ampliamente. Se le halla presente en documentos, nombres de calles, guías turísticas, celebraciones escolares y toda clase de funciones de gobierno. Sin embargo, en el habla cotidiana prácticamente todo mundo se refiere a la montaña como Nevado de Toluca , o simplemente como el Nevado , aun a sabiendas de que es un apelativo inexacto (pues lo de “nevado” le es aplicable sólo por excepción, aunque anteriormente no fue así)5y que no es un nombre propio específico. Pero ¿cómo es que la montaña cambió de nombre? ¿Estamos ante uno más de los frecuentes ejemplos de corrupción de un topónimo nativo? Algo hay de esto, pero el caso Xinantécatl tiene complejidades muy particulares y no se puede explicar como resultado de la simple corrupción de un vocablo.
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Empezaré mi estudio del enigma examinando las dos referencias que mencioné. La primera y más antigua, la relación de Covarrubias, es una de las conocidas “Relaciones geográficas” hechas a partir de 1577 en respuesta a la “Instrucción y memoria de las relaciones que se han de hacer para la descripción de las Indias”. La pregunta 18 de este documento rezaba así: “¿Qué tan lejos o cerca está [la jurisdicción en cuestión] de alguna sierra o cordillera señalada que esté cerca dél, y a qué parte le cae y cómo se llama?”.6 La respuesta de Covarrubias fue muy explícita: “Está una sierra nevada que todo el año tiene nieve a cuatro leguas y media del pueblo de Texcaltitlán,7 a la parte del septentrión, que en su lengua se dice Chicnagüitécatl ,8 que quiere decir «Nueve Cerros», porque los tiene a la redonda de sí. Dicen [que] tiene en lo alto un hueco grande, de ancho de más de un cuarto de legua, en el cual hay dos lagunas de agua, la una muy clara y la otra de color negro, donde en su gentilidad se dice [que] hacían sacrificios”. La descripción va acompañada de un rústico mapa donde aparece dibujada la “Sierra Nevada”.9 Se sabe porque tiene el nombre escrito, pues el dibujo es infame. Pero es una de las rarísimas representaciones gráficas del Nevado que se conservan de la época colonial.
La referencia de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl se halla en la “Tercera relación” de su ya citada “Historia de los señores chichimecos hasta la venida de los españoles”, que a su vez es parte de su “Sumaria relación de todas las cosas que han sucedido en la Nueva España”.10 Pero es muy parca, pues se limita a referir que el caudillo chichimeca Xólotl, tras recorrer e! valle de Toluca, “se fue a otro cerro muy alto que se dice Chiuhnauhtécatl ”,11 y que de éste bajó a Malinalco. La escritura es ligeramente diferente, pero el significado es el mismo. El contexto no deja lugar a dudas de que se trata del Nevado, lo que se confirma con otra mención más, muy de pasada, que aparece en otra parte de la obra de Ixtlilxóchitl, y esto a pesar de ciertas modalidades ortográficas.12
De estas referencias debemos decir dos cosas: que son confiables y excepcionales. Lo primero porque sus autores son dignos de crédito: uno, como funcionario cuidadoso en el cumplimiento de lo que se le encargó –y para confirmarlo basta analizar el contenido total de su “Relación”–, y otro, como historiador congruente y bien familiarizado con los detalles de su materia (se trata de uno de los pilares de la historiografía novohispana). Lo segundo porque, hasta donde he podido averiguar, el topónimo no aparece en ninguna otra de las numerosas referencias a la montaña que me ha sido posible localizar –salvo por la variante que mencionaré más adelante. De lo anterior cabe deducir que la voz Chicnauhtécatl (en cualquiera de sus modalidades ortográficas) no parece haber tenido difusión en el ámbito de la lengua escrita. Y es que los documentos coloniales se refieren a la montaña casi invariablemente como la Sierra Nevada.
Sierra Nevada era un topónimo ambiguo y poco específico, casi un nombre común, meramente descriptivo. Podría prestarse a confusión, pues a la lztaccíhuatl se le llamaba del mismo modo, y de ordinario se hablaba de ésta y de su vecino el Popocatépetl como de la Sierra Nevada y el Volcán.13 Esta expresión, por lo demás, parece haber sido tan nítida como la que usamos hoy día cuando nos basta referirnos a los Volcanes para dejar constancia inequívoca de que nos referimos a este par. Pero al menos en la región de Toluca la ambigüedad de los nombres no parece haber sido fuente de problemas. Su Sierra Nevada era reconocida con este nombre desde una fecha tan temprana como 1541. Así, por ejemplo, hallamos la mención en una licencia para que el ganado de Alonso de Villaseca, en el valle de Matalcingo (es decir, el valle de Toluca), pueda salir a pastar a los rastrojos, sabanas y ciénegas “que llegan hasta la Sierra Nevada” de fines de noviembre a fines de marzo.14
Las mismas “Relaciones geográficas” aportan otras referencias a la montaña aparte de la ya mencionada, pero hablan de la Sierra Nevada de Toluca (“Relación de Atlatlauhcan”, “Relación de Tasco”),15 o simplemente de “una sierra nevada” (“Relación de Teutenango”).16 Pocos años después, en 1597, la expresión seguía siendo la misma. Así se lee, por ejemplo, en un auto acordado en la petición de dos caballerías de tierra en términos de Zinacantepec, “hacia la Sierra Nevada, linde con el arroyo que pasa por el pueblo de San Pedro”.17 Y hay más. En un documento de 1607 se especifica una merced de tierras con estas palabras: “cuatro caballerías de tierra en términos del pueblo de Calimaya, linde con tierras del pueblo de Tlacotepec, entre los pueblos de San Juan y Santa María sujetos a los dichos pueblos de Calimaya y Tlacotepec, entre unas lomas que van desde un arroyo de la Sierra Nevada”.18 Otro documento del mismo año no es menos específico al hacer merced de un sitio de corral y dos caballerías de tierra en términos de los pueblos de Tenancingo y Tecualoya, “en la loma de San Bartolomé, sujeto al dicho pueblo, a la falda de la Sierra Nevada de Toluca”.19 Fray Juan de Torquemada, en su Monarquía indiana , aparecida en 1615, habla de los volcanes de México y evoca juntamente dos de ellos: “la sierra que llaman de Orizaba, que se ve treinta leguas la mar adentro viniendo de España para esta tierra, y la que se dice de Toluca, las cuales todo el año están coronadas de nieve, y esta última tiene una laguna de agua en su cumbre y cima”.20
De una época posterior son los siguientes ejemplos, entrelazados con diversas listas de topónimos y contenidos en los papeles de los frecuentes litigios sobre las aguas que bajaban por las laderas del volcán. Están datados entre 1727 y 1750:
1727. “Es de justicia el que mi parte [...] se ampare y mantenga en la cuasi posesión uso y goce de todas las aguas de la Sierra Nevada en los primeros quince días que son los de su tanda”. Siguiendo el litigio, que fue largo, se precisó que esas aguas que descendían de la Sierra Nevada se encauzaban por el Río Tecaxic.21
1743. Se hablaba de “las aguas que bajan de la Sierra Nevada”, y luego de “un rancho nombrado Santa Cruz inmediato al pueblo de San Francisco Calixtlahuaca y a cuyo linde pasa un río que recibe los derrames de otros dos que se hallan en tierras realengas nombradas de San Pedro y de la Sierra Nevada”.22
1750. “Las aguas que vienen de la hacienda de la Pila y de la Sierra Nevada sustentan los pueblos de Tlacotepec, Capultitlán, San Antonio Cacalomacán, Santiaguito, San Lorenzo, San Juan Bautista, San Juan Evangelista, Camposanto, San Miguel Pinahuizco, San Luis y Tepepan”, Se hablaba también del “río que nombran de la Sierra Nevada y Zinacantepec”.23
Los litigios continuaban a fines del siglo xviii por las mismas “aguas de la Sierra Nevada”.24 Y otras menciones remiten a la montaña en sí, como se puede ver en un plano elaborado para ilustrar los documentos de un pleito por tierras entablado de 1786 a 1804 entre los religiosos agustinos de Filipinas, propietarios de la hacienda de Tejalpa, y el dueño de la hacienda de la Huerta. En el plano figura el “picacho de la Sierra Nevada”.25
Francisco Javier Clavijero, que escribió su Historia antigua de México en versiones italiana y española entre 1770 y 1780, cuidó de dar los nombres nahuas de las más altas montañas mexicanas, pero no lo hizo al respecto del Nevado, al que identificó simplemente como “el de Toloccan”, es decir, Toluca.26 En otras palabras: se trataba de una montaña que no requería de un topónimo específico para identificarse. Todo mundo, al parecer, entendía bien de qué se trataba. El escritor José María Heredia narró con cierto detalle un viaje al “Nevado de Toluca” en 1838, pero no dio ningún otro nombre.27 Diez años antes, en marzo de 1828, en el desempeño de sus extraordinarios trabajos de triangulación geodésica y cartografía, Tomás Ramón del Moral subió al “Picacho del Campanario” en los bordes del cráter del “Volcán de Toluca”.28 Ya Alejandro de Humboldt se había referido al “Nevado de Toluca” y a su máxima cumbre, el “Pico del Fraile”.29 Parece, pues, que de alguna manera se habían formado topónimos específicos para distintas partes de la montaña. En cambio, ni recuerdos parecen haber quedado del nombre nativo en los documentos escritos –o acaso sí; pero hemos de esperar a analizar la variante que mencionaré más adelante.
Tal vez la voz Chicnauhtécatl aparezca en algún documento escrito en náhuatl, pero no tengo constancia de ello. En cambio, es muy probable que haya subsistido viva en el lenguaje hablado por la población local. Pero no parece haber sido adoptada por los hispanohablantes, al revés de lo que ocurrió con el nombre del Popocatépetl, que tuvo además la fortuna de ser fácilmente incorporado al lenguaje cotidiano en su forma abreviada: el Popo . Algo similar ocurrió con el Izta . Pero la expresión el Chicna , si alguna vez se profirió, no pasó al vocabulario popular.
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La terminación -técatl no era lo más común en los nombres de montañas (usualmente terminados en -tépetl ), pero tampoco era desusada, como en Tepoztécatl (o Tepozteco) –nombre de una peña bastante conocida al sur de la ciudad de México por sus restos arqueológicos, e igualmente de un prominente cerro adyacente al Pico de Orizaba–, o en Poyauhtécatl –que es un nombre en desuso del mismo Pico de Orizaba o Citlaltépetl.30Técatl en sí significa “morador” o “habitante”, pero en casos como éste se usa con un valor simbólico: se entiende que el morador es el cerro mismo o parte de él. Así, los “nueve moradores” del Nevado son nueve cumbres que se dibujan en los bordes dentados de su amplísimo cráter, o acaso ocho más una novena en el centro del mismo que divide a las dos pequeñas lagunas que se asientan en él. Cómo se cuenten estas cumbres es cuestión de gusto, pues lo mismo podría decirse que son sólo tres o cuatro, o diez o doce, según se las mire.31 Pero lo que es indudable es que la montaña tiene, sin duda, un cierto número de “moradores”, dispuestos a acomodarse al simbolismo que se les quiera dar. Además de esto, el nombre está relacionado con el del principal río que se desprende de la montaña, el Chicnahuapan (“Nueve Aguas” o “Nueve Manantiales”).32 Este río es el que actualmente conocemos como Lerma en virtud de pasar por la población de este nombre, llamada así desde su fundación como villa española en el siglo xvii en honor al duque de Lerma, Francisco Gómez de Sandoval y Rojas –valido de Felipe III que por un tiempo fue el hombre más poderoso de España.33
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Hay que tomar nota de que entre los lugares y sus topónimos (del griego τόπος + ŏνομα = nombre-de-lugar) la relación no es siempre constante, pareja o lógica. Muchos evocan algún rasgo del medio físico o la población, como ocurre con el nombre del activo volcán Popocatépetl –literalmente, “Cerro que Humea”–, y así pueden producirse miles de ejemplos. Pero otros son totalmente subjetivos, anacrónicos o incongruentes a la vista de las localidades correspondientes. Por ejemplo, un lugar llamado Valle Hermoso puede ser horrible, y la tierra verde evocada en el nombre de Groenlandia lleva más a la imaginación que a la realidad. Casi siempre es explicable el origen de un nombre (sea elaborado, sea producto de una mera ocurrencia), pero llega a haber algunos tan ajenos a la lógica o la gramática como cualquier interjección. El apelativo de Canadá, nunca explicado satisfactoriamente, pudiera, acaso, ser uno de ellos. Por si todo esto fuera poco, los lugares cambian de nombre, o puede haber dos o más topónimos para un mismo sitio. Esto es muy común tratándose de ríos o de espacios compartidos por gente de dos o más lenguas o culturas, y no es raro que algunas montañas reciban diferentes designaciones dependiendo del punto desde donde se las mire. Otros nombres son traducidos, corrompidos o reescritos siguiendo modas ortográficas. El tiempo deja su huella en ellos de un modo u otro. Todo lo dicho no nos habla ni de virtudes ni de fallas: los topónimos, sencillamente, son así.
Pero los topónimos no son palabras cualesquiera, sino que tienen una personalidad especial. No sólo evocan el lugar que nombran sino que parecen contener algo de su esencia y, a pesar de los cambios que experimentan, se mantienen vivos por siglos. Algunos llegan a ser casi sagrados y se espera que se les pronuncie con sumo respeto, más aún si están ligados a representaciones religiosas o patrióticas. Y en estos casos no es raro que se intente purificarlos, restaurarlos, limpiarlos de las impurezas que el tiempo les ha ido depositando y alcanzar, como resultado de ello, una nítida congruencia entre el lugar, la etimología y el simbolismo. En otras palabras, se espera que los topónimos no sean como son, sino como debieran ser.
Estas consideraciones ocupan un primer plano en asuntos como el que tratamos aquí, que involucra topónimos prehispánicos. Éstos son muy ampliamente valorados en México y a menudo, si hay la opción, se los prefiere a otros posteriores. Pero sobre todo se pone interés en purificarlos, restaurarlos y limpiarlos. A veces la tarea es sencilla, y puede limitarse a corregir un uso ortográfico discutible –como ocurrió en las localidades vecinas de la ciudad de México cuando desecharon las formas lxtapalapa y Tlálpam que habían suplantado a las más correctas lztapalapa y Tlálpan.34 Otras veces no es tan fácil, y es poco probable que algún día se revierta la corrupción de que resultaron los nombres de Orizaba o Cuernavaca (originalmente Ahuitzilapan y Cuauhnáhuac). En todo caso, son asuntos que interesan mucho a algunos filólogos e historiadores, pero sobre todo a los que encuentran en estos ejercicios una afirmación de su ideología.
Pero entre estos topónimos ilustres ninguno como Xinantécatl . La palabra ha causado quebraderos de cabeza porque se percibe algo impuro en ella, pero no se ha hallado el modo de restaurarla. Su etimología es inexplicable porque la primera parte, Xinan -, no parece conducir a nada. La conclusión a que se ha llegado, muy comprensiblemente, es que es la forma corrompida de una voz antigua y que para dilucidar sus misterios se le debe someter a un cuidadoso examen filológico.
Considerando que la solución al problema radica en encontrar el significado de tan extraña palabra, algunos estudiosos le han buscado una etimología lógica, razonable o correcta; es decir, pensando que el topónimo sea como debiera ser. El asunto intrigó a muchos.
Alfonso Luis Velasco, autor de una Geografía y estadística de la República Mexicana , publicada en 1889, dejó asentado que Xinantécatl significaba “Señor Desnudo”, de Xipetzic, “cosa desnuda”. La cubierta de nieve del Nevado, en efecto, no era mucha ni permanente. De ahí lo de desnudo.35 Levantaremos la ceja ante este ejercicio etimológico, pero no podemos tachar a Velasco de falta de imaginación. Mas no fue él quien difundió con éxito esa traducción tan... original, sino Manuel de Olaguíbel, autor de una Onomatología del Estado de México publicada en 1894.36 Cecilio Robelo (que no conoció o no tomó en cuenta la obra de Velasco y por tanto atribuyó la traducción a Olaguíbel) lo rebatió en 1900: “Ni está desnudo, ni es señor”, concluyó después de revisar las etimologías, pero sin proponer otra alternativa. Sólo consideró la posibilidad de que el nombre derivara de Chinantécatl , o sea “el natural de Chinantla”. Pero no. “Tal cual nombre es impropio para un volcán”.37 ¡Ese afán por querer que los topónimos sean como debieran ser!
Aquí conviene abrir un paréntesis. Manuel Orozco y Berra, buen conocedor del pasado mexicano, reconoció sin objeción alguna el nombre proporcionado por Ixtlilxóchitl, si bien lo reprodujo con la grafía Chiuhuauhtécatl .38 Y por otro lado, Francisco del Paso y Troncoso –editor de una primera edición de la “Relación de las minas de Temascaltepec”– se limitó, con muy buen tino, a poner una nota de pie de página con una observación tan simple como impecable: Chicnagüitécatl “escrito correctamente sería Chicnauitécatl y mejor aún Chicunauitécatl , nombre que se ha corrompido tanto con el tiempo que actualmente lo escriben y pronuncian Xinantécatl , dando de él, por consiguiente, muy diversa etimología”.39 Pero los asuntos etimológicos no eran el interés fundamental de estos dos autores, de modo que no participaron en el debate y, consiguientemente, no se les tomó en cuenta.
La discusión todavía habría de llenar muchas páginas. En 1936 el arqueólogo José García Payón opinó que la palabra –una de las “más discutidas” del Estado de México– provenía de chiuhnauhteca , habitante de Chiuhnautla, que debía entenderse como la región ocupada por los matlatzincas bajo el dominio tolteca. Aclaró que sería más propio escribir xiuhnauhteca , pues de ese modo se le podía hacer provenir de xiuhtic , “turquesa”, lo cual hacía más convincente todo el asunto. “Hemos encontrado el origen de la palabra Xinantécatl ”, concluyó ufano. Cierto que a García Payón no le ayudó mucho el ponerse a discurrir qué significaría eso de que los xiuhnauhtecas se denominaran de ese modo: ¿… se pintaban el cuerpo o las extremidades de azul oscuro? Más plausible fue otra suposición suya, basada en la idea de que era posible desligar de la palabra el componente nahui (“cuatro”): sería porque del Nevado, “teniendo [éste] cuatro picos, que como flechas parecen agujerear el firmamento, que desde lejos se veían azulados, recibió entonces la provincia el nombre de los ‘cuatro turquesados o azulados’”? En realidad la hipótesis, aunque muy mal explicada, era menos extravagante que las anteriores, pero el propio García Payón la descartó como válida para nombrar al volcán, pues prefirió inclinarse (de manera por demás rebuscada que no vale la pena detallar) a decir que el volcán se llamaba Toluca . Y concluye así: “Pero si bien el Nevado de Toluca sirvió para dar nombre al terreno que rodeaba, éste no podía ser al mismo tiempo el nombre de la montaña”.40 En fin.
Pero nadie abordó el tema con tanta pasión como el erudito mexiquense Javier Romero Quiroz, quien escribió en 1959 un pequeño librito para refutar las opiniones anteriores y proponer una nueva solución. Desautorizó todas. Lo del “Señor Desnudo”, razonablemente, no lo aceptó.41 La opinión de García Payón no le mereció mayor respeto: dijo que sus definiciones etimológicas carecían de base y que sus deducciones eran falsas. Curiosamente no le objetó lo de las cuatro cumbres. Pero después de discurrir sobre sutilezas en cuanto a la exacta etimología que se obtendría de poner ch o x , o poner o quitar una u o una h , calificó la propuesta del arqueólogo con un calificativo que seguramente le pareció demoledor: son “una simple suposición”.42 En cuanto a Chicnauhtécatl (palabra que conocía a través de la edición de las “Relaciones geográficas” que hizo Paso y Troncoso), lo rechazó debido a que su etimología le pareció, sencillamente, incorrecta. No encontró los nueve cerros viéndolo de donde se vea, sino “muchos picos y crestas en número mayor de nueve”, y agregó con gran orgullo indigenista que “el curioso observador náhuatl nunca se equivocó en el número de cerros cuando los señalaba”. Fin del asunto; y además “ técatl no significa cerro”. Y si hubiéramos de recordarle que la palabra aparece en la obra de Ixtlilxóchitl, “un verdadero experto en el idioma náhuatl”, Romero Quiroz nos deja prevenidos para que no quede duda: el distinguido historiador texcocano “no pudo equivocarse al escribir una palabra en su propio idioma que hubiera querido significar ‘Nueve Cerros’”: lo que pasa es que tomó el nombre de la “Relación de Temascaltepec” y lo copió sin fijarse. Finalmente, después de analizar el nombre del pueblo de Zinacantepec (o Tzinacantepec), cuyo topónimo, en traducción, ésta sí, inequívoca, significa “Cerro del Murciélago”, Romero Quiroz concluyó que Xinantécatl era una derivación o contracción de Tzinacantécatl (“Morador de Tzinacantepec”) y que éste era “el nombre verdadero de nuestro volcán”.43
El binomio Tzinacantécatl-Xinantécatl le resultó aceptable a la luz de consideraciones etimológicas y circunstanciales. Se trataba de nombres “toponímicamente correctos”, y la corrupción o simplificación del vocablo sonaba razonable. Curiosamente, los esfuerzos de Romero Quiroz no condujeron a pugnar por la difusión de la palabra Tzinacantécatl o en su defecto Xinacantécatl (casi igual en la pronunciación), sino que se conformó con haber quedado satisfecho con su explicación del origen de la voz Xinantécatl , olvidándose de la restauración de la forma –según él– original. O bien le flaqueó su purismo etimológico, o le quedaron dudas al respecto, o bien no quiso darle mucha difusión a lo que pudo haber sido un topónimo de uso muy localizado (cosa que, en el ámbito político del Estado de México, donde él se movía, podría resultar políticamente incorrecta). Pero la verdad es que no sería nada raro que en los tiempos en que se hablaba del Chicnauhtécatl los habitantes de Zinacantepec prefirieran hablar de su Zinacantécatl, lo cual es comprensible: no le hacían mucha violencia al nombre y satisfacían su amor propio. Ya hemos hecho notar que no es raro que algunos cerros reciban nombres diferentes según se los mire de un lado u otro. A pesar de todo no hemos de reprimirnos en rebatir a Romero Quiroz con una sopa de su propio chocolate: este posible uso local no está documentado. Se trata de “una simple suposición”.
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Curiosamente, nadie se ha hecho una pregunta tan sencilla como crucial para abordar la problemática del Xinantécatl de manera lógica y consistente: ¿de dónde surgió la palabra?
Tampoco se ha reflexionado sobre el fundamento de las sesudas indagaciones etimológicas que se han hecho –con grandes masturbaciones mentales a propósito de si el significado es tal o cual según se ponga una ch o una x , una u o una h . Porque hay que notar que todas provienen de la lectura o interpretación de formas escritas, pero nunca oídas, y de las que además, suponiendo que alguien las haya oído, no se puede asegurar que hayan sido bien transcritas ni que hayan llegado sin erratas a las publicaciones en que se les puso. Publicaciones entre las que, hay que notar, pocas se distinguen por su esmero editorial.
Mi opinión es que el problema no está en las etimologías. Está en la vista cansada.
Xinantécatl apareció, acaso por primera vez y sin explicación alguna, en la “Estadística del Departamento de México” incluida en los Anales del Ministerio de Fomento de 1854. Y esto, en un párrafo referido no a la montaña en sí sino a sus aguas: “De los deshielos del Xinantécatl, conocido por el Nevado de Toluca, se forma el río nombrado de la Presa”.44 En la misma “Estadística” se dejó ver también una forma más que aún no hemos considerado pero debemos añadir a nuestro ya nutrido catálogo de modalidades, variantes, variaciones y diferencias. El párrafo que la contiene dice así: “En gran parte es montuoso el terreno [de la Villa del Valle, o sea el actual Valle de Bravo] por ser una parte de la falda del Zinacatécatl , el Nevado de Toluca, y por esto está llena de mesas, de valles y barrancas”.45 Esta palabra pudo ser una variante de Tzinacantécatl , la favorita de Romero Quiroz,46 si es que este topónimo aparentemente local realmente se usó, o pudo ser una mera inconsistencia fruto de un descuido editorial, de lo cual hay abundantes evidencias en la citada obra.
Pero en ella hay otras muchas menciones de la montaña y no vuelve a aparecer su topónimo nativo. En un capítulo donde se habla específicamente de montañas, la referencia es más cauta: “Entre los cerros [...] mencionados se halla el muy notable del volcán que llaman el Nevado de Toluca”. Se explica en seguida que “el río que baja de las vertientes del Nevado y pasa por Toluca sirve para regar las sementeras de varias haciendas”. Luego, al hablar de Tenango del Valle, señala un depósito de plata “al pie del Volcán de Toluca”, y en otros puntos refiere que “una sección del Nevado de Toluca pertenece también a Calimaya”, que varios ríos de Tecualoya proceden de la “Sierra Nevada”, que los de Zacualpan proceden “del Volcán de Toluca”, y que otras corrientes de agua de Ixtapan de la Sal “tienen su origen en la Sierra del Volcán o Nevado de Toluca”.47 Estos nombres tan comunes se imponían, pues, en la propia “Estadística”.48
Esta obra fue el fruto de un esfuerzo colectivo promovido por la Secretaría de Fomento.49 Para elaborarla, varias gentes se ocuparon de recorrer la jurisdicción del entonces Departamento de México (fue durante uno de los periodos centralistas) y visitar sus archivos. Fue entonces, seguramente, que algunos de ellos escucharon el nombre de la montaña, concediendo que el topónimo se conservara vivo entre la población local de ciertos lugares –o acaso lo escucharon de algún anciano informante que lo recordaba. Debieron de haberlo anotado por ahí, o se conformaron con retenerlo en la memoria para el momento de la redacción final.
La explicación ordinaria sería que Xinantécatl fue el resultado de la corrupción del topónimo original de la montaña a través del tiempo, pero es posible lanzar una hipótesis más, tan perversa como fascinante: que todo vino del modo como se escribió o se copió. El topónimo original no se había corrompido en lo más mínimo; acaso se pronunciaba con ligeras variantes. En cierto momento a un anónimo empleado de la Secretaría de Fomento que hacía sus recorridos para recopilar información le hablaron del Chicnauhtécatl. El oyó algo como Shinautécatl y escribió en sus notas de campo Xinautécatl (una transcripción pobre, pero no necesariamente una palabra corrompida –y todos sabemos que la x náhuatl tiene el valor de sh ). En cualquier momento se haría presente el defecto muy común de hacer un trazo manuscrito casi indiferente para la u y para la n , o bien el de confundir ambas letras, dejando la incógnita del Xina?técatl . Algo como esto:
Y en esa época, como bien sabemos, los libros se formaban a mano, letra por letra. Acaso el buen cajista que formó los Anales de 1854 interpretó la u como n , o puso la u boca abajo, o no lo pensó mucho, u olvidó sus gafas, seguido a lo cual lanzó al mundo, instantáneamente, una nueva palabra.50 Luego difundieron este nombre quienes lo leyeron, no quienes lo oyeron.
Hija de la corrupción o de la vista cansada, o simple resultado de una encrucijada de posibilidades, Xinantécatl fue una voz que nació y se difundió con suerte –con una suerte extraordinaria y realmente incomprensible para una palabra tan nueva y con tan débil sustento. Pero era una época en que empezaba a ponerse en boga el rescate (e incluso la siembra) de topónimos nahuas. Su oscuro significado la hacía doblemente intrigante y eso explica los arduos esfuerzos por descubrirle una acepción correcta. Nada de eso impidió que el nuevo nombre del Nevado de Toluca alcanzara el prestigio de una denominación oficial, sobre todo una vez que se le halló la etimología “toponímicamente correcta” (y también políticamente correcta) que tanto se buscó. A Chicnauhtécatl , en cambio, le aplicaron la ley del hielo. Como si hubiera sido víctima de una maldición.
Se dirá ahora de mi propuesta lo que ya se ha dicho de otras: es “una simple suposición”. Tal vez. Excepto que falta tomar en cuenta una variante del nombre del Chicnauhtécatl que desde un principio ofrecí mencionar pero la he guardado hasta este momento. La palabra aparece en el traslado del texto de una merced que se hizo el 28 de octubre de 1563 “a los naturales del pueblo de Santa María Nativitas Tarimoro, sujeto a Metepec, de un sitio de estancia para ganado menor en el llano que está al pie del volcán que nombran Chiuhnauhtzin ”.51 Esta palabra deriva de una de varias formas de referirse al nueve – chicnahui, chiconahui, chiuhnahui, chiucnahui ,– y termina con un sufijo reverencial: equivale a decir de manera muy respetuosa “El Nueve” o “Los Nueve”. En el fondo equivale al Chiuhnauhtécatl de Ixtlilxóchitl y a los “Nueve Cerros” del Chicnagüitécatl tan palmariamente señalados por Gaspar de Covarrubias en su “Relación de Temascaltepec”. Relación que, por cierto, nos da el testimonio más exacto, preciso y explícito que tenemos al respecto del tema que nos ha ocupado. Ahora es posible añadirle una evidencia un poco más antigua. No es una equivalencia exacta, cierto, pero fortalece el valor de esa fuente en la cual, desde hace mucho, debimos haber confiado. Y además hace que mi “simple suposición” resulte mucho más sustentable. La evidencia disponible, y sin duda alguna las fuentes más antiguas y directas, apuntan al hecho de que el elemento clave del nombre del Chicnauhtécatl es el número nueve.
¡Tan sencillo que hubiera sido haberle hecho caso desde un principio al meticuloso alcalde mayor que recogió fresco y de primera mano, en 1580, el topónimo del Chicnauhtécatl e inclusive lo tradujo! Tuvo mala fortuna, el pobre, y lo mismo quienes, como Orozco y Berra o como Paso y Troncoso, aceptaron o al menos no objetaron la evidencia que se les presentó. En cambio, ese héroe anónimo que se hizo bolas con el Xina?técatl ( ¿Xinautécatl? ¿Xinantécatl? ¿Xinautécatl? ¿Xinantécatl? ) desató una pequeña tempestad. Como las que se experimentan, a veces, al recorrer las rocosas cumbres de los “Nueve Cerros” en un día de mal tiempo.
Ahora hemos de decidir si ha llegado o no el momento de romper una lanza por el olvidado Chicnauhtécatl y ayudar a que la desnuda montaña recupere su hermoso nombre. O, por lo menos, a que al maltratado Xinantécatl le pongan la n boca arriba.52
Referencias
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Notas
Notas de autor
Tiempos y lugares: Antología de estudios sobre poblamiento, pueblos, ganadería y geografía en México (2014); Las regiones de México: Breviario geográfico e histórico (2008); “Hernán Cortés y la invención de la ‘Conquista de México’” (2016); “El naturalista frente a la historia y el historiador frente a la naturaleza: Las enseñanzas de Alcide d’Orbigny” (2016); “Encomenderos españoles y British residents: El sistema de dominio indirecto bajo la perspectiva novohispana” (2011); Señoríos, pueblos y municipios: Banco preliminar de información relativa a la genealogía de las unidades políticas y territoriales básicas de Mesoamérica, Nueva España y México (con Gustavo Martínez Mendoza, 2012);“La ordenanza del marqués de Falces del 26 de mayo de 1567: Una pequeña gran confusión documental e historiográfica” (2002); Los pueblos de la Sierra: El poder y el espacio entre los indios del norte de Puebla hasta 1700 (1987); Historia de México (1985) y Las carreteras de México (1891-1991) (1992). Ha contribuido con capítulos en la Nueva historia mínima de México (2004) y la Nueva historia general de México (2010).
Además de lo anterior tiene numerosos trabajos en publicaciones académicas de todo tipo y escribe con frecuencia en la revista Arqueología Mexicana.