Artículos de investigación
Recepción: 22/07/2021
Aprobación: 18/10/2021
Resumen: El artículo analiza la incidencia de las epidemias de tifo y viruela de 1813-1814 en la parroquia de Xocotitlán, en el centro de la Nueva España. El análisis se hace a partir de la edad, calidad, lugar de residencia de la población y movimiento estacional. Se sostiene que en Xocotitlán no hubo ninguna relación entre la crisis agrícola de 1809-1811 y la crisis demográfica de 1813-1814 que asoló a la Nueva España. La crisis demográfica afectó las distintas calidades de la población de Xocotitlán, pero principalmente a los indios, por ser la población más numerosa, y no la peor alimentada, pues contaban con recursos y estrategias para hacer frente a una eventual crisis agrícola.
Palabras clave: Tifo, Viruela, Xocotitlán, Crisis demográfica, Crisis de subsistencia.
Abstract: The article analyzes the incidence of the typhus and smallpox epidemics of 1813-1814 in the parish of Xocotitlan, in the center of New Spain. The analysis is based on age, quality, place of residence of the population, and seasonal movement. It is argued that in Xocotitlan there was no relationship between the agricultural crisis of 1809-1811, and the demographic crisis of 1813-1814 that devastated New Spain. The demographic crisis affected the different qualities of the population of Xocotitlan, but mainly the Indians, as they were the most numerous population, and not the worst fed, as they had the resources and strategies to face an eventual agricultural crisis.
Keywords: Typhus, Smallpox, Xocotitlan, Demographic crisis, Subsistence crisis.
Introducción1
En 1813 la Nueva España registró la última epidemia severa de su historia (Márquez, 1994).2 Señalada en la época como un brote de fiebres misteriosas, la historiografía moderna la ha identificado como una epidemia de tifo, originada a raíz del sitio impuesto por las fuerzas realistas de Félix María Calleja a los insurgentes de José María Morelos en Cuautla, en 1812. El sitio generó condiciones propicias para la aparición del tifo, que se diseminó por el territorio novohispano tras la dispersión de los insurgentes, una vez roto aquel. La epidemia cobró numerosas vidas, muchas más que las provocadas por la guerra de insurgencia novohispana iniciada tres años atrás (incluso la cantidad de muertes rebasó las ocurridas posteriormente con las pandemias de cólera de 1833 y 1850) (Juárez y Canales, 2017). La epidemia de fiebres misteriosas se sumó al aciago panorama de 1809-1811 que inició con una crisis agrícola, causada por sequías y heladas que mermaron la producción agrícola, y fue agravada por el estallido de la insurgencia en septiembre de 1810 (Molina, 2010).
La relativa cercanía temporal —aunque no forzosamente coincidencia— entre las malas cosechas; la guerra insurgente, que incrementó la demanda de granos para los combatientes y sus animales; y la epidemia de 1813, desencadenaron una crisis de mortalidad en diversas poblaciones novohispanas. Lo anterior permitió que una primera generación de historiadores relacionara los problemas agrícolas con los demográficos. La crisis de 1813 recordaba el bienio 1785-1786 y el denominado Año del Hambre; ante la carestía de granos o su precio elevado, la población subalimentada no hubiera contado con las defensas suficientes para hacer frente a la epidemia, de modo que se elevó el número de muertos.3 Esta hipótesis ha sido cuestionada posteriormente por varios autores, quienes se enfocaron en estudios de caso en Zinacantepec (Canales, 2006; Canales, 2009), Ixtlahuaca (Juárez, 2011; Juárez y Canales, 2017), Atlacomulco (Molina, 2010), Toluca (Javier, 2017), Almoloya (Escobar y Torres, 2017) y Metepec (Severo, 2004; 2018).
Las nuevas investigaciones realizadas han partido de las fuentes parroquiales —de bautizos, matrimonios y defunciones— para trazar la dinámica poblacional y corroborar que entre 1813 y 1814 se verificó un alza de los entierros frente a un bajo número de bautizos y matrimonios, situación comprensible al ser los adultos el sector de la población más afectado. Este último hecho permitió identificar la causa de la epidemia, aunque las fuentes parroquiales no siempre consignaron la causa de la muerte. Con diversos argumentos, los trabajos más recientes han negado la relación entre la crisis agrícola (escasez de granos, elevación de precios) y de subsistencia (falta de alimento) con la crisis demográfica generada por el tifo, sobre todo porque el valle de Toluca contaba con múltiples recursos, además de los agrícolas, para hacer frente a una eventual crisis agrícola y, por ende, de subsistencia.4
En este tenor, nos dimos a la tarea de revisar la crisis sufrida durante el periodo 1813-1814 por los habitantes de la parroquia de Xocotitlán, población ubicada en el valle de Ixtlahuaca —contiguo al de Toluca— y vecina de Ixtlahuaca y Atlacomulco (mapa 1). A diferencia de las tesis y los estudios anteriormente publicados, que parten de los conteos de las partidas de bautizos, matrimonios y defunciones en los dos años críticos, se pretende analizar solo la mortalidad registrada en Xocotitlán durante el periodo comprendido entre 1811 y 1816. Considerar los entierros en los años previos y posteriores a la crisis demográfica de 1813-1814 permite valorar con más exactitud el ascenso de la mortalidad causada por el tifo. A raíz de la consulta de las fuentes parroquiales se identificó también un brote de viruela en 18145 que afectó principalmente a los párvulos de Xocotitlán, como suele ocurrir durante las epidemias de ese tipo. Además de identificar cuáles grupos de edad fueron los más mermados, se analiza la incidencia de ambas enfermedades en la población, distinguiendo la calidad y el lugar de residencia de los óbitos. También se registra el movimiento estacional que tuvieron ambas epidemias.
Con dos epidemias ocurridas de manera sucesiva, que fueron precedidas por una crisis agrícola, y en el contexto de la insurgencia novohispana, muy notoria en este pueblo durante 1811, Xocotitlán estuvo inmerso en una situación de marcada incertidumbre ante el futuro.
Sobre el corpus documental y la población de Xocotitlán
Los libros de entierros disponibles para la parroquia de Xocotitlán entre 1811 y 1816 se consultaron en línea, en la plataforma de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Antes de presentar los resultados obtenidos por medio del método agregativo, cabe hacer algunas precisiones sobre el uso de las fuentes parroquiales y la información que suministran en torno a la población estudiada.
En los libros de entierros de la parroquia de Xocotitlán se registró indistintamente a toda la población,6 de tal suerte que en los mismos volúmenes se hallan párvulos y adultos; en el caso de estos últimos, se señala si se trataba o no de solteros o de doncellas (es decir, mujeres solteras). Asimismo, aparecen juntas las partidas de españoles, indios (pero se distingue a los principales, calificados como caciques), mestizos, castizos, y se consigna al menos una mulata durante el periodo estudiado (Petra Guadalupe Sandín, viuda de cincuenta años radicada en Xocotitlán) (ij, s/f; apx, 1801-1814 [1814]: f. 9v). La población predominante era la india. En algunas ocasiones, el párroco7 no asentó la calidad de la persona muerta, por lo que para efectos de este estudio hacemos un conteo aparte de aquellas personas cuya calidad no se consigna. Lo que anotó siempre fue el lugar de residencia de las personas muertas, aunque omitió mencionar la causa de su deceso, salvo contadas ocasiones, cuando la muerte fue súbita o producto de algún accidente (como caídas de caballo, quemaduras, fusilamientos y riñas). Así, por ejemplo, se habla de José Toribio Ballesteros, sirviente de la hacienda de Mexe, muerto en abril de 1812 a consecuencia de heridas (ij, s/f; apx, 1801-1814 [1812]: f. 159r.), o de José Ignacio Maldonado, vecino de Xocotitlán, quien fue fusilado el 19 de febrero de 1813 (ij, s/f; apx, 1801-1814 [1813]: f. 168r.). Las condenas a la pena capital se debieron al movimiento insurgente que afectó a Xocotitlán, en particular en 1811, como comentaremos más adelante.8
Las muertes consignadas en el periodo 1813-1814 en las partidas corresponden, por un lado, y en buena medida, a defunciones ocurridas por tifo y viruela.9 Al final de esos años el cura advirtió que la población había padecido “fiebres malignas” y una “peste de viruelas” (ij, s/f; apx, 1801-1814 [1813]: f. 231r.; 1814-1834 [1814]: f. 20r.). Por otro lado, la historiografía ha identificado las epidemias que sufrió la Nueva España durante este bienio, por lo que no queda la menor duda sobre el origen del elevado número de defunciones acaecidas entre 1813 y 1814.
Asimismo, las partidas de entierros revelan que los pobladores de Xocotitlán solían contraer nupcias con personas de su misma calidad, por lo que es posible hablar de una homogamia generalizada, ya que se encontró un solo caso que hizo excepción a la regla: corresponde al matrimonio de María Marcela, mestiza, casada con el español Jerónimo Pacheco, ambos vecinos de Xocotitlán. María Marcela fue sepultada el 28 de septiembre de 1813 (ij, s/f; apx, 1801-1814 [1813]: f. 172v.).
Siguiendo el criterio empleado en investigaciones previas que han abordado la epidemia de tifo de 1813, se analiza su incidencia en los dos grupos de edad registrados en la documentación (adultos y párvulos). Cabe destacar que en diversas ocasiones quienes no son señalados como párvulos tienen una edad cercana a la de estos (como puede verse por las edades registradas en las partidas). Es el caso en particular de los solteros y las doncellas, los cuales a veces aparecen registrados con los nombres de sus padres, como sucede siempre con los párvulos (con excepción de los huérfanos). Por un lado, la cercanía en edad que algunos de estos solteros y doncellas tienen con los párvulos es un dato que se debe tomar en cuenta, pues más adelante ayudará a entender la aparente anomalía que presenta el año de 1814 respecto del principal grupo de edad más afectado por la viruela. Por otro lado, cuando el párroco anotaba la muerte de párvulos, ya fueran infantes de meses, o de 1 a 8 años, en ocasiones señalaba que eran “niños de pecho”, los cuales por razones evidentes se han agregado al grupo de párvulos.
Para el presente análisis se recurrió al método agregativo, definido como la suma de eventos, en este caso defunciones, durante un determinado periodo, sin tomar en cuenta la identidad de las personas registradas (Cardoso y Pérez, 1976; Rabell, citada en Juárez y Canales, 2017). Los conteos de las muertes se han hecho por edad, calidad, meses (para ver el movimiento estacional) y de forma anual; los datos obtenidos fueron concentrados en cuadros y gráficos.
Por último, cabe subrayar que los registros no necesariamente consignan los datos vitales de la totalidad de la población, la cual no siempre dejaba constancia de los nacimientos y las defunciones.10 Las fuentes parroquiales permiten acercarse a la demografía de las sociedades del pasado, pero no proporcionan una imagen exacta de su evolución. En la parroquia de Xocotitlán, por ejemplo, se ha documentado que a principios de abril de 1811 la población india se alzó en armas para manifestar su apoyo a la causa insurgente. Al enterarse de esta situación, las autoridades de la subdelegación de Ixtlahuaca, a la cual estaba sujeta Xocotitlán, intentarían aplacar el movimiento mediante el envío de una fuerza armada el 6 de abril. Las hostilidades fueron sumamente violentas, toda vez que los indios emboscaron a la compañía militar y apedrearon al cura del pueblo, don José Ignacio Muñiz, quien quiso calmar los ánimos de los insurrectos sacando en procesión al Santísimo Sacramento por las calles del pueblo. Los sublevados quemaron la casa de este último y dieron muerte al subdelegado de Ixtlahuaca, don Francisco Gómez Fraile, quien comandaba la acción militar represiva. Finalmente, el 13 de abril las fuerzas realistas lograron entrar a Xocotitlán y, tras una refriega librada dos días más tarde, ultimaron a un gran número de insurgentes, con lo que concluyó el levantamiento (Ramírez, 2010).
Se sabe que hubo al menos 15 muertos entre los insurgentes en las acciones del 6 de abril, y más de 400 en la batalla del 15 de abril. Sin embargo, en las partidas de entierros de abril de 1811 solo aparecen cinco fallecimientos, todos de párvulos; nadie se encargó de consignar los entierros que muy probablemente se efectuaron sin la presencia de un sacerdote (ij, s/f; apx, 1801-1814 [1811]: f. 148).11 Las partidas, hechas por José Ignacio Muñiz (que aunque afectado, sobrevivió a las maniobras de los indios insurrectos) no dan cuenta de la gran cantidad de combatientes muertos en abril de 1811. Esto es normal, dado que la Iglesia cobraba por registrar los decesos y es posible que, en este caso, los fallecimientos no fueran anotados porque no se pagaron. Aunque las fuentes parroquiales disponibles para Xocotitlán no permiten medir con exactitud la mortalidad a consecuencia de la insurrección, su estudio sí muestra la ocurrida por el tifo y la viruela.
En relación con la totalidad de la población que integraba la parroquia de Xocotitlán durante el periodo estudiado, aun cuando no se cuenta con datos suficientes para saber con exactitud el número de habitantes, es posible hacer una estimación con las cifras disponibles. Por un padrón levantado en 1776 se sabe que la parroquia contaba con 5289 habitantes, entre indios, españoles, mestizos, castizos y mulatos. De esta cantidad, 4410 eran indios, quienes formaban la calidad más numerosa de Xocotitlán. Asimismo, de esta suma, 1993 correspondía a indios casados, viudos y solteros, es decir, el sector de la población india que tributaba (agi, 1776). Esta cifra se mantuvo más o menos estable en los años sucesivos, pues de acuerdo con los números presentados por el reglamento de bienes de comunidades de la jurisdicción de Ixtlahuaca, elaborado en 1808, se señala para Xocotitlán la cantidad de 1807 tributarios (agn, 1808: fs. 294r-296r.).
Ahora bien, la suma de los números de habitantes de los pueblos pertenecientes a la parroquia señalados por Dorothy Tanck (2005) para 1800 reporta la cifra de 3325, la cual compete solo a los indios.12 Evidentemente, la cifra sería más alta si se supiera el número de habitantes españoles y de las demás calidades. Por desgracia, no se cuenta con más datos al respecto. Los datos disponibles permiten señalar que a fines del siglo xviii y principios del xix, en números redondos, la población de Xocotitlán alcanzaba los 5000 habitantes, de los cuales tres y hasta cuatro quintas partes eran indios. Casi dos quintos de ellos eran tributarios.
Etiología del tifo y la viruela
El tifo, enfermedad de procedencia euroasiática, fue traída por los conquistadores europeos y diezmó a la población nativa durante el brusco descenso demográfico inicial del siglo xvi. En siglos posteriores, los indios también serían afectados por las epidemias de tifo, pero la enfermedad atacaría por igual a los demás grupos sociales. El tifo no era, por tanto, una enfermedad desconocida en la Nueva España a principios del siglo xix. Cuando esta enfermedad se propagó en 1813, se identificó como cocoliztli, matlazáhuatl o tabardillo. Este mismo mal ya había atacado a la población en siglos anteriores y en años más recientes, en 1737 y 1762 (Juárez y Canales, 2017).13
No se supo de la etiología y el modo de transmisión del tifo sino hasta el siglo xx. Al no haber vacuna contra el tifo ni tampoco el insecticida ddt, nada impedía la proliferación de los piojos, vector del tifo; además de que esta enfermedad no genera inmunidad permanente (Juárez y Canales, 2017). El tifo se propaga por la pulga de la rata (que provoca el tifo murino o endémico) y el piojo humano (que causaba el tifo epidémico o humano); el tifo epidémico es mucho más letal que el murino. Las bacterias que causan esta enfermedad son la rickettsia prowazekii, en el caso del tifo humano, y la rickettsia typhii o mooseri, tratándose del tifo murino. En 1813 al tifo se le denominó como matlazáhuatl, ‘fiebres misteriosas’ (Escobar y Torres, 2017) o —tal es el caso de nuestra parroquia de estudio—fiebres malignas. Causaba temperaturas elevadas, aunque no era su único síntoma. Los enfermos de tifo inicialmente presentaban un fuerte catarro; después de una semana o un poco más seguían con calentura, escalofríos, dolores de cabeza —así como en los músculos y el pecho—, deshidratación, vómitos, sarpullido en las axilas y luego en el cuerpo, los brazos y las piernas. El sarpullido se manifestaba como manchas punteadas en la piel. La calentura duraba en promedio dos semanas o más (Javier, 2017; Juárez y Canales, 2017; Escobar y Torres, 2017). Aunque el tifo atacaba por igual a párvulos y adultos, morían más adultos, indicador que permite precisar su presencia, a pesar de que no se consigne la causa de muerte en las fuentes parroquiales.
Los piojos de un humano se alimentan de su sangre. Cuando este tiene fiebre, se pasan a otras personas, a las que pican defecando junto a la picadura. Al rascarse, el afectado introduce al torrente sanguíneo la rickettsia que se halla en el excremento del piojo. Otra forma de adquirir el tifo era llevar ese excremento por medio de las manos a la nariz, boca u ojos. Concuerdan los estudiosos en que las condiciones insalubres y el hacinamiento facilitaban la difusión del tifo, pues los piojos y su excremento podían permanecer muchos días en la ropa de cama y transmitir así la enfermedad. Esta falta de higiene la padecieron los insurgentes de Cuautla.14 Acabado el sitio en mayo de 1812, los enfermos de tifo diseminarían la enfermedad a otras poblaciones novohispanas del centro, Bajío y occidente de México (Juárez y Canales, 2017; Molina, 2010). En el valle de Ixtlahuaca, el tifo irrumpió en agosto de 1813, es decir, tardó más de un año en llegar desde el inicio de la epidemia.
La viruela fue también una enfermedad introducida por los europeos a suelo americano. A diferencia del tifo, que era transmitido por un vector, la viruela se contagiaba de humano a humano y, a diferencia también de aquel, inmunizaba de por vida a los sobrevivientes. Solo hasta el uso de la variolización (introducción de costras infectadas en una pequeña herida) a finales del siglo xviii y el posterior desarrollo de la vacuna a principios del siglo xix —aplicada en 1814 en la parroquia de Xocotitlán—, se logró reducir el número de fallecimientos y favorecer así el crecimiento de la población (Juárez y Canales, 2017). Contrario a lo que ocurre con el tifo, la viruela afectaba principalmente a los párvulos. Esta enfermedad fue declarada extinta en el mundo en 1977, después de intensas campañas de vacunación.
Las epidemias de tifo y viruela: incidencia por edades, calidades y lugar de residencia
Como puede apreciarse en el cuadro 1 y en la gráfica 1, que ilustran la tendencia anual de las defunciones en Xocotitlán entre 1811 y 1816, se registraron 129 entierros en 1811 —se omiten los decesos que causó la insurrección de abril de 1811—15 y al año siguiente 174; para 1813 la cifra se incrementó considerablemente: poco más de cinco veces respecto del año anterior, ya que se consignaron 1017 entierros. Para 1814 hubo casi la mitad de fallecidos (561), pero la cantidad de óbitos no deja de ser elevada en comparación con los decesos de 1811 y 1812, y los de 1815 y 1816, cuando se regresa a la normalidad.
Como se advierte, en el cuadro 1 se asienta la incidencia de la mortalidad en cada grupo de edad. Entre 1811 y 1814 mueren más adultos que párvulos. Para 1815 y 1816 la situación se invierte: la mortalidad infantil supera la adulta (gráfica 1), como suele suceder en años sin epidemia.
La mayor cantidad de entierros durante el periodo abordado corresponde a 1813 y coincide con la epidemia de tifo que asoló diversas poblaciones novohispanas (véanse algunos ejemplos en la Intendencia de México en el cuadro 2) y afectó principalmente a los adultos, como también puede confirmarse en Xocotitlán en ese año, así como a un quinto de la población total de la parroquia, según las estimaciones hechas. La nota con la que cierran las partidas de entierros de aquel año despeja toda duda sobre la causa de la multiplicación de los decesos: “fallecieron en el año de 1813 en la epidemia general de América 1019 almas. Se prolonga aún todavía esta fiebre maligna en el siguiente año de 1814 hasta principios de julio y le sucede la peste de viruelas” (ij, s/f; apx, 1801-1813 [1813]: f. 231r).16 En esta aclaración se explica por qué la mortalidad se mantiene elevada en 1814, cuando cunden las dos enfermedades al mismo tiempo. La viruela de 1814 ha sido identificada por diversos autores y no fue privativa de Xocotitlán, por lo que se descarta la presencia de una endemia. Al parecer la epidemia provenía de Veracruz, de donde se extendió a Perote, la Ciudad de México, Tlaxcala e Hidalgo (Viesca, 2010), y alcanzó también el valle de Ixtlahuaca (Juárez y Canales, 2017), así como la Nueva Galicia en 1815 (Argumaniz, 2019; Becerra, 2017).
Llama la atención que la viruela, detectada en 1814, no atacó solamente a los párvulos. Se contaron 324 óbitos adultos, contra 237 párvulos fallecidos. No obstante, al cierre de las partidas de 1814 nuevamente figura una nota aclaratoria que dice lo siguiente: “Se han sepultado en todo este año de 1814 en esta parroquia y sus pueblos 408 [sic], los más han sido párvulos, víctimas de las viruelas, a pesar de cuantas más inoculaciones se practicaron que fueron de todas edades inoculados 1241” (ij, s/f; apx, 1814-1834 [1814]: f. 20r). ¿Cómo explicar esta contradicción? Según se indica líneas atrás, en varias de las partidas no se señalan como párvulos a niños hasta de 9 años cuya muerte se registra junto con los nombres de sus padres respectivos. Si se incluyese en el conteo de los párvulos a esos niños que no se califican como tales, la proporción entre párvulos y adultos cambiaría mucho. Pero, independientemente de esto, no puede perderse de vista que en 1814 se prolongó el tifo que siguió afectando más a los adultos, como puede verse en el cuadro 3. Si nos atenemos a la nota de 1813 que señala que las fiebres malignas se extendieron hasta principios de julio, no es sorprendente constatar que la cifra de deceso de adultos exceda la de los párvulos.
En el cuadro 2 se presenta, para fines comparativos, los muertos de tifo registrados en una serie de parroquias pertenecientes a la Intendencia de México, en las cuales comenzó la epidemia en 1813. Se advierte que no hay mucha diferencia entre los decesos ocurridos en Xocotitlán y Atlacomulco, que son parroquias vecinas. Todas las cifras mencionadas en el cuadro, salvo la correspondiente a Xocotitlán, se refieren a los años 1813-1814, por lo que si se agregaran a los 1017 muertos de 1813 la cifra de los registrados para 1814 (561), la cantidad de muertos en Xocotitlán sería superior a la de Atlacomulco. No se ha procedido de esta forma porque los decesos en 1814 no se debieron solamente al tifo, sino también a la viruela.
Si se analiza ahora la incidencia de las epidemias en las calidades aludidas en los registros17 sobresalen los muertos indios, como sucede también en años normales porque Xocotitlán contaba predominantemente con población indígena. En este caso fue su presencia numérica y no su régimen alimenticio —bajos niveles de alimentación, falta de recursos alimentarios o hambre— o su desconocimiento de las formas de transmisión y contagio, la causa por la cual resultó ser la población india la más afectada en la parroquia estudiada.
Como se ve en el cuadro 3 y la gráfica 2, los muertos indios fueron los más numerosos, seguidos por los mestizos y por personas cuya calidad no es especificada en las partidas de entierro. En cuarto lugar, figuran los españoles, y finalmente los castizos y mulatos, que eran muy pocos en ese pueblo de indios. De hecho, estas dos últimas calidades son las que menos aparecen también en años normales previos (1811-1812) y posteriores (1815-1816) a la crisis demográfica.
Sin embargo, también había factores geográficos y culturales que propiciaron que los indios fueran los más susceptibles a morir de tifo. Como advierten Juárez y Canales (2017) para Ixtlahuaca; Escobar y Torres (2017) para Almoloya; y Severo (2018) para Metepec, aunque las condiciones sanitarias eran semejantes para toda la población, quienes no eran indios vivían de manera más dispersa, con mucho menos contacto entre sí. Además, eran precavidos ante el contagio, “pues aunque no tenían claras las formas de transmisión seguramente buscaban alejarse de las personas enfermas” (Juárez y Canales, 2017: 146). Contrario a la idea que sostiene que los principales afectados por el tifo serían aquellos mal alimentados, lugar que los indios ocuparían en este modelo explicativo, en realidad fueron otros factores los decisivos (Cuenya, 1994; Cuenya y Malvido, 1998; Severo, 2018). La epidemia afectó a todas las calidades de Xocotitlán, lo mismo a párvulos que adultos, a indios comunes y principales (caciques), a españoles e indios avecindados en Xocotitlán, a mestizos y castizos. En suma, la muerte no hizo distingos.18
Por su parte, en el cuadro 4 puede apreciarse la incidencia de las epidemias según el lugar de residencia de los fieles. A principios del siglo xix, la parroquia de Xocotitlán integraba ocho barrios (Mavoro, San Agustín, Tlalchichilpa y Santa Clara en la cabecera; Some y Cheje, sujetos a Los Reyes; Boqui y Huemetla, sujetos a Santiago Yeche), siete pueblos (Los Santos Reyes, Santiago Yeche, Santa María Endare, Santa María Citendeje, Santiaguito Casandeje, San Juan Coajomulco y San Miguel) y al menos seis haciendas (Tiacaque, Villeje, Pasteje, Santa María Mexe, Caro y Nenasí de Alcibar) y dos ranchos (Caspí y Sifari) (Enríquez, 2019) (mapa 1).19 Aunque pudiera pensarse que en la cabecera y las haciendas residía la población española y en los pueblos la india, las partidas de entierros muestran que en la cabecera había tanto indios como españoles, y lo mismo sucedía en las haciendas, solo en los pueblos residían indios predominantemente.
El asentamiento más afectado por la crisis demográfica de 1813-1814 fue la cabecera, Xocotitlán, seguida de los pueblos de Santiago Yeche y Los Reyes, con sus respectivos barrios. Fuera de la cabecera y de Yeche, el pueblo de San Miguel fue el más castigado en 1814, no así en 1813, porque el tifo llegó de manera tardía.
En cambio, aun cuando en la gran mayoría de las haciendas se registraron pocas muertes entre 1813 y 1814, en comparación con los pueblos, fundamentalmente indios, al menos en una, la hacienda de Caro, las bajas fueron numerosas en 1813. Esta observación difiere de la situación que encuentran Lugo para Cuauhtitlán, Molina para Atlacomulco, y Escobar y Torres para Almoloya, quienes concluyen que las haciendas, habitadas por los no indios, resintieron menos los efectos de la epidemia de tifo, a diferencia de los pueblos y las cabeceras, principales afectados (Molina, 2010; Escobar y Torres, 2017). La misma conclusión podría sacarse en general para las haciendas de Xocotitlán, que presentan pocos muertos; sin embargo, la de Caro representa una excepción por razones que quedarían por descubrir. Al iniciarse la crisis demográfica en 1813, la cabecera, lo mismo que sus pueblos y por lo menos una hacienda y un rancho (el de Caspí) resintieron por igual la enfermedad. Empero, hubo más muertos entre los habitantes de la cabecera y los pueblos que entre los de las haciendas y los ranchos. Esto debido, tal vez como lo sugirió Molina (2010) para Atlacomulco, por las mejores condiciones de vida que había en esos sitios, pero sobre todo porque estaban menos poblados que las cabeceras y los pueblos.
Movimiento estacional del tifo ¿y crisis de subsistencia?
Los meses en los que se presentó el tifo permiten identificar el lapso más crítico en el que se propagó esta enfermedad en la parroquia de Xocotitlán. El movimiento estacional “consiste en observar la frecuencia mensual de los acontecimientos, como los entierros, más que su frecuencia anual” (Juárez y Canales, 2017). Como puede apreciarse en la gráfica 3 y en el cuadro 5, el tifo se introdujo en Xocotitlán en octubre de 1813, cuando se incrementó el número de muertos (39, principalmente adultos) que rompe el ritmo normal de las defunciones registradas en meses anteriores. Las cifras de los decesos, tanto de adultos como de párvulos, irían al alza para noviembre (252 muertos) y, sobre todo, para diciembre (637 decesos), el mes de mayor incidencia de la epidemia en la parroquia.
Todavía en enero de 1814 se advierte una cifra elevada de muertos (331); no obstante, la tendencia va a la baja. Esta disminución sigue en los meses posteriores, con la única excepción de mayo, cuando se advierte un repunte de decesos (101 muertos), que pueden asociarse con un rebrote de tifo o bien con la aparición de la viruela que iniciaría en julio (según la nota que aparece al final del año de 1814). Como las cifras de este mes se asemejan más a una mortalidad normal, es probable que la viruela haya iniciado antes del mes en el que se le reporta.
El tifo llegó a Xocotitlán más de un año después del inicio de la epidemia, ocurrido en febrero de 1812, en el sitio de Cuautla. Según da cuenta Molina, en la Ciudad de México, el brote principió en la primavera y el verano de 1813, mientras que en Cuautitlán el pico de mortalidad apareció entre agosto y septiembre de 1813. En el valle de Ixtlahuaca y los lugares aledaños el tifo se presentó también a partir de agosto, como se verificó en Ixtlahuaca y Almoloya. Meses más tarde, en octubre, el tifo irrumpió en Atlacomulco y Xocotitlán, prácticamente de manera simultánea, pues en ambas parroquias la mayor incidencia se reportó entre octubre de 1813 y enero de 1814, es decir, en los meses fríos. Mientras que el tifo desapareció después de enero en nuestra parroquia de estudio, en otras estaba todavía presente, como se señala en el caso de Almoloya, donde la epidemia se prolongó hasta marzo de 1814 (Molina, 2010; Juárez y Canales, 2017; Escobar y Torres, 2017).
La situación de Xocotitlán permite volver sobre la pregunta a la que se buscó responder para otras poblaciones del valle de Toluca: ¿puede afirmarse que la crisis demográfica de 1813-1814 fue agravada por una crisis de subsistencia anterior? La crisis agrícola acaeció en el periodo comprendido de 1809 a 1811, cuando a raíz de una sequía, heladas y granizos las cosechas se arruinaron, lo que causó un aumento de los precios de los granos y, por ende, una supuesta hambruna para todos aquellos que no pudieron adquirir su sustento. A falta de una adecuada alimentación, dos años después el tifo habría afectado a pobladores carentes de defensas, lo que provocó una gran mortalidad, en parte por inanición. Pero esta hipótesis es cuestionable por diversas razones.
En primer lugar, la crisis agrícola y la demográfica, aunque cercanas en el tiempo, no fueron contemporáneas. En segundo, porque, como advierte Severo (2018), es difícil saber cuál era la alimentación de los supuestos afectados por inanición que murieron durante la epidemia de tifo, tanto como para dar por hecho que carecían de medios de subsistencia. Por lo que se ha visto aquí, en el caso de Xocotitlán, el tifo afectó prácticamente a todas las calidades, por lo que debe descartarse la falta de alimento. En tercer lugar, los estudiosos del tifo de 1813 en el valle de Toluca han mostrado que la zona era rica en recursos variados en caso de que faltase el maíz, principal fuente de sustento de la población. En efecto, el valle contaba también con recursos lacustres y plantas de recolección con los que la población pudo sortear la crisis, adecuando su dieta de manera temporal, al echar mano de alimentos alternos a los granos. Además, el régimen de lluvias no variaba de un año a otro, por lo que la tierra siempre contaba con condiciones óptimas de humedad para las siembras (Canales, 2011; Canales, 2009; Juárez y Canales, 2017), y no hay ninguna razón para suponer que hubo también problemas agrícolas en 1812. En cuarto lugar, como bien lo ha señalado Canales (2009), los indios del valle de Toluca sembraban lo que consumían, por lo que no tenían necesidad de comprar granos; por tanto, el alza de los precios no les afectaba. En conclusión, las epidemias, el tifo de 1813 y la viruela del año siguiente fueron los únicos causantes de la crisis de sobremortalidad. De hecho, las enfermedades contribuirían a mantener un equilibrio entre la población y los recursos disponibles a lo largo de la época colonial (Escobar y Torres, 2017). Como bien lo sugieren Juárez y Canales (2017), de no haber sufrido la población del pasado graves epidemias, y si se hubiese contado además con vacunas (en 1814 apenas se tenía la vacuna contra la viruela), se habría dado una explosión demográfica que hubiera ocasionado hambre, toda vez que los métodos de producción de la época no hubiesen bastado para alimentar a una población en rápido ascenso.
En el vecino valle de Ixtlahuaca, se ha mostrado que la crisis de 1809-1811 fue menor (Molina, 2010). Aunque se registró un aumento en el precio del maíz, no sucedió lo mismo con los demás granos. Al igual que en el valle de Toluca, el maíz que se sembraba en el valle de Ixtlahuaca era consumido por los propios habitantes, por lo que no necesitaban comprarlo (Juárez y Canales, 2017). Asimismo, el valle de Ixtlahuaca contaba con buenas condiciones climáticas y recursos alimentarios suficientes para que la población no pasara hambre (Juárez y Canales, 2017). Ante eventuales problemas, como sequías o heladas —recurrentes en el lugar—, no puede descartarse que la población del valle sabía cómo hacer frente a los problemas climáticos a partir de los conocimientos agrícolas que había adquirido a través de la experiencia (Juárez y Canales, 2017). Por ejemplo, sembraban maíz azul, que germinaba más rápido y podía paliar los años de sequías. También la población podía variar su dieta ante la eventual escasez de ciertos alimentos: extraían peces de las lagunas y cazaban en los montes, además de valerse de hierbas comestibles de recolección. Como el valle de Toluca, el de Ixtlahuaca contaba con recursos suficientes para subsanar las consecuencias de eventuales crisis agrícolas.
Como un argumento más para negar la relación directa entre crisis demográfica y de subsistencia, Juárez y Canales (2017) señalan que en el caso de Ixtlahuaca la sobremortalidad por tifo ocurrió en agosto de 1813, es decir, en el mes en el cual había maíz tierno, listo para consumirse, y cuando en las lagunas estacionales generadas con la lluvia abundaba la fauna lacustre comestible. En otras palabras, el tifo se presentó en Ixtlahuaca durante los mejores meses desde el punto de vista alimentario (agosto y septiembre), por lo que la aparición de una crisis de subsistencia no era factible.
La situación de Xocotitlán no difiere de la de Ixtlahuaca. El tifo apareció en la parroquia en octubre de 1813 y se multiplicaron los muertos entre noviembre y diciembre (gráfica 3 y cuadro 5), cuando se cosecha el maíz, por lo que había alimentos para consumir. Sin embargo, dada la crisis demográfica que experimentó la población de Xocotitlán en estos meses, lo más probable es que no hubiera suficientes brazos para cosechar el grano, sobre todo porque los principales afectados por el tifo fueron los indios adultos, quienes se ocupaban de las labores agrícolas. En Xocotitlán no se registró crisis alguna de subsistencia o falta de maíz durante la crisis demográfica ocasionada por el tifo, en todo caso solo faltaron brazos disponibles para levantar las cosechas.
Reflexiones finales
El análisis de la crisis demográfica acaecida en Xocotitlán en el bienio 1813-1814 se basó en las partidas de entierro. Los principales afectados fueron los adultos, sobre todo indios, por ser mayoritarios en la parroquia. Empero, la crisis no hizo distingo alguno, de tal suerte que en estos aciagos años murieron indios, españoles, mestizos y castizos, al tiempo que la epidemia se extendió lo mismo en la cabecera y sus pueblos que en las haciendas y los ranchos. El tifo inició en 1813 y se prolongó hasta el año siguiente, durante el cual también se presentó una epidemia de viruela; la afectación del tifo sobre la población adulta explica la contradicción que reportan los conteos hechos para 1814, en relación con la viruela, pues se esperaría una mayor mortandad infantil que adulta.
De igual manera, en 1813 se registró una crisis demográfica que se extendió hasta el año siguiente, pues aunque esta afectó solo a un quinto de la población total aproximadamente, el número de muertos se elevó en Xocotitlán entre 1813 y 1814, si se compara con las muertes ocurridas en condiciones de normalidad. Aunque la crisis demográfica fue antecedida por una crisis agrícola general en la Nueva España, no hubo hambrunas ni una crisis de subsistencia que agravara la incidencia del tifo, toda vez que Xocotitlán, inmerso en el valle de Ixtlahuaca, contaba con los recursos suficientes para hacer frente a problemas agrícolas. Además, el tifo coincidió con el periodo de cosechas. En Xocotitlán, como en otros pueblos del valle de Toluca, la relación crisis de subsistencia-crisis demográfica queda, por tanto, descartada.
Adicionalmente, la revisión de las fuentes consultadas para esta investigación permitió señalar la composición de la población e identificar un periodo de sobremortalidad entre 1813 y 1814. A pesar de que las partidas solamente en contadas ocasiones consignaron la causa de las muertes, las notas que figuran en los libros parroquiales, así como —sobre todo— la presencia del tifo en otras parroquias novohispanas, esclarecen las causas del alza de mortalidad que rompió el ritmo normal de los decesos registrados previamente en Xocotitlán.
Por último, el examen crítico de las partidas de entierro y su cotejo con otras fuentes advierte que, al menos en 1811, no se registró la totalidad de los decesos ocurridos en Xocotitlán en este año, marcado por la insurgencia y el sofocamiento del movimiento por parte de los realistas. Sin embargo, aunque las fuentes parroquiales no dan cuenta de los efectos que tuvo el movimiento insurgente en Xocotitlán, sí permiten valorar la crisis demográfica de años posteriores.
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Notas
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