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Educar, trabajar y entretener en un contexto diverso. Notas sobre el aburrimiento y la fatiga en la actualidad pandémica
Gabriel Adelio-Saia
Gabriel Adelio-Saia
Educar, trabajar y entretener en un contexto diverso. Notas sobre el aburrimiento y la fatiga en la actualidad pandémica
Educating, working and entertaining in a diverse context. Notes on boredom and fatigue in current pandemic
Contribuciones desde Coatepec, vol. 19, Esp., 2022
Universidad Autónoma del Estado de México
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Resumen: En el marco neoliberal y tecnocrático del realismo capitalista se reactualizan las figuras de sociedades de disciplina y sociedades de control. Con dicho trasfondo, en este artículo se resaltarán algunas notas en torno a las problemáticas educativas, sociales y laborales en el actual entorno pandémico. En el contexto de la expansión y absorción del tardocapitalismo, se analizará su incidencia en las estrategias educativas y las figuras cambiantes del discente y el docente. Por último, se repasará el desarrollo tecnológico, que se vincula intrínsecamente con la pandemia de covid-19.

Palabras clave: Coaching, Realismo capitalista, Mundo del trabajo, Comunidad.

Abstract: Under the notions of “Disciplinary Societies” and “Control Societies”, which will serve as categories to be updated in the neoliberal and technocratic framework of Capitalist Realism, we will highlight some notes on educational, social, and labor issues in the current pandemic context. Considering the expansion and absorption of late capitalism, we will analyze this incidence in the student and teacher’s changing strategies and figures. Finally, we will review technological development linked to the covid-19 pandemic intrinsically.

Keywords: Coaching, Capitalist Realism, World of Labor, Community.

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Artículos de investigación

Educar, trabajar y entretener en un contexto diverso. Notas sobre el aburrimiento y la fatiga en la actualidad pandémica

Educating, working and entertaining in a diverse context. Notes on boredom and fatigue in current pandemic

Gabriel Adelio-Saia*
Universidad Nacional de General San Martín, México
Contribuciones desde Coatepec, vol. 19, Esp., 2022
Universidad Autónoma del Estado de México

Recepción: 12/01/2022

Aprobación: 17/03/2022

Introducción

En el presente trabajo se pretende abordar las diferencias que existen en torno a dos modelos sociales teorizados en la segunda mitad del siglo xx. Me refiero, en este caso, a las sociedades disciplinarias, caracterizadas por Michel Foucault (2001) y las sociedades de control, por Gilles Deleuze (1999). Las sociedades disciplinarias abren la reflexión a consideraciones acerca de cómo el poder se ejerce a partir de dispositivos. Foucault nos abre los ojos en la cuestión principal de sus cavilaciones: cómo se articula el poder luego de superar la soberanía y las disciplinas.

En los planteamientos biopolíticos del capitalismo tardío, de los últimos años del siglo xx, se transita de una concepción coactiva (clásica) a una normativa-prescriptiva (moderna).1 Este cambio paradigmático implica, además, la creación de disciplinas que generaron subjetividades en una secuencia y tiempo particulares: el alumno, el soldado, el obrero de fábrica, el criminal y demás.

Con el envejecimiento de las instituciones de las sociedades disciplinarias, los nuevos modelos de control y las tic (tecnologías de la información y la comunicación),2 Gilles Deleuze se animó a continuar la tarea foucaultiana de caracterización, principalmente bajo el signo del control. Las figuras de antes se modificaron, al menos de manera abstracta, ya que buena parte de la formulación deleuziana involucra la desterritorialización. No existe de manera analógica, secuencial o temporal un sujeto que transcurra por distintas instancias (in)formativas.

El espacio también adquiere otra morfología: es un campo amplio, donde el sujeto se conforma y asocia por medio de las diversas tecnologías del tardocapitalismo. Las instituciones —quizá más propicias en las sociedades disciplinarias—, a saber, la escuela, la fábrica, el manicomio, el cuartel, entre otras, eran lugares de encierro, en un doble sentido: tanto el tiempo como el espacio estaban determinados. Las nuevas sociedades de control pierden parte del dominio corporal ortopédico,3 ya que les importa más la relación que toda persona guarda con su entorno y con su interior. Por eso, el modelo teórico formulado por Deleuze aún llama la atención.

Avanzaré sobre la problemática de la covid-19, tratando de no proyectar anhelos melancólicos ni distopías futuristas, sino observando las palabras de aquellos que se pronunciaron en los estadios de la actual pandemia. Volver sobre las posturas de autores de la talla de Paul Preciado, Byung-Chul Han, Judith Butler, entre otros, permite asociar la temática laboral-educativa con los análisis y las predicciones en torno a la situación viral.

La base de este trabajo serán las reflexiones de Mark Fisher a lo largo de su obra, con especial énfasis en Capitalist Realism (2009). Las nuevas figuras de la educación (formal, informal y no-formal) que fungen como agentes de management, gurúes, coaches, entre otros, serán un nodo atractivo a la hora de pensar cómo se generan y congregan las subjetividades en el actual sistema educativo —mediadas por el aburrimiento, la anhedonia y la precariedad—. Sumado a estos factores, el aislamiento social preventivo y obligatorio (aspo) que rigió buena parte del año 2020, y que aún reverbera, nos obliga a tratar cuestiones como la responsabilidad, la individualidad, la digitalización y la resiliencia.

La importancia que cobra el aspecto educativo en estas sociedades nos invita a repensar cuál es el horizonte de posibilidades. A su vez, la caja de herramientas de Foucault y el concepto de Deleuze merecen discutirse y cotejarse a la luz de las temáticas de nuestro presente. En todo caso, se trata de actualizar las producciones francesas que, en campos como la teoría social y la filosofía, aún gozan de una vigencia y riqueza conceptual inusitadas. Desde nuestra condición periférica latinoamericana, no nos es ajena la influencia del pensamiento social y político occidental; si nos valemos de sus categorías es solo a partir de que determina nuestra capacidad de problematizar la situación propia.

El topo, la serpiente: la quimera

En su texto de 1990, Post-scriptum sobre las sociedades de control, Gilles Deleuze realiza una minuciosa y necesaria tarea: delinear las características que distinguen a las sociedades disciplinarias de las de control. En efecto, las que Foucault destacó hacia 1975 ya eran vetustas o, al menos, la analítica del traspaso del poder soberano a las disciplinas perdía su característica fuerza en la década de los noventa.

Las sociedades de control, a diferencia de las disciplinarias (Foucault, 2001), tienden a poner énfasis ya no en el encierro secuenciado, sino en formas desterritorializadas y abiertas. Es decir, al control a partir de la mirada, confeccionadora de un cuerpo dócil, se le opone una nueva forma que radicará en el interior de cada individuo. Para dar cuenta de esta disposición, Deleuze (1999) llama nuestra atención sobre la proclamada crisis de las instituciones. Por eso este análisis indaga en aspectos que ya habían sido tratados por Lyotard y Foucault hacia fines de la década de los setenta; a saber: cuál es el estatuto y la valía del conocimiento en la sociedad contemporánea.

Dichos pensadores franceses dan al menos con un acierto: el conocimiento puede ser una función y, en cuanto tal, puede y debe valuarse. No se establece una relación personal, a la manera de la Bildung alemana (Lyotard, 1993), sino que, en el vínculo con el saber, lo más importante se reflejará en su cuantificación, en su dato numérico. En la sociedad de la información, todo saber que no sea cuantificable no gozará de tal estatuto. Con ello, es notorio que, sin abordarlo,4 ya se prefigura el concepto de información en el pensamiento de Lyotard. De acuerdo con este filósofo francés, “el saber es y será producido para ser vendido, y es y será consumido para ser valorado en una nueva producción: en los dos casos, para ser cambiado” (Lyotard, 1993: 16).

Esta concepción es clara y denota una correspondencia de adquisición y comercialización que dista del adiestramiento escolar-militar-fabril de las sociedades disciplinarias. Aquí Lyotard encuentra un uso empresarial del saber; este es y deberá ser rentable, integra el consumo y la producción, además garantiza el valor de quien lo detenta. Sin un telos definido, lo mejor es una relación elemental. Lyotard (1993) vislumbra lo que esto supone: la constante formación y la democratización son pilares en el desarrollo económico-social.

Así encontramos la primera figura deleuziana: ¿por qué variamos de topo monetario a serpiente monetaria? El primero es viejo, se comprende como el individuo de las sociedades disciplinarias, cava para llegar a superficie, descansar y volver a cavar. El otro, el animal que repta —Deleuze lo toma prestado del bestiario de Zarathustra—, es la astuta y cambiapieles serpiente. Al reparar en sus características, el topo es analógico, se mantiene encerrado por periodos, desciende y emerge por intervalos, es molar. La serpiente, por su parte, es modulación, está siempre endeudada,5 conserva una metaestabilidad, es molecular.

¿Cuál es el alcance de esta analogía? Con ella se ve una imposibilidad radical de señalar las ventajas y las desventajas que acarrea el modelo de las sociedades de control. Se comprende que la deuda pasó de ser un bloque finito (patrón oro) a una serie infinita (intercambio fluctuante).6 El problema del topo no era la deuda, era el encierro. El consumo no cesa en la figura de la serpiente, como tampoco se detiene la formación continua. Ya no se ingresa a instituciones determinadas en periodos determinados, sino a estados que sobrepasan las determinaciones de la persona. Más allá de la individualidad en el comportamiento de la serpiente, debe saberse gestora (Deleuze, 1999). Es decir, se encuentra disociada de la masa y, a su vez, pretende motivación y preparación, a pesar del notable desgaste. Nada funciona plenamente como formativo.

Hace falta reparar sobre algunas palabras del final de la clase dictada por Foucault (2007: 264) el 14 de marzo de 1979: “una economía hecha de unidades-empresa, una sociedad hecha de unidades empresa”. Empresarios de sí mismos, que Deleuze diagnostica a partir de las teorías neoliberales inglesas, francesas y alemanas. Esto se emparenta con la teoría del capital humano (tkh) de Schulz y, en definitiva, no deja de ser el cálculo de sí mismo como un activo.

Desde la tkh hasta el neoliberalismo, se observa cómo aquella sociedad de control se perfila y diagrama sobre cada falencia estatal. Deleuze lo anuncia y todavía resuena su eco. Cabe replantearse la pertinencia de esta noción; ya que vivimos en una época de interfaces, ni siquiera se presenta la venta de servicios directos que vio Deleuze. El procedimiento le gana cada vez más terreno a la creación. Sabemos cómo vincularnos porque una red nos brinda su ayuda, nos facilita, anticipa e incluso nos permite la vida. Sin embargo, Deleuze insiste: las tres cuartas partes de la población mundial aún sufren de pobreza extrema. Muchos para encerrar; muy pobres para endeudar.

Reacondicionar la sala de máquinas

Más allá de la distinción necesaria entre sociedades disciplinarias y sociedades de control, resta analizar cómo las últimas pueden comprenderse por una de sus características: el corrimiento del tipo de gobierno. Si antes el Estado debía construir un espacio social que aunase a las personas, ahora debe regular las políticas de mercado de las cuales dependen las comunidades. Solo se llega a esto cuando los márgenes se desdibujan: aumenta la libertad y la autarquía, pero la rentabilidad se vuelve necesaria (Rose, 2007). El Estado de bienestar abandona su vigencia, aunque sin adoptar un nuevo cariz que complete su función (Grinberg, 2008).

El individuo finisecular ya no guarda relación con aquel que debía ahondar, de un modo más o menos provechoso, en sus capacidades y sus condiciones. Desamparado del espacio social (Rose, 2007; Grinberg, 2008), pero en un nuevo locus, deberá conformar su propia existencia bajo su única e inexorable responsabilidad. A diferencia de aquel que hallaba un elemento identitario constitutivo dentro de un espacio políticamente signado, el sujeto en la actualidad deberá ser comunitario; es decir, deberá atender a la razón de una comunidad que se identifique con un rasgo común, por su oposición o adopción. Sin embargo, y lejos de pretenderse como lo local deleuzoguattariano, la comunidad es aquello que se institucionaliza en la nueva mecánica del Estado. Más aún, la comunidad se transforma en un todo gubernamentalizado, medido, valorado y contenido.

El consumo añade un elemento; se crean mercados según la comunidad que deba acapararse sistemáticamente. Por otra parte, hay un volumen de marginados liminales que ya no se inscriben en modulaciones, sino en prácticas de control y disciplinamiento (encierro).7 El desempleo ya no es un desliz, es un estado. Es más, es autoimpuesto y, por añadidura, crea un agente para una nueva comunidad imposible. En todo caso, el traspaso de las figuras, la transformación, corresponde también a un modelo reglado. Que no haya una línea escuela-ejército-fábrica, no significa que el sujeto esté libre y fuera de toda norma, antes bien, el trabajador-preso de las sociedades disciplinarias se convierte en deudor-adicto (Fisher, 2009).

A la comunidad no le falta aquello que Simons y Masschelein (2013) comprenden como una dualidad panóptica y sinóptica. Uno mismo deberá someterse a la constante evaluación de un par, pues esto —y solo esto— determina la pertenencia real y efectiva a un grupo comunitario. Se observa un modelo de sociedad participativa que obvia —y genera— las principales brechas sociales. Lo importante es la responsabilidad y la asunción de un cierto modo de vida, un deseo carente, un determinado empowerment y, sobre todo, no dañar la relación entre uno mismo y la comunidad de pertenencia. Esto resulta en una trama que aleja la experticia del Estado y adopta, a través de la mesura y el desarrollo, criterios técnico-burocráticos. Entre ellos destacan las medidas, las estadísticas y los parámetros que tratan de ser/verse como apolíticos, promotores fóbicos del Estado. Fisher vio aquí una realidad imperante: la burocracia creció a partir de los modelos neoliberales del capitalismo tardío que buscaba elidir la supuesta burocracia del socialismo.

Con esta última cuestión, el británico indaga en la posibilidad de que buena parte del problema estatal —que se traslada a las generaciones de principios del siglo xxi— consiste en una poslexia, donde es imposible realizar una tarea sosegada. El proceder del capitalismo coincide con la saturación y la sobrestimulación, incentivada por su matriz mediática; no hay posibilidad de aburrimiento, aquel de la rutina del capitalismo fordista. ¿Qué dinámica corresponde para este tipo de sujeción? El potencial del nuevo agente no solo existe en un lado de la ecuación: el discente y el docente se forman según la economía de la atención. Volvemos sobre la premisa anterior: existe un ánimo empresarial en cada dividuo y todas sus posibilidades se determinan por las necesidades del entramado social, i.e. la falta (o la sobra) de atención, el desinterés y la precariedad.

Hasta aquí se manifiesta una exacerbación de teorías como el funcionalismo inglés o la tkh: responsabilidad, autonomía, elección y libertad se conjugan en un sujeto que ahora es su propio dueño y empresario. Toda decisión que se tome será con miras al interés propio, que deberá coincidir con el interés colectivo. En una época de vaciamiento institucional y de pauperización, la mayor búsqueda recae en la supuesta responsabilidad que tiene el sujeto consigo mismo.8

Si transitamos o consumamos la muerte de lo social, es decir, la superación de la noción de individuo y su relación con el campo social, será necesario tener en cuenta el espacio que resulta ser la escuela, en su materialidad y virtualidad. Fisher (2009: 26) habla de un hecho que atestiguamos cada día en las aulas: “lejos de estar en alguna torre de marfil, segura y alejada del ‘mundo real’, [la educación] es la sala de máquinas (engine room) de la reproducción de la realidad social, donde se confrontan todas las inconsistencias del campo social capitalista”.9

La cuestión no es breve, pero al menos podemos acercarnos a ella. Dentro de esta fractura social, dentro de la tensión propia de esta sala de máquinas, se expone la flexibilización, la tecnificación y el consumo. Se entiende que el consumo es, en realidad, un cariz de la producción, de la sobreproducción; es decir, en este modelo político-económico todo debe servir al consumo. El aburrimiento emerge, como lo percibe Mark Fisher (2009), cuando la frontera productiva no tiene un horizonte claro. No es posible frenar el consumo, que en el análisis de Fisher coincide con el deseo.

La certeza de que cualquier elección dará igual se asoma de forma sintomática. ¿Qué clase de conocimiento sugiere y qué aprendizaje se daría en el reino de un ocio no-contemplativo, un ocio desagradable y, como si fuese un oxímoron, fascinantemente aburrido? (Fisher, 2018a). Las estructuras de las sociedades disciplinarias colapsan, los padres son víctimas de un capitalismo salvaje y se trunca la socialización de los jóvenes, envuelta en un deseo hipertrofiado e impotente. Aquí se encuentra el modelo educativo; aquí, el docente: en la misma incertidumbre que el campo social.

No hay novedad que valga en esta descripción. De regreso al modelo de acumulación flexible, la dinámica del capital vuelve a ser productiva, pero esta vez es asimilatoria. Sin lugar a dudas, la virtud crítica del tardocapitalismo se encuentra en su capacidad devoradora: asimila tanto la producción que se da en su seno e idiosincrasia como toda aquella que le es ajena. No se trata de un sistema que se retroalimenta; al no tener nada que ofrecer más que mercancías,10 de producción reificada, no tiene mejor propósito que el de engullir (o asimilar) todo aquello que lo enfrenta (Foucault, 1991). Más allá del capital como bloque asociativo, amorfo y coactivo, resulta llamativo el buen grado de aceptación que generan las inclusiones novedosas.

La anhedonia y la hedonia depresiva son propiedades de un sujeto que, intervenido por la sobrestimulación y sometido al cambio constante, intenta reponerse y recrearse una y otra vez, a pesar de todo obstáculo; estas no modificarán solo un polo de las prácticas docentes. Según Fisher (2009), alumnos excelentes no sienten la mínima capacidad de lectura, no por la complejidad del texto, sino por la dificultad de concentración; la lectura o cualquier otra práctica académica-laboral es aburrimiento. La miopía de mirar tan solo al estudiantado —incluso podríamos llamarlo “el público consumidor de educación”—, nos hace pensar que las intervenciones docentes son las que deberían cambiar, modificarse o acomodarse. Es más nocivo pensar que estas son las únicas responsables de una transformación real al interior de un sistema educativo y social en crisis.11

De educadores a coaches

Se encuentra un hecho concreto en el corolario de Lyotard, problematizado por el último Foucault y continuado por Deleuze. En la sociedadde la información, radica la escena donde el conocimiento se transformó en materia de tránsito (in)formativo y ya no del concepto, a sabiendas de que la preocupación fundamental recae en la mera reproducción. La importancia del conocimiento es su valor de cambio, no su uso; la monetización alcanzó una reificación del saber. De esta forma, el buen docente será coach (Grinberg, 2016), realizará su tarea de coaching.

Este nuevo agente se halla en una situación incómoda, donde se le demandará la mayor de las plasticidades. Se encuentra a medio camino entre las necesidades de un sujeto posléxico y de una institución cerrada; en su proceder deberá ser llamativo (incluso atractivo, seductor), pero también estricto por momentos, Fisher (2009: 25-26) señala: “Los educadores se encuentran bajo una intolerable presión al tener que mediar entre la subjetividad posliteraria del consumidor tardocapitalista y las demandas del régimen disciplinario (tomar exámenes, entre otras cuestiones)”. También lo expresa en una entrevista posterior: “por un lado, [los docentes] deberán ser guardiacárceles; por otro, deben fungir como interfaz en un mundo lleno de estímulos, deberán ser animadores” (Fisher, 2018a: 960).

En tiempo pandémico, el docente bifronte tendrá que cumplir con su función prioritaria, atender a la realidad de su mundo laboral y la del estudiantado; es un formador de aprendices constantes, por demanda de la flexibilización a la que se enfrentarán más tarde (si es que aún no lo hacen). A todo esto, no hay posibilidad de una transmisión genuina; se pretende una recreación de fuerzas de trabajo por turnos que serán, en su mayoría, precarizadas. El eje, como se mencionó, está en el aprendizaje o su mímica: el sujeto se olvida de la aprehensión de un conocimiento, ya que es solo un eslabón más de una cadena finita pero indeterminada, la internalización de un método. El estudiante sabe bien que habrá una instancia posterior al momento actual. Las motivaciones en los dispositivos anteriores a la pauperización dejan de otorgar certezas; por lo tanto, la figura siempre positiva del orientador, del coach, se vuelve necesaria.

Como se apuntó en líneas más arriba, si pasamos de una modificación directa sobre el cuerpo del sujeto a una mirada introspectiva —que se debe realizar a cada momento—, no quedan espacios o tiempos segmentados en los que el sujeto ponga un coto a la actividad y la formación. En relación con esto, una parte del objetivo del coaching —que supone expandir el modelo empresarial para hacerlo llegar hasta la vida de a pie—, consiste en un acondicionamiento que suplementa las falencias del modelo tardocapitalista, del Estado descentralizado y la flexibilización laboral. En la expansión de la empresa a todos los aspectos del entorno vital se trata, pues, de un compendio de competencias —actualizables y siempre necesarias— demandadas por turnos. Asimismo, se erige la nueva figura del estudiante, una suerte de adquisición de actitudes procedimentales.

Estas competencias no tienen base en ningún modelo preestablecido, responden a una exigencia del tardocapitalismo: ocupar todo lugar donde pueda manifestarse lo diferente, absorberlo y entregarlo como nueva producción. Esta maquinaria funciona a nivel colectivo y personal. A saber: el aprendiz debe convertirse en gerente de sí mismo (self), para ofrecerse a una multiplicidad de tareas (siempre nuevas) en su largo camino. Una parte de la búsqueda constante de la innovación se ata a que la novedad no permite el momento de aburrimiento reflexivo, el cual posibilitaría la tarea del pensar (Han, 2020b).

Pero allí no se acaba el problema. Si se redujera el papel actual de la educación a un aprendizaje procedimental y novedoso, no sería del todo imposible revertir el esquema. Respecto a este problema en nuestras sociedades de información, Armella y Grinberg12 (2012: 119) proponen reorientar el interés principal. Todo aquello que es mera opinión y flujo informativo (original, somero y fugaz) —motivado por el avance de las tic y las relaciones que generan—, debería mutar en “espacios de reflexión, de conceptualización y pensamiento”. Lejos de la pedagogía de modelos reificados y reproductivos, las autoras proponen la vuelta atrás hacia un quehacer crítico. Sin embargo, la escasez y la precariedad laboral confluyen para que los niveles educativos sean cada vez mayores en cantidad, pero menores en profundidad.13 La educación exhibe su cariz mercantilizado. Retomando a Lyotard: lo importante no es el concepto o la crítica, sino el rédito de la información en el estudiante.

La formación no supone algo definitivo, es tan solo un proceso que se desarrolla mientras se gerencia el sí mismo. La escasez laboral no admite promesas como la empleabilidad o su duración y dignidad (Grinberg, 2008). En épocas pandémicas, esta promesa cae junto con otras tantas: no se garantiza una planificación a largo plazo en salubridad, no se promete una escolaridad presencial, nada apunta a una gerencia eficaz de la actual crisis económica. Esto surge de acuerdo con un juego entre la voluntad y la competencia, el individualismo y la comunidad. Tenemos por damero a la realidad incierta, que agota el proceso y obnubila las posibles relaciones con la comunidad en el entramado global.

No hay manera de articular un futuro, por más cercano que fuere, en esta pretendida disrupción,14 aunque se supone que todo esfuerzo, todo trabajo y toda intención se orientan en pos de articular nuestra idea de porvenir. El factor pandémico se apropió de nuestra actualidad, sin dudas, pero sobrellevar la carencia de garantías sobre el futuro es difícil. Se busca alguna salvación en la cuestión educativa, se le piensa desde un aspecto informativo-mercantilista. Esto hace que solo se piense en términos futuros, cada vez con menor claridad.15

Hoy se goza de mayor intensidad y expansión, con motivos decadentes como sé feliz, sé tu propio jefe, cambia hoy, en medio de una crisis sanitaria, económica, social, medioambiental16 y laboral. Con ello, lo único que se fija en nuestra conciencia es la imposibilidad del aburrimiento y la gratuidad de la fatiga. Se nos lanza a una aterradora multiplicidad de estímulos; no hace falta imaginarse un minuto en estado de perplejidad o reflexión. Todos los tiempos se captan gracias a interfaces y microestímulos de fácil acceso, que no hacen más que mitigar pequeños deseos y distraernos por minutos o segundos, pero no suman nada a la experiencia cotidiana. Como expresa Fisher (2018: 809): “Nadie está aburrido, todo es aburrido”.

Sin embargo, como se nota en los eslóganes mencionados arriba, prepondera el tiempo presente y el modo imperativo, no hay propiedad ni orden en esas muletillas. Cuando se habla de un futuro, no se le vislumbra; pero en el presente aflora la falta de vacancias y garantías. ¿Uno es dueño, o más bien usuario, de su propio destino?, i.e. de su salud, mediante el sistema de salud privada; de su educación, al disponerse a la formación permanente; de su trabajo, al acceder a la gerencia personal o a la precariedad con tintes autogestivos de uberización; de su inclusión social, mediante la supuesta libertad otorgada por el mercado. La falta en cualquiera de estos aspectos se introyecta como deuda y, al mismo tiempo, como culpa y señal de cierto egotismo (Lazzarato, 2013). La individualidad que trasluce en estos aspectos no solo se perjudica a sí misma, también falta en el resto del conjunto social.

Problemas y desafíos. Resiliencia y virus

Hasta ahora se trató una matriz que nos obliga a revisar un concepto propio de la psicología; este goza de especial popularidad en nuestros días: la resiliencia. No se trata de una cuestión baladí; es pertinente al análisis de tipo social que se intenta desplegar en este artículo. La cuestión emerge en el seno de las sociedades neoliberales con suma radicalidad. Se trata, pues, de una característica propia del individuo del realismo capitalista: la posibilidad de reponerse, aún más vigoroso, luego de una situación adversa (de estrés). En esta categoría se baraja la interrelación con el medio, ya que uno debe sobreponerse a pesar de que las condiciones sean negativas. Pero ¿a qué y de qué manera?

En la época actual, es difícil pensar que la resiliencia sea algo más que una capacidad propia del cuidado de sí, es su estrategia, se manifiesta como particular e introspectiva. Más allá de la ingenuidad de la noción, no es extraño que sea mediada por las estrategias neoliberales, así: “la resiliencia neoliberal hace referencia a la capacidad de interiorizar y asimilar positivamente los efectos negativos y las contradicciones del proceso de producción y acumulación capitalista” (Franco, 2016: 133). Con esto, queda poco por apreciar en nuestra condición actual.

Resulta que la pauperización, característica de los regímenes neoliberales, no es tan azarosa como pensamos. Además, los grandes problemas ambientales, éticos, sociales, laborales, entre otros, no tienen agente o, en todo caso, admiten una responsabilidad compartida. De este modo, “se traslada a la clase explotada la responsabilidad de gestionar la peor parte del funcionamiento perverso del capital, mientras que se libera así a la clase capitalista para que pueda continuar acumulando beneficios” (Franco, 2016: 133). Los problemas que resuenan inevitables y eternos, como la pobreza, la marginalidad y el desastre ecológico, se asocian a la pasividad del conjunto social. El Estado puede encargarse, en el mejor de los casos, de asumir nuevos (y siempre futuros) desafíos.

En la pandemia de covid-19 se observa cómo el Estado, disminuido en sus posibilidades y en su injerencia sobre el conjunto poblacional, solo da cuenta de una norma que se presenta como peligro e incertidumbre. Aunque de acuerdo con los sucesos, es peor el endurecimiento de las políticas estatales cuando no se garantiza la infraestructura correspondiente para el cumplimiento de dichas medidas. Aquí se trata al menos de cuatro aspectos afectados por esa impotencia: la salud, el trabajo, la educación y el medioambiente. Transferir los costos, que el Estado y los grandes capitales deberían garantizar, hacia las manos de las clases explotadas es un rasgo que también comparten estos cuatro tópicos. Toda deuda se deriva de un sistema abierto a un sistema cerrado, en el que cada quien deberá pagar lo que supuestamente le corresponde.

Es difícil —o imposible— imaginar el fin del capitalismo, de un sistema que delega más de lo que otorga. No obstante, como recuerda Fisher (2009), aún pensamos en el fin del mundo y quizá frente a cada momento de estrés, de crisis, de duda o asombro, lo primero que viene a nuestras mentes es que estamos acabados. Entiéndase “acabados” no en un sentido individual, sino social y, en todo caso, global. Podemos y debemos pensar en nuevas formas de recrearnos, pero si abandonamos nuestra posibilidad de recreación a una vida finita y propia, queda poco para las generaciones futuras.

La resiliencia se erige, pues, como una trampa: uno sale repuesto, pero se deja atrás las consecuencias que alguien deberá pagar. Sin ánimos de exagerar la cuestión, en cada quien existe un orden microcósmico capitalista. Al volver sobre las palabras de Deleuze, es lícito considerar que el dividuo es tan solo ese orden mínimo articulado dentro de un orden máximo y multiforme, abandonado a la suerte de una serie de relaciones que solo truncan las posibilidades del dividuo.

De nuevo, es trabajo de los gurúes, de los coaches, de los gestores (nosotros) asumir, divulgar y ejecutar con presteza la resiliencia. Sin un lugar que opere como foro, sin una cara que funcione de enemigo, solo queda resistir. La resistencia estará frente a un orden proteico y adaptativo, de manera que no tiene —ni puede tener— carácter revolucionario. Se trata, en todo caso, de una adaptación exitosa (Fisher, 2009) como principal estrategia del capital en las sociedades de gerenciamiento.

Conclusiones

De nuevo, ¿en qué condiciones nos encuentra la covid-19? La positividad imperante, junto con las demandas del coaching, el empowerment, la flexibilidad laboral, la resiliencia, y demás, nos demuestran que el acontecimiento pandémico es un doble problema. Estas demandas se volvieron masivas en un régimen de encierro, también muestran las problemáticas que el tardocapitalismo dejó en nosotros. Claro que no solo el campo laboral cede frente a este encierro. A fin de cuentas, las instituciones educativas pertenecen a las sociedades disciplinarias17 (escuela, ejercito, fábrica, entre otros), y se vinculan con el mundo del trabajo.

Encerrados, perdemos la noción de convivencia (que debería ser central) en cada tarea del docente como del estudiante, del productor y el consumidor. La puesta en escena de las tic hizo que quienes tuvieran acceso a la conectividad pudieran, de algún modo, recrear e incluso aumentar la experiencia de aprendizaje. Así como el trabajo se inmiscuyó en los domicilios particulares por medio del teletrabajo, las clases también se brindaron (y se tomaron) de manera remota18 en un contexto de suma precariedad.

En relación con el bestiario de Deleuze, ahora somos topos-serpientes quiméricos; en nosotros concurre tanto el encierro como la deuda, lo analógico y lo virtual, la voracidad compulsiva y la disposición y secuenciación temporal. Con la mediación de las tic, no hay manera de pensar en uno u otro animal determinado; de acuerdo a la cuestión de los fractales, (vi)viendo una pantalla, acudiendo a una interfaz, no somos más que quimeras. Pero, más allá de la cuestión, ¿se detuvo el optimismo neoliberal? ¿Cesó en algún momento frente a este nuevo tipo de sujeción anamórfico? Lamentablemente, aún reflexionamos sobre nuestra posibilidad de resiliencia, como lo demuestra el Informe de políticas: la educación durante la covid-19 y después de ella, documento redactado por la onu en agosto del primer año de pandemia. En él hallamos la conclusión: “la comunidad educativa se ha mostrado resiliente, y ha sentado las bases para la recuperación” (onu, 2020: 29).

Es tendencia evitar toda preocupación y acceder a la actitud procrastinadora y pospolítica (posléxica también aplicaría) de buscar nuevos desafíos. ¿Será que con la resiliencia volvemos sobre el problema que catapultó esta reflexión? ¿Qué clase de capacidad individual se asocia a una comunidad, sin marcar una diferencia entre sus elementos constituyentes? Aprovechando el extraño tiempo de pandemia, Giroux (2021: ix) publicó su último libro, donde aclara desde el comienzo:

En este libro me dedico a examinar cómo la política se encuentra mediada por una serie de acontecimientos contemporáneos, los cuales se volvieron más visibles a partir de la emergencia provocada por la crisis de la covid-19. Entre estos sucesos podemos encontrar no solo una crisis en lo que a educación respecta, haciendo que la gente comience a repensar la naturaleza misma de la política y el poder, sino que, además, las personas empiezan a repensar ciertos elementos de larga data como la violencia policial, el racismo sistémico, las inequidades sociales y económicas, y el visible aumento de una versión actualizada de políticas fascistas.

Solo nos queda asumir esta propiedad de lo inerte, acuñada desde una disciplina como la tecnología de los materiales, frente al desamparo de la incomunicación, el aumento de la precariedad y la vana ilusión de volver a un futuro pospandémico, como si nada hubiese acontecido.

El anuncio de las sociedades de control, donde basta nuestro ingenuo consentimiento —muchas veces expresado en forma de acepto los términos y condiciones de uso o el más disimulado y simpático acepto las cookies—, trajo un conjunto de tecnologías que no hizo más que crecer en este último periodo. Estamos enclaustrados en (y participando de) las demandas capitalistas, en un contexto tan inseguro como desfavorable y desamparados en la precariedad social. Sin embargo, las palabras de Mark Fisher (2018b: 131), los fantasmas de su vida, aún tienen algo que dejarnos: “el neoliberalismo solo ve individuos, elecciones y responsabilidades individuales”. Pensemos, al retomar la desaparición de lo común, qué espacios merece la pena politizar, cómo intervenir para generar (o restituir) lo colectivo. Además, se debe resolver cuáles son los medios eficientes para lograr que no toda la responsabilidad recaiga en la individualidad, ni que todas las soluciones deban provenir desde el supuesto mérito.

Como docentes, tratamos de pensar una educación comprometida, justa y democrática, pero quedan varios supuestos por revisar de cara a la aceptación de estos significantes tan ambivalentes. Como lo señaló Gramsci (1990) hace ya casi un siglo, es difícil pensar que el consenso nos llevará a un cambio, ya que este es creado y explotado, cada vez con mayor facilidad, por el Estado —en nuestro caso, por el realismo capitalista—. Incluso en esta fase pandémica, parece imposible obtener resultados concretos o al menos una colaboración real, interesada y radical, entre los distintos actores sociales, los gobiernos de turno y sus respectivas oposiciones.

Frente al individualismo, la dilución de los espacios comunes y la falta de la dimensión corporal, haremos nuestro mejor esfuerzo para subsanar los malestares inmediatos. Como lo dice Deleuze (1999) en su opúsculo, aún hay una buena cantidad de población empobrecida, que es un gran problema para el tardocapitalismo. Todavía debemos encontrar las vetas totalitarias en los regímenes democráticos; no estamos en un punto cero, no podemos volver a la normalidad y pretender que estamos en un tiempo muerto o suspendido.

Sin embargo, no hay modo de encarar la tarea sin que se vicie de optimismo. Este puede manifestarse al menos de dos formas: como rememoración nostálgica del tiempo prepandémico o como expresión volitiva de un apremiante futuro pospandémico. Como se expuso arriba, no todo optimismo es bueno, así como no todo nihilismo es negativo. En este mundo coexisten gurúes, coaches, motivadores19 y demás, junto a un grueso de la población que introyecta las culpas frente a la carencia y precariedad laboral, la ausencia de respuestas del pobre (y en muchos casos, privado) sistema de salubridad y la lejana posibilidad del éxito académico. Esto nos lleva hasta los últimos extremos de autogestión y autoexigencia, incluso de autoexplotación, por lo cual es extraño posicionarse desde un supuesto optimismo. De no ser extraño, sería cuando menos cruel o morboso.

Quizá, para recordar el aporte de Fisher a la cuestión, bastaría con asumir que el capitalismo —amén de las estrategias neoliberales—20 cercenó todas las esperanzas de una vuelta atrás, de una posible reorientación hacia un metamorfoseado Estado de bienestar. El realismo capitalista metaboliza todo cuanto se atraviesa en su camino y prefigura cualquier intento de fuga.21 Multitud de pensadores escribieron rápidas y suspicaces líneas acerca de la actual pandemia (Amadeo, 2020); muchas de ellas interpretan al virus como un agente de cambio revolucionario o reaccionario,22 pero no atinaron a una solución, al menos parcial. Más allá de las posibilidades de la filosofía, cumplieron con la formulación de preguntas y fomentaron, al menos de manera incipiente, la relación del gran público con el pensamiento crítico.

En un punto, es interesante preguntarse por el supuesto carácter igualador del virus. Se recuerdan las palabras de Harirchi (citado en Žižek, 2020: 25): “Este virus es democrático y no distingue entre pobres y ricos o entre estadista y ciudadano común”. Judith Butler (2020: 60) refuerza esta intuición: “El virus no discrimina. Podríamos decir que nos trata por igual, nos pone igualmente en riesgo de enfermar, perder a alguien cercano y vivir en un mundo de inminente amenaza. Por cierto, se mueve y ataca, el virus demuestra que la comunidad humana es igualmente frágil”.

Frente a estas imposturas, resulta extraño adjudicar al virus una característica tan ajena a él. Claro que no discrimina, y a pesar de que el mote de democrático sea injusto, en estas vetas optimistas se manifiesta cómo estamos perdidos frente a la catástrofe. No haría falta decirlo o repetirlo: el virus no es un agente, no es revolucionario, no es redentor. Quizá echemos en falta la posibilidad de que nuestra ontología se basa en un principio emancipador. El sueño mainländeriano se cumple de algún modo cada vez que conjuramos esta fantasmagoría metafísica.

Tenemos que ser conscientes de un último aspecto: el virus puede igualarnos, puede ser democrático y transversal, quizá incluso todos nos contagiemos en algún momento y lo consagraremos como el nuevo hecho23 fundacional de nuestras sociedades. Sin embargo, y a la luz de todas las imaginaciones que despertó la covid-19, queda claro que no todos experimentan igual el virus. No todo mundo puede garantizar para sí lo mínimo e indispensable, por ejemplo, mantener su trabajo o depender de hospitales públicos, que en varias ocasiones no pueden hacer frente al vaciamiento estructural. El virus no discrimina y es democrático, pero nosotros siempre nos encontramos situados; somos situaciones.

Estamos preparados para condicionarnos a nosotros mismos, para buscar siempre la nueva oportunidad. ¿Acaso es un aliciente? Como sujetos deudores y virtualmente comprometidos, no hay manera de abordar un proyecto con una finalidad clara. El tiempo, en la figura del trabajador precarizado, del eterno estudiante, del marginal engullido por la axiomática, no se suspenderse ni se calcula.24 Con miras hacia el futuro, se logrará rebasar el pasado, sin oportunidad de asir el presente.25 Se asemeja a la figura de Sísifo resemantizada: subimos la montaña a toda hora, sin saber dónde arrancamos ni qué hay al final de la pendiente; en un incesante ir y venir en el que somos tanto Sísifo como la piedra.

Material suplementario
Referencias
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Notas
Notas
1 Una manera de comprehender el quehacer foucaultiano es una oración que lo parafrasea: la soberanía ejerce el poder en el acto de matar, solo se presenta y deja huella en dicho suceso. Es decir, se puede interpretar como el “hacer morir y dejar vivir”; sin embargo, en las sociedades disciplinarias, la fórmula se invierte, es decir, “hacer vivir y dejar morir”. El poder se ejerce como producción en los modelos fordistas y posfordistas. En todo caso, es el traspaso operativo entre el suplicio y la disciplina y, más tarde, entre la disciplina, el gerenciamiento y la seguridad. Es la transición del poder soberano al disciplinario y, luego, al poder gerencial-de seguridad (de corte biopolítico), sin olvidar que en cada uno de ellos subsisten remanentes del anterior. No se abordará esto en el análisis, ya que se centra en la analítica deleuziana y en las meditaciones de Fisher sobre el realismo capitalista.
2 No se problematizarán las denominaciones tic, nticx, en el entendido de que nos referimos a las tecnologías que, en mayor o menor medida, se volvieron parte de nuestro entorno y cotidianidad.
3 A pesar de que, como se verá más adelante, las estrategias, los dispositivos no desaparecen en los cambios de sociedad. A sabiendas del tiempo que pasamos frente a una pantalla, aún nos sometemos a cambios corporales como los que se exhiben, por ejemplo, en las escuelas analizadas por el mismo Foucault (1996).
4 Debido a la amplitud del estudio, no se ahondará en las posturas subsidiarias de las sociedades de control, planteadas por Deleuze en su “Post-scriptum…” Pero vale la pena mencionar que buscan actualizar la teoría deleuziana por medio de las características “actuales”, que corresponden a la articulación entre el poder, la información y la comunicación. Las dilucidaciones que traslucen estos ánimos son varios, i.e. Masuda (1984), Castells (2000), Han (2012), pero lo realmente valioso de dichas producciones teóricas es la ampliación de los aspectos ya presentados por Foucault, sobre todo en Han, Lyotard o Deleuze, quienes al día de hoy son los mayores referentes
5 Claro que en metáfora: la serpiente está endeudada siempre que se le piense como insaciable, pero sin alijo.
6 Cfr. Deleuze (2005), en particular la primera clase. En el intercambio fluctuante del capital, se puede añadir una unidad a la serie.
7 No se trata de un encierro carcelario, es una economía del espacio que recorre la figura del marginado. En este siglo, el lugar del excéntrico está bien delimitado: si alguien se halla en una situación desfavorable, nos jactamos de saber qué puede/debe hacer con su dinero; sabemos dónde encontrar mendicantes y cuál es el lugar de los abyectos (concreta y simbólicamente). También en la cosificación de la marginalidad y la figura del pobre existe una vida social del objeto (cfr. Rose, 2007).
8 Esto se entrevé en varios puntos de las necesidades insatisfechas por los Estados neoliberales y se acrecentó con el advenimiento de la pandemia.
9 A menos que se indique lo contrario, las traducciones son propias.
10 No es extraño que, aquí como en el dispositivo biopolítico, resuene el clásico lema que incluso hoy reverbera en boca de pretendidos “liberalistas”: Laissez faire, laissez passer (le monde va de lui même). La parte final, hoy casi olvidada por completo, resulta curiosa en este contexto, frente a nuestra pandemia, nuestros problemas medioambientales y la formulación del antropoceno.
11 Recordando a Deleuze (1999), esta —así como las demás instituciones propias de las sociedades disciplinarias— transita una gestión de su agonía. Desde hace tiempo escuchamos que la escuela —al igual que la familia, la fábrica, el Estado, etc.— está en crisis.
12 Este artículo se renueva con la discusión central de esta pandemia. Nos aqueja la potencia mortífera del virus sars-cov-2, pero también el velo hiperinformativo alrededor de él, v.g. procedencia y origen del virus, cantidad de muertes, comparativa entre diversas poblaciones, políticas de Estado, índices económicos, entre otros.
13 Bastaría con revisar el curriculum vitae de un adolescente millennial para identificar la realidad laboral en la que se encuentra: multitud de experiencias fugaces y superficiales, que requieren un mínimo nivel de capacitación y un compromiso tan solo en lo formal. En el libro Alta rotación (2009), de Laura Meradi, se aprecia el relato de esta cuestión.
14 Fisher —que comparte rasgos con el aceleracionismo, corriente a la que perteneció, al menos de manera tangencial o accesoria— lo menciona como premisa: se nos presenta más factible el fin del mundo antes que el fin del capitalismo. Bajo esta consigna se amparan todo tipo de supuestos, optimistas y pesimistas, en relación al tardocapitalismo y las consecuencias sociales de la intervención de las nuevas tecnologías. Sin embargo, frente a la idea de unicidad del sujeto, Gilles Deleuze adopta una nueva categoría que podría ayudarnos a comprender los procesos de producción actuales y, sin dudas, la dinámica del deseo en general. Plantea que el individuo ya no es tal, sino aquello que se espera en una sociedad disciplinaria constante y expandida; en la sociedad de control, la forma correcta, es el dividuo. Es decir, lo humano y su interacción con el género al que pertenece importa tanto como su relación, por ejemplo, con el mundo de las cosas. Existe un perpetuo llegar a ser en el proceso de individuación, en el sujeto fragmentado y desesencializado. Deleuze (1999: 154) escribe: “[para un dispositivo de control] lo que importa no es la barrera, sino el ordenador que señala la posición, lícita o ilícita, y produce una modulación universal”. El tema es amplio y precisa abordarse desde un marco especulativo poscapitalista e incluso desde un marco poshumanista, investigación que se dejará para un futuro trabajo.
15 Un problema en boga recae en el régimen virtual de la escolarización en todos sus niveles. El problema de la bimodalidad (virtual-analógica) en relación con el sistema educativo actual, se dejará para un futuro artículo. Huelga decir que, de manera similar en otros ámbitos, la virtualidad obligatoria, con sus aciertos y sus dramas, funcionó como un experimento forzado.
16 Por la novedad, se menciona la actividad insólita del volcán de La Palma.
17 Esto no debería extrañarnos. El poder se manifiesta en formas estratégicas, i.e. los dispositivos (Grosrichard, 1978), pero no se superan en un sentido llano. Sin embargo, cabe añadir que en realidad no se trata de una “vuelta a”, más bien es una manifestación laxa del espacio. Paul Preciado (2020) lo expresa al pensar el aspo como prisión blanda: “centro de producción, consumo y control biopolítico”. La casa se volvió un espacio restrictivo, al menos en la primera etapa de la pandemia, pero en un sentido acotado: las compras siguieron (incluso aumentó el consumo digital), el trabajo (sobre todo en su precarización) se extendió a gran parte de la jornada, el uso de redes sociales fungió como catalizador de todo (im)posible encuentro, entre otros. Desde el registro semiótico, la mediación (como interfaz) dio un gran e insospechado paso al dividuo, a su manifestación más diáfana. En un mismo espacio analógico se dieron cita una multiplicidad enorme y simultánea de espacios virtuales.
18 En el mejor de los casos, debería garantizarse la continuidad pedagógica, los recursos materiales y tecnológicos y de conexión para docentes y estudiantes.
19 Estas son tipificaciones que se extienden a todo ámbito: empresarial, político, educativo. Lo peligroso de estas figuras es que no son personas determinadas; son estructuras que adoptan los distintos actores sociales sin importar su lugar de procedencia o la tarea que desarrollan. Ya se trató la cuestión con anterioridad: se supone que los docentes deben actuar como coaches.
20 Libertad y consumo como estandartes del oxímoron más representado, asumido e interiorizado de nuestro tiempo, que ni siquiera la pandemia de covid-19 detuvo.
21 Fisher lo explica con el mercado de la música, donde incluso la llamada música alternativa es, en realidad, solo una etiqueta de un producto que surge desde y para el mainstream. Incluso en los músicos de rap, que se proclaman reales, existe una búsqueda insaciable de las bondades del capital. Se trata de una dicotomía, un juego entre fuero exterior y fuero interior; al menos interiormente se ha de ser capitalista, se ha de creer en dicho sistema como única realidad. La última música alternativa, según Fisher, murió en la década de los ochenta.
22 Uno de los más llamativos ejemplos de esta cuestión se ve en el optimista Žižek (2020) y su nota “El coronavirus es un golpe al capitalismo a lo Kill Bill”. En ella expone su visión acerca del capitalismo global y la posibilidad de un cambio radical, por medio de una reorganización del comunismo, la unión social y la ayuda internacional. Al día de hoy, después de las inclemencias e incertidumbres iniciales respecto a la covid-19, estas cuestiones pueden discutirse. Por otra parte, en el artículo publicado por Byung-Chul Han (2020a) leemos la cara opuesta del bienintencionado esloveno: ¿qué puede más que el control total, la ampliación represiva y la disminución social? Nosotros. Deberíamos salir de la incomunicación y la individualidad producida por el virus. El virus no es, lo repito, un agente revolucionario.
23 En esta cuestión se manifiesta una idea de Fisher: entre los valores y los hechos, perdimos la potencia de los hechos y nos caracterizamos solo con los valores, como se mencionó en el primer apartado del trabajo acerca de la cuestión mercantilista en el conocimiento.
24 En un artículo sugestivo, un tanto premonitorio, Martín Rucovsky (2019: 154) escribe: “Los jóvenes precarizados son aquellos que fallan reiterativamente en la autogestión creativa y la automotivación individual. Principio de conducta potencial a todo sujeto económico, la capacidad emprendedora (entrepreneurship) marca una temporalidad que no logra resolverse o de otro modo, la dimensión subjetiva del tiempo fracasa en el cumplimiento de sus aspiraciones porque no hay instancia superadora, momento de progreso y estabilidad definitiva, sino aprendizaje continuo y adaptación permanente”.
25 Podríamos referir una cantidad de autores y libros que retoman esta fórmula, pero entre los más destacados está el goriziano Carlo Michelstaedter (1986) en La persuasión y la retórica. Él señala que el hombre persuadido solo es ostensible por medio de la suspensión del relato, del nexo social. La reapropiación y la conciencia operan, según Michelstaedter, a un mismo nivel. La única dimensión viable para el hombre persuadido, para aquel que no se observa como supeditado a una administración social de los espacios y el tiempo, es el presente.
Notas de autor
* Profesor universitario y licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional de San Martín (Unsam, Argentina). Trabajador docente en la Unsam, ha impartido las asignaturas de Introducción a la Filosofía en la Tecnicatura en Gestión Universitaria del Observatorio de Educación Superior y Políticas Universitarias, Unsam, e Introducción al Pensamiento Crítico en la Escuela de Economía y Negocios, Unsam. Es docente de nivel medio en el colegio Del Viso Day School. Participó activamente como redactor en la revista Cuadernos de Pesimismo. Es traductor de Interpres, Unsam, y traductor independiente de textos en inglés, italiano y francés. Ha publicado diversos artículos académicos sobre pesimismo italiano, educación y filosofía clásica y contemporánea en revistas especializadas. Es cocoordinador del Seminario Permanente de Poética del Centro de Estudios Históricos, Unsam y colaborador en las cátedras de Retórica y Prácticas Docentes en Educación Superior de Escuela de Humanidades, Unsam. Actualmente, estoy realizando estudios de posgrado en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, México.
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