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Pandemia de covid-19, identidad, expresión y performatividad de género
Covid-19 pandemic, gender identity, expression, and performativity
Contribuciones desde Coatepec, vol. 19, Esp., 2022
Universidad Autónoma del Estado de México

Artículos de investigación



Recepción: 12/01/2022

Aprobación: 28 Junio 2022

Resumen: A partir de una revisión bibliográfica de Judith Butler, concretamente su concepto de performatividad, el presente artículo muestra los resultados de una investigación cualitativa que busca analizar y revalorizar la identidad, expresión y performatividad de género durante la pandemia de covid-19 en México durante 2020. Esto a partir de una serie de entrevistas realizadas a 62 personas diversas —en cuanto su raza, clase, orientación sexual e identidad de género— cuya vivencia nos permite examinar cómo, durante la pandemia de covid-19 en México, existieron paradigmas que reforzaron los roles de género y otros que permitieron una subversión de la expresión de género.

Palabras clave: Pandemia, Performatividad de género, Identidad, Cuerpo.

Abstract: Based on a literature review of Judith Butler, specifically her concept of performativity, this paper demonstrates the results of a qualitative investigation that seeks to analyze and revalorize gender identity, expression, and performativity during the covid-19 pandemic in Mexico in 2020. This has been through a series of interviews conducted with 62 diverse people, regarding their race, status, sexual orientation, and gender identity; whose experiences allow us to examine how certain paradigms reinforce discrete gender and gender roles, while others allow to subversion in the expression of gender outside of binary.

Keywords: Pandemic, Gender Performativity, Identity, Body.

Introducción

La pandemia de covid-19 y el confinamiento obligatorio han forzado a la población mundial a enfrentarse a nuevas circunstancias para las cuales nadie estaba preparado: fue necesario cambiar rutinas profesionales y privadas, se debió permanecer en soledad, el otro se convirtió en una amenaza sanitaria. Estas constantes disrupciones transformaron el orden existente y causaron que los sujetos —en un afán de no perderse a sí mismos— recurrieran a diversos mecanismos de supervivencia con el propósito de otorgar un nuevo sentido a sus rutinas durante la cuarentena.

Uno de estos mecanismos de supervivencia se encuentra en el género, pues durante el confinamiento hubo quienes reforzaron su performance1 o actuación de un género binario a pesar de encontrarse en completa soledad. Algunas personas se alejaron de la expresión de un género discreto, explorando la posibilidad de un nuevo performance fuera de los binarios. Otras, en la introspección generada por la soledad del confinamiento, descubrieron o se reconciliaron con una identidad de género que no corresponde a la que se les asignó al nacer, identidad que no pudo ser expresada por miedo a ser señalados y heridos. Unas más fueron condenadas por su género.

Una breve historia del sexo y el género previa a Butler

Para comprender a cabalidad qué es y qué implica la performatividad de género es necesario conocer la distinción que se ha hecho históricamente entre sexo y género, esto se hará a partir de una revisión histórica sobre la conceptualización de la diferencia entre ambos, elaborada durante la segunda y tercera olas del feminismo, para posteriormente describir la crítica que Butler hace de esta concepción, la cual sugiere que el sexo y el género son iguales, debido a que ambos son construidos culturalmente.

En la teoría feminista de la segunda y tercera olas, se define el sexo como un hecho biológico, como la diferencia sexual sobre la cual se construye el género. Teresa Aguilar (2008) define al sexo como las características anatomofisiológicas que distinguen al macho de la hembra en la especie humana: en otras palabras, el sexo es aquello que engloba las diferencias biológicas. Cuando se comprende el sexo como algo único y exclusivamente biológico se le entiende como natural; es decir, se le posiciona siempre fuera de la esfera cultural, donde además se le otorga un carácter esencial.

A su vez, Lamas (1994: 5) define el sexo como la diferencia corporal entre mujeres y hombres —específicamente relativa a los genitales—, la cual es un hecho básico e idéntico en todas las sociedades, y es a partir de esta que el cuerpo se convierte en la primera evidencia de la diferencia humana. “La división de sexos, en efecto, es un hecho biológico, no un momento de la historia humana” (Beauvoir, 1981: 15). El sexo no es solo un hecho biológico, sino también un filtro cultural a través del cual interpretamos el mundo, constituye una serie de aparentes limitaciones biológicas que tienen un efecto inmediato en lo social y cultural, de ahí lo peligroso de comprender al ser humano únicamente desde lo biológico, pues se hace una reducción biológica de un sujeto que es también cultural.

Consideremos ahora que, si se comprende a los sujetos culturales solo desde lo biológico, es decir, desde su sexo, las mujeres son entendidas y reducidas a una matriz, unos ovarios y un útero, los cuales son interpretados como condiciones singulares que encierran a las mujeres en la subjetividad, ya que su constitución anatómica las convierte en el otro: una hembra. Este término designa algo permanente e idéntico a sí mismo que responde a un conjunto de hechos corpóreos permanentes que posicionan a la mujer como un sujeto lleno de carencias, “la hembra es hembra en virtud de cierta falta de cualidades” (Beauvoir, 1981: 12).

Como se ha dicho, la separación de los seres en machos y hembras se presenta como un hecho contingente e irreductible. En el caso de los varones, su sexo no los limita, sino que potencializa sus capacidades, en cambio, cuando se trata a las mujeres desde la biología, es decir, cuando se les estudia desde su ser-hembra, se les confina a los límites de su sexo. Cuando se define a las mujeres desde su constitución biológica, se les reduce a su capacidad reproductiva, se refuerza la idea de que lo biológico es destino, se crea la ideología donde la maternidad debe ser el centro de la identidad de las mujeres. El determinismo biológico reduce cada acto o motivación a una cuestión de aptitud reproductiva.

A partir de la interpretación que se hace de la diferencia anatómica entre los cuerpos masculinos y femeninos surge la concepción de que la capacidad intelectual y los papeles sociales deben ser otorgados con base en estas características biológicas, donde el sexo femenino siempre es secundario y débil; en otras palabras, al tener una anatomía distinta, sus capacidades intelectuales y papeles sociales deben también diferir:

La diferencia sexual aparece como una especie de “fundamento cósmico” de la subordinación o de la opresión de las mujeres; que el entramado de la simbolización se hace a partir de lo anatómico y de lo reproductivo, y que todos los aspectos económicos, sociales y políticos de la dominación masculina heterosexual se justifican en razón del lugar distinto que ocupa cada sexo en el proceso de la reproducción sexual (Lamas, 1999: 18).

De ahí que históricamente se aceptara que las mujeres carecieran de los derechos básicos y de las oportunidades de vida que gozaban los hombres.

Simone de Beauvoir se opone a esta reducción biológica de las mujeres al sostener que la mujer es una hembra en la medida que se experimenta como tal, “todo humano hembra no es necesariamente una mujer, necesita participar de esa realidad misteriosa y amenazada que es la feminidad” (Beauvoir, 1981: 9); esto es, ser hembra no te convierte en mujer y viceversa. La naturaleza no define a las mujeres, pues la naturaleza por sí sola carece de significado, es necesario comprender el entramado social, cultural y político que hace posible este devenir de la hembra en mujer:

La mujer no podría ser considerada simplemente como un organismo sexuado; sólo son importantes los datos biológicos que adquieren en la acción un valor concreto; la conciencia que adquiere la mujer acerca de sí misma no se define por su sola sexualidad, sino que refleja una situación que depende de la estructura económica de la sociedad, estructura que traduce el grado de evolución técnica al cual ha llegado la humanidad (Beauvoir, 1981: 75).

Podemos interpretar este devenir de la hembra en mujer como la socialización a partir de la cual el sujeto adquiere un género a través de un proceso en el que se obtienen formas de comportamiento; en el caso de las mujeres esto resulta en comportamiento femenino, y en los hombres, masculino. Las mujeres son asechadas constantemente por el sentimiento de su feminidad, deben que acatar lo que socialmente se considera como conductas femeninas, por ejemplo, la enajenación, la debilidad, la obediencia, el amor y la sensibilidad. Pero, así como no se puede definir a la mujer a partir de su anatomía, tampoco es posible definirla por la conciencia que adquiere de su feminidad en el seno de la sociedad, esto debido a que esas definiciones y formas de comportamiento son impuestas a la mujer, son normas que únicamente tienen como fin mantener el orden social y político.

Lo dicho hasta aquí supone que ser una mujer es la interpretación cultural de ser hembra, pero esta interpretación no es una necesidad innata de las hembras, sino que culturalmente se ha logrado que de manera compulsiva las hembras busquen interpretarse a sí mismas como mujeres; es decir, se pretende mantener esta correspondencia sexo-género.

Si bien De Beauvoir nunca hace mención del concepto género, entiende a la mujer como una idea histórica y no como un hecho natural, evidenciando la distinción entre el sexo —como un hecho biológico— y el género, considerado como la interpretación cultural de este hecho biológico. Ser una hembra es una facticidad carente de significado, pero ser mujer es haber llegado a serlo; se trata de forzar el cuerpo sexuado a conformar una idea de lo que históricamente ha sido considerado como mujer, es hacer que el cuerpo se convierta en un signo cultural. Hacerse mujer no es más que materializarse a sí misma obedeciendo el binarismo de género, es reducirse a una posibilidad delimitada a lo largo de la historia.

Los términos sexo y género fueron usados indistintamente hasta los años sesenta, cuando “el investigador John Money, propuso el término gender role para describir el conjunto de conductas atribuidas a las mujeres y los varones” (Aguilar, 2008: 10). A partir de esta conceptualización, diversas teóricas feministas han usado el término género para referirse a la simbolización que cada cultura elabora sobre la diferencia sexual, donde se establecen normas y expectativas sociales sobre cómo deben actuar y cómo deben constituirse los cuerpos femeninos y masculinos. “El género es el conjunto de ideas sobre la diferencia sexual que atribuye características ‘femeninas’ y ‘masculinas’ a cada sexo, a sus actividades y conductas y a las esferas de la vida” (Lamas, 1994: 8).

Gayle Rubin (1986) hace uso del concepto sistema sexo/género para describir los acuerdos a partir de los cuales se moldea lo biológico en lo cultural a través de la intervención social. Comprende el género como la división de los sexos impuesta socialmente, la cual ha sido causa de la opresión de la mujer y de las disidencias sexuales, pues en el caso de las mujeres su opresión se da bajo la justificación de que son mujeres, es decir, en cuanto a que son socializadas como tal. Sin embargo, al ser el género un aspecto social es también mutable y alterable, por lo que es posible su modificación para terminar con la subordinación de las mujeres y otras disidencias genéricas.

A Rubin se suma Kate Millet, para quien el género posee bases culturales y no biológicas, donde el género es “the sum total of the parents’, the peers’, and the culture’s notions of what is appropriate to each gender by way of temperament, character, interest, status, worth, gesture and expression” (Millet, 1971: 31).2 Aquí se hace evidente el gran papel que desempeñan la socialización, así como las normas sociales y culturales, para la construcción de los sujetos con género, lo que revisaremos posteriormente en el concepto de género, acuñado por Butler.

Es importante recordar que feministas negras como Angela Davis y Bell Hooks han reconocido la construcción de la mujer y los estereotipos de género no solo como sexistas, sino también como racistas. Pues gracias a la propaganda, el término mujer se convirtió en sinónimo de madre y ama de casa, roles femeninos que no se extendían a las esclavas negras, puesto que a ellas no se les consideraba madres, sino que eran breeders o criadoras, lo que las constituía como instrumentos que garantizaban el crecimiento de la labor esclava. Además, los valores que construían a la mujer, y con ella a la feminidad, tomaban como referencia a mujeres blancas, de clase media o burguesas, por lo que “many black women who have traditionally accepted the white models of femineity are now rejecting them for the same general reasons that we should reject the white middle-class lifestyle” (Hooks, 2015: 250).3

Las mujeres negras, migrantes, chicanas y obreras siguen siendo mujeres, a pesar de que su circunstancia les haya hecho obtener vivencias, valores y rasgos de personalidad distintos de los de las mujeres blancas. “That [their] race and economic condition were different from theirs [white women] did not annul her womanhood. And as a Black woman, her claim to equal rights was no less legitimate than that of white middle class women” (Davis, 1983: 64).4

El sexo y el género para Judith Butler

La distinción que se ha hecho con anterioridad respecto de sexo y género sirve al argumento de que el sexo es natural, mientras que el género es construido culturalmente. Judith Butler se opone a la concepción del sexo como un hecho natural y del género como la interpretación cultural de ese hecho, pues si el género es el significado cultural que el cuerpo sexuado asume, entonces el género no viene del sexo; en otras palabras, si el género es el significado que el sexo asume dentro de una cultura específica, entonces carece de una significación social y es remplazado por el género, que emerge como opuesto al sexo. De la misma manera, la distinción sexo/género sugiere una discontinuidad radical entre los cuerpos sexuados y los géneros socialmente construidos. Se debe agregar que en dicha distinción el cuerpo aparece como un medio pasivo que adquiere significado gracias a la inscripción de una fuente cultural externa al mismo. Además, la autora sostiene que

the notion of sex made it possible to group together, in an artificial unity, anatomical elements, biological functions, conducts, sensation and pleasure, and it enabled one to make use of this fictitious unity as a causal principle, an omnipresent meaning: sex was thus able to function as a unique signifier and as a universal signified (Butler, 2007:124).5

Aquí el sexo aparece como dado inmediatamente, en calidad de características físicas que pertenecen a un orden natural y que adquieren significación social en la articulación de la categoría del sexo, unidad que siempre es artificial. Para Butler (2011) el sexo tampoco es una descripción estática de lo que uno es, sino una de las normas que convierten al sujeto en viable; es decir, gracias al sexo un sujeto abstracto se convierte en un sujeto concreto en la sociedad. El sexo es aquello a partir de lo cual un cuerpo se hace un cuerpo para la vida social, es una descripción biológica de lo que uno es y el origen de la formación cultural. De ahí que no tenga sentido definir al género como la interpretación cultural del sexo, si este es en sí una categoría que ya participa del género.

No obstante, al decir que el sexo es algo que ya está gendered o que participa del género, en realidad no explicamos cómo se materializa en las prácticas y en las normas culturales y sociales. Según Butler (2011), la materialización del sexo tiene lugar a partir de prácticas altamente reguladas, por tanto, sería así un ideal construido y materializado de acuerdo con un contexto histórico, cultural y político. De esta manera, el sexo deja de ser exclusivamente un hecho biológico o una condición estática del cuerpo para formar parte de un proceso donde las normas reguladoras lo materializan a través de la reiteración forzada de dichas normas.

La autora nos da el ejemplo de un bebé, que antes de ser un sujeto gendered o un cuerpo sexuado se encuentra en el plano de los objetos materiales6it—, y que a partir de ser nombrado —he (él) o she (ella)—, es decir a partir de que participa de un género, forma parte de la esfera de la trascendencia humana y se convierte en un sujeto concreto. “Gendering is the differentiating relation by which speaking subjects come into being” (Butler, 2011: xvi).7 El sexo se materializa en la feminización o masculinización del sujeto, es la forma en la que mujeres y hombres son percibidos por una cultura estructurada en la diferenciación sexual.

Podemos condensar lo expuesto hasta aquí diciendo que la asignación del sexo es siempre de carácter opresor, pues la clasificación sexual nunca es solamente descriptiva, sino que en todo momento posee elementos normativos. El cuerpo adquiere significado dentro del discurso, lo que significa que el cuerpo no está sexuado en ningún sentido anterior a su determinación dentro de un discurso. Es gracias a él que se materializa el sexo, esto se hace evidente en cuanto a que este cuerpo es fundamental en las relaciones de poder, al participar en normas regulatorias donde las leyes conforman su género, sexo, aspiraciones y deseos.

Butler (2011) considera que la categoría del sexo es normativa desde su inicio, un ideal regulador. El sexo funciona de esta manera no solo como una norma, sino que a su vez forma parte de una práctica reguladora que produce cuerpos, los cuales posteriormente serán controlados. Con base en técnicas disciplinarias y normas reguladoras, esos cuerpos son obligados a participar en el binario —femenino y masculino— del sistema sexo genérico. Un ejemplo de ello son las cirugías de reafirmación de sexo, pues se modifica el cuerpo sexuado con el fin de que este sea partícipe de los binarios sexuales.

En este sentido, se retoma de Foucault (2009) la materialización del cuerpo del prisionero, donde el cuerpo es entrenado, formado, cultivado e invertido a través de ideales normativos y normalizadores, hasta que cumple un ideal específico, que responde a una situación histórica en la cual el cuerpo es materializado de modo efectivo: no existe un cuerpo natural o prediscursivo, todos los cuerpos han sido amputados, reprimidos y alterados con el fin de mantener el orden social. El individuo se presenta como un sujeto fabricado con cautela de acuerdo con técnicas disciplinarias y fuerzas punitivas. De manera similar, la categoría del sexo es originalmente normativa, un ideal regulatorio, pues funciona como una norma que es a su vez parte de una práctica regulatoria, productora de cuerpos para gobernarlos posteriormente. De esta manera, el poder del sexo es productivo, dado que goza del poder de producir, demarcar, circular y diferenciar los cuerpos que crea y controla.

Del mismo modo, existen estructuras que construyen al sujeto, fuerzas como la cultura, el discurso o el poder. Esta construcción se da en el tiempo; es decir, se trata de un proceso temporal que opera a través de la reiteración de normas, donde el sexo es producido y desestabilizado en el curso de esa reiteración; en este sentido, el sexo no es más que un efecto de un ritual reiterativo. Esta constante repetición da lugar a la inestabilidad, que abre la posibilidad de deconstruir o modificar el proceso de repetición; aquí surgen las distintas expresiones e identidades de género, donde se manifiestan las múltiples disidencias sexuales y genéricas.

Para Butler (2011) ser material es materializarse, y es en este punto donde surgen los cuerpos que importan, pues la materialización del sexo es lo que les da importancia, conocer el significado del cuerpo es conocer cómo y por qué importa, justamente en cuanto se ha sometido al proceso de materialización, pues solo a partir de que el cuerpo ha sido sometido a ser vigilado, castigado y normado, logra internalizar un género discreto que parece ser la interpretación de su sexo, en apariencia natural. En otras palabras, el cuerpo que importa es aquel que ha sido entrenado, formado, cultivado e invertido a través de ideales normativos y normalizadores hasta llegar a la meta: cumplir un ideal histórico donde es materializado de modo efectivo al encajar en el binario femenino y masculino del sexo y el género. La construcción, formación y deformación de los cuerpos sexuados es animada por un conjunto de prohibiciones, que a lo largo de la historia han alcanzado el criterio de inteligibilidad, por lo que hemos ignorado que los cuerpos sexuados no son naturales, sino que han sido construidos a partir de normas y prohibiciones.

De acuerdo con Butler (2007), el género designa el aparato de producción donde los sexos son establecidos. Es el medio cultural y discursivo en el cual la naturaleza sexuada o el sexo natural se produce y se establece como anterior a la cultura. La autora se opone a la noción del género como una construcción, pues de ser así se comprenden los cuerpos como recipientes pasivos de una ley cultural. El género es algo que tenemos y que somos, es la estilización repetida del cuerpo, un conjunto de actos repetidos dentro de límites regulatorios, por lo que el género es también siempre algo adquirido.

De manera similar a lo que ocurre con la materialización del sexo, el género discreto humaniza al individuo en la cultura contemporánea; es decir, el individuo importa únicamente en la medida que logra actuar o presentar un género discreto que corresponda con la materialización de su sexo, lo cual deviene en la materialización de un cuerpo que corresponde a un ideal de lo que es ser hombre o mujer, “the mark of gender appears to qualify bodies as human bodies” (Butler, 2007: 151),8 pues si no se pertenece a uno de los dos géneros discretos, se castiga el cuerpo del sujeto hasta que se logra su humanización, su pertenencia al binarismo masculino y femenino del sistema sexo/género.

El género es una construcción que esconde su génesis, pues a través de la materialización del sexo y la repetición de actos de género se construyen y se mantienen los géneros polares. Por géneros discretos o inteligibles debemos comprender aquellos géneros que instituyen y mantienen relaciones de coherencia y continuidad dentro del sexo, el género y las prácticas sexuales. Las relaciones de coherencia entre los géneros y sexualidades discretas son explicadas por Monique Wittig (1992), para quien el género femenino heterosexual existe únicamente con el fin de complementar el género masculino heterosexual. Las categorías de hombre y mujer solo pueden existir juntas, debido a que uno no existe sin el otro, de ahí que las prácticas sexuales, como la heterosexualidad, sean algo impuesto, organizado y propagado a partir de la existencia de los géneros discretos.

La heterosexualidad es un régimen político en el cual la mujer existe en torno al hombre, lo cual a su vez refuerza el patriarcado, definido por Monique Wittig (1992) como un sistema ideológico basado en la dominación del hombre sobre la mujer, en la sumisión y apropiación de esta. Es algo que se impone, se organiza, se propaga y mantiene a la fuerza, pues en la mente heterosexual la diferencia entre los sexos/géneros se presenta como natural; es decir, esta mente ha formado sus propios conceptos, leyes, instituciones, historia y cultura, los cuales han sido aceptados e internalizados por la gran mayoría como lo normal y natural.

Cuando se asocia un sexo con su género respectivo y a esto se suma una atracción natural hacia el sexo/género opuesto, resulta en una serie de constructos sociales al servicio de intereses reproductivos. Es decir, mientras la mujer siga cumpliendo con los roles de género que le han sido asignados —el eterno femenino, atracción heterosexual, matrimonio, entre otros— se mantienen los intereses que son sostenidos por la ficción reguladora del género discreto.

La finalidad de los binarios de género, esto es lo socialmente aceptado como hombre y mujer, es la supervivencia cultural, y al poseer este instinto de supervivencia el género se convierte en un performance con el fin de pertenecer a esos binarios, pues son los que humanizan a los individuos: aquellos que salen de lo socialmente aceptado como hombre y mujer o masculino y femenino, son castigados y obligados a repetir los actos hasta que su performance los encasille en un binario de género u otro. El género no es un hecho estático, sino un acto o un proyecto que se da en forma reiterativa:

If gender is something that one becomes —but can never be— then gender is itself a kind of becoming or activity, and that gender ought not to be conceived as a noun or a substantial thing or a static cultural marker, but rather as an incessant and repeated action of some sort (Butler, 2007: 152).9

Es, además, un acuerdo no hablado que lleva al colectivo a actuar, producir y sostener géneros polares como ficciones culturales y reguladoras, un aspecto identitario adquirido gradualmente. Es la forma que el cuerpo adquiere en una cultura específica.

Para resumir, podemos decir que, al comprender el sexo y el género desde la significación cultural que asume el cuerpo sexuado, el cuerpo —como aquello que representa la materialización del sexo y que además participa de un género— se concreta a través de una serie de actos y de una percepción cultural, por lo que es imposible concebir el sexo como distinto del género, pues ambos de ningún modo son un hecho estático y natural, sino hechos modificables y culturales.

Performatividad de género

Como se ha dicho, el género en absoluto es un hecho estático, por el contrario, es una serie de actos repetidos, esto es lo que para Butler (2007) constituye la performatividad de género: una repetición que es a su vez una re-actuación y re-experimentación de una serie de significados y acciones que ya han sido establecidos socialmente. Un acto performativo es realizado en forma repetitiva y produce una serie de efectos. El género produce la expectativa y anticipa no un acto singular, sino su repetición; los efectos de este performanceson la naturalización de géneros discretos a través de actos corpóreos; su logro es que la audiencia, incluyendo al actor, crea y actúa este género discreto como algo real y natural. La identidad de género no puede existir previa a los actos de género, pues estos constituyen la identidad: somos en tanto que actuamos. Esto resulta problemático, pues la identidad de género, lo que creemos que es una característica interna nuestra, es en realidad algo producido a través de actos corpóreos y palabras:

Words, acts, gestures, and desire produce the effect of an internal core or substance, but produce this on the surface of the body, through the play of signifying absences that suggest, but never reveal, the organizing principle of identity as a cause. Such acts, gestures enactments, generally, construed, are performative in the sense that the essence or identity that they otherwise purport to express are fabrications manufactured and sustained through corporeal signs and other discursive means (Butler, 2007: 185).10

En este sentido, el género no es una identidad fija de la que procedan distintos actos, sino que se trata de una identidad que se construye a través del tiempo, instituida en la repetición de actos, que se hacen manifiestos en la estilización del cuerpo cuando los gestos y movimientos del cuerpo construyen la ilusión de una identidad de género permanente.

Cuando el género es institucionalizado a través de actos repetitivos aparenta ser una identidad construida e inamovible, es un logro performativo para la audiencia, incluyendo a los actores. Ahora bien, si el sostén de la identidad de género es la repetición estilizada de actos en una temporalidad, esto abre la puerta para las transformaciones de género a partir de una repetición distinta, una ruptura o subversión de estos actos, de ahí que el gendered self11 se construya a partir de sus actos y estilizaciones. Los actos que constituyen la identidad de género del actor también crean esta identidad como una ilusión, como un objeto de creencia.

Encarnar un género, llámesele a este femenino, masculino o no binario, significa participar en una interpretación constante de corporalidades; por tanto, el sujeto está posicionado dinámicamente dentro de un campo de posibilidades culturales que nunca dejan de cambiar. El género, entonces, debe ser entendido como la modalidad de tomar y ejercer una de estas posibilidades; dicho de otra manera, el género es un proceso de interpretación del cuerpo al que se le da una forma cultural. Es una decisión que tomamos, y, posteriormente, hacemos conciencia de esta, pues cuando uno asume un género no lo hace de forma por completo consciente, sino que se trata de un proyecto sutil y estratégico que pocas veces se hace manifiesto en el entendimiento reflexivo.

Esto parece confirmar que ser una mujer es devenir en una, no se trata de aceptar un estado ontológico permanente, sino que es un proceso activo donde una se apropia, interpreta y reinterpreta una serie de posibilidades culturales. Por ello el género no es una construcción social impuesta a los individuos, es un actuar a través del cual, a partir de una serie de actos, construimos nuestra identidad. Convertirse en una mujer, hombre o persona no binaria, es apropiarse de un conjunto de actos y habilidades que nos hacen pertenecer a la esfera del género. Esto entendido en términos sartreanos significa convertirse en un proyecto al asumir un estilo, un significado; de ahí que hasta cierto punto podamos elegir un género, pues nuestros actos y decisiones construyen nuestra identidad. Pero con esta reflexión surgen distintos cuestionamientos, ya que si afirmamos que elegimos nuestro género esto resulta problemático, pues no hay un momento sin un género; es decir, como seres culturales siempre estamos inmersos en la burbuja del género, entonces la pregunta es la siguiente: ¿cómo escogemos algo que ya somos?

Para responder esto, Butler (1988) trae a cuenta la corporalidad desde el punto de vista sartreano, donde el cuerpo existe para ser sobrepasado y es el medio a través del cual encarnamos nuestra posibilidad. Ahora, si trasladamos esto a la aseveración de Simone de Beauvoir, podemos decir que cuando una se convierte en mujer esto debe ser entendido como que hemos habitado nuestro cuerpo desde nuestro nacimiento y a partir de este nos convertimos, posteriormente, en nuestro género; por tanto, el tránsito del sexo al género es interno. A partir de este movimiento nuestro cuerpo existe de forma concreta, encarna un género; pero no encarnamos nuestro género desde un lugar anterior a él y a la cultura, sino que en todo momento lo hacemos dentro de sus términos.

Ahora bien, si somos también nuestro cuerpo es importante rescatar que nunca experimentamos a través de nuestro cuerpo natural —sin género— y tampoco nos conocemos a nosotros mismos como pura materia biológica, pues nunca podemos aprehender nuestro sexo fuera de su expresión cultural: el género. Esto quiere decir que el sexo experimentado posee un género; por consiguiente, el cuerpo natural es inaprensible.

Debido a la interpretación cultural que se hace del cuerpo, Butler (1988) explica que el cuerpo siempre se da en una situación determinada; es decir, el cuerpo es el foco de la interpretación cultural, es la realidad material que ha sido definida dentro de un contexto social. El cuerpo es una situación a partir de la cual se deben tomar y actuar una serie de interpretaciones recibidas, de ahí que sea un campo de posibilidades interpretativas, donde se hace presente un proceso dialéctico que sirve para interpretar de manera novedosa un conjunto de significaciones culturales que han sido impresas en la carne del individuo.

Para Butler (1988) el cuerpo con género es siempre la encarnación de posibilidades, condiciones que son circunscritas en una convención histórica; en otras palabras, el cuerpo construido desde la performatividad de género es una situación histórica, una forma de hacer, dramatizar y reproducir una situación social, económica, histórica y cultural. Esto significa que el cuerpo es entendido como un proceso activo que encarna posibilidades culturales e históricas.

Por consiguiente, concebimos el cuerpo como formas de hacer, dramatizar y reproducir una situación histórica, estructuras básicas de la estilización de un cuerpo. Estos estilos son limitados y condicionados por el contexto histórico; por consiguiente, se presenta el género como un estilo corpóreo, un acto intencional y performativo, este último entendido en dos sentidos: dramático y sin referente.

Las normas de género en el cuerpo sexuado

Encarnar un género es un proceso impulsivo y a la vez racional, en el que se reinterpreta una realidad cultural haciendo uso de distintas herramientas: las sanciones, los tabúes y las prescripciones. Cuando se elige asumir un tipo de realidad corpórea bajo un género, esto implica un mundo ya establecido de estilos corpóreos. Escoger un género es interpretar las normas de género recibidas en una forma, es organizarlas y asumirlas siempre como algo nuevo, no es un acto radical de creación, sino un proyecto desde el cual renovamos nuestra historia cultural y nuestra realidad vivida a través de la corporalidad en términos propios.

Cuando existimos como nuestro propio género, estamos aceptando normas culturales que limitan las interpretaciones que tenemos sobre nuestro cuerpo; estas normas nos obligan a encajar en uno de los géneros binarios, lo cual restringe nuestras capacidades, nuestras actividades, nuestra expresión y libertad. Esto supone que las normas de género nos oprimen y limitan a todos, pero pocos se dan cuenta de ello, basta con mirar el impacto de las construcciones sociales sobre el género, pues la mayoría de las personas se sienten atacadas, vulneradas o señaladas si se les dice que no son los suficientemente masculinos o femeninas, lo cual significaría que han fallado al ejecutar su masculinidad y su femineidad al no ser percibidos bajo un género binario.

A partir de las normas y los roles de género, el cuerpo sexuado se hace presente también como el cuerpo castigado, el cuerpo sexualizado, el cuerpo sacro, el cuerpo violentado y el cuerpo que violenta, el cuerpo que transgrede y el cuerpo que es sometido. De la misma manera, se patologiza a los individuos que salen del binarismo —masculino y femenino— del sistema sexo/género, como sucede con las personas intersexuales, transexuales, transgénero, no binarias e incluso con las cisgénero, que parecen no cumplir con las expectativas biológicas y culturales de su sexo y género. Con ello se hace manifiesto el uso político de las discriminaciones biológicas, que crean y fomentan el sistema de los géneros binarios. Para Foucault (2009: 98) esto se hace presente en lo siguiente:

Histerización del cuerpo de la mujer: triple proceso según el cual el cuerpo de la mujer fue analizado —cualificado y descualificado— como cuerpo integralmente saturado de sexualidad; de este modo este cuerpo fue integrado, bajo el efecto de una patología que le sería intrínseca, al campo de las prácticas médicas y por último, fue puesto en comunicación orgánica con el cuerpo social, con el espacio familiar y con la vida de los niños: la Madre, con su imagen negativa es la “mujer nerviosa”, constituye la forma más visible de esta histerización.

Considerando lo anterior, podemos decir que existen normas que producen a una mujer, hombre o cualquier otra ficción social, esto lo hacen a través de una serie de estilos corpóreos que mantienen la correspondencia sexo/género: la polaridad de los géneros discretos. Estas normas han hecho corresponder el sexo y el género bajo la concepción de que existe una naturaleza establecida para las mujeres; nuestro cuerpo aparentemente natural es en realidad un cuerpo sexuado que participa de un género, y por tanto se somete a las normas, prescripciones, y normas de carácter regulador y punitivo. Al respecto Wittig (1992) dice que llaman natural a nuestro cuerpo deformado, porque parece cumplir con lo que naturalmente se nos ha presentado como una mujer: al someternos a la mutilación y modificación de nuestro cuerpo —con el maquillaje, la depilación, las operaciones estéticas—, nos convertimos en mujeres reales.

Dicho lo anterior, podemos afirmar que existen técnicas disciplinarias que engendran el cuerpo dócil de la mujer, el cual siempre es más dócil que el del hombre. La mujer —entendida como cuerpo que encarna un género— ha sido construida discursivamente como un ser inferior, pero aun así peligroso para los hombres, por lo que necesita perpetua contención, control y sujeción a través de técnicas disciplinarias particulares. Estas técnicas han adquirido el nivel de inteligibilidad, entre ellas podemos encontrar las vestimentas —el corsé, los tacones, las faldas cortas—, las cuales son elaboradas con el fin de restringir la movilidad y de moldear el cuerpo a los deseos masculinos. De Beauvoir (1981) logra rastrear actividades culturales, vestimentas y estilos que han sido diseñados para prevenir la actividad de la mujer, como es el caso de las mujeres chinas, quienes debían vendar sus pies para que estos se mantuvieran de tamaño pequeño. Nos da también ejemplos de control y dominio que pasan desapercibidos, como las uñas adornadas de las estrellas de Hollywood, que evitan que las mujeres usen sus manos para trabajar, lo mismo ocurre con los tacones, las crinolinas y los corsés, los cuales somten a la mujer a la esfera de la incapacidad.

La mujer como individuo ha sido creada a partir de técnicas disciplinarias, como los atuendos que convierten su cuerpo en un objeto erótico. De acuerdo con King (2004) convertir a la mujer en un ornamento requiere disciplina, convertirla en un cuerpo que funge como adorno requiere castigos constantes y limitaciones en su movilidad. Los estilos femeninos a lo largo de los años han confirmado distintos mitos que circundaban la imagen de la mujer, catalogándola como alguien seductora, débil, frívola y obsesionada con trivialidades. En otras palabras, King (2004) sugiere que el género femenino es una disciplina que produce cuerpos e identidades que operan como una forma efectiva de control social.

El dominio que tienen las normas de género se hace manifiesto también en la inseguridad a la que un ser es arrojado al no encajar bajo uno de los binarios de género, pues es imposible existir de manera significativa, socialmente hablando, fuera de las normas de género establecidas, pues se considera que el ser social siempre ha de poseer un género discreto, por lo que estar fuera del binarismo femenino y masculino del sistema sexo/género significa poner en duda nuestra propia existencia como ser social activo. Esto no solo se manifiesta en la exclusión, sino que también se evidencia en la angustia que se siente al dejar el género que se ha asignado al nacer o al pasar a otro, lo cual hace indudables los límites sociales de la interpretación de género, pues parece que con el género se pierde también toda identidad, y con ella todo valor como ser humano.

Las dos vivencias durante la pandemia de covid-19

La noción de la performatividad de género implica que la identidad de género sea inestable, y si el sostén de la identidad de género es la repetición estilizada de actos en un contexto específico, esto abre la puerta para las transformaciones del performance de género a partir de una repetición distinta, una ruptura o subversión de estos actos. Ahora, si comprendemos que el género va acompañado de normas que existen con el fin de reprimir esta repetición distinta, no podemos negar la posibilidad que el género nos brinda de subvertir estas normas, de luchar en su contra a través de nuevas formulaciones del género, de nuevas formas de amalgamar y subvertir las supuestas oposiciones de lo masculino y lo femenino.

Conviene subrayar que los límites de género son más evidentes en el ámbito de la cultura que en el de la anatomía, esto debido a que las instituciones culturales han interpretado el género como algo natural, que equivale a la anatomía del sexo. Pero como hemos visto, la anatomía no limita el género, pues el cuerpo jamás se presenta como un fenómeno natural, dado que está constantemente sujeto a estándares, tabúes, normas y roles bajo los cuales el sujeto se evalúa a sí mismo y determina su valor desde ellos.

Violencia durante la pandemia de covid-19

Durante la pandemia se hicieron evidentes dos polos opuestos: el primero y más evidente fue el de los roles de género que se reforzaron durante este periodo, con ellos se manifestaron la violencia de género y los crímenes de odio contra las personas lgbti. De acuerdo con el informe Violencia contra las mujeres en México en el contexto de covid-19 (Equis justicia, 2022), en abril de 2020, en México hubo un total de 337 feminicidios12 y un total de 103 117 llamadas relacionadas con violencia de género —de estas, 57.2 % fueron por violencia familiar; 19.3 %, por violencia de pareja; 22 %, por violencia contra la mujer; y 1.4 %, por violencia sexual—. Durante la pandemia, las mujeres se encontraron encerradas con sus violentadores. El confinamiento potencializó los factores de riesgo de violencia de género, aumentando el aislamiento y dificultando las condiciones para solicitar ayuda y denunciar.

De igual manera, la pandemia trajo dificultades para las personas transexuales, pues se encontraron en una situación de pobreza, esto debido a que durante el confinamiento obligatorio hubo una paralización de labores y actividades durante, que afectó su subsistencia. Además de que un gran número de personas transexuales tuvieron que abandonar sus hogares o fueron echadas de ellos debido a su identidad y expresión de género, sin contar con una red de apoyo. De acuerdo con un estudio elaborado por Letra S, Sida, Cultura y Vida Cotidiana A. C. (2021), durante el año 2021, en México, aproximadamente 43 mujeres transexuales, en su mayoría trabajadoras sexuales, fueron asesinadas, circunstancia que expone la violencia de género, transfobia y misoginia.

Así como los feminicidios y transfeminicidios no se detuvieron durante la pandemia, tampoco cesaron los crímenes de odio contra personas lgbti: durante 2021, el número de víctimas mortales fue de 182 (Letra S, Sida, Cultura y Vida Cotidiana A. C., 2021). Muchas personas jóvenes pertenecientes a este colectivo estuvieron confinadas en entornos hostiles con familiares y otros convivientes que no las apoyaban y que además las agredían constantemente. Durante la emergencia sanitaria en México, en el año 2021, 22 hombres homosexuales fueron víctimas de la violencia de género; 2 hombres transexuales fueron asesinados, también víctimas de la violencia de género —son vistos erróneamente como mujeres que transgreden las normas de género o lesbianas—; y 8 mujeres lesbianas fueron asesinadas, por las mismas razones, además fueron víctimas de la lesbofobia, ya que se les asesinó por su condición de mujeres y de lesbianas.

La subversión de la identidad

El otro polo, ciertamente minoritario, está construido sobre la inestabilidad de la identidad y expresión de género, pues los sujetos se han percatado de que ellos hacen su propio cuerpo a partir de los actos que constituyen su identidad. El sujeto con género decide construirse a sí mismo a través de sus estilizaciones. Se elige el género, no como un acto voluntarista, sino como un acto en el que la persona interpreta las normas de género recibidas, de tal forma que las reproduce y organiza de nuevo. Su autopercepción comienza a cambiar con los nuevos estilos, maquillajes y manierismos adoptados.

El cuerpo surge como lo que une la cultura universal y la elección individual; durante la pandemia existir en nuestro cuerpo se convirtió en una forma personal de tomar y reinterpretar normas de género, las cuales nos llevan a la variedad de estilos corpóreos, que politizan lo personal. A partir de ello se empiezan a desnaturalizar los cuerpos y se resignifican categorías corporales, con el fin de llevar el sexo y el género más allá del marco binario.

Como se ha revisado con anterioridad, las ideas y las normas que son parte de un género cambian con el tiempo, el lugar, la raza, la clase y la religión, por lo que es imposible interpretar el género como algo separado de las intersecciones culturales que lo producen y mantienen. Durante la pandemia se observó un cambio en las ideas y las normas del género, donde los hombres empezaron a usar faldas, maquillaje, esmalte de uñas y optaron por dejar crecer su cabello, mientras que las mujeres usaron ropa holgada, dejaron de maquillarse, optaron por estilizaciones masculinas, se raparon el cabello. Cuando una mujer adopta estilos masculinos y el hombre adopta estilos femeninos, esto no siempre deviene en un cambio en su identidad de género, sino que se reafirma su autopercepción desde su género asignado a pesar de la ruptura en estereotipos. Estamos vivenciando —sobre todo a través de las redes sociales y comunidades en internet— una resignificación de los binarios de género, lo que es una subversión colectiva de la identidad de género, pues se rompe con el esencialismo de este, donde se creía que todas las mujeres y hombres debían pensar, usar y sentirse de la misma manera, pues estaban unidos por algo esencial que los hacía participar de su género.

Método de recopilación

Para la elaboración del presente artículo se recurrió a la entrevista estructurada, con el fin de obtener información sobre las vivencias que se tuvieron con respecto de la identidad y expresión de género durante la pandemia de covid-19. Además, se buscó encontrar las intersecciones que permiten o imposibilitan la expresión e identidad de género fuera del binarismo. Las entrevistas fueron realizadas en el primer cuatrimestre de 2021.

Las preguntas fueron las siguientes:

  • ¿Considera que su circunstancia (económica, geográfica, laboral, familiar, etc.) o su entorno delimitan su identidad de género? De ser así, ¿en qué aspectos?

    • ¿Considera que su circunstancia (económica, geográfica, laboral, familiar, etc.) o su entorno delimitan su expresión de género? De ser así, ¿en qué aspectos?

    • ¿Durante el confinamiento por la pandemia de covid-19 ha cambiado su expresión de género?

    • Si respondió que sí a la pregunta anterior, ¿cómo ha cambiado su expresión de género durante la pandemia por la covid-19?

    • ¿Durante la pandemia por la covid-19 ha cambiado su identidad de género?

    • ¿Considera que la pandemia le permitió experimentar o descubrir su expresión o identidad de género?

    • Si respondió de manera afirmativa a la pregunta anterior, ¿cómo le permitió la pandemia experimentar o descubrir su expresión o identidad de género, y por qué piensa que ha sido la pandemia un factor determinante para ello?

Muestra

La población a la que nos dirigimos consta de 62 personas diversas —en cuanto a su raza, clase, orientación sexual e identidad de género: 21 hombres, 36 mujeres, 2 personas no binarias y 3 de género fluido—, quienes residen en Ciudad de México y Estado de México. Todas ellas oscilan entre los 18 y 25 años, esto debido a que en su mayoría son las personas jóvenes quienes se encuentran en medio de esta ruptura del binarismo de género, sobre todo por su exposición a las redes sociales y a internet. Las personas entrevistadas son de diversos niveles socioeconómicos, que van desde la clase baja a la media alta; ello con el fin de analizar cómo su condición socioeconómica, junto con otras intersecciones, es esencial para transgredir o no el binarismo de género.

Análisis de datos

Se realizó una categorización a partir de las respuestas de los entrevistados, enfocados en las siguientes categorías: rupturas de los roles de género hegemónicos, fortalecimiento de los roles de género, miedo al rechazo y a la discriminación, autopercepción, redes de apoyo, recursos estilísticos disruptivos y la falta de lugares seguros para la expresión libre del género.

Resultados

Durante la pandemia la mayoría de los entrevistados tuvieron un momento de autoconciencia, que abrió espacio a la reflexión de los roles de género que se asumen de forma sistemática, concientización que les permitió destruir, cambiar y reivindicar los roles y estereotipos de género. Es de suma importancia resaltar que dicha concientización fue posible gracias a la era digital, pues ahora la teoría está a un clic del usuario: se puede acceder a artículos de investigación, libros digitales, clases y discusiones sobre temas que circundan el sexo y el género desde internet y las redes sociales. Gracias a eso, de las 62 personas entrevistadas, 43 (10 hombres, 28 mujeres, 3 de género fluido y 2 no binarias) consideran que durante el confinamiento ha cambiado su expresión de género, mientras que 19 personas (11 hombres y 8 mujeres) consideran que el confinamiento no la ha cambiado.

Los 43 entrevistados cambiaron y resistieron las normas de género porque la crisis sanitaria les permitió actuar conforme a lo que realmente parece fiel a su autopercepción e identidad de género. Su circunstancia les permitió tomarse un respiro y cuestionar sus vivencias de género; esto ocasionó que algunas de las personas entrevistadas reevaluaran su identidad y su expresión en este sentido, llegando a la conclusión de que nunca se identificaron completamente con el género que se les asignó al nacer. Otras se percataron de que, a pesar de romper estereotipos de género, su identidad permaneció idéntica a la que se les asignó al nacer, pues la disrupción performativa no implicó en ellas un cambio en la identidad de género, pero sí en la vivencia de este.

Al preguntar ¿cómo ha cambiado tu expresión de género durante la pandemia de covid-19?, una mujer nos respondió: “Me rapé y dejé crecer mi vello corporal, en general opté por dejar la depilación a un lado. Además de que he dejado de usar ropa ‘femenina’, disfruto salir a la calle con sudaderas y pantalones holgados”. Los atuendos holgados, no usar sostén, dejar de maquillarse y depilarse son respuestas frecuentes en las mujeres. Podemos percibir un alejamiento de las técnicas disciplinarias mencionadas en apartados anteriores, como son los atuendos, la depilación y el maquillaje, esto se da porque se cree que durante la soledad se liberan del poder punitivo de las normas de género, además de que optaron por atuendos cómodos que les permitieran una movilidad que solía estar reservada para los varones. Podemos notar que las características femeninas y masculinas se hacen más flexibles, sobre todo en cuanto a las actividades que se realizan y las conductas que estas implican.

Otra mujer nos comentó: “El maquillaje me ha ayudado a expresarme de forma diferente, fue lo primero que cambió. Ya no era una herramienta opresora, sino que era algo con lo que podía expresar mi imagen y autopercepción, en lugar de algo para verme genéricamente bonita”. Esto nos muestra dos experiencias de mujeres diversas, pues mientras algunas dejan de maquillarse porque pueden descansar de ello, otras subvierten lo que históricamente ha representado el maquillaje. Esta subversión de estilos, en especial con el maquillaje, ha existido en subculturas como el goth y el punk; sin embargo, ahora forman parte de la cultura mainstream, debido a que las nuevas generaciones ven estos estilos disruptivos, como una tendencia más, ignorando el aspecto transgresor en esta reivindicación del maquillaje, sobre todo en las disidencias genéricas.

Una de las mujeres que consideraba que no había cambiado su expresión de género nos comentó: “No ha cambiado, pues ser mujer limita bastante todos los aspectos de mi vida, sobre todo al ser una mujer bisexual que tiene que vivir con padres católicos y homofóbicos, pues, aunque quiera modificar mi expresión de género no puedo hacerlo debido a mi contexto que me impide ser abiertamente como soy”. El género es aquí, como Millet (1971) afirmaba, la suma total de las nociones de los padres y compañeros de lo que es apropiado para cada género. Los padres se encargan de mantener el carácter punitivo del género, donde se castiga todo aquello que no cumpla con las expectativas de lo que es una verdadera mujer para ellos y para su cultura. Otra mujer que consideraba que su expresión de género no había cambiado nos compartió lo siguiente: “De acuerdo con mi estatus socioeconómico siento que debo verme más femenina, pues en el lugar en el que crecí se considera que entre más femenina sea una mujer más dinero tiene, por lo que si dejo de ser percibida como alguien femenina se me percibe además como alguien pobre. Además de que toda la vida se me ha enseñado que tengo que ser femenina por ser mujer, a pesar de que yo no me siento así. Siento que sin las restricciones de mi familia mi expresión de género sería diferente”. Estas mujeres no han cambiado su expresión de género, no porque no lo deseen, sino porque su contexto se los prohíbe. En el primer caso, debido a que ella comparte con personas que la vulneran debido a su identidad y expresión de género, que además le hacen saber que no podría ser aceptada por su orientación sexual; en este sentido, podemos notar cómo sus intersecciones la hacen una persona doblemente vulnerada: por su género y por su orientación sexual, a esto se suma que durante el confinamiento tuvo que convivir sin alternativa con personas que la violentan y discriminan. En el segundo caso sucede algo similar, pero aquí las intersecciones son de clase, raza y género, pues las tres constituyen su identidad y delimitan su circunstancia. Podemos observar, como se ha dicho en apartados anteriores, que las ideas y las normas que son parte de un género cambian con el tiempo, lugar, raza, clase y religión, por lo que es imposible interpretar el género como algo separado de las intersecciones culturales que lo producen y mantienen.

Al hacer la misma pregunta a un hombre que considera que la pandemia hizo que pudiera modificar su expresión de género, este nos comparte: “He experimentado con el maquillaje, con las perforaciones y los atuendos”. El uso del maquillaje y de atuendos han sido respuestas comunes entre los hombres, a las que se suma dejarse crecer el cabello hasta los hombros. Los hombres entrevistados se han apropiado de estilos que en las últimas décadas han sido considerados femeninos. Aquí, su cuerpo es, como Butler afirmaba, un campo de posibilidades interpretativas donde se modifican un conjunto de significaciones culturales; es aquello que encarna todas las nuevas posibilidades. Aunado a eso, gracias a las reinterpretaciones de los estilos femeninos, estos van más allá de los mitos y los arquetipos femeninos, ahora son una posibilidad estética que transgrede mediante lo antes considerado femenino.

Hay quienes han modificado su expresión de género, no para subvertirlo, sino para reforzarlo, pues un hombre nos respondió: “he buscado verme más musculado, haciendo ejercicio de peso”. Buscar verse más musculoso históricamente ha sido sinónimo de verse más masculino, pues se sostiene que el hombre ha de ser más fuerte y musculoso que su contraparte femenina. Esto es también parte de la performatividad, pues al tener referentes que constituyen una norma o un modelo a seguir, su performance va dirigido al logro de la masculinidad hegemónica.

Otro hombre nos dijo lo siguiente: “No puedo cambiar mi expresión de género mientras viva con mi familia”. Este sentimiento es común, pues otro entrevistado nos comentó al respecto: “No puedo cambiar mi expresión de género debido a mi nacionalidad y raza, pues el ser mexicano carga con muchos prejuicios que me dificultan poder expresarme abiertamente”. A él se suman 4 hombres que consideran que su estatus socioeconómico limita su expresión de género; en algunos. debido a que deben presentarse de una forma específica en el trabajo, y en otros porque los lugares que frecuentan debido a su estatus socioeconómico son un espacio de alto riesgo para una persona que se exprese fuera de los binarios de género. Por último, un hombre nos compartió que no puede expresar su género “principalmente por miedo, sobre todo en el ambiente laboral y familiar, pues sé que no me aceptarían”.

Las 5 personas entrevistadas con disidencias de género aseguran que la pandemia les otorgó un espacio para cambiar su expresión de género. Al respecto, una persona no binaria compartió lo siguiente: “cambié mi forma de vestir, dejé de depilarme, opté por un corte de cabello andrógino, y en general mi estilo, tanto de maquillaje como de atuendos, ha estado apuntando a lo andrógino”. Otra persona no binaria dijo que, a pesar de poder modificar su expresión de género, “a veces siento que tengo que verme femme para conseguir entrevistas de trabajo, para presentarme en congresos y ponencias virtuales, además por todo lo que a veces encuentro en redes sociales siento que al ser alguien bisexual tengo que verme de una forma muy específica dentro de la comunidad para validar mi orientación”. En este último caso, podemos intuir que su entorno y circunstancia no le permiten explorar completamente una expresión de género fuera de los binarios, o que los subvierta; esto porque al ser alguien con la necesidad de trabajar debe optar por una presentación femenina que se alinee con su sexo para ser considerada o tomada con seriedad. Además de su clase y género, existe otra condición que la vulnera: su orientación sexual. Para una persona de género fluido, la pandemia le ha permitido reconciliar su identidad de género con su expresión: “ya no me importa expresar feminidad gracias a que acepté ser género fluido”. Dos personas de género fluido optaron por nuevos estilos en el cabello, ya sean decoloraciones, tintes o cortes.

El aislamiento por la covid-19 les dio al 69.4 % de las personas entrevistadas un espacio seguro para explorar su expresión o actos de género, sobre todo en un momento histórico donde la mayor parte de la socialización se hizo de manera virtual, lo cual les permitió experimentar con estilizaciones de otros lugares y culturas, e incluso reinterpretar estilos corpóreos de otras décadas y siglos —i.e. la reinterpretación del glam rock al imitar a iconos como David Bowie, atuendos inspirados en el periodo de Regencia y maquillajes inspirados en el burlesque—. Además, la era digital les permitió dialogar y compartir experiencias con otras personas que exploraban su identidad de género, lo cual hizo de su descubrimiento “una experiencia menos aterradora y solitaria”.13

La pandemia les dio, pues, una especie de red de seguridad, al dejar de ser percibidos de forma presencial por el otro, encarnar su nuevo performance ya no significó arriesgarse a sufrir castigos y exclusiones por su apariencia. Esto se hace sobre todo visible en el caso de las mujeres, quienes dejaron de mutilar y modificar su cuerpo, porque no estaba el otro que demandará de ellas una mujer real, ya no había quien esperara un cuerpo mutilado aparentando ser natural: “me rapé y dejé crecer mi vello corporal, dejé de depilarme. Empecé a usar ropa holgada”.14 Durante la emergencia sanitaria estas mujeres dejaron de buscar satisfacer la mirada masculina, la cual debe ser entendida como aquello que ocurre cuando la mujer siente la obligación de cumplir estos roles de género, o incluso peor, cuando la mujer cumple estos roles de manera compulsiva, pues siempre lo hace desde lo que ella denomina el male gaze, que refiere a la representación histórica que se ha hecho de la mujer desde la perspectiva heterosexual masculina.

Tomando en cuenta las respuestas anteriores, técnicas disciplinarias, como el maquillaje, ahora son objeto de reivindicación de la feminidad y masculinidad, una herramienta para expresar una nueva identidad; incluso se ve como un medio artístico y no como uno que modifica el rostro de las mujeres para ser sexualmente deseadas. De manera similar, el maquillaje comienza a formar parte de las identidades masculinas, donde los hombres hacen uso de dejarse “el cabello largo, cuidar mi físico y experimentar con atuendos y maquillaje”15 con el fin de expresar su género, lo cual subvierte aquello que tradicionalmente era considerado como masculino; cuando los hombres hacen uso del esmalte de uñas y el maquillaje, este deja de ser una herramienta de control y dominación, como lo proponía King (2004), para llegar a ser una herramienta que libera de las cadenas del género discreto.

La pandemia permitió que 23 de las 62 personas entrevistadas cuestionaran su identidad de género, de las cuales 8 personas (2 no binarias, 3 de género fluido y 3 mujeres) aceptaron su nueva identidad de género, lo cual les permitió dejar atrás las pretensiones de lo masculino y lo femenino para aceptar la nueva promesa que era para ellas la androginia, la fluidez y la feminidad no hegemónica. Una persona no binaria respondió a la pregunta ¿consideras que la pandemia te permitió experimentar o descubrir tu identidad de género?, diciendo: “Sí, en primer lugar, ya tenía bastante tiempo cuestionando mi identidad de género, pero tardé mucho en aceptar mi identidad no binaria, porque al ser socializade como mujer sentía que no podría escapar de la feminidad y todos los valores que vienen con ella, porque están en mi familia, en la escuela y el trabajo. Pero durante la pandemia fue la primera vez que usé un binder, sin miedo a que me hicieran un crimen de odio”. Las personas que aceptaron su nueva identidad de género, optaron por vestimentas y cortes de cabello andróginos, ya no les molestaba fallar en materializar un género o un sexo discreto, pues esta ambigüedad les permitió alcanzar lo que llaman gender euphoria. Algunas personas tuvieron la libertad de cambiar la materialización de su sexo con el uso de fajas para comprimir el pecho, que les permitían adoptar con mayor comodidad su identidad no binaria. Es importante resaltar que el acceso a esas fajas ha sido más fácil en los últimos años, en primer lugar, porque sus precios son más accesibles, en segundo lugar, debido a que personas transexuales o no binarias han creado páginas y tiendas en redes sociales que hacen más fácil el acceso, el pago y el envío de dichas compresas de pecho. Esto es una de las circunstancias que permiten la subversión de la identidad y de la materialización del sexo.

Sin embargo, no todas las personas encontraron un espacio seguro durante el confinamiento: 30.6 % de las personas entrevistadas no tuvieron un espacio seguro para su expresión de género, algunas por orientación sexual, clase, identidad de género o raza. Por lo que podemos notar, el confinamiento no eliminó el carácter punitivo y regulador del género discreto, pues la familia se encargó de castigar y reprimir todo acto que saliera de los binarios de género, con el fin de mantener el orden fincado en el género discreto. Las normas de género y el carácter regulador de este no dejan de operar dentro de los hogares.

Reflexiones finales

Mediante el estudio realizado pudimos identificar las circunstancias que permiten que las personas experimenten y descubran su identidad y expresión de género, reconociendo una serie de privilegios que les permiten hacerlo sin exponerse a discriminación y violencia. Entre ellos encontramos: la concientización que es posible gracias al acceso inmediato a la teoría, ya sea a través de libros electrónicos o de foros de discusión, videos en YouTube y comunidades virtuales, que funcionan como red de apoyo para personas que subvierten los roles de género y disidencias genéricas; la exposición a referentes disruptivos que desnaturalizan los cuerpos y resignifican categorías corporales con el fin de llevar el sexo y el género más allá del binario existente; tendencias que permiten subvertir estilos femeninos y masculinos; la seguridad económica que les permitió (o permite) trabajar desde casa, donde no se exponen al otro, quien les puede violentar; contar con espacios seguros o con familiares y amigos, quienes apoyan de manera incondicional, y que incluso financian su transición. Los emergentes espacios afrolatinos e indígenas donde se reivindica la feminidad no hegemónica y las vivencias ya no giran en torno a los discursos blancos y burgueses, en los cuales se estudia y experimenta el género desde lo decolonial. En el estudio se identificaron estas circunstancias que permiten que las personas experimenten y descubran su identidad y expresión de género.

Con la serie de cambios que se dieron durante la pandemia, entre ellos la socialización virtual, ha sido posible que un sector específico de la población pudiera experimentar y revalorizar su expresión e identidad de género. Pues se crearon comunidades virtuales, en donde se comunicaron con personas de distintos contextos e identidades, encontraron referentes disruptivos de género, convivían con personas que tenían ideologías similares y gracias a ello encontraron una red de apoyo, tuvieron fácil acceso a las teorías y a los libros en torno al sexo y el género. Las personas que constituyen este sector son en su mayoría privilegiadas, personas que pueden leer, escribir y hablar español, y la mayor parte de ellas una segunda lengua, el inglés. Su situación económica les permite acceder a internet y tiempo de ocio para encontrar estos referentes y comunidades.

Durante la pandemia pudimos encontrar en redes sociales referentes disruptivos de género que son tomados como un nuevo referente de performance. Estos referentes en su mayoría son celebrados por las mismas razones que otras personas —que no tienen los mismos privilegios de raza, clase y orientación sexual— son castigadas, torturadas, mutiladas y asesinadas. Mientras la pandemia de covid-19 permitió a una minoría privilegiada explorar y experimentar con su identidad y expresión de género, hubo tasas altas de feminicidios: 1409, en Latinoamérica durante abril de 2020; 337, de ellos en México. Tan solo en 2020, en México hubo un aumento de 60 % en los registros de violencia doméstica durante 2020, 43 mujeres transexuales asesinadas y el asesinato de aproximadamente 182 personas de la comunidad lgbti.

Gracias a la interseccionalidad, que actúa como un lente para observar las distintas formas de desigualdad que operan juntas y que además se exacerban entre sí, se identificaron y resaltaron algunas intersecciones que exponen a las personas a situaciones de vulnerabilidades y desigualdades, como son su identidad de género, su orientación sexual, su expresión de género, su raza y su clase. Además, se detectaron otras dificultades que afectan sus condiciones de vida, tal es el caso de la violencia doméstica, la pobreza, el trabajo sexual y el desempleo.

En el estudio hubo casos de mujeres que eran vulneradas y discriminadas por su identidad de género, por su expresión de género y por su orientación sexual, a esto se suma que su posición económica no les permitía vivir alejadas de su familia, la cual perpetuaba esta violencia. Aquí actúan juntas las intersecciones de clase, género y sexualidad, para hacer que esas mujeres sean víctimas de tres desigualdades que las vulneran como seres humanos.

Otro caso es el de las personas racializadas, sujetas a estándares distintos que las personas blancas, pues se les discrimina por su raza, su clase, su orientación sexual, y en algunos casos por su género. No pueden subvertir su identidad, ya que a ello se suman otras situaciones de dominación y violencia, como las prisiones, las restricciones de inmigración y las intervenciones militares o policiacas, donde debido a su raza, género, clase y sexualidad son violentadas en forma desproporcionada por ser comunidades racializadas, femeninas, transexuales y homosexuales. Las consecuencias y los castigos son más severos para estas comunidades, por lo que sus experiencias han sido ignoradas, y por tanto poco visibilizadas.

Los antecedentes teóricos, junto con el estudio realizado, hacen evidente que el género discreto humaniza al individuo en la cultura contemporánea, ya que este importa solo cuando presenta un género que corresponda con la materialización de su sexo. Si no logra esta materialización discreta del sexo/género es castigado; tomemos por ejemplo la discriminación a personas transexuales y no binarias en el ámbito laboral, donde mujeres transexuales se ven obligadas a ser trabajadoras sexuales debido a la discriminación y la vulnerabilidad económica, y personas no binarias deben presentar el género que se les asignó al nacer para evitar ser discriminadas. Cuando una persona transgrede este binarismo es castigada de la manera más atroz, se les niega la existencia a través de leyes, como en Estados Unidos, que prohíben las discusiones sobre género en las aulas, no permiten que personas en transición obtengan atención médica —terapia de hormonas u operaciones de reafirmación de género—, y donde se prohíbe la participación de personas transexuales en deportes de su categoría de género.

Sin lugar a dudas, este estudio permite vislumbrar el inicio de la subversión de la identidad, lo cual nos hace ver que no hay razón para creer que solo dos géneros discretos han de permanecer, pues la presunción de un sistema binario de género internaliza la creencia de una relación mimética del género con el sexo, en la cual el género es un reflejo del sexo asignado. El género pierde su validez al enfrentarnos a disidencias sexuales y genéricas donde el sexo asignado no corresponde al binario masculino/femenino de la materialización del sexo, o con personas cuyo género no corresponde con su sexo asignado.

No obstante, lo aquí realizado ha hecho evidentes las intersecciones entre distintas categorías demográficas, económicas, sociales, de orientación sexual y de raza que generan vulnerabilidad y desigualdades en las vivencias del género. Estas intersecciones rompen con la noción del esencialismo de género, donde tomando como referencia a las mujeres, el ser mujer no se vive de la misma forma y no tiene las mismas consecuencias para todas las singularidades que se autoperciben como mujeres. Pues durante la pandemia de covid-19 en México, durante 2020, un sector de mujeres tuvo la oportunidad de permanecer en casa rodeadas de personas que las apoyan en sus decisiones de romper los roles de género, mientras que otro sector permaneció en casa siendo víctima de violencia doméstica; otro más, las mujeres obreras, no tuvieron la oportunidad de permanecer en casa durante la cuarentena obligatoria; otras 43 fueron víctimas de transfeminicidio y 337 más fueron víctimas de feminicidio:

Solo mediante la crítica y la deconstrucción de ciertas prácticas, discursos y representaciones sociales que discriminan, oprimen o vulneran a las personas en función del género nos acercaremos al objetivo ético-político primordial del feminismo: reformular, simbólica y prácticamente, una nueva definición de qué es ser persona —un ser humano y un sujeto—, sea en cuerpo de mujer o de hombre (Lamas, 1994: 29).

La pandemia y el consecuente confinamiento han abierto una puerta para reflexionar en torno al género: ¿por qué 11 mujeres al día son asesinadas por su género? ¿Por qué se discrimina, vulnera y asesina a las mujeres transexuales? ¿Qué significa vivir como mujer, hombre, ambos o ninguno? ¿Cómo la raza, la clase, entre otras intersecciones, limitan la vivencia de género? ¿Por qué se celebra a algunos y se asesina a otros? ¿Por qué algunos pueden subvertir el género mientras otros son violentados por lo mismo?

Referencias

Aguilar, T. (2008). El sistema sexo-género en los movimientos feministas. Recuperado el 15 de octubre de 2021, de https://doi.org/10.4000/amnis.537.

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Butler, J. (1988). "Performative acts and gender constitution: An essay in phenomenology and feminist theory". Theatre Journal, vol. 4, núm. 40, pp. 519-531.

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Notas

1 Por performance debe entenderse la repetición de actos estilizados, similar al espectáculo de un actor de teatro. Por performatividad se comprende una repetición, que es a su vez una re-actuación de significados, acciones y roles que ya han sido establecidos socialmente.
2 “La suma total de las nociones de los padres, los compañeros, y las nociones culturales de lo que es apropiado para cada género, en el sentido del temperamento, personalidad, intereses, estatus, valor, gestos y expresiones” (traducción propia en todos los casos).
3 “Muchas mujeres negras que anteriormente han aceptado los modelos blancos de feminidad, ahora los rechazan por las mismas razones por las que deberíamos rechazar también las formas de vida de la clase media blanca”.
4 “El que su raza y su condición económica fueran distintas de las de las mujeres blancas no anula su ser-mujer. Y como una mujer negra, su petición para gozar de los mismos derechos no era menos legítima que la de las mujeres blancas de clase media”.
5 “La noción del sexo ha hecho posible agrupar, en una unidad artificial, elementos anatómicos, funciones biológicas, conductas, sensaciones y placeres, y ha permitido el uso de esta unidad ficticia como un principio causal, un significado omnipresente: el sexo funciona entonces como un significador único y como un significado universal”.
6 Similar a la dimensión ontológica del en-sí propuesta por Jean-Paul Sartre.
7 “La genderización (feminización o masculinización) es la relación diferenciadora a través de la cual los sujetos hablados llegan a ser”.
8 “La marca del género aparece para cualificar los cuerpos como cuerpos humanos”. Esto quiere decir que los somete a un proceso de humanización, donde se convierten en los cuerpos que importan.
9 “Si el género es algo en lo que uno se convierte —pero que nunca puede ser— entonces el género es una especie de actividad, y ese género no debe ser concebido como un sustantivo, algo sustancial o una marca cultural, sino como una acción incesante que se repite constantemente”.
10 “Las palabras, actos, gestos y deseos producen el efecto de un núcleo interno o substancia, pero se produce dicho efecto en la superficie del cuerpo, a través de las ausencias significativas que sugiere, pero nunca revela, el principio organizador de la identidad como causa. Estos actos, gestos, actuaciones, generalmente construidos, son performativas en el sentido de que la esencia o identidad que buscan expresar son fabricaciones manufacturadas y sostenidas a través de signos corpóreos y otros medios discursivos”.
11 Por gendered self debe entenderse el sujeto que encarna un género y que, por tanto, tiene ya una expresión e identidad de género establecidas.
12 Los feminicidios son los asesinatos de mujeres por el hecho de ser mujeres. La antropóloga Marcela Lagarde, quien acuña dicho término, lo define como el genocidio contra las mujeres que sucede cuando una serie de condiciones generan prácticas sociales que permiten atentados violentos contra la integridad, salud, libertad y vida de niñas y mujeres.
13 Respuesta de la entrevista realizada.
14 Respuesta de la entrevista realizada.
15 Respuesta de la entrevista realizada.

Notas de autor

* Egresada de la licenciatura en Filosofía por la Universidad Autónoma del Estado de México, es escritora y traductora para Filosofía en la Red y escritora y editora en la Revista Párpados. Ha realizado estancia de investigación en la Comisión Estatal de Derechos Humanos del Estado de Jalisco. Es autora de los artículos: “Análisis de la ayuda humanitaria por los cárteles de narcotráfico a la población mexicana como fenómeno violento”, en International Journal of Zizek Studies, y “El virus del cansancio: un análisis sobre la pandemia de covid-19 y sus efectos en la salud mental”, en Revista Tlamatini. Mosaico Humanístico; además ha impartido conferencias sobre filosofía y género, estudios culturales, filosofía y cine y violencia de género. En 2022 fue galardonada con la Presea Ignacio Manuel Altamirano.


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