Artículos de investigación
Consumo de peyote y creación literaria. Aproximación al caso de la generación beat y de algunos autores mexicanos contemporáneos
Peyote consumption and literary creation. Approach to the case of the beat generation and of some contemporary Mexican authors
Consumo de peyote y creación literaria. Aproximación al caso de la generación beat y de algunos autores mexicanos contemporáneos
Contribuciones desde Coatepec, núm. 38, 2023
Universidad Autónoma del Estado de México
Recepción: 19/01/2022
Aprobación: 08/04/2022
Resumen: Este artículo explora la presencia del peyote en la narrativa y poesía de algunos escritores de la generación beat y otros de origen mexicano. Se abordan los casos de Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William S. Burroughs, Michael McClure, Fernando Benítez, Leonardo da Jandra y José Vicente Anaya. El objetivo es dimensionar el hecho de que ellos aseguran que su obra se nutrió de las sensaciones, visiones, imaginaciones y estados alterados de conciencia derivados del consumo del peyote o híkuri. Esta revisión sostiene que para estos autores el empleo de sustancias psicoactivas tuvo como justificante explícito estimular su creatividad, a lo cual se debe que reivindiquen el uso cultural y experimental de dicha planta con fines estéticos.
Palabras clave: Peyote, Drogas, Literatura, Creatividad, Expansión de la conciencia.
Abstract: The article explores the presence of peyote in the narrative and poetry of some writers of the Beat Generation and others of Mexican origin. The cases of Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William S. Burroughs, Michael McClure, Fernando Benítez, Leonardo da Jandra and José Vicente Anaya are addressed. The aim is to measure the fact that they assure that their work was nourished by the sensations, visions, imaginations and altered states of consciousness, derived from their consumption of said plant. The review leads to maintain that in these authors the consumption of psychoactive substances had as an explicit justification to stimulate their creativity, which is why they claim the cultural and experimental use of Híkuri for aesthetic purposes. Likewise, it is shown that in them peyote or Híkuri was important for the expansion of consciousness. And the psychoactive experience became an important resource that was reflected in their works.
Keywords: Peyote, Drugs, Literature, Creativity, Expansion of consciousness.
Introducción
El tema de este artículo solo puede ser un acercamiento al vínculo entre creación literaria y consumo de drogas, ya que es difícil hablar de revisiones definitivas sobre dicho tópico. En los últimos años Marcus Boon, Alberto Castoldi, Alfonso Velasco, Marta Herrero-Gil y Sadie Plant, entre otros, han hecho investigaciones sobre la temática. Pero los aspectos centrales —como el listado completo de los autores que han experimentado con psicoactivos, cuáles usaron o las obras que fueron producto de ello— solo quedan en acercamientos parciales, estudios de caso o en abordajes particulares de las múltiples aristas en las biografías de quienes se vincularon a dichas sustancias. A manera de ejemplo, están los estudios sobre Antonin Artaud, Charles Baudelaire, Aldous Huxley, Ernst Jünger, Henri Michaux, César Vallejo y Pablo Neruda.1
Esta aproximación tiene dos elementos articuladores: el primero es la referencia explícita al peyote (Lophophora williamsii), la cactácea presente en prácticas culturales de vieja raigambre entre los huicholes y los tarahumaras —Lumholtz (1981) señala a esos pueblos como sus consumidores más reconocidos en esta parte del continente americano—. El segundo es la alusión a dicha planta como recurso que ayudó a algunos escritores a expandir sus horizontes estéticos y estilísticos. Tomando esto en consideración, se eligieron cuatro autores norteamericanos de la llamada generación beat y tres mexicanos cuyas obras cumplen dichas características.
El primer grupo que se abordará está compuesto por Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William S. Burroughs y Michael McClure. Todos ellos son considerados integrantes de la generación beat y, para entender su relación con el peyote, resulta de utilidad subrayar que: “no fue una corriente literaria ni musical, fue un huracán cultural de voluntad revolucionaria que supondría [una] contracultura americana” (Costa, 2014: 1). La actitud contestataria que los caracterizó resulta una clara respuesta al prohibicionismo que:
se estableció como criterio de aproximación general a las drogas, luego de los años 40 del siglo xx, cuando ya no hubo mucho lugar para el debate, la experimentación o el consumo. El tema de las drogas entró en el mundo estigmatizado por los prejuicios y la intolerancia (Pérez, 2018: 221).
Por eso se sugiere que “el movimiento beat, aunque incubado a lo largo de la década anterior, surgió con demoledora fuerza a mediados de los años cincuenta para cuestionar las más establecidas certidumbres del sistema de vida americano” (Costa, 2014: 1). Ante dichas certezas, ellos respondieron con una poética y una prosa intensas, imantadas por la presencia mágica del peyote y otras plantas psicoactivas.
El otro grupo que se retomará en este trabajo es de origen mexicano. Corresponde a una temporalidad distinta a la de la generación beat, pero comparte el consumo de peyote en busca de darle fuerza y espíritu a sus creaciones. Se trata de Fernando Benítez, Leonardo da Jandra y José Vicente Anaya. En ambos grupos de escritores, estadounidenses y mexicanos, se buscará resaltar la manera en la que aseguran que su obra se nutrió de las sensaciones, visiones, imaginaciones y estados alterados de conciencia provocados por el híkuri, como también se nombra al cactus del peyote.2
Este tipo de literatura se distingue de los textos antropológicos y etnográficos mediante dos aspectos. El primero tiene que ver con el tipo de aproximación, ya que el antropólogo pone su vivencia al servicio del conocimiento del otro; por lo cual tiene la intención de informar sobre aquellos rituales y ceremonias en los que se consume el peyote. El segundo reside en la comprensión de que en los trabajos etnográficos y de corte antropológico el autor se hace presente como alguien que buscó y consiguió “penetrar otra forma de vida” (Geertz, 1989: 14). Mientras, en los poemas y novelas de los escritores que aquí se analizan no hay tal pretensión, sino un afán experimental; la presencia del autor no se diluye ni distancia con fines de comprensión de la otredad.
Como se ha documentado, desde los años veinte y hasta la primera mitad de los treinta del siglo xx, en México, los afanes prohibicionistas no estaban del todo afianzados. Por lo cual, entre científicos sociales, literatos, artistas y esotéricos se manifestó una particular atracción hacia el consumo de drogas y alucinógenos: “Tal interés culminó al alcanzar una especie de ‘moda internacional’, a raíz de los famosos estudios sobre los hongos alucinógenos de la Sierra Mazateca publicados por los micólogos Gordon Wasson, Valentina Pavlovna Wasson y Roger Heim” (Pérez, 2018: 204).
Entonces, se sostiene que para algunos artistas de distintas nacionalidades, México ha sido un punto geográfico de referencia para conocer diferentes tipos de sustancias psicoactivas. Como se verá en el desarrollo de este artículo, diversos literatos han sostenido que su vida y obra cambió a partir del encuentro con este país y la plétora de vegetación sagrada que crece en su territorio; de ello sustrajeron un bagaje de experiencias que plasmaron en sus creaciones. A partir de una mirada revisionista, interesa la convergencia deliberada entre las plantas psicoactivas y las letras que concibieron algunos escritores bajo la idea de alcanzar una expansión mística de la conciencia. El objetivo principal es explorar esa unión, identificar la impronta del peyote en la poesía y narrativa de los autores seleccionados.
Los beats, la creación literaria y el peyote
La relación entre peyote y literatura es innegable en la generación beat. Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William S. Burroughs y Michel McClure hacen referencia a dicha planta de múltiples maneras, ya sea en cartas, poemas, crónicas o novelas. A partir de estos referentes se vuelven más visibles los vasos comunicantes entre sus experiencias con los psicoactivos y la creación literaria. En el caso de Jack Kerouac, su presencia en México y el contacto con algunas drogas no solo son paradigmáticos en la generación beat, sino que han sido materia de investigación en varios momentos y bajo distintos enfoques. Jorge García Robles es acaso quien más ha documentado el paso de estos autores por nuestro país, pero también está el trabajo de Daniel Hiernaux, “México y Jack Kerouac: El espacio mágico y efímero de los Beats”, que insiste en la pregunta sobre qué hacían en México.
Jack Kerouac nació el 12 de marzo de 1922 en la ciudad de Lowell, Massachusetts, en Estados Unidos; se erigió como uno de los principales personajes de la generación beat para mediados del siglo xx.3 Aparte de sus obras, consideradas piedra angular del movimiento, sostuvo un intercambio epistolar durante años con autores como Burroughs y Ginsberg. En ellas se hace una constante alusión a las drogas. Por ejemplo, en una carta de Allen Ginsberg, fechada el 15 de febrero de 1952 en Nueva York, dice: “Mándame algo de peyote. ¿A quién más conocen? ¿Tratan a Henry Miller?” (Kerouac y Ginsberg, 2012: 180).4
En este intercambio de correspondencia parece claro que los largos y constantes viajes de Kerouac por México eran razón suficiente para que su amigo le hiciera tales peticiones. Se infiere que estos escritores relacionaban a México con el peyote y otras drogas. Asimismo, Ginsberg declara: “Hay un nuevo grupo de subterráneos que me encanta; ya señalé a Jack la existencia de un tal Bill Keck, la conexión peyotl de Nueva York. Pregunta a Lamantia si lo conoce (y a Anton Rosenberg, a Norrie y a Stanley Gould naturalmente), y también veo a Peter Van Meter, podría irme a vivir a su casa mientras espero un barco” (Kerouac y Ginsberg, 2012: 182).
La mención del peyote en la misiva se relaciona con los ambientes bohemios y algunos escritores de la contracultura de Nueva York. Las drogas, los personajes famosos y los lugares exóticos son temas de interés común en las múltiples cartas de los beats. Por ejemplo, en un escrito de Kerouac a Ginsberg, con fecha del 10 de mayo de 1952, habla de un viaje por México y cuenta la siguiente experiencia:
Neal me dejó en Sonora, Arizona, en la frontera con México. Quitó los asientos al coche (estilo cinco puertas) y puso en la parte trasera cojines, a Carolyn y a los niños, todos al estilo gitano y contentísimos. Me despedí de la feliz pareja y partí para mi nueva aventura al amanecer. Crucé la alambrada, entré en Nogales (era Nogales Arizona, disculpa, y entré en Nogales, estado de Sonora). Para ahorrar compré billetes de segunda al sur… Yo me enrollé en los alrededores de Guymas (Guaymas), con un pasota mexicano que se llamaba Enrique; estábamos delante de un nopal y le pregunté si había probado el peyote; sí lo había probado; también me enseñó que se podía comer el fruto del nopal, por el sabor; el cactus del peyote es el mezcal (Kerouac y Ginsberg, 2012: 208).5
En la carta se hace referencia a Neal Cassady, amigo de correrías por la vasta geografía de Estados Unidos. El viaje tenía como destino la ciudad de México, en donde vivía el tránsfuga y escritor norteamericano William S. Burroughs, que se había aposentado en la colonia Roma a finales de los años cuarenta. Jorge García-Robles (2007: 175) menciona que: “en septiembre de 1949, Jack Kerouac recibió desde México una carta de William Burroughs, quien, huyendo de la justicia americana acusado de tráfico de drogas, se había fugado a la ciudad de México con Joan Vollmer”.
El historiador estadounidense Dennis McNally publicó una biografía titulada Jack Kerouac: América y la generación beat (1992), en donde comenta las andanzas de Burroughs y Kerouac en México, así como sus encuentros con el peyote:
Cuando él y Jack comieron peyote, un par de veces a principios de junio, Bill enhebró un monólogo sobre la condición de prisionero […] la atmosfera hip de la Ciudad de México comenzó a desmoronarse. Un viejo amigo de Bill, de la época de Harvard, llamado Kells Elvins, había sido arrestado en relación con la droga, y aquel ambiente de paranoia fue suficiente para que Bill le ordenara a Jack que no fumara marihuana en casa (MacNally, 1992: 190).
También García-Robles, en su libro Burroughs y Kerouac: Dos forasteros perdidos en México (2007) describe las experiencias visionarias de los escritores con el peyote en 1950, en Nueva York:
En esos días, un amigo poeta de origen siciliano que había conocido en NY, Philip Lamantia, se encontró con Jack y le ofreció a él y a Neal unas biznagas de peyote que había traído de San Luis Potosí: Jack lo ingirió dos veces. En la primera tuvo una revelación de la muerte; y en la segunda se durmió doce horas soñando musicalmente” (García-Robles, 2007: 207).
Al parecer Kerouac era más aficionado a la marihuana que al peyote, pero no tenía problemas en consumirlo cuando era necesario. Parece que lo más importante para él era expandir su conciencia y su sensibilidad mediante los estados alterados que provocaban dichas sustancias psicoactivas, que más tarde volcaba en sus escritos. García-Robles apunta: “En dos ocasiones Jack probó peyote con Burroughs y los amigos hipsters americanos. En una de ellas, se salió corriendo a medianoche a la Plaza Luis Cabrera (Orizaba esquina Zacatecas) a recostarse en el pasto y vivir intensamente la experiencia” (García-Robles, 2007: 218-219).
De cualquier manera, los acercamientos de Kerouac con la cactácea en México nutrieron y dieron forma a algunos de sus libros más conocidos. También se podría decir que la alteridad que encontró en su paso por la geografía del país es clave para la creación de ambientes, personajes, historias y vivencias expresadas en su narrativa; como destaca el historiador Stuart Walton (2005: 360):
en algunas de las últimas obras de Jack Kerouac (en especial Ángeles de la desolación, de 1966), las experiencias de los estados de intoxicación dan forma a la escritura desde el punto de vista estilístico. […] Hay que reconocer que el estilo de Kerouac ya era maduro antes de adentrarse en el mundo de los alucinógenos, pero el consumo de drogas otorgó aún mayor libertad a lo que ya era de por sí un lenguaje por completo libre de restricciones.
El peyote y la marihuana fueron en parte catalizadores que utilizó Kerouac para impulsar y darle fuerza a su creatividad; así creó varias de sus obras literarias. De acuerdo con McNally, la novela Dr. Sax fue escrita bajo los efluvios de esas plantas:
De vuelta a la celda de losas frías y a sus meditaciones, se envolvía en nubes de marihuana y empezaba a escribir: Aunque aquella era la segunda vez que intentaba escribir drogado, de algún modo conservó el suficiente control como para hacer de Dr. Sax su obra maestra, con el lenguaje fluyendo de una manera dinámica y sutil, sus culpas y alegrías transmutadas en un maravilloso estudio en prosa del espacio mágico existente entre la sombra y la luz (McNally, 1992: 191-192).6
Por otro lado, el ensayista estadunidense Drewey Wayne Gunn afirma que Jack Kerouac vivió en el cuarto de servicio del departamento que habitaba Burroughs en la Ciudad de México, y agrega:
En tres semanas improvisó los 242 coros de Mexico City Blues, en 1956, que ejerció una fuerte influencia en la poesía de Ginsberg. Los poemas son cantos salvajes compuestos —algunos bajo la influencia de las drogas— más por el sonido que por el sentido (Wayne Gunn, 1977: 279-280).
William S. Burroughs nació en San Luis Misuri el 5 de febrero de 1914 y fue uno de los personajes más estrafalarios; se destacó por escribir novela y ensayo. Fue amigo íntimo de Kerouac y su trayectoria estuvo ligada al uso de la heroína y la morfina, aunque también experimentó con ayahuasca y peyote. Escribió algunas de sus obras literarias de carácter autobiográfico en México.
Burroughs demostró la afición a las drogas en varios de sus escritos. Por ejemplo, en Las cartas del yagé (1971) confiesa su adicción al opio y su experiencia con el yagé (ayahuasca) —mezcla sagrada de la selva amazónica utilizada en rituales de sanación por grupos nativos de Sudamérica—; pero su gusto por el brebaje selvático no fue duradero.7
En La bala perdida: William S. Burroughs en México, 1949-1952, García Robles (1995: 98) describe una de los amargas vivencias de Burroughs: “Nunca me he sentido tan dolorosamente enfermo. El peyote me cayó pesadamente al estómago como una bola de pelos. Creí que nunca lograría sacarla. Sufrí agudísimos espasmos”.
De lo anterior se puede deducir que el peyote fue una constante en la vida de los beats. Sin embargo, Burroughs se sentía mejor usando morfina y heroína —según sus biógrafos— y de ese vínculo vivencial nacieron varios de sus textos. Dos de ellos fueron Yonqui y Queer.8
Michael McClure, nacido en 1932, en Kansas, Estados Unidos, tuvo un papel importante en la historia de la contracultura norteamericana. Este personaje escribió varios poemas derivados de su experiencia con el peyote. Fue uno de los más mediáticos de su generación, ya que según cuenta José Vicente Anaya (2017: 46): “este tuvo una relación de amistad con Jim Morrison, y también mantuvo contacto con los poetas del Black Mountain College y a veces se le ubica en este grupo”. Con varios libros en su trayectoria, este autor compuso el Poema peyote; en sus renglones expresa el caudal de visiones y sensaciones generadas por la ingesta del cactus:
Calidad-palpo el brillo-sentado en una silla negra mecedora-las blancas paredes reflejan el color de las nubes al moverse frente al Sol. ¡Intimidad!
Las casas no son importantes-me gustan los pedazos del espacio horripilantes y bellos. Puedo escuchar mi propia música y hasta podría escribirla para que nadie la lea. Sobrepaso mis fantasías mientras me cantan con voces circulares. Visito mis propias poblaciones y sé todo lo que debo saber (Anaya, 2017: 48).
Según Garret Faylor, en su artículo titulado “Michael McClure” (2016: 6), comenta que: “en ese poema de nombre Peyote poem, McClure detalla su primera experiencia con esa droga”, que se intuye intensa y luminosa.
Su relación con el cactus sagrado se ve materializada en sus creaciones y en su devoción por la poética de Antonin Artaud, quien escribió sobre su consumo del peyote con los rarámuris (tarahumaras). Incluso uno de los primeros poemarios de McClure se llama For Artaud. Rod Phillips comenta:
El uso de sustancias alucinógenas fue un recurso importante en la visión que él tuvo de la naturaleza […]. En su ensayo titulado The Meat Science Essay hay múltiples referencias al uso de peyote, heroína, cocaína y psilocibina de hongos alucinógenos. McClure considera el uso de drogas como una influencia como muchas otras en su enseñanza y escritura. En otro ensayo de McClure titulado Drug notes, manifiesta que estas lo proveen de una mirada interior que es importante en sus experiencias con las drogas. Y también comenta McClure que su primera experiencia con el peyote fue en 1958 y fue cuando comió la droga de los indios (Phillips, 1999: 4).
José Vicente Anaya apunta que en Tantras fantasmas McClure describe su relación con los hongos alucinógenos. En dicho texto, McClure (citado en Anaya, 2017: 46) señala: “Viajé en dos ocasiones a México (una) vez a las montañas de Oaxaca, para filmar un documental sobre los hongos sagrados”. Pero su experiencia con el peyote fue la que proyectó en sus poemas. La alusión de McClure sobre la droga de los indios es interesante, ya que refleja el imaginario de los escritores estadounidenses sobre la planta usada en la tradición ritual-espiritual de algunos grupos nativos de Estados Unidos y de México. La reivindicación que hacen los beats sobre el uso del híkuri es interesante, porque reconocen su importancia cultural en su literatura, al igual que en su trayectoria personal y de grupo.
Allen Ginsberg nació en 1926 en Paterson, Nueva Jersey, y fue quizá el más polémico de todos. Presentaba actitudes contestarías aderezadas de filosofía budista, anarquismo, jipismo y otras formas de expresión política y cultural. Sus poemas de largo aliento, “Aullido” y “Kaddish”, lo elevaron como uno de los poetas estadounidenses más importantes del siglo xx.
Otra de las facetas de este autor fue su gusto por las drogas como vehículo para la expansión de la conciencia. Escribió cartas a William Burroughs sobre su experiencia con el yagé.9 Muchas de sus creaciones estuvieron relacionadas con el lsd y el peyote; él mismo lo reconoció en algunas entrevistas y declaraciones públicas. Por ejemplo, el testimonio que dio en la audiencia de la ciudad de Nueva York frente a un subcomité especial del Poder Judicial del Senado de Estados Unidos, el 14 de junio de 1966, en donde manifestó lo siguiente:
En estos momentos tengo 40 años, soy poeta y este año tengo también el estatus de becario de la Fundación Guggenheim. Tal vez les parezca curioso, pero me he graduado en Columbia College y he tenido una carrera práctica en el mercado antes de dedicarme a tiempo completo a la escritura. Trato de articular aquí un cuerpo de sentimientos comunes que tenemos las personas que estamos en esta sala y tengo la esperanza de que no rechacen mi deseo de generar una simpatía mutua y una posibilidad de comunicación aquí y ahora me atemorizo a medida que voy comunicándoles mis sentimientos… La experiencia con lsd es también una experiencia personal que puede atenderse con empatía y a continuación podemos tomar una decisión sobre cómo actuar al respecto, hasta qué punto sienta bien probarlo y hasta qué punto sienta mal probarlo. Por favor, atiendan a mis palabras durante todo el tiempo que se sientan cómodos.
Después de aquella especie de visión, como la he denominado antes, tomé algo de peyote, el cactus indio, en mi casa de Paterson y en presencia de mi familia. Ellos no se dieron cuenta del cambio que se había producido en mi mente —yo los miraba con una mirada nueva— y la discusión se convirtió en algo extraordinariamente triste, me pareció que estaban perdidos o aislados como estaba yo (Ginsberg, 2018: 216-217).
El testimonio de Ginsberg hace énfasis en la importancia de sus experiencias con el peyote y el lsd. Para él, la estigmatización de las drogas era producto del discurso prohibicionista que se había instaurado en la sociedad estadounidense, impulsada por los conservadores y los guardianes de las buenas conciencias. El alegato es obviamente a favor del uso libre de las sustancias psicoactivas.
En los años cincuenta, en Estados Unidos, las drogas empezaron a estar en boga entre algunos artistas, músicos, bohemios y escritores, entre ellos, los beatniks. En una entrevista concedida al periodista Thomas Clark de Paris Review, en octubre de 1965, Ginsberg pone en relieve el papel que jugó el peyote en la creación de su conocido poema “Aullido”:
Por abreviar, se puede decir que las drogas son muy útiles a la hora de explorar la percepción, el sentido de la percepción y también para explorar distintas posibilidades y modos de la conciencia, para explorar las distintas versiones de esas petites sensations y a veces también útiles para escribir bajo sus influencias. La segunda parte de “Aullido” la escribí bajo la influencia de unas visiones con peyote (Ginsberg, 2018: 351).
Para Ginsberg10 —según sus propias palabras— estos recursos le permitían acceder a diferentes percepciones que plasmó en su obra poética. Puede considerarse un psiconauta que navegó en las profundidades de su propia conciencia.11 Las revelaciones que obtuvo se ven en una parte de “Aullido”:
¡Santo el gimiente saxofón! ¡Santo el apocalipsis de bop! ¡Santas las bandas de jazz marihuana hipsters paz peyote pipas y baterías!
¡Santas las soledades de los rascacielos y pavimentos! ¡Santas las cafeterías llenas con los millones! ¡Santos los misteriosos ríos de lágrimas bajo las calles!
¡Santo el argonauta solitario! ¡Santo el vasto cordero de la clase media! ¡Santos los pastores de la rebelión! ¡Santo el mar santo el desierto santo la vía férrea santa la locomotora santa las visiones santas las alucinaciones santas los milagros santos el glóbulo ocular santo el abismo! ¡Santo perdón! ¡compasión! ¡caridad! ¡fe! ¡Santos! ¡Nosotros! ¡cuerpos! ¡sufriendo magnanimidad! ¡Santa la sobrenatural extra-brillante inteligente bondad del alma! (Ginsberg, 2018: 40).
Se puede afirmar que los beats fueron los primeros en usar, entender y reconocer la connotación sagrada del peyote más allá de los rituales y costumbres de los nativos de Estados Unidos. Fueron los primeros en reivindicarlo como un recurso espiritual y cultural dentro del horizonte de vida de algunos ciudadanos de ese país. Es decir, el híkuri salió de la esfera cultural de los pueblos originarios y se instaló en la imaginación y en la cotidianidad de los poetas, bohemios, narradores y buscadores espirituales de los años cincuenta. En ese sentido, los beats fueron pioneros en vincular la literatura y el peyote. Pero no solo ellos incursionaron en el empleo lúdico de dicha planta, también lo hicieron algunos escritores y poetas mexicanos; quizá porque crece de manera natural en el desierto mexicano y forma parte de las prácticas rituales y culturales de varios grupos indígenas de México.
La literatura híbrida de Fernando Benítez y el peyote
Entre los autores mexicanos que destacaron por abordar el tema del peyote, se encuentra Fernando Benítez, quien describió sus usos tradicionales por parte de los huicholes (wirrarikas). Benítez nació en la ciudad de México el 16 de enero de 1912 y uno de sus libros más conocidos se titula En la tierra mágica del peyote. En él elabora una crónica de su viaje por la sierra huichola y sus experiencias con varios marakames (cantadores), conocidos por su profundo conocimiento ritual del híkuri. La narrativa de este escritor es una mezcla de estilos que se hilvanan entre la crónica, el periodismo y la etnografía.
En dicho texto, Benítez retrata la historia de vida de varios marakames huicholes, y de su formación como cantadores y curanderos. También menciona los mitos de cómo nació el peyote y los principales personajes de la cosmovisión huichola asociados al cactus sagrado. En un capítulo titulado “Los peregrinos”, Benítez apunta:
Es sobre ese lanzarse al abismo, sobre ese riesgo de volverse loco que los huicholes han creado un inmenso ritual, un código de señales secretas, una norma religiosa. Han ordenado la locura y la han sacralizado, incorporándola a un sistema de mitos y de símbolos capaz de comprender la elevación espiritual, las cosechas o la salud de los niños. Aquí están los peregrinos en Wiricuta, tal como los dejamos. Comiendo sus peyotes alrededor de la hoguera. ¿De qué naturaleza son sus visiones? ¿Qué oyen y que ven en su embriaguez? ¿Su viaje tiene alguna semejanza con el que emprenden los fieles de Greenwich Village ¿o la señorita francesa encerrada en su departamento y dispuesta a marcar un número a la menor señal de peligro? Ha llegado el momento de escuchar las canciones que les canta el Venado Azul Tamaz Kallaumari (Benítez, 1968: 84).
El mismo Benítez se ve inmerso en ese ritual y lo proyecta en la construcción de la trama sobre su peregrinación con los huicholes al desierto sagrado de Wirikuta, lugar donde crece el peyote. Así, con una narrativa híbrida en donde se amalgama la crónica literaria, el reportaje y la etnografía, describe y fundamenta su percepción sobre el complejo mundo mítico de los huicholes, al igual que sus propias interrogantes sobre el poder de la cactácea.
La narrativa de Benítez se apoya también en las ideas de etnógrafos como Carl Lumholtz y escritores-poetas como Henri Michaux. Igualmente transmite su visión sobre los mitos huicholes y sobre el complejo cultural del peyote. Además de las historias que cuenta en su libro, él se transforma en un personaje de sus propias crónicas. Por ejemplo, cuenta lo siguiente:
El viernes a las siete salimos de Salinas. Los peyoteros envueltos en sus cobertores desteñidos tiritan de frío. Sobre la tenue niebla que oculta los arbustos se destacan figuras espectrales y no por ello menos familiares de las palmas. Gerónimo y Gregorio van cuidadosamente vendados de los ojos. De tarde en tarde cruza el páramo un coyote con su característico trotecillo […]. Los peyoteros se descubren. Eusebio armado de sus muvieris se dirige a los cuatro puntos cardinales, pronuncia sus largos conjuros y todos se sientan a la orilla del agua. Por un momento el lugar cobra una apariencia sagrada […] Tatei Matinieri es un eslabón fundamental en la ruta del Divino Luminoso (Benítez, 1968: 106).
Benítez denomina al peyote Divino Luminoso, expresión que aparece poco en la literatura antropológica; también nombra los lugares sagrados que los peregrinos huicholes visitan en su largo periplo en busca del venado azul.12 Su libro fue una de las primeras crónicas literarias extensas en español sobre dicha planta, los huicholes y el desierto sagrado de Wirikuta;13 se publicó mucho antes de que el tema se volviera mediático. La crónica de Benítez se encuentra repleta de juicios de valor, pero se entiende, porque su mirada de periodista pesa sobre el tema en cuestión. Sobre los rituales, explica que:
En relación con el Divino Luminoso, el mito de la sagrada cacería del venado Watemukame nos dice que nació de los muvieris hechizados impuestos por los animales míticos de Tokipa, los cuales fueron creciendo durante el viaje hasta convertirse en los grandes cuernos del venado adulto. Los huicholes por lo demás no hacen distinción entre el venado y el peyote: en Wirikuta la primera vez, lo ven, lo cercan y le dan muerte con flechas (Benítez, 1968: 102).
Benítez pasa intermitentemente de la crónica literaria a la descripción etnográfica. El peyote ocupa un lugar primordial en la narrativa de este autor, ya que es el eje sobre el que discurre casi todo su viaje con los huicholes. La investigadora Lucero Margarita Aguirre Valdés (2015) afirma que en este aspecto el texto de Benítez también se convierte en literatura de viaje.
Entre los contemporáneos de Benítez, él fue uno de los pocos que escribió sobre la vida de algunos pueblos originarios y en especial de su relación con la vegetación sagrada. De la misma forma, debe considerarse que en esa temática, él fue uno de los pioneros y así lo constató en otros de sus libros, por ejemplo, Los hongos alucinantes e Historia de un chamán cora.
De esa forma, se considera que Benítez14 es un escritor cuyos relatos están ligados a plantas psicoactivas. Fue uno de los primeros narradores mexicanos del siglo xx que en sus crónicas dio cuenta de la presencia simbólica del peyote en la cultura huichola. En sus historias se imbrican varias cuestiones: en primer lugar, sus procesos de creatividad y el impacto psicológico que le causó su experiencia con el híkuri. En segundo lugar, su capacidad de hacer literatura de la alteridad, es decir, de recrear los aspectos más subjetivos de la peregrinación en búsqueda del híkuri.
Leonardo da Jandra, literatura y peyote
Leonardo da Jandra nació en Chiapas, en 1951. Es un escritor mexicano que creó una narrativa intensa, luminosa y rebelde; recupera la importancia del peyote como un baluarte de la cultura mexicana y ha publicado varios libros, entre ellos Huatulqueños (1991), Samahua (1997) y La almadraba (2008).
En su novela En el corazón de un sol herido (2000), dos de los personajes principales, Trilce y Celeste, se dirigen al desierto sagrado de Wirikuta en búsqueda de experiencias trascendentales. En toda la narración hay referencias al peyote y al desierto de San Luis Potosí; por ejemplo, en un párrafo se comenta:
Una directora de teatro conocida de Celeste le había invitado a participar en una ceremonia de peyote en el Quemado. Celeste pensó en Trilce y anotó el número de la agencia; por eso es por lo que aquella mujer de ojos oscuros y desconfiados apoyaba ahora con insistencia a Celeste, que sostenía que lo mejor era ir al desierto (Jandra, 2000: 240).
En el relato, Trilce y Celeste encaminan sus pasos hacia el desierto sagrado de Wirikuta, en donde se encuentran con Lúter. Este personaje —que en realidad es el álter ego de da Jandra— se convierte en su guía y mentor en ese viaje espiritual en búsqueda de respuestas para sus atribuladas vidas. En otro párrafo se describe la participación de varios de los personajes en una ceremonia:
Los asistentes fueron extendiendo en el suelo, frente a cada participante, un paliacate y después pasó la coordinadora con Don Paulo repartiendo cabezas de peyote. Por lo que Trilce pudo ver, a la mayoría le daban cinco y solo a dos les dieron tres. Cuando Don Paulo se paró junto a Trilce, la coordinadora le dijo que era la primera vez. El marakame dijo tres, pero la coordinadora alegó que necesitaba cinco ¿Por qué tanto?, preguntó, y la coordinadora dijo que tenía una membrana muy dura. El marakame tendió un brazo y esperó a que Trilce le diera su mano. Luego tomó suevamente su pulgar y el índice de la muñeca de Trilce y le sintió la sangre (Jandra, 2000: 262).
Los personajes se retratan como legos en plantas sagradas. Por eso Lúter y Don Paulo, el marakame,15 conducen el ritual de peyote y dan indicaciones de qué debe y qué no puede hacer el grupo de participantes.
Lúter estaba hablando desde el centro del círculo y se giraba lentamente y extendía las manos para enfatizar su discurso: Y no olviden que, aunque vienen en grupo, el grupo es solo una unidad de diversidades y que a la hora de la verdad cada uno tendrá que vérselas solo consigo mismo. Traten de ser fluidos y no se aferren a ningún tipo de sentimientos, ni sublimes ni terribles; esto no es más que un ejercicio espiritual, o si quieren una aventura en el reino caprichoso del espíritu, y el híkuri lo único que hace es que emerjan los demonios y los ángeles que todos llevamos dentro (Jandra, 2000: 263).
El relato gira en torno a las posibilidades que otorga el peyote a los participantes y sus posibles desenlaces. La historia que cuenta quizá esté ligada a las vivencias de da Jandra, que ya se han documentado en algunas entrevistas.
La narrativa de da Jandra se ubica geográficamente en uno de los lugares sagrados de los huicholes, Cerro Quemado. Se trata de un espacio ritual importante en la peregrinación que hacen cada año; se encuentra cerca de la sierra de Catorce, del pueblo Real del Catorce, próximo a Wirikuta. En esa geografía mítica/sagrada transcurre parte de la novela de este escritor/filósofo avecindado en la ciudad de Oaxaca.
Leonardo da Jandra ha experimentado con peyote —según cuenta— y convirtió sus vivencias en materia literaria. Pero más allá de la intención artística, se encarga también de elaborar una crítica al consumo profano. En una entrevista menciona que:
Hoy por la proximidad con Real del Catorce, el espacio ritual de Cerro Quemado está a punto de profanarse. Hippies de todas partes del mundo buscan ahí tener sus experiencias sin someterse a la purificación ritual y el ayuno obligatorio (alimentario y sexual) y, como los zopilotes tras la descomposición, ejército y judiciales comienzan ya a tender su cerco de muerte. Por otra parte, el exceso de consumo entre comunidades indígenas norteamericanas (más de cuarenta tribus entre Estados Unidos y Canadá consumen peyote) organizadas en la Iglesia Nativa Americana con más de trecientos mil miembros, ha acabado prácticamente con el peyote en Nuevo México, la sierra Tarahumara y Coahuila. Quedaría en principio el consuelo de que en el Bernalejo hay plantas sagradas para los próximos cien años (Martínez Rentería, 2010: 107).
En la narrativa de da Jandra se aprecia también su conocimiento de las geografías sagradas en donde crece el cactus mencionado. El escritor mexicano contemporáneo ha sido uno de los pocos que han defendido el uso espiritual y medicinal del peyote. Incluso va más allá al proponer una especie de reservas sagradas; por momentos se convierte en un activista en defensa de los lugares sagrados:
La solución más viable parece ser la implementación de dos grandes áreas sagradas reservadas —una en la Chinantla y otra en el Bernalejo— en donde se erijan dos centros ceremoniales para iniciar con Teonanacatl y Híkuri a todos aquellos mexicanos respetuosos de la tradición y que quieran continuar con los ritos milenarios de sus antepasados. Los obstáculos son múltiples —desde la derechización a ultranza de las sociedades tecnocráticas, hasta la oleada reventadora de desubicados que acudirían a los centros ceremoniales—, pero de no tomar medidas al respecto perderíamos, como sucedió en Eleusis, una parte esencial de nuestra cultura y quedaríamos para siempre a merced de los profetas de la uniformidad y los farsantes, que llaman progreso al consumo destructivo (Martínez Rentería, 2010: 107).
La narrativa de da Jandra tiene como objetivo principal reflexionar sobre la vida y su relación con la naturaleza, las tradiciones ancestrales y las plantas sagradas.16 En una entrevista con el periodista Carlos Martínez Rentería, y a pregunta expresa ¿cuál es tu experiencia personal en torno al consumo del peyote?, el escritor responde:
Yo apuesto a lo sagrado, a la recuperación de la sacralidad, pero no desde la perspectiva religiosa, sino desde la perspectiva mágica, en ese contexto mi experiencia tiene más que ver con el Teonanácatl, con el hongo divino que con el híkuri. Yo tengo muy buena relación con las dos plantas, pero el híkuri es solar, una planta de guerreros; el teonanácatl es una planta lunar, de sacerdotes (Martínez Rentería, 2010: 110).
Da Jandra se convierte en parte del grupo de quienes han transformado sus vivencias en narrativa, en este caso una novela que da cuenta de su relación con la literatura y el peyote.
José Vicente Anaya, el peyote y la poesía
José Vicente Anaya nació en Villa Coronado, Chihuahua, en 1947. Fue un escritor, poeta y traductor de las obras de la generación beat. El peyote aparece en su libro más conocido, que lleva por título Híkuri (1987), es un poema largo lleno de metáforas y visiones. Se le considera un texto clave de la contracultura mexicana. Pero también es conveniente decir que refleja la influencia de la generación beat, principalmente la de Allen Ginsberg, Michael McClure y Gary Snyder. Híkuri inicia con un retrato de la cosmovisión tarahumara que Anaya (1987: 18) transforma en cantos poéticos:
Se ha roto la vieja talega de los pensamientos. Rahualegareguru: 100 arañas chavochi inyectan ponzoña en los ojos de Dios / Neje ke chavochi jú. Los extraños-conquistadores (chavochi) dicen tarahumara, no saben decir rarámuri, los pies corredores, gente que viene donde Rayena (El Sol) es devorado por el mar todas las tardes / Los cantos Wikiriame y Najawajiriame son por la felicidad donde se expresan espíritu y cuerpo / cantos y danzas en el Tutuguri y el Tónari / Iluminaciones y respeto con el Híkuri; borrachera, bromas y carcajadas con el Batari.
La obra de Anaya se ubica bajo el término de etnopoesía, que han practicado varios literatos, entre ellos Antonin Artaud, Jerome Rothberg y Gary Snyder. Anaya también apela al cambio de conciencia a través del peyote y, en este caso, se vincula con la compleja cosmovisión y cosmoemoción rarámuri/tarahumara. El canto de este poeta nos remite a lo elemental, al mundo de lo numinoso. Pero también alude a la soledad imperante y demoledora que habita en las grandes ciudades.
Todas las ciudades son una serie de círculos concéntricos que conducen a un corazón de acero sin palpitaciones/ Esta es la verdad que repite el rito del Híkuri. (biznaga poderosa del todo, del bien del mal) Que enseña en el Sipíaame, que aparece en la vereda por la que voy buscando la salida a Basiwuare/ En las aglomeraciones de gente y casas nadie conoce a nadie (Anaya, 1987: 19).
Para Anaya, el peyote es el símbolo que le da sentido a la vida colectiva de los rarámuri/tarahumara y sus ritos comunales; por lo tanto, es un aspecto importante de la vida cultural de este grupo étnico. Diversos lectores-escritores han redactado ensayos sobre esta obra, ahora muy conocida; pero también tuvo sus detractores, algunos de ellos, personajes ligados a los grupos de poder que coparon la literatura hecha en México en los años ochenta. Según José Reyes González Flores (2016: 12), el extenso poema de Anaya se ubica como una obra que atraviesa los géneros de la escritura poética:
Híkuri toca todos los géneros literarios, pues al mismo tiempo es un poema inscrito en la tradición de la poesía de largo aliento, pero también es un poema novelado a la manera de la novela poética de Herman Broch, pues tanto Broch como Anaya, cada uno en épocas distintas y distantes, inducen una renovación radical de los géneros literarios, de allí que sea más adecuado decir que Híkuri es innovador en cuanto a los géneros discursivos. Es evidente, también, que el poema tiene ese peculiar sello de lo ensayístico, pues arroja la hipótesis-metáfora de la ecopoesía y la Etnoliteratura.
Híkuri es definitivamente un texto híbrido que amalgama la crónica, los relatos míticos de los tarahumaras, la lírica y las vivencias del escritor chihuahuense,17 pero también se vislumbran claramente las influencias de la generación beat. Para Anaya, el peyote fue un medio para expresar sentimientos, emociones, sensaciones e imaginaciones que se convirtieron en versos poéticos. Según el ensayista Leonardo Meza (2016), Híkuri fue un libro proscrito del canon literario imperante en la época en que apareció. También destaca que el viaje es crucial para entender la poesía de Anaya.18 Se puede decir que es una metáfora de los efectos del peyote:
En el viajar de Anaya hay una alteración de la conciencia para acceder a otro tipo de realidad. Algunos autores refieren la larga tradición de la literatura visionaria o alucinatoria que antecede a la escritura de Anaya, trabada en una lucha contra el racionalismo que se ha vuelto una dictadura del pensamiento y de las formas de vida en la modernidad (Meza, 2016).
Conclusiones
La literatura y las drogas han generado un vínculo significativo como parte de la experiencia humana y eso se vislumbra con claridad en los autores que se abordaron en este trabajo. Se puede afirmar que uno de los objetivos de la generación beat respecto a las sustancias alucinógenas fue estimular su creatividad. Aunque antes de ellos también otros literatos las utilizaron, los beats se destacaron por reivindicar el uso cultural y experimental del peyote con fines estéticos.
Como se aprecia con los elementos antes expuestos, la relación de algunos escritores con la ingesta del híkuri se concretó en forma de poemas y relatos. De ese modo, los beats esperaban redefinir su propia literatura y darle nuevos bríos. Al parecer, otro de los objetivos del encuentro con el cactus psicoactivo fue dislocar la conciencia para percibir y captar el esplendor y la fugacidad de la vida.
Así, la poesía y la narrativa se constituyeron también como una proyección del espíritu rebelde de dicha generación. La búsqueda personal de Kerouac, Ginsberg, Burroughs y McClure se concretó a través de viajes por geografías más allá de su país de origen; dicha alteridad también fue clave para la creación de sus obras literarias. Aún cuando los documentos existentes muestren que dichos escritores se desplazaron por países como la India, Marruecos y Colombia, México es donde vivieron varios episodios de su vida relacionados con el consumo del peyote. Esto se convirtió en un movimiento precursor de lo que más tarde se llamaría la psicodelia.
En el caso de Benítez y da Jandra, el híkuri forma parte de las historias que plasmaron en novelas y crónicas; tienen en común que revelan parte de sus viajes por la geografía mítica en donde crece el cactus psicoactivo. Sus relatos se constituyen con la presencia de personajes mestizos e indígenas que tienen diferentes perspectivas y objetivos alrededor del peyote. Pero al igual que la generación beat, la fuerza que se despliega en sus textos es la impronta del Divino Luminoso, como Benítez llama a la cactacea.
En el caso de Vicente Anaya, su poesía está enlazada al legado cultural de sus antepasados tarahumaras. En esta medida, su canto poético también se refleja como una influencia, igual a la que ejercieron los beats en su formación. La experiencia con el peyote forma parte indisoluble de la vida de este autor mexicano. Es más, su identidad como poeta se amalgama estrechamente con su libro Híkuri. Este contribuyó a que Anaya fuera reconocido como un etnopoeta de altos vuelos; además, la estilística del poemario le dio un giro a su forma de escribir, que es difícil de encontrar en otros escritores de su generación.
En este artículo también se vislumbran los vasos comunicantes entre la generación beat y los escritores mexicanos antes abordados, en especial José Vicente Anaya, ya que él fue traductor de varios escritos de los también llamados beatniks. En este caso, el peyote como sustancia psicoactiva unifica parte de la literatura de esos autores estadounidenses y mexicanos. El paralelismo entre ambos es una cuestión que resalta en sus obras.
Referencias
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Notas
Notas de autor