Artículos de investigación
Recepción: 13 Octubre 2022
Aprobación: 15 Febrero 2023
Resumen: En la cartografía histórica confluyen distintos niveles analíticos —desde el semiótico hasta el contextual— para el estudio de los mapas, con estos análisis se delinea la textualidad de los documentos. El presente artículo atiende a la concepción de estas observaciones para los mapas y planos manuscritos de la guerra de Independencia de México (1810-1821), resguardados en el Archivo General de la Nación. Asimismo, presenta la historia de algunas convenciones establecidas según la época para lenguaje pictográfico —así como la ciencia implícita en su uso— con el propósito de clarificar la forma en que los elementos técnicos median la relación de textualidad dentro de la cartografía.
Palabras clave: cartografía histórica, cartografía militar, Independencia, textualidad, simbología.
Abstract: Historical cartography brings together different analytical levels for the study of maps, from the semiotic to the contextual, with which it delineates the “textuality” of the documents. This article deals with this conception for the handwritten maps and plans of the War of Independence (México, 1810-1821), protected in the General Archive of the Nation. It presents the history of some conventions established for the time within the pictographic language –as well as the science implicit in its use–, with the purpose of clarifying the way in which the technical elements mediate the relationship of textuality in cartography.
Keywords: historical cartography, military cartography, Independence, textuality, symbology, symbology.
Introducción
Brian Harley (2005), en “Textos y contextos en la interpretación de los primeros mapas”, escribe que la noción común sobre estos documentos consiste en que:
son una imagen, una representación gráfica de algún aspecto del mundo real [también] redescriben el mundo, al igual que cualquier otro documento, en términos de relaciones y prácticas de poder, preferencias y prioridades culturales [son] textos diseñados de manera deliberada y creados bajo la aplicación de principios y técnicas, y desarrollados como sistemas formales de comunicación. En la cartografía moderna se ha trabajado arduamente para estandarizar[2] estas reglas de composición de los mapas (Harley, 2005: 60, 61, 62).
El objeto del presente trabajo se relaciona con el estudio de los principios y técnicas de los que habla Harley, llamados aquí elementos técnicos y científicos, dentro de un conjunto facticio[3] de mapas manuscritos relativos a la guerra de Independencia en México (resguardados en el Archivo General de la Nación), los cuales cubren una temporalidad de 1810 a 1821. En particular, este artículo se propone analizar el modo en que dichos elementos se relacionan con ese atributo de texto conferido a los mapas —su textualidad— y con los procesos históricos que los consolidaron como convenciones.[4]
El origen de esta investigación se encuentra en el desarrollo de otro proyecto, auspiciado por la Universidad Autónoma del Estado de México, “Los mapas manuscritos de la Guerra de Independencia de México. Una aproximación a su estudio” (siea, clave 6363/2021SF).[5] Se trata de la catalogación de una serie de mapas, planos, croquis y perfiles que muestran proyectos y acciones defensivas sobre terreno, posiciones de enemigos y aliados en extensas provincias, o bien, dan cuenta de acciones bélicas pasadas, algunas de ellas en tono conmemorativo.
Con frecuencia, estos mapas presentan una extensa descripción gráfica de elementos que era importante destacar en aquel momento: elevaciones, ríos, vados, puentes, fortalezas, poblados, caminos, etcétera. Algunas veces fueron realizados por especialistas, otras por personas con nociones de cartografía, o por informantes militares (o de milicias) que se limitaron a realizar croquis o itinerarios. No obstante, ningún mapa debería desecharse para el análisis, bajo el supuesto de que todos los autores participan de una convención cartográfica y de una forma de representación previamente socializada.
Como parte de esta introducción, se explicará brevemente el vínculo entre el objeto de este artículo y la empresa de catalogación referida. En primer lugar, catalogar dista mucho de ser una actividad simple y neutral; tampoco consiste en la elaboración de un mero apéndice, como explica Philipp Blom (2013). En cambio, implica la selección de ciertas características, la disyuntiva de introducir elementos contextuales y el empleo de un lenguaje técnico adecuado; “un catálogo caracterizará la supervivencia de la colección como conjunto, como organismo y como personalidad” (Blom, 2013: 232).
Lo anterior nos remite a una relación entre los criterios de catalogación, la forma en que se conciben los objetos de interés y la finalidad del catálogo; este ejercicio deberá estar en consonancia con los estándares institucionales, nacionales o internacionales, que conllevan, a su vez, sus propios criterios de catalogación.
En el caso que nos atañe, los objetivos del catálogo se concentraron en la elaboración de un cuerpo contextualizado y descriptivo que facilitara la proximidad al documento y posicionara al mapa como objeto de estudio.[6] Esta descripción exhaustiva del material cartográfico supuso una serie de problemáticas técnicas y metodológicas y motivó una investigación documental que cubrió dos aspectos: 1) la terminología que se empleó en la elaboración de cartas, planos y mapas entre los siglos xviii y xix, en el contexto occidental, y 2) los términos actuales que describen las características de los mapas antiguos.[7]
A estos elementos de análisis se unió un tercer problema: la inherente diversidad de estilos, conocimientos y técnicas patentes en la colección facticia. Este carácter heterogéneo, empero, condujo a cuestionar las razones de la presencia de diversos modos de representación cartográfica en un contexto espaciotemporal determinado y, por consiguiente, el horizonte de historicidad de las propias categorías y términos de la cartografía.
Así, a la reflexión sobre el grado en que se habían asimilado las convenciones iniciadas siglos atrás por ingenieros militares franceses, italianos y españoles, en la última época novohispana,[8] se añadieron cuestionamientos en torno a las implicaciones epistemológicas de los elementos técnicos y científicos inmiscuidos en la elaboración de mapas.
De acuerdo con ello, la intención de este artículo será establecer una relación entre estos elementos con los aspectos y modos de producción y lectura de los mapas, considerándolos no solo como componentes estructurales básicos de una gramática iconográfica, tal como propone la obra seminal de Jacques Bertin,[9] sino apelando a una función más profunda en la conformación de la propia textualidad de los mapas. En otras palabras, se propone que la relación entre las prácticas de lectura, elaboración y producción de los mapas se encuentra mediada por una serie de convenciones y conocimientos cuya aparición es susceptible de un análisis epistemológico e histórico.
El planteamiento anterior se aborda con mayor detalle en el siguiente apartado. Lo acompañan anotaciones generales sobre el desarrollo de la cartografía desde los siglos xvi y xvii, así como algunos aspectos sobre historia de la ciencia hasta el siglo xix. Sigue una contextualización sobre la cartografía novohispana a finales del siglo xviii y las instituciones que participaron en la formación cartográfica, lo cual resultará de utilidad para entender la función de aquellas como socializadoras de determinadas convenciones. En “Casos de estudio” se analizan tres formas de empleo de signos cartográficos, localizadas en la colección de mapas manuscritos de la guerra de Independencia: 1) las proyecciones y los puntos de vista, 2) el uso del color y 3) las clasificaciones y representaciones gráficas dentro de la simbología cartográfica. Para ello, se recurrió a una serie de documentos cuya referencia catalográfica (dentro del agn) se encuentra al final de las referencias. Por último, se ofrecen reflexiones que intentan resumir las cuestiones relevantes de esta investigación.
Marco referencial y antecedentes
En este apartado se incluye un somero recuento del desarrollo de la cartografía occidental desde el siglo xvi hasta el xix, así como su relación con el trayecto de la ciencia durante el siglo xviii y principios del xix. Dicho contenido será preámbulo de consideraciones relacionadas con la textualidad de los mapas, en contraste con formas más tradicionales de análisis.
El mapa, como herramienta y modo de representación veraz de un referente empírico(Lois, 2000) inició su desarrollo entre los siglos xv y xvi, en el encuentro de las consecuencias del reclamo de soberanía sobre un territorio y de la concepción de la imagen como medio para transmitir información (Aguilar, 2017). De acuerdo con Capel (en Lois, 2000), a partir del siglo xvii, el discurso científico asumió la función legitimadora de este incipiente tipo de representación cartográfica, con lo que da forma a las lecturas características del mapa moderno: la instrumental y la simbólica.[10]
En función de las empresas expansionistas de estos primeros Estados modernos (Lois, 2000), se empezaron a formar especialistas, quienes, iniciados en esta nueva convención cartográfica, desarrollaron métodos y técnicas de representación, adecuando conocimientos provenientes de otras áreas, como ocurrió con el empleo de la brújula o de la rosa de los vientos.
Se trataba de dibujantes, arquitectos e ingenieros militares, cuyos trabajos incidieron de manera relevante en la cartografía urbana, sobre todo al calor del crecimiento de importantes ciudades portuarias, las cuales necesitaron equiparse con estructuras defensivas (Aguilar, 2017).
Si bien, la cartografía y los conocimientos que le respaldaban estuvieron signados fuertemente por los descubrimientos geográficos del siglo xvi, para el siglo xviii prevalecía un esfuerzo de carácter distinto: establecer con precisión las medidas del mundo. Uno de los ejemplos más literales y dramáticos es la serie de expediciones europeas que se emprendieron en la década de 1730 para medir, en el ecuador y en el polo —en la provincia de Quito y en Laponia respectivamente—, la longitud de un grado de meridiano, con el objeto de determinar la forma de la Tierra (Safier, 2012). Semejante empresa —al igual que el ejercicio de nuevos exploradores, sobre todo naturalistas— denota determinadas prácticas de la ciencia del siglo xviii, en la que:
el registro de datos en forma material constituye una etapa crucial a través de la cual las observaciones basadas en instrumentos se transformaron en medidas codificadas [y donde] la exhibición pública era un elemento inherente y esencial en la recopilación, el análisis y la comunicación de esas mediciones a una audiencia más amplia (Safier, 2012: 5).
Por su parte, Marie-Nöelle Bourguet (1997) identifica cierta continuidad entre los viajes del siglo xvi y aquellas expediciones desarrolladas durante la Ilustración, patente en el cúmulo de objetos que fueron llevados a Europa durante aquellos siglos: desde cuadernos de ruta, mapas y dibujos, hasta herbarios y especímenes de animales y plantas. Se trata de un gran acervo estudiado, catalogado y clasificado en una suerte de deslocalización; por ejemplo, en los jardines botánicos que empezaron a proliferar en aquel continente.
Por esta capitalización de la información, proveniente de la periferia hacia el centro, transcrita en tablas y mapas, combinadas entre sí en escalas cada vez más vastas, se fue construyendo la imagen geográfica del planeta. Así, ya se trate de objetos, dibujos o textos, su recorrido ha sido, desde el comienzo de los grandes descubrimientos, un elemento característico y determinante en el desarrollo de la ciencia occidental. Es la capacidad de producir conocimiento a la vez estandarizado (por tanto comunicable) y móvil (por tanto acumulativo) lo que fundó la ciencia moderna y afirmó la superioridad de Europa sobre el mundo (Bourguet, 1997).[11]
Bourguet (1976) describe otro elemento de continuidad en su estudio sobre la conformación de las estadísticas generales de Francia, en el marco de un proyecto administrativo suscitado tras la revolución. A través de un levantamiento normado de la información de cada jurisdicción administrativa, se configura un proyecto que intenta ordenar la variedad humana y natural, en un marco comprensivo y único de la realidad. Empero, dicho estudio
descriptivo y completo, sitúa naturalmente las estadísticas napoleónicas en la tradición administrativa del Antiguo Régimen […]. Encontramos en las Memorias escritas por los Intendentes y Oficiales Reales el mismo enfoque lineal de la realidad y su presentación en un cuadro sincrónico, así Vauban[12] compuso en 1696, según un plan similar, una descripción geográfica de la elección de Vézelay (Bourguet, 1976: 805).
De acuerdo con ello, el proyecto estadístico de la Ilustración estaría relacionado con el campo epistemológico de las empresas clasificatorias europeas de la época clásica (Bourguet, 1976).[13] Por tanto, para el siglo xviii todavía no se verifica un panorama dentro del campo del saber radicalmente distinto de los siglos anteriores, aunque ya empieza a delinearse una nueva forma de aproximación a los objetos, es decir, in situ (Bourguet, 1997). Esto es cierto en especial para la mineralogía y la investigación de los fósiles, donde resultan relevantes las condiciones de procedencia y el entorno. Así, de esta ciencia de la distribución geográfica de las rocas, como la llama Bourguet (1997), se desprendería la necesidad de establecer inventarios de estas, pero también planos topográficos que detallaran su localización.
Cabe destacar que las empresas científicas difícilmente se desligan de los intereses estatales; por ejemplo, la expedición a la provincia de Quito y Laponia antes referida debe su urgencia a un debate de tintes nacionalistas entre Francia e Inglaterra; más aún, logró desarrollarse en los dominios del imperio español debido a la nueva política ilustrada borbónica (Safier, 2012). Más adelante la corona española también auspiciaría una serie de expediciones científicas, una de las cuales tuvo por objeto emprender un reconocimiento botánico por Nueva España, instalar un jardín botánico y, adicionalmente, introducir el sistema de clasificación linneano.
De tal suerte, para finales del siglo xviii y principios del xix, el desarrollo de la cartografía en Europa y su ámbito de difusión, ya influido por el desarrollo de la ciencia positiva, representa también la concreción de una tendencia racionalizadora y estatalista, traducida en la matematización del documento cartográfico que había empezado a desarrollarse siglos atrás (Capel, 1982), junto con pautas estandarizadas para su elaboración. Así, imbricados e interdependientes con los procesos de carácter sociopolítico —la conformación de un poder central (Estado moderno) con la necesidad de definir de manera clara la fuente y los límites geográficos/simbólicos de su soberanía— se encuentran los desarrollos de las ciencias y las técnicas.
En virtud del carácter correlativo enunciado en el párrafo anterior, se sostiene que un análisis de los medios técnicos y del cuerpo de conocimientos implicados en la factura de mapas y planos contribuirá a un mejor entendimiento del uso discursivo del mapa, su ámbito de recepción y de las interpretaciones y representaciones que fueron posibles en su periodo de emisión. Con este objetivo, se acude a la noción de textualidad del mapa, esbozada por Harley (2005) y ampliamente discutida por Carla Lois (2000; 2002).
Esta última investigadora propone que “los mapas portan ciertas funciones y ciertos sentidos, especialmente simbólicos, no necesariamente enunciados en las relaciones iconográficas” (Lois, 2002: 9). De hecho, algunos sentidos pueden ser interpretados gracias a su socialización “desde edades muy tempranas en las diversas instancias de la educación formal [El mapa] es un lugar de manifestación de sentido, es decir, un texto” (Lois, 2002: 9).[14] Lois explica que los textos pueden abordarse en términos de discurso,
analizando las huellas (materializadas en las materias significantes) que se manifiestan en el texto y que dependen de distintos niveles de determinación.[15] […] La interpretación de tales huellas se orienta hacia el análisis de las operaciones discursivas que en el proceso de producción de ese discurso las ha investido de sentido [Es decir] contextualizar el texto (Lois, 2002: 9).
De acuerdo con lo anterior, se puede considerar ahora el repertorio iconográfico y textual que compone la simbología de los mapas, junto con las operaciones técnico-matemáticas que justifican su aparición dentro del cuerpo del mapa, como el andamiaje de la textualidad así descrita; aquello que conforma un sistema lingüístico y cuyo sentido ha de interpretarse en el proceso de recontextualización.
Lo anterior constituye un distanciamiento de los análisis técnicos tradicionales del mapa, concebidos como reflejo de la cúspide del conocimiento científico, una suerte de acumulación lineal de logros intelectuales que legitima a posteriori la veracidad, pertinencia y validez del cuerpo cartográfico; esto, como menciona Harley, reafirma su poder (Hespanha, 2002). De acuerdo con Carla Lois (2000: 101):
La combinación de palabras, figuras, formas, colores, etc. y su organización textual en el mapa no suelen ser consideradas estrategias discursivas […]. La estandarización universal de un conjunto de signos para representar fenómenos como ciudades, ríos, límites, etc. ha contribuido a imaginar una taxonomía completa de todos los objetos o relaciones representables cartográficamente.
Instituciones de formación y contexto novohispano
En este apartado se destacará el papel de las instituciones implicadas en la formación cartográfica, en tanto estandarizan sus prácticas. En función de esta temática, prosigue una contextualización de la enseñanza de la cartografía novohispana a finales del siglo xviii y principios del xix, para finalizar con una revisión de los recursos bibliográficos del Seminario de Minería en 1799.
La producción de mapas participa de convenciones iconográficas y simbólicas que deben ser inteligibles para su receptor; no obstante, como señala Lois (2002), la textualidad del mapa posibilita varias lecturas, a menudo reguladas por instancias de poder. Estas convenciones no necesariamente las instituyen las autoridades políticas de forma lineal —por ejemplo, en el caso de la cartografía oficial—,[16] sino que su establecimiento se debe a un proceso recíproco entre el emisor y el receptor del documento, en un ciclo de producción, asimilación y recuperación de sentidos (García Rojas, 2008).[17]
Lo anterior se relaciona con lo que Harley (2005) señala como poder interno y poder externo del mapa, que también se vincula con las formas en que se regulan sus lecturas posibles, en el intento de fijarles un sentido único. De acuerdo con Barthes (1985; citado en Lois, 2002), dichas formas constituyen los bordes o márgenes de seguridad de los documentos cartográficos.
El poder interno implica tanto los bordes de seguridad propiamente semióticos “la especificidad del código [como] la estandarización de la imagen cartográfica” (Lois, 2002: 14), proceso mediado por las instituciones de educación formal de una sociedad. Al respecto, Harley (2005: 145) explica:
El método de instruir a dibujantes y grabadores, mediante el aprendizaje y la realización de tareas repetitivas, dividiendo el trabajo en los talleres, usando herramientas y técnicas estandarizadas y a través de la circulación de manuales prácticos, puede ser interpretado como un procedimiento para asegurar un conocimiento estandarizado.[18]
Para finales del siglo xviii, como se vio en el apartado previo, el régimen de saber occidental apelaba tanto a la estandarización como a la universalización del conocimiento. En esta empresa fueron indispensables manuales prácticos e instituciones particulares, como las academias, que tendían a regular las prácticas científicas.
En Nueva España, en esa misma temporalidad, tres instituciones promovieron el desarrollo de la ciencia ilustrada, proyecto promovido desde la monarquía borbónica: el Real Seminario de Minería, la Academia de las Nobles Artes de San Carlos y la Cátedra de Botánica del Jardín Botánico (Moncada, 1999). En la Academia de San Carlos se impartían las cátedras de arquitectura, matemáticas y dibujo técnico o científico (Cruz, 2009); el Seminario de Minería, por su parte, siguió el modelo de educación científica de las escuelas europeas de minería e incluía cátedras de física, química y tópicos diversos de matemáticas, así como rudimentos en la elaboración de planos y técnicas de dibujo (Escamilla, 2008; Moncada, 1999).
De acuerdo con Moncada (1999), la enseñanza de la geografía en el Colegio de Minería se identificaba totalmente con la cartografía; sus actividades primordiales consistían en “la elaboración de mapas, o bien apoyar mediante observaciones astronómicas, geodésicas o topográficas, el trabajo cartográfico” (Moncada, 1999: 63-64).
Se colige, entonces, que la nueva orientación científica que refiereMarie-Nöelle Bourguet (1997), relacionada con la mineralogía y la distribución geográfica de las rocas, se vincula con los requerimientos de la industria minera, que volvían de sumo interés las habilidades y técnicas necesarias para la elaboración de mapas.
Por el contrario, ejercicios como la delimitación y representación cartográfica de un espacio territorial para reclamar su soberanía por parte de un poder central fueron escasos en Nueva España; muestra de ello fue que: “entre las piezas cartográficas poseedoras de cierto grado de precisión, detalle y utilidad, destacan las formadas por Carlos de Sigüenza y Góngora (finales del siglo xvii), José Antonio Alzate (1768), Carlos de Urrutia (1793) y Alejandro de Humboldt (1804)” (Solano, 2021).
El Seminario de Minería fue una de las instituciones que promovieron prácticas y conocimientos estandarizados en torno a la cartografía. Para ello se sirvió tanto de las cátedras impartidas a los estudiantes como de un acervo bibliográfico especializado. Fausto Elhuyar, director del Seminario hasta el inicio de la época independiente, se preocupó por la creación y el enriquecimiento de una biblioteca con dichas características, cuyo catálogo emuló, en lo posible, a los repositorios europeos.
Los libros que figuraban en el acervo de la biblioteca para 1799, junto con su procedencia, se pueden consultar en el artículo de Francisco Escamilla (2008). Allí se encuentran, entre otras, Tratados de Mathematica…, obra suscrita por el matemático Benito Bails y el coronel Gerónimo Capmany;Reflexiones sobre las máquinas y maniobras de uso de abordo de Francisco Ciscar; L’architetrua di Leonbatista Alberti de Leoni Battista Alberti; Tables portatives de Logarithmes de William Gardiner; Tabulaesolares d Meridianum Parisinum…de Nicolas de la Caille; todas empleadas en la formación científica de la época ilustrada. Además, figuran textos y compendios de Euclides, Arquímedes, Aristarco, Vitruvio, Vignola, Copérnico y Newton.
El inventario también incluye ediciones relevantes para el ámbito de la cartografía, como Noveautraité de géometrie et fortification ou est enseignée la nouvelle méthode, dont l’on se sert aujorud´hui en Allemagne, Espagne, Italie, Hollande et France pour la fortification des places tant reguliéres qu’irregulieres…, de Sébastien Le Preste de Vauban, (París, 1799); Les Regles de dessein et du lavis, pour les plans…, de Nicolas Bouchotte [Buchotte] (París, 1755); Traité des Ponts, de Henri Gautier (París, 1728-1729), y Compendio de la geometría elementar, especulativa y práctica: forma de levantar y labar los planos, y modo de hacer las tintas para su manejo (Sevilla, 1778) y Nouveaux Élemens de Geometrie… (La Haya, 1740), de Antonio Gabriel Fernández. Por otra parte, Omar Moncada (1999) refiere también la presencia de las obras del connotado cartógrafo Tomás López: Elementos de Geografía, Atlas Elemental Moderno . Atlas General.
Siguiendo con Omar Moncada (1999), el inicio del movimiento de Independencia supuso un obstáculo casi insuperable para continuar las clases del Seminario, sin contar que algunos de sus estudiantes y profesores se involucraron en el conflicto: “Por una parte estaban los que quedaron en el colegio y defendían la posición conservadora, y por la otra, los que se encontraban en los reales de minas y se unieron al movimiento insurgente” (Moncada, 1999: 66); además, “los alumnos formaron un batallón patriótico” (Ramos y Saldaña, 2000: 113), el cual era transportado a determinados lugares conflictivos, donde habrían aprovechado sus conocimientos sobre cartografía, ahora en un contexto bélico.
La revuelta independentista de principios del siglo xix planteó una renovación cartográfica, en el sentido de que los mapas y planos debían comunicar, por ejemplo, la disposición de los destacamentos realistas e insurgentes, las propiedades que ofrecía el terreno, o bien, las vías de comunicación que facilitan las acciones y estrategias bélicas. No obstante, dicha renovación temática se llevó a cabo haciendo uso de los elementos técnicos y científicos —junto con los recursos de representación— difundidos y estandarizados hasta ese momento.
Casos de estudio
Se presenta un análisis de tres convenciones de los signos cartográficos. La primera corresponde al uso de las proyecciones y puntos de vista (Lois, 2002); la segunda, al uso del color; y la tercera, a las clasificaciones y representaciones gráficas de la simbología. Estas convenciones se identificaron dentro de los mapas manuscritos de la guerra de Independencia en México (resguardados en el agn) y muestran, en su conjunto, la coexistencia de variaciones en la representación cartográfica de 1810 a 1821.
Proyecciones y puntos de vista[19]
Carlos Hernando Sánchez (2016) escribe que, desde el siglo xvi, el dibujo y las vistas de ciudades, fortificaciones, fronteras y provincias trataban de “hacer visible a los ojos del soberano y sus consejeros la realidad de su territorio, trasladada por miradas expertas”. El dibujo y la arquitectura, al convertirse en “metáfora del poder y su despliegue en la historia” (Sánchez, 2016: 157), junto con la cartografía — que entrañaría los adelantos de la ciencia y el arte— empezarían a desplegarse a través de vistas de ciudades y mapas, sobre los muros de estancias palaciegas, entre las que se cuenta la Sala de Batallas del Escorial.
Por consiguiente, las vistas panorámicas que “permitían abarcar en un solo registro todos los componentes de una ciudad y su territorio” (Warmoes, 2016: 299) tenían una función específica en los espacios del poder de la modernidad temprana. Presentaban un punto de vista distanciado, que abreva de la mirada renacentista,[20] desde elevaciones o promontorios que podían ser reales o ficticios, incluso desde perspectivas aéreas, como explica Joaquín Aguilar (2017).
La coyuntura entre espacios de política y estilos de representación prosiguió en los siglos posteriores, cuando las imágenes panorámicas quedaron prácticamente sustituidas por las proyecciones cenitales. Si bien, para el siglo xvii en Francia y el xviii en España, se encuentran disposiciones y ordenanzas que intentan normalizar el uso de las últimas, ambos sistemas convivieron al menos hasta el siglo xix. Se presenta un ejemplo de ello en dos mapas de la colección: Plano topográfico que comprende el territorio Occidental de México (1810, figura 1) y Plano Topográfico Levantado a ojo del Cerro fortificado de Tlaxiaco (1817, figura 2).
Lejos de considerar esta diferencia entre los planos como el tránsito hacia una mejor forma de representación, es decir, el abandono o sustitución de la panorámica abatida, una valoración que parte del reconocimiento y familiaridad actuales con las proyecciones cenitales, resulta pertinente recordar que también las vistas de pájaro o panorámicas implicaban una operación geométrica, pues los elementos que la conforman se ubican dentro del mapa según su posición relativa y de forma proporcional. Ello se logra mediante un método topográfico indirecto: las medidas de los elementos se deducen “a través de triangulaciones ópticas y cálculos fundamentados en la aplicación de principios geométricos” (Aguilar, 2017: 10).
En adelante, el paisaje se interpretaría a través de pautas geométricas traducidas a un lenguaje matemático cada vez más especializado (Portuondo, 2009). En España, esta base científica se vinculaba con la tradición de los ingenieros militares italianos, quienes, tratando de conciliarla con los elementos artísticos del Renacimiento, dibujaban planos que combinaban perspectivas oblicuas y cenitales, para preservar la información geométrica del perímetro urbano y mejorar su realismo (Aguilar, 2017).
El Plano de la nueva población de Pénjamo y su fortificación (1819, figura 3) muestra la ciudad entera, baluartes, muros y manzanas, en planta, rodeada de una vista en perspectiva abatida que da cuenta de la calidad del relieve alrededor. Consignando estrictamente el tema de los planos urbanos, se puede comparar con el Croquis de la fortificación de Pueblo Nuevo (1819, figura 4), donde se aprecia el logrado dibujo de la trama urbana y elementos defensivos en planta, con un alzado oblicuo y edificios destacados en perspectiva abatida.
Los métodos para medir distancias horizontales; alturas de edificios y eminencias; ángulos formados entre líneas y muros, junto con su traslado al papel; descripciones de ríos, barrancos y caminos; así como formas para levantar planos de prados, campos, lagunas, pantanos, bosques, habitaciones, calles y plazas de una Villa, o bien de fortificaciones con todos sus elementos (cortinas, flancos, caras, fosos), se encuentran detallados en el “Capítulo V de la Longimetría o Método de levantar planos, copiarlos y reducirlos” del Compendio de la geometría elementar de Antonio Gabriel Fernández (1778), el cual figura en el catálogo del Seminario de Minería en 1799.
Este compendio se pensó como material didáctico, por lo cual sus explicaciones son breves y claras. Al respecto, Meavilla y Oller-Marcén (2020) conjeturan que esta edición fue considerada como texto escolar oficial, en el marco de las reformas a los planes de estudio españoles para la formación de pilotos en 1790. Fue un proyecto encabezado por Francisco Javier de Winthuysen, Comandante General del Cuerpo de Pilotos de la Armada, y quedó plasmado en la Ynstrucciongeneral para la Disciplina, Estudios y Exâmenes que deben seguirse en las Escuelas Reales y Particulares de Nautica del Reyno (1790).
No obstante, la obra de Fernández data de algunos años atrás, pues un Compendio de la geometría elementar, aritmética inferior, y trigonometría plana, y espherica, se había publicado en 1735, al que luego se añadieron aspectos de aplicación para el levantamiento de planos y perfiles y su traslado al papel, en 1742 (Meavilla y Oller-Marcén, 2020).[21] Se deja la siguiente consideración antes de continuar con el siguiente caso de estudio:
Así pues, podría considerarse esta segunda edición de 1742 como la obra matemática completa de Antonio Gabriel Fernández. En lo referente al lavado de planos, es muy posible que Fernández se basara en Les regles du dessein et du lavis de Buchotte (1722) (Meavilla y Oller-Marcén, 2020: 14).
Uso del color
El inicio de la época borbónica marcó la introducción de una cartografía ilustrada, proveniente de la escuela francesa, desarrollada desde el siglo xvii. De acuerdo con Isabelle Warmoes (2016), el trabajo cartográfico de este periodo se corresponde con las políticas territoriales y de conquista que sostuvo Luis xiv, a partir de las cuales se implementó un programa de fortificaciones y, con ello, la creación de un cuerpo de ingenieros, formalmente fundado en 1691.
Otro título en el inventario de la biblioteca del Seminario de Minería (Escamilla, 2008) es Les Regles de dessein et du lavis, pour les plans… (París, 1755), de Nicolas Bouchotte [Buchotte], un manual “extremadamente completo y pedagógico de las reglas del dibujo arquitectónico y cartográfico” (Warmoes, 2016: 306), para instruir a ingenieros militares.
Esta publicación forma parte de un corpusque difundió los esfuerzos de Sébastien le Preste de Vauban —cuyo nombre también figura en el inventario— alrededor de la estandarización del diseño y representación de plazas fuertes, a mediados del siglo xvi, como parte de sus labores de comisionado general de fortificaciones, también bajo el reinado de Luis xiv.
La empresa de Vauban, sustentada en la racionalización de las representaciones cartográficas, pretendía clarificar la interpretación y lectura de los planos de fortificaciones a través del establecimiento de normas generales. Ello facilitaría el control del territorio por parte de los poderes centrales de la monarquía, además de la gestión de estrategias y la inspección del avance de las obras a distancia. Como apunta Aguilar (2017), estos métodos y procedimientos no solo se extendieron a gran parte de Europa, sino que también incidieron en la forma de la cartografía urbana.[22]
A continuación, se enlista una parte de la reglamentación para mapas, planos y perfiles, tanto de plazas fuertes como de sus entornos, siguiendo dos escritos de Vauban: Directeurgénéral des fortifications (escrito hacia 1677) e Instruction pour les ingénieurs et dessineurs qui levent les Plans des Places du Roy ou des Cartes (publicación póstuma de 1714, citada en Warmoes, 2016) (tabla 1).
En el periodo en que Vauban fue comisionado general de fortificaciones existían otros usos convencionales del color. Por ejemplo, el verde azulado para los cuerpos de agua o los tonos marrones y oscuros para la tierra cultivada; esta tradición se conservó y perduró en los siglos que siguieron. Por otra parte, es notable la definición de una jerarquía en los documentos de interés estatal, que comprendían los mapas o cartas generales, los planos de las fortificaciones y otros documentos que mostraban mayor detalle, como los perfiles. Isabelle Warmoes (2016) apunta que se trata de una visión fragmentada del territorio, acorde con los planteamientos racionalistas, incluso cartesianos, del siglo xvii.
Una vez conocido este contexto de estandarización, se inspeccionan algunos planos incluidos en el catálogo. El Plano de la Venta y edificio contiguo situado en el llano de Río Frío en el que se manifiesta la parte reedificada y la que se ha de reedificar con destino al Destacamento que cubre el puente (1819, figura 5), manifiesta el uso de la saturación en términos muy similares a los de la escuela francesa de mediados del siglo xvii.
Entre las acotaciones que explican la clave alfabética del plano, se lee: “1. Cuarto proyectado para guardar los forrajes”, “2 y 3. Habitaciones para varios usos”, “4. Caballerías propuestas”. Luego se indica que “La parte que está destechada se manifiesta delineada de puntos y con una capa más clara que la obra”; en otros términos, la variable de saturación sirve para indicar el estado del proyecto.
En esta discusión, también resultan interesantes cuatro planos elaborados por el arquitecto José Mariano Falcón, en 1815, que muestran las garitas de Peralvillo, La Candelaria, Vallejo y San Lázaro en la Ciudad de México. El plano de la Garita de la Candelaria (1815, figura 6) muestra una estructura abaluartada, en cuyo interior se aprecia la planta de los edificios internos, algunos de los cuales se observan en rojo y otros en amarillo. De estos últimos se indica, por medio de una clave alfabética, que son la “caballeriza nueva” y el “cuarto nuevo”. Se observa entonces el empleo de la variable de tonalidad para indicar las obras proyectadas.
En una inspección más detallada de este plano, resalta que los elementos indicados como “puertas” en las acotaciones también se encuentran iluminadas de amarillo. El trabajo de Guadalupe de la Torre (1991) aclara este elemento.
De acuerdo con la autora, en 1754, derivado de las reformas borbónicas, se rescindió el contrato del Consulado de Comerciantes de la Ciudad de México, por lo que años más tarde el control de las aduanas de la urbe pasó a la Real Aduana y se creó el Resguardo Unido de las Rentas Reales, que implementó una renovada guardia militar encargada de las rondas que custodiaban el perímetro urbano y las garitas. Las dificultades de la guardia provocaron que el arquitecto Ignacio Castera propusiera una reforma a las zanjas que rodeaban las garitas y la ciudad, entre 1793 y 1794. Sin embargo, las obras empezaron hasta 1810, en parte por la necesidad de proteger a la ciudad de las sublevaciones insurgentes. Durante el gobierno del virrey Venegas, las trece garitas que había previamente se redujeron a cinco: Peralvillo, San Lázaro, La Candelaria, La Viga y Belén.
De hecho las garitas que quedaron en funciones sirvieron como puestos militares para la defensa de la ciudad, por lo que, en 1815, se mandaron fortificar […]. / El plan de defensa incluyó también la construcción de puertas sobre las principales calzadas que daban acceso a la población. Desde 1792, Revillagigedo había propuesto que se fabricaran puertas en cada garita (Torre, 1991: 72).
Guadalupe de la Torre concluye que José Mariano Falcón fue el encargado de proyectar fuertes y puertas; así, la aparente neutralidad de los planos de garitas queda subvertida, toda vez que el contexto bélico motiva su emisión.
Clasificaciones y representaciones gráficas de la simbología
Como se ha sugerido, la cartografía durante la guerra de Independencia en México, a pesar de su renovación temática, utilizó elementos técnicos previamente estandarizados, como la simbología.
Para aclarar este aspecto, puede observarse la última lámina del Compendio de la geometría elementar de Fernández (Sevilla, 1778), en la que se despliega un conjunto de signos que corresponden a un ordenamiento jerarquizado en función de su escala y su identificación político-administrativa (carta de una ciudad y sus contornos; reino; ciudades, villas y lugares; cartas marítimas); jurisdicciones eclesiásticas (Notas que se colocan sobre la torre de la iglesia); así como las categorías de república, ducado, marquesado, condado, vizconde, señorío y campo de batalla (figura 7).
Si la tabla de simbología recomendada de Antonio Gabriel Fernández se hallaba actualizada para 1778, es claro que no respondía al contexto novohispano y mucho menos al independentista. Sin embargo, algunos de estos símbolos guardaban cierta semejanza. En la figura 8, por ejemplo, la categoría aldea del Compendio elementar se encuentra representada de la misma forma que pueblo en el Mapa de la provincia de Michoacánque muestra los fuertes insurgentes (agn, 1815b). Por su parte, en la figura 9 se establece otra comparación, ahora con el Plan de la Comandancia de Querétaro(agn, 1816), en la que se observa el uso de banderines y una figura cuadrangular que indica la característica de fortificado.
En Instrucción para delinear, sombrear y lavar planos y cartas, del teniente español Andrés Baleato (1826), se encuentran anotaciones relativas a la pertinencia de las categorías:
Aunque tomé al mismo fin algunos artículos útiles del tratado de D. Antonio Gabriel Fernández, que sirvió en nuestras Academias desde el año de 1742, los progresos de este ramo me obligaron a variar el contenido de los demás, y agregar otros muy interesantes que no hay en aquel tratado (Baleato, 1826: 3).
No obstante, también se aprecia que el talante de ambas categorías apunta primordialmente a los accidentes del paisaje y a las estructuras arquitectónicas, con pocas referencias implícitas, quizá sobreentendidas, a las particularidades económicas de la región o a la población que habitaba el territorio representado.[23]Esto se constata en la tabla 2, donde aparece una relación de las categorías del Compendio elementar de Fernández (1778) y de las Instrucciones de Baleato (1826).
Por último, en los “Signos para la carta de un Reyno”, resulta de interés la anotación de Baleato (1826: 42):
En el acompañamiento o país del contorno del plano de una plaza, se emplearon antiguamente los signos de la estampa Ia. […] pero el uso actual de diez y seis de dichos signos se reduce a conocer esos puntos en aquellos planos, pues hoy se suprimen para evitar la impropiedad de señalar objetos en perspectiva en planos que los requieren horizontales.
Dentro de la colección de los mapas manuscritos de la guerra de Independencia se encuentran varios ejemplos de esa supuesta incongruencia. Una muestra se tiene en el mapa de la Garita de la Candelaria (agn, 1815a), en el que el dibujo de la planta arquitectónica convive con los árboles en perspectiva abatida a lo largo de la calzada, a los cuales se les dibujó la sombra de la copa, elemento que también se encontraba normado (figura 10).
De acuerdo con Carla Lois (2000: 101): “La naturalización del mapa tiene lugar en el nivel del sistema sígnico en el que el mapa se inscribe”. Así, el icono deviene símbolo dentro del lenguaje cartográfico; es decir, las imágenes en las tablas de relaciones convencionales (marca de árbol, fortaleza, castillo, etcétera) dejan de ser autodescriptivas y referidas al entorno empírico, para convertirse en un elemento de lenguaje cuyo significado no se determina “por sus propiedades físicas superficiales sino, antes bien, [por] las relaciones que establece con los otros elementos del lenguaje” (Sampson, 1985; citado en Hill, 2010: 42).
Algunas reflexiones finales
Lo primero que se constata es la historicidad de las convenciones del lenguaje y representaciones cartográficas, gracias a las investigaciones dedicadas tanto a la historia de la ciencia como a su enseñanza —algunas de las cuales se revisaron en este artículo—. De tal forma, resulta pertinente atender una gama de estudios dedicados a la cartografía histórica y compararla con otras teorizaciones sobre las representaciones gráficas, como la que desarrolla Jacques Bertin en el campo de la semiología.
En segundo término, se mostró, de acuerdo con Carla Lois y otros estudiosos —como Horacio Capel (1982) y Brian Harley (2005)—, que el mapa moderno posee una textualidad particular y que su desarrollo se produjo a la par de la configuración del ámbito de lo político desde el siglo xvi. Un planteamiento semejante permite dimensionar las características que se observan en los documentos cartográficos —precisión, jerarquización—, así como evaluar su desarrollo y transformación.
Se expuso que elementos científicos, como el uso de perspectivas cenitales, respondieron a las necesidades inmediatas de los poderes responsables de la producción cartográfica; no obstante, también se identifica una subyacente visión del mundo. En este sentido, se entiende la relevancia de la imagen, la cual, a través del dibujo técnico o científico, presenta una forma totalizante del mundo. Como explica Amanda Cruz (2009), el dibujo científico implica una concepción de la forma geométrica, la cual se hace corresponder con una forma absoluta y se equipara con la realidad.
El análisis de los mapas manuscritos que conforman el catálogo da cuenta de los esfuerzos de estandarización y codificación de las representaciones cartográficas en Nueva España y la elección de los estilos —por ejemplo, proyecciones panorámicas o cenitales— dependiendo del propósito del mapa. En otras palabras, una serie de códigos era inteligible a principios del siglo xix. Esto lleva a deducir que el desarrollo del mapa moderno no ocurrió en un solo sentido, es decir, del poder emisor hacia la sociedad o una parte de ella (García Rojas, 2008); las convenciones, formas de racionalizar el territorio y organizar el paisaje se asumieron de manera heterogénea y, en función de eso, se apropiaron y resignificaron.
El aparente carácter ecléctico de los mapas relativos a la guerra de Independencia de México se debe también a que las necesidades de representación anteriores a la década de 1800 no se concentraban en las cuestiones bélicas, sino en aspectos comerciales y de reconocimiento del terreno, como sucede en la minería. Un ejercicio comparativo podría consistir en verificar si los planos de minas sostienen cierta estabilidad y estandarización en su factura. No por ello se debe olvidar el papel fundamental del Seminario de Minería para el desarrollo de la cartografía en México.
Como última consideración, resta un señalamiento de carácter epistemológico: la coincidencia —o no— de las categorías empleadas en la clasificación, de las características señaladas como relevantes y definitorias del documento cartográfico, y de la propia historia de las codificaciones, es decir, lo que se consideró importante reglamentar desde el siglo xvii —más allá de que siempre existan anomalías, excepciones y pifias—. Esta coincidencia apunta al discernimiento de este suelo de positividades[24] que hace posible el discurso cartográfico y que evidencia que aún se comparte una concepción moderna del espacio, fragmentado, jerarquizado y racionalizado, como apunta Isabelle Warmoes (2016).
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Notas
Proyección es una “transformación geométrica para trasladar una red de meridianos y paralelos de una superficie esférica a una superficie plana” (INEGI, 1998: 167).