Artículos de Investigación
Sabiduría y exclusión: una mirada desde la filosofía a la situación de las personas mayores
Wisdom and exclusion: A look from philosophy to the situation of older adults
Sabiduría y exclusión: una mirada desde la filosofía a la situación de las personas mayores
Contribuciones desde Coatepec, núm. 42, pp. 159-172, 2025
Universidad Autónoma del Estado de México
Recepción: 15 Agosto 2024
Aprobación: 07 Noviembre 2024
Resumen: El presente trabajo ofrece una comparativa entre la experiencia de la vejez de los adultos mayores de la antigua Grecia y las sociedades contemporáneas a la luz del concepto de “muerte social”. La tesis que se sostiene es que la muerte social, entendida como la perdida de vínculos intergeneracionales y una paulatina marginación, ha estado presente en la Grecia antigua y hasta la actualidad, afectando a los adultos mayores menos favorecidos social y económicamente. La narrativa de la vejez en las ciudades-estado griega se reconstruye a través de la revisión de textos de los filósofos Platón y Aristóteles, mientras que en el abordaje de la situación de los adultos mayores en la actualidad se alude a trabajos de los filósofos Jean Améry y Robert Redeker.
Palabras clave: Vejez, muerte social, marginación, aislamiento, adultos mayores.
Abstract: This paper offers a comparison between the experience of older adults in ancient Greece and contemporary societies in the light of the concept of "social death." The thesis argued is that social death, understood as the loss of intergenerational ties and a gradual marginalization, has been present in ancient Greece and up to the present day, affecting the less socially and economically favored older adults. The narrative of old age in the Greek city-states is reconstructed through the review of texts by philosophers Plato and Aristotle, while in the approach to the situation of older adults today alludes to the works of philosophers Jean Améry and Robert Redeker.
Keywords: Old age, social death, marginalization, isolation, older adults.
Planteamiento de la cuestión
El interés por la vejez —y el envejecimiento—, como tema de estudio con un alto grado de especialización por parte de la medicina, es bastante reciente y responde al aumento en la esperanza de vida de nuestras sociedades contemporáneas. Las ciencias sociales y las humanidades no han sido indiferentes al tema, pues es un fenómeno al cual se enfrenta la mayoría de las personas y cuya experiencia se ve afectada por el entorno.
Históricamente, las reflexiones sobre el envejecimiento se remontan a los primeros siglos después de Cristo; en tanto que la vejez toma un significado diferente en cada contexto social, pues, como señala la filósofa chilena Diana Aurenque (2022), a las personas mayores se les confieren dos atributos esenciales: son consideradas sabias o son relegadas de la comunidad al dejar de ser productivas.
Esta distinción no es temporal; en una retrospectiva histórica, los hombres sabios, como filósofos, gobernadores y líderes de grupos religiosos, ganaban respeto mientras más años tuvieran, debido a su gran experiencia; en contraposición, en algunos sectores poblacionales de adultos mayores, son excluidos por sexo o clase social; cuya situación perdurando.
En la actualidad, cuando alcanzan determinada edad, se jubilan, sin importar si aún son capaces de llevar a cabo sus actividades de manera eficaz, aunque también existen estadísticas que señalan un aumento en el porcentaje de este sector en situación de pobreza y/o abandono. En las sociedades contemporáneas, donde preponderan valores como la productividad, la juventud y la belleza, solo algunas personas mayores reproducen costumbres y tradiciones, mientras que el resto vive una paulatina marginación e invisibilización que es susceptible de ser pensada desde el concepto de muerte social.
En las páginas siguientes se ofrece una reflexión sobre el panorama actual de la vejez desde el concepto de muerte social; se compara la situación de marginación y exclusión que vive parte de esta población con la sociedad griega, la cual se reconstruye a través de textos de filosofía y literatura de aquella época, como Platón y Aristóteles, para identificar la dicotomía expuesta por la filósofa Diana Aurenque y analizar el valor que los adultos mayores pueden sumar a la vida en comunidad; para ello, se retoma a Jean Améry y a Robert Redeker. .
Además, la intención del texto es mostrar que el aislamiento, la invisibilización y la estigmatización son una forma de violencia; marginar socialmente acarrea consecuencias en la percepción que las personas mayores tienen de sí mismos y de su entorno afectando su identidad, dignidad y sentido de pertenencia.
I
El término muerte social se remonta al siglo XIX en el ámbito médico (Králová, 2015) y se utiliza para referirse a las experiencias y a los procesos del paciente que no ha muerto biológicamente, pero cuyo padecimiento clínico le impide integrarse en la sociedad de manera normal, como el estado de coma y enfermedades mentales, por ejemplo, la esquizofrenia.
Sin embargo, a partir de 1960, su uso se extendió a las ciencias sociales y a las humanidades, principalmente a la sociología y a la filosofía. En ésta se ha usado para estudiar diferentes fenómenos, como el esclavismo, los refugiados de guerra y las personas que se ven forzadas a migrar; en estas circunstancias, a pesar de que los seres humanos mantienen intactas sus capacidades sociales, se les ha negado una identidad social, acceso a recursos económicos y protección legal; situaciones que atentan contra los derechos humanos.
Respecto a la filosofía, algunos atributos del concepto de muerte social —desde la óptica de la filosofía política— han sido estudiados por Giorgio Agamben, quien, a través del término homo sacer, aborda la pérdida de derechos jurídicos y el acceso a la vida social y cultural de algunos miembros de la Antigua Roma. Las personas mencionadas como homo sacer pueden ser arrebatadas de su vida en cualquier momento sin generar ninguna repercusión jurídica para quien lleve a cabo el asesinato, pues dichos seres humanos son reducidos a su existencia biológica, sin injerencia en los ámbitos legales o religiosos de la comunidad. Además de ser relegado del ámbito legal, también es excluido de la esfera religiosa; se le niega una función ritual a su muerte y queda reducido a una facticidad biológica, como “El homo sacer es, en efecto, insacrificable, y, sin embargo, cualquiera puede matarle” (Agamben, 2006: 146).
Si bien los conceptos de muerte social y homo sacer emergen en diferentes contextos y no deben entenderse como sinónimos, nos interesa resaltar las similitudes en algunos de sus atributos: la exclusión social, así como la pérdida de derechos y protección por parte del Estado. El homo sacer es objeto de violencia física que resulta en la privación de la vida, a diferencia de la muerte social en la que es posible reconocer elementos de violencia estructural y simbólica.
Una lectura más contemporánea sobre la muerte social se encuentra en el trabajo de la filósofa Claudia Card (2005), quien la ha empleado para pensar el fenómeno del genocidio desde los efectos que tienen la violencia y el aislamiento. Este concepto se puede caracterizar como la pérdida paulatina de vínculos sociales y culturales cuando el ser humano se encuentra vivo aún; no ocurre a la par de la muerte orgánica, sino que la antecede. Con la muerte social, la personalidad del sujeto se diluye en la medida que desaparece el sentido de pertenencia, así como los vínculos intergeneracionales.
En 50 Concepts for a critical phenomenology, Perry Zurn señala que “el uso del término se ha expandido para referirse de manera amplia a la pérdida estructural de la función social del ser humano, ya sea a nivel macro (la guerra, el imperialismo o el encarcelamiento) o a nivel micro (embarazo adolescente, viudez o enfermedades crónicas y terminales, así como en el caso del VIH/SIDA)” (Zurn, 2020: 309). En el contexto de la vejez y el envejecimiento, la muerte social permite reflexionar sobre la marginación de los adultos mayores, pues, debido a la disminución de sus capacidades físicas o enfermedades, se les ha arrebatado de manera paulatina su valor como miembros funcionales de la sociedad.
II
En la sociedad de la Antigua Grecia se exaltaban valores como la belleza, la vitalidad y la fuerza física, lo cual se constata en La Ilíada y La Odisea¸ donde Homero (1996) resalta los atributos físicos de los dioses y de los héroes, y se refiere a estos últimos como poseedores de una gran estatura y fuerza, además de notables habilidades para el combate; a diferencia de las personas mayores que suelen ser ridiculizadas en las comedias griegas, como puede verse en Las avispas, de Aristófanes (2007), por mencionar solo un ejemplo.
En la vida cotidiana, si bien la relación entre los jóvenes y los viejos no era de contraposición, sí desempeñaban roles diferentes; los primeros realizaban labores que demandaban un gran trabajo físico, como los viajes o el combate; mientras que los adultos mayores —particularmente aristócratas— se desempeñaban en la política como consejeros, pues se valoraba su experiencia: “En Atenas, la edad mínima para ser miembro del Consejo, de los tribunales del jurado y para ocupar cargos públicos era de treinta años; para ser miembro de la junta de árbitros a la que se referían en primera instancia la mayoría de las disputas legales, era sesenta años” (Finley, 1982:162). Aunque no existe un consenso sobre cuando se iniciaba la vejez entre la población de la Grecia Antigua, se considera que ocurría alrededor de los 60 años, pues a esta edad se hacía más evidente el deterioro físico (De Beauvoir, 2016: 125).
Tal como menciona el historiador francés Georges Minois (1989), dentro de la aristocracia era común que a los adultos mayores les fuera confiada la educación de los jóvenes; por lo tanto, los hombres mayores ostentaban una conducta prudente, digna de seguirse. Estas funciones solo podían ser desempeñadas por el sector que tenía poder económico y poseía propiedades, es decir, una parte pequeña de la población griega. En general, la vejez aparece como un estado de decadencia frente a la vigorosidad que representa la juventud, y, claramente, la vejez privilegiada era disfrutada por las personas mayores pertenecientes a un estrato social alto.
Por otra parte, en las obras de Platón, específicamente en el Libro I de la República, se relata una escena donde Sócrates cuestiona a su interlocutor Céfalo sobre su sentir respecto a la vejez, quien se encuentra en dicho periodo. Céfalo menciona que suele reunirse con otros hombres de su edad a dialogar sobre el tema y que el común denominador es la añoranza por los placeres del cuerpo que van ligados a la juventud, como el goce sexual y el consumo excesivo del alcohol; de la misma manera, coinciden en recibir malos tratos por parte de sus familiares, lo cual lo imputan a la vejez.
No obstante, Céfalo comparte con Sócrates su experiencia, y es completamente diferente, pues considera un error situar en la vejez el origen de sus desafortunadas vivencias:
[…] en la vejez se produce mucha paz y libertad. Cuando los apetitos cesan en su vehemencia y aflojan en su tensión […] nos desembarazamos de multitudes de amos enloquecidos. Pero respecto de tales quejas y de lo que concierne al trato de los familiares, hay una sola causa, Sócrates, y que no es la vejez, sino el carácter de los hombres. En efecto, si son moderados, también la vejez es una molestia mesurada; es caso contrario, […] tanto la vejez como la juventud resultaran difíciles a quien sea (Platón, 1988: 60).
El discurso de Céfalo puede entenderse como un elogio a la vejez; señala la virtud de poseer un ánimo sereno que permitirá al hombre sobrellevar los cambios del cuerpo mientras envejece. Esta etapa de la vida, que antecede a la muerte, brinda al hombre la oportunidad de reflexionar y examinar en retrospectiva la propia existencia con la intención de tomar conciencia sobre comportamientos inadecuados hacia otros hombres o, por lo contrario, reconocer una conducta justa:
En esos momentos uno se llena de temores y desconfianzas, y se aboca a reflexionar y examinar si se ha cometido alguna injusticia contra alguien. Así, el que descubre en sí mismo muchos actos injustos, frecuentemente se despierta de los sueños asustado, como los niños, y vive en una desdichada expectativa. En cambio, al que sabe que no ha hecho nada injusto le acompaña siempre una agradable esperanza (Platón, 1988: 62).
Dicho ejercicio, en el contexto de la mitología griega, servía al hombre para anticipar su viaje al Hades, en donde las almas de los justos iban a los Campos Elíseos o a las islas de los Bienaventurados; y, por el contrario, si había tenido un comportamiento poco decoroso, su alma iba al tártaro.
En la conversación entre Sócrates y Céfalo se toca el tema de las posesiones materiales; Sócrates argumenta que el bienestar y la forma grata en que Céfalo sobrelleva la vejez es gracias a sus bienes y fortuna, pero éste responde que se encuentra errado, pues el hombre que posee un temple de ánimo razonable es capaz de sobrellevar cualquier dificultad, así sea el vivir los últimos años en la pobreza.
Si hacia el final de la vida un hombre reflexiona sobre su propia existencia y se da cuenta de que no ha ofendido a otro, puede decirse que es virtuoso; característica que debe ser reconocida por la comunidad de la que forma parte y debe incluirse en actividades del gobierno de su ciudad. Esta atribución es retomada por Platón en sus Leyes (1999: 320): “[…] los más viejos deben regir y los más jóvenes ser regidos”. Tanto Georges Minois (1989) como Simone de Beauvoir (2016) coinciden en que en la obra platónica la edad es un criterio que otorga valor al hombre mayor, pues, en la ciudad ideal del filósofo griego, se les otorgan obligaciones a los hijos para con sus padres.
A su vez, los griegos, al ser la cuna de muchas ciencias, también expresaron su preocupación por la vejez desde la perspectiva médica., Para Hipócrates no es una enfermedad en sí misma, pero durante esta etapa tienen lugar muchas más afecciones, las cuales afectan de forma diferente que si fuera padecida por un individuo de menor edad; por lo tanto, los años vividos resultan un dato relevante para el diagnóstico y el tratamiento; por ejemplo: enfermedades respiratorias, dolor de articulaciones y degradación paulatina de los sentidos de la vista y el oído; por ello, sugiere implementar cuidados paliativos, como baños calientes, para disminuir algunas incomodidades propias de la edad.
En consonancia con el espíritu medico de su época, Aristóteles hace valiosas aportaciones al estudio científico de la vejez; particularmente, en sus obras: A cerca de la longevidad y de la brevedad de la vida, y Acerca de la juventud y la vejez, de la vida, de la muerte, y de la respiración[1] recupera algunas consideraciones de la obra de Hipócrates, ya que describe el proceso de envejecimiento del cuerpo humano en la línea de la biología y la filosofía de la naturaleza.
En Acerca de la longevidad y la brevedad de la vida, el filósofo estagirita plantea la dificultad de investigar sobre la supervivencia en las plantas y los animales; menciona que las primeras son más longevas que los segundos, y, respecto a los animales, introduce las variables de salud y enfermedad, pues un cuerpo tiende a ser más longevo en la medida en que posee un mayor grado de salud. El hombre pertenece a este grupo: “Hay, en efecto, hombres longevos y otros de vida corta, distribuidos según los lugares —pues los pueblos que viven en lugares cálidos son más longevos, y los que viven en lugares fríos, de vida más corta— Incluso viviendo en el mismo lugar, unos se diferencian de otros, igualmente, en este particular” (Aristóteles: 1987: 306-307).
En primera instancia, Aristóteles hace referencia a las condiciones exteriores o ambientales que repercuten en la calidad de vida de los hombres, pues la ubicación geográfica determina el clima, el tipo de alimentación y, por ende, la expectativa de vida de sus habitantes. La siguiente diferenciación que hace el filósofo es entre machos y hembras; adjudicando a aquella mayor longevidad, pues —adhiriéndose a los postulados de Hipócrates— contienen en sí mismos más calor que las hembras. En este breve tratado, señala que los cuerpos de los animales están conformados por cuatro elementos: lo caliente, lo frío, lo seco y lo húmedo, e identifica a la vejez con lo seco; en esta contraposición, la vigorosidad es identificada con lo caliente y lo húmedo, lo que esclarece la lógica del argumento anterior: los machos, al conservar mayor calor, tienden a ser más longevos.
En Acerca de la juventud y de la vejez, de la vida y de la muerte, y de la respiración, el autor identifica al corazón como la fuente del calor que propicia la vida y el lugar donde residen las sensaciones en los seres vivos que tienen sangre, incluidos los humanos. Es natural que los seres vivos —tanto plantas como animales— perezcan y Aristóteles identifica dos causas: las internas y las externas. Las primeras obedecen al cese natural de las funciones de los órganos y están vinculada con la aparición de enfermedades y con la vejez que, en este contexto, es entendida como un proceso natural de deterioro del cuerpo. Las segundas, como su nombre lo indica, engloban sucesos ajenos al propio ser vivo; es decir, van contra la naturaleza, como la violencia:
Así pues, el nacimiento es la primera participación en el alma nutritiva, que tiene lugar en el calor, y la vida, la perduración de ésta. La juventud es el crecimiento del principal órgano refrigerador, y la vejez, la consunción. La madurez en el estado intermedio entre ambos. La muerte y la destrucción violenta son la extinción y la consunción de lo caliente —pues la destrucción puede producirse por ambas causas—. La muerte natural es la consunción del calor que sobreviene por un largo espacio de tiempo y por el término de la vida. En las plantas se llama “marchitamiento”, en los animales, “muerte”. La muerte en la vejez es la consunción del calor por la incapacidad del órgano para refrigerar debido a la propia vejez. Queda dicho, pues, que son el nacimiento, la vida, la muerte y porque causas se dan en los seres vivos (Aristóteles: 1897: 358-359).
En las líneas citadas se condensa de manera breve la doctrina aristotélica sobre la vida y la muerte en el contexto de las investigaciones biológicas. Si se sigue el orden de la naturaleza, la vejez es la etapa de la vida que antecede a la muerte y con este acontecimiento culmina el ciclo de la vida de los seres vivos.
En lo concerniente exclusivamente a la especie humana, en el Libro II de su Retórica, Aristóteles mantiene la distinción de tres edades en la vida del hombre: la juventud, la madurez y la vejez, y enumera sus principales cualidades del carácter en cada una. Sobre la vejez señala que cambia respecto del observado en la juventud, pues influyen las experiencias que se tienen a través de los años. Las personas mayores tienden a tener un mal carácter y a esperar siempre los peores resultados; suelen ser desconfiados y no aman ni odian con intensidad. Además, a diferencia de los jóvenes, el deseo sexual se ve disminuido y se quejan constantemente.
Son de espíritu pequeño por haber sido ya maltratados por la vida y, por ello, no desean cosas grandes ni extraordinarias, sino lo imprescindible para vivir. Son también mezquinos porque la hacienda es una de las cosas necesarias y por experiencia sabes que es difícil adquirirla y fácil perderla. Son cobardes y propensos a sentir miedo de todo, por cuanto se hallan en el estado contrario al de los jóvenes: ellos son, en efecto, fríos en vez de calientes, de manera que la vejez prepara el camino a la cobardía, dado que el miedo es una suerte de enfriamiento. Son además amantes de la vida, y sobre todo en sus últimos días, porque el deseo se dirige a lo que falta y aquello de lo que se carece es lo que principalmente se desea. Y son más egoístas de lo que es debido, lo cual es también desde luego, una suerte de pequeñez de espíritu. Viven, asimismo, más de lo que se debe, mirando la conveniencia en vez de lo bello a causa de que son egoístas, pues la conveniencia es un bien para uno mismo, mientras que lo bello lo es en absoluto. Y son desvergonzados más que pudorosos, porque, como no tienen lo bello en la misma consideración que lo conveniente, desprecian la opinión pública. Son pesimistas por causa de su experiencia (ya que la mayoría de las cosas que suceden carecen de valor, puesto que las más de las veces van a peor), así como también por causa de su cobardía. Y viven más para el recuerdo que para la esperanza, pues es poco lo que les queda de vida y, en cambio, mucho lo vivido y, por su parte, la esperanza reside en el futuro, mientras que el futuro, mientras que el recuerdo se asienta en el pasado. Lo cual es también la causa de su charlatanería, pues se la pasan hablando de sucesos pasados, porque gozan recordando (Aristóteles, 1990:382-38).
La caracterización sobre la vejez desarrollada por Aristóteles es notablemente negativa; también sugiere que las personas mayores no conciban más hijos, pues no cuentan con las cualidades físicas óptimas ni con la energía suficiente para procrear.
En los ámbitos político y social, y relacionado al gobierno de los pueblos, Aristóteles manifiesta su desacuerdo en la intervención de personas mayores como consejeros. En su Política, asevera que la vejez no solo afecta al cuerpo, sino también perturba la mente. Tomando como ejemplo la organización del gobierno de diversas regiones de Grecia, el filósofo estagirita refuerza su argumento. Refiriéndose a Laconia, Aristóteles (1985) sostiene que los criterios para seleccionar a los adultos que ocupan un lugar en el consejo no son los adecuados, pues la mayoría de las veces obedecen a intereses personales de los legisladores y eligen a hombres ambiciosos, quienes, en la toma de decisiones, perjudican a la comunidad al anteponer su avaricia sobre el bien común; por consiguiente, los vínculos amistosos tienden a disolverse cuando se tiene una edad avanzada.
Por su parte, cuando critica la organización y la conformación de la Asamblea de Creta, menciona que los jóvenes tienen poca injerencia en la toma de decisiones; así, su función se limita a validar las disposiciones de las personas mayores; esta organización puede ser poco beneficiosa, ya que las decisiones tomadas —al venir de personas con un intelecto disminuido por el paso del tiempo— pueden suponer un riesgo. Respecto a al gobierno de los pueblos, Aristóteles advierte que se centra en un sector específico de la población mayor: aquel que posee riqueza, pues únicamente quienes cuentan con suficientes recursos materiales pueden tener tiempo libre y gobernar bien.
Con lo expuesto hasta el momento sobre la concepción de la vejez y el rol de las personas mayores en la Grecia Antigua, se corrobora la afirmación de Simone de Beauvoir sobre los filósofos griegos: “Platón y Aristóteles reflexionaron sobre la vejez y llegaron a conclusiones opuestas” (Beauvoir, 2016: 133). Por una parte, Platón se aboca a demostrar que la vejez puede ser vivida de manera digna, que las personas mayores pueden continuar sirviendo a la ciudad, que la experiencia adquirida a lo largo de la vida puede ponerse al servicio de la comunidad y que un comportamiento decoroso y virtuoso puede ser tomado como ejemplo para las generaciones más jóvenes.
En las antípodas de esos planteamientos, Aristóteles se separa de su maestro; elabora argumentos más allá de lo estrictamente filosófico; muestra que el deterioro de los hombres durante la vejez no se limita al cuerpo, sino también a las facultades mentales, lo cual supone un riesgo para la ciudad.
III
En las sociedades contemporáneas y por el consenso de diversas entidades, como la Organización Mundial de la Salud y el Banco Mundial, la vejez inicia a los 60 años. Un fenómeno asociado es el incremento constante en la esperanza de vida, ya que plantea grandes desafíos en los ámbitos económicos y médicos para proveer a la población mayor de las condiciones necesarias para gozar de una vejez digna.
Las personas mayores se convierten en un sector vulnerable en la medida que se les estigmatiza como poco productivas, restando valor a su experiencia y sabiduría En un contexto donde se exalta la juventud, la salud y la capacidad de producción, el filósofo francés Robert Redeker (2014), en su obra Egobody. La fábrica del hombre nuevo acuña el concepto de egobody para referirse al hombre contemporáneo que se encuentra profundamente influenciado por las tecnologías y la publicidad, lo cual deriva en un culto al cuerpo. Esta tendencia hacia el excesivo autocuidado sitúa a la vejez como una etapa de la vida en la que las personas se vuelven obsoletas a causa de los cambios físicos por el paso del tiempo.
No es de extrañar que los valores promovidos por el hombre contemporáneo lo orillen a tener un cuidado extremo de su cuerpo; la misma industria que produce los estándares de belleza se enriquece con las ventas de productos y servicios cosméticos que comercializan tratamientos para retrasar los signos visibles del envejecimiento. Pero ¿qué ocurre con las personas mayores que no pueden pagar todos estos servicios para modificar su apariencia y encajar en el ideal actual de envejecimiento cuya premisa es la de imitar a la juventud? Tal pareciera que están destinados a ser marginados si no se adaptan a los nuevos estándares corporales.
Por lo tanto, se puede establecer una correspondencia entre esta exclusión como muerte social de los adultos mayores y la edad social, descrita por el escritor austriaco Jean Améry en Revuelta y resignación, a través de la cual se les atribuye un valor a las personas por las miradas y juicio de sus semejantes, sin tomar en cuenta sus capacidades y potencialidades: “en la imagen que de él se hace, la sociedad ya no incluye las posibilidades que él creía que todavía se le ofrecían”(Améry: 2011: 71); en el caso de este sector, el mundo y sus relaciones sociales les son arrebatadas por las limitaciones impuestas por la población de menor edad.
Así, de las personas mayores se espera que, “acorde a su edad”, se retiren de sus labores remuneradas a ciertos años, se vistan de determinada manera, no asistan a algunos lugares ni realicen actividades específicas, pero ¿quiénes deciden esto y por qué? La sociedad es quien determina tanto los códigos de vestimenta como los sitios que visitan, los cuales deben “ajustarse” a sus necesidades.
Cuando tienen un empleo, lo deseable es que se jubilen alrededor de los 60 años dejando su lugar a una persona de menor edad; este retiro supone acceso a una pensión y mayor tiempo libre, sin embargo, también significa un cambio drástico en su rutina y la separación de un espacio y de personas con quienes mantenía ciertos lazos. En algunas ocasiones, esta separación y modificaciones no son voluntarios. Si bien, el adulto mayor tiene conciencia de los cambios en su cuerpo y en sus capacidades, en muy pocos casos son tan drásticos que les impida llevar a cabo sus actividades de manera autónoma.
Socialmente, se busca que compartan tiempo con otras personas retiradas para disfrutar tiempo de esparcimiento; pueden permanecer en casas de retiro, en donde reciben cuidados pertinentes, o acudir de manera constante a clubs para convivir con contemporáneos; esta situación disminuye el contacto con su familia más próxima y sus vínculos intergeneracionales.
Para Améry, el aislamiento está vinculado con el concepto de normalidad, es decir, se aparta lo diferente; la norma es el cuerpo joven —en coincidencia con Redeker—, lleno de energía, sin limitaciones físicas; el cuerpo creado por la mirada social asocia al envejecimiento con la decadencia. No es gratuito buscar que las personas mayores frecuenten los mismos lugares, ubicarlos en un mismo lugar geográfico, pues la muerte social en tanto pérdida de vínculos no solo afecta las relaciones con los espacios y personas en el entorno inmediato, sino también su percepción y participación en el desarrollo de la cultura.
Las sociedades miden el progreso en tanto producción y consumo desmedido, pero la población de adultos mayores no se adapta por completo a ese nuevo estilo de vida, tal es el caso de los avances en la tecnología, los cambios en la moda, las múltiples ofertas de música y literatura, que se alejan cada vez más de su cotidianidad. Para conceptualizar este último punto, se acude al término “envejecimiento cultural” del escritor austriaco, el cual “es el decaimiento de la capacidad de recepción y de la voluntad receptiva, el cansancio y la resignación ante las exigencias de cada nuevo día” Amerý (2011: 107); el autor toma como ejemplo los cambios en la moda femenina; crea en el lector la imagen de una mujer mayor que se adapta y se viste con las nuevas tendencias en ropa de los aparadores, pero añora en su memoria los anteriores modelos que —señala Améry—, además de gustarle, le favorecían.
Conclusiones
Hasta el momento se han enunciado algunas formas en las que el proclamado declive que acompaña al envejecimiento separa a las personas mayores de los entornos que les eran cotidianos; sin embargo, esta situación únicamente se ha planteado en un contexto favorable para el adulto mayor, es decir, con recursos económicos; pero, si se toma la muerte social como hilo conductor, se pueden explorar las condiciones adversas de la vejez si no se poseen las condiciones materiales para conservar sus roles sociales; por ejemplo, los casos en que los adultos mayores son confinados en casas de retiro o son marginados a causa de la pobreza; o también la negación social para comprender esta etapa de la vida en la que las capacidades físicas y mentales se ven disminuidas y su imagen corporal cambia, en contraste con el impulso contemporáneo por perpetuarlas: “nuestro tiempo se niega a pensar la vejez social y la vejez de una sociedad como declive y decrepitud” (Redeker, 2014: 99)
La revisión ofrecida sobre la situación de los adultos mayores en la sociedad de la Grecia clásica permite contextualizar actitudes y prácticas contemporáneas; la historia muestra cómo únicamente aquellos adultos mayores con recursos económicos suficientes pueden tener una buena calidad de vida y proveerse de servicios médicos para enfrentar los malestares propios de la edad. En las antiguas ciudades-estado, los hombres con poder económico accedían a cuidados paliativos; en cambio, quienes no contaban con una buena posición social ni económica, estaban destinados a la marginación y al desamparo, además de ser objetos de burlas a causa del declive físico, como se constata en las comedias griegas.
Asimismo, perdura un dualismo en la valoración que se le otorga a las personas mayores; por un lado, se evidencian las consideraciones y el reconocimiento social cuando se retiran de la vida activa, como funcionarios o consejeros de los gobiernos; y, por otro, hoy en día, se menosprecia su experiencia y sabiduría, aunque sirvan para conservar costumbres y tradiciones.
En la Grecia antigua, la muerte social se presentaba en una parte de la población, la menos afortunada, pues un grupo de personas mayores gozaba de un mejor estatus al ostentar cierto poder político gracias a su experiencia; por ejemplo, los guerreros, al alcanzar la vejez, eran retirados del combate, pero tomaban el rol de estrategas, conservaban un status social y ganaban respeto; caso contrario a los esclavos, quienes no eran tomados en cuenta.
Por su parte, en las sociedades contemporáneas, la vejez asociada a la jubilación y, por lo tanto, al cese de las capacidades productivas, manifiesta la muerte social como un alejamiento de los círculos laborales, pues cuando se deja de ser un agente productivo, se deja de ser influyente de esa esfera. Si no se cuenta con los recursos económicos para seguir participando en la vida social, la muerte social es mucho más pronunciada, ya que muchos adultos mayores pierden un rol activo en su vida familiar y comunitaria y son segregados; esto se asocia a la rapidez del avance en las tecnologías y a la resistencia al cambio y adaptación por parte de este grupo poblacional.
En conclusión, la muerte social se entiende como la pérdida de identidad y vínculos sociales, así como una consecuente marginación dentro de un contexto social cuando la persona aún sigue físicamente viva. En su relación con la vejez, en la Grecia antigua algunos adultos mayores experimentaban esta forma de muerte una vez que se retiraban de la vida pública o eran separados de sus actividades a causa de la pérdida de las habilidades necesarias para llevarlas a cabo, y solo una minoría conservaba su influencia en los ámbitos político y social. A diferencia de las sociedades contemporáneas en las que la muerte social tiende a ser más común para este sector, especialmente en los contextos en donde su contribución a la vida laboral y comunitaria pierde su valor, actualmente la vejez es un símbolo de obsolescencia y cada vez menos se asocia a la sabiduría.
Referencias
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Ficha de la autora
Verónica Medina Rendón
Licenciada en Filosofía y Maestra en Humanidades: Filosofía contemporánea por la Universidad Autónoma del Estado de México. Actualmente, es estudiante del programa de doctorado en Filosofía Contemporánea de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Realizó una estancia de investigación en el Instituto de Filosofía de la Universidad Veracruzana. Cuenta con publicaciones en las revistas Reflexiones marginales (México) y Konvergencias (Argentina). Ha participado como ponente en diversos coloquios nacionales e internacionales.
Notas