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Presentación: Octavio Paz
Omar Astorga
Omar Astorga
Presentación: Octavio Paz
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, vol. 22, núm. 43, pp. 217-224, 2020
Universidad de Sevilla
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MONOGRÁFICO I

Presentación: Octavio Paz

Omar Astorga1.
Universidad Central de Venezuela, Venezuela
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, vol. 22, núm. 43, pp. 217-224, 2020
Universidad de Sevilla
Presentación

Como se sabe, el ensayo se ha convertido en una de las mejores formas de interpretar las realidades del mundo y de la vida. Su característica más significativa consiste en ofrecer un ejercicio de comprensión que va más allá de las explicaciones que suelen encontrarse en los textos atados a una disciplina. Valga señalar que es en el campo de las ciencias sociales y las humanidades donde se aprecian claramente sus privilegios. La versatilidad no afecta al rigor, la diversidad de miradas se articula con la densidad de la argumentación, la historicidad aparece en sintonía con el presente, la intuición no es ajena a las formas conceptuales, la poesía se anuda con el ejercicio de interpretación. De esta forma, curiosamente, el ensayo logra dar cuenta con notable solidez, a través de diversas formas discursivas, de lo que varias disciplinas muestran o demuestran de manera aislada.

Esa es la virtud y la fortuna que tuvo Octavio Paz a través de sus numerosos intentos de pensar a México en su conexión con la cultura universal. De allí que sea un contrasentido examinar su obra desde una sola disciplina. Y en el caso de que así se pretenda, se tendrá que incorporar el espesor de sus reflexiones y la fuerza de sus ideas, en la mayoría de los casos iluminadas por la poesía. Ciertamente Paz ha sido estudiado desde la historia, la política, el arte, la antropología o la filosofía, pero siempre queda la sospecha o el reparo de que no necesariamente se han puesto de relieve los diversos modos como este pensador examinaba la realidad. Y si a ello se suma su fecunda y trascendente condición de poeta, desplegada en sus ensayos a través de múltiples caminos, podemos entonces sostener que fue un pensador que logró ofrecer un tipo de comprensión cuya densidad se revela en la riqueza y amplitud a través de las cuales dio cuenta de su tiempo.

Baste señalar que en el entramado de su forma ensayística sobresale su sostenida reflexión sobre la modernidad desde la cual procura examinar la cultura a partir de sus rupturas y desplazamientos en el marco de una concepción que asume sus contenidos desde la condición heterogénea del hombre, independiente de la teleología histórica. Desde México e Hispanoamérica, Paz descubre nuevas rutas y planos para entender lo moderno. Para ello hace valer su contundente sentido de la crítica, no de un modo extrínseco a la cultura europea sino rearmando la relación inmanente que existe entre las diversas piezas del pasado y del presente. Linealidad y circularidad del tiempo, identidad y otredad, o soledad y comunión, son aspectos que este pensador logra entrelazar, explorando uno a partir del otro, mostrando así la potencia y las debilidades de la modernidad, no necesariamente como un camino infinito de logros o fracasos, sino como una fuente irresoluble de contradicciones. Curioso y apasionado seguidor de los grandes momentos de la historia europea, Paz ofrece, desde la heterogeneidad de Hispanoamérica, una mirada que alimenta su compromiso con lo moderno y al mismo tiempo le da fuerza a su sostenido afán de deshilvanarlo desde la historicidad que le permitía su condición de ser mexicano.

Una característica común de las contribuciones aquí reunidas se halla en privilegiar la vena ensayística de Paz del mismo modo como se hace énfasis en su empeño, fecundo, de comprender la cultura moderna. Su crítica inmanente a la modernidad es utilizada para considerarlo como un antecedente del pensamiento decolonial, así como para recuperar la importancia de la tradición en su conexión con el concepto de identidad. Se distingue, asimismo, la invitación de revisar la mirada de Paz al muralismo mexicano a partir de la conexión que existe entre estética e ideología. Y a ello se suma el intento de destacar el carácter sustantivo y fundacional del imaginario a través del cual se muestra la sintonía de Paz con la literatura de su tiempo. Son escritos, como veremos, que recorren aspectos sustantivos de su obra, algunos polémicos, basados todos en la exploración de la palabra anudada al laborioso ejercicio de comprensión.

Liliana Weinberg, reconocida estudiosa del ensayo latinoamericano, realiza un lúcido recorrido por el ensayismo de Octavio Paz destacando sus aspectos esenciales. El primero de ellos, muy valorado por los lectores de Paz, es el lugar privilegiado de la poesía y su conexión con las diversas formas como se desarrolló su obra. Weinberg destaca, por ejemplo, la continuidad que existe entre “poesía de soledad y poesía de comunión” (1942), El Laberinto de la soledad (1950) y El Arco y la lira (1956). Soledad y comunión son dos modos de existencia que se configuran bajo una tensión permanente que Paz descubre en su exploración de la cultura mexicana. El ensayismo se nutre de la poesía y de la historia y le permite a su autor ofrecer una mirada de la condición del mexicano, del hombre moderno, de las formas y también de los momentos en que se configura la posibilidad de la comunión. Es la fiesta de Paz.

Otro aspecto notable de este texto, es la presentación del ensayismo de Paz y del ensayo en general, como un ejercicio interpretativo que se deslinda de las formas epistemológicas, y se asume, más bien, como una forma versátil y fecunda para el desarrollo de las distintas áreas del saber. El ensayo, tal como lo mostró notablemente Paz, es una forma de comprensión del hombre y su conexión con la historia más allá de los moldes de una o varias disciplinas. Paz logra mezclar la luz de su intuición poética con la densidad de su recorrido histórico cultural.

Se destaca en el texto la forma como la autora va articulando la biografía de Paz con su experiencia ensayística. Como dice ella, “hombre en su siglo”, Paz, formado en el ambiente de la revolución, logró ofrecer un ejercicio interpretativo que se remontaba a la tradición novohispana y concluía con una imagen renovada de la cultura mexicana contemporánea. La historia de esa tradición le llevó a interrogarse siempre por la condición del hombre, por su conciencia, movida por el afán de transparencia. Aquí se debe subrayar la especial referencia que en este texto se hace a la heterogeneidad que promueve el ensayo y de la cual se nutre. Weinberg recuerda la lectura que hace Paz de Antonio Machado, al poner de relieve el sentido fundamental de la otredad, uno de los puntos cardinales que configuraron el trabajo ensayístico del pensador mexicano, heredero y crítico de la tradición europea y a la vez testimonio poético y reflexivo de la cultura mexicana. Paz estaba consciente del valor histórico de la heterogeneidad y supo hacer de su obra una de las mejores expresiones de esa condición.

El protagonismo de las palabras convertidas en instrumento de creación y transformación es un rasgo constante que distingue la obra de Paz, y en esa dirección la autora hace valer la importante conexión que existe entre el acto de nombrar y el carácter intencional de la conciencia que así lo hace. Influido por la fenomenología, Paz recorre la cultura prehispánica y moderna bajo la búsqueda de la transparencia. Finalmente, Weinberg hace énfasis en el ensayismo de Paz dedicado a la creación artística, a la plástica mexicana, a la obra de Tamayo, por ejemplo. Y sobre todo se aprecia en esta contribución la concepción del ensayo como obra de arte que parte de la poesía y se desarrolla de un modo entrelazado con las infinitas formas de la subjetividad.

Oliver Kozlarek presenta una pertinente reflexión sobre la modernidad y sus vínculos con el concepto de identidad en la obra de Paz. El autor señala que modernidad e identidad no son conceptos que se oponen, sobre todo al tomar en cuenta que existen “modernidades múltiples”, tal como por ejemplo la ven los teóricos de la postmodernidad, los críticos del pensamiento postcolonial o los que han debatido en torno a la cuestión de la globalización. Se trata de una diversidad de narrativas entre las cuales se destaca la tensión entre modernidad e identidad. La tesis de Kozlarek consiste en plantear que en Paz hay un compromiso con la modernidad que no se opone a la tradición, sino que estas se juntan bajo el concepto de identidad. Es una tendencia cultural ya observada por algunos intérpretes en América Latina cuando han advertido la oposición que suele plantearse entre dichos conceptos, que pueden parecer excluyentes, pero que vistos históricamente permiten encontrar puntos de conexión como los que se reflejan en el ensayismo latinoamericano, desde Rodó, pasando por Alfonso Reyes y Mariátegui, hasta Octavio Paz.

Con el fin de mostrar el perfil de la contribución de Paz en esa dirección, Kozlarek distingue tres ejes fundamentales: la reflexión sobre “la modernidad misma” asumida como un reto intelectual y cultural para un pensador mexicano, pero también para otros que a partir de ese reto empiezan a elaborar un concepto propio de modernidad. En segundo lugar, el autor nos habla de “la condición humana” vista desde sus raíces antropológicas y humanistas que, en el caso de Paz, se aprecia a través de su crítica a la modernidad junto a la posibilidad de desarrollar un “humanismo crítico”. La visión de lo moderno supone también la mirada que se arraiga, tal como se expresa en las primeras páginas de El laberinto de la soledad, al comparar la cultura norteamericana y la mexicana donde se observa el desgarramiento y la soledad que plantean la necesidad de una respuesta sólida en el campo de la subjetividad. En tercer lugar, se destaca la conexión entre modernidad e identidad en el caso mexicano. Se trata de encarar la modernidad no desde consideraciones abstractas, sino a partir de las condiciones específicas de cada sociedad. Es lo que hace Paz al asumir la cultura mexicana como eje de su reflexión más allá de las elucubraciones filosóficas y psicológicas. Paz se distancia así de diversas formas de esencialismo y propone una reinterpretación de la cultura mexicana desde sus principales símbolos religiosos y culturales y desde la idea de modernidad entendida como “conciencia del mundo”.

Desde estas perspectivas el autor plantea, especialmente a partir de El laberinto de la soledad, la existencia de un “imaginario social de la modernidad” visto como “conciencia planetaria” que solo puede ser asumida desde diversas e históricamente determinadas herramientas culturales. De esa forma, nos conduce a la idea de hacer valer la identidad como fruto del entrelazamiento entre la reflexión sobre lo moderno y las diversas tradiciones culturales. Es por ello que termina diciendo que la modernidad ha de ser vista necesariamente desde la experiencia cultural de la identidad sin que ello signifique caer en localismos que impidan plantearse los desafíos propios de la humanidad.

Héctor Jaimes, un dedicado estudioso del muralismo mexicano, nos ofrece un texto que parte del valor fundacional de la poesía y a su vez de la estrecha conexión que Paz establece entre poesía y formas de creación. El arte y la dimensión estética representan, para el autor, un aspecto determinante de la producción de Paz y en esa dirección hace énfasis en la libertad, esencial en el rol de la crítica que le llevó a rechazar la ideología partidista presente en el arte. Aquí aparece el perfil de la interpretación de Jaimes cuando busca destacar la crítica de Paz a las posiciones ideológicas atadas al comunismo reinante en el siglo XX y al contexto ideológico cultural de carácter institucional que rodeó su interpretación como crítico de arte. La referencia es muy clara: se encuentra en los homenajes que se le rindieron a Paz en 2009 y 2015 a cargo del Museo Nacional de Arte y el Museo del Palacio de Bellas Artes. Allí el autor observa la consagración de Paz como crítico de la obra de arte e introduce así un punto polémico que sugiere tomar en cuenta el valor de la ideología en el análisis de la visión que tuvo Paz del muralismo mexicano. Desde esta perspectiva sostiene que el muralismo mexicano fue invisibilizado desde posiciones ideológicas que lo adversaban y lo siguen adversando, y en esa dirección incluye al mismo Octavio Paz.

El desafío que entonces se plantea en este ensayo es revisar la interpretación que ofrece Paz del muralismo bajo la siguiente formulación: Paz muestra la grandeza del muralismo y a la vez su debilidad ideológica. En el enfoque de Jaimes predomina el reconocimiento de la distancia que tomó Paz del marxismo –la gran fuente ideológica del siglo XX–, distancia que se ve reflejada al advertir los lineamientos políticos del muralismo mexicano, una experiencia de creación artística que fue pensada como un intento de definición de la identidad cultural mexicana más allá de las diferencias sociales y étnicas. Pero más que un movimiento artístico libre, se desarrolló atado a la idea del compromiso por la transformación social y política. El autor pone de relieve que esta tendencia no solamente se expresó en los murales, sino también, antes, en algunos textos de los muralistas, quienes planteaban el sentido revolucionario que debía tomar la obra de arte. El “arte monumental de utilidad pública” se entretejía así con las preocupaciones políticas del momento.

La pregunta que entonces se plantea es la de saber por qué Paz se dedicó a mostrar los límites estéticos del muralismo mexicano a pesar de su valor cultural en México y en América Latina. Más se dedicó a la obra de Rufino Tamayo, Marcel Duchamp y al arte en general. A pesar de ello, el autor señala que Paz, a diferencia de su juicio sobre Rivera y Siqueiros, destaca el valor estético y revelador de la obra de Orozco, quien precisamente se había alejado del marxismo. En el caso de Rivera nos dice que Paz es lapidario al señalar su subordinación a la ideología comunista, así como la degeneración estilística y emocional de sus últimas obras. Del mismo modo, Paz habría sepultado a Siqueiros al poner de relieve en el análisis de su obra sus convicciones políticas. No obstante, Jaimes reivindica el sentido dialéctico de su obra tal como el mismo Siqueiros lo señaló en su texto sobre el muralismo mexicano. De allí que ante la pregunta de por qué fue privilegiado el aspecto ideológico en la comprensión del muralismo mexicano, la respuesta del autor es igualmente lapidaria: por desconocimiento de la estética marxista y, más que eso, por no haber reconocido en los muralistas matices, distinciones, continuidades de diversos signos, más allá de lo ideológico.

No es casual que Jaimes destaque el alejamiento de Paz del muralismo y su acercamiento a la estética de Tamayo y Duchamp. Son visiones contrapuestas. Una ligada más a la historia y la temporalidad, y otra vista en su conexión con las ideas, con la crítica de sí misma, a través de una visión atemporal. En el fondo, con esta polémica contribución, Jaimes señala los límites de la subordinación del marxismo al estalinismo. Del mismo modo conviene destacar su interés en poner de manifiesto la complejidad del muralismo mexicano más allá de las ataduras ideológicas que tuvo. Es una invitación a revisar la interpretación ideológica que ofrece Paz de la creación artística mexicana.

Xavier Rodríguez Ledesma nos ofrece una propuesta novedosa en la interpretación del ensayismo de Octavio Paz. Al considerar la permanente crítica que Paz mostró frente a la modernidad, especialmente en América Latina, plantea la idea de ver al pensador mexicano como un antecedente del desarrollo de las teorías sobre el decolonialismo. El autor advierte que se trata de una conexión que no se ha hecho, al tomar en cuenta que la obra de Paz no tuvo repercusiones en el discurso crítico sobre la modernidad y menos aún en el pensamiento decolonial. A pesar de ello, nos ofrece una sugerente pista para justificar esa conexión. Por un lado, extrae de El Laberinto de la Soledad dos ideas que ciertamente son esenciales en el pensamiento de Paz, vale decir, su crítica a la racionalidad moderna y la percepción lineal del tiempo. Paz muestra a lo largo de su obra una posición radical frente a la modernidad que le lleva a reivindicar una noción distinta de la historia y de las diversas maneras como se desarrolla el saber más allá de las formas subordinadas al discurso ilustrado. Se coloca así a Paz frente a la modernidad concebida como discurso hegemónico que deja de lado la heterogeneidad esencial del ser. La historia lineal del progreso liberal no encuentra en Paz a un seguidor, sino a un crítico que reivindica aspectos ignorados de la cultura. Rodríguez Ledesma se refiere a “algunos pocos intérpretes” que han visto a Paz desde esa perspectiva, como Alain Bosquet, quien reivindica el surrealismo y el pensamiento autóctono mexicano del cual se ocupó Paz; o Jacques Lafaye, quien coincide con los argumentos de Bosquet y destaca además la independencia de Paz frente a los moldes epistemológicos y disciplinares de la cultura moderna. Del mismo modo, el autor reivindica a un coetáneo de Paz, Gabriel Zaid, quien coloca al pensador mexicano como uno de los grandes interlocutores de la cultura occidental.

Por otro lado, Rodríguez Ledesma advierte el vacío que ha existido entre el pensamiento decolonial (que también supone la crítica a la modernidad), y la obra de Paz. La razón probablemente se hallaría en la crítica de Paz a las corrientes de izquierda y, en general, al marxismo de su tiempo. Una vez presentado este contexto intelectual, se introduce un sugerente argumento que permitiría ver a Paz como antecedente del pensamiento decolonial. Consiste en lo siguiente. Así como los teóricos del pensamiento decolonial revalorizaron la “otredad poética y geográfica” del poeta haitiano Aimé Césaire, lo mismo podría hacerse con la obra de Paz. Rodríguez Ledesma advierte que esa conexión no la hizo, por ejemplo, un pensador tan destacado como Boaventura Dos Santos, quien, a pesar de su notable esfuerzo de recuperar fuentes distintas a las tradicionales para concebir el mundo, no se ocupa del pensador mexicano, seguramente por el alineamiento con el pensamiento occidental que suele verse en su obra. En contraste con esta mirada, el autor desarrolla su argumento intentando mostrar las similitudes que existen entre Paz y Césaire. La idea fundamental que orienta este ensayo es la de considerar el valor de la poesía, la otredad y la crítica en los orígenes de las teorías de la decolonialidad.

Césaire es presentado como un crítico radical de la modernidad y del colonialismo, tal como se evidencia en su libro de 1950 titulado Discurso sobre el colonialismo. Aquí Rodríguez Ledesma encuentra un claro paralelismo con el Laberinto de la soledad, publicado el mismo año, donde ya se anuncia la crítica a la modernidad que desarrolló Paz a lo largo de su obra. El autor señala que ambos poetas plantearon la necesidad de volver a recorrer la modernidad con el fin de revalorizar la riqueza cultural de los pueblos colonizados frente a la hegemonía cultural que venía imponiendo el capitalismo europeo y también la versión estalinista del así llamado “socialismo real”. El rechazo a la idea de progreso, a sus fuentes filosóficas y, junto a ello, a la discriminación y opresión que se produjo durante la formación de las colonias, son aspectos que permitirían advertir la similitud que existe entre los dos poetas. Rodríguez Ledesma concluye su sugerente contribución haciendo énfasis en el valor y la fuerza del pensamiento poético en Césaire y Paz y en su rechazo al desconocimiento del otro, de la heterogeneidad de la historia y en definitiva de la libertad más allá del mundo europeo.

Luz Marina Rivas, a través de una sugerente exploración estética, nos plantea las semejanzas que existen entre algunos aspectos cardinales de El laberinto de la soledad y dos textos que a juicio de la autora pueden ser leídos a partir de la obra de Paz. Por un lado, “Chac Mool” de Carlos Fuentes y, por otro, “Luvina” de Juan Rulfo. Nos encontramos aquí un valioso ejemplo a través del cual se intenta mostrar el pensamiento de la semejanza, tal como decía Foucault en Las palabras y las cosas, esta vez a partir del imaginario mexicano. Rivas señala que a pesar de la distancia que existe entre el perfil regionalista y rural de Juan Rulfo y la mirada cosmopolita de Carlos Fuentes, en ellos se puede apreciar un ejercicio de ficción muy cercano a los imaginarios elaborados por Octavio Paz. La autora parte de la figura del pachuco que Paz presenta al comienzo de su Laberinto, tratando de subrayar la imagen de sí que surge como negación del otro. El aislamiento viene acompañado de las máscaras que caracterizan la condición del mexicano expresada bajo la tensión permanente entre soledad y comunión, o en la celebración de la muerte a través de la fiesta. No se trata de la esencia del mexicano sino del desarrollo de la subjetividad en su conexión con la historia. Desde esta perspectiva, Rivas hace la lectura de “Chac Mool” tratando de mostrar aspectos esenciales de la simbología mexicana que se remontan al mundo prehispánico a través de un personaje que busca su identidad en el pasado y se esconde en las formas modernas de la burocracia. Se produce así un juego de máscaras perdidas en su laberinto, donde “la otredad indígena y la mismidad republicana se funden en una sola cosa”.

En el caso de “Luvina”, Rivas encuentra una expresión literaria del imaginario paciano en el cual aparece la figura del yo moderno revolucionario junto a la otredad del mundo rural. La soledad de Luvina, un pueblo olvidado, donde la gente es invisible, se asemeja a los personajes que describe Paz cuando se refiere al ninguneo y la desolación: frente a la enseñanza, el hermetismo; la palabra del maestro, llena de progreso, se enfrenta a la muerte como símbolo del destino. Son tiempos distintos. Es la contradicción entre la modernidad y la tradición. De esta manera, la autora busca mostrar las tensiones del imaginario mexicano que aparece en El laberinto de la soledad, testimonio de una época del mismo modo como lo ofrecieron Rulfo y Fuentes. Se trata de una experiencia común expresada de diversas maneras a través del ensayo y de las formas literarias. La contribución de Luz Marina Rivas se halla precisamente en su intento de mostrar las cercanías y afinidades que surgen de imaginarios labrados a mediados del siglo XX, cuando se hicieron patentes las tensiones a través de las cuales se enfrentaban la tradición y la cultura moderna casi como experimento histórico, como un duelo. En definitiva, la soledad, la comunión y la muerte, el devenir de las máscaras, son algunas de las imágenes que juntan insospechadamente el mundo de la interpretación y la ficción.

En suma, el ensayismo visto desde las ideas de conciencia y transparencia, la conexión entre modernidad e identidad, la relectura del muralismo mexicano, la idea de mostrar un nuevo antecedente del pensamiento decolonial, así como el entrelazamiento entre el ensayo y la literatura, son testimonios del interés en seguir explorando la obra de este pensador mexicano.

Una palabra final de agradecimiento a Antonio Hermosa, director de Araucaria, por haberme invitado a coordinar este monográfico sobre Octavio Paz. Su gentileza y rigor me fueron acompañando en esta honrosa tarea. A los colaboradores, mi gratitud y reconocimiento por su empeño, y sobre todo por ofrecerle al lector la riqueza de su interpretación de Paz, basada en sus reconocidas experiencias como estudiosos de la cultura hispanoamericana.

Material suplementario
Notas
Notas de autor
1. Profesor Titular de la Universidad Central de Venezuela. Doctor en Filosofía por la Universidad Simón Bolívar. Entre sus publicaciones se destaca “Kant y el derecho cosmopolita ¿Qué significa ser ciudadano del mundo?” (en prensa); “El sino de La llama doble de Octavio Paz” (2018); “La interpretación del hombre hobbesiano: Habermas revisitado” (2018); Ensayos de filosofía política y cultura (2014); El pensamiento político moderno: Hobbes, Locke y Kant (2009), texto ganador del premio bienal APUCV al libro universitario; La institución imaginaria del Leviatán (2000). Recibió en dos oportunidades el Premio a la Investigación Filosófica Federico Riu por su ensayo sobre la filosofía de Octavio Paz (2004) [y publicado en Araucaria, vol. 6, nº 11 (2004), pp. 121-145] y por su ensayo sobre la filosofía de Spinoza (1993).
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