PERFILES / SEMBLANZAS
Hagiografía de Javier Mina, en clave marxista: Rafael Ramos Pedrueza y su exaltación del guerrillero navarro y héroe nacional de México en el cardenismo
Hagiography of Javier Mina, in a Marxist Key: Rafael Ramos Pedrueza and his Exaltation of the Navarrese Guerrilla and Mexico’s National Hero in Cardenismo
Hagiografía de Javier Mina, en clave marxista: Rafael Ramos Pedrueza y su exaltación del guerrillero navarro y héroe nacional de México en el cardenismo
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, vol. 22, núm. 44, pp. 563-584, 2020
Universidad de Sevilla

Recepción: 03 Diciembre 2019
Aprobación: 02 Marzo 2020
Resumen: En 1937, el académico mexicano Rafael Ramos Pedrueza publicó un libro sobre el guerrillero e insurgente navarro Javier Mina, quien dio su vida en su lucha por alcanzar la independencia de la Nueva España en aquel noviembre de 1817. Partidario del materialismo histórico y afín a sus convicciones marxistas, Ramos Pedrueza presentó a Mina como un héroe y libertador internacionalista de las clases oprimidas, entre otros fines, para nutrir el discurso revolucionario mexicano y para educar las conciencias en el marco de la nueva educación socialista del régimen cardenista. Dada su importancia, el presente artículo versará sobre esta particular concepción de Ramos Pedrueza sobre la figura y obra de Javier Mina.
Palabras clave: Cardenismo, Javier Mina, lucha de clases, materialismo histórico, Rafael Ramos Pedrueza, relaciones hispano-mexicanas, Revolución Mexicana.
Abstract: In 1937, the Mexican academic Rafael Ramos Pedrueza published a book about the Navarrese guerrilla and insurgent Javier Mina, who gave his life in his struggle to achieve independence from New Spain in that November 1817. As a supporter of historical materialism and akin to his Marxist convictions, Ramos Pedrueza presented Mina as an internationalist hero and liberator of the oppressed classes, among other purposes, to nourish the Mexican revolutionary discourse and to educate consciences within the framework of the new socialist education of the Cardenist regime. Given its importance, this article will deal with this particular conception of Ramos Pedrueza on the figure and work of Javier Mina.
Keywords: Cardenismo, Javier Mina, Class Struggle, Historical Materialism, Rafael Ramos Pedrueza, Hispano-Mexican Relations, Mexican Revolution.
Mina deslumbra en el escenario de la historia. Excelso libertador internacionalista. Defensor de explotados. Emancipador de esclavos. El héroe de Navarra agrupa hombres de Europa, Estados Unidos, América Latina, en defensa de las clases oprimidas. Desde los 20 hasta los 28 años –que se consuma su martirio–, es fuerte y gallardo paladín de las redenciones humanas.
Rafael Ramos Pedrueza (1937)
Rafael Ramos Pedrueza, un historiador revolucionario y marxista: a modo de introito
Rafael Ramos Pedrueza nació el 2 de noviembre de 1897 en la Ciudad de México, donde encontró la muerte un 15 de enero de 1943. Si el primer episodio tuvo lugar durante el régimen porfirista, el segundo se registró a temprana edad cuando el México del presidente Manuel Ávila Camacho se encontraba inmerso en la Segunda Guerra Mundial, luchando del lado aliado en contra del nazi-fascismo. De entrada, su intervalo de vida nos enseña que su biografía coincidió con la marcha de un país que durante las primeras décadas del siglo XX se vio inmerso en las fuertes convulsiones provenientes de una revolución iniciada por Francisco Madero en noviembre de 1910 al grito de “Sufragio efectivo, no reelección”.
Académico, historiador, periodista y político de filiación obregonista, Ramos Pedrueza militó en los partidos de izquierda de su época, conforme a sus convicciones progresistas, llegando a alcanzar una diputación en 1921 en la XXIX Legislatura federal (Ramos 1923: 45-49). Al año siguiente, y bajo el gobierno de Álvaro Obregón, la secretaría de Educación Pública le financió un viaje de estudios por Europa, llegando a vivir seis meses en la Unión Soviética, donde pudo observar in situ los cambios políticos, sociales y culturales introducidos por los bolcheviques de Vladimir Lenin tras la triunfante Revolución Rusa de 1917. Entre 1924 y 1926, Ramos Pedrueza fue embajador de México en Ecuador y, a su regreso, se dedicó a impartir clases de “Geografía económica” e “Historia de México” en la Universidad Nacional de México, así como de literatura en el Conservatorio Nacional (Gómez 2008: 65). Además de ser miembro del Supremo Consejo de la Alta Cultura Nacional, Ramos Pedrueza fue “orador elocuentísimo, filósofo, conferencista, pedagogo y políglota” (Ramírez 2016: 65).
De su vasta producción literaria, de la que buena parte de ella se dará cuenta en estas páginas, hemos recuperado para la ocasión uno de sus más destacados libros, publicado en 1937 en la Ciudad de México por la editorial México Nuevo e intitulado Francisco Javier Mina. Combatiente clasista en Europa y América. De aquellas 109 páginas, se tiraron un total de 2000 ejemplares, presumiendo cada uno de ellos de dos importantes singularidades: la primera, una dedicatoria a los “heroicos milicianos españoles” y, la segunda, una leyenda donde el autor asumía el compromiso de ceder una parte de “los que le sean entregados al ‘Comité de ayuda a los niños del pueblo español’” (Ramos 1937: 109 pp.). No hace falta insistir en la idea de que la Guerra Civil española de 1936 fue uno de los trasfondos de la intrahistoria de esta obra2.
En cuanto a su estructura formal, el libro se componía de tres apartados: el primero era un prólogo de cuatro escasas pero significativas páginas, escrito por Félix Gordón Ordás, en ese entonces embajador de España en México, con fecha de 30 de septiembre de 19363; el segundo acogía las páginas centrales donde Ramos Pedrueza hacía la gran aportación sobre la figura y obra de Javier Mina, un personaje histórico de las primeras décadas del siglo XIX que fue recuperado por nuestro autor en su condición de defensor de la libertad y de combatiente contra toda forma de imperialismo en el escenario de aquella España y Europa napoleónicas de principios de siglo XIX, así como del virreinato de la Nueva España que, desde septiembre de 1810, se encontraba en un abierto proceso de insurgencia armada en busca de la independencia y, finalmente, el tercero y último, un apartado de anexos donde se incorporaron siete testimonios documentales, cinco de Javier Mina y otros dos de los altos mandos del ejército realista español que, en su afán de perseguir y hacer preso a Mina, condicionaron los últimos días de vida del insurgente navarro hasta su fusilamiento en aquella tarde del 11 de noviembre de 1817. Nos referimos al coronel Francisco de Orrantia y al mariscal de campo Pascual Liñán4.
Con estas particularidades, Ramos Pedrueza empleó tan sólo 46 páginas de su libro para abordar la figura de Javier Mina. Su línea narrativa fue de principio a fin, sin estructura capitular alguna y con un estilo retórico más propio del ensayo personal que de una obra con un mínimo de rigor histórico. Así, y con muy puntuales excepciones, el autor renunció a citar a los autores en los que se basó para la reconstrucción histórica de hechos y personajes, si bien sus fuentes bibliográficas sí fueron presentadas, y hasta sucintamente comentadas, en las páginas ulteriores del libro. Como se verá a continuación, la vida de Mina fue un medio y no un fin en sí mismo.
La primera de sus referencias fue Memorias de la revolución de México y de la expedición del general D. Francisco Javier Mina, escrita en inglés por William Davis Robinson y traducidas al español por José Joaquín de Mora en 1824. “Ésta es la obra básica –puntualizó Ramos Pedrueza– para consultas sobre la actuación de Mina desde su viaje de Inglaterra hasta su martirio [sic] en la Nueva España” (Ramos 1936: 103); la segunda, y de donde el autor obtendría los “datos principales”, El diario de James A. Brush, personaje que acompañó a Javier Mina en su largo viaje desde Inglaterra hasta territorio novohispano y que le siguió con el puesto de “Comisario General”; la tercera, Bosquejo biográfico de John E. Howard, cronista oriundo de Baltimore y, por último, aquella información obtenida de la mucha correspondencia que Mina se cruzó con varios remitentes de Europa y de Estados Unidos, así como la rescatada de las distintas gacetas que se fueron publicando en aquellos años de la vida del guerrillero navarro tanto en la Ciudad de México como en La Habana o Madrid.
Por último, Ramos Pedrueza también hizo saber al lector que había consultado los libros siguientes: el tomo X de Historia de Méjico: desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, de Niceto de Zamacois (publicado en 1876); el tomo tercero de México a través de los siglos: historia general y completa, titulado “La guerra de independencia” y escrito por Julio Zárate (1882); Francisco Javier Mina y Pedro Moreno: caudillos libertadores, de Antonio Rivera de la Torre (1917) y, por último y el más reciente, Mina el Mozo. Héroe de Navarra, del escritor, periodista y diplomático mexicano Martín Luis Guzmán (1932). Así pues, y con este acopio, nuestro autor se dio a la tarea de escribir sobre Javier Mina5.
A decir verdad, y como se verá más adelante, Ramos Pedrueza se valió de estas referencias bibliográficas no para hacer una investigación histórica, sino para asegurar, a modo de sustento, una interpretación personal de la persona y acción combativa de Javier Mina hasta convertirlo en un héroe de la “revolución de la insurgencia”, una acepción que nuestro autor utilizó para la ocasión (Ramos 1936: 51). Consciente de la importancia de adornar de virtudes a los héroes nacionales, más aún en aquellos tiempos de la Revolución Mexicana, Ramos Pedrueza presumió de un talante retórico muy particular, especialmente cargado de adjetivaciones y no pocos juicios de valor sobre los personajes y hechos históricos que fueron apareciendo a lo largo y ancho de las páginas de su libro. En este sentido, y como acertadamente señaló Enrique Rajchenberg, “la heroización de la historia constituye una astucia del poder, puesto que a la sociedad se le confiere el papel de seguidora de los senderos andados por el héroe” (Rajchenberg 1994: 50).
Así pues, y con estos antecedentes, sucintamente presentados, el objetivo del presente artículo es presentar y contextualizar la valoración de Ramos Pedrueza sobre la figura y obra de Javier Mina –guerrillero navarro contra Napoleón, insurgente novohispano contra el rey Fernando VII y héroe nacional del México independiente– en un contexto histórico determinado por la educación socialista del presidente Lázaro Cárdenas y el devenir incierto de la Guerra Civil española6. Si algo tenía claro Ramos Pedrueza era, primero, que la revolución también debía hacerse desde las aulas y la palabra impresa7, y, segundo, que el distanciamiento con el pasado prerrevolucionario pasaba por la selección de los héroes8.
Javier Mina, en clave marxista
Al igual que Félix Gordón Ordás en su prólogo, Ramos Pedrueza confeccionó una hagiografía de la figura de Javier Mina, todo un panegírico con el fin de ensalzar su figura por medio de una cuidada adjetivación puesta al servicio de la legitimación del presente9. La recuperación de este héroe nacional en aquellos años treinta y la exaltación de sus múltiples virtudes no fueron ejercicios casuales. No le faltaba razón a Todorov cuando aseveraba que la recuperación del pasado era indispensable, lo cual no significaba que “el pasado deba regir el presente, sino que, al contrario, éste hará del pasado el uso que prefiera” (Todorov 2000: 25).
De entrada, hay que advertir que su admiración por Mina ya venía de lejos. En su libro La lucha de clases a través de la historia de México. Ensayo marxista, obra que dedicaba a los maestros y estudiantes antiimperialistas, Ramos Pedrueza ofrendó estas palabras al “héroe navarro”, al que calificó de “libertador internacionalista”. Dicen así:
La expedición de Javier Mina, rápida y deslumbradora –epopeya y tragedia– finalizada con el fusilamiento del héroe navarro, de 28 años de edad, representativo de la lucha de clases; defensor audaz de las oprimidas, en España contra la penetración militar del Imperio de Napoleón I y en México contra la explotación colonial y el abyecto régimen de Fernando VII. Mina fue un libertador internacionalista: generoso, romántico, genial (Ramos 1936: 100).
En tan sólo unas líneas, Ramos Pedrueza hacía su particular valoración de Javier Mina, un héroe romántico, cuya expedición libertadora se insertaba en la lógica de una lucha de clases en favor de los oprimidos como consecuencia de su frontal animadversión a toda forma de imperialismo y mucho más si éste provenía de aquel régimen absolutista del rey Fernando VII.
A la luz de este fragmento, no hay dudas sobre la intencionalidad primera del autor a la hora de dedicar uno de sus libros a esta figura histórica, tal y como hizo con otros dos héroes nacionales como el insurgente José María Morelos y el revolucionario Emiliano Zapata. En un primer acercamiento a su biografía, cuya información extrajo de las obras que tuvo a bien consultar, y poniendo un marcado acento en la adjetivación, Ramos Pedrueza hizo la siguiente loa de su protagonista con una clara pretensión ejemplarizante:
La silueta de Javier Mina se destaca con enérgico relieve en el horizonte de la historia; de pie, broncínea, altiva, juvenil, retando a tiranías, tal y como el héroe estuvo durante su vida: corta, gloriosa, fecunda, ejemplificadora (Ramos 1936: 16).
Consciente del tiempo histórico que le tocó vivir, donde la historia oficial revolucionaria demandaba la creación y recreación de nuevas narrativas nacionales, y más durante aquel sexenio cardenista, Ramos Pedrueza acudió al particular panteón de los héroes patrios –el presidente Benito Juárez, entre ellos– para hacer una revisión e identificar cuál de ellos se encontraba en el pedestal de la cúspide10. He aquí el fragmento:
En la historia de México esplenden héroes y mártires, entre ellos: cadetes de Chapultepec, adolescentes muertos por la defensa nacional contra la invasión yanqui. Ancianos: Hidalgo, fusilado por iniciar la independencia de México. Mujeres: Josefa Ortiz de Domínguez, madre de la emancipación de la Nueva España; Leona Vicario, colaboradora ejemplar en esa lucha. Hombres en la plenitud de su fuerza: Morelos, imponente guerrero; Juárez, estadista inquebrantable (Ramos 1937: 16).
Empero, Ramos Pedrueza, más allá de su reconocimiento, hizo su particular salvedad entre todos aquellos que nutrían el particular santoral laico del movimiento revolucionario mexicano, proceso insurgente incluido, especialmente si tenemos en cuenta que Mina era rescatado a cuatro manos por un marxista mexicano y un republicano español en un tiempo marcado por la Guerra Civil española, donde se buscó fecundar el campo de las intersecciones y las narrativas comunes entre ambos países11. He aquí la precisión:
Ninguno de ellos, sin embargo, de su grandeza moral, liga a los pueblos de España y de México, como Javier Mina, defensor audaz y formidable de la soberanía hispánica, violada por Napoleón el Grande, hasta caer herido, constelado de sangre y de gloria, prisionero durante 4 años en el castillo de Vincennes, Francia. Después, general insurgente, de intrepidez inaudita, defensor de la Independencia de México, vencedor en batallas numerosas, destrozando ejércitos superiorísimos en fuerzas materiales a los que manda, ejecutado por orden del virrey Juan Ruiz de Apodaca, por colaborar generosamente en favor de la independencia de la Nueva España.
He aquí, por lo tanto, el retrato de esta figura modélica: “Mina, desbordante de juventud, generosidad y ansias redentoras, es un héroe internacional” (Ramos 1937: 17).
Consecuente con su retórica, Ramos Pedrueza recuperó, una a una, las hazañas que fueron conformando la biografía de Mina en su doble condición de guerrillero navarro e insurgente novohispano. “La actuación de Mina, guerrillero defensor de la soberanía española, es admirable. Evoca hazañas deslumbradoras” (Ramos 1937: 17), escribió Ramos Pedrueza en su libro, para después entrar en una caracterización del personaje desde su misma infancia. De aquel niño, nacido en la localidad navarra de Otano, dirá que fue “observador, perspicaz, inteligente, resuelto” (Ramos 1936: 17) y que la vida de aquel joven adolescente fue “bella y esplendorosa”, destacando de la misma la formación del Corso Terrestre de Navarra, a la edad de 20 años y con una docena de compañeros, para la “defensa nacional” [sic] contra el invasor francés. Su valoración posterior se hizo de esta forma:
Sorprende en emboscadas, temerarias fajinas enemigas. En unos meses llega a constituir un ejército invencible –muralla de sangre y carne bravía– en la frontera con Francia. [...] En toda España y en toda Francia se admira la personalidad de Javier Mina. Jefe de guerrillas de Navarra, estudiante que ha dejado el libro para empuñar la espada, desbordante de fuerza y audacia (Ramos 1936: 18).
En suma, la espada del guerrillero navarro se había puesto en defensa de la soberanía nacional contra toda forma de imperialismo, manifestándose desde entonces como un “enemigo implacable de la tiranía” (Ramos 1936: 22). Así, “Mina es enemigo implacable de conquistas explotadoras y apoderamientos imperialistas –escribió Ramos Pedrueza en otro pasaje de su libro– [...]. Está resuelto a prodigar su vida a la libertad, no a la tiranía” (Ramos 1936: 29).
En aquellos primeros años del siglo XIX, y en palabras de Ramos Pedrueza, Javier Mina tenía una “clarísima visión” de las condiciones políticas de España y de sus colonias americanas, siendo además consciente de las profundas consecuencias derivadas de la tensión dialéctica entre opresores y oprimidos. Así, y partiendo de esta toma de consciencia, nuestro autor hizo un examen de aquellas circunstancias históricas en términos de lucha de clases. Por consiguiente, y según Ramos Pedrueza, Mina combatió “heroicamente a la invasión napoleónica, defendiendo con bravura incomparable el territorio español”, transfigurándose como “un guerrillero audaz, de acometividad prodigiosa, representativo de la lucha de clases que engendra la invasión francesa en España” (Ramos 1936: 28). Empuñando la espada, y conforme a esta explicación en clave marxista, Mina se dio a la tarea de “acaudillar campesinos humildes, artesanos laboriosos, estudiantes modestos, armados contra los ejércitos de Napoleón”. Muy por el contrario, y del otro lado, se encontraban la aristocracia y las clases privilegiadas españolas que no hicieron sino traicionar, según Ramos Pedrueza, “los intereses nacionales ante el peligro de perder riquezas, opulencias, prebendas y esplendores sociales”. Expuesta esta dicotomía, el nacionalismo español de principios de la centuria decimonónica fue, para nuestro autor, “vigorosamente clasista” e “intensamente revolucionario”, sostenido “por masas populares contra el apoderamiento galo” (Ramos 1936: 28), al que no presentaron “resistencia los españoles poseedores de títulos de nobleza” (Ramos 1936: 29). En pocas palabras, y por medio de este razonamiento deductivo, las privilegiadas fueron las clases opresoras, mientras que las populares quedaban identificadas como las clases oprimidas. Por consiguiente, y conforme al espíritu del materialismo histórico, la tesis y la antítesis quedaban más que identificadas12.
Desde el asiento de esta partición social española de comienzos del siglo XIX, Ramos Pedrueza dio un salto en el tiempo para ubicar a Mina en las lejanas tierras de ultramar, en esta ocasión poniendo su espada al servicio de los oprimidos de América, término espacial que el autor utilizó tal cual, sin matización alguna. A estas alturas del libro, Javier Mina ya había sido convertido en todo un héroe americano13. Secundando su línea narrativa, la mirada subjetiva del autor quedaba expuesta en el siguiente entrecomillado, con el propósito de situar al guerrillero navarro frente al espejo de la conquista española, iniciada por el extremeño Hernán Cortés en 1519 en aquel vasto territorio mesoamericano que, tras la caída de Tenochtitlan en 1521, daría lugar poco después al virreinato de la Nueva España:
Mina, al poner su espada al servicio de los oprimidos de América, se identifica con las masas explotadas de la Nueva España, luchando contra traficantes peninsulares, radicados en la colonia y contra sus socios en España, sostenedores de la tiranía fernandina. Condena la conquista juzgando su obra funesta para España, comprobando que los tesoros de América nunca beneficiarán al pueblo español, oprimido y en la miseria secularmente, alimentando en cambio la soberbia de reyes y nobles, déspotas y verdugos de muchedumbres laboriosas (Ramos 1936: 29).
Como en otras ocasiones, nuestro autor reivindicaba la tesitura dialéctica para poner a Mina tan en favor de unos como en contra de los otros, en este caso, en la otra parte de aquel imperio donde nunca se ponía el sol. Aquella guerra por la independencia fue, en opinión de nuestro autor, “una lucha de clases entre oprimidos y opresores. Oprimidos: los insurgentes, y opresores: los realistas” (Ramos 1936: 91).
Dadas así las condiciones de aquella España imperial, el pueblo español, asentado en territorio peninsular o colonial, venía padeciendo desde el largo intervalo de tres siglos las mismas condiciones de pobreza y explotación por parte de un régimen monárquico que sólo beneficiaba a las élites cortesanas, conformadas por déspotas y verdugos de muchedumbres laboriosas, según Ramos Pedrueza. Por eso, y al hilo de lo anterior, nuestro autor abonó la idea de que las luchas de independencia desatadas en territorio hispanoamericano fueron en realidad guerras civiles, esto es, conflictos fratricidas disputados entre miembros pertenecientes a la compleja amalgama del pueblo español. He aquí el testimonio, haciendo una nueva alusión a nuestro héroe Mina:
Odia la guerra que la monarquía española sostiene para impedir la emancipación colonial americana. [...] Esa guerra, entre los pueblos de España y América – repite amargamente–, es internacional en apariencia, pero fratricida en realidad (Ramos 1936: 30).
De este modo, Ramos Pedrueza hizo la siguiente valoración sobre las motivaciones profundas de aquel proyecto de insurgencias desatadas, teniendo al monarca Fernando VII en el único punto de mira: “La lucha gigantesca contra el déspota lo mismo puede librarse en España que en América” (Ramos 1936: 30).
Consecuente con lo expuesto, el verdadero aval de la insurgencia y la justificación de su lucha en contra del despotismo fernandino quedaban justificados por los ideales de Javier Mina y su concepción liberal del ser humano, así como de su realidad circundante. Haciendo alusión a sus proclamas y manifiestos, Ramos Pedrueza recordó al lector que Mina hizo referencias constantes a la vehemente simpatía de todos los liberales españoles por la emancipación de las colonias americanas, por la libertad económica, el progreso político y la evolución social, reprimidos ferozmente en España y sus dominios por el obscurantismo de Fernando VII (Ramos 1936: 30).
Y en esto no le faltaba razón. Como señaló Miranda Rubio, “Mina fue, ante todo, un liberal de su tiempo” (Miranda Rubio 2018: 60).
Por consiguiente, y conforme con su secuencia lógica, Ramos Pedrueza adornó a Mina con tres nuevos epítetos –libre, liberal y libertador–, fruto de su concepción sobre los derechos fundamentales del hombre como la libertad o la fraternidad, así como la preponderancia de la “humanidad” por encima de otros conceptos como el de “patria”. Las palabras del académico mexicano tuvieron el siguiente nivel de elocuencia, máxime si tenemos en cuenta que el libro se editó, como se ha dicho más arriba, en aquel contexto internacional marcado por el devenir de la Guerra Civil española y el auge penetrante de los fascismos europeos:
Mina reconoce la preeminencia indiscutible del concepto ‘Humanidad’ sobre el de ‘Patria’. La belleza moral del héroe navarro es extraordinaria; se adelanta más de un siglo a la poderosa tendencia de fraternidad universal, demoledora de fronteras y rivalidades racionales y nacionalistas, agresivas y sanguinarias, que hoy está penetrando en los corazones de todos los hombres (Ramos 1936: 31).
Para la ocasión, nuestro autor recuperó una frase del propio Mina, presente por igual en dos de sus más representativas proclamas –la de Galveston del 22 de febrero 1817 y la de Soto la Marina del 25 de abril de 1817–, a saber: “La patria no está circunscrita al lugar en que hemos nacido, sino más propiamente al que pone a cubierto nuestros derechos personales” (Ramos 1936: 31)14.
Adornado por estos principios y con semejante talante personal, la aventura insurgente de Javier Mina en territorio novohispano sólo podía alcanzar tintes de epopeya, tal y como calificaría Ramos Pedrueza15, especialmente porque vino acompañado por un puñado de hombres –poco más de 300–, todos ellos partidarios de una emancipación novohispana conforme a la triada de principios que impulsó aquella Revolución Francesa de 1789:
Los hombres que vienen con Mina no son ambiciosos filibusteros, ni aventureros desalmados, sedientos de oro [...]. Son liberales clásicos, vehementes admiradores de la Revolución Francesa, interpretada románticamente como redentora de todos los explotados, creyendo que su definitiva victoria y amplia difusión habrá de regenerar y hacer felices a todos los pueblos de la tierra.
Para añadir a continuación lo siguiente: “Estos ardientes adoradores de la libertad, igualdad y fraternidad son capaces de ofrendar sus vidas, generosamente, a la causa que juzgan más excelsa” (Ramos 1936: 32 y 33)16.
Siguiendo con su línea narrativa, Ramos Pedrueza recuperó de nuevo algunos de los mensajes que Javier Mina dirigió a los soldados que conformaban el grueso de su expedición (Ramos 1937: 29). Así, en una de sus bellas y ejemplificantes proclamas recuerda a sus soldados ‘que no vienen a la Nueva España a conquistar, sino a emancipar’. Por esto también en otra bella proclama invita a los españoles residentes en la colonia a unirse a sus compañeros de armas ‘para que la historia compruebe que, si hubo españoles que conquistaron con crueldades y rapacidad su territorio, hubo también españoles que ofrendaron sangre y vidas por la emancipación de los mexicanos (Ramos 1937: 29).17
De ahí, la difusión de la fama de Mina entre la población novohispana, al comprobar que “los expedicionarios se porta[ban] con honradez respetando a la sociedad” (Ramos 1937: 37, 38 y 42). Es así como nuestro autor estaba presentando a aquel español que llegó a América para emancipar y no para conquistar18.
Dando cuenta de los pormenores de la epopeya de Mina por el interior del territorio novohispano –Valle del Maíz, Hedionda, Real de Pinos, Fuerte del Sombrero, Hacienda del Bizcocho, San Luis de la Paz o Guanajuato–, Ramos Pedrueza se refirió a la reacción del virrey Juan José Ruiz de Apodaca que, “aterrorizado por los fulminantes triunfos de Mina”, expidió una proclama “declarándolo sacrílego, facineroso, enemigo de la religión, traidor a su patria y a su rey”, acusándolo de “turbar la tranquilidad de Nueva España, casi pacificada, y condenando a muerte a quienes lo auxiliasen y a la confiscación de sus propiedades y ofreciendo 500 pesos a su aprehensor” (Ramos 1937: 47). A partir de entonces, y tras hacerse púbica esta declaración de intenciones, la suerte de Javier Mina estaba echada. Para el virrey Ruiz de Apodaca, sólo había una forma de acabar con aquella revolución libertadora y no era otra que la de “perseguir sus restos hasta aniquilarlos”19.
Ramos Pedrueza, que calificó de martirio la muerte de Mina, recreó el ocaso de su vida, comenzando por su fracaso en su última invectiva militar, pasando por su aprehensión por los realistas hasta su fusilamiento final. Así, en su tentativa frustrada por conquistar la ciudad de Guanajuato –a 600 kms. de Soto la Marina, primer enclave que pisó en Nueva España–, Mina salió huyendo con sus hombres hasta encontrar refugio en la hacienda “El Venadito”, propiedad de su buen amigo Mariano Herrera. Horas después, en aquel señalado 27 de octubre de 1817, fueron sorprendidos por las tropas realistas. Su leal compañero insurgente, Pedro Moreno, fue herido de muerte y Javier Mina aprehendido y de inmediato esposado. “Mina contesta altivamente, expresándose en términos despectivos de Fernando VII”, escribió para la ocasión Ramos Pedrueza, recuperando también aquellas palabras del coronel realista Francisco de Orrantia dirigiéndose a un Mina preso. He aquí el testimonio: “Como ves la cabeza de tu compañero [Pedro Moreno], después de fusilarle por detrás, por traidor a España, se verá la tuya en donde junto con este compañero tantos oficiales y soldados nos mataste” (Ramos 1936: 58).
Trasladado después hasta el campamento del mariscal de campo Pascual Liñán –el tenaz perseguidor de Mina–, Ramos Pedrueza hizo la siguiente valoración de este episodio histórico:
En el campamento de Liñán es tratado con algunas consideraciones. Su valor, serenidad, compostura frente al infortunio se imponen. En cambio, durante el viaje de los Remedios a ese campamento sufre el brutal tratamiento, arrastrando gruesas cadenas en las manos y en los pies. Indignado declara: ‘Esta bárbara costumbre española debe desaparecer; me hace más daño mirar estas cadenas que soportarlas’ (Ramos 1936: 58)20.
Después, el recordatorio que nos hizo nuestro autor sobre el júbilo con el que se recibió la aprehensión de Mina:
En la catedral de México celébrase ese triunfo realista con un Te Deum, oficiando el obispo de Pontifical. En numerosas ciudades se celebran iluminaciones y estruendosos festivales. Mina es juzgado y condenado a muerte por traición al rey (Ramos 1937: 55).
Finalmente, y con la misma pretensión valorativa, Ramos Pedrueza hizo alusión a la recta final de un Javier Mina que había sido condenado a muerte por traición, tal y como había sucedido con otros insurgentes como los curas Miguel Hidalgo o José María Morelos.21 Sabedor de su condena, nuestro autor ensalzó aún más su figura en los términos siguientes:
Durante el proceso pórtase con energía y dignidad; a nadie compromete ni denuncia, arrostrando toda la responsabilidad de la expedición. [...] Guarda absoluto silencio. [...] De este modo, lució nuevamente la nobleza de su carácter (Ramos 1936: 55 y 56).
Siguiendo con su hilo narrativo, dio pauta para la recreación del momento póstumo. He aquí el entrecomillado:
En la tarde del 11 de noviembre de 1817 es conducido a la cumbre del cerro del Bellaco, cerca del fuerte de los Remedios. [...] Un sacerdote acompaña al sentenciado. Mina, al llegar al sitio de la ejecución, exclama con su voz potente y sonora, acostumbrada a mandar ejércitos: ‘¡No me hagáis sufrir!’. Se le coloca de espaldas al pelotón. ¡Fogonazos y estruendosa descarga! El héroe navarro se desploma con los brazos abiertos, como si al morir quisiera abrazar y fecundar con su sangre esta tierra mexicana que amó tanto (Ramos 1936: 58 y 59).
En efecto, no le faltaba razón a nuestro autor al señalar que Mina fue uno de aquellos insurgentes que se quedaron por el camino sin llegar a ver la consumación de la independencia de aquel virreinato de la Nueva España. Su vida fue entregada y su sangre derramada por aquella meta suprema. Su heroificación póstuma estaba asegurada22.
Como era de prever, después de las celebraciones realistas que siguieron a la detención de Mina, la muerte del insurgente navarro fue celebrada con júbilo por parte de los perseguidores realistas, un acontecimiento en el que puso especial acento Ramos Pedrueza. Como se verá, y si bien los testimonios reunidos no faltaron a la verdad histórica (Pérez 2018: 387), la recreación valorativa de este pasaje tenía para nuestro autor un claro tinte de denuncia por la ofensa proferida a un héroe nacional mexicano. La pretensión de manejar las emociones del lector era fehaciente. He aquí el fragmento:
La ejecución de Mina celébrase con inmenso júbilo por los realistas, peninsulares; aristocracia criolla, alto clero, ostentan desbordante regocijo, afirmando que: ‘La maldita revolución de independencia está vencida para siempre y que la Nueva España, pacificada, borrará con su respeto y fidelidad al señor Fernando VII, Rey por la gracia de Dios, los crímenes horrendos del traidor Mina y de sus infames colaboradores’.
Finalmente, recordó Ramos Pedrueza, “el cadáver del mártir se entierra en el campamento de Liñán” –esto es, en un espacio ajeno a toda significación cultural–, para hacer un último recordatorio en tono de denuncia:
El soldado que aprehende a Mina es ascendido a cabo y gratificado con 500 pesos; a Liñán y Orrantia se les imponen condecoraciones militares; el Virrey don Juan Ruiz de Apodaca, agraciado por el rey Fernando VII, recibe el ridículo [sic] título nobiliario de ‘Conde del Venadito’ (Ramos 1937: 59).
Para abordar el cierre de su libro, Ramos Pedrueza puso fin al recorrido por la vida de Javier Mina con lo sucedido seis años después de su muerte, en 1823, con motivo de su nombramiento como “Benemérito de la Patria en Grado Heroico” por parte del Congreso Nacional mexicano, en suma, un español insurgente convertido en héroe nacional23. Ciertamente, y después de su inhumación en la catedral de metropolitana junto con las reliquias de otros insurgentes como Miguel Hidalgo, José María Morelos, Ignacio Allende o Mariano Matamoros, sus restos fueron trasladados en 1925 a la llamada Columna de la Independencia durante la presidencia de Plutarco Elías Calles24. En palabras de Ramos Pedrueza, “reposan sus restos amados [sic] con los de los héroes insurgentes en la cripta de la Columna de la Independencia, que se yergue en el Paseo de la Reforma de la capital de la República”. A su vez, y en su recuerdo, “numerosas calles, municipios, distritos de la nación mexicana, llevan el nombre de Mina”, puesto que así
“se desborda el culto que el pueblo mexicano tributa al joven, combatiente gallardo, genial, que prodiga su espada fulgurante, su sangre generosa y su vida magnífica, a la defensa de dos grandes pueblos: el español y el mexicano” (Ramos 1937: 61).
Con este último entrecomillado cerramos este apartado central, haciendo una última y puntual alusión a uno de los pasajes del libro de Ramos Pedrueza que, desde su particular mirada marxista, y como ha quedado en evidencia más arriba, hizo sobre este héroe nacional de México llamado Javier Mina. Sorprendentemente, y después del culto a su personalidad donde las pretensiones hagiográficas se impusieron por encima de otras consideraciones, resultan difíciles de comprender dos comentarios que, en tono de crítica, y no precisamente constructiva, hizo nuestro autor a Javier Mina con motivo de su derrota a fines de octubre de 1817 en su fracasado intento por conquistar Guanajuato. Sin faltar a la verdad histórica, Ramos Pedrueza recuperó aquellas palabras de Mina, donde reprochó a sus oficiales su “cobardía y falta de disciplina”, reclamándoles además que, si las tropas hubieran estado bien dirigidas, “habrían combatido con denuedo apoderándose de Guanajuato”, y que, ante tales faltas al código militar, “no eran dignos de que un hombre de honor abrazase su causa” (Ramos 1936: 53)25.
Tal y como recogió en su libro, dicho episodio mereció una particular interpretación de Ramos Pedrueza, haciendo un sorprendente juicio de valor, ciertamente dispar con respecto al estilo retórico adulador que mantuvo de principio a fin en su obra. He aquí sus palabras:
Mina tuvo razón al indignarse, pero no al dirigirse en esa forma a sus oficiales, porque no eran culpables de carecer de instrucción militar y era natural que, ante la confusión general y lo imprevisto, se desorientasen. Mina, no obstante sus grandes facultades militares y sus indiscutibles merecimientos, hizo mal en humillar a hombres que expusieron sus vidas por su jefe, aunque con torpeza.
Si esta valoración resulta sorpresiva, más todavía lo es el comentario que, a modo de sentencia, hizo Ramos Pedrueza como aditamento posterior:
Esta actitud es una demostración de que probablemente consideraba inferiores a los indios y mestizos en relación a los europeos, comprobándose el hondísimo prejuicio español sobre los indios y mestizos, vistos despectivamente desde la conquista (Ramos 1936: 54).
Huelga decir, añadimos para la ocasión, que esta conclusión última, no en clave de certeza histórica sino de probabilidad, estaba en consonancia con aquel discurso nacionalista que fermentó durante el cardenismo con respecto a la defensa del indio y del mestizo y la pertinencia estratégica de forjar una homogenización racial vinculada con el concepto unificador de las masas proletarias26. A la postre, una forma de reivindicar lo autóctono frente para toda imposición venida desde el exterior, en este caso procedente de una raza blanca, numéricamente minoritaria y evocadora de aquellos siglos de conquista y explotación27. En la alabanza o en el reproche a Mina, Ramos Pedrueza no hacía sino reforzar la prosapia del vigente nacionalismo revolucionario de aquel México de los años treinta.
Un pasado de héroes y villanos: a modo de final
Como se ha visto, y en un contexto histórico marcado por el devenir de la Guerra Civil española, Ramos Pedrueza recuperó la figura de Javier Mina, a quien consideró todo un guerrillero e insurgente español y mexicano, para hacer una lectura de su epopeya en favor de la libertad y contra toda forma de tiranía: Mina, libertador; Mina, emancipador. Y lo va a hacer desde sus convicciones marxistas y su particular forma de entender el pasado y el presente a la luz del materialismo histórico, en un momento de la historia del México revolucionario, donde, al socaire del cardenismo, buena parte de la prosapia conceptual del marxismo sirvió para nutrir el discurso –y convicciones– de los sectores revolucionarios que se movían al compás de la batuta del presidente y general Lázaro Cárdenas.
Admirador de la Revolución Rusa y del legado de su líder bolchevique Vladimir Lenin, Ramos Pedrueza fue en su país natal un propagandista del socialismo, de la Revolución Mexicana, del cardenismo y, sin duda alguna, uno de los académicos marxistas más destacados del México contemporáneo, partidario de hacer una lectura revisionista del pasado histórico de su país a la luz de la dialéctica marxista28. Si bien el cardenismo distaba mucho de ser un régimen comunista, en aquellos años treinta del pasado siglo el predicamento oficial que tenía la figura y obra de Ramos Pedrueza era incontestable, donde la secretaría de Educación Pública, secundando el espíritu del artículo tercero constitucional y su decantada inclinación hacia una educación socialista, se convirtió en la institución editora de alguno de sus más destacados libros. No hay duda de que estamos en presencia de un académico cuyo pensamiento estuvo en sintonía con el discurso oficial29.
Así, y consciente del auge del nacionalismo revolucionario y de la necesidad de gestar nuevas narrativas nacionales30, nuestro autor hizo toda una loa a la defensa de la soberanía nacional frente a toda forma de injerencia desde el exterior, al carácter social de la marcha revolucionaria para la redención de los oprimidos o a la defensa de la libertad contra toda forma “estructural” de opresión. Su discurso se nutrió de diferentes maniqueísmos políticos como democracia versus tiranía; libertad versus esclavitud; clases explotadas versus clases explotadoras. Dichos principios, más allá de nutrir y hasta de participar del discurso revolucionario, tenían por encima de otras consideraciones un carácter universal, ajeno a espacios y tiempos31. Por eso, y en su condición de antídoto contra toda forma de imperialismo, la libertad era para liberar, así en tiempos de Mina, así en tiempos de Cárdenas.
De ahí la pertinencia, bajo ningún concepto casual, de recuperar del panteón de los héroes patrios a un personaje histórico como Javier Mina –120 años después de su muerte–, un militar que fue pasado por las armas en su intento frustrado por alcanzar la independencia de la Nueva España. Si bien todos los insurgentes eran españoles –criollos nacidos en territorio novohispano–, Mina presentaba el distingo de ser el único héroe nacional que había nacido en la España peninsular, que había venido del otro lado del Atlántico a sumarse a la insurgencia y que, entre su historial militar, se había destacado por su defensa de España ante la invasión napoleónica y su anhelada liberación de la Nueva España de aquella España absolutista de Fernando VII, un rey al que tildó de tirano.
De ahí la mirada preferencial de un académico marxista como Ramos Pedrueza hacia la vida y obra de Javier Mina, una recuperación histórica intencionada para ser resignificada en aquel presente –México, cardenismo; España, guerra civil– a la luz del materialismo histórico, bajo el propósito último de nutrir el discurso revolucionario y adoctrinar a las nuevas generaciones de mexicanos desde la escuela32. Por todo ello, no sorprende el estilo retórico de nuestro autor, caracterizado por el uso y hasta abuso de la adjetivación, un recurso literario que le permitió por igual calificar al amigo como descalificar al enemigo, en suma, dictar sentencia sobre lo bueno y los buenos, lo malo y los malos. El pasado debía ser presentado al lector por la vía de la emoción. Por consiguiente, Ramos Pedrueza se descubre como un artífice de contar el pasado en términos de héroes y villanos, con sus atributos afectivos y despectivos, habida cuenta de que el exceso de adjetivación –en positivo o en negativo– venía a neutralizar toda pretensión a la duda.
Si bien los acontecimientos históricos fueron recuperados de las obras escritas sobre Javier Mina, Ramos Pedrueza renunció al método de la biografía en favor de la hagiografía. Su tentativa descansó en el elogio al héroe y en la apología de sus principios como el antiimperalismo o el anticolonialismo, por cierto, dos nociones torales del nacionalismo revolucionario mexicano. El resultado de su libro sobre Mina fue todo un panegírico sobre este héroe patrio, sustituyendo la elegía por la glorificación, la derrota por el triunfo o la muerte finita por la entronización heroica sine die. La resurrección de Mina se hacía para mostrar su condición redentora para la salvación de las clases oprimidas. Para Ramos Pedrueza, Mina deslumbra en el escenario de la historia. Excelso libertador internacionalista. Defensor de explotados. Emancipador de esclavos. El héroe de Navarra agrupa hombres de Europa, Estados Unidos, América Latina, en defensa de las clases oprimidas. Desde los 20 hasta los 28 años –que se consuma su martirio–, es fuerte y gallardo paladín de las redenciones humanas (Ramos 1937: 60).
A su vez, los valores por los que luchó y murió este militar navarro se presentaban como únicos a la hora de abonar la narrativa compartida entre el México cardenista y la España republicana de Manuel Azaña que, en el momento histórico de la publicación de este libro, se libraba una guerra civil en contra las huestes del general Franco. Para los sectores revolucionarios mexicanos, afines a la política exterior del general Cárdenas en favor de la causa republicana española, los ejércitos republicanos se debatían en el campo de batalla por la defensa y recuperación de la libertad. De ahí, esta oda al libertador que dio su vida por la libertad y por la emancipación del pueblo oprimido. De ahí, y con esto terminamos, esta oda a Mina, pero también esta oda a Cárdenas.
Referencias bibliográficas:
Alamán, Lucas. 1942. Historia de México. Ciudad de México: Editorial Jus.
Andrés Martín, Juan Ramón de. 2008. El Imperio español contra Mina: la reacción realista española ante la presencia de Javier Mina en los Estados Unidos y las provincias internas de oriente (1809-1817). Monterrey: Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León.
Cárdenas, Lázaro.1972. Ideario político. Ciudad de México: Ediciones Era.
Castillo Troncoso, Alberto del. 2001. “Alfonso Teja Zabre y Rafael Ramos Pedrueza: dos interpretaciones marxistas en la década de los treinta”. Iztapalapa: Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, 51, 225-238.
Chust, Manuel y Mínguez, Víctor (eds.). 2003. La construcción del héroe en España y México (1789-1847). Valencia: Universitat de Valencia.
Cosío Villegas, Daniel. 1966. Ensayos y notas (I). Ciudad de México: Hermes.
Diario Oficial de la Federación, núm. 85, 13 de diciembre de 1934.
Frías, Heriberto. 1900. El rayo de la guerra: D. Francisco Javier Mina. Ciudad de México: Maucci Hermanos.
Gómez Izquierdo, José Jorge. 2008. El camaleón ideológico. Nacionalismo, cultura y política en México durante los años del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940). Puebla: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
Gómez Villanueva, Augusto. 2010. Nacionalismo revolucionario. Orígenes de la doctrina internacional de la Revolución Mexicana. Ciudad de México: Miguel Ángel Porrúa.
Gordón Ordás, Félix. 1937. “Prólogo” a Ramos Pedrueza, Rafael. 1937. Francisco Javier Mina. Combatiente clasista en Europa y América. Ciudad de México: México Nuevo.
Guzmán, Martín Luis. 1932. Mina el Mozo: Héroe de Navarra. Madrid: Espasa Calpe.
Jeambar, Denis y Roucaute, Yves. 1999. Elogio de la traición: sobre el arte de gobernar por medio de la negación. Barcelona: Gedisa.
Krauze, Enrique. 2010. De héroes y mitos. Ciudad de México: Tusquets Editores.
Matute, Álvaro. 1976. “La revolución y la enseñanza de la historia: dos actitudes”. Estudios de Historia moderna y contemporánea de México, 5, 119-131.
Miquel y Vergès, Josep Maria. 1945. Mina, el español frente a España. Ciudad de México: Ediciones Xochitl.
Miranda Rubio, Francisco. 2018. “Xavier Mina y su tiempo”. Huarte de San Juan. Geografía e Historia, 25, 9-26.
Navarrete, Federico y Olivier, Guilhem (coords.). 2000. El héroe entre el mito y la historia. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México.
Ojeda Revah, Mario. 2004. México y la guerra civil española. Madrid: Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura.
Ortuño Martínez, Manuel. 2008. Vida de Mina: guerrillero, liberal, insurgente. Madrid: Trama editorial.
Pérez Rodríguez, Gustavo. 2018. Xavier Mina, el insurgente español. Guerrillero por la libertad de España y México. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México.
Rajchenberg, Enrique. 1994. “Las figuras heroicas de la revolución en los historiadores protomarxistas”. Secuencia, 28, enero-abril, 49-64.
Ramírez Plancarte, Francisco. 2016. La Ciudad de México durante la revolución constitucionalista. Ciudad de México: Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México.
Ramos Pedrueza, Rafael. 1923. Estudios históricos, sociales y literarios. Ciudad de México: s. e.
Ramos Pedrueza, Rafael. 1932. Sugerencias revolucionarias para la enseñanza de la Historia. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México.
Ramos Pedrueza, Rafael. 1937. Francisco Javier Mina. Combatiente clasista en Europa y América. Ciudad de México: México Nuevo.
Ramos Pedrueza, Rafael. 1941. La lucha de clases a través de la historia de México. Revolución democráticoburguesa. Ciudad de México: Talleres Gráficos de la Nación.
Rivera de la Torre, Antonio. 1917. Francisco Javier Mina y Pedro Moreno: caudillos libertadores. Ciudad de México: Dirección General de Educación Pública.
Robinson, William Davis. 1824. Memorias de la revolución de México y de la expedición del general D. Francisco Javier Mina. Londres: R. Ackermann.
Sánchez Quintanar, Andrea. 1994. Tres socialistas frente a la Revolución Mexicana: José Mancisidor, Rafael Ramos Pedrueza, Alfonso Teja Zabre. Ciudad de México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Sánchez, Agustín y Herrera, Fabián. 2011. Contra todo y contra todos. La diplomacia mexicana y la cuestión española en la Sociedad de Naciones. Tenerife: Idea.
Secretaría de Educación Pública. 1937. La educación socialista producto legítimo de la Revolución Mexicana. Ciudad de México: Secretaría de Educación Pública.
Segovia, Rafael. 1977. Politización del niño mexicano. Ciudad de México: El Colegio de México.
Sola Ayape, Carlos. 2017. “La batalla por la educación. Los intelectuales católicos mexicanos ante la reforma del artículo 3° constitucional en el sexenio de Lázaro Cárdenas” [en Vicente Fernández (coord.): La Constitución mexicana de 1917: 100 años después, México: Editorial Porrúa], 143-171.
Sola Ayape, Carlos (coord.). 2016. Los diplomáticos mexicanos y la Segunda República Española (1931-1975). Madrid: Fondo de Cultura Económica.
Sola Ayape, Carlos. 2011. “México y la revisión histórica de sus dos revolucionesante la llegada del exilio republicano español” [en Mari Carmen Serra Puche; José Francisco Mejía y Carlos Sola Ayape (eds.): De la posrevolución mexicana al exilio republicano español, Madrid: Fondo de Cultura Económica], 115-142.
Sola Ayape, Carlos. y González Martínez, José Luis. 2020, “Entre España y México, la libertad. El embajador Félix Gordón Ordás y su evocación de la figura del navarro Javier Mina en el marco de la Guerra Civil española”. Revista Príncipe de Viana, 276 (en prensa).
Todorov, Tzvetan. 2000. Los abusos de la memoria. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica.
Zamacois, Niceto de. 1876. Historia de Méjico: desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días (tomo X). Barcelona: J. F. Parres y Compa., eds.
Zárate, Julio. 1882. México a través de los siglos: historia general y completa (tomo III: “La guerra de independencia”). Ciudad de México: Ballescá y Compañía.
Notas