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Poscapitalismo: de la contrahegemonía a la liberación del conocimiento

Poscapitalism: from the counter–hegemony to the emancipation of knowledge

Sebastián Alberto Báquiro Guerrero
Universidad Nacional de Colombia, Argentina

Poscapitalismo: de la contrahegemonía a la liberación del conocimiento

Tópicos, núm. 45, e0062, 2023

Universidad Nacional del Litoral

Recepción: 01 Febrero 2022

Aprobación: 01 Abril 2022

Resumen: El estado del avance tecnológico actual permite pensar en formas en las que la humanidad podría tener una mejor vida, pero, por el contrario, las condiciones parecen ser peores cada día. Las propuestas de Nick Srnicek y Alex Williams, y de Franco Berardi, abordan el problema de superar la sujeción de la tecnología al neoliberalismo, para permitir un mejor vivir. Sin embargo, sus propuestas, contrahegemonía y liberación del conocimiento, se separan en la forma, entre un proyecto político y la morfogénesis producto de la comunidad.

Palabras clave: Neoliberalismo, Automatización, Capitalismo, Hegemonía, Conocimiento.

Abstract: The current state of technological development makes possible to think on new and better ways of living for mankind. Nonetheless, life conditions seem worse day by day. The ideas of Nick Srnicek and Alex Williams, along with those of Franco Berardi, face this problem by stating that technology should be freed from neoliberalism, to allow all its potential to become real. However, their ideas, counter hegemony and liberation of knowledge, don´t fully match among them due to the paths they take: political project vs a communitarian breed of new meanings and forms.

Keywords: Neoliberalism, Automation, Capitalism, Hegemony, Knowledge.

Que mil máquinas de vida, de arte, de solidaridad y de acción barran la arrogancia estúpida y esclerótica de las viejas organizaciones. Qué importa si el movimiento tropieza con su propia inmadurez, con su «espontaneísmo», al final su potencia de expresión se verá reforzada.

Félix Guattari y Antonio Negri[1]

Si bien es cierto que la acumulación de capital se ha presentado desde antes de la revolución industrial, también las formas en las que lo hace han cambiado, siendo un grave problema en la actualidad. Cuesta pensar que, en medio del estado actual del avance tecnológico, cuando existen máquinas capaces de realizar tareas repetitivas, y en el camino de realizar tareas mucho más complejas, las cuales dependen de la cognición humana en este momento, sigamos en las mismas dinámicas de distribución de los recursos, de presión laboral y de bajos salarios. La automatización es una realidad que toma cada vez más relevancia en el ámbito laboral y, en general, humano, por lo que cabe preguntarse por ella: ¿es el camino para que el ser humano se emancipe del trabajo, o, por el contrario, lo somete a una lógica de producción y precarización? En lo que sigue, me dispongo a tratar el problema del capitalismo neoliberal en relación con la automatización y su separación posible.

1. Cuestiones de neoliberalismo

Uno de los grandes inconvenientes a la hora de hablar sobre neoliberalismo yace en saber a qué nos referimos, por la magnitud y aristas de la cuestión. Aunque no es el lugar para un análisis exhaustivo, para lo que sigue, encuentro necesario destacar algunos rasgos. Pareciera ser una idea extendida que el neoliberalismo trata de liberar al capitalismo industrial de las ataduras que aún conserva con el Estado. Sin embargo, es posible afirmar que el proyecto neoliberal ha necesitado del Estado para desarrollarse, en tanto el primero necesita al segundo para generar mercados, los cuales no surgen espontáneamente al retirar las regulaciones estatales, sino que necesita ser construido. Es así como el neoliberalismo debió, poco a poco, tomar un lugar preponderante en el ámbito gubernamental, sometiendo al Estado, el cual adopta “un papel importante en la creación de mercados ‘naturales’”.[2] Margaret Thatcher y Ronald Reagan fueron piezas clave para llegar a tal punto. Una vez creados los mercados, lo cual se asume erróneamente que es un proceso único, haciendo dispensable al Estado, estos deben ser mantenidos, razón por la cual “el neoliberalismo demanda que el Estado defienda los derechos de propiedad, haga cumplir los contratos, imponga leyes antimonopólicas, reprima la inconformidad social y mantenga la estabilidad de los precios a toda costa”.[3]

Por más desregulación que el neoliberalismo requiera, sigue estando atado al Estado, aunque de una manera muy especial. Los costos sociales de una política neoliberal son muy grandes, pues se trata de una reducción de la experiencia humana a los imperativos de la optimización y la acumulación, lo cual deviene en mercantilización del humano y todo lo que lo rodea, llevándolo al lugar de insumo de una cadena, por lo tanto, recortando y precarizando, a través de su salario y contratación para que la optimización permita mayor acumulación de capital para el dueño–inversor. El control que ejerce el neoliberalismo implica sumisión a sus condiciones, las cuales permiten la entrada de capitales extranjeros que se disponen a la creación de empleos, aunque, también, bajo condiciones especiales. El trabajo generado es cada día más precario, llegando al punto de condiciones protoindustriales, pues está determinado por los requerimientos neoliberales y ya no por los estatales. Como dice Francisco Rodas Cortés en “El populismo y la radicalización de la democracia”:

La implementación política del neoliberalismo dentro de algunas naciones del mundo más desarrollado y del llamado segundo mundo condujo a un retraimiento del Estado de bienestar y a un desmonte de aquellas políticas orientadas a la disminución de las desigualdades sociales.[4]

De la misma forma que sucede con el Estado y el trabajo, las condiciones del desarrollo tecnológico son determinadas por el neoliberalismo, haciendo que tome derroteros que terminan en creación de gadgets y no en avances que permitan una mejora sustancial de las condiciones de vida, pues el enfoque son los datos, su extracción y tratamiento. Así, la técnica no responde a una objetividad supuesta, sino a los intereses neoliberales, por lo que el desarrollo tecnológico termina plegándose a las formas de acumulación de riqueza, convirtiendo los datos de los usuarios digitales en mercancía a ser explotada. Sin embargo, ninguno de esos avances permite mejoras sustanciales en la vida, aun cuando podrían hacerlo, sino que ponen en riesgo la privacidad de las personas, a la par que su sustento.

En este sentido, el ejercicio del poder bajo el cual se entienden las dinámicas de precarización implica una población que siempre es excedente, razón por la cual se acepta cualquier trabajo de cualquier manera, en tanto la fuerza laboral siempre se encuentra en espera y, seguramente, llevará a cabo la misma tarea en peores condiciones de ser necesario. Este problema se ve exacerbado por la deslocalización de trabajadores, la cual permite contratar mano de obra en países pobres, sobreexplotando y forzando bajas en sus costos. Claro está que la población excedente puede ser un problema en cualquier momento, lo que implica que deba ser dócil, poniendo en juego el papel de la educación y los medios de comunicación. Cuando la docilidad de la población excedente se fisura, las medidas disuasivas entran en acción a través de la policía, por ejemplo. Esta mezcla de educación, para generar mano de obra dócil, y medidas disuasivas muestra la cara de la Hegemonía, en términos de Gramsci. Para que la población excedente no se insurreccione, aun sabiéndose precarizada, una clase dominante hace uso de distintos mecanismos de control que residen en “una red ramificada de instituciones culturales (escuelas, iglesia, partidos, asociaciones, etc.), [sometiendo gracias a] un conjunto de ideologías transmitidas por los intelectuales, generando una subordinación pasiva”.[5]

Esta faceta del impacto del neoliberalismo en el trabajador abre un espacio importante para entender el estado actual de los lazos sociales: el trabajador precarizado es incapaz de solidarizarse. Cuando se trata de la supervivencia, la población excedente competirá para mantenerse viva. Sin embargo, ¿es esta la única forma de pensar el mundo en el futuro? Para el filósofo italiano Franco Berardi, pensar en el futuro implica pensar de acuerdo con las posibilidades inmanentes a las condiciones actuales del mundo. No todo es posible, lo cual indica que la imposibilidad también se inscribe en el mundo, pero tampoco hay una necesidad histórica sobre las condiciones actuales: la historia no es un relato lineal que no sea susceptible al cambio. El gran problema al respecto es que “La acumulación, la ganancia y el crecimiento se convierten disimuladamente en leyes naturales, y el ámbito de la economía legitima ese engaño”.[6]

En el estado actual del mundo hay cuestiones que son imposibles ya y otras que se han reformulado. Desde una visión post marxista, el proletariado no es ya un actor político necesario, sino que tan solo es accidental. La multiplicidad de formas humanas conduce, como veremos más adelante, de la mano de Ernesto Laclau, a la constante negociación entre diversos grupos, en pro de buscar estructuras que puedan ostentar el poder. Además, como indica Paolo Virno, el trabajo entendido hoy no es el mismo de la época fordista, de la cadena de montaje, ya que hoy “el proceso productivo tiene como «materia prima» el saber, la información, la cultura, las relaciones sociales”.[7] Así, el capitalismo no es el neoliberalismo, sino que este es algo que revitalizó a aquel (todo un trabajo de Hayek), con mercados protegidos por el estado, con la globalización, con la explotación de las capacidades cognitivas en la esfera del trabajo.[8]

2. Crisis hegemónica

Frente al panorama descrito se pueden plantear dos posibilidades: la superación a partir de un proyecto político, el cual entiende al Estado como regulador discursivo y de posibilidades, en los cuales se anclan las instituciones disciplinarias, el gobierno de la población; o, la superación a partir del trabajo comunitario, en tanto el poder discursivo descansa sobre la idea deleuziana de sociedades de control, de gobernanza, haciendo que no haya un Otro al cual alcanzar con demandas. Estas dos se sostienen en un punto común: la eliminación del trabajo asalariado como condición para la superación del capitalismo, en tanto el salario se puede entender como la piedra de toque del capitalismo neoliberal, en su tarea de regular el trabajo, someter a la población excedente y sostener las formas de acumulación. Este es un nudo clave, en tanto que amarra al salario y al sostenimiento del capitalismo neoliberal, pues, como dice Berardi:

Trabajo es la palabra clave de la Gestalt socioeconómica. Se nos estimula a identificar nuestra actividad de vida con el trabajo, y se nos obliga a depender del trabajo asalariado para sobrevivir. La competencia es el mantra de la religión neoliberal hegemónica: compite para tener más trabajo, ten más trabajo para competir. Reduce tu salario para competir, y compite para que te paguen (menos).[9]

El salario sostiene la precarización y somete a la población excedente, además de generar una integración de trabajo y vida. Todo esto a la luz del poder, de la Gestalt, el cual modela lo social, haciendo que las leyes neoliberales se naturalicen, entendiéndose como necesarias, llevando a la impotencia cualquier tipo de posibilidad que pueda surgir sobre un futuro diferente.

Ahora bien, aunque el salario une a estas posiciones, la visión de los autores sobre el nivel en el que la automatización afecta a la sociedad las separa. A continuación, y, en primer lugar, abordaré la crisis hegemónica del neoliberalismo, la cual abre la puerta a una contrahegemonía que pueda rivalizar con el neoliberalismo, según lo proponen Nick Srnicek y Alex Williams, en donde la automatización es necesaria para superar el capitalismo neoliberal, para darle paso, posteriormente, a la propuesta de Berardi, basada en la liberación del conocimiento de los trabajadores cognitivos para, finalmente, buscar una alimentación entre ambas propuestas.

Eventos presentados en la pasada década a nivel mundial, tales como el Brexit o las elecciones de presidentes nacionalistas con discursos conservadores, como Trump, Bolsonaro o Duterte, hablan de formas diversas en las cuales los pueblos intentan enfrentar los problemas del neoliberalismo. Para Nancy Fraser,[10] estos eventos demuestran que “la faceta política de nuestra crisis general es una crisis de hegemonía”. La Hegemonía da cuenta de cómo una clase dominante impone su visión, aglutinando, por el consenso y la fuerza, al pueblo; en otras palabras, es capaz de representar al pueblo, aun cuando no represente enteramente sus intereses, gracias a diversas herramientas, como los medios de comunicación o las instituciones culturales. En este sentido, afirmar que hay una crisis hegemónica implica afirmar que:

Si la clase dominante ha perdido el consentimiento, es decir, ya no es «dirigente», sino solo «dominante», detentadora de la mera fuerza coactiva, ello significa que las grandes masas se han desprendido de las ideologías tradicionales, no creen ya en aquello en lo cual creían antes, etc. La crisis consiste precisamente en que muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo, y en ese interregno ocurren los más diversos fenómenos morbosos.[11]

La crisis hegemónica abre un espacio donde algo nuevo habrá de nacer. Cabe decir que la crisis no implica la terminación del neoliberalismo, pues las políticas neoliberales existen y seguirán existiendo, en tanto la complejidad de lo social y lo político fuerzan a que cualquier categorización siempre se fugue, dando lugar a cuestiones tan diversas como un progresismo neoliberal. Entonces, es importante entender que las dinámicas políticas no son puras, y que en ese mismo nacionalismo reaccionario se pone en juego algo del neoliberalismo.

Lo anterior da cuenta de que el antineoliberalismo no es una cuestión de izquierdas, sino que muy diversos tipos de corrientes pueden encontrarse reunidas por el malestar generado, por necesidades no solventadas y, por lo tanto, convertidas en demandas. En palabras de Dussel, la crisis de hegemonía es una manifestación en “donde las condiciones materiales de la población llegan a límites insoportables, lo que exige la emergencia de movimientos sociales que sirven de catalizador a la unidad de toda la población oprimida”.[12]

Para Srnicek y Williams, esta crisis permite que haya expresiones espontáneas de diversos grupos, los cuales logran unirse de manera efímera, aunque siempre con los mismos resultados: ningún cambio significativo respecto de aquello contra lo que se protesta. Esto responde, dicen ellos, a la política folk, la cual no es una forma de hacer política, sino ciertas particularidades recurrentes en movimientos de resistencia que se enmarcan en la izquierda en la actualidad. Lo folk pasa por la estructura pequeña, local, directa y, digamos, apelando a un énfasis anticuado de la palabra, tradicional, por lo que la automatización se demoniza y rechaza, con una aspiración a una suerte de primitivismo pretecnológico. Movimientos como OccupyWall Street son ejemplo de cómo la resistencia al neoliberalismo no es capaz de generar el impacto suficiente, pues muchas veces no hay una organización de la protesta, o siquiera claridad respecto de qué se está demandando o a quién se le demanda. Es así como estos movimientos, aunque valiosos, resultan insuficientes, pues escapan a la magnitud del desarrollo humano presente. La propuesta de contrahegemonía pasa por una izquierda capaz de aprovechar el estado del mundo, el avance tecnológico, el conocimiento. Por estas razones, los movimientos de política folk no son suficientes pues, aunque “no cabe duda de que hay mucho que aprender de estos movimientos, defendemos que, por sí solos, [los movimientos de enmarcados en la política folk] seguirán siendo poco efectivos para suscitar un cambio a gran escala”.[13]

3. Contrahegemonía

Para un proyecto contrahegemónico es importante que se piense en el futuro, que se tenga un pensamiento utopista y no de naturalización de las leyes de la hegemonía neoliberal, y, con base en la inserción de tal idea de lo que se quiere del futuro, se comiencen a generar las condiciones de posibilidad que lo permitan. Es por esto por lo que “el progreso debe entenderse como hipersticioso: una suerte de ficción, pero que apunte a convertirse en verdad”.[14]

Esta hiperstición debe contener muy variados elementos, aunque no como un futuro determinado, como un deber ser, sino como aquello que puede posibilitar otras formas de ser. En otras palabras, no se trata de generar un ser humano capaz de mostrarse tal como es, como si la hegemonía neoliberal coartara su verdadero ser, sino dar la posibilidad de nuevos devenires a partir de un pensamiento hegemónico distinto. Así como el neoliberalismo genera sujetos, pues pone en marcha una sociedad con una visión muy determinada de significantes como libertad o modernidad, cualquier proyecto hegemónico debe poder disputar esos y otros significantes. Esto quiere decir que las formas de reproducción social y cultural deben ponerse en entredicho desde las bases mismas, sobre todo, apuntando a aquellas instituciones capaces de generar las ideas que se plantean como hegemónicas en un futuro.

Para que una contrahegemonía de izquierda,[15] como la propuesta por los autores, pueda ser real, ellos sugieren cuatro demandas mínimas: “1. Automatización plena. 2. Reducción de la semana laboral. 3. Provisión de un ingreso mínimo. 4. Menoscabo de la ética de trabajo”.[16] Estas demandas son pensadas como las bases capaces de generar una plataforma necesaria, la cual pueda acoger en su seno aquellos movimientos que se encuentran como población excedente en la hegemonía neoliberal, pero, sobre todo, pensando en la inserción de la hiperstición de un futuro sin trabajo.

Pensar en la precariedad actual, en medio de una creciente automatización, tiene un carácter paradójico. En medio de la abundancia en la que vivimos, el carácter de la carencia aparece, pero no como un límite externo al capitalismo neoliberal, el cual se solucionaría con mayor inversión, sino que se presenta como un límite interno, el cual se desplaza con la expansión del capitalismo, volviéndose este límite inalcanzable —una carencia imposible de acabar—, como el hambre, por ejemplo. Como lo desarrollan Deleuze y Guattari en el Anti–edipo, esta carencia es introducida por el capitalismo mismo, encontrándose en la globalización por lo tanto, lo que hace que su límite sea inmanente y no trascendental:

La efusión del aparato de antiproducción caracteriza a todo el sistema capitalista; la efusión capitalista es la de la antiproducción en la producción a todos los niveles del proceso. Por una parte, ella sola es capaz de realizar el fin supremo del capitalismo, que consiste en producir la carencia en grandes conjuntos, en introducir la carencia allí donde siempre hay demasiado, por la absorción que realiza de recursos sobreabundantes.[17]

Es por esto por lo que la automatización plena es una demanda primordial, aunque no puede darse dentro de la lógica neoliberal, la cual inserta la miseria en la abundancia. Así, el avance tecnológico debe poder aumentar la riqueza y liberar a los seres humanos del trabajo, para que no se dé una elección entre la libertad y la abundancia. Esto quiere decir que un futuro poscapitalista contrahegemónico debe ir en busca de la posindustrialización,[18] permitiendo que la producción pase por la automatización. Esto puede representar una amenaza para trabajos rutinarios, pues tenderían a desaparecer, poniendo en riesgo la supervivencia de todos quienes hayan sido reemplazados. En este sentido, es evidente cómo se articula una abolición del salario, como fuente de única de sustento, y la instauración de un ingreso básico universal, el cual permitiría que la automatización no afecte la supervivencia de nadie, en términos de ingresos, sino que ayude a una liberación y a una ampliación de la calidad de vida.

La demanda por la reducción laboral se conjuga con la búsqueda de un bienestar humano. En este momento se presenta un panorama en el cual el trabajo se vuelve parte de la vida, fenómeno de “una eliminación progresiva de la distinción entre el trabajo y la vida, de manera que el trabajo ha llegado a penetrar en todos los aspectos de nuestra vida”.[19] Las ventajas de la reducción de la semana laboral van desde lo personal, como la disminución de estrés, de ansiedad y demás enfermedades ligadas a la presión laboral, hasta un impacto global, sostenido en un menor consumo de energía, lo cual redundaría en una reducción de nuestra huella de carbono.

La tercera demanda, el ingreso básico universal, no solo tiene las ventajas mencionadas con respecto a un incremento de la automatización, sino que también tienen efectos políticos. Por ejemplo, el movimiento de trabajadores, el cual ha visto disminuida su potencia por la competencia en medio del intento de supervivencia, se vería fortalecido, en tanto tal competencia no sería un factor de ruptura comunitario. Además, en tanto el salario ha sido una forma histórica de sujeción patriarcal, el ingreso básico universal permitiría la emancipación de mujeres que dependen de los salarios del hombre en el hogar, por ejemplo. Esta demanda tiene un largo alcance, en términos de disputa hegemónica, pues:

[…] el IBU [ingreso básico universal] debe proporcionar una cantidad de ingreso suficiente para vivir; debe ser universal, se le debe proporcionar todos sin condición alguna, y debe ser un suplemento del Estado de bienestar, antes que un sustituto.[20]

Finalmente, el menoscabo de la ética del trabajo busca separar a la vida del trabajo y descentrar a este de su amarre a la identificación humana, eliminando así la sumisión al trabajo. Para Srnicek y Williams, la forma en la que sostenemos el trabajo es algo que actúa en el interior humano, algo que se ha insertado mediante educación, y que se entiende desde lo cultural. En esta línea, la ética del trabajo identifica la remuneración con el sufrimiento, pues el salario es una recompensa: “la gente debe padecer el trabajo antes de poder recibir un salario, debe demostrar su valía ante los ojos del capital”.[21] El menoscabo de la ética del trabajo abre espacio para que la gente pueda entenderse sin estar ligada a identidades sobre su quehacer laboral; para que pueda dedicar tiempo a actividades enriquecedoras, como el estudio o los viajes; a construir espacios políticos en los cuales puedan actuar de maneras mejor informadas y articuladas. En último término, el menoscabo de la ética del trabajo abre un espacio a actividades de ocio,[22] para que sean reevaluadas, teniendo un lugar preponderante en repensar qué es lo importante para sí.

Así como el neoliberalismo lo hizo, Srnicek y Williams plantean que la izquierda debe generar un proceso, sobre las cuatro demandas principales, que le permita la disputa del poder en un futuro a fuerzas que aglutinen a las poblaciones excedentes. No solo basta con muestras de inconformidad, sino que es necesario que puedan articularse muchas más demandas, logrando un poder que no busque volver a lo local o a momentos previos a la automatización, sino utilizando la tecnología, reapropiando la existente y creando nueva, siempre en busca de las condiciones que se plantean necesarias para el bienestar humano.

Estas demandas son planteadas de cara a lo que sería necesario en un proyecto de construcción de poder. Es decir que, aunque los autores sostienen con cifras por qué algunas cuestiones podrían resultar mejor (por ejemplo, que el IBU no generaría holgazanería, sino que redundaría en un mejor nivel de vida y en un mayor compromiso político), no se trata de un programa por etapas sobre cómo construir un buen gobierno o siquiera llegar a él. Más bien son condiciones que deben pensarse a la luz de la automatización, teniendo en cuenta que la tecnología podría liberarse del capitalismo, ayudando a pensar un futuro diferente, a pesar del neoliberalismo. Esto, por supuesto, puede quedarse corto en algunos aspectos, en tanto el neoliberalismo no es un sujeto concreto, ni está en posesión de alguien. Además, y allí es donde Berardi cobra mayor relevancia, se basa en una forma estructural de poder; es decir, busca llegar al poder mediante propuestas que deben ser seguidas por personas que se encuentran sometidas y precarizadas. Esta población excedente se vuelve la promesa de liberación, pero solo en tanto haya un proyecto, un líder, capaz de organizar y aglutinar diversas propuestas.

4. ¿A quién se le demanda?

Ernesto Laclau es, probablemente, el teórico más importante del concepto de Hegemonía, razón por la cual iré a La razón populista, para tratar de dimensionar el problema de lo propuesto por Srnicek y Williams.

Para entender la hegemonía, es necesario entender que las demandas se deben hacer a alguien que represente un poder, que represente una solución que no llega. Cuando este es el escenario, los grupos que se encuentran excluidos pueden unirse en una cadena equivalencial de sus demandas, las cuales se identifican, en primera instancia, por haber sido desatendidas en primer lugar. Cuando hay articulación de demandas democráticas,[23] surge una demanda popular,[24] y se hace necesario que alguna de las demandas democráticas tome un lugar de representación. Esto es la Hegemonía para Laclau, quien la define como la “operación por la que una particularidad [demanda democrática] asume una significación universal inconmensurable consigo misma”.[25] La demanda democrática no puede reducir a otras demandas, pero, al representarlas, toma el papel de universal, generando una dinámica de negociación entre todas las demandas democráticas que componen la demanda popular. Cada demanda democrática mantiene algo de su singularidad, a la vez que debe participar de lo universal: esto es el espectro político, en el cual no hay homogeneidad. El avance de Laclau consiste en dar cuenta de que el actor histórico hegemónico es contingente y no debe ser el proletariado, necesariamente, el que encabece una lucha contrahegemónica. En la complejidad de lo social y lo político, no se puede anticipar qué demanda tendrá el rol de representante.

Ahora bien, una vez hay una representación, debe haber una construcción de un enemigo, lo cual permite que una fracción del pueblo, denominada plebs, surja en búsqueda de representar la totalidad del pueblo, populus. Entre más amplia sea la cadena equivalencial, no solo habrá mayor necesidad de negociación entre lo que se puede universalizar y lo que no, sino que también se hará más difuso construir un enemigo. En palabras de Laclau:

Puedo estar relativamente seguro de quién es el enemigo cuando, en luchas limitadas, estoy luchando contra el concejo municipal, las autoridades sanitarias o las autoridades universitarias. Pero una lucha popular implica la equivalencia entre todas esas luchas parciales, y en ese caso el enemigo global a ser identificado pasa a ser mucho menos evidente. La consecuencia es que la frontera política interna se volverá mucho menos determinada, y que las equivalencias que intervienen en esa determinación pueden operar en muchas direcciones diferentes.[26]

5. Liberación del conocimiento

A la luz de lo anterior, el mayor problema de la propuesta de Srnicek y Williams, sabiendo lo necesario para una hegemonía, es que se necesita un Otro al cual demandar. Ese Otro no es claro dentro del capitalismo neoliberal, puesto que no hay un representante e, incluso, si pensamos en los Estados, podemos detectar que no es una categoría que resulte del todo útil para dar cuenta de los avatares del capitalismo neoliberal, pues ya no regulan el trabajo de su población, ni detentan el monopolio de la fuerza militar,[27] por lo que “el modelo geopolítico, basado en el Estado nación, ya no puede explicar el funcionamiento cotidiano de la vida”, lo cual nos habrá de llevar a formas de organización distintas basadas en “la transformación digital y tecnológica”.[28]

El Otro aparece encarnado en distintas figuras que tienden a asociarse con los líderes de los países. Así, cuando se protesta por falta de trabajo, por la privatización de la salud, por los problemas de educación, se protesta contra el gobierno y se espera una respuesta presidencial. Sin embargo, no es tan fácil, pues el presidente no es el antiguo Soberano que todo lo puede y todo lo decide, sino que está sometido a algo más grande, que sería el capitalismo, en general, con la particularidad neoliberal. Un presidente puede prometer mejores y más puestos de trabajo, pero esto podría no depender de él, en tanto, por la lógica de los Tratados de Libre Comercio, mucha de la riqueza de los países subdesarrollados depende de empresas multinacionales e inversión extranjera. Entonces, el capital entra en la medida en la que no hay condiciones impuestas por los gobiernos, por lo que las decisiones y condiciones pueden generar ausencia de puestos de trabajo, mas no su aumento. En todo caso, no es claro que un gobierno tenga control, si quiera, sobre su territorio y el devenir concreto de la población. Tampoco los presidentes de las empresas multinacionales son el Otro. Este parece el diseño inteligente producido por alguien que mueve hilos, mas responde a las dinámicas caprichosas del capitalismo neoliberal, el cual está cruzado por diversos intereses en puja constante, apuntando a la acumulación de riqueza a costa de cualquier cosa. En últimas, el Otro es la cicatriz del sistema de producción y de la distribución, atravesado por los desarrollos neoliberales y por la apuesta por la privatización e individualización del sujeto, mas no es un ente susceptible de ubicarse y al cual se le pueda exigir parar o cambiar sus condiciones.

La ausencia de Otro se relaciona con el problema de la automatización como algo que responde a un interior y no solo a un exterior —Srnicek y Williams ven esto en la ética de trabajo, aunque sin darle mayor relevancia en pro de su primera demanda y el impacto de ella en su propuesta. El proyecto neoliberal implica el cambio de sociedades disciplinares a sociedades de control, en tanto que la sumisión proviene del interior, así que “El poder no está en ningún lugar y al mismo tiempo está en todas partes, internalizado e inscripto en los automatismos tecnolingüísticos que llamamos gobernanza”.[29] Que los automatismos afecten a nivel de lenguaje, significa que el conocimiento se ve atrapado por aquellos, por lo que el neoliberalismo condiciona las formas del conocimiento, subsumiéndolo a intereses económicos.

La Potencia, es decir, “la energía subjetiva que despliega las posibilidades y las realiza […], la energía que transforma las posibilidades en realidades”[30] se ve afectada, menoscabada, por el neoliberalismo, el cual genera competencia, precariza y dispone condiciones de Poder que disminuyen a aquella, mientras que el Poder, que proviene de lo hegemónico, genera la naturalización de las leyes económicas neoliberales. Esto conduce a que la automatización tecnolingüística regule las relaciones entre personas, reduciéndolas a ámbitos económicos o financieros, y ya no éticos o políticos, por lo que no dependerán de ningún tipo de negociación. Hay un borramiento del otro, de su voluntad. En otras palabras, la regulación social se da a partir de una automatización lingüística, la cual no necesita de aparatos disciplinares, sino que funciona gracias a un aparato de captura, ejerciendo la sumisión desde el interior del sujeto. De allí se entiende la creación de subjetividades neoliberales. Por lo tanto, y ya que para Berardi se trata sobre devolver la Potencia a un actor histórico, permitiendo que este pueda realizar alguna de las Posibilidades que atenten contra el Poder —el cual se ha configurado ahora como biopoder, pues se ha transferido “el control a los propios cuerpos, a las relaciones entre los cuerpos”—,[31] es menester buscar la forma de liberar al conocimiento de los automatismos. En este punto, la propuesta contrahegemónica se vuelve inviable ante la impotencia producida por la sumisión del conocimiento a los automatismos neoliberales y la ausencia de Otro que permite confluencia y respuesta a la demanda.

En tanto la solución está en el conocimiento, es necesario un cambio de paradigma: desde lo político de la hegemonía —la concepción de la historia como un campo dialéctico—, a una liberación del conocimiento de un actor histórico definido —la historia como el proceso de “constreñimientos y desvinculaciones que se dan dentro del proceso de emergencia de formas”.[32] El problema de la sumisión en la que el conocimiento se encuentra debido a las automatizaciones es que el General Intellect[33] está separado del cuerpo social. En este sentido, la esperanza de cambio recae en los trabajadores cognitivos,[34] quienes deben superar la automatización para reintegrar el conocimiento a lo social. Si continúa la separación, las posibilidades de cambio serán cada día menores, lo cual redundará en una automatización mayor. Sin embargo, lograr esto depende de la posibilidad de emanciparse del trabajo, haciendo que la tecnología juegue para el humano y que el trabajo asalariado no sea necesario, devolviendo el tiempo a los trabajadores, en tanto que, en nuestra sociedad:

El trabajo se convierte en una inversión de energía mental [los bienes no son ya tan necesarios, pues la lógica de consumo es distinta, y, cuando se trata de trabajo cognitivo, no se puede calcular el valor del producto de la misma manera que con la producción industrial]. Resulta muy difícil reducir el tiempo mental al valor, ya que la productividad en este ámbito es muy volátil y aleatoria. Los precios resultan, entonces, indicadores azarosos de relaciones de fuerza temporarias. El salario queda al fin expuesto como una superstición, y va siendo reemplazado cada vez más por nuevas formas de esclavitud, y por la desnuda brutalidad de las relaciones de fuerza.[35]

Ante este panorama, lo que se pone en riesgo es la concepción de lo humano, en tanto no habría comunidad y concertación, sino esquemas prefijados de actuación, a partir de la gobernanza. Esto devendría en la reducción de las relaciones a producciones automatizadas, capturadas en plataformas, guiadas por un determinismo engendrado por la probabilidad estadística con base en los datos producidos por algoritmos —como los que son capaces de predecir nuestras búsquedas, aunque cada vez más refinados—. En otras palabras, la automatización del conocimiento deriva en una disminución de la subjetividad, porque hay predicciones que se dan a partir de los datos del organismo social, adaptando así las expectativas de la máquina global, la cual generará las condiciones para que la posibilidad más probable, que esté alineada con las leyes naturalizadas del Poder, se vuelva real. Se trata, entonces, de una lucha contra el Poder, el cual se sostiene en la probabilidad para sortear a las posibilidades, hasta el punto del control y la eliminación de subjetividades, pero que no está materializado en un Otro al cual demandar.

Es así que, para Berardi, la meta es que el trabajador cognitivo aumente su Potencia, reintegrando el General Intellect al cuerpo social, a partir de la superación de la automatización lingüística. El conocimiento es la fuente de la liberación y la superación del capitalismo, pues permite superar la forma de división entre el cuerpo social y el cerebro. Esto solo se puede dar gracias a un proceso morfogenético, es decir, la generación de algo nuevo que, aunque inscrito en las posibilidades del mundo, no tiene un modelo sobre el cual basarse, sino que produce significación por las relaciones intersubjetivas, no en conformidad con alguna estructura previa.

Para eliminar los automatismos tecnolingüísticos es necesario liberar el conocimiento, afectando así al Poder, pues las esferas del ser humano se ven afectadas, siendo la del lenguaje la primera y primordial, en tanto el ser humano se despliega en el lenguaje mismo. Las automatizaciones no paran en el dinero y las máquinas, sino que van hacia el ser, hacia la precarización, individuación y aislamiento del cuerpo social y de los cuerpos de los trabajadores cognitivos.

6. Conclusiones

Tanto el proyecto contrahegemónico como el de liberación del conocimiento se sostienen sobre un pensamiento utopista, una hiperstición, que es el poscapitalismo. Para Srnicek y Williams, la automatización es necesaria para generar mejores condiciones materiales de posibilidad de subjetividades y un mayor bienestar humano, aunque limitándola a algo externo. Mientras que, para Berardi, el automatismo, en tanto se interna en el ser humano, impide ubicar un proyecto político, pues no hay a quién pedirle, ya que la gobernabilidad y la disciplina han sido reemplazadas por gobernanza y control, respectivamente. El biopoder hace que la lucha deba darse a nivel de los cuerpos y del conocimiento, razón por la cual la reintegración del último al primero es la única forma de superación del capitalismo neoliberal.

El papel de unión del conocimiento con el cuerpo social pasa por la emergencia de nuevas posibilidades, siempre alrededor de los trabajadores cognitivos. Si bien no se puede acusar a esta visión de política folk ni de intento de regreso a una época pretecnológica —al contrario, se trata de reinterpretar los desarrollos tecnológicos, reapropiándolos, pero desde fuera de la sujeción neoliberal, siempre buscando generar mayor Potencia, para una realización de lo posible que supere al Poder—, sí puede entenderse como un intento local que depende de articulaciones ajenas a las hegemónicas. No por el hecho de que el trabajo cognitivo esté en la “red” se puede asumir que su impacto permeará la estructura. Hay que asumir que se trata de que la Potencia lleve hacia un Poder distinto o a un más allá del Poder, pues el mundo habría de reorganizarse de alguna forma, sea la que sea. Esta brecha implica un salto desde lo local, que no folk, a lo global, que puede ser contrahegemónico. Debe haber un anclaje mesopolítico que opere entre

as intervenciones dispersas y extremadamente locales que se realizan sobre el nivel de, por ejemplo, el cuerpo individual (lo micropolítico), y los proyectos especulativos a gran escala que aspiran a un derrocamiento total del poder en el nivel estatal o por encima de este (lo macropolítico).[36]

Es así como el papel de la automatización es vital porque, en efecto, jamás en la historia habíamos estado en mejores condiciones para no depender del salario, con todo lo que este implica, haciendo uso de las distintas tecnologías capaces de reemplazar el trabajo humano, permitiendo un mayor bienestar, mayor crecimiento económico y disminución de precios. Además de las ventajas de una productividad no dependiente de cuerpos biológicos, los cuales se enferman, necesitan descansos y andan a velocidades de cerebros químicos. Sin embargo, siendo el neoliberalismo una tarea sobre el alma, es necesario repensar y resignificar, disputar el conocimiento, disputar los significantes, para permitir la emancipación que potencie al trabajador.

Así, parece que el proyecto de Berardi, aunque complejo en términos de organización, termina apuntando a la comunidad como algo que sea capaz de gestionarse, dependiendo de condiciones que el mismo proletariado cognitivo disponga, por sí y para sí. Esto, que parece depender de una inspiración repentina, encuentra el problema del condicionamiento del Poder, el cual necesita, para su debilitamiento, de, al menos, la destrucción del salario, lo cual parece ser, necesariamente, una petición a hacerse a un Otro, sin importar que no lo haya de manera clara o que sea difícil delimitarlo. Por supuesto, si la automatización industrial lleva a límites de hambre y desesperación, algo del capitalismo deberá responder y mejorar las condiciones, ahí sí permitiendo una organización y reflexión comunitarias por parte del General Intellect.

En última instancia, ambos proyectos, que se basan en la abolición del salario, se complementan: la morfogénesis requiere de condiciones que le permitan crecer y prosperar a otras posibilidades; pero, sin un Otro claro, la disputa del poder entra al terreno subjetivo, en el cual el procedimiento debe darse sobre los medios hegemónicos, liberando el conocimiento y dándole lugar a cambios subjetivos no dependientes de entidades disciplinarias, sino que efectúen cambios sobre las automatizaciones tecnolingüísticas, rompiendo la generación de esquemas preconcebidos, de probabilidades, afines a la Gestalt del capitsalismo neoliberal.

Tanto Berardi como Srnicek y Williams dependen, hasta cierto punto, de las privaciones que el capitalismo neoliberal genera en los trabajadores. Por un lado, el proyecto hegemónico requiere de condiciones materiales que le den lugar. Como hemos visto, no solo basta que haya un acuerdo en el malestar respecto del neoliberalismo, sino que debe haber una aglutinación entre diversas demandas democráticas para poder pensar en un proyecto hegemónico. Pero esto solo saldría de movimientos efímeros que se traduzcan en fuerzas de disputa de poder. Por otro lado, la confianza en el trabajador cognitivo descansa en que su inconformidad con el estado actual de cosas permita que haya un cambio a partir de una objetivación de los trabajadores. Parece que ambas propuestas se sostienen en el campo de la especulación con base en los deseos de cambio, puesto que no es claro cómo puede existir un cambio cuando el Poder, la Gestallt, hace que el Intelecto Público se mantenga en los límites de la producción y la competencia entre Start–ups, entre ruedas de inversión y esperanzas de enriquecimiento en sociedades que buscan emular a Silicon Valley.

Me atrevería a pensar que el malestar expresado alrededor del mundo (antes de la pandemia había un ambiente convulsionado en distintos países del mundo) podría funcionar a nivel hegemónico desde que haya un catalizador, sea una idea o sea un líder, que pueda conjugar algunas demandas que, si bien ya no apuntarían a un cambio radical, al menos buscarían un freno a la explotación neoliberal, con el fortalecimiento de la figura de Estado. Esto, por supuesto, implicaría la creación y fortalecimiento del Otro al cual demandar, lo que generaría el contexto propicio para articulaciones contrahegemónicas. Allí es que el trabajador cognitivo entraría en juego con gran fuerza, en tanto sería el actor histórico capaz de unirse alrededor de la idea hegemónica. No puede ser de una forma individual, en la cual se genere una conciencia repentina en millones de personas a partir de la insatisfacción, pero sí puede potenciarse este proletariado cognitivo a partir de un proyecto político. Por supuesto, no podría parar allí, en tanto la legitimidad del proyecto político dependería de la negociación con tantos otros sectores, tal como lo dispone Laclau, entre diversas demandas democráticas, lo cual implicaría que, si bien la representación, como leo a Berardi, sería del trabajador cognitivo en tanto significante, no se reducirían las demás demandas, las cuales podrían articularse en el horizonte de las posibilidades de la tecnología actual.

Todo lo anterior, por supuesto, es articulación especulativa, pues no es claro que el proyecto político dé lugar a la morfogénesis, pues limitaría y enmarcaría su existencia. Sin embargo, tampoco es claro el camino que plantea Berardi, en tanto parece esperar que el General Intellect le marque el camino al trabajador cognitivo de manera precisa, haciéndolo además en todos y cada uno de los trabajadores, quienes se unirían por nada más que un sentido nuevo, sin ningún tipo de trasfondo. Por el otro lado, no es claro cómo el poscapitalismo de Srnicek y Williams puede superar al capitalismo, lo cual es un problema general del fundamento aceleracionista del cual parten los autores, pues la tecnología en sí misma no basta para eliminar los intereses privados que están entremezclados en el capitalismo neoliberal. Los medios hegemónicos, más allá de que haya una crisis hegemónica, siguen vigentes y, como vimos en el tratamiento pandémico y en los distintos movimientos sociales, también los medios disuasivos. Tal vez este sea el momento preciso para ver hasta dónde llega el trabajador cognitivo y los proyectos hegemónicos en su disputa al Poder, gracias a la reciente elección de Gabriel Boric en Chile y a dos semanas de las votaciones en un país tradicionalmente conservador como Colombia, pero en el cual se ha planteado un proyecto que, en ese espíritu de la articulación de demandas, se ha denominado Pacto Histórico.

Referencias bibliográficas

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Notas

[1] Guattari, F. y Negri, A., Las verdades nómadas & General Intellect, poder constituyente, comunismo, Madrid, Akal ediciones, 1999, p. 73.
[2] Srnicek, N. y Williams, A., Inventar el futuro, Barcelona, Malpaso ediciones, 2015, p. 80.
[3] Ibid.
[4] Cortés Rodas, F., “El populismo y la radicalización de la democracia”, Del arte de la paz., Bogotá, Siglo del hombre editores, 2020, p. 172.
[5] Giacaglia, M., “Hegemonía. Concepto clave para pensar la política”, Tópicos, n. 10, 2002, p. 153.
[6] Berardi, F., Futurabilidad, Buenos aires, Caja negra editora, 2019, p. 37.
[7] Virno, P., Gramática de la multitud, Madrid, Traficantes de sueños, 2003, p. 16.
[8] De hecho, el neoliberalismo no es homogéneo en el mundo, en tanto hay un actuar particular que corresponde a la tradición de pueblos y naciones. No es un efecto sobre la humanidad, lo cual de paso crea la pregunta sobre ese universal, sino que lo es sobre la tradición del capitalismo. Por supuesto, si se tiene en cuenta el poder de la globalización, se podría pensar en la unidad neoliberal, pero basta con fijarse en los efectos en países desarrollados y en los no desarrollados, para dar cuenta de diferencias. Por ejemplo, en términos de comercio, y como se menciona más arriba, el trabajo en el tercer mundo es más barato, por lo cual es posible deslocalizar la labor productiva, optimizando recursos privados en desmedro de las condiciones de vida del trabajador. Esto no sucede así en los países desarrollados, aunque puedan sufrirse efectos de desempleo. El sostenimiento interno de una nación, donde las oligarquías locales existen gracias a la precarización de millones de personas, se traslada al sostenimiento externo, en el cual las naciones desarrolladas lo son, manteniendo niveles de vida elevados, gracias a la explotación de países no desarrollados. Por otro lado, no es que el neoliberalismo exista solo en países con modelos más o menos capitalistas, mientras que se ausenta en países con otras formas económicas. El neoliberalismo, como dinámica propi del capitalismo, sigue regulando las relaciones entre los diversos países, así sea por la determinación de alguno con base en su exclusión: piénsese en Cuba y el bloqueo que ha determinado sus formas de comercio internacional. Así pues, el neoliberalismo tiene particularidades, pero, a la vez, es un universal que acoge a los distintos países y sus relaciones entre sí, por lo tanto, también las dinámicas internas de trabajo productivo y de precarización que hacen competitiva a una nación y generan riqueza a las oligarquías locales y trasnacionales.
[9] Berardi, F., Futurabilidad, op. cit., p. 189.
[10] Fraser, N., ¡Contrahegemonía ya!, Buenos aires, Siglo XXI editores, 2019, p. 24.
[11] Gramsci, A. Antología, Madrid, Ediciones Akal, 2013, p. 281.
[12] Dussel, E., “Cinco tesis sobre el ‘populismo’”, Filosofías del sur, Bogotá D.C., Ediciones Akal, 2016, p. 233.
[13] Srnicek, N. y Williams, A., Inventar el futuro, op. cit., p. 56.
[14] Srnicek, N. y Williams, A., Inventar el futuro, op. cit., p. 109.
[15] Cuestiones antiglobalización dieron lugar al apoyo mayoritario a Trump en su momento, de la misma forma que dan lugar al fundamento de movimientos como Vox en España o el Frente Nacional en Francia. Los trabajos perdidos, a la par de los derechos que se reconocen cada día a más minorías, generan una amplia preocupación en sectores que se sienten abandonados y a la deriva. La política folk reúne alrededor de una inconformidad, pero de allí no surge un proyecto político. Ese trabajo es lo que Srnicek y Williams buscan en la izquierda, mostrando que la derecha lo ha hecho. La antiglobalización norteamericana fue aprovechada por Trump, pues no hubo organización y representación para esas preocupaciones dentro de algún movimiento de la izquierda que pudiera disputar la presidencia. Recientemente, Francia dio muestra de lo mismo. Si bien Marine Le Pen no fue elegida presidenta, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales las opciones estaban en la derecha, entre las cuales Emmanuel Macron terminó ganando, en parte por ser un proyecto acogido por la tercera fuerza en votos, Francia Insumisa, representada por Jean–Luc Melénchon. Así, el fracaso de la izquierda, según los autores, está en no poder congregar alrededor de un proyecto hegemónico la inconformidad con respecto al neoliberalismo, contrario a lo que la derecha nacionalista ha podido ofrecer. Se trata de estar en contra de la forma actual del mundo, y el camino para enfrentarlo resulta indiferente para el votante. La disputa, entonces, va desde el lenguaje, los significantes, hasta el voto y el proyecto hegemónico.
[16] Srnicek, N. y Williams, A., Inventar el futuro, op. cit., p. 185.
[17] Deleuze, G., y Guattari, F., El Anti Edipo, Barcelona, Paidós editores, 1985, p. 243.
[18] Srnicek, N., “El postcapitalismo será postindistrial”, Aceleracionismo, Caja negra editora, Buenos aires, 2017, pp. 111–116.
[19] Srnicek, N. y Williams, A., Inventar el futuro, op. cit., p. 167.
[20] Ibid., p. 173.
[21] Ibid., p. 182.
[22] El ocio no es holgazanería. El ocio se entiende como una forma que no es económicamente productiva, pero que engloba actividades que le permiten a las personas aumentar su bienestar para sí y para su entorno.
[23] Laclau llama demanda democrática a una demanda de un grupo particular y demanda popular a las demandas democráticas articuladas.
[24] Laclau, E., La razón populista, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2015, p. 103.
[25] Ibid., p. 95.
[26] Ibid., p. 114.
[27] Ejércitos mercenarios, como Blackwater, y ejércitos multinacionales, como los pertenecientes a grupos narcotraficantes, implican que el poder militar ya no depende del Estado.
[28] Berardi, F., Futurabilidad, op. cit., p. 133.
[29] Ibid., p. 122.
[30] Ibid., p. 11.
[31] Ibid., p. 133.
[32] Ibid., p. 204.
[33] El General Intellect es tomado por Berardi del fragmento sobre las máquinas en el volumen II de los Grundrisse de Karl Marx. El Intelecto Público, como lo traduce Paolo Virno en Gramática de la multitud, es el desarrollo de la abstracción real. No se trata ya de, por ejemplo, el dinero teniendo estatuto y valor de pensamiento, sino del pensamiento en tanto tal y de manera inmediata teniendo valor de hecho material. Entonces, el General Intellect es la objetivación de una conciencia general de la cual depende la productividad social. No es mano de obra en una cadena, aunque también puede serlo bajo algunas condiciones, sino las aptitudes generales de la objetivación de la conciencia: el saber hecho real, el cual está representado en la ciencia, en las máquinas.
[34] El trabajo cognitivo es usado de manera sumamente abstracta por Berardi, aunque alude a un trabajo que, aunque es intelectual, está inmiscuido en la producción, debido a las formas comunicativas y de información de nuestro momento histórico. Se trata de un trabajo que no responde a una dinámica de reproducción netamente, sino a la comunicación y a las características humanas genéricas, como el hecho de hablar, dentro del trabajo. Por ejemplo, antes la optimización de los procesos dependía del parte del patrón, mientras que ahora se le exige al trabajador buscar cómo optimizar sus procesos. Lo interno humano, los procesos lingüísticos–cognitivos pasan a formar parte del trabajo, entrando a una esfera pública. Adicionalmente, este trabajo no tiene necesariamente un producto finalizado como tal, por lo cual podría entenderse como no productivo, sino que se da en el proceso de su ejecución, generando problemas en el cálculo mismo del valor del trabajo en tanto podría ser trabajo improductivo.
[35] Berardi, F., Futurabilidad, op. cit., p. 195.
[36] Hester, H., Xenofeminismo, Buenos aires, Caja negra editora, 2018, p. 112.
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