Resumen: En el presente artículo nos proponemos analizar el modo en que el filósofo argentino León Rozitchner (1924-2011) lee de manera crítica los trabajos teóricos de Lacan. En este sentido, describiremos la lectura que realiza de los textos del psicoanalista francés, las razones por las que sostiene que su regreso a Freud excluye algunos de los elementos más revolucionarios del psicoanálisis. En la primera parte del trabajo, nos centraremos en la forma en que Rozitchner establece una diferencia con Lacan en lo que respecta a los inicios de la constitución histórica del sujeto. Allí se contrapondrán dos ideas bien diferentes sobre el comienzo de la vida humana: el lleno materno contra la dehiscencia constitutiva. Esto nos permitirá avanzar, en la segunda parte del artículo, sobre la crítica que el filósofo argentino realiza de la caracterización del Edipo en tres tiempos, propia del pensamiento lacaniano. Rozitchner sostendrá que Lacan excluye elementos cruciales de las investigaciones que Freud realiza sobre el complejo parental. Una vez analizados estos dos puntos, nos detendremos en las consecuencias políticas que Rozitchner deduce de estas diferencias con Lacan.
Palabras clave: Sujeto, Edipo, Resistencia, Psicoanálisis, Rozitchner, subject, Oedipus, resistance, psychoanalysis, Rozitchner.
Abstract: In this article we intend to analyze the way in which the Argentine philosopher León Rozitchner (1924-2011) critically reads Lacan's theoretical works. In this sense, we will describe his reading of the texts of the French psychoanalyst and the reasons why he maintains that his return to Freud excludes some of the most revolutionary elements of psychoanalysis. In the first part of the work, we will focus on the way in which Rozitchner establishes a difference with Lacan regarding the beginnings of the historical constitution of the subject. There, two very different ideas about the beginning of human life will be opposed: the maternal fullness against the constitutive dehiscence. This will allow us to advance, in the second part of the article, on the criticism that the Argentine philosopher makes of the characterization of Oedipus in three times, typical of Lacanian thought. Rozitchner will argue that Lacan excludes crucial elements of Freud’s research on the parental complex. Once these two points have been analysed, we will focus on the political consequences that Rozitchner deduces from these differences with Lacan.
Artículos
Sujeto, psicoanálisis y política. León Rozitchner, lector crítico de Jacques Lacan
Subject, Psychoanalysis and Politics. León Rozitchner, critical reader of Jacques Lacan
Recepción: 01 Septiembre 2022
Aprobación: 01 Noviembre 2025
A la hora de leer, no todos los autores realizan una misma operación teórica. Están los que se centran casi exclusivamente en la exégesis, también los interesados en ubicar conceptos dentro de una gran historia de las ideas, o quienes pretenden partir de la lectura para alcanzar un vuelo propio. En el caso del filósofo argentino León Rozitchner (1924-2011), el encuentro con un texto se presentó desde el comienzo de su obra como el desafío que una conciencia ajena le planteaba a su propia concepción del mundo. Para Rozitchner, leer implicaba, por sobre todas las cosas, el reconocimiento de una coherencia sensible y conceptual con la que enfrentarse para así entender mejor qué es lo que él mismo quería afirmar. Toda escritura teórica o filosófica lleva en sí un enigma, un misterio a descifrar. Sin embargo, en el caso de Rozitchner, este desafío no se redujo nunca a una mera exégesis, sino que llevó en sí una exigencia productiva. La lectura consistió para él en una actividad minuciosa que buscó contrastar los propios contenidos con los de un otro, en animar de un modo singular los problemas que, a través del encuentro con un texto, Rozitchner buscaba desplegar.
Max Scheler, Maurice Merleau-Ponty, Emmanuel Lévinas, Karl Marx, Claude Lévi-Strauss o Agustín de Hipona son algunos de los autores en los que se podría verificar esta particular forma de lectura que caracterizó a la filosofía de Rozitchner. También Sigmund Freud. Durante el segundo lustro de los años sesenta y principalmente a comienzos de los setenta, la obra freudiana ocupó un lugar fundamental en el desarrollo de la filosofía de Rozitchner. Los aportes del psicoanálisis le permitieron profundizar aquella pregunta que había sido central desde los comienzos de su escritura. A saber, aquella que interroga por la constitución histórica del sujeto y por el vínculo que este proceso mantiene con la posibilidad de una transformación social.
Ya desde los inicios de su filosofía, Rozitchner se había propuesto comprender el campo de la política desde la perspectiva de la construcción histórica de la subjetividad. Por este motivo, fue casi inevitable que Freud se presentara como un aliado clave para el despliegue de este proyecto teórico-político. Era necesario centrarse en sus textos, leerlo, pero no de cualquier modo: había que confrontar la coherencia sensible y conceptual que Freud planteaba con los problemas esbozados por Rozitchner. El interés del filósofo argentino radicaba en un aspecto de la historia humana que el psicoanálisis parecía iluminar como ninguna otra tradición: “el advenimiento histórico, desde la infancia, del hombre adulto y consciente que se convierte en político”.[1] Los trabajos de Freud le permitieron a Rozitchner establecer un quiebre con respecto al horizonte con el que la militancia de izquierda había concebido su propia realidad. El psicoanálisis daba cuenta de la convergencia de la historia individual con la social de un modo absolutamente novedoso que iluminaba puntos ciegos para la reflexión política.
A comienzos de los años setenta, Rozitchner publicó Freud y los límites del individualismo burgués, libro que, según sus propias palabras, se encontraba “dirigido a “la izquierda” y a los problemas que a ella le conciernen”.[2] Ya desde sus primeros escritos, Rozitchner había insistido en la necesidad de que el sujeto histórico se asumiera activamente como mediador entre la racionalidad sentida y la buscada. No debía entenderse a los sujetos existentes como meros soportes, como transformaciones segundas, efectos inevitables de la modificación de las relaciones objetivas. Es en este sentido que adquirió relevancia la aparición del psicoanálisis en su obra. En su primer libro sobre Freud, Rozitchner expuso detenidamente el modo en que los aportes del psicoanálisis le permitían llevar hasta el máximo de sus consecuencias los desarrollos de sus investigaciones previas, expuestas de manera precisa en su célebre artículo “La izquierda sin sujeto”. El universo freudiano aparecía como el espacio teórico desde el que avanzar sobre aquello que la fenomenología no podía ni alanzaba a plantear: el fundamento inconsciente de la conciencia histórica.
Solo a partir de este recorrido y conjunto de interrogantes es que puede entenderse el modo en que Rozitchner se acercaría de manera crítica a los textos de Jacques Lacan. Hubo un problema teórico-político que lo llevó a leer Freud, y fue la lectura de este la que, continuando esa problemática fundamental, lo condujo hacia Lacan. Cabe señalar que el encuentro de Rozitchner con los trabajos del psicoanalista francés fue anterior, incluso, a la lectura de Oscar Masotta[3] –como es sabido, principal introductor de Lacan en Argentina y en el habla hispana en general–: “en el quinquenio del 55 al 60 lo incluía [a Lacan] , Pontalis mediante, en la bibliografía de mis cursos de Ética en la facultad de Filosofía de Rosario”.[4] En este sentido, Rozitchner se refiere a sus primeros acercamientos a los textos de Lacan, en los que reconoce a un interlocutor de gran interés, aunque lo diferencia de sus posteriores exégetas. En una conferencia en la EOL (Escuela de la Orientación Lacaniana) durante el año 2006, decía:
La existencia de esta diferencia entre un creador y un recreador no tendría gravedad, si no fuera porque se pretende que en la teoría lacaniana se verifica lo que tiene de verdad la teoría freudiana, cuya clave “científica” residiría en la primera, así como los cristianos leen la Biblia judía pero la interpretan desde el Nuevo Testamento.[5]
Durante los años setenta, comenzó el auge de la interpretación lacaniana dentro del psicoanálisis argentino que se mantiene, con sus matices, firme hasta el presente. Este creciente interés por los trabajos de Lacan despertó en Rozitchner una gran desconfianza debido al hincapié puesto casi exclusivamente en las cuestiones clínicas. El filósofo argentino consideraba que, con Lacan, se perdía el potencial político y social de la obra de Freud. “Su efecto de verdad no se produce allí, en las relaciones sociales más amplias, sino en el consultorio”.[6] Había, por tanto, un peligro teórico-político que enfrentar. En palabras de Rozitchner, la lectura de Lacan excluyó “lo que Freud tiene de más revolucionario”.[7] En una entrevista –publicada de manera póstuma– se encuentra un retrato preciso del problema que Rozitchner reconocía en estas lecturas.
Ya estaba presente entre los lacanianos esa militante exclusión de la realidad social e histórica que los caracterizaba, esa soberbia infatuada de las sectas que hablan una jerga propia, y que permitió la expansión de esa teoría durante el Proceso militar: podían pensar la subjetividad, acotada por el terror, sin miedo. Habían excluido la realidad histórica que los amenazaba.[8]
En el año 1973 se produjo tal vez la manifestación más clara de esta diferencia. El Goethe-Institut Buenos Aires y la Asociación Científico Argentino-Alemana habían encargado a Oscar Masotta la organización de unas jornadas dedicadas al pensamiento freudiano. A pesar de haber sido amigos y de que Rozitchner “acababa de publicar un libro dentro de ese mismo retorno a Freud que ellos se reclaman desde Lacan”,[9] Masotta no lo invitó al evento. Lo dejó afuera. Finalmente, Rozitchner terminaría participando de las jornadas gracias a la intervención del director del Goethe-Institut, quien había leído Freud y los límites del individualismo burgués. En una de las jornadas inaugurales del evento Rozitchner presentó una ponencia llamada “Un Freud excluido: el problema de las masas”, de la cual no existen registros, pero en la que, por los testimonios del propio Rozitchner, sabemos que ya estaba explícito su enfrentamiento teórico con Lacan.
Esta breve reconstrucción del modo en que Rozitchner llega a los textos freudianos y sus diferencias con la corriente argentina iniciada por Masotta nos sirve de introducción para plantear el problema que desarrollaré a lo largo de estas páginas: el modo específico en que Rozitchner lee y critica los trabajos teóricos de Lacan. En el presente artículo me propongo recomponer las lecturas que el filósofo argentino realiza de los textos del teórico francés, las razones por las que sostiene que su regreso a Freud excluye algunos de los elementos más revolucionarios del psicoanálisis. En la primera parte del trabajo, me centraré en la forma en que Rozitchner establece una diferencia con Lacan en lo que respecta a los inicios de la constitución histórica del sujeto. Allí se contrapondrán dos ideas bien diferentes sobre el comienzo mismo de la vida humana: el lleno materno y la dehiscencia constitutiva. Esto me permitirá avanzar, en la segunda parte del artículo, sobre la crítica que el filósofo argentino realiza de la caracterización del Edipo en tres tiempos, propia del pensamiento lacaniano. Rozitchner sostendrá que Lacan excluye elementos cruciales de la caracterización que Freud realiza del complejo parental. Una vez analizados estos dos puntos, me detendré en las consecuencias políticas que Rozitchner deduce de estas diferencias respecto de la constitución histórica del sujeto.
Tal como señalé en la introducción, el problema del sujeto resulta central y constitutivo en el desarrollo de la filosofía de Rozitchner. Desde sus primeros trabajos hasta el final de su obra, la pregunta por la constitución histórica de la subjetividad funcionó como el verdadero motor que puso en movimiento su escritura. Se trató de un proyecto teórico-político que buscó rescatar el núcleo de conflictividad que se abre en cada uno de nosotros. Esto, según Rozitchner, es el camino desde el que corresponde pensar la posibilidad concreta de una acción política eficaz. En este sentido, el sujeto como “núcleo de verdad histórica” da cuenta del modo específico en que el pensamiento de Rozitchner se acerca a este problema.
Al definir al sujeto como núcleo de verdad histórica, Rozitchner enuncia la idea de que cada existencia individual es el lugar donde la verdad de la historia se elabora. Por este motivo, afirma que cada sujeto es el núcleo que da sentido a lo real, es decir, que “en la carne de cada uno se juega la verdad del sistema cultural, del orden histórico que lo produjo como tal”.[10] Desde esta perspectiva, cada sujeto es portador de un saber sensible, de un índice afectivo que representa la verdad de su inserción en el entramado de las relaciones sociales. Con una clara influencia de la fenomenología de Merleau-Ponty, Rozitchner señala que es en la verdad del cuerpo donde se elabora la verdad del mundo. Cada sujeto es el espacio histórico donde lo social se elabora, donde lo vivido encuentra o no la capacidad de prolongarse en la realidad exterior. Por eso dice: “si es núcleo, es porque cada uno es un cuerpo irreductible donde el mundo se despliega, se organiza y se verifica en su materialidad transitoria”.[11]
Como señalé anteriormente, los textos de Freud aparecen en la obra de Rozitchner en tanto le permiten profundizar la pregunta por el sujeto que se encuentra presente desde sus primeros escritos. Gracias a los aportes del psicoanálisis, el filósofo argentino profundiza los alcances de sus investigaciones de los años cincuenta y sesenta. En su libro Freud y los límites del individualismo burgués, Rozitchner sostiene que el sujeto se encuentra marcado por dos distancias: una interna respecto de sí mismo, debido a su constitución psíquica y a la mediación que establecen los poderes del superyó; una exterior, que remite a los otros y a la separación que produce el entramado de las relaciones capitalistas. Desde la aparición del psicoanálisis en su obra, comprender la constitución histórica del sujeto fue para Rozitchner comprender el tránsito que todo cuerpo debió recorrer desde su nacimiento hasta la forma adulta histórica. Es decir que, a través su lectura de Freud, las vivencias de la infancia comenzaron a ocupar un rol central a la hora de abordar este problema. Es aquí donde el filósofo argentino, basándose en los textos freudianos, empieza a diferenciarse de ciertos posicionamientos teóricos de Lacan.
Tal como señala Omar Acha, Rozitchner “supone un monto de satisfacción de la unidad niño/madre que es interrumpida por el poder patriarcal en el seno de la familia”.[12] Partiendo de su lectura de Freud, Rozitchner sostiene que el niño tiene unidad con la madre y que ese Uno que ambos constituyen al comienzo se conserva como un magma que nutrirá a la vida adulta. En el inicio de la vida humana hay un lleno, que es el lleno de la experiencia arcaica con la madre. En términos de Rozitchner, se trata de un absoluto-absoluto, que luego el tiempo histórico convertirá en un absoluto-relativo. Asimismo, tal como señala Freud en su trabajo de 1925 La negación, el yo primitivo, regido por el principio del placer, acepta o rechaza (traga o escupe) según lo que se compone, es decir, lo que establece una unidad con su existencia. Desde el comienzo de la vida humana, el niño intenta expulsar del cuerpo aquello que se le presenta como fuente de displacer, mientras que busca incorporar aquello que armoniza, lo que arma unidad, con su propio cuerpo.
Lacan se diferencia de Freud en este punto, lo cual Rozitchner no deja pasar por alto. Para el psicoanalista francés, al comienzo de la vida no hay lleno, sino que el niño nace despedazado, atomizado: el cuerpo aparece fragmentado desde el inicio. No hay lleno –como sí lo hay en Freud–, sino vacío. Para Lacan, al comienzo está la discordia (dehiscencia vital constitutiva).[13] En efecto, según su interpretación, la forma total del cuerpo no le es dada al sujeto sino como Gestalt. Y esta Gestalt produce efectos formativos sobre el organismo. Es aquí donde aparecen dos hechos biológicos que resultan fundamentales para la comprensión lacaniana de la constitución histórica del sujeto: por un lado, la prematuración específica del nacimiento; por el otro, la maduración precoz de la visión respecto de los demás sentidos, lo que produce una discordancia, desfasaje, entre la visión y la motricidad del niño. De esta manera, el cachorro humano desdobla el campo de lo imaginario y lo real, producto de la coexistencia de la anticipación mental (donde el niño se ve unificado) y la premaduración biológica (donde, por la dehiscencia, se percibe y vive como atomizado). Como puede verse, la dehiscencia es central en el modo en que Lacan concibe la constitución del sujeto. El sujeto deseante comienza a formarse en torno a la imagen de un otro que le brinda su unidad. No hay unidad desde el nacimiento.
Es en este punto donde Rozitchner advierte una primera operación despolitizante que la interpretación lacaniana realiza sobre los textos de Freud. Rozitchner sostiene que lo social adquiere un lugar fundamental para comprender la instauración de una discordia, de una violencia al interior del sujeto. “Freud no comienza con el vacío, Freud comienza con el lleno que es la madre y él nunca deja de señalar el carácter fundamental que tiene la madre en el origen de la vida histórica para el niño”.[14] Es en este sentido que Acha señala que para Rozitchner “el psicoanálisis lacaniano resulta un operador cristiano-católico: el poder asignado al significante-falo no es sino la universalización de una derrota de la madre consagrada por el patriarcado cristiano”.[15]
Pero la crítica y la diferencia con Lacan no se reduce únicamente al modo en que Rozitchner lee los textos de Freud. Es que “los escritos clásicos sobre Freud no representan la última palabra de Rozitchner a propósito del psicoanálisis”.[16]Su libro Materialismo ensoñado lleva hasta el máximo de las consecuencias sus premisas sobre el sujeto y, por tanto, se maximizan también las diferencias teórico-políticas con el pensamiento de Lacan. En este sentido, la noción de mater será crucial. Esta categoría se remonta el comienzo mismo de la vida humana, al “niño que nace del vientre de madre y forma con ella al comienzo el primer Uno que sólo el tiempo irá desdoblando”.[17] Se remonta a un nuevo comienzo: a la vida intrauterina del cuerpo en su gestación. Rozitchner sostiene que “no se puede hablar de materialismo, de cuerpo humano, si no recuperamos el “sentido” que, por ser histórico, la experiencia ensoñada con la madre le agrega para siempre a la materia”.[18] El nacimiento prematuro a la cultura y esta primera no-separación con respecto al cuerpo gestante le otorga un punto de partida ineludible a la hora de comprender la constitución histórica del sujeto.
Según Rozitchner, el cuerpo que engendra a otro crea al mismo tiempo las condiciones en que la vida se desarrolla. En la experiencia simbiótica arcaica se producen los primeros enlaces que permanecen como huellas en la memoria afectiva del sujeto. Este primer cuerpo a cuerpo con la madre establece una experiencia primera con respecto a la cual el lenguaje y la razón histórica aparecerán como segundos. Se trata de un vínculo simbiótico con el cuerpo gestante que “sigue sosteniendo, y se despliega, en todas las relaciones adultas generosas, fraternas y amorosas”.[19] La categoría de mater remite a esta marca de unidad que todo cuerpo compuso alguna vez con el otro gestante que lo produjo como vida sensible. Partiendo de esta experiencia arcaica, Rozitchner explica los lazos libidinales que vincularán al sujeto con el mundo y los otros.
La diferencia con Lacan vuelve a ser evidente. Para el psicoanalista francés, no hay realidad social sin exclusión de la Cosa materna. Podríamos pensar que esa fuente del deseo que Rozitchner encuentra en la mater, es presentada por Lacan bajo la forma del objeto a. En el caso de Lacan, es la falta la que motoriza el deseo, la que permite otorgarle consistencia a la realidad. Este objeto causa de deseo constituye el camino “en torno a lo cual se organiza todo el andar del sujeto en el mundo”.[20] La Cosa materna –y esta es una diferencia radical con respecto al planteo de Rozitchner– es el vacío irrepresentable, sede del goce, el cuerpo perdido que carece de imagen especular. Ahora bien, este Otro primordial perdido que brinda sus coordenadas al deseo solo es pensable para Lacan como un efecto del lenguaje. Y esto resulta impensable sin la organización del deseo como deseo inconsciente que se instaura con la Metáfora Paterna. O por decirlo de otro modo: para que el deseo pueda articularse es necesario el complejo de Edipo.
Este último señalamiento nos permitirá avanzar sobre el segundo apartado de este artículo en el que me centraré en la diferencia que existe entre el modo en que Rozitchner y Lacan conciben al complejo parental. Si bien en ambos casos el complejo de Edipo resulta determinante para la constitución del sujeto, para el tránsito de la infancia a la vida adulta, el filósofo argentino, basándose nuevamente en Freud, es crítico de la lectura lacaniana del Edipo en tres tiempos. De modo que, como veremos, la distancia que Rozitchner establece con respecto a Lacan no se remonta únicamente al modo en que ambos conciben el origen mismo de la vida humana, sino principalmente a la manera en que se produce la inserción y constitución del sujeto como ser social.
Ni en Rozitchner ni en Lacan el complejo de Edipo es comprendido como un proceso cuyas etapas se suceden con el correr preciso de los meses, como algo que interese ser dividido en períodos, edades ni tiempos exactos. Para ambos, al igual que para Freud, el complejo parental es estudiado como un fenómeno global y progresivo, de difícil delimitación, que va integrando al niño a la realidad social. Allí es donde –según la interpretación clásica– se hacen presentes los primeros impulsos sexuales dirigidos hacia un objeto (el padre del sexo opuesto) y un deseo de muerte hacia el rival (el padre del mismo sexo) que se interpone como obstáculo a su realización. Como consecuencia de esto, aparecen también un conjunto relativamente organizado de deseos hostiles y amorosos experimentados por el niño, que producen efectos tales como el acceso a la genitalidad, la estructuración de la personalidad y la interiorización de la norma externa. Hasta aquí, tanto Rozitchner como Lacan coinciden en su lectura de Freud. Sin embargo, como veremos, el hincapié en la interpretación del complejo de Edipo que cada uno realiza es bien diferente. Comenzaremos con la reconstrucción de Rozitchner, para luego entender la lectura crítica que realiza sobre Lacan.
La importancia del complejo de Edipo, para Rozitchner, radica en que allí se produce un primer enfrentamiento con la ley del mundo exterior. Este enfrentamiento –y esto es crucial en su análisis– es algo fantaseado, aunque vivido como real. La importancia del Edipo en el análisis de Rozitchner radica en el hecho de que se trata de vivencias reales en un momento lejano de la historia del sujeto y que persisten en la realidad psíquica del adulto. En la medida en que el niño no posee fuerzas reales para enfrentar al padre, se siente disminuido y solo puede resolver el enfrentamiento en el plano de la imaginación. Este duelo infantil es para Rozitchner un duelo alucinado. Para no abandonar lo más entrañable, cuando la amenaza de castración aparece el niño se identifica con quien lo amenaza para así tener, al menos en la imaginación, aquello que él tiene. Y así poder, siendo como él, tenerlo en el futuro. Este proceso lo conduce a “ser como el padre”, a hacerse como él y, al interiorizarlo, hacerse a sí mismo lo que él imagina que le haría. De esta manera, el niño interioriza la ley del padre como “pura razón sin el contenido sensible, afectivo e imaginario, que llevó al duelo”.[21] Siguiendo estos planteos de Freud, Rozitchner señala que la interiorización de las normas culturales en el sujeto descansa sobre la angustia de muerte que se produce en este enfrentamiento fantaseado con el padre.
Partiendo de estos aportes freudianos, Rozitchner define al Edipo como una “forma infantil de la tecnología social”,[22] modelo subjetivo que resulta crucial para la comprensión de la vida social adulta. El proceso que el niño experimenta en su enfrentamiento con las normas culturales es pensado por Rozitchner como estructurador de la subjetividad, como algo que se hace presente en el campo real y colectivo de la política. Ahora bien, Rozitchner también encuentra en este complejo parental una vivencia en la que reside la posibilidad de la resistencia. No se trata simplemente de una adecuación a la realidad, de una ligazón entre la ley y el deseo, sino que en el enfrentamiento edípico se produce una experiencia originaria de resistencia. Todo cuerpo adulto lleva en sí la memoria de una rebeldía, de un enfrentamiento primero, de un intento por resistirse al ordenamiento cultural de la ley.
En otro nivel significa decir: no dejar de resistir sería también mantener presente la ecuación personal, la memoria de otra resistencia primera que llevó al duelo, no entregar la voluntad rendida al poderoso que quería imponernos la ley del más fuerte, y que abrió el fuego de la guerra en las propias entrañas: actualizar la resistencia contra el padre amenazador.[23]
Podríamos decir que, en términos políticos, Rozitchner extrae –al menos como posibilidad– una consecuencia productiva del complejo de Edipo. Por un lado, como vimos, este conjunto de vivencias tempranas establece el tránsito desde la infancia hacia la vida adulta política, arma una coherencia con las relaciones sociales propias del sistema de producción. Sin embargo, por otro lado, se produce también la experiencia de una resistencia capaz de ser actualizada en la vida política adulta. Desde el comienzo de la constitución histórica del sujeto hubo resistencia contra el orden cultural. Es en este punto donde el filósofo argentino reconoce un elemento central para la comprensión del vínculo entre las vivencias de la infancia y la vida política adulta.
Detengámonos ahora en la lectura de Lacan, para así entender la crítica que Rozitchner le realiza a su interpretación del complejo de Edipo. El psicoanalista francés sostiene que, en la medida en que la imagen especular es incapaz de otorgarle al niño una identidad estable, se vuelve necesaria la aparición de un orden simbólico que, si bien se encuentra ya presente con anterioridad al nacimiento mismo del niño, debe hacerse presente de otro modo para dar consistencia a la experiencia humana. “Lo simbólico da una forma en la que se inserta a nivel de su ser. El sujeto se reconoce como siendo esto o lo otro a partir del significante”.[24] Si bien no es capaz de representar cabalmente la singularidad del sujeto, el significante proporciona una representación fija. Según Lacan, el lenguaje, la inserción histórica en un orden simbólico, es lo que permite al sujeto tener una identidad estable. Y este pasaje se produce a través del complejo de Edipo.
Siguiendo los trabajos freudianos, Lacan sostiene que el complejo parental produce una reorganización identificatoria del sujeto, una identificación secundaria por la introyección de la imago del progenitor del mismo sexo. “Para que haya realidad, para que el acceso a la realidad sea suficiente, para que el sentimiento de realidad sea un justo guía, para que la realidad no sea lo que es en la psicosis, es necesario que el complejo de Edipo haya sido vivido”.[25] La función del complejo de Edipo es, por tanto, el acceso al orden simbólico, el tránsito hacia la vida social. De allí su importancia.
Este proceso es explicado por Lacan como algo que sucede en tres tiempos. En el primero de ellos, el niño desea serlo todo para la madre, el complemento de su carencia (el falo imaginario). Es el momento en que el infante humano desea el deseo de la madre y para satisfacerlo se identifica con el objeto de este deseo: el falo concreto. Es el reino del narcicismo primario. Luego de este primer tiempo, sucede un segundo en el que el padre interviene con un doble sentido privativo: priva al niño del objeto de su deseo (no te acostarás con tu madre); priva a la madre del objeto fálico (no reintegrarás tu producto). De esta manera, el niño se encuentra con la prohibición, con la ley. El padre se le presenta al niño como un todopoderoso privador, en tanto es soporte de la ley del Otro. En el último de los tres tiempos, Lacan explica que para que el padre sea reconocido como representante de la Ley, hace falta que su palabra o habla sea reconocida por la madre. El padre se presenta como el que tiene el falo y no como el que lo es. De esta manera, el niño accede al “Nombre-del-Padre” o metáfora paterna, produciéndose así el pasaje del ser al tener. El niño es desalojado de su lugar de falo imaginario, interioriza la ley y se introduce en el orden simbólico social. Renuncia a la omnipotencia de su deseo y acepta que la Ley es limitación.
En la reconstrucción lacaniana del complejo de Edipo, el acceso a la lenguaje implica un paso de la carencia al deseo. El padre somete al niño a derivar sus pulsiones libidinosas y lo hace inadecuado respecto de su verdad primera (el objeto real de la pulsión queda perdido para siempre). De esta manera, el sujeto se divide en dos partes: su verdad inconsciente y su lenguaje consciente. Articulado en el lenguaje, el sujeto aliena en el significante su deseo inconsciente primero bajo las formas de la metáfora y la metonimia. Para Lacan, el acceso al orden simbólico se produce cuando el Nombre-del-Padre destruye la relación imaginaria entre la madre y el hijo (suspende la ambigüedad de lo imaginario).
Habiendo pasado por ambas lecturas del complejo de Edipo, se vuelve evidente el borramiento que Rozitchner denuncia en la interpretación del psicoanalista francés. Según el filósofo argentino, Lacan “oculta la primera parte del Edipo que Freud describe, el asesinato del padre, y sólo se retiene del enfrentamiento edípico la segunda parte, la aceptación de la ley paterna y la aparición del superyó”.[26] Para Rozitchner, tal como vimos, la amenaza de castración es la violencia fundamental por la cual se produce el proceso de subjetivación. En la lectura de Lacan el enfrentamiento pareciera haber sido borrado, como si el complejo parental fuera atravesado por el niño como un mero pacto, algo “puramente legal y sobriamente pacífico, que el hijo refrenda sin violencia”.[27]
En Freud –y este es el hincapié de Rozitchner en su lectura crítica hacia Lacan– es necesaria la violencia para establecer un corte e instaurar las normas sociales históricas. No hay una simple instauración pacífica de la ley paterna. Hay enfrentamiento, violencia, terror, angustia de muerte. Por este motivo, llega afirmar que la lectura lacaniana del complejo de Edipo “oculta el enfrentamiento a muerte imaginario que el niño vive bajo la amenaza y la regresión oral con la que le da solución”.[28] Rozitchner, más cercado a los textos de Freud, sostiene que el fundamento de la ley, es decir, de la interiorización de las normas sociales, se produce a través de un enfrentamiento a muerte (fantaseado pero vivido como real). Lacan, por el contrario, “sólo supone el reconocimiento formal, pacífico, del nombre del padre como propio: a cambio del reconocimiento de la ley recibe su apellido”.[29] En la interpretación de Rozitchner, resulta clave la presencia de las tres angustias de muerte que, según Freud, demarcan los límites al sujeto: ante el ello, ante el superyó y ante la realidad.[30]
Como vemos, Rozitchner sostiene que la interpretación de Lacan omite el terror de muerte a partir del cual se produce la constitución histórica de la subjetividad adulta. Tal vez esta diferencia entre ambos se deba también al distinto lugar que cada uno de ellos le otorga a la experiencia. En el seminario V Lacan afirma: “De lo que se trata, como destaco en todo momento, es de una estructura, constituida no en la aventura del sujeto, sino en otra parte, en la que él ha de introducirse”.[31] Rozitchner, alejado de las lecturas estructuralistas y más cercano a la tradición fenomenológica francesa, considera fundamental la pregunta por la experiencia histórica del sujeto. El hincapié no se encuentra en el modo en que el niño se introduce en un orden social preexistente, simbólicamente estructurado, sino en la vivencia del tránsito que lo incorpora a la sociedad. A esto se debe el enorme interés del filósofo argentino por el enfrentamiento vivido por el niño y las huellas que esta experiencia deja en su vida política adulta.
Veamos el siguiente pasaje que, aunque extenso, resulta clarificar con respecto a este punto. Rozitchner afirma que
Freud describe a la castración como un hecho de experiencia histórica: como una determinación patriarcal en la escisión del yo en nuestro acceso a la cultura. (…) Freud no dice que la ley del padre sea un hecho pasivo de estructura: dice claramente que no hay ley sin violencia y por lo tanto sin resistencia de quien terminará sometiéndose a ella. No es un pacto formal y pacífico donde el hijo agradecido recibe su nombre a cambio de aceptar la ley paterna. Sus consecuencias negativas como reorganizadoras de la subjetividad son enormes: las tres angustias de muerte que acorazan y limitan la conciencia, la imposición de una razón aterrorizante que corta sus amarras con la experiencias más viva, el terror que limita el pensamiento.[32]
Como pudimos ver en este apartado y en el anterior, Rozitchner y Lacan realizan dos descripciones muy diferentes de la constitución histórica del sujeto. Esta diferencia es la que lleva al filósofo argentino a ser crítico de la lectura que el francés realiza de los trabajos de Freud. Ahora bien, en la obra de Rozitchner, la pregunta por la constitución histórica del sujeto no es abstracta, meramente teórica, sino que se encuentra organizada por un interrogante político fundamental: ¿cómo pensar desde el proceso por el que el sujeto se convirtió en lo que es la posibilidad histórica de su transformación? Es decir, ¿cómo pensar aquello que Marx llamó praxis revolucionaria tomando como punto de partida las premisas de la constitución histórica del sujeto? Si aceptamos que ambos problemas se encuentran vinculados, esto querrá decir que las diferencias entre Rozitchner y Lacan tendrán también consecuencias políticas divergentes. A continuación nos centraremos en este punto.
Partimos de una doble diferencia desde la cual Rozitchner realiza su lectura crítica de Lacan. Para el primero, al comienzo hay un lleno que se produce en la experiencia arcaica con la madre; para el segundo, habría un vacío originario que debe ser ordenado. Tal como vimos, esta diferencia repercute en el modo en que cada uno de ellos describe el complejo Edipo. Para Rozitchner, como al comienzo hay un lleno, el complejo parental aparece como un proceso por el que se produce un corte con respecto a esa completud arcaica. Para Lacan, en la medida en que el punto de partida es la fragmentación y el vacío, el complejo parental es comprendido como aquello por lo cual se instaura la ley que permite la conquista de un orden. En ambos casos se produce el acceso a la normatividad social, a un cierto orden histórico. Pero el punto de partida, y por tanto las consecuencias políticas, son completamente diferentes.
Para Rozitchner no hay por qué demostrar la existencia del cuerpo: es algo dado. Por eso es que puede afirmar que su punto de partida es materialista. Lo que correspondería demostrar, siguiendo los planteos del filósofo argentino, es el proceso histórico por el cual ese lleno original arcaico acabó por disgregarse. De allí, nuevamente, la importancia del complejo de Edipo en tanto corte con respecto al lleno materno. Ahora bien, esto no se produce de igual manera en cada sociedad: en alguno de los últimos escritos de su obra, Rozitchner se ocupará en señalar que cada cultura, cada entramado histórico, cuenta con un complejo parental específico que da la pauta de la singularidad de ese corte que permite el tránsito hacia lo social. En función del interés político que guía la lectura de Rozitchner, la diferencia del inicio de la vida como lleno o vacío resulta crucial en la medida en que, si al comienzo estuviera el vacío, la discordia y la fragmentación nada tendrían que ver con las determinaciones histórico-sociales, sino que aparecerían, por así decirlo, como algo propio de la caída del infante humano al mundo.
Solo partiendo de esta diferencia, se comprende por qué es tan importante para Rozitchner el hecho de que el Edipo sea un acontecimiento de sangre, un duelo: “y este hecho de sangre que constituye el comienzo de la individualidad no reposa sobre una entrega pasiva y rendida al poder del padre”.[33] Si en el niño existió una rebeldía primera, esto quiere decir que se produjo también la memoria, aunque inconsciente, de una resistencia. Desde sus escritos de los años setenta, el interés de Rozitchner por el complejo de Edipo tiene por propósito comprender el modo en que las vivencias tempranas de la infancia se prolongan hasta incluir en ellas “a las demás instituciones en las cuales se prolonga como formas comunes de dominación”.[34] A esto se debe su énfasis en distanciarse de “la interpretación encubridora de un Lacan, donde impera el determinismo absoluto de lo simbólico como término”.[35]
Recordemos que Rozitchner, desde los inicios hasta el final de su obra, concibe a la praxis como una “continua destrucción de las prácticas ya solidificadas, para descubrir la racionalidad de lo real durante el proceso mismo en el cual el objetivo que se persigue le va, paso a paso, construyendo”.[36] En este sentido y siguiendo a Freud, sostiene que es necesario actualizar un estrato reprimido del acontecimiento “que instauró la represión para encontrar allí el lugar donde la actividad que lo constituyó, y su sentido histórico, aparezca”.[37] Si el Edipo estableció una primera resistencia frente a las normas culturales, toda destrucción de las prácticas ya solidificadas, es decir, toda praxis, implicará, por tanto, un vínculo con esa experiencia primigenia.
Otro de los puntos que Rozitchner señala en su lectura de Lacan, es que para Freud –a diferencia del o que sucede con el francés– el complejo parental se articula con el problema de las masas. Para Rozitchner, en la medida en que la salida convencional del complejo de Edipo termina cercenando al sujeto en su propia individualidad por la angustia de muerte, ya sea de un modo interno –a través del superyó– o de un modo externo –mediante las instituciones represivas–, la movilización popular ocupa un lugar de suma importancia en tanto esta permite “ampliar los límites de la propia individualidad”.[38]Recordemos que, en su conferencia de 1973, al diferenciarse públicamente del lacanismo argentino, Rozitchner presenta una exposición titulada “Un Freud excluido. El problema de las masas”. Como ya mencionamos, no existe un registro escrito de esta conferencia, pero podemos suponer que en ella se hicieron presentes sus investigaciones sobre los trabajos freudianos que ya había publicado en 1972 como Freud y los límites del individualismo burgués y en las que insistiría algunos años más tarde en Freud y el problema del poder.
Con el interés puesto en las prácticas políticas colectivas, Rozitchner sostiene que el análisis freudiano sobre las masas artificiales se vuelve relevante en la medida en que conduce a “otro tipo de masas, las llamadas espontáneas. Esas masas se organizan y se reúnen al margen del poder instaurado y contra él, a partir del común deseo insatisfecho”.[39] Es en este tipo de masas donde los límites pueden desarmarse y las categorías sociales convencionales logran suspenderse: se intensifican los afectos, se extiende la corporeidad individual hasta fundirse en un cuerpo común, se produce el descubrimiento de unas nueva fuerza. Sin embargo, según Rozitchner, esto sigue produciéndose dentro de los límites del sistema.
Rozitchner reconoce que la espontaneidad de las masas no genera la recuperación del poder extraviado, tampoco nuevos saberes y prácticas colectivas. En la masa espontánea solo se disuelven los límites del yo, solo se pone en suspenso momentáneamente el narcisismo de la realidad histórico-social. Por este motivo, Rozitchner introduce otro tipo de masas, ausentes en los textos freudianos: las masas revolucionarias. Así como las masas artificiales expresan una congruencia con la realidad convencional y las espontáneas representan una ruptura con estos límites, las masas revolucionarias aparecerían como aquellas que permiten dar lugar a la praxis. Estos aportes de Freud que para Rozitchner resultan fundamentales, son impensables desde la interpretación de Lacan.
En la medida en que la pregunta conjunta por el sujeto y la praxis es en la filosofía de Rozitchner una pregunta eminentemente política, lo que interesa de las diferencias teóricas con Lacan son, por así decirlo, sus consecuencias prácticas.[40] El filósofo argentino sostiene que la lectura de Lacan, orientada casi exclusivamente a los problemas ligados a la clínica, excluye el potencial político de los textos freudianos. Ya desde sus inicios como lector de Freud, Rozitchner es tajante con respecto a este punto: “no hay cura individual, no hay salida para el conflicto planteado en el Edipo, a no ser que se recupere el poder allí hipostasiado en la negación de las instituciones actuales y reales que prolongan esa dependencia”.[41]Si el malestar vivido tiene sus orígenes en la sociedad histórica a la que el sujeto pertenece, la solución se encontrará necesariamente en el campo de la política.
A lo largo de estas páginas hemos analizado la lectura crítica que Rozitchner realiza de los textos de Lacan. A partir de la descripción de las diferencias que el filósofo argentino señala respecto del modo en que el francés caracteriza al comienzo de la vida humana y el modo en que comprende al complejo de Edipo, hemos mostrado las razones por las que Rozitchner entiende que el retorno a Freud propuesto por Lacan excluye algunos elementos cruciales del psicoanálisis freudiano para la reflexión política. Esta crítica que comienza durante los años setenta, se mantiene y desarrolla hasta el final de la filosofía de Rozitchner.
Ahora bien, en los últimos veinte años de su obra comienza a tomar un lugar fundamental la crítica al cristianismo, entendido éste como la mitología que, desde la infancia, organiza la matriz histórica por la que hombres y mujeres ordenan su relación con la vida adulta. La mitología cristiana es entendida como un conjunto narraciones e imágenes que, Edipo mediante, constituyen el modo en que los sujetos occidentales perciben y piensan el mundo del que forman parte. Esto es algo que se produce más allá de la religión o ateísmo que individualmente se asuma: son las categorías con que las que nos incorporamos al mundo social. En esta filosofía tardía de Rozitchner, la mitología es el fondo que sirve de soporte afectivo e imaginario a la razón histórica. En este sentido, a partir de sus trabajos de los años noventa, el filósofo argentino se ocupará de pensar las implicancias de la mitología cristiana en la constitución histórica de los sujetos. Allí, nuevamente, tendrá una importancia crucial la simbiosis arcaica con el cuerpo de la madre. Durante este último período de su obra, la mitología cristiana será entendida como el corte más radical que ninguna cultura haya hecho respecto a las experiencias de la infancia arcaica.
No quisiera finalizar este trabajo sin realizar una breve referencia acerca del modo en que este particular enfoque de Rozitchner, se articula con su lectura crítica de los trabajos de Lacan. Tal como vimos, una de las principales diferencias entre ambos se encontraba en el hecho de que Rozitchner partía del lleno de la experiencia arcaica con la madre como un origen histórico material, mientras que Lacan lo hacía desde una posición ligada al vacío. En diversos pasajes de su libro La Cosa y la cruz, el filósofo argentino vincula esta posición inmaterial con la metafísica agustiniana. Esto se debe al hecho de que Agustín parte de la inmaterialidad de la idea en Dios que, posteriormente, de algún modo debe convertirse en cuerpo. Hay un camino que va desde el vacío hacia la organización de un orden normativo, que Rozitchner advierte similar en Lacan y en Agustín. Esto es algo que aparece de un modo explícito en su lectura de Confesiones, pero también en muchos de sus trabajos posteriores. En términos generales, podríamos decir que el filósofo argentino advierte “la persistencia de una concepción del sujeto cristiano cuya teoría y adoctrinamiento Lacan toma de San Agustín: no tienen nada que poner adentro, porque no hay nada que llene la falta”.[42]
A diferencia de Lacan y Agustín, tanto Freud como Rozitchner realizan un planteo no cristiano a la hora de pensar el origen de la vida y la constitución histórica del sujeto. El filósofo argentino detecta una afinidad entre ambos o, mejor dicho, una clara influencia del pensamiento agustiniano en la teoría de Lacan. Esto es algo que también puede advertirse en la lectura del complejo de Edipo, en la que, según el psicoanalista francés, el padre que el niño enfrenta “tiene un carácter social adulto, el de la cultura, y no la imagen infantil que el niño tiene del padre: es ya un padre degradado. Es casi textual la imagen que nos da San Agustín del maestro en De Magistro”.[43] Tal como vimos en el apartado anterior, en este señalamiento de Rozitchner no hay una mera discrepancia teórica, sino un problema del que se extraen consecuencias políticas.
Leer, decíamos en la introducción a este trabajo, es para Rozitchner un enfrentamiento con una coherencia conceptual diferente que le permite reconocer las diferencias que existen con sus propias posiciones. El caso de Lacan, como intentamos mostrar a lo largo de estas páginas, no fue una excepción.