Reseñas y comentarios
![]() | Casaurang María Virginia. Una vida para la libertad. Lou Andreas–Salomé. Musa de Nietzsche, Rilke y Freud. San Martín. Uuirto. 264pp.. 9789878297705 |
---|
Recepción: 01 Mayo 2024
Aprobación: 01 Junio 2024
Hay una paradoja que caracteriza a la relación entre la mujer y el ámbito de lo público. Independientemente de orientar lo que su acción creadora genera a los fines de ser reconocida, la mujer suele crear en silencio porque, en realidad, más que crear para divulgar, le interesa la creación misma. Sin justificar la resistencia del público a reconocer el lugar que se merece, esta actitud puede tener que ver con un propio situarse al margen del mundo cultural de su época para producir en soledad, sin estridencias ni expectativas de aprobación. Después de todo, la mirada que recupera “la obra de una mujer y su talento” suele ser la misma que le otorga ese valor por “ser mujer”, es decir, “diferente”. Esta “diferencia” se constituye en la condición previa para reforzar la constitución de un sujeto que sabe, evalúa y autoriza, de carácter masculino. Cuando en las obras (literarias, artísticas, filosóficas, científicas, etc.), se tematiza esta perspectiva jerárquica, se representa siempre como una relación performativa de doble entrada: la mirada superior hacia lo diferente periférico y el horizonte simbólico a partir del cual algunos tienen el poder de descripción y otros están subordinados a la imagen que se forma de ellos. Teniendo en cuenta el poder (definitorio) de los discursos, no puede haber identidades “naturales” pues se han refractado en el espejo de quienes escriben la historia: de las individualidades, de los grupos, de las instituciones, de las sociedades. Sólo el arte parece liberar espacios de juego en los que desaparece el efecto cosificante de la mirada del otro para reinventarse con un guion propio, para negarse a aceptar lo indeterminado de la calificación de ser «una mujer».
Lou Salomé (1861–1937) es una autora fundamental para entender la vida intelectual del cruce de los siglos XIX y XX. Pocos intelectuales —hombres y mujeres— han conseguido crear una voz tan personal y reconocible como la obra de esta maravillosa escritora, que abarca cincuenta años de imágenes deslumbrantes y expresivas metáforas. Lou Salomé, irrepetible, lúcida, vital. Alejada de las oposiciones binarias y los conceptos esencialistas de la subjetividad, partidaria de relativizar la distinción entre lo corporal y lo intelectual, y de distender la división entre la filosofía, la música y la poesía.
Lou Salomé recrea con su ingeniosa pluma, la rebelión artística que abrió camino al advenimiento de una nueva forma de entender el arte a partir del cuestionamiento al tradicional concepto de “representación”, la filosofía “después de la filosofía” y las ciencias del hombre orientadas a la comprensión de la psiquis, el descubrimiento del inconsciente y el rol del mundo simbólico. Esta solidaridad se manifiesta y reverbera en los distintos niveles de la construcción de su pensamiento: ideal de la sabiduría humana entendido como aquel orden por el cual la inteligencia llega al amor y la conciencia al éxtasis. En este contexto, demostró que el deseo de felicidad y la elegancia del “bello sexo” pueden claramente no ser incompatibles con el interés sobre los grandes temas de debate en el campo de la filosofía, la ciencia y las artes, poniendo en discusión la tensión entre el artista y la cultura, el valor de la verdad y los avatares de la finitud.
Mujeres como Lou Salomé, no tuvieron que esperar a los estudios sobre género para acercarse a la idea de que las imágenes de una supuesta “femineidad” o identidad de sexo son siempre resultado de construcciones culturales. Personaje apasionante como pocos, que logró moverse con naturalidad en los círculos mayoritariamente masculinos de la época, ganándose el respeto de sus contemporáneos por su solvencia estilística y avidez intelectual.
Sus obras denotan una seguridad formal en piezas compuestas a una edad en que apenas se realizan tanteos, como si de entrada hubiese alcanzado cierta forma de sublimidad gracias a lo que buscó y al modo en que lo realizó. La crítica de Lou Salomé pone de manifiesto una diferencia deliberada. Diferencia en la que no se aísla tomando distancias sino profundizando tan apasionada como escrupulosamente una comunidad de pensamiento y de saberes, haciendo aparecer enigmas escondidos bajo valores aceptados y normas consolidadas por la sola fuerza de la costumbre.
María Virginia Casaurang ha tenido a su cargo la compilación de artículos que lleva por título Una vida para la libertad. Lou Andreas–Salomé, musa de Nietzsche, Rilke y Freud. La complejidad y amplitud de los temas aquí tratados requeriría un amplio desarrollo discursivo. Sin embargo, por motivos editoriales haremos un acotado examen de las contribuciones, cerrando con algunos comentarios finales.
Luego de un Prólogo donde se sintetiza el contenido de cada capítulo y de una Introducción en la que se establecen las “Perspectivas de interpretación” y se incluye una cronología de Lou Andreas–Salomé (Graciela L. Ritacco), se suceden cuatro capítulos: el primero lleva por título “Lou von Salomé y Friedrich Nietzsche: el encuentro de dos espíritus libres” (Zulema Pugliese); el segundo se ocupa de “Lou y dos relatos en espejo de su propia vida: Fenitschka y Un desvío” (Silvia L. de Olaso);el capítulo tercero se detiene en “Rilke y Lou Andreas–Salomé. Una relación incentivada por la poesía de la vida” (María Gabriela Rebok–Holz), y el cuarto capítulo desarrolla “Un vínculo fecundo. Lou Andreas–Salomé y Sigmund Freud” (Silvia L. de Olaso). El volumen, que se cierra con una Addenda y un Epílogo, admite diferentes niveles de lectura, cada uno de los cuales merece una atención particular, según el interés este orientado a conocer la vida y obra de Lou Salomé, profundizar en el pensamiento de Nietzsche, Rilke y Freud, o, en ambas direcciones y de manera complementaria.
En el primer capítulo, Zulema Pugliese señala los comportamientos de la sociedad generados por el “cambio de época” en el tránsito del siglo XIX al XX. Se refiere, en líneas generales, a la evolución de la personalidad “atrapante y con encantos propios” de Lou Salomé, especialmente en relación con el descubrimiento del “espíritu” y una búsqueda de respuestas acerca la existencia de lo divino. En este contexto, pone de manifiesto el valor de la amistad, lo que la llevó a relacionarse con Friedrich Nietzsche, Paul Rée y Friedrich Carl Andreas, con quien contrae matrimonio. Pugliese destaca las publicaciones En lucha con Dios (1885) y Mirada retrospectiva (1951, 1ª.edición alemana) así como las reseñas de obras de teatro, por ejemplo, Henrik Ibsen Frauengetstalten (1892) en las que Salomé se refiere a la psicología de los personajes femeninos de la obra de Ibsen.
Escribir suele representar el deseo profundamente faústico de alcanzar las propias fronteras. La escritura suele ser para quien escribe, una primera navegación. Bajo esta luz, el segundo capítulo, gira en torno a la perspicaz afirmación de Silvia L. de Olaso de que toda la obra de Lou Salomé debe ser considerada como la expresión de una metáfora que condiciona las posibilidades de encuentro entre una representación interna de autonomía y el rechazo a toda influencia externa de prejuicios sociales y culturales. Un “abrirse paso” en el sentido de las propias fuerzas, pero también de la elección de los lugares: el sueño como camino de retorno, la situación de sumisión que puede darse en el plano de los vínculos maritales, la localización del deber y su cumplimiento que hace pie en los cuerpos. Se detiene en dos relatos de nuestra autora: Fenitschka y Un desvío, ambos correspondientes al año 1898 y anticipando intereses orientados al conocimiento de la vida psíquica y el desciframiento analítico del inconsciente que Salomé canalizará más tarde en sus estudios con Freud. En ambas narraciones, de Olaso destaca el rol de personajes llevados por el deseo profundo de una convivencia armónica, previsible, pero también atravesada por la polarización y las contradicciones emergentes de relaciones sujetas a los grandes cambios y el fracaso de las utopías.
Para volver a captar con la mayor proximidad la operación de la imaginación creadora, hay pues que volverse hacia lo invisible dentro de la libertad poética. En un estimulante recorrido por la obra de Rainer M. Rilke y su relación con Lou Salomé, el tercer capítulo de la obra, a cargo de María Gabriela Rebok, es una muestra del intento por no escapar de las perplejidades e interrogantes que genera el arte cuando, según Rilke, “estamos dispuestos a penetrar totalmente en las dos grandes profundidades del ser humano: el amor y la muerte”. Rebok se detiene, abundando en fascinantes detalles, en la consagración de ambos autores a dar respuestas a los interrogantes que las querellas del tiempo, del amor y de la vida plantean a los poetas, lugar de la apertura luminosa de las palabras, los sentimientos y los sueños, en el marco de “el canto a la vida” (Lou) y “la búsqueda del Dios venidero” (Rilke). La contribución es enriquecida por un aparato de notas que integran de modo eficaz el texto y resulta ser una fuente de indicaciones útiles para los estudiosos de estos autores.
En el cuarto y último capítulo, Silvia L. de Olaso comienza con una biografía de Freud señalando algunos de sus conceptos más relevantes: histeria, neurosis, trauma, hipnosis, el rol de los sueños y los alcances del tratamiento psicoanalítico. También algunas duplas arquetípicas: Tótem y Tabú, Superyo y yo, y Eros y Tánatos. A continuación, se refiere a publicaciones de Freud hasta que, finalmente, aborda la cuestión del vínculo con Lou Salomé (1911–1912) quien luego de la relación con Rée y Nietzsche se acerca a él en el Congreso de Psicoanálisis de Weimar de 1911. La autora señala que, en su diario, Aprendiendo con Freud (1912–1913) Lou pone de manifiesto su interés por la teoría freudiana acerca de los vínculos interpersonales, el significado de la muerte y el impacto del arte sobre la vida humana, con especial atención hacia la doctrina de Freud sobre el «inconsciente». Narcisista y rebelde, las sensaciones y sentimientos de Lou en este contexto, estarían asociadas a su infancia y antecedentes familiares, habiendo encontrado en Freud quién la comprendiera y Freud en ella, alguien que lo cuestionara, por ejemplo, en su concepción de “la angustia de nacimiento como prototipo de toda angustia posterior”. En 1915, Lou Salomé se convierte en colaboradora de Freud entablando una auténtica amistad con su hija Anna, a la vez que asistiéndolo en el tratamiento de sus pacientes y participando de su círculo académico. En las conclusiones de su artículo, Silvia L. de Olaso nos transmite una imagen controvertida de Lou Salomé. Así dice: “Muy lejos del nihilismo e individualismo contemporáneos, Lou aparece intensamente afirmada en su propia individualidad, poseedora del látigo que en la figura de la carroza (ver foto: Lou Salomé, Nietzsche y Rée, Lucerna, 1882) ejerce el dominio y poder sobre los hombres, quienes prendados de su belleza e inteligencia caen rendidos a sus pies”.
El libro proporciona un marco acorde con el tema de la reunión de los artículos. Permite reconocer modelos visuales, planos recurrentes, encuadres y motivos que sostienen la comunidad de las partes, descubriéndonos en cada capítulo, la singularidad de una mujer notable a través del diálogo e intercambio con algunos de sus contemporáneos. Ahora bien, la paradoja de la obra de Lou Salomé, puede cristalizarse en el absurdo de una escritura carente de interlocución. No es lo mismo rescate que reconocimiento. Si de esto último se trata, la obra de Lou Salomé debería ser pasible, no de mistificación, pero sí de la posibilidad de interlocución igualitaria, de tal modo que su pensamiento sea un fin en sí mismo y no sólo de conexión vincular con otros autores. Esto implicaría asimilar el sentido de su aporte al propio pensamiento, familiarizarnos con su interés filosófico y sus propios escritos, y no tanto con aquellos que resultan de su pulsión teórica pero plasmados en una escritura ajena.
Lou Salomé ha abierto un estimulante campo de emociones, pasiones y sentimientos, pero también de reflexivo goce estético, trabajo intelectual e investigación teórica principalmente porque hace aflorar algunos interrogantes que cuestionan y obligan a reconsiderar los principios de un sistema de pensamiento colonizado por voces masculinas. Lou Salomé se parece a sí misma, lo que se traduce en una personalidad polifacética que sitúa su obra en el cruce singular entre creación literaria, pensamiento filosófico y talento estético. Aquí hay una curiosidad entusiasta por encontrar respuestas al deseo de verdad con la certeza de que lo puesto en juego debe hacer aparecer lo profundo y oculto del goce. Aquí hay un pensamiento vivo que preserva la soberanía de la palabra sabiendo que en lo extático de lo poético puede revelarse la pérdida absoluta del sentido pues no se trata de la consciencia de sí, sino de la apetencia de lo desconocido. Aquí hay una mujer que no se conforma con el encadenamiento de las razones y la fuerza de los argumentos si estos excluyen la posibilidad de un razonamiento capaz de abismarse en la embriaguez de una sensibilidad de artistas. Si Lou Salomé resiste absolutamente a la exégesis crítica, es porque su vida y su obra resisten, absolutamente, la ejemplificación como tal.
Es realmente difícil fijar las coordenadas del perfil intelectual de una mujer ateniéndonos a lo que representa su obra. Tras las pretensiones de validez en apariencia universales se ocultan las pretensiones subjetivas de poder inherentes a las estimaciones valorativas. El ansia de querer unificar la totalidad de lo que una mujer sea, en una entidad tan inmaterial como imposible, constituye a todas luces una pretensión que suele convertirla en nadie. Es decir, cuando de una mujer se trata, los planos que tanto se aproximan, se distancian, por lo cual, cuando se escribe sobre ella, es prácticamente ineliminable el riesgo de terminar hablando de los hombres. Pero, ¿Cómo llevar adelante la empresa de sostener el intento de referirnos a su obra y evitar hacerla girar como un satélite alrededor de sus maestros, amigos, colegas y amantes? ¿Cómo evitar una cronología de acontecimientos que nos distraiga de ir al núcleo de la cuestión cuando lo que está en juego no es la hojarasca de los hechos sino la profundidad del pensamiento de una mujer que analizó, reflexionó y produjo conocimiento, no sólo por ser la contemporánea de “esos” hombres sino por ser, sencillamente “ella”? ¿Cómo evitar caer en un relato historiográfico y el consiguiente riesgo tedioso de la repetición de datos, fechas y situaciones? ¿Cómo no correr el riesgo de privilegiar la asimetría entre lo masculino y lo femenino, viendo lo femenino, inevitablemente, como un complemento de lo masculino? ¿Cómo no asociar la “escritura femenina” con el discurso estereotipado que se refleja en los sentimientos amorosos y la inevitable ensoñación ante la presencia del amado? ¿Cómo librarse de la inclinación a cristalizar “lo femenino” en una abstracción que agota toda alteridad “real” en una representación asexuada, bucólica y etérea, tan impoluta como inalcanzable –“la chica de los sueños” o “la diosa ignífuga”? ¿Cómo evitar considerarla sólo como “algo para ser mirado”, accesible, sumisa y disponible a la observancia de un espectador imaginario? Tal vez las respuestas a estas preguntas puedan encontrarse en el intento por recuperar su originalidad, la de su pensamiento, la de su obra. Y no mediada por la obra y el pensamiento de otro/s para luego encontrarle un espacio, tan valioso como secundario, o mejor, valioso porque secundario,… El hecho de ser un volcán devorado por todo tipo de pasiones en nada altera el rigor. El “derecho a decirlo todo” quedando al borde del abismo, no sólo vale para Nietzsche; el deseo de goce que nos mueve a ir detrás de la música, como un deber más que como una necesidad, no sólo es lícito para Wagner; la reivindicación del erotismo y de la pulsión de vida, no es sólo una alternativa para Freud; la capacidad de atrapar realidades en palabras con un nivel de condensación tal que surja materia en estado cristalino, no es sólo una virtud reservada para Rilke.
La irrupción de Lou Salomé en este contexto, –quien se ha permitido decir: “No puedo vivir conforme a ejemplos ni voy a representar jamás un ejemplo para nadie…”– se caracteriza por una originalidad que no le viene de la coexistencia pacífica o de la complicidad teórica con el discurso de la tradición, pero tampoco con sus contemporáneos. Como ellos, Lou Salomé, encontró en la vida intelectual la forma de expresar una voz única y propia, diferente. Demostrando que no puede ser anclada, retenida, sujetada, que desborda el cauce, el plano, el encuadre, que se niega a ser medida, juzgada, entronizada en un pedestal o rescatada del olvido en una “historia de las grandes mujeres”, aquellas que “a lo sombra” han colaborado con la grandeza de los hombres. Como ellos, descubrió que la fascinación constante de quien no se conforma y la fantasía crítica de dislocar el campo solidificado de las costumbres, el poder del deseo y el derecho a la locura que bucea en los mares desconocidos de lo inexpresado —y de lo que a menudo se teme—, no es para complacer a los demás percibiéndose a través de los otros, sino para disfrutar del mundo y de la vida, resistiéndose a transitar por los mismos caminos sin dar un paso atrás. Resistencia y por eso mismo abertura a la huella que rompe. No ya escritura simplemente transcriptiva. No ya el decir de la mera repetición de un texto previo dicho por otros. No ya completar la conversación iniciada supliendo lo que falta. No ya la aceptación del lugar marginal de la nota a pie de página. No ya ser el post–scriptum de la palabra prestada. No ya reflejo sino fuerza.
Poner–de–pie la obra de Lou Salomé es reconocerla en su singularidad irrepetible, en su transitar a través de un paisaje volcánico y ser consciente de ello, en su ascenso a una altura inhospitalaria espontáneamente elegida y poéticamente buscada. Es mostrarla en la sonoridad, entonación e intensidad de sus palabras en todos los registros. Es imaginarla entre sus escritos, sus papeles, sus libros… con los pies en la tierra, pero por encima de la copa de los árboles.