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Gabriela Rodríguez Rial, Tocqueville en el fin del mundo. La Generación de 1837 y la Ciencia Política en Argentina, Buenos Aires, Miño y Dávila, 2022
Manuel Tizziani
Manuel Tizziani
Gabriela Rodríguez Rial, Tocqueville en el fin del mundo. La Generación de 1837 y la Ciencia Política en Argentina, Buenos Aires, Miño y Dávila, 2022
Tópicos, núm. 46, e0103, 2024
Universidad Nacional del Litoral
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Reseñas y comentarios

Gabriela Rodríguez Rial, Tocqueville en el fin del mundo. La Generación de 1837 y la Ciencia Política en Argentina, Buenos Aires, Miño y Dávila, 2022

Manuel Tizziani
Universidad Nacional del Litoral (UNL), Argentina / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina
Tópicos, núm. 46, e0103, 2024
Universidad Nacional del Litoral
Rodríguez Rial Gabriela. Tocqueville en el fin del mundo. La Generación de 1837 y la Ciencia Política en Argentina. 2022. Buenos Aires. Miño y Dávila. 176pp.. 978-84-18929-16-8

Recepción: 01 Julio 2024

Aprobación: 01 Agosto 2024

Gabriela Rodríguez Rial, Tocqueville en el fin del mundo. La Generación de 1837 y la Ciencia Política en Argentina, Buenos Aires, Miño y Dávila, 2022.

La Democracia en el Plata. He allí el título del primer tratado de Ciencia Política criolla, cuya existencia histórica nos fue arrebatada junto con la temprana muerte de Esteban Echeverría (1805–1851), pero cuya estructura y contenido Gabriela Rodríguez Rial nos invita a reconstruir por medio de la imaginación, casi borgeanamente, hacia el final del primer libro que firma como única autora.[1] El título de este estudio “conjetural”, para retomar otra imagen cara a la literatura de Borges,[2]ya lo dice todo: se trata del tercer tomo de una extensa obra concebida y publicada al otro lado del mundo por un célebre francés, Alexis de Tocqueville (1805–1859), entre 1835 (tomo I) y 1840 (tomo II), y en cuyas páginas se ofrece un pormenorizado análisis de una realidad política y social enteramente nueva: la de la América del Norte.

El tercer tomo ya no concentra su mirada en aquella América Septentrional, aunque tampoco la pierda de vista —sobre todo, en el caso de Sarmiento— sino en las extrañas de la pampa. Los autores de este estudio colectivo, escrito “a varias manos” (p. 156), no son otros que un grupo de jóvenes que, llegados a la vida en las inmediaciones históricas de la revolución de mayo de 1810, se proponían develar un enigma, tal como lo había logrado hacer antes Tocqueville con aquellos americanos del norte. ¿Cómo congeniar la afición igualitaria que experimentan los seres humanos modernos —es decir, aquellos nacidos luego de las revoluciones de los siglos XVIII y XIX— con un régimen de gobierno representativo, con rasgos liberales y libertades republicanas, que fuera capaz de garantizar la estabilidad política y la prosperidad material? ¿Qué instituciones eran necesario concebir y diseñar, teniendo en cuenta las peculiaridades físicas, geográficas, históricas y morales de la comunidad rioplatense? ¿Qué democracia era posible en estos agrestes, alejados e inconmensurables territorios, en cuyo horizonte suele ser muy difícil distinguir en dónde termina la tierra y principia el cielo? ¿Qué pueblo habita este “desierto”, y por medio de qué mecanismos era posible modificar sus hábitos y sus costumbres, a fin de hacerlo capaz de habitar en un mundo político inaugurado por una revolución en la que los hechos se habían anticipado a las ideas,[3] o, para decirlo de otro modo, en el que la democracia, como forma de sociedad, había irrumpido sin aguardar ninguna reforma institucional?

El libro de Gabriela Rodríguez Rial puede ser leído de múltiples maneras, o en varios planos simultáneos. En primer lugar, puede ser interpretado como un estudio de historia de las ideas, que pone el foco en diversas biografías intelectuales y se propone como un relato detallado de la fortuna experimentada por las nociones tocquevillianas en el Río de la Plata. En segundo plano, puede ser comprendido como estudio de recepción, o de “historia efectual” (Wirkungsgeschichte) —para retomar la categoría de Hans–Georg Gadamer—[4] esto es, como una investigación sobre la formas de lectura y los usos de quienes adoptaron y aclimataron las ideas de Tocqueville a un contexto que les resultaba ajeno. En tercer lugar, puede ser entendido como un libro de teoría o filosofía política, en el que las consideraciones sobre Tocqueville y la Generación de 1837 son solo una excusa para reflexionar sobre cómo los seres humanos debemos organizar nuestra vida en común, y, en particular, sobre el valor que tiene la democracia en ese proyecto colectivo. En un último plano, el libro incluso puede ser considerado —ya desde el subtítulo— como una reflexión metateórica, que discurre (a la vez que pone en cuestión) las formas en las que la Ciencia Política se practica hoy en día, dotándola a su vez de una nueva genealogía en la Argentina.[5]

Por motivos de interés intelectual, así como también por una simple inclinación personal, de todas estas formas posibles, aquí me interesaría hacer algunos comentarios sobre la segunda de las opciones mencionadas antes, la cual nos permite ubicar al libro de Gabriela Rodríguez Rial en el marco de los estudios sobre la recepción, los cuales dejan a un lado a las “teorías difusionistas”[6]que presuponían que los intelectuales de los espacios geográficos periféricos aplicaban de manera pasiva y acrítica las ideas y teorías que tenían su origen en los centros de producción intelectual del norte.

No se trata ya de adoptar el esquema de “modelos” y “desviaciones”, guiados por la convicción de que los intelectuales latinoamericanos, si acaso los hubo, no han realizado aportes originales e inéditos al pensamiento político occidental, limitándose a reproducir de un modo imperfecto categorías europeas (por lo que la única tarea que cabría al historiador de las ideas de estas latitudes sería la de dar con la “anomalía local”),[7] sino la de reponer la dimensión activa de todo acto de lectura. Como supo decirlo Jorge Dotti:

hemos sido un país auditivo de las ideas de proveniencia externa, poroso a sus sugestiones… Ni siquiera la aduana ideológica más impermeable puede evitar este efecto paradójico: leer textos ajenos genera inevitablemente respuestas autóctonas; más aún: receptar y concretizar discursos que se originan en otros ámbitos es siempre un gesto original, por menardista que fuere. Así como todo autor precedente es inevitablemente contemporáneo a la lectura que de él se hace, así también toda idea receptada es necesariamente tan local como la comprensión y uso —argumentativo, retórico y/o político— que de ella se ensaya.[8]

Por esa razón, la parte del título del libro de Gabriela Rodríguez Rial que más interesa aquí no es la que la primera (“Tocqueville”), sino la segunda (“en el fin del mundo”; o, para retomar las palabras de la propia autora, “nuestro centro del mundo”). Porque, si bien es cierto que ese “fin del mundo” refleja un cierto “prejuicio eurocéntrico” que muchos tenemos internalizado, y que el personaje principal de la historia parece ser el autor francés, las páginas del libro nos van revelando que Tocqueville puede ser considerado en realidad —para retomar otra categoría de Jorge Dotti— como una suerte de “figura conceptual”,[9] esto es, como un “nombre ilustre” que los intelectuales de la Generación de 1837 suelen invocar como fuente de sus propias ideas, y como un antecesor doctrinario que sirve de respaldo de sus propios programas —cuando no una legitimación de la propia palabra— sin que ello suponga un ejercicio filosófico riguroso, ni un interés teórico por dar con el sentido último del texto del que se echa mano. Aunque, valga mencionarlo, la autora del libro se inclina a pensar que las lecturas de La democracia en América que hicieron los rioplatenses de la primera mitad del siglo XIX no tiene nada que envidiarle a las que se hicieron en otras latitudes más aventajadas.

¿Qué provecho sacaron de él los miembros de la Generación de 1837, o qué elementos toquevillianos podemos encontrar en los verdaderos siete protagonistas de esta historia?

En el caso de Sarmiento, al que se dedica el capítulo 2, el espectro de Tocqueville se hace presente en las páginas del Facundo, en las que el sanjuanino retoma y aplica el modo toquevilliano de hacer sociología–política, mixturándolo con un modo sudamericano.

A la América del Sud en general, y a la República Argentina sobre todo, [le] ha hecho falta un Tocqueville, que premunido del conocimiento de las teorías sociales, como el viajero científico de barómetros, octantes y brújulas, viniera a penetrar en el interior de nuestra vida política, como en un campo vastísimo y aún no explorado ni descrito por la ciencia, y revelase a la Europa, a la Francia, tan ávida de fases nuevas en la vida de las diversas porciones de la humanidad, este nuevo modo de ser que no tiene antecedentes bien marcados y conocidos.[10]

En su texto, Sarmiento asume la difícil tarea de explorar el espacio rioplatense con objetivos similares a aquellos con los que Tocqueville había desandado los caminos de América del Norte. Como dirá muchos años más tarde Ezequiel Martínez Estrada, de lo que se trataba era de ofrecer una “radiografía de la pampa”, de alcanzar una autocomprensión profunda de la naciente Confederación para así poder conducirla, por sus vías propias, hacia la civilización. No obstante, como bien lo ha indicado Andrea Pagni, Sarmiento se ve imposibilitado de servirse de los mismos instrumentos científicos utilizados por Tocqueville. Para descifrar el “enigma argentino”, hace falta mucho más que barómetros, octantes y brújulas; hace falta poseer el olfato del rastreador, el oficio del baqueano, pues “los territorios de la barbarie no pueden explorarse solamente con los instrumentos de la ciencia europea y el aparato teórico de la civilización”.[11]Es por eso que necesita la ayuda del muerto; de aquel que su supo comprender, interpretar y condensar en su propia persona las formas propias de todo un pueblo. “La figura de Facundo, entonces, es en el libro de ese nombre un instrumento cognoscitivo, una llave para abrir el enigma”, supo decir Oscar Terán.[12]

Además, a semejanza que el francés, Sarmiento es partidario de un republicanismo cívico cuya concepción de la libertad no se reduce a la “no interferencia”, al tiempo que nos deja ver su admiración por la forma institucional que la república moderna había adquirido en los Estados Unidos, en donde la igualdad se palpaba hasta en la forma de vestir. Una línea aparte merece el “lirismo descriptivo” que ambos autores comparten; esa posibilidad de crear imágenes con las palabras.

En caso de Alberdi, al que se dedica el capítulo 3, el rasgo tocquevilliano se deja ver en el análisis y en el diseño de las instituciones políticas, no meramente formalista o ideal, sino en estrecha relación con las prácticas sociales, las costumbres y las características socioculturales de una comunidad para la que se concibe una constitución. Además de su pasión por la “ingeniería institucional”, nos dice Gabriela Rodríguez Rial, Alberdi comparte con Tocqueville otras dos cualidades: por un lado, la de la “mirada de un ausente”, en la que se combinan la distancia del juicio con la cercanía que otorga el anhelo por entender una sociedad de la que sin embargo se forma parte; por el otro, la preocupación por el individuo, tanto en los efectos negativos que pudieran derivarse del egoísmo, como en los peligros que un poder estatal concentrado puede tener para la libertad individual.

El capítulo 4, de carácter “coral”, da voz a Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López, Félix Frías y Juan María Gutiérrez, en cada uno de los cuales aflora un particular gesto tocqueviliano. En el primer caso, lo que vincula a Mitre con Tocqueville es el hecho de que ambos “conciben a la revolución democrática como un motor de la historia moderna”, al tiempo que cada uno de ello supo “conciliar dos pasiones: la política activa y el estudio de los asuntos políticos” (p. 112). López comparte con Tocqueville su origen “patricio”, así como su preocupación por las amenazas que la libertad aristocrática puede sufrir en los tiempos democráticos. En el caso de Frías, cierto rasgo toquevilliano puede ser advertido en sus intereses por el rol político de la religión, mientras que, en el caso de Gutiérrez, la sombra del francés se hace presente cuando, en el análisis de la educación superior, se dejan en evidencia las complejas relaciones que existen entre lo antiguo y lo nuevo.

Finalmente, en el caso de Esteban Echeverría, al que se dedica el capítulo 5, el espectro de Tocqueville no sólo se hace presente en la intención de convertirse en el autor de la versión rioplatense de La Democracia en América, sino también en al menos tres ideas o convicciones políticas: la importancia del asociación, la relevancia otorgada al gobierno municipal y la intención de que el sufragio universal pudiera canalizarse institucionalmente a través de la representación política. En suma, Echeverría parece haber aprendido del autor francés que el dogma de la soberanía popular debía ser el credo fundamental de una sociedad que pretendiera definirse como democrática.

Antes de analizar cada uno de esos casos, en el capítulo 1, la autora vuelve a contarnos la historia de la conformación de la Generación de 1837.[13] Lo hace combinando la sociología–política y el análisis conceptual, y haciendo pie en el concepto de sociabilidad, el cual es definido de tres maneras diversas. En primer lugar, como

…un vocablo nativo que utilizan algunos miembros de la Generación de 1837 para referirse a un conjunto de reglas o valores compartidos que caracterizan a un determinado momento del proceso civilizatorio occidental moderno en un contexto temporal y geográfico determinados (p. 26)

En segundo lugar, como una serie de prácticas que aceitan y consolidan los vínculos sociales y políticos de los individuos en el marco de instituciones diversas, como los salones de lectura, los periódicos, los proyectos editoriales y las aulas. En tercero, finalmente, como una “red conceptual” construida por esos mismos individuos a partir de lecturas compartidas y discusiones teóricas, lo que se traduce en un cuerpo doctrinario común, y lo que nos permite a la vez volver a pensar el concepto mismo de “generación”. Espacios, lenguaje y filosofía de la historia…

Finalmente, luego de realizado todo su análisis, en el Epílogo del texto, Gabriela Rodríguez Rial vuelve a interpelarnos acerca de la importancia de volver a fijar nuestra mirada intelectual en Tocqueville, y a retomar el ejemplo de la apropiación que de él hicieron los miembros de la Generación de 1837. En esas lecturas, afirma la autora, se advierte una forma de recepción que “demuestra que podemos establecer entre Europa y América una comunicación filosófica que, aunque no exenta de los imperativos del colonialismo, sea fructífera y emancipatoria” (p. 166).

En suma, evocando por última vez a Borges, podríamos afirmar que, de la mano de los miembros de la Generación argentina de 1837, el francés Alexis de Tocqueville encontró, al igual que Francisco Narciso de Laprida en aquella ruinosa “tarde última”, su “destino sudamericano”.

Material suplementario
Notas
Notas
[1] Esta reconstrucción es presentada en la sección 3 del capítulo 5: “La Democracia en el Plata: prospecto imaginario de un libro que no fue”, pp. 150–157.
[2] Nos referimos, claro, al “Poema conjetural”, en el que Borges rememora la vida y la muerte de un antepasado distante, Francisco Narciso de Laprida, y que se publicó por primera vez el 4 de julio de 1943, en el diario La Nación.
[3] La expresión pertenece a Jorge Myers, “Ideas Moduladas: Lecturas Argentinas del Pensamiento Político Europeo”. Estudios Sociales, 26, 1, 161–174. https://doi.org/10.14409/es.v26i1.2531
[4] Hans–Georg Gadamer, Verdad y método, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1999, 8va. Edición, 2 vols.
[5] Algunas de estas discusiones aparecen en el Epílogo del libro: “La Ciencia Política en el nuevo mundo”, pp. 159–166.
[6] La expresión es de Paula Bruno, “Vida intelectual de la Argentina de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Un balance historiográfico”, PolHis, 5, 9, 2012, 69–91
[7] Estas ideas son desarrolladas por Elías Palti, ¿Las ideas fuera de lugar? Estudios y debates en torno a la historia político–intelectual latinoamericana, Buenos Aires, Prometeo, 2014.
[8] Jorge Dotti, Respuestas a la “Encuesta sobre el concepto de recepción”, Políticas de la Memoria, 8–9, 2008–2009, p. 98 [98–99].
[9] Jorge Dotti, La letra gótica. Recepción de Kant en Argentina, desde el Romanticismo hasta el Treinta, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras–UBA, 1992. Jorge Dotti, Carl Schmitt en Argentina, Homo Sapiens, Rosario, 2000.
[10] Sarmiento, Domingo Faustino, Facundo o Civilización y barbarie, Buenos Aires, Biblioteca del Congreso de la Nación, 2018, p. 36.
[11] Pagni, Andrea, “El relato de viajes y la Construcción de un lugar de enunciación para la literatura argentina: Alberdi, Echeverría y Sarmiento”, The Colorado Review of Hispanic Studies, 3, 2005, p. 90 [73–98].
[12] Terán, Oscar, Historia de las ideas en la Argentina. Diez lecciones iniciales, 1810–1980, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2012, p. 70.
[13] Reconstruida de manera exhaustiva por Felix Weinberg en el estudio preliminar de El Salón Literario. Buenos Aires, Hachette, 1958.
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