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Presentación
Presentación
Veritas, núm. 37, pp. 201-203, 2017
Pontificio Seminario Mayor San Rafael Valparaíso
Con ocasión de cumplirse los 50 años de la encíclica Populorum progressio (26.3.1967) del Papa Pablo VI, revista Veritas recuerda la importante Carta Pastoral “Desarrollo: éxito o fracaso en América Latina”, escrita en el año 1965 por Mons. Manuel Larraín Errázuriz, Obispo de Talca (Chile). En este contexto me han pedido que escriba algunas líneas a modo de Presentación.
En Populorum progressio el Papa Pablo VI menciona explícitamente la labor realizada por Mons. Larraín y también cita a pie de página la Carta Pastoral que ahora se publica nuevamente. A juicio del Papa, su hermano en el episcopado es uno de aquellos que ha dado “ejemplo” entregando parte de sus haberes (PP, 32). Muchos especialistas en el tema del desarrollo se han fijado en la importante labor del Obispo de Talca y Presidente del CELAM, pero lamentablemente no han atendido suficientemente a la enseñanza contenida en su Carta Pastoral, la cual se anticipa en varios aspectos a la Populorum progressio publicada en 1967.
Mons. Larraín aborda el tema del desarrollo en América Latina en su condición de Obispo, cuyo “deber es servir a las grandes inquietudes y problemas de la comunidad humana” a la luz del Evangelio y de la enseñanza de la Iglesia. Desde esta perspectiva, nada de lo que “toca al hombre, a su vida terrena y a su destino eterno” le es indiferente. Al asumir esta actitud Mons. Larraín se encuentra en la misma línea de inspiración del Concilio Vaticano II cuando afirma: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (G et S, 1).
En cuanto a su estructura, la Carta Pastoral aborda el tema del desarrollo siguiendo la metodología del “ver, juzgar y actuar”. Sin el ánimo de repetir la rica enseñanza de Mons. Larraín, a continuación, solo deseo resaltar algunas ideas que, a mi entender, aún mantienen la fuerza evangélica, espiritual y moral con que fueron inspiradas en su momento y que hoy iluminan la lucha cristiana por un auténtico desarrollo humano integral en nuestro país y en el Continente latinoamericano.
Una cuestión fundamental que Mons. Larraín supo ver con toda claridad consiste en que el subdesarrollo es una amenaza para la paz. “A nosotros, chilenos, como a todos los latinoamericanos, la guerra no nos amenaza por las armas atómicas, que ni conocemos ni poseemos. Nuestra amenaza de la paz… se llama subdesarrollo”. Este subdesarrollo es “la raíz del mal”, ya que para millones de seres humanos significa desigualdad, injusticia, miseria, hambre, enfermedad, violencia… Mons. Larraín, supo entender muy bien que sin un desarrollo que sea justo, equitativo y solidario entre los pueblos, será imposible lograr la paz en Latinoamérica y en el mundo entero. Por este motivo, y haciéndose eco de las palabras del Card. Feltin, afirma: “El desarrollo es el nuevo nombre de la Paz”. Hoy esta verdad y norma de acción sigue plenamente vigente.
El Obispo de Talca también advierte sobre el riesgo de engañarnos al utilizar la expresión “países en vías de desarrollo”, la que se sigue invocando aún en nuestros días. A su juicio, “no estamos ‘en vías de desarrollo’, sino que aún permanecemos ‘países subdesarrollados’”. A pesar de que sus causas son extremadamente complejas, Mons. Larraín llama la atención sobre las causas materiales (la geografía) e históricas (colonialismo económico) del subdesarrollo, a las que añade “los círculos viciosos de la miseria” (desnutrición, pobreza, analfabetismo) y la “insuficiencia de acción de todos aquellos que habrían podido o que todavía podrían contribuir a la solución”.
Tema de suma actualidad que trata Mons. Larraín es el de la concepción cristiana y católica de la propiedad privada. A su juicio, no deben ser aceptadas aquellas concepciones liberales que defienden “un concepto individualista y pagano de la propiedad” con el fin exclusivo de promover la “protección de intereses particulares”. Su lógica egoísta es ajena al Evangelio y la tradición de la Iglesia. En esta línea, citando un párrafo de la carta del card. Cicognani, recuerda que “el derecho de propiedad no debe ejercerse jamás en detrimento de la utilidad común”. Este conflicto entre derechos privados adquiridos y exigencias comunitarias primordiales ha de ser resuelto por los poderes públicos, guardadores del bien común, junto con la activa participación de las personas y de los grupos sociales. Y termina citando al card. Cayetano, célebre comentador de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, para sentenciar que, en caso de necesidad, el poder civil tiene el derecho de intervenir en la redistribución, si no se ha hecho en forma equitativa (doctrina también recordada por Pablo VI en la PP, 24).
Así también, siguiendo a Juan XXIII y Pablo VI, llama la atención sobre las inmensas sumas de dinero destinadas a la carrera armamentista de su tiempo, y que aún se sigue malgastando inútilmente en el nuestro, para lanzar el grito “Desarmar para desarrollar”. En este escenario propone crear “un gran fondo mundial” para el desarrollo en nombre de la solidaridad.
Así también recuerda que una correcta noción del desarrollo descansa en una “concepción justa del hombre”, aspecto que olvidan el capitalismo y el colectivismo. En este punto, y sin pretender una respuesta técnica para resolver la disputa, Mons. Larraín advierte que “cualesquiera formas que tome [una posible alternativa] debe prestarse a una organización racional de la economía, especialmente bajo la forma de una planificación prudente y esclarecida. Debe también conceder un margen de autonomía bastante amplia a los individuos y colectividades intermediarias. Debe dejar su justo lugar a la propiedad privada, prenda de la libertad, sin liberar a los propietarios de la carga que pesa sobre ellos de contribuir al bien común en proporción a sus haberes”. El auténtico desarrollo “es promover al hombre, a todos los hombres y a todo el hombre. Es una promoción humana universal”. De ahí que “la formación del hombre integral” sea clave para el desarrollo.
Por último, Mons. Larraín afirma que una concepción cristiana del desarrollo ha de partir de la Encarnación de Cristo, siguiendo el ejemplo de la parábola del buen samaritano. A su juicio, “el desarrollo debe formar parte de nuestro examen de conciencia”, de manera que se pueda “poner la levadura del Evangelio en la masa del desarrollo”. Para los cristianos, el trabajo por el desarrollo es parte de su auténtica vocación: “Los que están unidos por los lazos misteriosos y sagrados del Bautismo y de la Eucaristía, los que invocan a un Padre común de los cielos, los que luchan por un mundo más justo y más feliz, superando divisiones, deben unirse en la tarea común de construir un mundo donde la dignidad del hombre y sus derechos fundamentales sean respetados, donde la triple hambre material, intelectual y espiritual sea saciada, y donde el desarrollo integral del hombre prepare los caminos de la paz”.
Santiago, 27 de Julio de 2017