Sección Teología

Una lectura educativa a la encíclica Spe Salvi de Benedicto XVI

An educational reading to the encyclical Spe Salvi by Benedict XVI

Giancarlo Castillo Gutiérrez
Universidad Tecnológica del Perú, Peru

Una lectura educativa a la encíclica Spe Salvi de Benedicto XVI

Veritas, núm. 45, pp. 143-159, 2020

Pontificio Seminario Mayor San Rafael Valparaíso

Recepción: 04 Noviembre 2019

Aprobación: 23 Diciembre 2019

Resumen: La esperanza cristiana no consiste en una espera químicamente pura de aquellas realidades futuras de la fe, sino por el contrario, dicha espera ya tiene consigo, de algún modo, las realidades esperadas, aquellas que son capaces de educar a quien las posee. En ese sentido, el presente artículo es una lectura pedagógica a la encíclica Spe Salvi de Benedicto XVI (hoy Papa Emérito), para identificar en ella, la dimensión educativa de la esperanza y los momentos que la componen. Para el desarrollo de este trabajo se ha considerado el uso de un enfoque cualitativo y se ha establecido un nivel descriptivo. Además, se ha utilizado un diseño denominado teoría fundamentada, ya que las fuentes consultadas han sido únicamente textuales. Finalmente, este análisis particular de la Spe Salvi expone los cinco pasos por los cuáles se da en las personas la esperanza cristiana, una que nos educa y nos salva.

Palabras clave: esperanza, formación, vida eterna, presente, performativo.

Abstract: The Christian hope does not consist in a chemically pure expectation of those future realities of the faith, but on the contrary, that hope already has, in some way, the expected realities, those that are capable of educating those who possess them. In this sense, this article is a pedagogical reading to the encyclical Spe Salvi by Benedict XVI (today Pope Emeritus), to identify in it, the educational dimension of hope and the moments that compose it. For the development of this work the use of a qualitative approach has been considered and a descriptive level has been established. In addition, a design called grounded theory has been used, since the sources consulted have been only textual. Finally, this particular analysis of Spe Salvi exposes the five steps by which in people Christian hope is given, one that educates and saves us.

Key words: hope, formation, eternal life, present, performative.

Introducción

La encíclica Spe Salvi1 es un documento papal de agudísima teología, exégesis y escatología sobre la esperanza cristiana, pero redactada de un modo pastoral, ya que «se centra en puntos esenciales para la vida cristiana» (Del Cura, 2009: 153), lo que hace posible que sea una obra asequible a diferentes lectores de formación media. En ella, se puede encontrar una lectura atractiva y convincente, que ilustra magistralmente la esencia redentora de la esperanza. Por esta razón, y por la profunda admiración que le tengo a Benedicto XVI es que me he dispuesto a redactar un artículo a partir del estudio de la encíclica en mención.

Teniendo en cuenta lo anterior, se ha optado por realizar una lectura educativa de la Spe Salvi que permita identificar, en este documento, los pasos por los cuales surge y se va dando, en las personas, la esperanza cristiana, aquella que tiene la particularidad de ir educando a quien la posee, lo que permite reconocer, en esta, su dimensión pedagógica. Considero que en esto último radica su importancia, ya que, desde el punto de vista académico, resulta un trabajo original que incluso puede ser muy útil para los profesores de religión, pues a partir de este artículo se podrían elaborar propuestas metodológicas o estrategias didácticas para las sesiones de enseñanza - aprendizaje en temas relacionados con la esperanza cristiana.

Por estas razones, ha visto la luz el presente artículo que se titula Una lectura educativa a la encíclica Spe Salvi de Benedicto XVI. A partir de este trabajo, se intenta responder a preguntas como ¿En qué consiste la esperanza cristiana? ¿La esperanza cristiana puede educar al hombre? ¿Qué pasos se ha de seguir para ser educados en ella?

Pues bien, para responder a estas preguntas se va a hacer uso de una metodología que ha de seguir un enfoque cualitativo, ya que este consiste en ofrecer conceptos, perspectivas y puntos de vista (Hernández, Fernández & Baptista, 2010: 20). Además, se ha considerado un alcance de tipo descriptivo que permita seleccionar e identificar las categorías, para luego proceder a definirlas con el fin de conformar una unidad teórica. Por último, cabe resaltar que se va a utilizar como diseño a la teoría fundamentada, ya que las fuentes documentales consultadas serán exclusivamente textuales (sean estas impresas o virtuales). Para esto se han de considerar, según su origen, fuentes primarias (la encíclica Spe Salvi y otros textos de Joseph Ratzinger - Benedicto XVI) y fuentes secundarias (textos que otros autores han escrito sobre este tema y autor). Cabe mencionar que el presente artículo está dividido en cuatro apartados que pese a ser distintos, conservan una relación entre sí. En primer lugar, se hace una breve revisión sobre algunos estudios previos a partir de lo que otros autores han escrito sobre la encíclica con el objetivo de comprobar que sobre aquella se han realizado múltiples lecturas, pero en ningún caso una de tipo educativo. En segundo lugar, se exponen las ideas principales de la encíclica acerca del significado de la esperanza cristiana y su relación con otros textos en dónde Joseph Ratzinger - Benedicto XVI también ha abordado este tema. En tercer lugar, se van a exponer las razones por las cuáles la esperanza cristiana educa a quien la recibe. Y, en cuarto lugar, se van a establecer, lo que he llamado, los cinco pasos de la esperanza, es decir los momentos en el que ella surge y se va dando en la vida de las personas, al mismo tiempo que va fijando un itinerario que se ha de seguir para ser educados en ella. Además, este articulo cuenta con una introducción y termina con una conclusión en donde se presentan los resultados obtenidos.

1. Antecedentes

Han pasado doce años desde que se publicó la encíclica Spe Salvi de Benedicto XVI y sobre ella mucho se ha estudiado y escrito. Se han llevado a cabo foros, ciclos de conferencias, publicaciones de libros y artículos en revistas. Todo esto con el fin de reunir y exponer diferentes lecturas sobre el contenido de dicho documento papal. A pesar del tiempo y de la enorme cantidad de investigaciones ninguna ha realizado un análisis de tipo pedagógico que permita identificar la dimensión educativa de la esperanza cristiana. Sin embargo, llevar a cabo un breve análisis sobre los estudios relacionados a la encíclica ayudará, por un lado, a poner el presente artículo en el conjunto de lecturas ya realizadas y así colocarla en el contexto que le corresponde y, por otro lado, resaltar su grado de originalidad y consecuente relevancia. Dicho lo anterior, se ha observado que los diferentes estudios a la Spe Salvi coinciden en desarrollar cinco grandes temas de modo recurrente: la esperanza cristiana, el diálogo con la modernidad, la escatología, fundamentos bíblicos y una revisión total de su contenido. Veamos cada uno.

En primer lugar, tenemos aquellos trabajos que han desarrollado el tema de la esperanza a la luz de la encíclica. Entre ellos, Borobio (2008) realiza una lectura sacramental de la esperanza situándola en el contexto de la iniciación cristiana. Por su parte, Hercsik (2008) profundiza en la dimensión activa de la esperanza cristiana en donde pone un énfasis sobre aquellas realidades futuras que el cristiano ya vive de modo anticipado en las realidades terrenas. Otro aspecto de la esperanza es su dimensión comunitaria y sobre esto reflexiona Rodríguez (2008) a lo largo de su escrito, en donde resalta también el rol de la Iglesia, sin por ello dejar de reconocer la responsabilidad individual de cada cristiano de vivir con esperanza.

En segundo lugar, Murillo (2008) aborda una lectura de la encíclica a luz de un diálogo esperanza cristiana - progreso de la modernidad que Benedicto XVI expone magistralmente a partir de filósofos como Bacon, Kant y Marx. En la misma línea encontramos el trabajo realizado por Gutiérrez (2009) quien sostiene una sana dialéctica con la modernidad ilustrada en donde la esperanza cristiana entra en diálogo con las esperanzas ultraterrenas.

En tercer lugar, existen múltiples estudios realizados sobre la Escatología de la Spe Salvi. Destacan, entre otros, Aguirre de Cárcer (2008) quien aborda el tema del juicio particular a partir de un diálogo entre la revelación cristiana y la filosofía platónica que Benedicto XVI realiza en la encíclica y que lo encuadra dentro del clásico esquema fe-razón. Mucho más amplio es el trabajo realizado por Del Cura (2009) quien realizó un magistral análisis de la Spe Salvi ubicándola en las reflexiones escatológicas contemporáneas teniendo como puntos centrales el juicio final, la resurrección y la vida eterna.

Dado que Benedicto XVI hace referencia, en toda su encíclica, a 69 citas bíblicas, de las cuales 67 de ellas las toma de forma directa de la Biblia y 2 por medio de los escritos de los Padres, se explica entonces que otro tema que algunos autores han estudiado en la encíclica es sobre los fundamentos bíblicos de la esperanza. En ese sentido, cabe mencionar lo realizado por Caballero (2008) quien previamente enmarca, de modo general, el concepto de esperanza en la Biblia y luego profundiza sobre las imágenes utilizadas por el Papa tomadas del Evangelio de Juan. Además, resalta el trabajo realizado por Núñez (2008) quien, después de exponer los fundamentos bíblicos de la Spe Salvi, se dedica a realizar un análisis de la relación que tienen, entre sí, las palabras fe y esperanza en la Biblia, especialmente en el nuevo testamento.

Finalmente, existen algunos autores que han hecho una lectura general y completa de todo el documento papal y lo han abordado de manera breve como han sido los casos de Gelabert (2008) quien realiza una lectura teológica a cada uno de los puntos tratados en la encíclica y el realizado por Almonacid y Lambert (2009) quienes han propuesto unas pautas a considerar para la lectura y reflexión de la encíclica siguiendo su propia estructura interna.

Después de este breve repaso sobre las referencias temáticas ya abor dadas por diversos autores sobre la Spe Salvi podemos concluir que en ninguno de los casos se ha llevado a cabo un trabajo que pueda dar una lectura educativa de la Esperanza Cristiana a partir de los puntos que Benedicto XVI ha desarrollado en su encíclica. Por esta razón, dicha lectura pedagógica es la que a continuación se va a realizar, no sin antes explicar el sentido de la esperanza cristiana tanto en la encíclica en mención como a la luz de los otros escritos del mismo autor.

2. La esperanza cristiana

Como es sabido, la encíclica Spe Salvi no es el primer documento en el que Benedicto XVI expone el tema de la esperanza cristiana2, sino que lo ha hecho en muchas de sus otras obras, incluso en aquellas que han sido escritas antes de ser elegido Papa. Por esta razón, quisiera empezar por exponer el sentido que tiene la esperanza cristiana en la encíclica y en el marco de sus otros escritos, de tal manera que esto asegure una mayor comprensión acerca de su pensamiento sobre este tema, pero sin la pretensión de que llegue a ser un tratado sistemático. Por lo tanto, si prestamos atención a la misma encíclica, se puede examinar, en ella, algunos aspectos que definen muy bien la esencia de la esperanza cristiana y la explican en toda su verdadera dimensión.

En primer lugar, al inicio de la Spe Salvi, el Papa cita a Rm 8, 24 para afirmar que “se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza” (Benedicto XVI, 2007: n. 1). Luego cita, entre otras referencias bíblicas, a 1P 3, 15 para sostener que la esperanza y la fe son dos palabras que se intercambian entre sí en el Nuevo Testamento y termina haciendo mención a Ef 2, 12 para resaltar la afirmación de San Pablo de que los efesios “[...] antes de su encuentro con Cristo no tenían en el mundo “ni esperanza, ni Dios” (Benedicto XVI, 2007, n. 2). Como podemos apreciar, casi de inmediato, Benedicto XVI nos da un marco referencial acerca de lo que es la esperanza cristiana, de tal modo que la define, en síntesis, como un don o virtud teologal que en ocasiones equivale a la palabra fe, y que surge del encuentro con Cristo y nos salva. Veamos ahora, cómo estas mismas ideas las encontramos en sus otros escritos.

En la encíclica Deus caritas est,Benedicto XVI (2006) nos revela cómo surge esta vida nueva basada en la esperanza: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona [Cristo], que da un nuevo horizonte a la vida” (n. 1). En ese sentido, para el cristiano el encuentro con Cristo es necesario para comenzar una nueva vida llena de esperanza con Aquel que ha amado primero al hombre y a quién este, libremente, le debe corresponder, ya que “la esperanza existe únicamente donde se da amor” (Ratzinger, 1984: 72). Ahora bien, de este encuentro con Dios, que ha amado primero y al que ahora se le puede llamar amigo3, surge una esperanza que redime. Pero ¿la esperanza que surge de este encuentro realmente salva hombre? La respuesta de Benedicto XVI es contundente, sí. Él afirma que “quien cree [o tiene esperanza], dialoga con Dios que es vida y supera la muerte” (Ratzinger, 2013: 312). Está convencido que la salvación no puede ser obra del mismo hombre, no puede ser, por decirlo de algún modo, un trabajo político que podemos construir con nuestras propias fuerzas y prescindiendo de Dios, por eso sostiene, con una profunda convicción, que:

Creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí mismo el mal de la historia ha inducido al hombre a confundir la felicidad y la salvación con formas inmanentes de bienestar material y de actuación social. [...] con el pasar del tiempo, estas posturas han desembocado en sistemas económicos, sociales y políticos [.] que no han sido capaces de asegurar la justicia que prometían. (Benedicto XVI, 2009a: n. 34)

Como podemos observar, en el pensamiento del Papa, el hombre no puede salvarse por sí solo ni en forma colectiva, afirma que la misma historia ha comprobado que no puede ser capaz de crear un futuro próspero sin Dios. Cada vez que el hombre procura construir una salvación con sus manos, termina por convertirse en un adicto a las demagogias y militante de algún proyecto de imitación mesiánica. Sin embargo, tener una esperanza fiable, aquella que surge del encuentro con Cristo, sí redime verdaderamente al hombre porque le exige un cambio de vida conforme a los preceptos de Dios y le otorga una realidad que se convierte en una meta: la vida eterna.

En segundo lugar, como se acaba de señalar, de la dimensión redentora de la esperanza se desprenden dos aspectos sustanciales sobre ella: la esperanza es performativa y nos otorga la vida eterna (aunque esto último merecerá que le dediquemos una explicación más detallada). En efecto, por un lado, quien tiene esperanza cambia de vida y esto se ve claramente en la Spe Salvi, pues en ella Benedicto XVI afirma que la esperanza se basa en el hecho de que:

El cristianismo no era solamente una “buena noticia”, una comunicación de contenidos desconocidos hasta aquel momento [...] el mensaje cristiano no era solo “informativo”, sino “performativo”. Eso significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. (2007: n. 2).

La esperanza cristiana, que surge del encuentro con Cristo, nos configura, nos cambia desde dentro. Es performativa en cuanto que “puede transformar nuestra vida hasta hacernos sentir redimidos por la esperanza que dicho encuentro expresa” (n. 4). ¿Y qué es lo que expresa? La exigencia de una vida de Caridad en la Verdad, una que lleva a ordenar las ideas, sentimientos y acciones conforme al decálogo y a las bienaventuranzas, es decir una vida de imitación a Cristo. Tener esperanza no es solamente tener grabado de memoria todos los enunciados del Credo y sus respectivas explicaciones teológicas y filosóficas, sino sobre todo es vivir la santidad en las cosas ordinarias de la vida, esforzándose cada día por tener una conducta virtuosa, pero sabiéndose sostenidos por los sacramentos y la oración. Además, cabe mencionar que dicha esperanza es tan grande que incluso también puede configurar el mundo, pero no a través de ideas so cio-revolucionarias como las de Espartaco ni a través de proyectos de li beración política como los de Barrabás (n. 4), ni tampoco imponiendo la fe desde el poder estatal a las masas, sino buscando la conversión propia (dimensión personal de la esperanza) y la de los demás, ya que “esta vida verdadera [.] comporta estar unidos existencialmente [.] y solo puede realizarse para cada persona dentro de este ‘nosotros’” (n. 14) (dimensión comunitaria de la esperanza), para que de este modo surja una realidad nueva: una vida del hombre en sociedad a la luz de Cristo.

Esta idea de una esperanza que nos transforma la vida, Benedicto XVI ya la sostenía desde su etapa de Cardenal, y probablemente desde que se hizo sacerdote. Es así que desde una conferencia que dio en marzo de 1992 en la Academia Cristiana en Praga, sostuvo que:

Si vivimos de esa manera [es decir, vivir lo eterno en el tiempo], la esperanza de la comunión eterna con Dios llegará a ser una gozosa espera que caracterice nuestra existencia, porque entonces también crece en nosotros una representación de su realidad, y su belleza nos transforma interiormente. (Ratzinger, 2003: 157)

Por otro lado, la Spe Salvi también resalta la idea de que al tener espe ranza se tiene una meta, una promesa: la vida eterna. Sin embargo, sobre esta cuestión, Benedicto XVI afirma que la vida eterna no es una realidad puramente futurista, ni tampoco una meta ausente que solo la podemos encontrar al final del camino, sino que más bien nos dice que los contenidos esperados ya están con nosotros, de algún modo, en la vida presente y esta sería la prueba que hace posible que nuestra esperanza sea fiable:

La fe no es solamente un tender de la persona hacia lo que ha de venir, y que está todavía totalmente ausente; la fe nos da algo. Nos da ya ahora algo de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para nosotros “una prueba” de lo que aún no se ve. Ésta atrae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro “todavía no”. (Benedicto XVI, 2007: n. 7)

La vida eterna como realidad esperada y al mismo tiempo como reali dad presente comporta una de las grandes novedades del cristianismo. Por ello, Benedicto XVI insiste en que es racional esperar cuando dicha espera ya me concede algo del contenido esperado. Ampliemos un poco más esta cuestión. Cristo nos ha dicho que la vida eterna consiste en conocer a Dios (ver Jn 17, 3) y el conocerlo nace del encuentro con él, por ello podemos afirmar que la vida eterna consiste en estar con Dios, y dado que en el presente ya podemos estar con él (a través de los sacramentos, la oración comunitaria, la escucha de su Palabra, en los que sufren, etc.), por lo tanto, la vida eterna ya ha comenzado. Esta concepción de la vida eterna está presente en la doctrina católica y es conocida como Escatología inminente, Escatología Incoada o Parusía adelantada, la misma que Ratzinger llamará Realismo escatológico (ver Da Costa, 2015), y que podemos reconocer en sus escritos previos, como es el caso de aquellas lecciones que impartía sobre las tres virtudes teologales en unos ejercicios de espiritualidad diri gido a sacerdotes del Movimiento Comunión y Liberación del año 1986: “El hombre nuevo [Cristo] no es una utopía: existe, y en la medida en que estemos unidos a él, la esperanza está presente, no se trata de un puro futuro” (Ratzinger, 2005: 68-69). También podemos encontrar estas ideas sobre la vida eterna, posteriormente a la Spe Salvi, en su discurso sobre La parusía en la predicación de San Pablo, allí nos dice que “nuestro futuro es estar con el Señor, en cuanto creyentes, en nuestra vida ya estamos con el Señor, nuestro futuro, la vida eterna, ya ha comenzado” (Benedicto XVI, 2009b: 43).

3. La esperanza cristiana educa a la persona

Un primer aspecto que podemos considerar para afirmar que la espe ranza cristiana educa a quien la posee, parte de la idea de que la educación tiene como finalidad “formar un hombre nuevo” (Giussani, 2006: 94) o más aún si logramos percibirla en su modo más auténtico al punto de que gracias a ella “el hombre puede vivir una metamorfosis en la cual se transhumana, crece, se eleva y se eterniza” (Gatti, 2010: 52), entonces podemos entrar en sintonía con la idea de que quien se educa, transforma su vida para siempre. Esta manera muy general de comprender el fin de la educación encuentra un paralelismo con la esperanza cristiana que Benedicto XVI (2007) propone en su Spe Salvi en cuanto que, a partir de ella, sostiene que (al igual que la educación), “quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva” (n. 2). En efecto, aquí se ve con claridad que la esperanza educa a la persona en cuanto que ella es capaz de provocar un cambio en el hombre, le capacita para que pueda asumir una forma de vida nueva conforme a los contenidos de la fe, con su inteligencia y en libertad (ver 1 P 3, 15), y ya no vive de la misma manera, vive ahora la vida buena.

Cabe recordar que dicha esperanza que educa al hombre le viene como un don de Dios, pues es siempre una virtud teologal y por lo tanto esta educación de la esperanza le suscita una vida humana más plena por que alcanza también su dimensión espiritual, en contraposición de aquellas pedagogías de la esperanza de corte pragmático y de liberación como la de Paulo Freire; que a pesar de ser un aporte educativo interesante, solo explica que nuestra esperanza nace del interior del hombre y que se hace realidad plena en la acción, pero que tiene definitivamente, solo una mirada ultraterrena. O como es el caso de Víctor Mendoza quien también se encuentra en esta línea, cuando añade que la teoría del caos sería el fundamento de una pedagogía de la esperanza y no el encuentro con Dios.

Un segundo aspecto que puede hacer más clara la idea de que la espe ranza cristiana educa es el paralelismo que encontramos en la afirmación de que “la palabra ‘realidad’ es para la palabra ‘educación’ como la meta para el camino” (Giussani, 2006: 61). Esto quiere decir que educarse supone para el ser humano, llevar a cabo un camino, un movimiento, con todo lo que es, hacia una meta concreta: la realidad, para afirmarse en ella en su totalidad y encontrar así el significado de la vida, de su vida. Así mismo, la esperanza también educa al hombre en cuanto que le conduce hacia una meta, hacia una nueva realidad: la vida eterna, con el agregado de que no solo conduce al hombre hacia aquella meta, sino que en el presente, durante el camino, ya le concede, de algún modo, aquella meta esperada. Vemos entonces, que la esperanza sostiene toda la vida de la persona, y por tanto es verdaderamente educativa.

Un tercer aspecto, parte de la pregunta acerca de si ¿dicho camino ha de ser recorrido sin ningún tipo de acompañamiento o, por el contrario, la persona necesita de una autoridad que la acompañe en el trabajo de educarse? En efecto, este proceso no es posible realizarlo solo, toda persona necesita de un maestro que acompañe al yo del discípulo en su camino desde la certeza a la verdad (Borghesi, 2007: 36). La educación supone entonces un camino que se ha de realizar de la mano de un guía, un maestro, una autoridad que lo haga crecer. Del mismo modo, quien tiene esperanza sabe que no camina solo y sabe también que necesita de personas que le acompañen y guíen en su camino hacia la meta: la vida eterna. Sobre esto, Benedicto XVI sostiene en la misma Spe Salvi que:

Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar a Él necesitamos luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza [...]? [Por su “sí”] la esperanza de milenios debía hacerse realidad. (Benedicto XVI, 2007: nn. 49-50)

La presencia de aquellos gigantes de la fe, que en su tiempo han vivido o viven con caridad, contribuye a que la vida diaria del cristiano pueda ser llevada con heroicidad, precisamente porque aquellos han comprendido en toda su dimensión qué es tener esperanza. Sí, porque han hecho carne las virtudes teologales, pueden ser maestros de fe, esperanza y caridad.

4. Los cinco pasos de la esperanza

Luego de presentar una visión explicativa de la esperanza cristiana y su dimensión educativa, y haberla justificado a la luz de la Spe Salvi y otros textos, sobre todo del mismo autor, y sin pretender con ello elaborar un tratado pedagógico ni presentar un nuevo enfoque educativo, nos proponemos ahora precisar los momentos en que se va constituyendo nuestra esperanza y cómo esta -por ser una virtud teologal- nos educa tan significativamente que incluso nos cambia la vida y nos salva.

Para ello, vamos a desarrollar los pasos de este itinerario educativo de la esperanza, un recorrido que tiene un inicio (el encuentro con Cristo), un desarrollo (promesa, presente y aprendizaje) y finalmente un desenlace (el compromiso). A este itinerario le he llamado los cinco pasos de la eperanza cristiana, que se puede definir como un proceso performativo que tiene a Dios como fundamento y contenido con el fin de educar al hombre en la esperanza. Veamos a continuación cada uno de los pasos.

El encuentro con Cristo es el inicio de nuestra esperanza, por ello Be nedicto XVI (2007), en la primera parte de su encíclica nos dice que:

Pablo recuerda a los Efesios cómo antes de su encuentro con Cristo no tenían en el mundo “ni esperanza ni Dios” (Ef 2,12). Naturalmente, él sabía que habían tenido dioses [...], pero de sus mitos contradictorios no surgía esperanza alguna. A pesar de los dioses, estaban sin Dios. (n. 2)

Nótese, que antes del encuentro con Dios los Efesios estaban sin es peranza, porque estaban en el mundo sin Dios, sin embargo, llegar a conocer al Dios Verdadero (Jesucristo), encontrarlo, significó para ellos y significa, también para el hombre de hoy, recibir una esperanza. Esta, parte de un hecho que tiene forma de encuentro, de un momento que nos conquista, pues “el efecto que se produce, y que te hace descubrir algo nuevo, no es fruto de un razonamiento [...], sino fruto de un encuentro, de un momento que te impacta” (Giussani, 2008: 63). Del encuentro con Cristo surge una esperanza porque la Vida, la Verdad, el Camino, el Amor y la Resurrección se desbordan en él, ya que él mismo es todo esto (ver Jn 14, 6; 11, 25) y todo esto se nos ha dado como promesa. Sin embargo, con esto no queremos decir que una persona no pueda hacerse cristiana a partir de la intelectualidad de sus razonamientos que se derivan de la fuerza de la verdad de la fe, sino solo remarcar que no es la cuestión teórica de la fe la que nos cambia la vida, sino que es el Dios que es Persona y que ha mostrado su rostro en Cristo quien nos salva y por quien surge nuestra esperanza. No es solamente el encuentro con una verdad teórica, sino el encuentro con una persona que es la Verdad: Jesucristo.

El encuentro con una persona así genera inevitablemente un impacto que hace brotar, en quienes le aceptan, una esperanza, y cuando esta surge, entonces, se empieza una nueva vida conforme a aquella promesa.

Tomar conciencia de aquella promesa que se nos ha dado es el segundo paso de esta pedagogía de la esperanza cristiana, pero ¿de qué promesa se trata? Se trata de la promesa de vida eterna, aquella que Benedicto XVI desarrolla muy bien en el apartado primero y tercero de la encíclica. Por un lado, el apartado primero lleva como título la fe es eperanza, allí el Papa hace referencia a textos del nuevo testamento, como es el caso de 1Ts 4, 13, en donde resalta la idea de que los cristianos tienen un futuro cierto, tienen la promesa de Cristo de que sus vidas, en conjunto, no desembocan en la nada o acaban en el vacío, por el contrario, tienen sentido (Benedicto XVI, 2007: n. 2), es decir, existe una promesa de vida eterna que es vida en plenitud (Jn 10, 10). Esta promesa, por decirlo de algún modo, nos pone en movimiento hacia aquella realidad esperada, ya que solo una meta que corresponda a las exigencias más profundas del ser humano es capaz de poner en movimiento la totalidad de lo humano: el corazón, la voluntad, la libertad y la razón, se involucran cuando la meta es el destino último del hombre: la eternidad. Aun sin entenderla completamente, sabemos que aquella es la meta a la cual nos sentimos impulsados.

Por otro lado, en la tercera parte de la encíclica denominada La vida ¿eterna que es? el Papa Benedicto XVI afirma que esta realidad desconocida y esperada es la verdadera esperanza que se expresa con el nombre de vida eterna, esa vida que consiste, ya no en el sucesivo pasar de los días, sino en un instante de felicidad que se hace eterno. Una vida en la cual:

La totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad [...] en el cual el tiempo -el antes y el después- ya no existe [y] estamos desbordados simplemente por la alegría [.] Jesús lo expresa así: “volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría (Jn 16, 22). (Benedicto XVI, 2007: n. 12)

Los humanos hemos sido llamados a la existencia por el Amor y como todo amor exige eternidad, entonces podemos decir que Dios nos llama a la existencia para vivir junto a él en la eternidad, por decirlo de algún modo podemos afirmar que su amor nos hace eternos. Nos dio la existencia por amor, pero luego establece un diálogo con el hombre, y aquí es cuando se da el paso del Amor al Logos, es decir un Dios que nos ama y que luego dialoga con el hombre para que podamos encontrar la Verdad que nos salva: encontrarlo a él, el logos hecho carne. Nos ama y luego apela a nues tra inteligencia, así amor e inteligencia ponen en movimiento nuestra exis tencia y ambos, ahora unidos en uno solo, y que podemos llamar “amor inteligente”, se convierte entonces en el instrumento para cada una de nuestras acciones con miras a conseguir la vida eterna. A esta afirmación, le sigue de inmediato una pregunta: aquella promesa de vida eterna que surge de la esperanza ¿es algo que pertenece solamente al futuro o la po demos vivir ya en el hoy, es decir, en el tiempo presente? Dicha promesa, lo enseña Benedicto XVI y lo confirma la Iglesia Católica, puede ser vivida ya en el presente bajo algún aspecto, aunque no en su dimensión definitiva.

El tercer paso será entonces vivir plenamente elpresente. Este es el lugar existencial en donde los cristianos reciben cada día el anuncio redentor como algo poderosamente transformador, pues la esperanza de la vida eterna (que consiste en estar con Dios), no es una espera puramente vacía o sin contenidos, por el contrario, aquella ya nos da algo en el aquí y ahora. En el hoy, ya nos da algo de aquella realidad que es propia de la Vida Eterna: la presencia de Dios. No obstante, esta presencia se da bajo el aspecto de los sacramentos, la escucha de su palabra en la Sagrada Escritura, en la Oración personal o comunitaria y más. Benedicto XVI profundiza sobre esta cuestión en el apartado denominado El concepto de esperanza basada en la fe en el Nuevo Testamento y en la Iglesia primitiva, en donde afirma, a partir de Hb 11, 1, que:

“La fe es la Hypostasis de lo que se espera y prueba de lo que no se ve”. [En donde hypostasis quiere decir sustancia o germen], [...] en el sentido de que por la fe, de manera incipiente [.] ya están presentes en nosotros las realidades que se esperan. [.] Y precisamente porque la realidad misma ya está presente, esta presencia de lo que vendrá genera también certeza. (2007, n. 7)

Con esto podemos afirmar que la fe ya nos da algo de Dios en el pre sente, y por lo tanto es razonable esperar. De esta manera, la vida eterna, nuestro futuro, ya no es el puro todavía no, sino un estar acompañados de aquel “Dios con nosotros” (Is 7, 14; Mt 1, 23). Sin embargo, esta compañía supone un constante aprendizaje de lo que significa estar con él y esperar en él.

Estar dispuestos a tener un aprendizaje constante sobre lo que significa esperar y los frutos que se derivan de este, será el cuarto paso en este proceso de formación en la esperanza. En el contexto de la Spe Salvi, aquel tema tiene su fundamento en el apartado séptimo titulado Lugares de aprendizaje y del ejercicio de la esperanza. Allí podemos apreciar que existen lugares propicios en dónde el cristiano puede ejercitarse para poder aprender a tener esperanza. En efecto, Benedicto XVI nos precisa que los lugares en donde podemos ejercitar nuestra esperanza son la oración, el actuar, el sufrir y el juicio final. Sin embargo, dada la naturaleza breve de un artículo, solamente haré mención de dos de ellos: la oración y el actuar.

Sobre la oración, nos dice que es “la escuela de la esperanza” (Bene dicto XVI, 2007: n. 32), porque es allí en donde se ejercita el deseo. Cuando uno reza es el corazón quien anhela, y mientras se está a la espera de ese bien deseado, el corazón se ensancha y se purifica con un único fin: ser lo suficientemente grande como para ser capaz de recibir a Dios y al bien esperado (n. 33). Naturalmente, para que sean más eficaces nuestras oraciones, estas deben ser acompañadas por las grandes oraciones de la Iglesia, de los santos y de la Liturgia. Es en este contexto que Benedicto XVI, inspirado en el Catecismo de la Iglesia, se pronuncia con profunda convicción:

Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme -cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar-, Él puede ayudarme. (2007, n. 32)

Esto es verdaderamente orar, pues quien dialoga con Dios se sabe auxiliado aun en las circunstancias más adversas. En la Spe Salvi, Benedicto XVI acude a ejemplos reales de esperanza en la oración como fue el caso de lo vivido por el cardenal Van Thuan, pero sabemos también que para cualquier hombre o mujer, el orar no debe ser solamente el repetir interminables letanías, sino por el contrario saberse inmerso en la inmensidad de las mismas, saber que puede, por decirlo de algún modo, ingresar a la esfera de lo divino para encontrar consuelo y sobre todo una ayuda concreta sobre lo que realmente necesitamos.

Sobre el actuar, como otro lugar de aprendizaje de la esperanza, nos dice que “toda actuación seria y recta es esperanza en acto” (n. 35), ya que, a través de la actuación, el hombre espera solucionar algún problema, se pone, por decirlo de algún modo, en una actitud de espera mientras labora por obtener el bien deseado, a pesar de que dicha labor se pueda reducir meramente a un intento fallido. Es importante esto último pues a pesar de las derrotas personales o colectivas, el cristiano sabe que todavía puede esperar, ya que tiene la gran esperanza de que:

[...] a pesar de todas las frustraciones, [...] [la] vida personal y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor [...], sólo una esperanza así puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar. [.] no podemos construir el reino de Dios con nuestras fuerzas [...]. No obstante, aun siendo plenamente conscientes de la plusvalía del cielo, sigue siendo siempre verdad que nuestro obrar no es indiferente ante Dios y, por tanto, tampoco es indiferente para el desarrollo de la historia. (2007, n. 35)

A partir de esto podemos considerar que las obras cuentan ante Dios y por ello podemos encaminarnos y encaminar el mundo hacia él, imitando a los santos -que imitando a Cristo- asumieron un compromiso concreto: ser colaboradores de Dios.

El quinto y último paso en la formación de la esperanza será el compro miso entendido este como una respuesta del hombre a todo lo que se le ha dado y confiado. Aquel, supone ponerse en movimiento y conlleva a poner su ser-para con Dios y los demás. Asumir un compromiso significa, para una persona, poner en juego su libertad, voluntad, amor e inteligencia -su totalidad- y con ello, disponerse a comunicar esta esperanza, para no caer en la tentación de vivirla en aislamiento, sino por el contrario, desde la Iglesia Católica.

Además, dicho compromiso es una exigencia racional que nos lleva a cumplir la tarea, propia de cada generación, de conseguir rectos ordenamientos para las realidades humanas (n. 25). Por lo tanto, es tarea de todos los cristianos y de cada uno asumir el compromiso de vivir con esperanza y compartirla con los demás. Tarea que podemos llevar a cabo si consideramos, por ejemplo, los principios de la doctrina social de la Iglesia los cuáles son muy propicios para iluminar la vida del hombre en sociedad y para trabajar por la santificación de las realidades temporales.

Conclusión

A manera de síntesis, presentamos cuatro resultados fundamentales que se han podido obtener luego de haber realizado esta lectura educativa a la encíclica Spe Salvi. A continuación, se mencionan cada una de ellas:

El primer resultado obtenido es la comprobación de que a la fecha no se ha realizado ninguna lectura pedagógica de la esperanza cristiana a la luz de la Spe Salvi, razón por la cual este trabajo, al haberlo hecho, tiene un carácter de originalidad y relevancia.

En segundo lugar, y a modo de fundamento, se pudo observar que Benedicto XVI ha explicado profundamente la dimensión real de la esperanza cristiana. Sobre ella, nos ha dicho en su encíclica, fundamentalmente, cuatro cosas que podemos unir en el siguiente enunciado: virtud teologal que nace del encuentro con Dios, razón por la cual nos cambia la vida (performativa) y nos salva.

Un tercer resultado, se ha podido concluir que en la esperanza cristiana existe, de algún modo, una dimensión pedagógica, puesto que educa a quien la recibe. Es así que hemos visto que dicha esperanza en cuanto transforma la vida de las personas (conforme a la fe), en tanto que les propone un camino con una meta fiable (la vida eterna) y les ofrece, al mismo tiempo, maestros o guías para dicho camino (Jesús, María, los santos, etc.), entonces podemos afirmar que, dicha esperanza, educa verdaderamente al hombre.

En cuarto lugar, se ha planteado, a la luz de los textos de la Spe Salvi, la existencia de un itinerario educativo de la esperanza en el cual se han identificado cinco pasos que brevemente podemos llamar: el encuentro, la promesa, el presente, el aprendizaje y el compromiso. Y que se puede formular, a modo de enunciado, de la siguiente manera: Para tener esperanza es necesario encontrarse con Cristo (primer paso). Quien se encuentra con él recibe una promesa, la vida eterna, de la que debe tomar conciencia (segundo paso). Al recibir dicha promesa, esta se sabe fiable porque la puede tener, de algún modo, ya en el presente, por ello el presente ha de ser vivido plenamente a la luz de la fe (tercer paso). Sin embargo, este vivir plenamente el presente supone encontrar lugares de aprendizaje en donde pueda ejercitarse en la esperanza (cuarto paso) y finalmente, lo que se ha recibido y aprendido muchas veces debe de ser compartido a los demás, a través de un compromiso permanente (quinto paso). Este último resultado podría ser materia prima para la creación de estrategias metodológicas o didácticas para la enseñanza-aprendizaje de la fe, sea en el ámbito escolar o en la catequesis.

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Notas

1 Nos referimos a la segunda carta encíclica del entonces Papa Benedicto XVI (hoy Papa Emérito), que se publicó en Roma el 30 de noviembre del año 2007.
2 Quisiera precisar que cada vez que hagamos mención del término esperanza o esperanza cristiana nos estaremos refiriendo al modo como la Iglesia Católica entiende y ha enseñado siempre todo lo que significa y tiene consigo este término.
3 Benedicto XVI dio una Homilía el día miércoles 29 de junio de 2011, durante la Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, al mismo tiempo que conmemoraba el 60 aniversario de su ordenación sacerdotal. Allí reflexiona, a partir de su experiencia, lo que significa la amistad entre Dios y el hombre.

Notas de autor

* Bachiller en Educación y Licenciado en Filosofía y Religión. Actualmente se desempeña como profesor de Filosofía del Derecho e Investigación académica en la Universidad Tecnológica del Perú. Entre sus publicaciones recientes destaca: “La fe cristiana en el diálogo público a la luz del pensamiento de Joseph Ratzinger” (2017).
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