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Los olivares de montaña en la provincia de Jaén y sus desafíos territoriales
Mountain olive groves in the province of Jaen (Spain): territorial challenges
Los olivares de montaña en la provincia de Jaén y sus desafíos territoriales
Ager. Revista de Estudios sobre Despoblación y Desarrollo Rural, núm. 24, pp. 155-190, 2018
Centro de Estudios sobre la Despoblación y Desarrollo de Áreas Rurales

Recepción: 29 Noviembre 2016
Aprobación: 28 Abril 2017
Resumen: Las montañas andaluzas han encontrado en el cultivo del olivar un elemento fundamen- tal de resistencia frente al abandono agrícola y demográfico, hasta el punto de que se ha producido una homogeneización del paisaje al desaparecer la estructura en mosaico propia de los policultivos. A pesar de ello, estos ámbitos siguen presentando importantes limitaciones y dificultades territoriales. Manejando información digital georreferenciada, nuestro trabajo ofrece un método para delimitar y caracterizar desde diferentes aspectos los olivares de montaña en la provincia de Jaén. Después se reflexiona sobre su sosteni- bilidad en el futuro más inmediato, reparando no obstante en la amplia gama de opciones que caben para la gestión de realidades que pueden llegar a ser muy contrastadas.
Palabras clave: Aceite de oliva, agricultura en áreas protegidas, evolución de los usos del suelo, paisajes olivareros, Política Agraria Común.
Abstract: Olive groves have provided the mountains of Andalusia (Spain) with crucial resources for resisting agricultural and demographic abandonment. The landscape has become more homogeneous and the mosaic structure that was characteristic of polyculture has disappeared. In spite of it, these areas still face remarkable shortcomings from a territorial point of view. In this work we use digital, geo-referenced information to define and characterize mountain olive groves in the Spanish province of Jaen. After that we reflect on its sustainability in the short run. We find that there is a wide range of options available for managing situations as diverse as these.
Keywords: Olive oil, agriculture in protected areas, evolution of land use, olive grove landscapes, Common Agricultural Policy.
Introducción
El olivar es el cultivo dominante en Andalucía. Casi el 41 por ciento de la super- ficie agrícola regional se dedica a este uso, con una especial concentración en las comar- cas del interior. Su presencia en zonas de elevada pendiente y/o altitud, hasta convivir con usos del suelo propiamente forestales y ocupar una fracción significativa de las áreas protegidas, deriva de su rusticidad y elevado interés económico, que lo hacían especialmente valioso en el contexto preproductivista. En el momento presente, sin embargo, las limitaciones productivas derivadas de esta peculiar localización lastran su capacidad para sostenerse en pura lógica económica. Y es que las áreas de montaña se definen, miradas desde una perspectiva agraria, por la existencia de factores biofísicos desfavorables, traduciéndose en una reducida capacidad para la intensificación. En ese sentido, se ha afirmado que “la montaña es un buen paisaje, un magnífico paisaje, pero un mal territorio” (Martínez de Pisón, 2015).
Con todo, esta problemática territorial tiene escalas y grados. Las medias monta- ñas del sur peninsular, especialmente las localizadas en el Frente Externo de las Cordilleras Béticas, parecen haber encontrado en el olivar un elemento de alternativa y resistencia a la pérdida de espacio y actividad agrícola (Araque Jiménez, 2009) hasta el punto de haber homogeneizado paisajes que hasta hace poco tenían aspecto de mosaico (Gómez Mendoza, 2015). Pero no por ello la montaña ha podido vencer su con- dición actual de mal territorio agrario, de manera que se trata de olivares generalmente englobados bajo la confusa denominación de tradicionales, lo que en este caso quiere decir únicamente con bajos rendimientos, cuando no directamente marginales desde el punto de vista económico (Gómez-Limón, 201 ).
Un estudio reciente sobre esta cuestión demostró que la rentabilidad de los oli- vares de sierra es negativa cuando en la cuenta de resultados no se consigna la partida correspondiente a las ayudas directas de la PAC. Considerando este ingreso, tampoco es positiva si no se cumplen simultáneamente dos condiciones: precios superiores a 3 /kg de aceite (algo realmente inusual en la última década, donde el precio medio ha sido un 50 por ciento menor), y una cosecha media o elevada. E incluso en ese escenario más favorable y sumando las ayudas europeas, para una parte de los olivares en alta pen- diente el resultado no alcanzaría la rentabilidad (Rodríguez-Entrena, 2016). Sin embargo, estos mismos olivares pueden beneficiarse de oportunidades de revalorización relacionadas con la diferenciación y el reconocimiento territorial del producto, esto es, con estrategias ligadas a la práctica del desarrollo rural (Comisión Especial, 2015; Torre, 2015; Van der Ploeg y Durand, 2003).
En función de características que solo cabe interpretar a microescala, el mante- nimiento del olivar de montaña puede ser motivo, entonces, de impactos ambientales y socio-económicos tanto positivos como negativos (Belleti, 2015; Sanz-Cañada et al., 2015). Así, por ejemplo, una mala gestión de los recursos naturales conlleva tasas de ero- sión intolerables (Taguas et al., 2015; Gómez, 2015); pero con técnicas adecuadas se puede contribuir al mantenimiento de los paisajes y la biodiversidad. En términos socioeconómicos, por su parte, la batalla por la cantidad está pérdida de antemano, ade- más de que los costes de recolección, los más importantes de cuantos deben afrontar los agricultores, resultan mayores. No obstante su calidad puede suponer una gran oportu- nidad para el sostenimiento de los núcleos rurales donde su presencia es más destacada (Sanz Cañada et al., 2013). De imponerse, por tanto, una lógica estrictamente monetaria, lo más fácil es que uno de los escenarios más habituales de los olivares de montaña en el medio plazo sea el abandono y la emigración (De Graff, 2008).
Dentro de este panorama es especialmente interesante la provincia de Jaén, que resulta a esta escala el caso más extremo de monocultivo, pues el olivar ocupa ya el 90% de las tierras labradas (unas 585 mil hectáreas), de manera que una mancha extensa y continua se convierte en la única actividad económica de buena parte del territorio. En términos históricos se trata de una especialización regional relativamente reciente, que ha aprovechado las coyunturas favorables y apenas se ha resentido en aquellas que resultaron menos positivas para el aceite de oliva (Zambrana Pineda, 2000). Desde luego, la velocidad y profundidad de los cambios de las últimas décadas se ligan claramente a los estímulos introducidos por la Política Agrícola Común para este sector, a diferencia de lo ocurrido con otras opciones antes con mayor protagonismo, como es el caso de los cereales. Este proceso de ampliación superficial reciente difiere radicalmente del experi- mentado durante la segunda mitad del siglo XIX, que es cuando se desencadena el pro- ceso que estamos describiendo: en aquellos momentos adquirió gran protagonismo el avance de la frontera agrícola, gracias a la roturación de terrenos forestales. En cambio, en el siglo XX ha obedecido sobre todo a un proceso de sustitución de cultivos (Sánchez y Paniza, 2015). Y ello ha significado un cambio en el patrón de localización espacial del olivo, pues ahora se enseñorea de suelos llanos, más fértiles y asociados a una estructura de la propiedad más proclive a la intensificación.
El productivismo es precisamente la segunda causa que explica el enorme incre- mento de las cosechas observado en las últimas décadas. Muy destacable es, en ese sen- tido, la radical transformación del carácter de cultivo de secano que ha tenido históricamente. Valga decir que casi la mitad del olivar provincial disfruta ya de riego, de manera que los largos períodos para que entrara en producción, los bajos rendimien- tos y la acusada vecería, que se creían intrínsecos a estas plantaciones, han ido limitán- dose de manera acusada. Así, la media de aceite virgen producido en el decenio 1973-1982 fue de 164.000 toneladas, mientras que ascendió a 468.000 toneladas en el período 2003-2012. Esto significa que Jaén acapara casi la mitad del aceite producido en Andalucía, una proporción claramente por encima de la que le correspondería por superficie1 (Sánchez, Gallego y Rodríguez, 2015).
Pero ni el tamaño, ni la contigüidad de la mancha, ni el aplastante dominio de la variedad picual o el destino exclusivo del fruto para la extracción de aceite, implican uniformidad. Antes al contrario, el diferente contexto económico y tecnológico en que se han producido las plantaciones, la distinta capacidad de capitalizar las explotaciones o el contraste agronómico de los territorios por donde se extienden, se traducen en tipo- logías olivareras muy contrastadas. La variabilidad productiva, por ejemplo, presenta un rango extraordinario, que va desde los olivares de secano en zonas marginales de mon- taña, donde puede ser habitual obtener cosechas medias de apenas 500 kg de aceituna por hectárea y año, hasta las plantaciones formando seto que, en condiciones agronómicas idóneas, multiplican hasta por treinta o más veces esa cantidad (Junta de Andalucía, 2014).
El objetivo central de nuestro trabajo es cartografiar y caracterizar los olivares de montaña en la provincia de Jaén, mostrando cómo la diversidad es precisamente uno de sus atributos fundamentales, razón por la que hemos preferido utilizar el plural antes que transmitir la idea de la existencia de un único olivar de montaña. En relación con tal contraste, se discuten diferentes opciones de manejo en relación a sus perspectivas inmediatas.
Además de esta introducción, este artículo se compone de tres grandes apartados. En el primero se presenta un contexto para comprender la realidad de los olivares de montaña en medio de un proceso de expansión superficial e intensificación productiva del cultivo, algo en gran medida ligado a las políticas agrarias. A continuación se expli- can los métodos y fuentes que se han empleado para la creación de una base de datos georreferenciada, que hemos empleado para generar la cartografía mostrada. Con las diferentes variables empleadas para ello se localizan y caracterizan los olivares de mon- taña en la provincia de Jaén, en la que se incluye igualmente una primera aproximación paisajística basada exclusivamente en aspectos escénicos. Finalmente, en el apartado de conclusiones se plantea la conveniencia de emprender un estudio de ordenación sobre la compleja y diversa situación que afecta a los territorios en los que la presencia del oli- var de montaña es más relevante.
La expansión olivarera en el sur de España
Colonizando las topografías menos desfavorables o recurriendo a la creación de terrazas reforzadas con muros de piedra -funcionales en su mayoría hasta hace unas pocas décadas en las serranías españolas-, la agricultura ha tenido siempre un papel muy destacado en las montañas del Mediterráneo (Lasanta, 1990; Ortega Valcárcel, 2004). Todavía hoy se calcula que la agricultura de montaña ocupa el 34 por ciento del territorio español dedicado a este uso (Sineiro-García, 2014). Dadas las características comunes a estos territorios, en especial la acusada aridez estival, los cultivos leñosos - almendros, viñas y olivos sobre todo- destacaron en la ocupación del espacio labrado. Teniendo en cuenta su rusticidad, no extraña que se les reservaran laderas inclinadas y suelos de baja fertilidad (Loumou y Giourga, 2003). Olivares emblemáticos de las montañas andaluzas se encuentran en Sierra Morena (aunque no precisamente en la provin- cia de Jaén), las alpujarras granadinas y, de manera aún más destacada, en los macizos subbéticos y prebéticos del Frente Externo de las Cordilleras Béticas en Cádiz, Sevilla, Málaga, Córdoba, Granada y Jaén (Guzmán Álvarez, 2004). Desde luego, los olivares tra- dicionales ocuparon igualmente áreas bajas y llanas; de hecho las primeras especializa- ción regionales de cierta entidad y permanencia en Andalucía se localizan en zonas como el Aljarafe sevillano y otras comarcas del valle del Guadalquivir (incluyendo las jiennenses, con municipios como Andújar y Arjona que ya mostraban cierta especializa- ción en el siglo XVIII), donde siempre tuvo mayor significación territorial y se introdujo antes que en las montañas (Infante-Amate, 2014; Infante-Amate et al., 2016), lo que también explicaría su mayor significación en las provincias más occidentales, especial- mente Sevilla y Córdoba. En otros territorios campiñegos, por su mayoritaria dedicación a los cereales, el olivar –como el viñedo– resultaba omnipresente, pero a menudo ocu- pando superficies reducidas, teniendo como finalidad prioritaria el autoabastecimiento (Naranjo Ramírez, 2013).
Desde mediados del siglo XIX este equilibrio preexistente en el seno de la trilogía mediterránea empieza a quebrarse, observándose una espectacular expansión del olivar. Como mejor opción de especialización regional para obtener productos destinados a los mercados nacionales e internacionales, la búsqueda de cosechas más voluminosas, en ausencia de elementos que permitieran la intensificación productiva, se resolvió prime- ramente ampliando la superficie cultivada. Esta expansión, que ocupa todo el siglo XX y aún no ha finalizado, se acompañó también de un importante cambio en el patrón de localización de la planta (Sánchez y Paniza, 2015), de manera que fue colonizando pro- gresivamente los mejores suelos agrícolas. En tales casos, desde luego, resultó más fácil aplicar posteriormente los principios del productivismo pleno característico de las últi- mas décadas. Por otra parte, la expansión olivarera en el sur de España contó con la des- tacada participación de pequeños agricultores, muchos de ellos de reciente acceso a la propiedad, que pusieron sus esperanzas en un cultivo del que obtener diversos aprove- chamientos sin una excesiva dedicación temporal y perfectamente asumible por el grupo familiar. Más tarde, grandes y pequeños propietarios con explotaciones en cam- piña o sierra fueron adaptándose a la realidad de un cultivo exclusivamente destinado a la producción de alimentos, fundamentalmente aceite (Infante-Amate, 2012). La orien- tación capitalista de la agricultura española se reflejó en otros aspectos, como la mejora de los métodos de obtención del aceite, tanto en cantidad como en calidad (Zambrana Pineda, 2000). En la actualidad, después de haber transitado por coyunturas muy favo- rables pero también soportando momentos críticos (Naredo, 1983) el olivar ocupa en Andalucía más de 1,5 millones de hectáreas constituyendo la actividad fundamental de unos trescientos municipios en los que viven un cuarto de millón de personas y donde se localiza un importante entramado agroindustrial (Junta de Andalucía, 201 , 2014).
A pesar de las desventajas productivas y estructurales de las explotaciones agrícolas serranas (Rodríguez Martínez, 2001), al menos en la provincia de Jaén, los olivares de mon- taña no han sufrido retroceso superficial, sino todo lo contrario. Aunque no solo se debe a ello, razones de índole política explican este comportamiento. En particular, el apoyo que los productores de aceite de oliva han tenido desde la adhesión de España al Mercado Común Europeo (Sánchez, Rodríguez y Gallego, 2015). Esta explicación, desde luego, es válida para el conjunto del olivar destinado a la producción de aceite, verdaderamente pri- vilegiado por la Política Agrícola Común. Como es bien conocido, sus objetivos y principios iniciales (unidad de mercado, preferencia comunitaria y solidaridad financiera), estableci- dos en los años cincuenta del siglo pasado, eran claramente proteccionistas y productivis- tas; predominando un enfoque economicista donde los campos europeos entraban en una lógica de modernización permanente para incrementar las cosechas y, al tiempo, liberar mano de obra que pudiera emplearse en los más rentables sectores industrial y terciario. En particular, toda una panoplia de ayudas y subvenciones, así como la garantía de precios remunerados a los agricultores, aseguraron el éxito del modelo, pero también alimentaron la semilla de su insostenibilidad presupuestaria y ambiental.
A finales del siglo XX la adopción de la Agenda 2000 significó la incorporación de una visión más territorial de la agricultura, promoviendo la multifuncionalidad (Parra López y Sayadi Gmada, 2009), la generación de productos saludables y seguros, preocu- pándose por el uso inadecuado de los recursos naturales y, en última instancia, la viabilidad del mundo rural dentro de un nuevo paradigma propio de nuestro mundo globalizado y la nueva división internacional del trabajo que propone (OCDE, 2006). En la práctica se ponía en marcha un amplio programa de desregulación que, para lo que al aceite se refiere, tuvo su aldabonazo mayor en la desaparición del precio de intervención y el desacoplamiento de las ayudas, condicionadas en todo caso al cumplimiento de determinadas medidas ambientales. El régimen de pago único, no obstante, ha sido una especie de herencia de este modelo hasta su supresión en el año 2015, pues las ayudas se calcularon en función de rendimientos históricos relativos a las campañas 99/00 a 02/03. Más importante para el devenir fue, incluso, la adopción de medidas de desarrollo rural para complementar las políticas de mercados y ayudas hasta entonces preponderantes, tras haber alcanzado este novedoso enfoque condición de segundo pilar de la PAC. Durante el período de programa- ción de 2007 a 2013 destacaron, por ejemplo, las ayudas destinadas a la producción inte- grada o el fomento del cultivo ecológico (San Miguel Tabernero 2010).
En 201 empezaron a ver la luz documentos de propuesta de modificación de la PAC, algo que se produjo finalmente dos años después con la nueva reglamentación, mientras que un año más tarde aparecieron los decretos en los que el gobierno español transpone y desarrolla los principios y normas de esta nueva etapa2. El propósito, como luego se comprobó, no era otro que profundizar en lo ya iniciado en términos de sosteni- bilidad ambiental y económica. Entre los acuerdos destacan la aprobación de un nuevo mecanismo para el cálculo de las ayudas directas a los agricultores. Inicialmente se preten- día equiparar sectores y territorios concediendo una especie de tarifa plana por superficie (pago básico), que se podría complementar adquiriendo ciertos compromisos ambientales (ayuda verde) y de diversificación productiva. Estos presupuestos eran claramente perjudi- ciales para los productores de aceite de oliva, sin duda los más beneficiados del modelo anterior, pero finalmente el adoptado para el presente período de programación, vigente hasta 2020, eliminó la necesidad de diversificar y adoptó medidas que aseguran que los trasvases entre sectores, territorios y explotaciones resultarán mínimas (Colombo, Perujo y Ruz, 2015). De esta forma, a partir de un indicador comarcal se calcula el pago básico, mientras que el pago verde es un porcentaje fijo del mismo. Con estas decisiones se perdió la oportunidad de apoyar en mayor medida a los olivares menos productivos, como es el caso de los localizados en zonas de montaña, a la vez que cobra un protagonismo mayor el programa de desarrollo rural (Sánchez, Rodríguez y Gallego, 2015).
En la Unión Europea, no obstante, hay una importante tradición de tratamiento discriminatorio positivo para las zonas agrícolas más desfavorecidas3. Las áreas de mon- taña, muy destacadas si se considera el abandono de tierras agrarias en el territorio comunitario desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial (MacDonald, et al., 2000), han sido un laboratorio en el que se han ensayado numerosas fórmulas para tra- tar de paliar los efectos de la crisis que sufren desde la descomposición del modelo tra- dicional (territorial) de aprovechamiento de los recursos en beneficio del modelo economicista imperante. Desde 1975, la PAC ha contado con instrumentos para promo- ver la sostenibilidad de la agricultura de montaña y el bienestar de la población en estas áreas rurales, bien específicos o bien derivados de los generales para el sector o los terri- torios. En ese sentido, cabe recordar que España es el país con mayor porcentaje de áreas de agricultura de montaña de toda la UE, con 7,4 millones de hectáreas. A pesar de todo, el criterio para delimitarlas no es completamente preciso. Se consideran como tales las que presentan limitaciones considerables para el uso de la tierra e incrementos aprecia- bles de los costes de explotación debido a la existencia, por la altitud, de condiciones cli- máticas difíciles o, a altitudes menores, la presencia de una gran parte del territorio con pendientes demasiado pronunciadas como para permitir el uso de maquinaria o requerir el uso de equipos muy costosos. Una combinación de ambos factores puede ser también motivo de tal consideración (European Commission, 2009).
Fuentes y métodos
La investigación ha constado de tres fases. La primera analizó la literatura cientí- fica relacionada con diferentes aspectos que consideramos cruciales para entender el contexto en el que realizar la interpretación de las dinámicas y realidades analizadas. En un segundo momento se ha creado una base de datos georreferenciada que toma como unidad de análisis las parcelas ocupadas por olivar en el Sistema de Información Geográfica de Parcelas Agrícolas (SIGPAC), un instrumento que emplea la administración pública para almacenar información relativa a las parcelas que son susceptibles de aco- gerse a ayudas agrarias procedentes de la Política Agraria Común4. La superposición de variables ambientales, temporales y espaciales sobre dicha base ha permitido la caracte- rización del olivar de montaña desde diferentes perspectivas y su representación carto- gráfica. Adicionalmente se procedió a realizar trabajo de campo al objeto de localizar ejemplos de una clasificación inicial de paisajes representativos del olivar de montaña. Esta labor ha consistido básicamente en el cotejo visual de unidades recogidas en la car- tografía para comprobar su fidelidad a la categoría establecida. A partir de ahí, y basán- donos en criterios estrictamente visuales, se seleccionaron ejemplos de un serie de tipos paisajísticos característicos de los olivares serranos. En tercer lugar se ha hecho una reflexión estratégica, al objeto de valorar las opciones de continuidad que tienen los olivares de montaña y, en la medida de nuestras posibilidades, ofrecer orientaciones para su mejor gestión.
Como decimos, para delimitar y caracterizar los olivares de montaña hemos empleado información digitalizada procedente de tres fuentes complementarias (figura 1). De entrada, la suministrada por el SIGPAC-2016 para la consideración del parcelario olivarero y la pendiente5. El propósito, en ese sentido, ha sido, con el mayor detalle posi- ble y, con el umbral del 20%, encontrar un primer elemento que nos permita diferenciar, a posteriori, los olivares de montaña de los olivares en pendiente, que no tienen por qué estar necesariamente localizados en los ámbitos serranos de la provincia. En cuanto al umbral elegido, se entiende que es el que en la actualidad marca la incapacidad para mecanizar plenamente las labores del cultivo, especialmente la recogida del fruto (Colombo et al., 2015).

Por su parte, la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía a través de la Red de Información Ambiental (REDIAM), nos ha permitido manejar variables rela- tivas a la altitud, el período de plantación y la capacidad de uso del suelo ocupado por los olivares6. Entre las muchas opciones disponibles, definimos aquí el olivar de montaña como aquel que se encuentra por encima de los 800 m.s.n.m., excluyendo de esta forma la mayor parte de los que se localizan en las altas campiñas béticas (Loma de Úbeda). De entre los numerosos cortes cronológicos que pueden trazarse (aunque solo a partir de 1956) respecto a la edad de plantación, hemos establecidos dos grandes períodos, con 1984 (la fecha más próxima disponible respecto a la adhesión de España al Mercado Común Europeo) como referencia para la separación. Por último, hemos incorporado la calificación de la capacidad de usos del suelo, una variable que combina diferentes aspectos físicos, para evaluar su interés agronómico.
La superposición cartográfica de variables se ha completado con el régimen de cultivo, en este caso a raíz de la información más actualizada de la que dispone la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir7 (2015). Con ello es posible conocer la inci- dencia que el regadío presenta en estas zonas de montaña. Aunque era nuestro propó- sito, en estos momentos carecemos de recursos suficientes para cartografiar digitalmente los olivares jiennenses regados en otros momentos históricos, si bien espe- ramos contar en breve con los correspondientes a finales del siglo XIX, explotando la ingente información suministrada en las minutas cartográficas que con fines catastrales levantaron los topógrafos en aquellos momentos (Moya, Cuesta y Sánchez, 2016) y para principios de los años ochenta, rescatando los trabajos efectuados por el Ministerio de Agricultura para el levantamiento del Mapa de cultivos y aprovechamientos a escala 1:50.000, cuyas hojas se encuentran disponibles en formato digital8.
Los olivares de montaña en la provincia de Jaén
Delimitación y características básicas
Por lo que al caso que no ocupa se refiere, y de acuerdo con los criterios que hemos empleado, resulta que un 30,6 por ciento del olivar en la provincia de Jaén se localiza en zonas con dificultades orográficas y/o topográficas, derivándose de ello una merma de capacidad productiva evidente9. De este porcentaje, aproximadamente la mitad tiene una pendiente igual o mayor al 20 por ciento (mapa 1). Estrictamente, los olivares de montaña, es decir, aquellos que están a una altitud superior a los 800 metros, suponen el 15,85 por ciento del olivar jiennense, cuyo desglose en función de la pen- diente se recoge en el cuadro estadístico que aparece en el interior de dicho mapa.
La mayoría de este olivar fue plantado mucho antes de que se produjera la adhe- sión de España a la Unión Europea, de manera que fue diseñado en un contexto econó- mico en el que el productivismo auspiciado por la existencia de precios y ayudas garantizados a los productores o la protección aduanera no jugaron un papel funda- mental. Antes al contrario, buena parte de estos “olivares antiguos” tenían una orienta- ción dirigida a la autosuficiencia del grupo familiar, dada su incapacidad para generar grandes volúmenes de cosecha. Las favorables condiciones que para el aceite de oliva supuso la aplicación de la Organización Común de Mercado de las Grasas Vegetales (aprobada inicialmente en 1966), explica que las plantaciones se reanudaran con fuerza a partir de la adhesión de España a la Unión Europea (1986). Casi el 22 por ciento del olivar de montaña, de hecho, se ha plantado desde entonces (mapa 2). Esto ha supuesto tanto su expansión hacia zonas marginales como hacia los espacios con mejor calidad agronómica y que, en su mayor parte, estaban ocupados con cultivos herbáceos en secano (Paniza, García y Sánchez, 2015).

Casi coincidiendo con el inicio de la aplicación de la PAC, asistimos a la apuesta en marcha en la Comunidad Autónoma de Andalucía de una ambiciosa política de pro- tección de la naturaleza. Desde entonces, la superficie que tiene la condición de área protegida no ha parado de crecer, siendo su última gran expansión la provocada por la creación de la Red Natura 2000. Prácticamente toda la montaña jiennense, a excepción de una pequeña porción en su sector meridional, se encuentra catalogada como Lugar de Interés Comunitario (LIC). Además de una significativa fracción de olivar situado en su interior (un 14 por ciento aproximadamente) y, por tanto, sujeto a norma proteccio- nista, en la orla periférica y formando parte de los municipios que conforman el área de influencia socioeconómica de los Parques Naturales de Sierra Mágina y Cazorla, Segura y Las Villas se agrupa otra gran cantidad de olivares de montaña, como puede observarse en el mapa 3. La consulta de los documentos de ordenación territorial nos permite comprobar que en ocasiones la presencia del cultivo ha servido de orientación para delimitar las zonas de regulación común, es decir, las que tienen menor interés ecológico. Dada la inspiración ambiental de tales documentos, también son frecuentes las alusiones a los efectos más negativos que su presencia implica, especialmente respecto a la erosión edá- fica, y a partir de ahí la conveniencia de facilitar su transformación en espacios foresta- les; pero también los olivares son considerados a veces como oportunidad para compatibilizar conservación y desarrollo socioeconómico. Desde luego, para comprender la ambivalencia de opciones que supone el olivar de montaña en áreas protegidas es fun- damental considerar también la delimitación del área de influencia socioeconómica (Sánchez y Gallego, 2016b). Hay que recordar, además, que tales territorios se superpo- nen también sobre el área de actuación potencial de las diferentes Denominaciones de Origen Protegido existentes (Sierra Mágina, Sierra de Cazorla y Sierra de Segura).


Por cuanto venimos relatando, resulta lógica la constatación de la baja capacidad de uso según criterios agronómicos de los suelos sobre los que se asientan estos olivares (mapa 4). Prácticamente el 94 por ciento se instala sobre suelos de capacidad moderada o marginal. Esta última subcategoría supone el 59,56 por ciento del olivar de montaña, siendo lógico preguntarse hasta qué punto su continuidad pueda resultar contraprodu- cente en términos económicos y ecológicos.

Otro elemento que denota la menor capacidad productiva del olivar de montaña es el escaso avance que ha tenido el regadío. En estos momentos alcanza apenas al 24 por ciento del total, una cifra que representa la mitad de la media provincial. Diferentes razones históricas, geográficas y económicas se pueden señalar para explicar esta dife- rencia tan sensible. Y es que a pesar de que las montañas mediterráneas de la España seca sean consideradas como arcas de agua y en ellas se localice buena parte de los rega- díos tradicionales y los embalses existentes, la realidad es que el agua rinde más en el llano, donde ha sido preferentemente destinada en tiempos recientes. Frente al uso sis- temático de recursos superficiales, subterráneos e incluso procedentes del reciclado que es propio de la parte central de la provincia, especialmente en la comarca de La Loma (Sánchez y Gallego, 2016a), en los ámbitos serranos tan solo se observan dos núcleos de cierta relevancia superficial: en el municipio de Pozo Alcón (núcleo del embalse de La Bolera), y en la orla periférica de Sierra Mágina, como consecuencia de la abundancia de acuíferos y manantiales que procuran sus materiales calizos.

Para evaluar de manera conjunta los cambios producidos en los olivares de mon- taña respecto al régimen de cultivo y la capacidad agronómica de los suelos que ocupan, presentamos el cuadro 1. En ella puede comprobarse cómo los olivares más recientes se han concentrado en tierras relativamente mejores y también cómo el regadío ha aumen- tado su proporción respecto a las cifras preexistentes. En todo caso, los resultados glo- bales son claramente menos positivos que los correspondientes a los olivares de campiña donde, como antes hemos explicado, el avance del regadío ha sido verdaderamente espectacular.

Diversidad territorial y paisajística
Con la información suministrada por la capacidad de uso del suelo y el régimen de cultivo se puede intentar también una clasificación tentativa de su funcionalidad y posibilidades de ordenación territorial10. De entrada, hay que señalar que el 30 por ciento del olivar de montaña de la provincia de Jaén está situado en terrenos con pen- dientes superiores al 20 por ciento, es anterior a 1984, está fuera de un LIC, sobre suelos marginales y en secano11. Más allá del peso de esta clase dominante, una agrupación de acuerdo a criterios económico-ambientales permite establecer una serie de categorías y clases (mapa 6). Para cada una de ellas se pueden apuntar varias opciones de sostenibi- lidad muy genéricas, inspiradas, entre otros en Cabrera et al. (2013) y Stroosnijder et al. (2008), que presentamos en el cuadro 2.


Con base en el trabajo de campo realizado es posible, de igual manera, establecer una tipología inicial de la diversidad paisajística que presentan los olivares de montaña. Aunque por el momento se trata de una aproximación muy inicial, cualitativa y escénica, que no puede entrar en el detalle de relacionar cada categoría o clase con un paisaje tipo, nuestro reconocimiento diferencia los siguientes tipos:
Olivares en mosaico con vegetación forestal (imagen 1). Ocurre esta circuns- tancia en zonas de pendiente elevada y en donde la disputa por el uso olivar/pinar obedece no solo a cuestiones edáficas, sino que tiene que ver tam- bién con la propiedad de la tierra. En ese sentido, el límite a la expansión agrí- cola es a menudo el monte público (municipal o autonómico), algo muy habitual en la Sierra de Segura.
Olivares isla. En determinadas circunstancias topográficas y/o patrimoniales, el olivar se limita a una pequeña parcela completamente rodeada de vegetación forestal (imagen 2). El olivar se impone entonces como un elemento de diver- sidad y demuestra el valor que puede tener en términos ambientales, como ecotono y a la hora de impedir el avance de los incendios forestales.
Olivares de contacto lineal con la vegetación forestal. En otras ocasiones el oli- var de montaña y la vegetación forestal se encuentran formando bandas cuya separación es rectilínea (imagen 3). En estos casos, las últimas filas del olivar están a menudo ocupando suelos que ya entran en situación de marginalidad ecológica, al haberse llevado hasta el límite la frontera agrícola.José Domingo Sánchez, Antonio Garrido y Antonia PanizaJosé Domingo Sánchez, Antonio Garrido y Antonia Paniza
Paisajes olivareros continuos en áreas exclusivamente agrícolas. Coinciden con zonas de pendiente baja o moderada, encontrándose ejemplos tanto de oliva- res antiguos como de modernas plantaciones que adoptan diseños y métodos de cultivo característicos del productivismo. Llamativo puede resultar, en este caso, ejemplos como el recogido en la imagen 4, que está localizado en una vaguada de altitud superior a los 1.000 metros. Este tipo de emplazamientos hasta hace poco se descartaban por el riesgo de fuertes heladas episódicas, como ocurrió por última vez en 200512. Quizá se trate de un síntoma más de la flaqueza de la memoria climática, pero puede que en este caso lo sea tam- bién de las transformaciones que acarrea el ascenso de las temperaturas, que anularían las consecuencias de las inversiones térmicas de mayor severidad.




Sobre las perspectivas inmediatas de los olivares de montaña
Comenzamos este apartado reforzando una idea expresada al comienzo del tra- bajo: los olivares de montaña, aunque es posible establecer subcategorías en relación a su sostenibilidad económica, son menos productivos y presentan gastos de recolección mayores que los emplazados en las zonas bajas y llanas, con los que no pueden competir si la estrategia consiste en poner en el mercado un producto estandarizado (gráfico 1).
Desde luego, la entrada en producción de olivares intensivos y superintensivos en todas las zonas del mundo donde se está plantando este cultivo no hace sino aumentar la debilidad de las zonas de montaña y, en general, de todos los territorios donde existen desventajas productivas (Sánchez Martínez, 2016).

Pero las dificultades no son solo económicas. El tratamiento de la información manejada para la elaboración del mapa 1 ofrece, a escala municipal, 17 casos en los que más de la mitad de la superficie plantada está por encima de 800 metros13. Resulta cho- cante, a este particular, que el mayor número se localice en Sierra Sur, un área de mon- taña que carece de DOP. De ese conjunto de 17, salvo Alcalá la Real, se trata de municipios rurales poco poblados, algunos de ellos incluso por debajo de los 2.000 habi- tantes (Torres de Albanchez, Villarrodrigo, Los Cárcheles, Frailes o Noalejo) y muy depen- dientes de los ingresos agrícolas para su sostenibilidad. Como las poblaciones están envejecidas y las tasas de paro son elevadas, otros ingresos igualmente fundamentales son los procedentes de las pensiones por jubilación y los subsidios de desempleo agrario y de la renta agraria. De hecho, se ha afirmado que el monocultivo de olivar es la prin- cipal variable que explica la distribución espacial de los perceptores de los dos últimos tipos de ingresos citados, de manera que el mantenimiento de estos pueblos de montaña resulta muy precario (Cejudo, Navarro y Maroto, 2016). Respecto a la estructura de la propiedad, si bien es un asunto en el que no vamos a profundizar, queda de manifiesto el carácter minifundista del olivar de montaña (esto ocurre, no obstante, también en el caso de las campiñas), siendo el tamaño medio de las parcelas recogidas en el SIGPAC de 1,4 hectáreas. El tamaño reducido de las explotaciones explica, sin embargo, su man- tenimiento, pues el coste de la recogida es asumido sistemáticamente por el grupo fami- liar, y no es infrecuente que se trate de una actividad a tiempo parcial o mantenida por razones sentimentales (apego a la tierra) antes que por otra causa.
La situación que se retrata, por tanto, es bastante complicada y el riesgo de aban- dono elevado por cuanto, a la escala de parcela y explotación, los aspectos socio-econó- micos se han demostrado más determinantes incluso que los biofísicos a la hora de explicar el retraimiento de la actividad agraria (Alonso Sarria et al., 2016). Para hacer frente a esta realidad, existen no obstante una serie de fortalezas y oportunidades. De entrada, si bien las ayudas europeas resultan desfavorables, pues recordamos que en última instancia su cálculo sigue heredando las diferencias productivas entre territorios y explotaciones, determinadas partidas están pensadas específicamente para áreas desfavorecidas siempre que adquieran una serie de compromisos de ecocondicionalidad mayores que los exigidos para el cobro del pago básico y el pago verde. Esto ocurre con las indemnizaciones en áreas de la red Natura 2000, y también con la asunción de métodos de agricultura integrada o ecológica. En todo caso, el mayor desencuentro sobre las ayudas específicas al sector ha venido de la decisión de eliminar la posibilidad de conceder ayudas acopladas en el caso de los olivares en pendiente y baja productividad, una reivindicación realizada por las orga- nizaciones agrarias a los gobiernos central y autonómico14.
Que las mejores opciones de apoyo público pasen por la adopción de medidas ligadas al desarrollo rural tienen como dificultad la complejidad técnica y burocrática que a menudo imponen, lo que de nuevo encaja mal con las características socioestruc- turales de estas áreas. Es entonces cuando cobra más sentido que nunca el movimiento cooperativista. Como se sabe, su arraigo en el sector olivarero es fundamental en térmi- nos de transformación y venta a granel del producto en el mercado intraindustrial, pero no ha sabido aún penetrar con éxito en las fases anteriores (gestión de fincas) y poste- riores (desarrollo de canales propios de comercialización directa). En los últimos tiempos vienen asumiendo, no obstante, un mayor protagonismo en el cambio de mentalidades, fundamentalmente en relación a la modernización tecnológica y la mejora de los están- dares de calidad pero, como decimos, aún están lejos de rendir a plenitud de sus posibi- lidades (Coq-Huelva et al., 2014; Sanz-Cañada et al., 2013). El caso es que estos comportamientos de cambio, cuando se producen, son casi siempre resultado de la imi- tación de iniciativas de mayor riesgo asumidas por innovadores ajenos al mundo coo- perativista, como paradigmáticamente sucede con la obtención de aceites tempranos (Rodríguez, Sánchez y Gallego, 2017).
En la cualificación y diferenciación del aceite de oliva juegan un papel decisivo también las DOPs. Las tres que operan en la provincia (Sierra de Segura, Sierra de Cazorla y Sierra Mágina) tienen un ámbito de acción potencial de unas 140.000 hectáreas. Junto a los logros alcanzados en el tiempo que llevan operando, no pueden dejarse de anotar también algunos vicios y limitaciones de unas estructuras que, a menudo, no hacen sino reproducir las que afectan también al movimiento cooperativista. No deja de ser llama- tivo que las grandes marcas de referencia que han ido cuajando en la provincia en los últimos años, y cuya fama se agranda paulatinamente con la consecución de reconoci- mientos y premios nacionales e internacionales, estén fuera de las áreas citadas15; o, lo que es peor, están dentro del ámbito territorial pero sus fábricas no se adscriben o con- sideran a la DOP como algo bastante secundario para el reconocimiento de su producto, dando mayor consideración a la marca u otros valores que a la propia referencia geo- gráfica16 (Rodríguez, Sánchez y Gallego, 2016). Es de nuevo resaltable la distancia que marcan los innovadores, que buscan aproximarse al máximo de calidad, mientras que el sello de la denominación se obtiene con una puntuación mínima de 6,5 sobre 9 en los aceites extras, lo que claramente desincentiva a los más exigentes (Medina Rusillo,José Domingo Sánchez, Antonio Garrido y Antonia PanizaJosé Domingo Sánchez, Antonio Garrido y Antonia Paniza 2015). Con todo, ha quedado demostrado que los aceites de montaña ofrecen mejores indicadores organolépticos y, por ello, cuentan con unos atributos destacables desde el punto de vista alimenticio y saludable, unas cualidades que pueden seguir facilitando la diferenciación y aprecio del producto específico de estos territorios17 (Sanz-Cañada et al., 2015). Desde luego, una de las rémoras principales de los DOPs sigue siendo la inca- pacidad para conseguir diferenciales de precios significativos respecto a los productores de otros territorios, aunque esto es más factible en el caso de los aceites ecológicos (Cabrera et al., 2013). Puede afirmarse, en ese sentido, que se parecen muy poco a las estrategias desarrolladas en Italia o en Francia (Cohen et al., 2012; Anglés et al., 2013).
También es muy significativo que ninguno de los museos de la cultura del olivar y el aceite más importantes tenga acomodo dentro de estos ámbitos territoriales ampa- rados por una DOP. De esta forma, las opciones para el oleoturismo, calificado a veces de manera optimista como una “segunda cosecha del olivar”, se encuentran en clara desventaja respecto a las iniciativas surgidas en zonas llanas y mejor comunicadas de la campiña jiennense. Tan solo cabe destacar, en este sentido, el Centro de Interpretación del Olivar Ecológico en Génave (imagen 5), municipio pionero en este tipo de cultivo que, no obstante, no cuenta aquí con instalaciones y recursos apropiados para prestar la difusión que reclama (Moya y Sánchez, 2016).


Los valores culturales, paisajísticos y medioambientales serán, no obstante, cada vez más importantes para la sostenibilidad de los territorios con dificultades productivas. En ese sentido, resultará fundamental la capacidad que desde estos territorios se tenga para captar las ayudas contempladas en el vigente programa de desarrollo rural (Junta de Andalucía, 2014). Cabe destacar, por otra parte, el proceso de elaboración de una can- didatura para incluir el olivar andaluz en la Lista del Patrimonio Mundial a título de Paisaje Cultural18; pero también hay que ser cautos y pensar que no necesariamente serán las zonas de montaña, a pesar de que aquí se puedan encontrar con facilidad esos valores que justifiquen su declaración, los que acaparen los beneficios que esta iniciativa pueda significar. Otras formas más modestas, pero igualmente efectivas para conseguir mejores resultados en el mercado pueden venir de la mano de una profunda reconver- sión ecológica que permita certificar aquellos aceites conseguidos en los lugares donde mejor se gestionan los recursos y mayor diversidad biológica se conserva. Y es que, frente al discurso oficial que ensalza el tamaño o contigüidad del monocultivo olivarero para resaltar su excepcionalidad universal, o que asemeja acríticamente todo el olivar con una suerte de “bosque humanizado”, la realidad es que la salud de los ecosistemas donde se obtiene el aceite deja mucho que desear (imagen 6).
Desde luego, en el caso de las montañas el efecto más perverso de los sistemas productivos actuales es la erosión, pues sus consecuencias se mantendrán en el largo plazo y es urgente adoptar medidas para evitarla (Rodríguez-Entrena, 2013). Es desta- cable, en este sentido, la oportunidad que se genera con el proyecto LIFE “Olivares vivos”, que pretende añadir el valor de la biodiversidad a las marcas de los aceites que faciliten su recuperación, algo que parece especialmente adecuado en el caso de los olivares que se encuentran en el interior o en la zona de influencia de los Parques Naturales jiennen- ses19. Y, a futuro, las posibilidades que puedan derivarse en términos de política agraria respecto a su consideración como agricultura de elevados valores naturales20.
En perspectiva ambiental también hay que reseñar la oportunidad que puede suponer el abandono asistido (en términos ecológicos y económico-sociales) al olivar que claramente resulta marginal desde todo punto de vista, superando de esa manera la dicotomía entre sostenibilidad y abandono (Duarte et al., 2008). Creemos que el estudio de este asunto se facilita con la delimitación que se ha realizado en la cartografía pre- sentada, que toma como base, como hemos dicho, la parcela agrícola.
Conclusiones
Los olivares de montaña en la provincia de Jaén empiezan a formarse a mediados del siglo XIX, gracias primero a la roturación de terrenos forestales y más tarde progre- sando a costa de otros cultivos preestablecidos. Su adaptación a diferentes dinámicas y condiciones fisiográficas hace que resulten muy diversos, tal y como hemos tratado de mostrar en el mapa 6 y en el anexo estadístico. Esta realidad tiene su traducción tanto en aspectos paisajísticos como en términos de posibilidades de manejo. Aunque estos no son objetivos centrales del trabajo, hemos tratado de hacer una aproximación a tal rea- lidad, al único objeto de mostrar los notables contrastes existentes.
Eso sí, una parte muy considerable de estos olivares resultan vulnerables en el contexto actual. En este aspecto también caben los matices, pero las opciones para su mantenimiento no siempre son factibles. De hecho, las fórmulas de cálculo de las ayudas de la PAC, que siguen arrastrando la herencia del modelo acoplado que estuvo vigente hasta hace más de una década, refuerza los desequilibrios territoriales y por explotacio- nes que se derivaron del productivismo a ultranza. En ese sentido, las futuras reformas del sistema de ayudas deberían contemplar la posibilidad de trasvasar fondos hasta los territorios y explotaciones más desfavorecidos.
Además, la economía del aceite de oliva tiene posibilidades para dinamizar las zonas rurales si estas se convierten en sistemas agrarios de alto valor natural y se afian- zan otras iniciativas postproductivistas y su condición de sistemas agroalimentarios territorializados. Aunque hemos señalado también las dificultades que tiene afrontar estos desafíos, está claro que el desarrollo rural debe ser protagonista en la superación de la encrucijada actual. Descartada la posibilidad de competir en términos productivis- tas con otros territorios mejor dotados para adoptar sus principios (y contradicciones), los aceites de montaña tienen su verdadero desafío en asociarse a valores como el man- tenimiento de la biodiversidad, el paisaje y el interés por la cultura y el patrimonio rural.
Por el momento, la identificación de olivar, área protegida y denominación de ori- gen protegido no ha rendido todos los beneficios que cupiera esperar (Araque Jiménez, 2015). La baja incidencia de iniciativas como la marca Parque Natural hace pensar en ello, pero la convergencia progresiva de las políticas agrícolas y las ambientales surge también como un hecho esperanzador. Así, cabe destacar la tendencia de hacer coincidir las áreas de influencia socioeconómica de los parques naturales y los territorios de acción de las DOP, como ha ocurrido recientemente en la elaboración del segundo Plan de Desarrollo Sostenible del Parque Natural de Sierra Mágina (Sánchez y Gallego, 2016b). Esta convergencia será menos eficaz si no corre en paralelo al incremento de los méto- dos de producción más exigentes desde el punto de vista ambiental.
Hay que insistir en la importancia del carácter social del olivar de montaña, pues permite la existencia de empresas familiares que son un antídoto contra el abandono del medio rural. En ese sentido, las orientaciones para el manejo que hemos ofrecido en el cuadro 2 deben tomarse como hipótesis de trabajo para la ordenación territorial de los mismos, cuya concreción puede afinarse extraordinariamente al disponer de la informa- ción y las herramientas que permiten trabajar al detalle (desde el nivel de parcela reco- gido en el SIGPAC, a la agrupación de las categorías presentadas en el anexo estadístico y las categorías recogidas en el mapa 6). Nuestra propuesta más general pasaría por la elaboración de documentos que podrían tomar como referencia la estructura de los operativos en las áreas protegidas, esto es, donde se recojan directrices de ordenación y gestión de los recursos naturales y planes de fomento específicos para los olivares de montaña.
La casuística más compleja de abordar es sin duda (y no solo por la significación superficial que presenta) la de los olivares marginales tanto desde una perspectiva ambiental como económica (tipo B2 del mapa 6 y el cuadro 2). En este caso creemos que es urgente la elaboración de unas bases para su ordenación, que requieren de un estudio en profundidad que considere tanto el riesgo de abandono espontáneo de las plantacio- nes, algo no infrecuente, como las alternativas de su manejo hacia usos no agrícolas, sin descartar la continuidad de la actividad bajo técnicas adecuadas de gestión de los recur- sos. A falta de este diagnóstico preciso, nuestra opinión es que pueden ser lugares idó- neos para compensar la baja rentabilidad económica mediante la generación de bienes públicos valorados y remunerados, esto es, fomentar su papel desde perspectivas medioambientales y territoriales, pero no tanto agrícolas.
Agradecimientos
Este trabajo se enmarca en el Proyecto de Investigación de Excelencia “Caracterización y perspectivas del monocultivo olivarero jiennense: conformación espacio-temporal, diversidad paisajístico-agronómica y dinámicas territoriales inmedia-183tas”, financiado por la Consejería de Economía, Innovación y Ciencia de la Junta de Andalucía (SEJ – 1 53, convocatoria 2012). Agradecemos los comentarios de los evalua- dores anónimos de la revista.
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