Reseñas

JOSÉ CARLOS FERNÁNDEZ RAMOS (2017): Leviathan y la cueva de la Nada. Barcelona: Anthropos, 480 pp.

Ángel Enrique Carretero Pasín
Universidad Santiago de Compostela, España

JOSÉ CARLOS FERNÁNDEZ RAMOS (2017): Leviathan y la cueva de la Nada. Barcelona: Anthropos, 480 pp.

EMPIRIA. Revista de Metodología de las Ciencias Sociales, núm. 39, pp. 201-204, 2018

Universidad Nacional de Educación a Distancia

FERNÁNDEZ RAMOS JOSÉ CARLOS. 2017. Barcelona. Anthropos

La obra que aquí reseñamos constituye una auténtica rara avis en el panorama de la sociología española actual. A despecho del hegemónico canon de cientificidad que campea por doquier en la disciplina, anhela pensara fondo las categorías ontológicas y epistemológicas sobre las que se habría construido lo que se ha dado en llamar como la Modernidad. Más exactamente, busca mostrar que, en modo alguno, ha habido jamás una Modernidad entendida en términos unívocos. Por el contrario, echa mano del marco intelectual de los siglos XVI y XVII en Europa como un observatorio para percatarse de que, en realidad, la llamada Modernidad habría dado cabida a dos narrativas diferenciadas y prácticamente contrapuestas. Por una parte, una primera que, aposentada y representada en el mundo inglés, ha apostado por una versión racionalista del saber. Otra segunda que, incoada en el barroco hispánico, se habría decantado, contrariamente, por un saber comprometido con el legado de la hermenéutica. Para apuntalar esta doble narrativa de la Modernidad, el autor lleva a cabo un trabajo comparativo entre dos textos significativos en el contexto de pensamiento del siglo XVII. La obra de Thomas Hobbes, Leviatán, y la de Baltasar Gracián, El Criticón. Ambos textos emblemáticos de las dos narrativas contrarias de la Modernidad.

Como resultado de ello, nuestro autor diferenciará dos planteamientos claramente perfilados en torno a la consideración del conocimiento que serán decisivos en una divergente hoja de ruta adoptada por el mundo moderno. El pensamiento de Th. Hobbes traduciría una visión racionalista de la Verdad que, heredada del cartesianismo ,contaminará muy mucho el acervo filosófico occidental, desde la Ilustración hasta las variadas expresiones de un positivismo más o menos enmascarado. El inglés, contagiado por el ambiente intelectual de la época, preconcibe lo social gobernado por un posicionamiento mecanicista y se obstinará en el hallazgo de unas certezas objetivas aupadas al rango de universalidad. Inspirado por el éxito de la matemática del momento y mediante la aplicación de un metódico uso de reglas aprióricas, ansiará alcanzar generalizaciones que acrediten un rango de verosimilitud y credibilidad en el conocimiento. Si bien de espaldas y no dando acogida a un siempre singular contexto sociocultural en el que este conocimiento necesariamente se ve implantado. Este modelo epistemológico es el que, se nos dice, dará una cobertura legitimadora al papel encomendado al Estado Moderno, al Leviathán, que, encajándose perfectamente en los fines de la racionalidad burguesa, tratará de doblegar la integridad de lo social a un dictado more geometrico.

En contraste con el anterior, el pensamiento de B. Gracián dejará ver una apuesta por un tipo de Verdad marcado por un aspecto conjetural, reconocedor de una incerteza de partida y alimentado por un diálogo perspectivista. Su concepción del conocimiento abrazará la analogía y la metáfora como recursos por excelencia de comprensión de la realidad social. Así visto, el conocimiento no será, en absoluto, contemplado en términos abstractos, sino como la búsqueda de una irrepetible correlación entre el mundo y el objeto en la que se admite la singularidad circunstancial de este como requisito de acceso a su “modo de ser” siempre hic et nunc. Y en este cometido, al cual sobra decir que posteriormente se aferrará el romanticismo, el papel gnoseológico del ingenio resultará, para el jesuita español, esencial.

El autor muestra que esta doble lectura de la Modernidad, amparada en última instancia en una contradictoria consideración de la Verdad, se habría proyectado metafóricamente sobre cómo entender el cuerpo físico, para finalmente, en un símil con este, transponerse sobre la visión del cuerpo sociopolítico. Una visión mecanicista en antítesis a una orgánica. La primera enfatizando la idea de un engranaje operativo conjunto. La segunda embebida de un continuismo de fondo entre el microcosmos y el macrocosmos.

Porque, todo hay que decirlo, el trabajo destila en su totalidad un cierto espíritu romántico. Que duda cabe que de un romanticismo sociológico connotativo de un saber de lo social en desuso debido a su insubordinación alas prerrogativas, fundamentalmente de índole tecno-política y tecno-económica, cada vez más imperantes y sobradamente conocidas. Pero, sobre todo, un romanticismo emanado de un rechazo a la entronización de un racionalismo, de una razón científica, que habría determinado decisivamente el destino seguido por la Modernidad occidental, trasluciéndose así, de algún modo, el eco de la sentencia hölderliniana en virtudde la cual “el hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona”.

En su desarrollo, el contenido de la obra se desgrana en torno a tres metáforas esenciales, a las que se les concede un estatuto fundamental en el seno del discurso de los dos pensadores abordados y a través de las cuales se irá desglosando el eje temático de la obra. Se trata de Estado de Naturaleza, Pacto Social y Cuerpo Político, revelando como cada una de ellas adquiere unas connotaciones bien dispares en los discursos de Th. Hobbes y de B. Gracián.

Y dado que hemos aludido de refilón a metáforas, apuntemos que uno delos focos de mayor interés del trabajo radica precisamente en su marco teórico puesto en liza, que no es otro que el de una hermenéutica socio-metafórica del discurso. De la mano de las aportaciones de Paul Ricoeur, Hans-Georg Gadamer, Hans Blumenberg, Cliffort Geertz y Emmánuel Lizcano -director de la tesis doctoral de la que se desprende este trabajo-, José Carlos Fernández Ramos revindica, como replica al tecnocientifismo que ha invadido enteramente el dominio del saber acerca de lo social, el empleo de la metáfora como genuino recurso metodológico en el ámbito delas Ciencias Humanas y Sociales. Con la importante apreciación de que esta reivindicación se cercena a su dimensión cognitiva, alejándose de su uso estético. Para el autor, su reivindicación se sostiene en el poder heurístico atesorado por ella, en que desde su instancia sise da un paso legítimo de lo concreto a lo abstracto. Evidentemente, sin esta utilización de la metáfora como instrumento analítico no se hubiera podido llegar a extraer la fecundidad sociológica realmente abrigada en los discursos de Th. Hobbes y B. Gracián, y que, de este modo, sí se explicita.

Otro de los focos de interés del trabajo consiste en la trascendencia concedida al Imaginario Social en la configuración de la doble narrativa de la Modernidad. El Imaginario Social será aquello que estructura, de fondo, una particular manera de entender la Modernidad. A partir de esta operatividad se construirá un mundo de significaciones en donde, en un primer caso, primará la razón científica, el universalismo legal, la pretensión calculadora y la cosificación del objeto, y, en un segundo caso, un barroquismo hispánico continuador de la sapientia medieval, ligado a la tradición, implicado en la analogía y apostando por el sendero interpretativo sugerido por la hermenéutica contemporánea. Por otra parte, dentro del caótico mare magnum que alberga la noción de Imaginario Social, el autor se decanta por la formulación teórica elaborada en la década de los setenta del pasado siglo por Cornelius Castoriadis. Eso sí, se cuida de no proponer una definición precisa de la quintaesencia de tal noción que pudiera incurrir en un riesgo de encorsetarla y, a la postre, hacerle injusticia. Por eso, se recalca que el Imaginario Social, aún estando implícitamente presente en nuestra global preconcepción dela realidad social, en los presupuestos de base desde los que tratamos con el mundo, se nos revela no de otro modo que como “murmullo”, puesto que, en sí mismo, sería reacio al enclaustramiento en una definición. Es más, se nos dice, si algo lo caracterizaría sería la constatación de su indefinición.

Cabe asimismo resaltar que otro aspecto de interés en este trabajo, evitando así el peor rostro del escolasticismo, es la aproximación al discurso de los dos autores señalados teniendo muy en cuenta el marco sociohistórico en donde se insertan, en especial el contexto político y el científico. De ahí que se le adjudique una gran relevancia a los factores asociados a la situación geopolítica europea dela época, tales como los signos de decadencia del imperio español y los del auge que comenzaría a adquirir el inglés, o bien la ubicación de los países europeos en el mapa de las luchas religiosas mantenidas entre la reforma protestante y la contrarreforma católica. Pero que también le sea adjudicada esta misma relevancia, por ejemplo, al diferente impacto en la cosmovisión provocada por los desarrollos de la nueva ciencia y el método experimental en los distintos escenarios europeos, así como a los intereses extra científicos que, sólidamente enquistados en la actividad científica, contaminarían irremisiblemente su tan anhelada objetividad.

Las virtudes centrales del trabajo van ya incluidas en los focos de interés reseñados. Pero podrían añadirse algunas otras a mayores. Por ejemplo, una lectura de las dos obras sobre lasque pivota el núcleo del trabajo liberada de unas prejuiciosas interpretaciones académicamente institucionalizadas que habrían podido enturbiar y falsearla pureza de su contenido. Y aquí es obligado hacer mención a la excelente lectura realizada de Th. Hobbes, especialmente el apartado dedicado a su hipotético Estado de Naturaleza, haciendo inteligible el subyacente marco ideológico en donde su discurso se sostiene. Esto es una preconsideración atomizada del individuo, en armonía con la cristalización del homo economicus paradigmático del capitalismo. Como también cabría hacer hincapié en los guiños repetidos a la valorización dela singularidad de una tradición de pensamiento de raíces hispánicas insuficientemente reconocida, bien sea debido a la ignorancia académica rodeada en torno suyo o como fruto de un complejo de inferioridad intelectual nunca completamente sacudido. O, asimismo, en el afrontamiento radical de la complejidad que la temática estaría reclamando. Baste decir, ¿no resultaría indudablemente más fácil despachar esta complejidad recurriendo a una manida tentativa de leer la diferencia entre las dos narrativas de la modernidad en clave de una oposición entablada entre reforma y contrarreforma?.

Para concluir, una observación con laque se podría dar curso de continuidad al camino abierto por las tesis vertidas y cuyo único propósito es el de enriquecerlas. Se trata de un mero apunte interrogativo que, lógicamente, excede el marco del trabajo, pero que no por ello deja de resultar de interés a colación de algún aspecto que en este se baraja. Del pensamiento de los dos autores elegidos se desprende un elogio del pesimismo, tanto antropológico como político. Este elogio es fácilmente interpretable en función de las coordenadas históricas en las que se encuadran ambos. El pensamiento de Th. Hobbes puede ser legítimamente concebido como una oferta ideológica derivada de los efectos atomizadores propiciados por el capitalismo en el tejido social. El de B. Gracián como una guía aleccionadora en el arte de cómo buenamente lidiar con un mundo adverso resultante dela generalizada desmotivación social debida a la irresponsabilidad de las élites españolas del momento. En efecto, el pesimismo puede ser obviamente explicado en términos históricos. Pero la historia, con todo, no goza del patrimonio exclusivo de su explicación. En el itinerario del pensamiento occidental se ha manifestado, muy repetidamente, una vena sapiencial pesimista, desencantada, amarga que, normalmente en la vejez y bajo la fórmula de una sabiduría trágica, se ha condensado habitualmente en aforismos o dictámenes morales. Ella ha cobrado vida con mucha anterioridad al surgimiento del sistema económico capitalista y probablemente tenga visos de perdurar si este sistema económico algún día desapareciese. Ha estado muy presente en el pensamiento grecolatino tardío o en el de Michel de Montaigne–sazonándolo él de un aire de tibia dulzura-, en el de Arthur Schopenhauer y, en general, en un archipiélago inconexo de autores insistentemente marginados por la filosofía académica, aunque mayoritariamente refractarios curiosamente al racionalismo dominante. ¿El pesimismo tiene su única razón de ser en la historicidad?. He ahí la cuestión que, obviamente, extralimita los linderos de este trabajo, pero que, dado que si de pesimismo nos rodeamos, algún día habría de ser menester encarar.

Poco más se puede decir de un trabajo del cual compartimos los presupuestos departida, admiramos su atenta incursión en los textos objeto de estudio, nos encandilamos con la originalidad de sus conclusiones y, sobre todo, gozamos con su lectura. Si cabe congratularse de que el saber de lo social se reconozca en su objeto.

HTML generado a partir de XML-JATS4R por