Artículos
Recepción: 24 Enero 2020
Aprobación: 03 Diciembre 2021
DOI: https://doi.org/10.5944/empiria.53.2022.32616
Resumen: El objetivo de este trabajo es unir la aportación de la filosofía escolástica con la técnica de la medición de la pobreza a fin de clarificar cuánto ingreso debe ser normativamente considerado para adquirir “lo necesario” para vivir. La escolástica ha diferenciado –desde Tomás de Aquino- los bienes necesarios, los socialmente necesarios y los superfluos. Sobre los dos primeros se reconocieron derechos de propiedad usufructuaria, pero no sobre los superfluos. Lo que el trabajo investiga es saber si la línea de pobreza absoluta, nacional o internacional (actualmente establecida en $1,90 diarios en PPP de 2011) da buena cuenta de la capacidad para adquirir “lo necesario”. Rechazada esta opción se propone un Índice de Acceso a lo Necesario y se analizan las consecuencias de políticas públicas que conlleva la ambigüedad de “lo necesario”.
Palabras clave: Pobreza absoluta, pobreza relativa, necesario, superfluo.
Abstract: The goal of this work is to combine the contribution of scholastic philosophy with the technique of poverty measurement in order to clarify how much income should be normatively considered in order to acquire "what is necessary" to live. Scholasticism has differentiated from Thomas Aquinas the necessary, socially necessary and superfluous goods. On the first two rights of usufruct property were recognized, but not on the superfluous ones. What the research investigates is whether the absolute poverty line, national or international (currently set at $ 1.90 per day in PPP 2011) gives a good account of the capability to acquire "what is necessary". Once this option is rejected, an Index of Access to the Necessary is proposed and the consequences of public policies that entail the ambiguity of "what is necessary" are analyzed.
Keywords: Absolute poverty, relative poverty, necessary, superfluous.
1. INTRODUCCIÓN
¿Cuánto ingreso tiene derecho a disponer un ciudadano para que pueda ser considerado respetado en su dignidad? ¿Cuál es la cuantía de renta básica y qué criterios seguir para considerar que permiten acceder a lo necesario para vivir? Estas preguntas remiten al cálculo del umbral de pobreza absoluta (lo necesario para sobrevivir) o relativa (no quedar materialmente excluido de la sociedad en la que se vive). Parecen sencillas, pero -como veremos- contienen más complejidad de la que aparentan. Una opción de cálculo para el umbral de pobreza es considerar que el acceso a calorías suficientes, agua potable y unos mínimos educativos para poder ganarse la vida constituyen criterios suficientes sobre los que elaborar un Índice de Acceso a lo Necesario. Esta es la vía que se seguirá en este trabajo, cuyo objetivo es unir la aportación de la filosofía escolástica con la técnica de la medición de la pobreza a fin de clarificar cuánto ingreso debe ser normativamente considerado para adquirir “lo necesario” para vivir.
La hipótesis a investigar es si la actual línea internacional de pobreza absoluta fijada por el Banco Mundial para el seguimiento de la pobreza, responde a los criterios mencionados. Si se rechaza la hipótesis, convendrá ofrecer alguna alternativa que en nuestro caso denominamos Índice de Acceso a lo Necesario.
La cuestión tiene interés teórico y práctico. Desde el interés teórico, permitirá verificar si la actual línea de pobreza abandonó o sigue estando adherida a poder adquirir lo que una persona necesita para vivir (tradicionalmente reducido a una ingesta calórica determinada, en relación a su edad y sexo, pero sin tener en cuenta factores idiosincráticos como el clima donde se viva, la actividad diaria realizada o el propio metabolismo basal de cada individuo). Se comprobará que la actual línea de pobreza es resultado de un proceso estadístico, y no está fundamentada en una adaptación contextualizada a cada país para adquirir “lo necesario” para vivir.
El interés práctico, por una parte, consiste en ofrecer un índice que se acerque mejor a lo que es “necesario” y lo diferencie de “lo superfluo” o “socialmente necesario” dada la subjetividad en las preferencias que estos conceptos incorporan. Variables como la renta básica universal, el seguro de desempleo, el ingreso mínimo vital al cual todo ciudadano pueda tener derecho o la cuantía de una transferencia condicionada en efectivo, quedan directamente relacionadas con la cuestión que aquí se tratará. Por otra parte, enlaza con la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y los Objetivos de Desarrollo Sostenible 1 (erradicar la pobreza), el 2 (acabar con el hambre) y el 6 (acceso al agua). El artículo propone un índice para medir de forma conjunta el acceso a los bienes más necesarios.
Desde nuestro conocimiento, esta es la primera vez que se intenta unir criterios éticos como la distinción entre “lo necesario” sobre lo cual se tiene derecho de propiedad y puede reclamarse como derecho a ser satisfecho por el Estado y “lo superfluo” o relativo, que contextualiza la pobreza relativa y la ajusta para “no sentir vergüenza de aparecer en público” como la describió Adam Smith1.
La estructura del trabajo es la siguiente. En la sección segunda se expondrá la doctrina que los filósofos escolásticos elaboraron para fijar los derechos de propiedad y el acceso a los bienes necesarios. En la siguiente sección, se revisa la literatura sobre la línea de pobreza absoluta y su cálculo actual para analizar si realmente determina un umbral de acceso a “lo necesario” y se identifican sus debilidades. En la cuarta sección se ofrece como alternativa un Índice de Acceso a la Necesario para países desarrollados y en desarrollo y se compara con el Índice de Desarrollo Humano. La quinta sección recoge las conclusiones.
2. LA REFLEXIÓN SOBRE “LO NECESARIO” Y “LO SUPERFLUO”: ¿SOBRE QUÉ TENEMOS DERECHO DE PROPIEDAD PRIVADA?
Cuando los filósofos escolásticos tuvieron que enfrentarse a la cuestión de la propiedad privada de los bienes, hicieron una distinción de interés: existen bienes necesarios y bienes superfluos. Sobre los bienes necesarios, defenderán una propiedad relativa (en usufructo) dado que su condición de creyentes les obligaba a referir la propiedad absoluta a Dios, creador de todas las cosas. Sobre los bienes superfluos, consideran que no hay derecho de propiedad y quedan sujetos al bien de la comunidad y a la subsistencia del pobre que podrá tomar de ellos en caso de extrema necesidad2. Tomás de Aquino denomina “dominio principal” a la cualidad de todas las cosas de pertenecer a Dios por ser su creador y “dominio natural” a la capacidad del hombre de ser custodio, administrador o usufructuario de ellas.
Para el filósofo dominico, la propiedad privada no es de derecho natural (lo es la comunidad de bienes, pues todo lo creado por Dios fue puesto a disposición del hombre en lo que se denomina el principio de destino universal de los bienes3), pero puede serlo de derecho positivo (convención humana), si bien esta convención queda subordinada a la comunidad de bienes. Las razones que aduce S. Tomás, de raíz aristotélica, para permitir la propiedad privada como convención son tres: i) cada uno es más solícito en la gestión de aquello que le pertenece en exclusividad; ii) porque las cosas se administran más ordenadamente cuando incumbe el cuidado de sus propios intereses; iii) porque cuando cada uno está contento con lo suyo reina más la paz. Como vemos, son razones “pragmáticas” más que ontológicas.
Aunque el hombre no disponga por derecho natural la propiedad, puede disponer de ella una “potestad de gestión”. S. Tomás divide los bienes en tres tipos: los bienes necesarios, los bienes socialmente necesarios -según su contexto sociocultural- y los bienes superfluos4.
Sobre los bienes necesarios, el hombre posee una propiedad que podríamos titular de “usufructuaria”. Son de Dios porque todo ha sido originariamente creado por Él, pero el ser humano puede tomarlos para garantizar su supervivencia. Así mismo, también tiene “dominio natural” sobre los bienes socialmente necesarios, aunque éstos sobrepasen en nivel de la pura supervivencia física. La propiedad absoluta es de Dios, pero el hombre puede tener propiedad “relativa”. Bajo la virtud de la austeridad el hombre puede donar parte de estos bienes necesarios, realizando una acción de “limosna (donación) de caridad” al privarse de lo necesario. Éticamente esta acción es supererogatoria (no exigible a todo el mundo).
Sobre los bienes superfluos, cuya posesión no está justificada, se debe realizar una “limosna (donación) de justicia”5. Los filósofos sociales escolásticos reconocieron que los impuestos deberían ser cargados sobre estos bienes superfluos y no sobre los necesarios. Las cantidades que puedan donarse libremente por caridad o por justicia, serán discernidas y decididas por la conciencia de cada uno.
De alguna manera, esta distinción entre lo necesario, lo socialmente necesario y lo superfluo puede aplicarse a los conceptos de pobreza. La pobreza absoluta o extrema, al menos teóricamente, se concibe como la incapacidad de un individuo (u hogar) de satisfacer con sus ingresos (en dinero, especie o autoconsumo) las necesidades mínimas para su supervivencia. Es por ello que algunas líneas de pobreza son el resultado de cálculos aproximativos sobre los ingresos necesarios para adquirir una cesta básica de bienes. Dado que esos bienes imprescindibles pueden estar mediados culturalmente (por costumbres o gustos alimenticios), la composición concreta de la cesta de bienes varía entre países (las líneas nacionales de pobreza). Lo más común hasta la fecha ha sido aceptar ciertos postulados nutricionales para fijar el “mínimo vital”, reduciéndolo –por simplicidad- a las calorías diarias necesarias que una persona necesita para vivir. Pero también hay variación en los bienes “socialmente necesarios” y los superfluos dada la naturaleza cultural del hombre y la mujer y los diferentes niveles de desarrollo entre los países. El “gradiente” de necesidades culturalmente diverso ha dado origen a la denominada pobreza relativa, sea en su sentido débil (más propia de los países en desarrollo) o “fuerte” al concretarse en una medida de dispersión de los ingresos en los países desarrollados (Sen 1983; Ravallion & Chen 2011; Chen & Ravallion 2012; Jolliffe & Prydz 2017). La pobreza relativa6, introduce en el debate sobre la pobreza qué es lo que puede considerarse “social y culturalmente necesario” y qué es lo superfluo. Sobre lo superfluo, así como la doctrina escolástica no prescribía derecho de propiedad alguno, tampoco el Estado tendría obligación política de asegurarlos de forma universal.
¿Cómo se mide entonces lo “necesario”, entendiendo su falta como pobreza absoluta y pudiendo reclamarse un derecho sobre los poderes públicos? ¿Cómo determinar lo superfluo para que los indicadores de pobreza relativa realmente cumplan su función social de combatir “la vergüenza de aparecer en público” de la que hablaba Adam Smith?
Estos son los interrogantes que guían esta investigación. Para abordarlos, se procede con una metodología mixta, cualitativa (mediante la revisión bibliográfica más actual) y cuantitativa (revisando los datos disponibles y juzgándolos críticamente).
La cuestión es importante porque si no hay claridad sobre el concepto de quién es pobre y el indicador concreto que se utiliza, las valoraciones políticas sobre la eficacia de las políticas públicas en la lucha contra la pobreza quedan sesgadas o manipuladas. Si un ciudadano cree que con sus impuestos se están transfiriendo recursos (monetarios o en especie) hacia aquellos que carecen de lo realmente necesario, pero no es así porque se incluyen otros elementos (que pueden estar socialmente justificados pero no explicitados de forma clara), podrá sentirse engañado, precisamente en un campo donde la sospecha de corrupción, clientelismo y captura de rentas es amplia, tanto en las políticas nacionales (transferencias en efectivo, subvenciones incondicionadas, rentas mínimas o básicas concedidas a “afines” en vez de a los realmente necesitados que hacen un esfuerzo por aprovechar la oportunidad que les brinda ese recurso público y muestran un resultado satisfactorio) como en las internacionales (cooperación internacional al desarrollo).
Bastaría una encuesta a pie de calle en la puerta de un hipermercado y preguntar a los consumidores si lo que han comprado es “necesario” para hacernos una idea de que jerarquizar y ordenar las necesidades básicas es más complejo de lo que parece. La teoría económica neoclásica eludió esta complejidad escondiéndola bajo el principio de “racionalidad” en un consumidor cuyo fin era satisfacer su individual función de utilidad, cualquiera que fuera su composición concreta. Dado que el orden de esas necesidades era subjetivo (por no decir que incluso caprichoso), las preferencias se consideraban estáticas y dadas, y las utilidades a lo sumo ordinalmente comparables7. La teoría económica más moderna, derivada de los experimentos de la “economía del comportamiento” (Hoff & Stiglitz 2010) pone en duda la validez de la neoclásica y sostiene que las preferencias son dinámicas e influidas por lo cultural, la psicología y lo aspiracional de cada individuo (Haushofer & Fehr 2014; Hoff & Stiglitz 2016; Thaler 2016; Tirole 2017: 137-157). ¿Se tiene en cuenta esta complejidad de “lo humano” a la hora de fijar y dar seguimiento a la pobreza absoluta en el mundo? Tratamos de abordar esta cuestión en la siguiente sección.
3. LO NECESARIO Y LA LÍNEA DE POBREZA ABSOLUTA.
¿Qué es lo necesario para vivir? La pregunta es compleja pues las necesidades humanas son múltiples. Los debates en torno a las necesidades básicas frente a modelos que garanticen el empleo o el ingreso, que centraron gran parte de los estudios del desarrollo en la década de los setenta (Streeten & Burki 1978; Streeten 1979; Streeten et al. 1982; Jolly 2010)8, no llegaron a un consenso universal y necesario, pero fueron el antecedente de lo que posteriormente sería el paradigma del desarrollo humano9. Este paradigma amplía “lo necesario” a las oportunidades y capacidades para poder vivir la vida que cada individuo tenga razones para valorar (PNUD 1990; Sen 2000). El indicador representativo de dicho paradigma (el Índice de Desarrollo Humano) considera “necesario” no sólo ingresos para poder vivir un “nivel de vida decente”, sino que también es necesaria una vida saludable (estimada a través de la esperanza de vida al nacer) y acceder a unos estudios que permitan transformar los deseos en oportunidades de ser y hacer lo que cada uno considere valioso (actualmente bajo los indicadores del nivel de estudios promedio y esperados en cada país; PNUD 2011).
Incluso si sólo se consideran las necesidades materiales, el consenso parece difícil de lograr. Por ejemplo, el valor medio del umbral de riego de pobreza en España entre 2008-2017 fueron 22,85 euros por persona al día. El salario mínimo interprofesional tuvo una mediana de 24,75 para el mismo periodo. El Indicador Público de Renta de Efectos Múltiples (IPREM) medio fue de 17,51 euros, pero la pensión mínima no contributiva fue de 14,28 euros. El mínimo vital calculado en 2015 para acceso a las rentas mínimas de inserción se estableció en 10,01 euros, pero según la Encuesta de Presupuestos Familiares de 2017, el quintil más bajo de ingreso se situó en 13,65 euros al día. Por último, la línea de pobreza manejada por el Banco Mundial para España fue de 13,40 euros. El rango entre las opciones es casi del doble entre una y otra. ¿Por cuál optar para realizar políticas sociales y con qué fundamento?
¿Cómo ha procedido entonces el pragmatismo de los estudios cuantitativos de medición de la pobreza para analizar quién y cuántos no alcanzan “lo necesario” para vivir? Revisamos a continuación tres de los principales estudios realizados recientemente: Lindgren (2015), Allen (2017) y los procedimientos del Banco Mundial para fijar la línea de pobreza (LP a partir de ahora) internacional en USD 1,90 al día.
Lindgren (2015) diferenció cuatro posibles umbrales para determinar “lo necesario”. La línea “dura” de supervivencia física para cualquier persona bajo las circunstancias más extremas, la denominó “línea suelo de supervivencia” (“rock bottom line”) y su estimación fue de $0,27 en Paridad de Poder Adquisitivo (PPA) de 2005. Si se adapta al consumo requerido a unas circunstancias personales más normales de nutrición respecto a su altura, edad y clima donde vive, la denominó “línea [de pobreza] mínima física” de subsistencia, y su estimación la situó en $0,67 a precios de 2005 para una cesta de 2.100 calorías10. Por encima de ella se podría calcular la “línea de consumo mínimo” para un grupo de personas en un momento dado. Por encima, el PIB per capita mínimo11; y finalmente, la “línea malthusiana de subsistencia”, en la que el crecimiento de la población de ese país fuera cero. Bajo diferentes supuestos, los cálculos de Lindgren (2015) se mueven entre $0,32 al día y $1,28 en PPA 200512.
Allen (2017) realiza un ejercicio de programación lineal que le permite establecer un conjunto de líneas de pobreza nutricionales con el mismo requerimiento calórico en cada país (con dos modelos de 1.700 o 2.100 calorías)13. Además, aunque añade otros componentes no alimenticios para la determinación de su Línea de Pobreza (LP a partir de ahora) (como vestido, electricidad y calefacción en los países fríos), utiliza los precios locales, lo que evita los notables problemas derivados del uso de las Paridades de Poder Adquisitivo que tantos problemas generan14. Sus resultados ofrecen 228,14 millones menos de pobres que los que estima el Banco Mundial con su LP de 1,90$ al día15. Precisamente Allen parece mantener lo contrario en el propio título de su artículo: lo necesario desplaza a lo deseado (“when necessity displaces desire”)16.
Cuando el Banco Mundial tuvo que construir una línea internacional de pobreza comparable entre países y consistente a lo largo del tiempo (Ravallion 1998, 2008, 2010, 2015; Ravallion, Datt & van der Walle 1991; Ravallion, Chen & Sangraula 2009) partió de las líneas de pobreza nacionales entonces disponibles, eludiendo la tarea normativa de discernir qué era “lo necesario” para vivir. Estas eran el resultado de encuestas de consumo (excepto algunas que lo eran de ingreso como las de Iberoamérica o Europa) en las que se estimaba el nivel mínimo (política y socialmente definido) sobre una cesta de bienes alimenticios y no alimenticios que se consideraba el mínimo bienestar (“wellbeing”). Estos bienes son valorados por el precio de mercado, no por el coste específico de obtenerlos, como lo hace la “línea física de subsistencia” de Lindgren (2015).
El proceso que han llevado a cabo los investigadores del Banco Mundial puede resumirse en los siguientes puntos (Ravallion, Chen & Sangraula 2009; Ferreira et al 2016):
Se parte de las líneas de pobreza nacionales en moneda local que se convierten a la unidad común de los dólares internacionales mediante las PPA (o Purchasing Power Parity, PPP a partir de ahora) correspondiente a la ronda de precios internacionales observados (International Comparison Program, ICP)17 más reciente;
Con esas mismas PPP se calcula el consumo promedio de cada país obtenido de su contabilidad nacional;
Se identifica el “suelo” de los consumos promedios más bajos en relación a las líneas de pobreza (en las rondas de PPP 2005 de 2008 y PPP 2011 de 2015 se han mantenido fijas las de los 15 países con menor línea de pobreza)18;
Establecida la línea de pobreza internacional, se vuelve a utilizar la PPP más reciente para aplicarla a la línea de pobreza nacional y obtener así la nueva línea de pobreza internacional en moneda local (es decir, se pasa $1,90 PPP 2011 a las monedas locales);
Se actualiza la línea de pobreza local utilizando el Índice de Precios al Consumo (IPC) u otro índice de precios disponible, para calcular la equivalencia de línea de pobreza de 2011 a la de los años posteriores y anteriores sobre los que el Banco Mundial mide la pobreza por regiones y la global (1981, 1984, 1987, 1990, 1993, 1996, 1999, 2002, 2005, 2008, 2010, 2011, 2012, 2013 y 2015 hasta la fecha);
Se estima el porcentaje de población bajo el umbral de la pobreza internacional, así como el número de pobres a partir de los censos de población y datos demográficos que recopila Naciones Unidas.
El seminal trabajo de Sen (1976) ya estableció que para analizar de forma adecuada la pobreza era necesario enfrentarse a dos problemas: el de la identificación (quién es pobre) y el de la agregación (cómo elaborar un indicador que los agrupe)19. Seguiremos este orden para analizar críticamente la LP internacional establecida por el Banco Mundial para determinar si refleja acertadamente un acceso “lo necesario”.
3.1. Las dificultades de identificación.
Las dos principales fuentes para identificar a los pobres son las Cuentas Nacionales a través del “consumo privado final de los hogares” y las encuestas sobre las condiciones de vida (a menudo las Demographic and Health Surveys). La principal limitación del consumo privado final de los hogares es que su cómputo suele ser residual (Ravallion & Chen 2017:10)20. Es claro que este no refleja el consumo verdadero de los pobres, ni si ese consumo ha sido sobre “lo necesario” o incluso siendo pobre se ha destinado a otros fines como recreación o festivales, como reportan que no es inusual Banerjee & Duflo (2007)21. Se han realizado propuestas empíricas para ampliar la cobertura de este consumo y completarlo con los servicios gratuitos que pueden recibir los pobres desde el sector público y el privado, así como las transferencias en especie (mayoritariamente en salud y educación). Es lo que se denomina “consumo ampliado” (Pena-Trapero 2009:303).
Las fuentes principales de datos de pobreza son las encuestas de hogares. El procedimiento usual para construir la línea de pobreza nacional consiste en determinar técnicamente la línea de pobreza alimenticia promedio del país, una vez ajustada por altura, actividad física y edad. A continuación, se buscan los hogares cuyo consumo alimenticio cumpla ese estándar y se observa en qué y cuánto consumen que no sea alimenticio. Así se puede identificar un “alza” (mark up) mínima a la línea de pobreza alimenticia, en promedio, para el país sin especificar necesariamente los componentes de eso “necesario no alimenticio”, como el combustible para cocinar, el vestido, o la vivienda (Lindgren 2015:24-26).
El análisis comparativo de las líneas nacionales o internacionales que contiene la base del Banco Mundial (2018), World Development Indicators, ofrece algunos resultados que podríamos calificar de sorprendentes, ya que se supone que los datos internacionales son resultado de pasar las líneas de pobreza nacionales en moneda local a dólares internacionales en PPA y precios actualizados utilizando su IPC.
Una primera idea de las diferencias en los datos puede verse en la Tabla 1.
El mayor dato de incidencia de pobreza según las LP nacionales fue del 83,3% en 2002 en Ucrania, mientras que con la LP internacional fue en la R.D. del Congo en 2004 con un 94,1% de la población. El mínimo ofrecido por las LP nacionales fue el de Malasia en 2014 y con las LP internacional hay numerosos casos de 0% de incidencia. Por último, mientras que las LP nacionales contienen 8 casos de pobreza superior al 70% de la población, la internacional ofrece 3422. Conviene advertir la escasez de datos de que se dispone. Serajuddin et al. (2015) para el periodo 2002-2011, identificaron que para 29 países en desarrollo no se disponía de ninguna encuesta, para otros 28 países sólo había una observación y en 20 más apenas se contaba con dos observaciones separadas seis años o más, lo que dificultaría mucho su actualización. En total, sobre 77 de los 155 países en desarrollo, apenas se disponía de información fiable, lo que representa un 49,6% con datos deficientes o nulos. En suma, el grado de ignorancia sobre cuánta población en el mundo realmente carece de “lo necesario” es muy elevado.
En la compilación de LP nacionales que hicieron Jolliffe & Prydz (2016) obtuvieron 126 encuestas entre la más antigua de 2003 (Gambia) y las más modernas de 2012, a partir de los datos disponibles en el Banco Mundial, la OCDE o el propio país (en los casos de EE.UU., Canadá y Finlandia). Las respectivas LP nacionales, trasformadas en dólares internacionales de PPA de 2011 iban desde el mínimo de USD 1,27 al día de Malawi (2010) o USD 1,40 del R.D. Congo (2012) hasta los USD 35,12 al día de Noruega (2011) o los USD 32,39 de Luxemburgo (2011)23 como muestra la Figura 1.
Es sabido que las encuestas tienen sus propios problemas de identificación. En primer lugar, son caras. Kilic et al. (2017) han estimado unos costes de entre USD 80.000 y los USD 5 millones. El coste de apoyar a los 78 países miembros del IDA del Grupo del Banco Mundial para obtener una encuesta de pobreza de calidad cada tres años entre 2016-2030 se eleva, según estos autores, a USD 945 millones (USD 692 millones en la ejecución de la encuesta y USD 253 millones en asistencia técnica directa a las oficinas de estadísticas de los países). Salvados los costes, sería necesario un cuestionario común, con entrenamiento específico a los encuestadores y cuidar especialmente los subreportes de ingresos de los hogares más ricos (o su negativa a participar en la encuesta) y el de los más pobres (por estar muy alejados y ser ineficiente entrevistarlos). Téngase en cuenta que, además, suelen excluirse de las encuestas los hogares comunes (hospitales, centros de acogida, cuarteles, campos de refugiados y desplazados, etc.), así como los que no disponen de un techo ni dirección domiciliaria.
En segundo lugar, deben tenerse en cuenta los errores de medida asociados al periodo de reporte. Por ejemplo, en Jordania, encuestando la pobreza cada trimestre en 2010, Jolliffe & Serajuddin (2018) encontraron que el dato de pobreza del 2º trimestre (abril-junio) era del 20,1%, el del 3er trimestre (julio-septiembre) de 14,8%, el 4º trimestre (octubre-diciembre) de 18,2% y el primer trimestre (enero-marzo) de 19,4%. La diferencia entre ellos es del 5,3% y el global anual había sido estimado en 14,4%. Es claro que, para una parte de la población, sobre todo rural, los ingresos son estacionales y las percepciones pueden variar bastante sobre la realidad. Desirie & Jolliffe (2018) encontraron que, en Etiopía, los dueños de las pequeñas propiedades de tierra sobreestimaban la producción mientras que los grandes propietarios las subestimaban. Concluían así que la relación inversa frecuentemente sostenida entre tamaño de la propiedad y productividad, no se confirmaba.
En tercer lugar, los resultados obtenidos en una encuesta pueden depender de factores como el periodo de referencia. Por ejemplo, Beegle et al. (2012) utilizaron en un experimento, siete cuestionarios diferentes en Tanzania entre muestras comparables y seleccionadas aleatoriamente. Cuando la única diferencia entre los cuestionarios fue que el periodo de referencia fuera la semana anterior o la quincena anterior, el consumo medio reportado en la quincena cayó un 12% y la pobreza aumentó un 8%. Cuando utilizaron un mismo periodo de respuesta pero la longitud del cuestionario varió, el consumo promedió cayó un 24% en el caso del cuestionario largo25. Jolliffe (2001) en un trabajo en El Salvador, ofreció cuestionarios sobre consumo cortos (27 ítems) y muy largos (94 ítems) como por ejemplo “queso” vs. “tres clases de queso” y obtuvo los siguientes resultados: un 43% más de consumo del primer decil con el cuestionario largo; un 30% más en el 2º decil; un 26-27% en los deciles 3 a 6; un 25-36% en los deciles 8 y 9 y un 40% más en decil 10. Este mismo autor, menciona el caso de la India, donde al modificar el periodo de reporte del consumo de alimento en 2009 (a un método mixto en vez de los 30 días que era el periodo de las encuestas desde los años ’50) se obtuvo un descenso de pobreza del 9% (109 millones menos).
En cuarto lugar, el tratamiento de los datos tampoco está exento de dificultades. Es necesario hacer un tratamiento de los “no sabe” y “no contesta” y de falsos ceros. Conviene tener en cuenta que los entrevistadores pueden tener incentivos a “rellenar” por sí mismos los cuestionarios si cobran por el número presentado de ellos26.
Debe tenerse en cuenta que las encuestas nacionales que sirven para medir la pobreza suelen centrarse en los hogares, pero también pueden considerar sólo al individuo como unidad. Algunas de ellas, utilizan equivalencias de escala sobre el hogar, mientras que otras no27. También difieren en su naturaleza, pues algunas pretenden apreciar el conjunto de ingresos o renta (las de los países desarrollados y América Latina, principalmente) mientras que otras lo pretenden sobre el consumo. Apreciar con rigor tanto los ingresos como el consumo es difícil, sobre todo cuando hay autoconsumo o ingresos no monetarios y porque los bienes no comercializables tienden a no ser bien valorados. Lo mismo pasa con las transferencias en especie (educación y salud, sobre todo).
3.2. Los problemas de agregación.
El proceso de agregación se enfrenta en primer lugar a la actualización de los datos recogidos en los diferentes periodos de realización de las encuestas. Para ello es necesario emplear un deflactor. Lo ideal sería poder disponer de un índice de precios realmente ajustado al patrón de consumo de “lo necesario”. Ante la ausencia de tal indicador específico suele utilizarse el IPC28. El rigor del IPC depende, claro está, de la capacidad estadística del país, pero también del lugar y frecuencia donde se observen los precios. Las diferencias entre precios urbanos y rurales suelen ser notables (más altos los de la ciudad) y la estacionalidad influye en los precios de alimentos, por eso es conveniente desestacionalizarlos29. Los errores de medida pueden ser amplios30.
Pero el problema principal de agregación se produce en la conversión de las monedas nacionales a la internacional, mediante las Paridades de Poder Adquisitivo (PPA)31. Deaton & Dupriez (2011) hicieron una propuesta interesante para observar específicamente los bienes consumidos por los pobres y elaborar así una Paridad de Poder Adquisitivo de Pobreza, pero no ha tenido una respuesta por parte de la comunidad internacional.
El rigor de las PPA ha sido determinante en la credibilidad de los datos sobre pobreza mundial. Aunque la participación de cada vez más países en este proceso ha ido ampliándose significativamente32, aún hay problemas notables. Por ejemplo, antes del ajuste realizado por Ferreira et al. (2016), Dykstra et al. (2014) hicieron una primera aproximación al número de pobres utilizando los precios del ICP de 2011 y el IPC de EE.UU. para actualizar los dólares de 2005 y obtuvieron que la incidencia de la pobreza mundial pasaba del 19,7% al 8,9% “de la noche a la mañana” como podría traducirse su trabajo. Si no se ajustan los precios rurales de China en la ronda de 2005, por ejemplo, la pobreza del país sería del 35% frente al 18% si se toman en cuenta. Lo mismo para India que pasaría de tener un 62% de incidencia de pobreza con precios urbanos al 13% incluyendo los precios rurales (Klasen et al. 2016:213)33.
En suma, esta sección muestra que puede rechazarse la hipótesis de que la LP internacional comúnmente utilizada y seleccionada por el Banco Mundial refleje realmente la capacidad de los identificados como pobres como carentes del acceso a “lo necesario”, ya que se procede mediante instrumentos estadísticos que ha abandonado la idea de apreciar en cada país un acervo común de lo que se considere realmente “necesario”: la ingesta calórica, por ejemplo. En la siguiente sección proponemos un acercamiento novedoso a la cuestión.
4. HACIA UN “ÍNDICE DE ACCESO A LO NECESARIO”.
Una forma de identificar un “suelo” común de disponibilidad de bienes necesarios es reducirlos a los alimentos y agua34. Dadas las diferencias climáticas, estacionales y los gustos derivados de la cultura de cada país, tampoco es una tarea sencilla. Pero lo que se ha venido haciendo es estimar las calorías necesarias para mantener una vida sana y activa y componer “cestas básicas de alimentos” que aportarían ese equivalente de calorías por persona, ajustadas a la edad, sexo, clima y actividad física que realice cada individuo35. La población que no las alcanza, es denominada por la FAO “prevalencia de desnutrición”.
Medida bajo la metodología de la FAO (2008), la “prevalencia de desnutrición” para el periodo 2014-2016 fue de 728,6 millones de personas carentes de lo “alimentariamente necesario”, aproximadamente el 10,8% de la población mundial36. Los 10 países con mayores niveles de esta carencia se ofrecen en la Tabla 2, en las cuatro primeras columnas.
Si atendemos al porcentaje de la población del país carente de lo necesario en materia nutricional, los diez primeros países del ranking pueden verse en las dos últimas columnas de la Tabla 2.
La prevalencia de subalimentación puede deberse a falta de acceso a macronutrientes equilibrados (carbohidratos, grasas o proteínas) o de micronutrientes (hierro, ácido fólico, riboflavina, vitaminas A y B12)37.
Uno de los hechos que siguen sorprendiendo a los investigadores es que el aumento de ingresos no se traduce linealmente en una mejora de la ingesta alimenticia, sino que hay efectos de sustitución y complementariedad en el consumo. Por ejemplo, Deaton & Dreze (2009) encontraron que en la India había un menor consumo calórico a medida que crecía el ingreso, sobre todo por una sustitución hacia alimentos más ricos en grasa en vez de en proteínas. Para estos autores, la explicación podría venir del lado de la mejor salud y menor actividad física -y por tanto las necesidades calóricas- a medida que aumenta el ingreso38. Es muy probable que factores como la urbanización y el consumo de alimentos elaborados frente a los frescos más disponibles en el ámbito rural, sean factores explicativos de esta combinación de subalimentación por incapacidad de acceso directo o renta para adquirirlos, con obesidad por pautas de consumo no saludables39. Nótese que, además de la accesibilidad a alimentos y agua, es necesario disponer de cierta formación para estar bien nutrido. Un ejercicio empírico de interés es clasificar a los países en función de estos tres factores: el porcentaje de la población que está bien nutrida, el que tiene acceso a agua limpia y el nivel promedio de estudios de su población. En el Tabla 3 puede verse el resultado del indicador sintético que, siguiendo la metodología equivalente que utiliza el Índice de Desarrollo Humano (IDH), podríamos denominar “Índice de Acceso a lo Necesario” (IAN).
La correlación de Pearson entre el IAN y el IDH es de 0,9289 (R2=8628) y la correlación de Spearman entre sus respectivos rankings de 0,9370, con lo que podría afirmarse que el IDH es un buen proxy de acceso a “lo necesario” en corte transversal, pero no coincidente. La correlación del IAN con la renta nacional per capita es muy inferior: 0,6571 (R2=0,4318). Por ejemplo, España en 2015 ocupó el puesto 27 en el IDH mientras que aparece en el puesto 46 en el Índice de Acceso a lo Necesario. De los 161 países con datos disponibles, 54 países empeoran su valor respecto al que tenían con el IDH, lo que supone un tercio de los países de la muestra y 79 bajan en el ranking. La mayoría de los que empeoran su valor y ranking son países de África Subsahariana (los que más fueron Uganda, Etiopía y Burkina Faso) y alguno del Este de Asia (Timor, Mianmar, Camboya).
Mientras Vanuatu y Antigua y Barbuda tienen mismo IAN (0,704) la diferencia entre sus IDH es del 18,9%. En sentido contrario, Angola y Nigeria tienen parecido IDH (0,533 y 0,527) pero una diferencia del 34,4% entre sus IAN40. Estas diferencias son una muestra de la relevancia que tiene el IAN a pesar de la correlación con el IDH a la hora de priorizar políticas públicas.
Además de sus propiedades estadísticas que permiten una interpretación cardinal sencilla y ordinal dentro del intervalo [0:1], creemos que el IAN es útil porque logra unir el seguimiento de tres ODS como son el 1 (reducción de la pobreza), el 2 (hambre) y el 6 (acceso al agua). Unir salud, nutrición y educación invita a una consideración estructural tratamiento de carácter estructural e integral para reducir la pobreza, y superar algunas de las deficiencias que tiene hacerlo exclusivamente por el nivel monetario del ingreso por habitante.
La clasificación de los grupos corresponde a: grupo “Bajo” menores de 0,550; Medio entre 0,551-0,779; Alto entre 0,800 y 0,899; Muy Alto, mayores a 0,900. Entre paréntesis, el número de miembros de cada grupo. Total muestral 161 países.
5. CONCLUSIONES.
Este trabajo ha tomado como punto de partida la distinción tomista entre los bienes necesarios y los superfluos. Dado que sobre los primeros se tiene derecho de propiedad usufructuario, se infiere que los pobres son los que carecen de esos bienes necesarios para la vida en dignidad.
Fruto del análisis cuantitativo y cualitativo realizado sobre las fuentes e indicadores de pobreza disponibles, se ha evidenciado que la LP internacional más utilizada (1,90 dólares al día en PPA de 2011) no refleja con rigor una falta de acceso a lo necesario para sobrevivir. Es fruto de procedimientos estadísticos que permiten la comparación internacional a partir de las encuestas y LP nacionales, pero de ella no puede inferirse que la incidencia de la pobreza equivalga a “morir de hambre y de sed”. Alternativas como las de Lindgren (2015) o Allen (2017) pueden considerarse en mayor sintonía con el acceso a lo “realmente necesario”.
Si se reduce “lo necesario” al mínimo vital, las líneas de pobreza deberían partir del acceso a los alimentos y agua imprescindibles para la supervivencia. Por tanto, el concepto a priorizar en las políticas públicas debería ser la seguridad alimentaria (y por tanto el Objetivo de Desarrollo Sostenible 2 de erradicar el hambre y el 6 de acceder a agua limpia). Dado que la nutrición, la salud y la educación (en higiene y alimentaria) correlacionan, se ha elaborado un indicador sintético, el Índice de Acceso a lo Necesario, con estas tres dimensiones que ofrece un ranking diferencial respecto al IDH.
A partir de lo realizado en este estudio, parece recomendable explorar en el futuro metodologías alternativas de medición de pobreza como la basada en el enfoque de las capacidades que inició el trabajo de Reddy et al. (2009), o los intentos de unificación de pobreza extrema y pobreza relativa bajo líneas de pobreza híbridas que den más peso a lo necesario que a lo socialmente necesario o superfluo en la línea de los trabajos de Decerf (2015, 2018) o Ravallion (2017), Ravallion & Chen (2017).
Otra línea de futura investigación relacionada es la consideración de cómo influyen las aspiraciones en la identificación subjetiva de la pobreza y en los incentivos de los sujetos para salir o adaptarse a ella (Duflo 2012, Dalton et al. 2014; Lybbert & Wydick 2018).
Por último, el artículo abre la puerta al diálogo con el “limitarismo” (León 2019) que propone una moral de límites superiores a la acumulación de riqueza en los contextos de democracias requeridas de controles y balances efectivos para la codicia de los poderosos tanto en explotación insostenible de recursos naturales como en influencia política que mantiene sus privilegios. Robeyns (2016), por ejemplo, propone una línea máxima de riqueza.
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ANEXO
Como queda reflejado en la Figura A.1, entre 2004 y 2014 el Banco Mundial dispone de más de 70 países con encuestas cada año (aunque no son los mismos países cada año), mientras que, en el nivel nacional, los mayores volúmenes se obtienen en 2010 (62 países) y 2012 (61).
Si analizamos las LP nacionales (panel b del gráfico), hay 24 países que tienen solo una encuesta y 26 que sólo tienen dos. El máximo es el caso de Jamaica que dispone de 23 encuestas de LP nacional pero sólo 7 con la LP internacional. Por el contrario, la LP internacional tiene una moda de 18 países con una y trece encuestas disponibles, y un máximo de 31 encuestas en el caso de Brasil (14 en la LP nacional), seguido de Costa Rica que tiene 30 (pero sólo 7 nacionales).
Las LP internacionales tienen una cobertura temporal más amplia (1977-2016) que las nacionales y por tanto muchas más observaciones (1.435 si solo contabilizamos las de países o 1.611 si incluyéramos las de regiones geográficas o agrupaciones por niveles de renta, frente a las 779 nacionales)41. Una parte de las diferencias puede deberse a que las LP internacionales incluyen a los países desarrollados, que proceden de las encuestas compiladas por el Luxemburg Income Study (LIS) database y de las EU-SILC de Eurostat, que son incorporadas a la base PovcalNet del Banco Mundial, como centro de datos para la apreciación de la pobreza en el mundo42. Otra parte de la explicación son las actualizaciones que realiza el propio personal del Banco Mundial en los países en desarrollo, pero sin la información primaria de una encuesta nacional.
La comparación entre las LP nacional e internacional ofrecen casos de interés como el de Ucrania o Indonesia (Figura A.2.). En el caso de Ucrania (2002-2016) las reducciones relativas de pobreza son enormes en función de la LP que se utilice: -79,5 puntos porcentuales (p.p.) bajo la LP nacional frente a -1,6 p.p. bajo la LP internacional. Indonesia presenta el caso contrario: reduce su pobreza en -12,5 p.p. bajo la LP nacional y -60,1 p.p. bajo los 1,90$ al día. Indonesia es de los pocos casos en los que la LP internacional es mucho mayor que la nacional (hasta 2012).
Notas