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Síntomas e implicaciones de la necesidad de legitimación científica en las ciencias sociales: Hiperespecialización e incremento de los espacios «NO MAN’S LAND»
Irene Parrilla-Vallespín
Irene Parrilla-Vallespín
Síntomas e implicaciones de la necesidad de legitimación científica en las ciencias sociales: Hiperespecialización e incremento de los espacios «NO MAN’S LAND»
Symptoms and implications of the need for scientific legitimization in the social sciences: Hyperspecialization and the increase in “No Man’s Land” spaces
EMPIRIA. Revista de Metodología de las Ciencias Sociales, núm. 54, pp. 169-196, 2022
Universidad Nacional de Educación a Distancia
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Resumen: Desde mediados del siglo XX el campo científico de las ciencias sociales viene experimentando transformaciones en la trayectoria de su institucionalización, ya que la tendencia a la reducción del número de categorías disciplinarias que desde 1850 se venía identificando, fue invertida tras la Segunda Guerra Mundial mediante un constante incremento de nombres. Empero, dicha multiplicación no parece haber estado desarrollándose de manera proporcional a la necesaria comunicación que debiera haber entre ellas, sugiriendo tal fenómeno una propensión de las ciencias sociales modernas a la hiperespecialización de sus materias y, por ende, al incremento y expansión de los vacíos entre sus campos afines (también llamados aquí «espacios No man’s land»). Por ello, en razón de que dicha circunstancia parece estar constituyendo un bloqueo en la capacidad explicativa del campo y de que su estudio puede coadyuvar a su desobstrucción, se ha centrado la presente investigación en aportar una mirada micro y macro de la disciplina a través del abordaje de las distintas fases mediante las cuales esta se desarrolla, por un lado; y a partir de la identificación de los condicionamientos socioculturales a los que esta está expuesta, por otro.

Del análisis de estas cuestiones se han obtenido dos aspectos que parecen caracterizar la producción del conocimiento en las ciencias sociales modernas los cuales son: a) la existencia de un mayor riesgo de obstrucción en la construcción disciplinaria tras la fase de especialización —en razón de que es en dicho momento cuando la actividad investigativa tiende a ser más proclive a quedar atrapada en la hiperespecialización—, y b) la tendencia a una mayor valoración, por su aplicabilidad a los intereses sociales, de los atributos nomotéticos frente a los idiográficos —cuya reproducción en el conocimiento se produce a través de mecanismos de legitimación—; pudiendo extraerse de dichos resultados lo que parece ser una relación causal entre la tendencia nomotética de la actual hiperespecialización, el incremento de los vacíos idiográficos entre campos afines y la necesidad de legitimación de las teorías en el universo simbólico contemporáneo.

Palabras clave: Epistemología, ciencias sociales, disciplina, hiperespecialización, espacios “No Man’s Land”.

Abstract: Since the mid-twentieth century, the scientific field of social sciences has been transforming the trajectory of its institutionalization. This is because the trend towards reducing the number of disciplinary categories that had been identified since 1850 was reversed after the Second World War through a steady increase in names. However, such multiplication does not seem to have been developed proportionally to the necessary communication that should exist between them; suggesting a propensity of modern social sciences to hyper-specialize its subjects and therefore, to increase and extend the gaps between their related fields (also called here “No man’s land” spaces). This circumstance seems to be constituting a blockage in the field’s explanatory capacity, and studying it can contribute to unblocking it. Thus, the present research has focused on providing a micro and macro view of the discipline, on the one hand describing different phases through which it is developed and, on the other hand, by identifying the sociocultural conditioning to which it is exposed.

From the analysis of these questions, two aspects have been obtained that seem to characterize the production of knowledge in modern social sciences, which are: a.) the existence of a higher risk of obstruction in the disciplinary construction after the specialization phase- because it is when research activity tends to be more likely to be trapped in hyperspecialization-, and b.) the tendency towards a greater appreciation due to its applicability to social interests of nomothetic attributes as opposed to idiographic ones-whose reproduction in knowledge is produced through mechanisms of legitimization. From these results, we can extract what seems to be a causal relationship between the nomothetic tendency of the current hyperspecialization, the increase of idiographic gaps between related fields, and the need for the legitimization of the theories in the contemporary symbolic universe.

Keywords: Epistemology, social sciences, discipline, hyperspecialization, “No Man’s Land” spaces.

Carátula del artículo

Artículos

Síntomas e implicaciones de la necesidad de legitimación científica en las ciencias sociales: Hiperespecialización e incremento de los espacios «NO MAN’S LAND»

Symptoms and implications of the need for scientific legitimization in the social sciences: Hyperspecialization and the increase in “No Man’s Land” spaces

Irene Parrilla-Vallespín
Universidad de Granada, España
EMPIRIA. Revista de Metodología de las Ciencias Sociales, núm. 54, pp. 169-196, 2022
Universidad Nacional de Educación a Distancia

Recepción: 23 Octubre 2020

Aprobación: 03 Marzo 2022

1. INTRODUCCIÓN

Uno de los abordajes posibles en la investigación acerca de cómo el ser humano construye el conocimiento es el estudio de las herramientas cognitivas de las que este hace uso para su elaboración. De entre aquellos elementos susceptibles de análisis destaca el de la disciplina ya que su rol como unidad fundamental de organización de los diferentes campos del saber no ha cesado de ser esencial desde que en el siglo XIX se llevará a cabo la «disciplinarización y [...] profesionalización del conocimiento»; un proceso que, a su vez, derivó del establecimiento de la especialización como procedimiento elemental en el desarrollo de la investigación sistemática (Wallerstein, 1996: 9-10). Desde entonces, la «categoría organizacional» de la disciplina —o aquella que, por un lado, «opera la circunscripción de un dominio de competencia sin la cual el conocimiento se fluidificaría y devendría en vago» y que, por otro, «devela, extrae o construye un objeto no trivial para el estudio científico» (Morin, 2010: 9-10)— ha sido y sigue siendo esencial para la creación y el mantenimiento de las estructuras institucionales productoras de conocimiento (Wallerstein, 1996: 9).

No obstante, no todo son virtudes en la «institución disciplinaria» pues como advierte Morin esta «entraña a la vez un riesgo de hiperespecialización del investigador y un riesgo de cosificación del objeto de estudio donde se corre el riego de olvidar que éste es extraído o construido» (2010: 10). Y es que, el propio carácter institucional de la disciplina favorece que la misma sea experimentada por el individuo como un hecho innegable que persiste en su realidad y que resiste a todo intento de cambio o evasión. Primero, por el poder de coacción que la propia categoría ejerce sobre el individuo, pues esta «tanto de por sí, por la fuerza pura de su facticidad, como por medio de los mecanismos de control habitualmente anexos», controla «el comportamiento humano» mediante el establecimiento de «pautas definidas de antemano que lo canalizan en una dirección determinada, en oposición a las muchas otras que podrían darse teóricamente». Y segundo, por una tendencia humana a la reificación o «aprehensión de los productos de la actividad humana como si fueran algo distinto de los productos humanos» (Berger y Luckmann, 1968: 80, 74, 114).

Sin embargo, ni esa resistencia al cambio característica de la institución disciplinaria ni la tendencia humana a cosificarla mediante la reificación conceden a la materia un «status ontológico separado de la actividad humana que la produjo» pues «la objetividad del mundo institucional, por masiva que pueda parecerle al individuo, es una objetividad de producción y construcción humanas» (Berger y Luckmann, 1968: 81). Por este motivo las disciplinas son, a pesar de su persistencia, incapaces de resistir el cambio. Su condición de producto histórico de la actividad humana las hace necesariamente mutables (Berger y Luckmann, 1968: 146) así como poseedoras de una historia propia: un nacimiento, una institucionalización, una evolución, una dispersión... (Morin, 2010: 9). Ergo, tanto las fronteras que delimitan el objeto de estudio de las disciplinas como las ontologías, epistemologías y metodologías que caracterizan los paradigmas desde los cuales estas se observan son elementos que se transforman a lo largo del tiempo a imagen y semejanza de las prácticas investigativas.

Ahora bien, los cambios experimentados por las disciplinas sociales, desde que estas comenzaran a institucionalizarse en el siglo XIX, no describen una línea recta como así sugiere el concepto de «progreso» asociado al lexicón científico, sino que más bien parecen trazar una línea curva; concretamente, una que describe cómo la tendencia a la disminución de nombres clasificadores que entre 1850 y 1945 podía observarse en la ciencia social, se vio revertida tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial (Wallerstein, 1996: 53). A partir de ese momento, las transformaciones sociales acaecidas a nivel mundial reabrieron «los problemas de estructuración organizacional» que durante el periodo anterior se habían producido, generándose entonces una situación similar a la que se identificaba en la primera mitad del siglo XIX: a saber, la de una «dispersión organizacional con una multiplicidad de nombres» (Wallerstein, 1996: 102, 53, 78).

Mas tal incremento constante de categorías «no ha ido tanto en dirección a unificar actividades como en dirección a la multiplicación de nombres y programas universitarios» (Wallerstein, 1996: 104), lo cual parece estar generando un panorama heterogéneo y desconectado que sugiere a todas luces el estar asumiendo el riesgo de la hiperespecialización que al principio se señalaba. Si bien ello no implica que el problema sea la multidisciplinariedad existente —puesto que la cuestión parece estar más bien relacionada, por un lado, con la presencia de una falta de conciencia epistemológica derivada de cuestiones como la falta de tiempo (Remedios Zafra en Martínez Nicolás et al., 2019: 15) y, por otro, con la existencia de una necesidad de legitimación científica cuya búsqueda conduce al desarrollo de los atributos más estratégicos—; no cabe duda de que el aumento simultáneo de «la confusión, la superposición y la escasez de recursos» pueden llegar a constituir, como así refirió la Comisión Gulbenkian en la década de los noventa, «un bloqueo considerable a la creación de nuevo conocimiento» (Wallerstein, 1996: 103-104).

Así pues, con la hipótesis de que dicho bloqueo viene produciéndose desde finales del siglo XX, este trabajo se plantea el objetivo general de coadyuvar a su liberación mediante una explanación teórica aproximativa al funcionamiento científico contemporáneo, con la intención de que esta fagocite el desarrollo de investigaciones empíricas que puedan corroborar o refutar la existencia de un direccionamiento institucional de la investigación social contemporánea hacia estudios de carácter fundamentalmente nomotéticos —pues se entiende aquí que si efectivamente dicha presión existe, su híper-potenciación está constituyendo una merma para el desarrollo idiográfico de las ciencias sociales—. Por ello, para llevar a cabo dicho fin general, se plantea este trabajo dos objetivos específicos desarrollados fundamentalmente a través de la perspectiva de la sociología del conocimiento y, más concretamente, desde el constructivismo social de Berger y Luckmann.

Dichos objetivos son: a) aportar una mirada micro de la disciplina mediante la exposición de las distintas fases a partir de las cuales esta se desarrolla, tratando con ello de identificar en qué momentos esta parece ser más susceptible a la obstrucción de su capacidad explicativa, entendiendo que esto podría ser de utilidad para otros investigadores sociales a la hora de realizar valoraciones sobre el punto en que se hallan sus materias de estudio; y b) en coherencia con la idea de que «No es suficiente [...] encontrarse en el interior de una disciplina para conocer todos los problemas referentes a ella misma» (Morin, 2010: 9), ofrecer una perspectiva macro de la categoría disciplinaria identificando los condicionamientos socioculturales en los que el conocimiento contemporáneo está inmerso, para así tratar de ofrecer una imagen, por supuesto intuitiva, de aquellas cuestiones que podrían estar limitando la disposición explicativa de las ciencias sociales.

2. LA ESPECIALIZACIÓN, LA HIPERESPECIALIZACIÓN Y LA HIBRIDACIÓN EN RELACIÓN A LOS ESPACIOS «NO MAN’S LAND»
2.1. La especialización de la disciplina como momento comprometido

Como ya se adelantaba la disciplina es una institución. O, dicho de otro modo, «una tipificación recíproca de acciones habitualizadas por tipos de actores» las cuales «siempre se comparten, [y] son accesibles a todos los integrantes de un determinado grupo social» (Berger y Luckmann, 1968: 74). Ello es así en razón de que la misma define tanto los objetos a estudiar como la forma y por quiénes dichos objetos son estudiados mediante la consideración del «mundo de las ‘cosas’ desde un único punto de vista particular, concentrando su enfoque sobre unos pocos ‘atributos’ de las cosas y dejando fuera de su campo de investigación todos los demás» (Agazzi, 2002: 244).

Tal carácter institucional es adquirido por la disciplina a través de una objetivación que a lo largo del tiempo va solidificándose (Berger y Luckmann, 1968: 78) y cuyo grado de cristalización puede verse identificado en las distintas etapas que caracterizan su construcción. De este modo, el ciclo vital de una disciplina comienza en la «fase fundacional» en la cual se instaura el núcleo disciplinario que la origina; a la cual le sucede la «fase de expansión» en la que el patrimonio de partida se enriquece por la producción de contribuciones; siguiéndole a continuación la «fase de especialización» o «segmentación del objeto de estudio de una disciplina según diferentes criterios: escala, instituciones específicas, hechos sociales particulares»1; finalizando el ciclo con la «fase de hibridación o amalgama» en la que se funden, recombinan o cruzan «especialidades o fragmentos de disciplinas vecinas»2 (Dogan y Pahre en Giménez, 2004: 269).

Si bien todas ellas son esenciales en el proceso, la «fase de especialización» destaca por ser un momento especialmente significativo. En primer lugar, porque todo proceso de institucionalización requiere para su mantenimiento la puesta en marcha de mecanismos de legitimación —de «modos con que poder “explicarse” y justificarse»— (Berger y Luckmann, 1968: 82) entre los cuales se haya la puesta en valor de la especificidad3. Si bien dicho mecanismo es susceptible de activarse desde las primeras etapas del desarrollo de una disciplina, es en este momento en el que las materias en construcción proyectan de manera especialmente significativa la marca de su diferenciación. En segundo lugar, porque es en esta parte del ciclo donde comienza la división del trabajo en razón de que «la especialización del conocimiento y la organización concomitante de los elencos para administrar los cuerpos de conocimiento especializado» son resultado de dicha fragmentación (Berger y Luckmann, 1968: 147). En tercer lugar, y a consecuencia de lo anterior, porque es precisamente dicha división del trabajo la que permite que la atención de los investigadores se dirija al desarrollo de innovaciones que más adelante podrán institucionalizarse (Berger y Luckmann, 1968: 73). No obstante, como se viene señalando la especialización es una virtud que viene acompañada por el riesgo de la hiperespecialización (Morin, 2010: 10), a saber, por el «exceso o grado superior al normal» (hiper-, del gr. ὑπερ-hyper-) de especialización (RAE). Por ello, la importancia de esta fase no se queda únicamente en las bondades antes descritas, sino que se caracteriza también por ser un momento comprometido en el desarrollo de una disciplina, pues es este el punto donde la construcción disciplinaria deviene susceptible de caer en el aislamiento a causa de la marginación de las «relaciones y solidaridades» del objeto de estudio «con otros tratados por otras disciplinas», así como también de «las ligazones y solidaridades con el universo del cual el objeto es parte» (Morin, 2010: 10). Una repercusión lo suficientemente trascendente como para considerar la hiperespecialización, en el marco de ese flujo general de la construcción de una disciplina que se está describiendo, como una interfase susceptible de aparecer entre la «fase de especialización» y la «fase de hibridación».

Ahora bien, si es cierto que puede resultar útil identificar el momento en el que una disciplina parece ser más susceptible a una merma en su desarrollo, esta no resulta suficiente para la clarificación de la cuestión: se requiere además analizar la sintomatología del proceso. Por ello, se propone realizar la observación desde la perspectiva del vacío —es decir, desde el punto de vista no de lo que se construye sino de lo que no—, pues se entiende que una manera de llegar a identificar los síntomas de aislamiento es la de centrarse en los «vacíos entre campos de estudio afines» (Dogan y Pahre, 1989: 497) que emergen durante la especialización producto de la fragmentación (gráfico 1).


Gráfico 1
Creación de vacíos durante la fase de especialización

A priori, estos espacios desocupados no han de resultar en sí motivo de desasosiego, pues «perturbados por los vacíos que subsisten entre los subcampos, los investigadores vuelven a introducir sabiamente los factores excluidos previamente» produciéndose así la hibridación entre especialidades y el desarrollo de las «subespecialidades híbridas» durante la «fase de hibridación» (Dogan y Pahre, 1989: 497-498). No obstante, dichas oquedades sí que comienzan a ser una complicación cuando tal revisión no llega a generarse, pues en realidad tal actividad no ha de emerger necesariamente. Dicho de otro modo, el problema no son los vacíos producidos por la inherente fragmentación de la «fase de especialización», sino la posibilidad de que estos no lleguen a ser colmados en la «fase de hibridación».

Si esto ocurre pueden suceder, al menos, dos cosas: a) que no se produzca la amalgama, pero que tampoco se tienda a la hiperespecialización, circunstancia en la que las oquedades pueden llegar a quedar omitidas largo tiempo llegando incluso al punto en que las mismas parezcan no formar parte de la disciplina; o b) que la materia quede atrapada en la interfase de la hiperespecialización como manera de seguir su evolución —como una barca conducida a contracorriente en la que la sensación de esfuerzo transmite la idea de que se avanza manteniéndose sin embargo en el mismo lugar—, incrementándose con ello de manera notable los atributos excluidos por las especialidades que la componen (gráfico 2).



Gráfico 2

Proceso de hiperespecialización por el que los vacios entre campos quedan incrementados

Si bien en ambos casos esta falta de hibridación no tiene por qué ser total —es decir, no tiene por qué producirse en todas las especialidades de una materia—, su ausencia en una gran parte de la disciplina es suficiente para producir importantes implicaciones. Primero, porque los atributos omitidos por cada especialidad tienen, entre otras funciones, la de conectar los campos, con lo cual la consecuencia de su omisión es la incomunicación entre parcelas. Y segundo, porque la amnesia de tales espacios puede constituir una pérdida de la capacidad explicativa de la materia, la cual en su fragmentación desconectada acaba por verse incapaz de desarrollar un conocimiento profundamente conjugado. Así mismo, tales consecuencias son sustanciales no sólo porque existe la posibilidad de que se den, sino porque de hecho parecen estar produciéndose de manera frecuente. En el contexto actual de «pluralización y fragmentación a ritmo galopante de las disciplinas sociales» (Giménez, 2004: 268) la multiplicación de especialidades y la reducción de los objetos de estudio tratados por estas sugiere un proceso de división de las materias realizado sin proporcionalidad a la comunicación que necesariamente debe haber entre ellas (gráfico 3).

Un ejemplo de un campo científico donde tal proceso parece estar produciéndose es el de la investigación española en comunicación, ya que en el mismo viene algún tiempo considerándose la hipótesis de una «hiperespecialización temática» (Martínez-Nicolás, 2020: 400) cuyo desarrollo podría estar «abocando a un creciente tribalismo científico, sostenido por subcomunidades científicas reunidas en torno a temas (o fenómenos, u objetos) cada vez más restrictos» (Martínez Nicolás et al., 2019: 29). Aunque es cierto que existe en esta materia una «evidencia empírica deficitaria» en investigaciones que aborden «la orientación de la producción científica» de este campo, y que por ello «la indicación de cambios en las tendencias observadas y el señalamiento de los factores que podrían haberlas generado no dejan de ser ejercicios arriesgados», es necesario comenzar a asumir los riesgos de dicha actividad «por imperfecto que pueda ser el resultado» (Martínez-Nicolás, 2020: 398).


Gráfico 3
Aislamiento de las especialidades por incidencia en la hiperespecialización

De este modo, dos son las cuestiones que deben señalarse para ejemplificar lo que aquí se entiende como sintomatología principal de una interfase de hiperespecialización. En primer lugar, la multiplicación de especialidades en el seno de la materia. Un síntoma que en la investigación en comunicación comienza a dilucidarse en lo que Martínez-Nicolás denomina «proceso de institucionalización secundaria» del campo (2020: 395) y, más concretamente, en las «dinámicas de formación de revistas especializadas, en las que no está siendo inusual que de un tronco común se vayan desgajando nuevos productos editoriales a medida que aquellos intereses de conocimiento se van especializando» (Martínez Nicolás et al., 2019: 29-30)4. Y, en segundo lugar, la disminución de atención a objetos de estudio que un principio formaban parte de la misma. Un indicio que en esta disciplina viene manifestándose en el incremento de una «primacía del interés de los investigadores españoles por el análisis de los contenidos», así como en «el decaimiento relativo de la atención dispensada a otros elementos del proceso comunicativo» (Martínez-Nicolás, 2020: 404).

2.2. El papel de los espacios «No man’s land» en la construcción del conocimiento

Señalada ya la problemática relativa a la falta de integración de los vacíos entre espacios afines en un proceso de hibridación, así como al incremento de estos mediante una tendencia a la hiperespecialización, es necesario ahora tratar de designar dichas oquedades con el fin de ayudar a tanto a su identificación como a la visibilización del potencial inconveniente que puede llegar a resultar su omisión. Señala Morin (2010: 11) que «un antídoto poderoso al encierro y al inmovilismo de las disciplinas viene de grandes trastornos sísmicos de la Historia (por lo tanto, los de una guerra mundial), de trastornos y torbellinos sociales que al azar suscitan encuentros e intercambios». Por ello, como así señala Parrilla Vallespín (2019: 335), la expresión bélica «No man’s land», en español «Tierra de nadie»—con precedentes de aplicación a la epistemología científica: «the noman’s land between medicine and organic chemistry attracts the most imaginative scientists» (Dogan, 1997: 439)—, puede resultar útil para describir la problemática aquí expuesta, pues tanto sus acepciones como el contexto de las mismas coadyuvan a expresar idóneamente la necesidad de apertura, encuentro e intercambio entre las especialidades.

En lo que respecta a sus definiciones, el diccionario sobre jerga militar «Songs and Slang of the British Soldier» (1930-1931) de Brophy y Partridge señala como acepción originaria de esta locución la que hace referencia a los terrenos baldíos y estériles que existieron en su momento entre dos provincias o reinos (en Coleman, 2008: 268). Por otro lado, su sentido más contemporáneo, cuya popularización se produjo durante la Primera Guerra Mundial, es el señalado por el «Soldier and Sailor Words and Phrases» (1925) de Fraser and Gibbons el cual define la expresión como las franjas de campo abierto que dividían las trincheras opuestas cuyas extensiones variaban entre el metro y el cuarto de milla (en Coleman, 2008: 257). Así mismo, otros diccionarios señalan las siguientes significaciones:

«No man’s land». a) An area or strip of land that no one owns or controls, such as a strip of land between two countries’ borders, especially in a war; b) a situation or area of activity where there are no rules, or that no one understands or controls because it belongs neither to one type nor another (Cambridge Dictionary).

Si bien no son estas todas sus acepciones se entiende que las expuestas manifiestan de manera suficiente la capacidad del vocablo para transmitir la idea que se intenta expresar: es decir, la de dos áreas de actividad que se encuentran separadas por otra más cuyo espacio «nadie entiende o controla porque no pertenece a un tipo ni a otro»; o, en otras palabras, la de un espacio entre especialidades que ha quedado baldío y estéril con motivo de la fragmentación de la especialización (gráfico 4) y cuyas dimensiones pueden verse incrementadas a causa de la hiperespecialización. Se trata, al fin y acabo, de que la aplicación de esta locución a los vacíos entre campos afines ayude a repensar los mismos atribuyendo al problema una solución: la de unir lo que está enfrentado superando las cuestiones que puedan impedir su conexión (ya sean estas de tipo institucional —relacionadas, por ejemplo, con la designación de lo que es intrusismo y lo que no—, o de tipo personal —como puede ser el sentimiento propio de incapacidad para abordar terrenos teóricamente desconocidos—). Dicho de otra forma, de lo que se trata es de que dicha expresión coadyuve a caminar hacia la hibridación de las materias para que así las «nuevas ciencias sociales híbridas» definidas por Dogan (2001) puedan fagocitar un retorno, repensado y reinterpretado, de aquel momento histórico en que las «dos culturas», la ciencia y la filosofía, coexistían hermanadas en un mismo interés común: el conocimiento (Wallerstein, 1999: 5).


Gráfico 4
Visualización gráfica de los espacios «No man’s land»

De este modo, y siguiendo con el ejemplo anteriormente referido, podrían ser elementos susceptibles de ser denominados espacios «No man’s land» aquellos objetos de estudio de la investigación española en comunicación cuya atención se ha visto disminuida durante las últimas décadas. Como señala Martínez-Nicolás, «los datos apuntan a una investigación que, centrada básicamente en generar conocimiento sobre la dimensión discursiva de la comunicación, estaría desatendiendo sus dimensiones institucional (empresas, mercados, profesiones, políticas públicas, etc.) y social (audiencias, recepción, efectos e influencia de la comunicación), en una deriva contenidista que no parece sino acelerarse desde mediados de los 2000» (Martínez-Nicolás, 2020: 404). En consecuencia, podría estar manifestándose en la materia el empequeñecimiento de sus especialidades (periodismo, comunicación audiovisual, relaciones públicas y publicidad) mediante una paulatina exclusión de sus aspectos institucionales y sociales produciéndose, como resultado, el agrandamiento de los espacios «No man’s land» que originalmente reinaban en ella tras el desarrollo de su «fase de especialización».

3. EL CISMA EPISTEMOLÓGICO EN LAS CIENCIAS SOCIALES COMO PRODUCTO DE LA NECESIDAD DE LEGITIMACIÓN CIENTÍFICA
3.1. La necesidad de legitimación científica en las disciplinas sociales

Como toda facticidad histórica y objetiva —es decir, como toda institución—, la disciplina requiere para su existencia de fórmulas que ayuden a su legitimación —en otras palabras, a la explicación y justificación de su existencia—, las cuales deben «ser coherentes y amplias en términos del orden institucional» si lo que buscan es ser reconocidas socialmente «como solución “permanente” a un problema “permanente” de una colectividad dada» (Berger y Luckmann, 1968: 80, 82, 91). Como señala Wallerstein

Los científicos sociales tienen misiones, igual que los líderes políticos o religiosos; buscan la aceptación universal de determinadas prácticas en la creencia de que eso maximiza la posibilidad de alcanzar ciertos fines, tales como conocer la verdad. Bajo la bandera de la universalidad la ciencia intenta definir las formas de conocimiento que son científicamente legítimas y las que quedan fuera de la aceptabilidad (1996: 58).

Así mismo, dicha institucionalización del conocimiento se realiza en el marco de niveles diferenciados de legitimación institucional, los cuales evidentemente se solapan a nivel empírico. Estos son: a) un primer nivel de carácter incipiente, «por supuesto, pre-teórico» que «constituye el fundamento de “conocimiento” auto-evidente sobre el que deben descansar todas las teorías sub-siguientes; b) un segundo nivel que «contiene proposiciones teóricas en forma rudimentaria» cuyos esquemas explicativos «se refieren a grupos de significados objetivos» y de carácter sumamente pragmático (proverbios, máximas morales, sentencias, leyendas y cuentos populares...); c) un tercer nivel que «contiene teorías explícitas por las que un sector institucional se legitima en términos de un cuerpo de conocimiento diferenciado» proporcionando «marcos de referencia bastante amplios a los respectivos sectores de comportamiento institucionalizado» —y cuya realización es encomendada a personal especializado a causa de «su complejidad y diferenciación»—; y d) un cuarto nivel, «los universos simbólicos» o aquellos «cuerpos de tradición teórica, que integran zonas de significado diferentes y abarcan el orden institucional en una totalidad simbólica» en el cual «todos los sectores del orden institucional se integran [...] en un marco de referencia general, que ahora constituye un universo en el sentido literal de la palabra, porque ya es posible concebir que toda la experiencia humana se desarrolla dentro de aquél» (Berger y Luckmann, 1968: 120-123).

Además, «Todas las legitimaciones, desde las más sencillas legitimaciones pre-teóricas de significados institucionales distintos hasta los establecimientos cósmicos de universos simbólicos pueden, a su vez, describirse como mecanismos para el mantenimiento de universos» (Berger y Luckmann, 1968: 133). De este modo, las disciplinas del conocimiento —aquellas teorías explícitas de ter cer nivel— inmersas en el marco de la filosofía científica imperante —el universo simbólico contemporáneo— requieren, para ser aceptadas como conocimiento científicamente legítimo, colaborar al mantenimiento de dicho universo mediante la creación de teorías en consonancia con los preceptos del paradigma vigente. Ahora bien, preguntarse acerca cuál es el paradigma regente en las ciencias sociales de entre aquellos existentes —pues según la clasificación que se tome se pueden referir dos, tres o cuatro (Valles-Martínez, 1999: 52-59)— supone no atender exclusivamente a su expresión teórica ya que

[...] las definiciones rivales sobre la realidad se determinan en la esfera de los intereses sociales competitivos cuya rivalidad, a su vez, se “traduce” en términos teóricos. [...]. Cuando se produce una rivalidad no solo teórica, sino también práctica entre grupos de expertos consagrados a formular diferentes definiciones últimas de la realidad, la despragmatización de la teoría se subvierte, y la fuerza pragmática de las teorías involucradas se vuelve extrínseca, vale decir que una de las teorías se “demuestra” como pragmáticamente superior en virtud, no de sus cualidades intrínsecas, sino de su aplicabilidad a los intereses sociales del grupo que se ha convertido en su “portador” (Berger y Luckmann, 1968: 152).

Es decir, que para identificar el universo simbólico contemporáneo se debe atender tanto a la expresión teórica de la cuestión, como a la expresión práctica que la produce ya que, como se verá más adelante, la rivalidad entre los teóricos es, efectivamente, no solo teórica sino también práctica. En este sentido, atender a la primera requiere necesariamente referir a la implantación desde mediados de la década de los noventa, pero sobre todo durante la primera década del siglo XXI, de un «modelo universal de cultura científica» a través del cual «los investigadores de las ciencias sociales se ha[n] aproximado como nunca antes al modelo de las ciencias experimentales» (Martínez-Nicolás et al., 2019: 24). La instauración de dicho modelo puede ser considerado producto de las «guerras de paradigmas»5 (perspectiva positivista-empirista vs. constructivista-fenomenológica) acontecida a finales del siglo XX (Tashakkori y Teddlie, 1998: 3). Como señala Denzin,

En la primera etapa de la Guerra de los Paradigmas de la década de 1980, la investigación cualitativa ocupó el lugar que le correspondía en la comunidad interpretativa. La investigación cualitativa floreció en este momento que duró un poco más de dos décadas (1980-2000). Pero a finales de la década de 1990, la IBC [investigación basada en la ciencia] surgió como una fuerza dedicada a borrar la mayoría de las ganancias obtenidas en la primera fase. Mediante un movimiento de la varita mágica de los postpositivistas, los dos preceptos básicos del momento interpretativo fueron demolidos. [...] Las dos tesis de la incompatibilidad estaban de vuelta sobre la mesa; está la ciencia y la no-ciencia (2008: 67-68).

Así mismo, hay que tener en cuenta que la estructura institucional que sostuvo el surgimiento de esta fuerza se estableció en el momento en que la economía fue posicionada «en el lugar de la política como fuente de comando de las decisiones globales», teniendo ello como consecuencia la emergencia de una «nueva etapa de dogmatismo ideológico», la del «pensamiento único» (Montenegro-Martínez y Pujol-Tarrès, 2013: 142); un concepto que resulta aquí de gran capacidad explicativa por dos cuestiones. En primer lugar, porque la alusión de su definición a la instrumentalización de lo teórico —«La traduction en termes idéologiques à prétention universelle des intérêts d’un ensemble de forces économiques, celles, en particulier, du capital international» (Ramonet, 1995)— coadyuva a crear una relación entre la expresión teórica recién descrita y la expresión pragmática. A saber, colabora en hacer evidente el nexo existente entre los términos ideológicos del postpositivismo —pues la ideología se hace presente en universos simbólicos donde habitan diferentes interpretaciones del mismo mediante la adopción, por parte de los grupos, de «elementos teóricos específicos conducentes a sus intereses» (Berger y Luckmann, 1968: 156)6, y los intereses económicos del capital internacional. Siendo más concreto aún, ayuda a establecer una relación entre el postpositivismo y el llamado «capitalismo cognitivo», en razón de que dichos intereses económicos se manifiestan, en el plano de lo inmaterial, en este tipo de capitalismo donde «el motor de la producción de bienes es el conocimiento»7 (Rullani en Rodríguez-Romero, 2015: 40). Añadido a esto, el concepto se hace útil por la pretensión universalista con la que este caracteriza a los términos ideológicos, pues con ello el mismo incide en la capacidad del «pensamiento único» para reproducirse «a través de un capitalismo intensivo [...] [en] todas las esferas de la vida» —tanto en «las grandes líneas políticas» como en los múltiples «espacios de la cotidianidad»—, incluidas las «formas de hacer» de la institución universitaria (Montenegro-Martínez y Pujol-Tarrès, 2013: 143).

En definitiva, todo lo anterior implica que las teorías explícitas de tercer nivel situadas por debajo del estrato del universo simbólico contemporáneo, es decir, las teorías científicas creadas en el marco de las distintas disciplinas —así como también todos aquellos niveles de legitimación situados bajo estas, como puede verse reflejado en el calado del «pensamiento único» en los diversos espacios de la cotidianidad—, necesitan para ser legitimados coadyuvar al mantenimiento de los postulados postpositivistas. No obstante, y esto es importante, dicho funcionamiento no impide la producción y reproducción de teorías no afines al mismo —las cuales evidentemente conforman las otras interpretaciones del universo, las otras ideologías científicas—, pues para el mantenimiento del universo las mismas no suponen un problema: para su regulación dispone el universo de mecanismos de control que lo sostienen. Así, la cuestión está en que, si bien la estructura descrita no impide la existencia de tales teorías, sí impide sin embargo que las mismas puedan llegar a alcanzar el mismo grado de legitimidad disponible para las afines, lo que a fin de cuentas supone un problema difícil de ignorar. En este sentido, es necesario ser consciente de que la «producción de conocimiento» a menudo se concibe como «una política de alto nivel que bendice institucionalmente y legitima socialmente formas de saber que actúan como mecanismos de poder» (Montenegro-Martínez y Pujol-Tarrès, 2013: 139) y que ello, sin duda, limita la capacidad explicativa del conocimiento.

3.2. Implicaciones de la necesidad de legitimación científica en las disciplinas sociales

La traducción descrita de los intereses del capital a términos teóricos postpositivistas tiene, como así ocurriría con cualquier otro universo simbólico, unas implicaciones relativas tanto a su expresión teórica como a su expresión pragmática. Empezando por las primeras cabe aclarar que, del mismo modo que el positivismo lógico (o neopositivismo) no es un «un mero desarrollo» de las corrientes positivistas que le precedieron8 (Moulines, 1975: 49), tampoco el postpositivismo lo es en razón de las novedades que este integra, pues el mismo «ha recorrido un largo camino desde la interpretación ingenua de las leyes deterministas del positivismo inicial» —tanto al afirmar que las leyes naturales o sociales «son sólo probables y susceptibles de revisión», asumiendo con ello «la naturaleza provisional del conocimiento científico», como al tener en cuenta «el condicionamiento teórico sobre la propia observación»— (Corbetta, 2007: 17). No obstante, igual que en el positivismo lógico «muchas de las tesis y de los puntos de vista centrales [...], están contenidos o prefigurados ya en las formas anteriores» (Moulines, 1975: 49), también en el postpositivismo se encuentran cuestiones ya existentes de manera previa. Como señala Corbetta, el

[...] proceso de alejamiento de la ortodoxia positivista inicial, primero con el neopositivismo y después con el postpositivismo, no conlleva una anulación del espíritu empirista. Se mantiene, también en los planteamientos más recientes, la importancia del método «científico» en la investigación social, y la analogía de fondo entre el método de las ciencias sociales y de las ciencias naturales (2007: 17)

Si bien no cabe duda entonces de que el postpositivismo redefine los «presupuestos iniciales y los objetivos de la investigación social» (produciendo un importante cambio de apertura a nivel ontológico, epistemológico y metodológico) y, que en dicha redefinición, los procedimientos empíricos son reinterpretados; estos, aun siendo redefinidos, «siguen apoyándose en las bases de la operacionalización, la cuantificación y la generalización» (Corbetta, 2007: 17). Ello implica que aun adoptándose técnicas cualitativas «sin restar importancia a las cuantitativas», «Los procedimientos operativos, las modalidades de obtención de datos, las operaciones de medición, [y] las elaboraciones estadísticas, no sufren variaciones de fondo»; es decir, que aun adoptándose «una mayor cautela respecto a las conclusiones, [...] las técnicas utilizadas son siempre las mismas» (Corbetta, 2007: 17), a saber, principalmente experimentales o cuasi-experimentales.

A dichas implicaciones de la expresión teórica —a saber, al entendimiento de la operacionalización, la cuantificación y la generalización como acepción principal del método científico universal—, hay que sumarle las implicaciones derivadas de la expresión pragmática del universo. Es decir, el hecho de que el capitalismo cognitivo «supone el abandono de la producción científica no productiva, por ejemplo la de carácter especulativo [clave en los procesos de análisis y generación de conocimiento], y la imposición de métodos de investigación basados en evidencias, que aseguren la producción de conocimiento supuestamente estratégico» (Rodríguez-Romero, 2015: 41). Una reproducción «“en conformidad con las exigencias de la organización productiva”», que más allá de ser enérgicamente asegurada con mecanismos de ordenación institucionales, se regula también mediante el «autocontrol por “imitación de comportamientos colectivos dictados por los imaginarios colectivos dominantes”» (Fumagalli y Morini en Míguez, 2013: 40), reduciendo así el desarrollo de la investigación que no resulta estratégica para los intereses descritos.

Así mismo, las implicaciones de la expresión teórica y pragmática del universo muestran un denominador común. Concretamente, el esfuerzo que ambas realizan por el desarrollo de unas ciencias, en términos de la Escuela de Baden, fundamentalmente «nomotéticas» —es decir, «universalizadoras o buscadoras de leyes» (Bunge, 1999: 37)—. Así lo manifiesta el apoyo del postpositivismo en «la operacionalización, la cuantificación y la generalización» (Corbetta, 2007: 17) y la imposición del capitalismo cognitivo de los métodos de la investigación basada en evidencias (Rodríguez-Romero, 2015: 41) cuyo discurso ético, epistemológico y político está basado precisamente en la asunción de «that since medical research is successful, and randomized experimental designs are used and appreciated in medical science, this should be the blueprint for all good research» (Denzin, 2009: 143). De este modo, tal denominador común no sólo insta al desarrollo primordial de las ciencias nomotéticas mediante la loa a la «evidencia», y más precisamente a la «evidence-based practice» —reforzada a su vez por un estado cultural en el que los datos numéricos «are presented as objective, unmediated, unbiased and scientific carriers of facts» (Poovey en Wrigley, 2018: 1)—, sino que además postula estas como modelo universal de la buena investigación, espoleando su traslado desde el campo de las ciencias naturales al de las ciencias sociales.

Esta extrapolación de la prevalencia nomotética de las ciencias naturales al campo de las ciencias sociales supone para estas últimas el regreso, si es que alguna vez no estuvieron ahí, de las antinomias sobre las cuales fueron construidas. En otras palabras, implica la aparición de una brecha epistemológica en el seno de la ciencia social la cual se halla constituida tanto por la universalidad de lo nomotético como de la singularidad de lo idiográfico. Cierto es que en el ya referido contexto de finales del siglo XX —en el que lo cualitativo tomaba la legitimidad científica por tanto tiempo buscada— era posible afirmar que las antinomias sobre las cuales se habían realizado las clasificaciones de las ciencias sociales en el siglo XIX (pasado-presente, ideográfico-nomotético) carecían ya del apoyo que antaño tuvieron (Wallerstein, 1996: 103) y que, probablemente, tal afirmación pueda seguir haciéndose a juzgar por aquellos ámbitos de actividad que actualmente investigan más allá de la antinomia9 —pues así lo permitan o no los mecanismos reguladores del universo simbólico, las disciplinas sociales llevan tiempo hibridándose y bajo la carcasa del aparato institucional se están produciendo cambios—.

Sin embargo, a pesar de dicha actividad, la antinomia persiste en el universo simbólico contemporáneo (es decir, sigue siendo enérgicamente fomentada por el aparato institucional) pues la misma constituye una defensa fundamental contra la precariedad y el caos que continuamente amenazan las construcciones sociales. Ella es, en definitiva, la valla mediante la cual el universo simbólico protege su orden institucional del potencial cambio que otras interpretaciones de la realidad social estimulan (Berger y Luckmann, 1968: 132): la que en palabras de C.P. Snow separa las «dos culturas» —la ciencia y la filosofía— manteniendo vigente con tal disgregación aquel «supuesto implícito pero muy real, que implicaba que la ciencia era más racional, “más dura” y más precisa, más poderosa, más seria, más eficaz, y [...] de consecuencias más importantes que la filosofía o las artes y letras» (Wallerstein, 1996: 5, 72).

En este sentido, de nuevo el campo de la investigación española en comunicación puede ser muestra de lo que se está refiriendo. Las primeras evidencias relativas a su desarrollo durante las últimas décadas sugieren una preminencia cada vez más acusada de la investigación empírica, así como un creciente predominio de aquellos trabajos de tipo cuantitativo (Martínez-Nicolás et al., 2019: 63-64). Simultáneamente, parece estar produciéndose un decaimiento tanto de la investigación teórica como de la investigación apoyada en el análisis de fuentes documentales (Martínez-Nicolás, 2020: 404). Tales indicios no sólo ponen de manifiesto una posible emergencia de la antinomia en el seno de esta materia social cuya actividad científica se está volcando en incidir en lo nomotético en detrimento de lo idiográfico. También invitan a identificar que tal tendencia no se genera de manera casual, si no que se produce a causa del condicionamiento inducido por la estructura institucional del universo simbólico contemporáneo. Y es que las transformaciones que dicho aparato ha venido experimentando desde finales del siglo pasado han estado dejando «una impronta clara en la estructura y las características de la comunidad académica, y también en la orientación que ha ido tomando la producción científica sobre comunicación en España»10 (Martínez-Nicolás, 2020: 404) llevándose a cabo dicho influjo mediante la aplicación diferentes estrategias entre las cuales puede referirse el llamado «sistema de recompensas»11 que informa al investigador sobre las opciones que en este universo simbólico gozan de mayor legitimidad12.

3.3. La separación entre las dos culturas como generador de un cisma epistemológico

La antinomia es, por tanto, un fuerte condicionante del desarrollo de las ciencias sociales modernas. No obstante, esta no sólo ha sido un importante influjo en la historia de este campo del saber sino, que como ya se adelantaba, ha sido la base sobre la que el mismo ha sido construido. Y es que, no sólo las ciencias sociales empezaron a institucionalizarse en torno a la separación de las dos culturas a mitad del siglo XIX, sino que la propia ciencia en general, tal y como hoy se la concibe, es producto de tal disgregación, lo cual conduce a comprender que el proceso de institucionalización de las ciencias sociales es, desde una visión macro, un subproceso del llevado a cabo en las ciencias naturales durante el siglo XVIII. Como explica Wallerstein,

Al principio los que intentaban establecer la legitimidad y prioridad de la búsqueda científica de las leyes de la naturaleza no hacían mayor distinción entre ciencia y filosofía. En la medida en que distinguían los dos dominios pensaban en ellos como aliados en la búsqueda de una verdad secular, pero a medida que el trabajo experimental y empírico paso a ser cada vez más importante para la visión de la ciencia, la filosofía comenzó a aparecer para los científicos naturales cada vez más un sustituto de la teología igualmente culpable de afirmaciones a priori de verdades imposibles de poner a prueba. Para el comienzo del siglo XIX la división del conocimiento en dos campos ya había perdido el sentimiento de que los dos eran esferas “separadas pero iguales”, adquiriendo un sabor jerárquico, por los menos a ojos de los científicos naturales —conocimiento cierto (ciencia), distinto de un conocimiento que era imaginado e incluso imaginario (lo que no era ciencia). Finalmente, en el inicio del siglo XIX el triunfo de la ciencia fue consagrado por la lingüística: el término ciencia sin adjetivo calificativo, pasó a ser identificado principalmente (y a menudo exclusivamente) con la ciencia natural. Ese hecho marcó la culminación de la ciencia natural de adquirir para sí una legitimidad socio-intelectual totalmente separada e incluso en oposición a otra forma de conocimiento llamada filosofía (1996: 7-8).

Así, en este marco de un universo simbólico ya liderado por la ciencia natural como epítome del conocimiento «verdadero», emerge a finales del siglo XVIII la ciencia social moderna13 como respuesta a «la necesidad del estado moderno de un conocimiento más exacto sobre el cual basar sus decisiones» (Wallerstein, 1996: 8). Y aparece estimulada, concretamente, por los fuertes trastornos culturales producidos por la Revolución francesa, pues el inevitable cambio social hacia la conversión en norma de «la soberanía del “pueblo”» que la revolución estaba generando, requería con urgencia ser organizado y racionalizado con la esperanza, desde luego, de tener la capacidad de limitarlo (Wallerstein, 1996: 11). Existía, por tanto, un interés político en su desarrollo el cual se hacía a veces totalmente manifiesto: el mismo Comte lo expresaba claramente al señalar que «quería salvar a Occidente de la “corrupción sistemática” que había llegado a ser “entronizada como instrumento indispensable del gobierno” debido a la “anarquía” intelectual manifiesta desde la Revolución francesa» —entendiendo que «el partido del orden se basaba en doctrinas superadas» como así lo eran la católica y feudal y no en las «negativas y destructivas» tesis protestantes— (Wallerstein, 1996: 14).

Por tanto, ya desde los inicios de la ciencia social moderna se produce la instrumentalización del conocimiento que viene señalándose a lo largo de este tercer epígrafe, evidenciando la misma aquello señalado anteriormente de que el pragmatismo superior de las teorías se demuestra en el universo simbólico «en virtud, no de sus cualidades intrínsecas, sino de su aplicabilidad a los intereses sociales del grupo que se ha convertido en su “portador”» (Berger y Luckmann, 1968: 152); y haciendo retornar además la idea, también ya mencionada, de que a menudo la producción del conocimiento se entiende como una «política de alto nivel que bendice institucionalmente y legitima socialmente formas de saber que actúan como mecanismos de poder» (Montenegro-Martínez y Pujol-Tarrès, 2013: 139). En consecuencia, puede decirse que la «aplicabilidad» del conocimiento a desarrollar aparece a la hora de ser proyectado como la prioridad fundamental a tener en cuenta. De ahí que la conclusión de los científicos sociales de diversos países durante la primera mitad del siglo XIX fuera que la creación de un nuevo orden social requería de una ciencia social lo «más exacta (o “positiva”)» posible, pues los «resultados prácticos de utilidad inmediata» que precisaban para el cumplimiento de sus intereses eran los ofrecidos por las ciencias naturales, y no los de la ciencia idiográfica que, a sus ojos, era incapaz de ser pragmática (Wallerstein, 1996: 11, 8).

Es decir, que de manera similar a como en el universo simbólico contemporáneo las teorías de tercer nivel que buscan alcanzar el máximo nivel de legitimación deben apoyar los postulados del paradigma vigente, también en periodos anteriores estas hubieron de constituirse en coherencia con él para con ello asegurar su legitimación. Una legitimación que como se está señalando se basa, en primer lugar, en su aplicabilidad a los intereses sociales relacionados con la política y la economía. En parte por ello, a largo del siglo XIX —un periodo marcado principalmente «por la creación de estructuras institucionales permanentemente diseñadas tanto para producir nuevo conocimiento como para reproducir a los productores de conocimiento»— (Wallerstein, 1996: 9) la construcción disciplinaria de la ciencia social se dirigió en torno a ese intento por «obtener e impulsar el conocimiento “objetivo de la “realidad” con base en descubrimientos empíricos» y no a la desdeñada «“especulación”» (Wallerstein, 1996: 16), ya que era este tipo de conocimiento el que los estados modernos consideraban suficientemente «exacto» para tomar sus decisiones.

En coherencia con dichos objetivos y como parte esencial del proceso de institucionalización del conocimiento social llevado a cabo entre 1850 y 1914 —periodo en el cual quedó formalmente reconocida en las universidades «la diversificación intelectual reflejada en la estructura disciplinaria de las ciencias sociales» (Wallerstein, 1996: 15)—, las disciplinas sociales comenzaron a producir movimientos epistemológicos en busca de su diferenciación, escrutando especialmente lo que las distinguía de aquellas que «parecían estar más próximas en cuanto a contenido en el estudio de las realidades sociales» (Wallerstein, 1996: 34). En consecuencia, las más asociadas a la epistemología nomotética (la economía, la sociología y la ciencia política) comenzaron a tratar de distinguirse unas de otras, pero especialmente de la historia idiográfica mediante la acentuación de

su interés en llegar a leyes generales que supuestamente gobernaban el comportamiento humano, la disposición a percibir los fenómenos estudiables como casos (y no como individuos), la necesidad de segmentar la realidad humana para analizarla, la posibilidad y deseabilidad de métodos científicos estictos [sic] (como la formulación de hipótesis, derivadas de la teoría, para ser probadas con los datos de la realidad por medio de procedimientos estrictos y en lo posible cuantitativos), la preferencia por los datos producidos sistemáticamente (por ejemplo, los datos de encuestas) y las observaciones controladas sobre textos recibidos y otros materiales residuales (Wallerstein, 1996: 35).

Igualmente, las disciplinas sociales idiográficas se volcaron también en desarrollar cambios que fueran coherentes con la ciencia moderna —a excepción de los estudios clásicos que se rebelaron a ella consiguiendo no ser atrapados por su ética (Wallerstein, 1996: 28)—. Por ello, a pesar de que historiadores y antropólogos «se resistieron a la demanda de formular leyes, practicando en su mayoría una epistemología idiográfica» realizaron, sin embargo, dos movimientos de aproximación a esta: a saber, rechazaron «la “especulación” y la “deducción” (prácticas calificadas de pura filosofía)» como vía de conocimiento, y adoptaron metodologías de investigación empírica acordes con a la nueva concepción: la historia pasó a utilizar «la investigación empírica de archivos» —aquel «lugar donde se podía reunir, almacenar, controlar y manipular los datos exteriores»— y la antropología a basarse en el trabajo de campo y el uso de la observación participante (Wallerstein, 1996: 12-25).

Ahora bien, las transformaciones realizadas por estas últimas no parecieron ser suficientes para otorgarles una capacidad de utilidad similar a las de sus compañeras nomotéticas. En el caso de la historia, por ejemplo, se valoró su competencia para reforzar la cohesión social de los estados —pues estas, al reformular su objeto habían pasado de justificar a los reyes a la «justificación de las “naciones” y a menudo de sus nuevos soberanos, los “pueblos”»—; empero, consideraron también que ello «No los ayudaba a decidir políticamente con sabiduría sobre el presente, y ciertamente no ofrecía mucha sabiduría sobre las modalidades del reformismo nacional» (Wallerstein, 1996: 18-19). No cabía duda de que dichas disciplinas formaban parte de las ciencias sociales: la historia, aún desde lo individual, se encargaba de abordar fenómenos complejos como culturas o naciones enteras; la antropología, «los modos de organización social de pueblos muy diferentes de las formas occidentales»; y los estudios clásicos, aun rehuyendo de ser asociados con lo universal, atendían a realidades sociales como las de China, India o Persia, durante mucho tiempo ignoradas por las otras disciplinas (Wallerstein, 1996: 34, 28). No obstante, tal carácter de universalidad no resultó bastante siendo finalmente «la trinidad estadocéntrica» de la sociología, la economía y la ciencia política la que acabó por consolidar sus posiciones como núcleo (nomotético) de las ciencias sociales» (Wallerstein, 1996: 33).

Luego, a pesar de los esfuerzos de las más idiográficas por adaptarse al conocimiento moderno —incluidos los más recientes de la historia y la antropología en torno a una apertura a la investigación cuantitativa (Wallerstein, 1996: 46)—, fueron finalmente las disciplinas nomotéticas las que, en razón de su aplicabilidad, acabaron por alcanzar el máximo grado de legitimación en el universo simbólico. De este modo, las enérgicas voluntades de las materias nomotéticas por alejarse de lo idiográfico añadidas a las fuertes resistencias a ser asociadas con lo nomotético por parte de algunos sectores de las idiográficas, endurecieron la separación de las dos culturas en el seno de las ciencias sociales. En consecuencia, ese objeto de estudio situado justo en el medio de las dos culturas —entre las humanidades y las ciencias naturales, «con la historia (idiográfica) más cerca de las facultades de artes y letras, y a menudo parte de ellas» por un lado, y «la “ciencia social” (nomotética) más cerca de las ciencias naturales» por otro—, se vio profundamente dañado: a medida que la actividad de los científicos endurecía el cisma entre ambas, emergía a la superficie la implicación que probablemente más problemas haya legado a la ciencia social actual, y es la profunda división en torno a dichos problemas epistemológicos (Wallerstein, 1996: 12) (gráfico 5).


Gráfico 5
El cisma epistemológico de las ciencias sociales

En consecuencia —y a pesar de que la virtud de las ciencias sociales se haya en su riqueza epistemológica y en el hecho de que ambas culturas son distintas pero complementarias, pues «a la abstracción necesaria» de las nomotéticas «corresponde la restitución de lo concreto» de las idiográficas (Piaget, 1973: 49)—, la antinomia, como ha expuesto, prevalece en el universo simbólico contemporáneo. Como señalan Berger y Luckmann, «Ninguna “historia de las ideas” se efectúa en el aislamiento de la sangre y el sudor de la historia general (1968: 161), así como ningún presente es independiente de sus antecedentes. Y como resultado de ello, el «inconsciente colectivo» (Jung, 2013: 77) de los científicos actuales sigue, sin duda, aún marcado por dicha problemática.

4. DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES. EL CISMA EPISTEMOLÓGICO COMO DESENCADENANTE DE LA HIPERESPECIALIZACIÓN Y, POR ENDE, DEL INCREMENTO DE LOS ESPACIOS «NO MAN’S LAND»

La fuerte afectación que ha comportado para las ciencias sociales la división del conocimiento en las dos culturas —al punto de que, cómo se ha señalado, estas fueron construidas sobre los pilares de tal separación—, sumada a la mayor legitimación adquirida por la epistemología nomotética a lo largo del desarrollo de la ciencia moderna —en comparación con la idiográfica—, parece haber estado produciendo una merma en la capacidad explicativa de los estudios sociales. Concretamente, la mayor valoración por parte del aparato institucional de la investigación nomotética en razón de su mayor aplicabilidad a los intereses sociales prevalentes en el universo simbólico contemporáneo, podría haber estado generando —y seguir generando gracias al refuerzo del «neoliberalismo, el postpositivismo y la cultura de la revisión de la calidad» (Denzin, 2008: 65)— un menoscabo en el desarrollo de los atributos sociales idiográficos. En el contexto de una potenciación del conocimiento estratégico para los intereses del capitalismo cognitivo, y de su reproducción mediante mecanismos de regulación tanto institucionales como de autocontrol, la producción de investigación idiográfica sigue careciendo, como así se consideró antaño, de la practicidad inmediata que dichos intereses requieren.

Así, en razón de todo lo expuesto hasta ahora y aun teniendo en cuenta que la exclusión de propiedades existentes en el núcleo originario de una disciplina puede propiciarse por situaciones no señaladas aquí, parece posible catalogar el desarrollo preferente de aspectos nomotéticos en el interior de las ciencias sociales como un tipo de «hiperespecialización» proveniente de la necesidad de legitimación inherente a los universos simbólicos —materializada, en este caso, en torno a los postulados postpositivistas y capitalistas—. Este tipo de sobre-especialización, considerada aquí tan poco productiva como pudiera serlo la realizada unilateralmente en torno a atributos idiográficos, supone, como se ha venido señalando, un incremento de los espacios «No man’s land» generados durante la «fase de especialización». Por consiguiente, y a pesar de que toda esta cuestión requiere sin duda de una investigación aplicada extensa la cual pueda corroborar o confrontar lo aquí expuesto —siendo esta una buena ocasión para la potenciación de una investigación social holística basada en la cooperación epistemológica de las dos culturas—, todo parece indicar que el cisma epistemológico en las ciencias sociales, la hiperespecialización de sus materias y el incremento de los espacios «No man’s land» asociado a ellas son cuestiones fuertemente relacionadas14.

Y es que, el hecho de que la «disciplinarización y profesionalización del conocimiento» desarrollada en el siglo XIX fuera basada «en la creencia de que la investigación sistemática requería una concentración hábil en las múltiples zonas separadas de la realidad» —a saber, en múltiples disciplinas—, y que dicha «división racional» se valorara y pueda seguir valorándose como «eficaz» —es decir, como «intelectualmente productiva»— (Wallerstein, 1996: 9-10), no debería hacer olvidar que la especialización: a) no es la única organización posible para el desarrollo del conocimiento; b) que toda virtud contenida en ella se desvirtúa si se olvidan los riesgos que la misma entraña; y c), consecuencia de la anterior, que la especialización sin capacidad holística aleja a la ciencia de la profundización del ser humano en sus realidades. Por todo ello, resulta altamente necesario la creación de una situación de producción científica que ofrezca el tiempo y el espacio suficientes para la contextualización y comprensión de las disciplinas, de sus especialidades y de aquellos espacios «No man’s land» que las rodean, puesto que conocer de dónde se viene y dónde se está para poder elegir a dónde se quiere llegar es el camino para una ciencia consciente de sí misma.

Esto implica que, aunque la forma de investigación que ha de utilizarse para abarcar los espacios «No man’s land» es una cuestión imprescindible de plantear15, el asunto del holismo ha de referirse con aun mayor urgencia, ya que resulta fundamental que la necesaria inmersión en las complejidades del modo de estudio no conduzca, de nuevo, a la hiperespecialización. Así pues, preguntarse por el modo de investigación conveniente conllevará, desde luego, plantearse la importante cuestión de si tales vacíos han de colmarse mediante la unidisciplinariedad o las «prácticas supradisciplinares» —a saber, la multidisciplinariedad o pluridisciplinariedad, la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad— (Caro Saiz et al., 2020: 15) dependiendo la idoneidad de dicha elección de diversos factores importantes16. No obstante, sea cual sea la opción elegida hay que tener en cuenta que todas ellas se refieren a la disciplina, pues hasta las investigaciones supradisciplinares son prácticas que «no pretenden ni conllevan la disolución de la investigación disciplinar tradicional, sino que se basan en la complementariedad entre todas las prácticas investigadoras a través del fortalecimiento del conocimiento generado dentro de cada disciplina» (Caro Saiz et al., 2020: 15) siendo esto aplicable incluso cuando se habla, como así se ha hecho a lo largo de este trabajo, en términos de «hibridación»17.

De este modo, si «los proyectos multi-, inter- y transdisciplinarios no ponen en jaque la existencia de las disciplinas en cuanto organizaciones sino todo lo contario: las refuerzan» (Wallerstein, 2005: 147) —o dicho de otro modo, si al fin y al cabo esta es la estructura a la que el ser humano contemporáneo se agarra incluso cuando busca transgredirla—; entonces, lo que torna ahora imprescindible es el desarrollo de una fuerte conciencia epistemológica. A saber, ese tratar de no perder nunca el hilo conductor que conecta aquellas partes que el investigador analiza, así como la visión de conjunto de aquello decide observar o tratar de explicar. Una atención que, probablemente, solo es posible mantener mediante una constante comunicación del investigador con sí mismo —en un esfuerzo dirigido a que sus desarrollos no se conviertan en torres de marfil aisladas en el espacio de su mente— como en la comunicación de este con los que le rodean — tratando de evitar que aquello que le sirve para ubicarse no acabe convirtiéndose, finalmente, en una cárcel de conceptos—.

Un imperativo que, a su vez, pone de manifiesto la necesidad apremiante de reconocer que estamos ante «verdades múltiples e inestables» (Maffesoli en Rodrigo-Alsina, 2001: 32) y que, por tanto, la lucha entre las distintas percepciones de la realidad, en vez de su cooperación, aleja al ser humano del conocimiento tanto de sí mismo como de lo que este construye. De este modo, «Si la realidad es incierta, no hay manera de evitar las opciones, no hay manera de separar los compromisos de valor, las presuposiciones del analista para entrar en el proceso de análisis»: el hecho de que la búsqueda de la verdad implique argumentos de lo bello y de lo bueno, no implica que la ciencia sea «un sueño imposible», sino que «sólo cuando aceptamos la imposibilidad de la separación entre el conocimiento y el deseo, podemos empezar a conocer mejor» (Wallerstein, 1999: 32).

Material suplementario
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Notas
Notas
1 Existiendo según la definición que se adopte, entre diez y quince disciplinas académicas en el archipiélago de las ciencias sociales «pero centenares de especialidades, sectores, campos, subcampos, intersticios y nichos» (Dogan, 2001).
2 Que «no debe confundirse [...] con la multidisciplinaridad” o “pluridisciplinaridad”, que evoca la mera convergencia de monodisciplinas en torno a un mismo objeto de estudio, siempre y cuando cada cual conserve celosamente sus presuntas fronteras» (Giménez, 2004: 268).
3 A saber, se activan esfuerzos dirigidos a la respuesta de preguntas similares a las siguientes. ¿Qué diferencia a este campo de otros? ¿Cuál es el sentido de su existencia? ¿Por qué habría de aceptarse dicha existencia?
4 Un proceso este —el de multiplicación de especialidades— que resulta característico de una interfase de hiperespecialización y que no debería confundirse con la división de una materia en sus especialidades principales, ya que esta última corresponde a la inherente «fase de especialización» de cualquier disciplina y no a un exceso de la misma. En el caso de la investigación en comunicación, es posible que no debiera mezclarse la división de la materia en objetos de estudio específicos, mediante su elevación a la categoría de especialidad, con la natural diversificación de los «ámbitos mediático-profesionales» evidenciada en este campo en los estudios hasta ahora realizados sobre el qué se investiga en la metainvestigación de esta disciplina (Martínez-Nicolás, 2020; Martínez-Nicolás et al., 2019; Martínez-Nicolás & Saperas-Lapiedra, 2016).
5 Así las denomina Denzin siguiendo a Thomas Kuhn (2008: 65).
6 O, en otras palabras, esta aparece cuando una definición particular de la realidad llega a estar anexada a un interés de poder concreto (Berger y Luckmann, 1968: 155).
7 Cuyos productos toman la forma de «innovaciones, marcas, patentes, sistemas de organización, rutinas metodológicas, formas y métodos para resolver problemas y diseñar y gestionar procedimientos» (Rullani en Rodríguez Romero, 2015: 40).
8 El protopositivismo del siglo XVIII, el positivismo clásico y el positivismo crítico del siglo XIX (Moulines, 1975).
9 Como las ciencias de la complejidad o los estudios culturales —cultural studies— (Wallerstein, 1996: 66-75).
10 Hay que tener en cuenta que, como así comienzan a evidenciarlo los primeros estudios, que los cambios que se identifican en la orientación de la actividad investigadora de este campo coinciden en el tiempo con las profundas transformaciones experimentadas por el «entramado institucional en que se apoya la actividad científica» y, más concretamente, con los «dos claros puntos de inflexión» del mismo: «uno al inicio del mismo, con la promulgación de la LRU (1983), que inicia un proceso genuino de modernización de la universidad en España, y otro hacia mediados de la primera década de los 2000, tras la implantación (2002) y generalización (2008) del sistema de acreditaciones para el acceso y promoción a los cuerpos docentes universitarios que requieren de mayor exigencia investigadora» (Martínez-Nicolás, 2020: 404).
11 Que, entre otras cuestiones, incluye los sexenios y las acreditaciones del profesorado universitario (Martínez-Nicolás, 2020).
12 «Amb la política estatal de recompenses vigent els investigadors saben de forma precisa com se’ls avaluarà i actuen adaptant-se a allò que millor encaixa amb els continguts de les revistes més valorades per, així, obtenir avaluacions positives. Això afavoreix opcions investigadores contemporitzadores en comptes de les més arriscades, innovadores i creatives» (Soriano, 2017: 48).
13 Una «heredera distante» de una antigua sabiduría a la cual esta «no reconoce ni agradece» (Wallerstein, 1996: 4).
14 Llegados a este punto es conveniente aclarar que el hecho de que estos procesos puedan estar produciéndose en el seno de las ciencias sociales no implica que paralelamente no se estén desarrollando también «fases de hibridación», como las más arriba descritas, mediante las cuales diversos espacios «No man’s land» han ido, y van, poco a poco abarcándose —y sobre las cuales pueden hallarse diversos ejemplos en los estudios realizados por Dogan (2000; 1998)—. Ahora bien, el hecho de que en la construcción del conocimiento contemporáneo convivan los procesos de hibridación junto a los de hiperespecialización no altera lo aquí expuesto: la potencial capacidad de pérdida explicativa se mantiene cuando, a la par que se recuperan atributos de los espacios «No man’s land», otros van viéndose abandonados.
15 De manera tanto proyectiva como retrospectiva; es decir, preguntándose no sólo cómo podrían colmarse los espacios «No man’s land», sino investigando si hasta el momento han existido procesos de este tipo en la disciplina y de qué forma estos han sido llenados.
16 A saber, dependiendo del objeto de investigación que se esté estudiando, de su complejidad y de la profundidad con la que este quiera analizarse; de si el mismo se encuentra entre las especialidades de una materia o entre las especialidades de distintas disciplinas; de si es producto o no de una interfase de hiperespecialización; y de que hasta qué punto dicha materia ha absorbido o no, en momentos anteriores, teorías y métodos necesarios para el abordaje de los mismos.
17 Dogan considera que teniendo en cuenta «the current trends in the social sciences, the word “interdisciplinarity” appears inadequate. It carries a hint of superficiality and dilettantism, and consequently should be avoided and replaced by hybridization of fragments of sciences» (1998: 99). No obstante, a pesar del matiz que conlleva su percepción del asunto, la misma sigue atendiendo, al igual que las prácticas supradisciplinares, a la disciplina como elemento de organización básico del conocimiento.

Gráfico 1
Creación de vacíos durante la fase de especialización


Gráfico 2

Proceso de hiperespecialización por el que los vacios entre campos quedan incrementados


Gráfico 3
Aislamiento de las especialidades por incidencia en la hiperespecialización

Gráfico 4
Visualización gráfica de los espacios «No man’s land»

Gráfico 5
El cisma epistemológico de las ciencias sociales
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