Resumen: En los últimos años ha aumentado el interés por el estudio de la misoginia, como consecuencia de los cambios sociales relacionados con la visibilización y denuncia de este problema, de la emergencia de nuevas formas de misoginia con la llegada de Internet y porque se considera fundamental su estudio para comprender la naturaleza de la violencia cometida contra mujeres y niñas. En este contexto, ofrecemos el detalle metodológico de dos investigaciones realizadas en el pasado sobre misoginia y reflexionamos sobre la propuesta de la investigación feminista para su estudio. Comenzamos explicando la propuesta de la metodología afectiva feminista, que sirvió para el estudio de la cultura lad, un conjunto de prácticas misóginas que se dan en entornos universitarios británicos. Después, se detalla una propuesta de investigación basada en la etnografía digital feminista en el marco de una investigación destinada a comprender el papel de las subculturas digitales misóginas de la manosfera española en la normalización y legitimización de la violencia sexual cometida contra mujeres.
Palabras clave: Misoginia, reflexividad, metodología afectiva, geografía feminista, etnografía virtual, lexicón visual.
Abstract: In recent years, interest in the study of misogyny has increased, as a consequence of social changes related to the visibility of this issue and the emergence of new forms of misogyny with the arrival of the Internet and digital violences. In this context, we offer the methodological detail of two studies on misogyny and we reflect on the proposal of feminist research for its study. We begin by explaining the proposal of the feminist affective methodology, which served to study lad culture, a set of misogynistic practices that occur in British university settings. Then, we revise a research based on feminist digital ethnography aimed at understanding the role of misogynistic digital subcultures in the Spanish manosphere in the normalization and legitimization of sexual violence committed against women.
Keywords: Misogyny, reflexivity, affective methodology, digital ethnography, feminist research.
Artículos
Una propuesta de investigación feminista para el estudio de la misoginia: notas reflexivas de los procesos de investigación
A feminist research proposal for the study of misogyny: reflexive notes after the research process
Recepción: 23 Junio 2021
Aprobación: 14 Julio 2022
El término misoginia se refiere al “odio, rechazo, aversión y desprecio de los hombres hacia las mujeres y, en general, hacia todo lo relacionado con lo femenino (...) que tiene frecuentemente una continuidad en conductas negativas hacia ellas” (Ferrer y Bosch 2000: 14). Para Ferrer y Bosch, la misoginia se asemeja al concepto de sexismo hostil, definido por Glick y Fiske (1996) a partir de la conjunción de tres ejes: la idea del paternalismo dominador, es decir entender que las mujeres son inferiores a los hombres; la idea de la diferenciación de género competitiva, considerar que las mujeres son diferentes a los hombres en las cualidades que las capacitan para la vida pública; y, la hostilidad heterosexual, la consideración de que las mujeres son objetos de deseo sexual. Las creencias que componen el entramado de la misoginia sustentan y conforman una serie de prácticas misóginas -violencia doméstica, violación, ciberacoso callejero, por citar algunasque son sistemáticas y tienen un impacto negativo y duradero en la vida de las mujeres.
La misoginia ha sido objeto de investigación recurrente en las humanidades; por ejemplo, son abundantes los trabajos sobre la historia de la misoginia (Cuadrada 2015) y la representación literaria de la misoginia (Martí 2015; Caballé 2006). Sin embargo, la misoginia sigue siendo un fenómeno difícil de estudiar cuando no está cristalizado en un relato o en una obra de arte, como puede ser el caso en los análisis fílmicos, literarios o pictóricos1. Así, cuando se trata de estudiar las prácticas sociales misóginas, el fenómeno se torna complicado de aprehender. A pesar de ello, en los últimos años ha crecido de manera sustancial el interés por el estudio de la misoginia en las Ciencias Sociales, especialmente como factor explicativo relevante de la violencia de género (Ferrer y Bosch 2000: 16; Morris y Ratajczak 2019) y a raíz del surgimiento de prácticas misóginas que ocurren en entornos virtuales, que encajan dentro del concepto paraguas de misoginia online (Rubio y Gordo 2021; Ging y Sapiera 2019; Mantilla 2015). Sin embargo, podemos afirmar que escasean los trabajos que incluyen debates metodológicos y detalles procedimentales sobre las técnicas de investigación conducidas para el estudio de esta cuestión. Precisamente la reflexión metodológica que aquí planteamos surge a raíz de las dificultades que nos hemos encontrado como investigadoras en el campo de los estudios sobre misoginia, masculinidades tóxicas y violencias cometidas contra las mujeres a lo largo de nuestros procesos de investigación. Este artículo es resultado de un ejercicio de reflexividad metodológica que hemos llevado a cabo las autoras a partir de dos investigaciones -una investigación sobre subculturas misóginas universitaria británicas2 y un estudio sobre subculturas digitales misóginas en entornos digitales españoles3 después de un intenso diálogo sobre las innovaciones metodológicas, las limitaciones y los dilemas que surgen al investigar un fenómeno cambiante que produce un intenso sufrimiento social y cuyo estudio no puede ser postergado.
Nuestro propósito es debatir desde los aprendizajes del trabajo de campo acerca la investigación social de la misoginia incorporando el detalle metodológico y problematizando la cuestión de la producción de conocimiento desde una perspectiva feminista. Nuestra propuesta surge de la indagación sobre un objeto de estudio que presenta muchas limitaciones a la hora de ser investigado y que está atravesado por múltiples dilemas éticos. Así, cuando se investiga sobre misoginia, los procesos están constantemente marcados por preguntas sobre para qué generamos conocimiento, cómo deberíamos hacer investigación y con qué cuestiones éticas debemos ser observantes y ninguno de los cuestionamientos es fácil de responder. Por estas razones consideramos que la presente reflexión puede ser de utilidad para aquellas investigadoras que se planteen adentrarse en el estudio sobre la misoginia en cualquiera de sus manifestaciones y contextos.
Creemos que es esta un propuesta investigación feminista porque investigar sobre misoginia forma parte del objetivo ideológico de las investigaciones feministas (Lather 1988) y porque, sin utilizar un “método feminista” prestamos especial atención a cómo llevamos a cabo los métodos y las técnicas (Harding 1987: 2). Por último, consideramos que esta propuesta es observante con los postulados de la epistemología feminista, que se sustenta, primeramente, en los principios de conocimiento situado, de antiandrocentrismo, y de exploración de la relación entre poder y conocimiento, lo que permite plantear una nueva forma de comprender tanto al sujeto que produce conocimiento, como el producto mismo (Hekman 1997; Harding 1993; Hill Collins 1990; Haraway 1988).
A continuación, explicamos de forma detallada nuestra Propuesta para investigar sobre misoginia con perspectiva feminista (ver Figura 1), discernida después del trabajo empírico. A pesar de que se presenta de forma lineal, siguiendo la lógica del proceso de investigación basado en cinco fases, también incluye dos elementos transversales que hemos llamado encuerpamiento de la investigación y la vulner(h)abilidad de las investigadoras.
En primer lugar, consideramos que cualquier propuesta de investigación feminista debe partir de la idea del encuerpamiento ya que buscamos rebatir la tradición científica “desencarnada” y visibilizar el hecho de que hacemos investigación con y desde unos cuerpos concretos. Además, defendemos que cuando se investiga sobre misoginia y violencia contra las mujeres se ha de evidenciar que no sólo los sujetos de investigación encarnan la violencia, sino que quienes desempeñan las tareas de investigación también encuerpan dicha violencia porque escuchan testimonios, hacen observaciones participantes, movilizan su empatía y activan sus emociones para llevar a cabo el trabajo y todo el proceso de análisis. En segundo lugar, exponemos como elemento transversal de nuestra propuesta la idea de que las experiencias de investigación sobre misoginia están fuertemente marcadas por la tensión y el desasosiego. Sin embargo, estas emociones no son negativas sino que entendemos, siguiendo a Itziar Gandarias, que nuestra vulnerabilidad es más bien “vulner(h)abilidad con “h”. Gandarias ha definido la vulner(h)abilidad como “la habilidad de mostrarnos vulnerables como una fortaleza —y no como una debilidad— que nos permite afianzar nuestro compromiso en la construcción de investigaciones feministas” (2014: 301). Para desarrollar nuestra vulner(h)abilidad, consideramos indispensable comenzar apuntando los “tensores” que encontramos en las investigaciones sobre misoginia: a) el laberinto empírico; b) la paradoja de la investigadora investigada o de la investigación especular; c) la urgencia de la solución.
Cuando hablamos del laberinto empírico nos referimos al hecho de que como investigadoras tenemos un difícil acceso a los espacios de socialización en los que se perpetúa y legitima la misoginia, lo que convierte este objeto de estudio en un laberinto empírico en el que nos encontramos constantemente problemas para acceder a campo, estar en el campo e, incluso, salir del campo. El hecho de habitar en un laberinto nos somete a constantes tensiones asociadas a los problemas prácticos en la investigación: se disparan las dificultades para establecer relaciones respetuosas y transparentes en el momento de la conducción de técnicas de investigación; se dificulta la devolución de resultados y se obstaculiza la transparencia de investigación.
Hablamos de la paradoja de la investigadora investigada porque nosotras, sujetos investigadores, somos a la vez objeto de la misoginia en sus diversas formas en la vida cotidiana. Como mujeres cisgénero, hemos experimentado el sexismo hostil en algunas ocasiones y el sexismo sutil en un sinfín de ocasiones (Glick y Fiske 1996). Aunque somos conscientes de que hemos padecido la violencia de género y la misoginia de forma diferente, ambas hemos experimentado acoso, abuso y violencia directa por parte de hombres a lo largo de nuestras vidas. Esto nos coloca en la paradoja de que cuando entrevistamos, observamos, escuchamos y analizamos relatos de la misoginia, en muchas ocasiones estamos analizando experiencias que nosotras hemos experimentado y nunca hemos observado, escrito o verbalizado.
Por último, el problema de la urgencia de la solución se refiere al hecho de que precisamente porque la misoginia “nos duele”, dedicamos nuestro desempeño académico a comprenderla, describirla y explicarla con vistas a desactivarla. De hecho, la necesidad que sentimos de denunciar la misoginia y proponer soluciones colisiona con los tiempos de los procesos de investigación y el tiempo de reflexión que requieren las explicaciones complejas y basadas en evidencias.
La propuesta que traemos tiene cinco fases: Fase 1. Autoexploración y autointerrogatorio; Fase 2. Cuestionamientos teóricos y analíticos; Fase 3. Tejer las relaciones entre pares de investigación; Fase 4. Dilucidar las relaciones con los sujetos de estudio; y, Fase 5. Diseñar el proceso de restitución de saberes. A continuación, pasamos a explicar el detalle de cada fase.
Comenzamos la propuesta con la sugerente idea de la trastienda de la investigación, propuesta por Miguel Valles y conceptualizada como la visibilización de “las coordenadas sociohistóricas, identitarias e ideológicas desde las que observa e interpreta la investigadora” (2014: 192). Precisamente porque creemos que es relevante reflexionar sobre el sustrato biográfico en el que nace este trabajo, hacemos el esfuerzo por airear esa parte de la práctica investigadora que tiende a quedarse en la sombra (Valles, 2014: 187) y proponemos como punto de partida comenzar por una acción consciente de autoexploración metodológica.
Al reflexionar sobre el concepto de trastienda, Valles habla de las biografías intelectuales (2014: 195), algo que ya había subrayado cuando decía que la investigadora deja un rastro autobiográfico iluminador sobre el proceso de hacerse investigadora social (2009: 16). Así pues, la reflexividad implica una intensa atención cuidadosa sobre múltiples cuestiones que atraviesan el proceso de investigación: el interior de la persona investigadora, su comunidad de investigación, a la sociedad en su conjunto, las tradiciones intelectuales y culturales y las narrativas usadas en su contexto de la investigación (Alvesson y Skoldberg 2009: 9).
Nosotras, siguiendo a Alvesson y Skoldberg, a Valles y a Gordo y Serrano (2008), proponemos que el primer paso de la mirada reflexiva sobre la investigación consiste en realizar una auto-exploración metodológica de tres cuestiones que son determinantes: los compromisos afectivos-biográficos; los compromisos éticos-políticos; y, los compromisos pragmáticos. Para identificar los diferentes compromisos que tienen las investigadoras, podemos trabajar con ejercicios autobiográficos como por ejemplo, la propuesta del Storytelling Group Technique Miguel Valles (2012) o la estrategia de la autoetnografía (García 2013). Nosotras proponemos un ejercicio de auto-análisis que hemos llamado Flor de los Interrogantes (Fig.3), la cual considera que son tres los compromisos que están determinando nuestros procesos de investigación:
los compromisos afectivos-biográficos, es decir, los determinantes biográficos que determinan que tomemos la decisión de embarcarnos en una investigación y toda la carga afectiva que traemos al proceso de investigación;
los compromisos ético-políticos, que dan cuenta de nuestros posicionamientos sobre la sociedad y el objeto de nuestra investigación, así como nuestra aproximación como investigadoras al quehacer investigador contenido en las guías éticas con las que somos observantes;
los compromisos pragmáticos que estructuran nuestras prácticas, tales como la fuente de financiación de nuestras investigaciones, las condiciones materiales en las que desarrollamos el trabajo y las ataduras institucionales que nos constriñen.
Cuando proponemos la idea del auto-interrogatorio sobre las relaciones de poder, nos hacemos eco de las críticas de la epistemología feminista y de la crítica poscolonial a la construcción de conocimiento moderno al referirse a la relación que existe entre el poder y la generación de conocimiento, la idea del saber/poder (Foucalt 1969). En nuestro caso, para el estudio de la misoginia, hemos tenido en cuenta a Fine (1994), quien apunta que el autointerrogatorio es crucial, particularmente para las investigadoras feministas, ya que este implica un replanteamiento de las políticas de poder que conforman nuestros estudios y apuntalan los resultados obtenidos.
Cuando planteamos un autointerrogatorio en nuestro equipo de trabajo, cursamos una invitación a examinar las relaciones de poder que atraviesan todo el proceso de investigación los desafíos a la hora de plantear relaciones colaborativas de investigación y sobre la asimetría de poder intrínseca a la producción de conocimiento en Ciencias Sociales (Díaz-Fernández 2014). Por último, reconocemos que, a pesar de identificar los desafíos, no caemos en la ilusión de pensar que podemos emanciparnos de las jerarquías de poder que configuran el proceso de investigación. Si bien es importante reconocer y cuestionar las relaciones jerárquicas que se reproducen en la investigación, es igualmente relevante señalar la inviabilidad de una superación total de estas estructuras de poder debido a los constreñimientos del propio sistema.
Nos parece especialmente sugerente la propuesta de Lather de metodología desnuda consistente en “abandonar el deseo de descubrir la verdad escondida en los datos”, y, en su lugar, nos insta a acercarnos a ellos asumiendo que “sólo podemos producir conocimiento sin garantía, aprendiendo a vivir sin conocimiento absoluto, dentro de la indeterminación” (2007: 17). Además, la propuesta de Lather incluye lo que hemos traducido como ciencia en contradicción (double(d) science) la cual se basa en la pérdida de autoridad del sujeto investigador y en la idea de perderse en los datos. La idea de perderse en los datos implica el posicionamiento epistemológico de la autora como ignorante y curiosa, “sin presuponer ningún privilegio teórico ni privilegiar ningún significante concreto con el fin de llegar a pensar de forma diversa a como se pensaba en un principio” (Lather 2007: 12). Lather apuesta por la sensación de pérdida como un estado profundamente potencial y creador y, por eso, perderse es una oportunidad no solo para producir diferentes conocimientos, sino para producir el conocimiento de forma diferente.
La presente propuesta implica buscar nuevas formas de cultivar las relaciones con todos los actores y saberes implicados en el proceso de investigación. Para ello, nos nutrimos de aproximaciones como la epistemología extendida (Reason y Riley 2007) y la restitución de saberes (Schurmans et al. 2014) que imaginan y articulan nuevas maneras de relacionarse con los saberes y sus regímenes de circulación en sociedad. La propuesta de la epistemología extendida se refiere a una epistemología que rompe con las pretensiones positivistas de la verdad y abarca formas diferentes de conocer “cómo las personas se encuentran y actúan en el mundo” (Reason y Riley 2007: 180).
Por otro lado, la noción de restitución de saberes propuesto por la antropóloga francesa Françoise Zonabend en 1994 haciendo referencia a la devolución del conocimiento científico y abriendo así el debate4 sobre cómo y en qué circunstancias deberíamos devolver los resultados de nuestras investigaciones tanto al público en general como al colectivo que hemos investigado. Autoras como Ingrid de Saint-Georges han hablado más bien de las restituciones de saberes, en plural, puesto que identifican que las restitución de saberes se da a varios niveles: a los pares científicos, al público en general, a las instituciones patrocinadoras que encargan las investigaciones y a los participantes.
Optamos por estrategias como la epistemología extendida que proponen Reason y Riley (2007) en la Propuesta 1, recurriendo a la conducción de técnicas de investigación de corte participativo. Por otro lado, en la Propuesta 2, nos encontramos con un contexto investigador muy diferente, puesto que investigamos sobre sujetos responsables de acciones misóginas que generan sufrimiento a terceros. Además, en esta ocasión, se trata de una investigación parcialmente conducida sin el consentimiento de los participantes puesto que se realiza en entornos en los que hay miles de usuarios y no existe un campo cerrado en el que se pueda pedir consentimiento (ej. Twitter, Forocoches). ¿Cómo se resuelve entonces la cuestión de la responsabilidad ética hacia la comunidad que se investiga propia de la investigación de orientación feminista (Schrock 2013)? En este caso, la responsabilidad ética no se dirige hacia la comunidad cuyo comportamiento se busca erradicar sino hacia la sociedad en su conjunto, por lo que cobran especial relevancia las acciones de transferencia de conocimiento a la sociedad. Por ejemplo, en este proyecto, se trabaja la idea de la restitución de saberes a través de una intensificación de la fase de transferencia y se presta especial atención a trasladar los resultados de la investigación a actores clave como: organizaciones que trabajan con juventud (centros de secundaria, sindicatos de enseñanza), especialistas y personas implicadas en el trabajo de masculinidades (organizaciones, asociaciones, expertos) y personas clave en la lucha contra la violencia sexual (académicas, fundaciones, agentes de igualdad, etc.)
Tras haber explicitado los denominadores comunes que rigieron sendas investigaciones, pasamos a detallar las estrategias de investigación que seguimos. Ambas investigaciones coincidieron en el objeto de estudio -la misoginia- y el enfoque -cualitativo-, pero lo hicieron desde dos aproximaciones bien diferentes. La primera propuesta es la metodología afectiva feminista, de corte cualitativo, basada en la conducción de técnicas cualitativas participativas y en el análisis crítico de los discursos que se creó para reconstruir la dimensión afectiva de la cultura lad en los campus universitarios británicos y desde la perspectiva de las víctimas. La segunda propuesta, se trata de una etnografía digital orientada a estudiar la influencia de los discursos misóginos online en la percepción de la violencia sexual que tienen los hombres jóvenes realizada en España.
La cultura lad (en inglés lad culture), describe a un tipo de prácticas sociales reproducidas por hombres jóvenes en contextos, sobre todo universitarios, que tiene como denominador común central la homosocialidad, y en diferentes grados, la misoginia, el sexismo, la homofobia y el racismo. Las prácticas de la cultura lad, asociadas al consumo abusivo de alcohol, abarcan desde las bromas misóginas hasta las agresiones violentas y constituye un problema para la convivencia en los campus universitarios británicos (Díaz-Fernández y Evans 2019, 2020, 2021).
El campo de estudio de la cultura lad es emergente, y se ha explorado desde una variedad de perspectivas (Jackson y Dempster 2009; Jackson y Sundaram 2020; Lewis, Marine and Kenney 2018). Sin embargo, dentro de este área de investigación, se consideró que faltaba un estudio que prestara atención al entrelazado afectivo que la cultura lad genera y sobre la que opera.
La pregunta que guió esta investigación era ¿cómo se siente la cultura lad? Para responder a esta pregunta, Díaz-Fernández desarrolló una metodología afectivo-feminista que prestaba atención a tres cuestiones: primero, observaba cómo se reproducen las relaciones de poder a través de circuitos afectivos; segundo, buscaba descubrir qué dimensiones afectivas genera la misoginia; y, por último, quería comprender cómo afecta la misoginia a la construcción de la subjetividad de los y las estudiantes universitarios. Esta investigación se realizó en una ciudad universitaria de la región de las Midlands (Inglaterra) entre 2016 y 2019.
Investigación realizada desde la epistemología extendida
La producción de materiales cualitativos que posibilitó el mapeo se realizó desde un enfoque participativo y colaborativo propuesto por la epistemología extendida (Reason y Riley 2007) La investigación se basó en la ejecución de cinco grupos de discusión conducidos en la Universidad de Coventry en 2018 con estudiantes residentes en el campus universitario de edades comprendidas entre 19 y 26 años que cumplieran el requisito de haberse visto afectados por la cultura lad y episodios de misoginia universitaria (insultos, episodios de acoso online y offline, amenazas, etc. Además, en la selección muestral, se buscaba hacer una selección desde la lógica de la interseccionalidad que atendiera a la pluralidad de opresiones y formas de experimentar la misoginia. Por ello, de los 29 participantes: trece participantes se identificaban como LGBTIQ+, siete participantes eran de etnia no blanca europea y ocho se identificaban como pertenecientes a clases trabajadoras empobrecidas. Además, siete de los participantes eran extranjeros y su lengua materna no era el inglés.
Debido al objetivo de explorar cómo afecta la misoginia de la cultura lad entre el estudiantado de la Universidad de Coventry, la investigadora tomó dos caminos para realizar la contactación. Por una parte, se contactó con asociaciones universitarias con presencia activista en el campus: la sociedad LGBTIA+ y la sociedad de Igualdad de Género. Por otra parte, dado que la investigadora estaba muy involucrada en la vida universitaria, hizo contacto a través de su red de amistades empleando la técnica de bola de nieve para conseguir participantes. La decisión de conducir grupos de discusión surgió de la naturaleza del tema a tratar y la posibilidad de discutir sobre acontecimientos traumáticos. La dinámica grupal no permite sólo producir los materiales cualitativos, sino también tejer una red de apoyo y cuidados entre las personas reunidas; además, las discusiones grupales favorecen la circulación del afecto y el movimiento de emociones entre personas, recuerdos y experiencias, lo que era crucial para el posterior análisis.
La dimensión afectiva de la propuesta metodológica
Para desarrollar su propuesta de metodología afectivo-feminista, la investigadora partió de la idea de que el afecto es una fuerza transmitida a través del discurso ligado a un contexto sociocultural. El afecto emerge como sinónimo de emoción y sentimiento, inteligible y verbalizado, y como asocial, puramente encuerpado. Esta conceptualización del afecto teje dos interpretaciones totalmente opuestas: la que defiende su existencia fuera del plano cognitivo (Massumi, 2002; Deleuze 1997) y la que lo entiende siempre circunscrito a su entorno discursivo y social (Wetherell 2012; Leys 2011). Ver el afecto de forma transversal nos permite entender su omnipresencia y su pegajosidad, así como su entrelazamiento entre contextos, personas y diferentes planos (a)sociales. Así, el afecto aparece distribuido horizontalmente entre distintas situaciones, ocasionando un abanico de sentimientos que viajan y se propagan en el espacio. El estudio del afecto en investigaciones feministas es crucial para analizar las rutas afectivas de poder patriarcal y mapear las dimensiones afectivas de estas estructuras con el objetivo de entender cómo los afectos/emociones/sentimientos nos abren a negociaciones de resistencia feminista (Pedwell y Whitehead 2012).
En base a esto, cabe preguntarse: ¿cómo se operacionaliza el afecto para ser desarrollado en una metodología? El afecto, comprendido como discursivo, pero también inmaterial y asocial, no se puede cuantificar ni codificar en un texto ya que esto entraría en contradicción con el entendimiento del afecto que aquí se plantea. La actividad de codificación crearía una bifurcación en la lectura de los materiales, compartimentados en afectivos/no afectivos. Para desarrollar una metodología afectivo-feminista, pues, fue necesario aproximarse al afecto de una forma que renegara de categorizaciones binarias, considerando las conversaciones con los y las participantes, y sus transcripciones, como ya enmarcados en un aura afectiva debido a los temas de reflexión y diálogo (ej. coerción sexual). Entender la información recogida como ya afectiva, posibilitó hacer un estudio del afecto que no lo redujera a las voces individuales que lo verbalizan, sino que lo entendiera como parte de un puzle con piezas en diferentes contextos cognitivos y sociales. Teniendo esto en cuenta, nos surge una pregunta más: si los materiales ya son interpretados como afectivos, ¿de qué forma se analiza?
Análisis de los materialesdesde el marco de la “ciencia en contradicción”: el mapeo afectivo
Realizar el mapeo afectivo resultó ser un ejercicio de identificar intensidades y acumulaciones. Puesto que las voces de los participantes habían sido estimadas como afectivas, el análisis de los materiales no se centró en la búsqueda del afecto, sino en la señalización de los momentos y experiencias que generan situaciones de intensidades afectivas, es decir, donde el afecto parece encuerparse más, parece sentirse más. Así, el mapeo del afecto fue llevado mediante una cartografía afectiva en la que se fueron identificando en las transcripciones las intensidades afectivas. La identificación de las intensidades afectivas entrañó un proceso desorganizado de perderse en los datos enfocando estos desde una posición de desconocimiento (Lather 2007) consistente en dos fases.
En la primera fase, la investigadora leyó las transcripciones y revisó las grabaciones de las sesiones para poder escuchar el tono, la intensidad y el timbre de las voces de las participantes. Este proceso permitió identificar los momentos en los que las personas participantes compartían una historia que resonaba de forma altamente afectiva, como cuando aparecen en las grabaciones pausas largas en los relatos de experiencias difíciles o cuando a alguna de las participantes se le quebraba la voz al explicar la forma en la que se sentía bajo la amenaza de la cultura lad.
La segunda fase del análisis implicó una aproximación a los materiales enteramente diferente en el que la investigadora abandonó su posición de poder y se perdió en los materiales con el objetivo de producir conocimiento diferente y de forma diferente (Lather 1991). Para ejecutar esto, siguió una serie de pasos de forma no lineal:
Al considerar los materiales como interconectados y contextualizados a través de la teoría, se pudo realizar un mapeo afectivo que prestase atención a los momentos de intensidad afectiva y acumulación de afecto presentes en las transcripciones. Con esto, la autora, volviendo a encuerpar su posición de poder dentro de la investigación, identificó los pasajes que ilustrasen mejor las experiencias afectivas de los y las participantes en relación con la cultura lad. Como resultado de este mapeo, una geografía feminista de resistencia y protección dentro del contexto de la cultura lad emergió, teniendo en su núcleo la idea de las “atmósferas pegajosas” (Díaz-Fernández y Evans, 2019), que pasamos a desarrollar a continuación.
El giro afectivo y encuerpado en el estudio de la misoginia: las atmósferas pegajosas
El concepto de “atmósferas pegajosas” surgió fruto del mapeo afectivo implementado dentro de la metodología afectivo-feminista, emergiendo a través de las conversaciones con y las participantes. En las discusiones, la cuestión del espacio y su relación con la interacción social resultó central, puesto que la amenaza de los lads estaba vinculada a determinados espacios de la universidad. Las participantes identificaron los lugares donde esta amenaza era más o menos palpable y se sentían empoderadas y/o vulnerables. Por consiguiente, también fue posible determinar qué espacios tenían mayor presencia de lads, y por eso, mayor pegajosidad.
La aplicación de la idea de las “atmósferas pegajosas” permite identificar y analizar la relación entre misoginia y afecto, y agencia-afecto-espacio. Las “atmósferas pegajosas” surgen de la intersección teórica de la noción fenomenológica de Ahmed (2004a) de los afectos pegajosos y del concepto geográfico de Anderson (2009) de las atmósferas afectivas. Para Ahmed, los objetos y las situaciones son afectivas cuando dejan una impresión. Esta impresión viene marcada por su propia historia, así, el afecto es entendido como social, político y con bagaje histórico. Por ejemplo, la palabra ‘puta’ nos puede dejar una impresión cuando alguien nos acusa de serlo ya que viene apuntalada por una larga historia de sexismo y misoginia, moldeada por las asociaciones entre moralidad y sexualidad (Kofoed y Ringrose 2012). Algunas impresiones son más pegajosas que otras y se pegan más a ciertos cuerpos que a otros. La interpretación del afecto de Ahmed se complementa con la de Anderson (2009), quien lo contextualiza en el plano atmosférico, ya que entiende el afecto como en constante circulación entre espacios. Es esta circulación lo que lleva a Anderson (2009) a decir que genera atmósferas afectivas, compuestas por la relación entre personas, experiencias y situaciones.
Al investigar el solapamiento entre misoginia y afecto, es posible discernir la pegajosidad afectiva de la misoginia. La misoginia es pegajosa en cuanto a que genera unos sentimientos y emociones viscerales que se encuerpan y se sienten a través de la piel (Ahmed, 2004b). Para estudiar cómo maniobra y qué produce la misoginia pegajosa, es necesario prestar atención a los lugares donde su pegajosidad incrementa, es decir, donde se acumula en mayor medida, como, por ejemplo, en los espacios de entretenimiento nocturnos como los bares y discotecas, debido a ser espacios donde se consume alcohol y se pueden dar ocasiones de acoso y violencia. Esta acumulación en espacios determinados conlleva al surgimiento de atmósferas pegajosas donde tienen lugar unas relaciones de poder marcadas por sus dimensiones afectivas.
Una vez identificado esto, es posible observar cómo esta misoginia pegajosa puede acabar poniendo en marcha mecanismos de agencia femenina. Al trabajar con la idea de atmósferas pegajosas es posible realizar una geografía feminista de resistencia y protección que consiste en destacar aquellos lugares en lo que las atmósferas son más pegajosas como resultado de la acumulación de misoginia. En el caso de nuestra investigación, aplicar este concepto en el contexto de la cultura lad abrió la puerta a identificar cómo la misoginia, acumulándose en espacios específicos, influye en la organización espacial de los cuerpos y a entender la negociación de agencia dentro de atmósferas pegajosas y potencialmente hostiles, como se apreció en los relatos de varias de las participantes de la investigación.
A través de las experiencias narradas por las personas participantes, es posible observar cómo están inmersas en una dinámica afectiva y espacial con los lads. En primer lugar, la potencial amenaza de la misoginia genera unos circuitos afectivos circunscritos a espacios concretos que las participantes necesitan navegar. En segundo lugar, estos circuitos afectivos tienden a acumularse en lugares concretos, lo que promueve, en tercer lugar, el surgimiento de atmósferas pegajosas que afectan a la geografía del espacio y a la organización de las personas. Por lo tanto, las estrategias de negociación del espacio que las participantes desarrollan e implementan, se podrían interpretar como una geografía feminista de resistencia, como describía Mary, y/o de protección, reflejada en ambos relatos. Así, la idea de atmósferas pegajosas nos abre camino a comprender la reproducción de la misoginia a través de sus dimensiones afectivas y espaciales, y a su vez involucrada en dos dinámicas que se retroalimentan: por un lado, su reproducción entendida como capaz de afectar la organización del espacio, los cuerpos presentes y la atmósfera; y, por otro lado, como afectada, a su vez, por la organización del espacio, sus cuerpos, y la atmósfera.
Si bien es cierto que existen numerosos trabajos académicos que versan sobre la misoginia online en publicaciones de lengua inglesa (Ging 2019, 2017), son pocos los trabajos existentes en la academia hispanoparlante5. Creemos que el estudio de la misoginia online se encuadra dentro del estudio de la misoginia, pero siguiendo a varias autoras (Rubio y Gordo 2021; Ging 2017; Raman y Komarraju 2018), entendemos que no se puede considerar que Internet sea un mero espacio de difusión de la misoginia ya existente, sino que está permitiendo que emerjan formas de misoginia digital vinculadas a la cultura y la sociabilidad digital.
La segunda propuesta que aquí presentamos es parte de una investigación sobre subculturas digitales masculinistas españolas y la misoginia online presente en la manosfera española que fue conducida por un equipo de investigación ubicado en varias universidades españolas durante 2021 y 2022. La manosfera ha sido definida como un “conglomerado notable de comunidades más o menos alineadas por su interés común en la masculinidad y su supuesta crisis” (Ribeiro et al, 2020: 1) y, a pesar de que aloja a subculturas digitales heterogéneas, todas ellas comparten valores y lenguajes antifeministas y se caracterizan por el uso de un discurso misógino (Hanash 2018: 343) que contribuye a normalizar y legitimar la violencia contra las mujeres. La conjetura que orientó nuestro trabajo era que la manosfera, pese a parecer subcultural, tenía la capacidad de permear en los jóvenes hombres españoles gracias a la existencia de un lenguaje propio (pastilla roja, pagafantas, feminazis, feminismo es cáncer…) y un repertorio visual muy rico que condensa mucho significado y que circula viralmente. Para ello, optamos por trabajar con la etnografía digital (Sádaba 2015) y el análisis visual digital.
Trabajo de auto-interrogatorio metodológico y exploración de las relaciones de poder entre pares investigadores
Antes de comenzar nuestra investigación, una vez que ya se había conformado el equipo de trabajo y antes de comenzar a hacer trabajo de campo, optamos por hacer un ejercicio colectivo y consciente de auto-exploración metodológica. La finalidad de este ejercicio consistía en tejer relaciones de confianza entre los y las investigadoras, acentuar la reflexividad en el proceso de investigación y ahondar de forma consciente en ejercicios de una investigación con enfoque feminista. Para ello, hicimos un ejercicio de auto-exploración metodológica destinado a visibilizar y dialogar sobre las tres cuestiones determinantes en los procesos de investigación: los compromisos afectivos-biográficos; los compromisos éticos-políticos; y, los compromisos pragmáticos.
Para identificar estos tres compromisos, propusimos un ejercicio de autoanálisis usando una matriz llamada Flor de los Interrogantes (ver Figura 2) que incluye una serie de preguntas que tienen que responder de forma escrita e individualmente todas las personas que integran un equipo de investigación, para luego compartir de forma oral a partir de la lectura de las respuestas.
No podemos obviar que, como consecuencia de la estructura de género, los patrones de victimización en crímenes contra la indemnidad sexual suelen resultar en que las mujeres sean mayoritariamente víctimas y los hombres sean mayoritariamente perpetradores de este tipo de delito6. Debido a esto, cuando los investigadores hombres se enfrentan a preguntas de índole afectiva y biográfica, se suelen identificar con el rol del perpetrador o, cuanto menos, acarrear simbólicamente la carga del daño infligido de los hombres hacia las mujeres. Por otro lado, las investigadoras mujeres, como tales, tienden a identificarse en el rol de víctimas, precisamente por el mismo mecanismo y por el lamentable hecho de muchísimas mujeres han sido violentadas a lo largo de sus vidas7. Al habitar estos roles polarizados, las y los investigadores se encuentran en posiciones enfrentadas y necesitan dialogar sobre las experiencias de violencia vividas, negociar posicionamientos compartidos y pactar reglas de convivencia que no reproduzcan dichos roles.
Encuerpamiento de la investigación: Etnografía digital feminista de la manosfera
Definir la etnografía digital feminista nos es una tarea sencilla, ya que no se ha llegado a un consenso que la defina o que establezca sus bases metodológicas o nomenclatura (Bjork-James 2015). En este proyecto, entendemos etnografía digital feminista como una aproximación feminista a la estrategia de investigación de la etnografía digital. Puede parecer una contradicción que haya etnografías feministas que se lleven a cabo en entornos digitales, puesto que una de las principales apuestas de la etnografía feminista ha sido precisamente evidenciar el hecho de que las etnografías se habitan y se encuerpan (Gregorio 2012; 2017). Quizá la investigación conducida en espacios digitales pueda parecer “descuerpada” y muy poco sensorial, por conducirse en espacios donde solo se activa la vista y el oído y en los que el uso del cuerpo físico es limitado; sin embargo, como nos recuerda Hine, Internet es un fenómeno incrustado, cotidiano y encuerpado donde las identidades virtuales y los cuerpos físicos se entremezclan (2015). No solo Internet está encuerpado en nosotras como sujetos sociales e investigadoras, sino que encuerpar la etnografía es más crucial que nunca, puesto que el trabajo etnográfico está tan limitado cuando se conduce en Internet -no hay interacción en copresencia con los participantesque es más relevante que nunca tener la sensibilidad y la imaginación etnográfica a flor de piel. Investigar sobre la misoginia en espacios digitales se convierte en una experiencia muy similar a investigar la misoginia en espacios universitarios atravesados por la cultura lad, puesto que las comunidades digitales misóginas comparten la dimensión afectiva. Así, los afectos tienen en el mundo online la misma naturaleza pegajosa sobre los participantes y sobre las investigadoras que tratan de comprenderlas.
Mediante la conducción de una etnografía digital feminista, buscábamos mapear la manosfera española identificando en qué consiste dicho conglomerado de comunidades (foros, webs, RRSS) atendiendo a tres cuestiones: expresiones de masculinidad, elementos clave del discurso misógino y dinámicas de interacción social digital. Para ello, cinco investigadores e investigadoras condujimos esta técnica en diferentes entornos y sus comunidades virtuales, incluyendo observación en foros y tablones de noticias como Hispachan, Forocoches y Blackpill. es, en cuentas de Twitter, Youtube y Twitch, en cuentas de Telegram y Whatsapp, y en grupos cerrados de Facebook. Trabajamos mediante la estrategia de la triangulación de cuadernos de campo digitales, es decir, cuadernos individuales multi-situados pero compartidos por todo el equipo con el fin de comparar y debatir sobre los hallazgos.
La conducción de una etnografía digital con enfoque feminista nos permitió desarrollar lo que Gajjala y Altman llaman las epistemologías del hacer (2006, 2008) la cual nos invita a comprender cómo se crean las identidades digitales a través de las prácticas cotidianas y se requiere de la investigadora que habite en los espacios digitales de manera similar a como lo hacen los sujetos de estudio. En nuestro caso, esto incluyó, entre muchas otras prácticas, visionar vídeos misóginos, seguir cuentas de Twitter de contenidos antifeministas y seguir canales de Telegram de subgrupos sexistas.
Nuestra investigación etnográfica sobre misoginia en entornos digitales nos permitió llegar a la conclusión de que la manosfera española es un espacio digital que los hombres españoles habitan para: primero, aprender, debatir y negociar significados sobre cuestiones relacionadas con la igualdad de género; segundo, encontrar consuelo, construir vínculos y tejer mallas afectivas en torno a la masculinidad y los sentimientos de rabia, pérdida, nostalgia y orgullo; y, en última instancia, organizarse socialmente.
Nuevas ecologías de saberes: caridad epistémica y restitución de saberes
En nuestra propuesta de investigación feminista sobre misoginia se incluyen reflexiones sobre nuevas formas de cultivar las relaciones con todos los actores y epistemes implicadas en el proceso de investigación nutriéndonos de aproximaciones que imaginan y articulan nuevas maneras de relacionarse con los saberes y sus regímenes de circulación en sociedad. En este punto, cabe aclarar que hay dos preguntas que organizaron nuestro proceder y que fueron resultado del debate dentro del equipo. Primero, teníamos que resolver qué tipo de relaciones queríamos establecer con nuestros sujetos de estudio; y, segundo, teníamos que determinar cómo íbamos a llevar a cabo la restitución de saberes (Schurmans et al., 2014).
En este proyecto, nos encontrábamos con un entorno muy dilemático para cumplir los principios propuestos por la epistemología extendida, dado que los sujetos de estudio eran responsables de acciones misóginas y su estudio fue conducido sin el consentimiento de los participantes, debido, entre otras cosas a la imposibilidad de pedir permiso a espacios semi-públicos como las redes sociales y los foros masivos. Sin embargo, nos dimos cuenta que, a pesar de esto los sujetos merecían el mismo cuidado8 otorgado a otros grupos de estudio. Para ello, consideramos que debían operar dos principios éticos que transformamos en acciones de investigación y de difusión de resultados: primero, el principio de la caridad epistémica y segundo, el derecho de réplica.
La caridad epistémica es considerada una de las virtudes epistémicas y es definida por Donald Davidson como el propósito interpretativo que nos lleva a hacer inteligible al hablante (1992: 90) y adjudicar como verdaderas las oraciones del hablante para poder ser interpretadas posteriormente (Melogno 2011). En este sentido, nos preguntamos ¿cómo funciona la aplicación de la caridad epistémica en el contexto de nuestra investigación? Precisamente aplicando el esfuerzo de convertir el discurso antifeminismo en una estructura de significado coherente con el fin de comprenderlo y anticipando la posibilidad de verdad en un colectivo al que tradicionalmente le hemos negado la condición de verdadero desde nuestro posicionamiento feminista.
Cuando buscamos respuesta a la segunda pregunta -relativa a la restitución de saberes nos percatamos de que nuestra responsabilidad ética no se dirigía hacia la comunidad cuyo comportamiento buscamos comprender y deconstruir con vistas a erradicarlo; sino hacia la sociedad en su conjunto y, sobre todo, hacia los hombres jóvenes que creemos que están siendo movilizados por la misoginia, que canaliza las diferentes frustraciones de la masculinidad contemporánea. Por este motivo, consideramos que en nuestra investigación cobra especial relevancia las acciones de transferencia de conocimiento a la sociedad y que la única forma de restituir los saberes es entablar un diálogo con potencial transformador con la comunidad de hombres jóvenes en los que está calando un discurso misógino y profundamente antifeminista que está en la base de las violencias contra las mujeres en el siglo XXI.
En este artículo, hemos trazado una Propuesta para investigar sobre misoginia con perspectiva feminista que se sedimenta y se construye a través de cinco fases: 1) autoexploración y auto-interrogación; 2) cuestionamientos teóricos y analíticos; 3) tejer relaciones entre pares de investigación; 4) dilucidar relaciones con sujetos de estudio; 5) diseñar proceso de restitución de saberes. A través de estas fases se cuestionan las relaciones de poder dentro del proceso investigador que acaban por renegociarse para configurar un marco metodológico que intenta crear conocimiento diferente (Lather 2007), de modo diferente en relación con la investigación sobre la misoginia.
Atravesando las fases, se encuentran el encuerpamiento y la vulner(h)abilidad, lo que nos sitúa dentro de la investigación como sujetos y solidificar nuestro compromiso investigador feminista. Este compromiso viene apuntalado por unos tensores que nos hacen habitar un laberinto empírico de difícil acceso a campo para investigar la misoginia, nos posicionan dentro de una paradoja investigadora investigada que nos construye como sujeto investigador y objeto receptor de misoginia simultáneamente, y nos mueve por una urgencia de la solución para comprender y desactivar la reproducción de la misoginia en la sociedad.
Las dos propuestas de investigación aquí descritas tienen como objeto investigador la misoginia en dos contextos diferentes y, por lo tanto, la aproximación a la investigación fue llevada a cabo de forma diferente. Sin embargo, ambas propuestas incorporan e implementan, en grados diversos, las fases del modelo explicadas anteriormente. En la Propuesta 1 de metodología afectivo-feminista, el marco teórico-metodológico se construyó de forma que disputara las relaciones de poder a través de la metodología desnuda y la ciencia en contradicción de Lather (1993). El encuerpamiento en esta propuesta emergió como afectivo con el concepto de atmósferas pegajosas. En la Propuesta 2 de etnografía digital feminista, los ejercicios de auto-interrogación y el encuerpamiento etnográfico permitieron desestabilizar las dinámicas de poder y generar nuevas ecologías de saberes que, mediante una caridad epistémica y una transparencia investigadora posibilitaran una restitución de saberes a la sociedad con potencial transformador.
Con nuestras notas reflexivas, hemos querido documentar algunas de las prácticas de (auto)investigación que hemos llevado en la investigación sobre misoginia buscando ayudar a generar un conocimiento que nos permita explicar, entender y mitigar la misoginia desde una empatía feminista encuerpada. Sin embargo, somos conscientes de que esta no es una conclusión9, sino la presentación reflexiva de unos resultados de investigación que nos indican la meta hacia la que caminamos: un mundo libre de misoginia para todas las personas que lo habitamos.