Resumen: En España hay una incidencia alta de pobreza laboral, que no ha variado en exceso tras la llamada Gran Recesión, a pesar de su fuerte impacto en la economía y el mercado laboral. Un primer objetivo de este artículo es analizar la evolución de esa pobreza durante todo el ciclo económico comprendido entre la anterior crisis y el período inmediatamente anterior a la pandemia del COVID-19, utilizando indicadores con umbral de pobreza anclado al comienzo de ese período. Se supera así el carácter relativo del indicador oficial, que se calcula para cada año, impidiendo captar los cambios en la incidencia de la pobreza a lo largo del tiempo. Un segundo objetivo es determinar qué dimensiones son más relevantes en la pobreza laboral y en su evolución. Para ello, se conceptualiza la pobreza laboral como un fenómeno compuesto por dos realidades: la individual y la doméstica. Esto nos permite hablar de pobreza individual (bajos salarios), pobreza del hogar (la de las estadísticas de pobreza laboral), y pobreza severa (pobreza familiar y bajos salarios). Así mismo, se pretende ver la influencia de los ciclos económicos, tanto en el peso de cada una de las pobrezas laborales, como en los factores que las explican, para comprobar qué grupos fueron los que sufrieron más la Gran Recesión y si fue una situación coyuntural. Nuestras conclusiones han sido principalmente tres: en 2019, justo antes de la crisis COVID, las tasas de pobreza laboral no se habían recuperado de la crisis anterior, especialmente la pobreza severa. Además, la pobreza laboral de tipo más individual decrece en la crisis, asociada al mayor desempleo y al aumento de la pobreza severa, recuperándose parcialmente en 2019. Por último, el tipo de pobreza más grave, en el que coinciden pobreza laboral individual y del hogar, presenta rasgos similares a la pobreza laboral del hogar, con un fuerte peso de la presencia de menores y, especialmente, de las familias monoparentales.
Palabras clave: Pobreza anclada, bajos salarios, participación laboral, ECV, efectos marginales.
Abstract: In Spain there is a high incidence of in-work poverty, which has not changed much after the so-called Great Recession, despite its strong impact on the economy and the labour market. The first objective of this article is to analyse the evolution of poverty during the economic cycle between the previous crisis and the period immediately prior to the COVID-19 pandemic, using indicators with a poverty line anchored at the beginning of that period. This addresses the relative nature of the official indicator, which is calculated for each year, preventing it from capturing changes in the incidence of poverty over time. A second objective is to determine which dimensions are most relevant for in-work poverty and its evolution. Thus, in-work poverty is conceptualised as a phenomenon composed of an individual and a household reality, distinguishing between individual poverty (low-pay situations), household poverty (coming from in-work poverty statistics), and severe poverty (the conjunction of family poverty and low pay). In addition, the last purpose is to analyse the influence of economic cycles, both on the weight of each of the types of in-work poverty and on the factors that explain them, exploring which groups suffered most from the Great Recession and whether this was a temporary situation. Our findings were mainly threefold. First, in 2019, just before the COVID crisis, in-work poverty rates had not recovered from the previous crisis, especially in the case of severe poverty. Second, individual in-work poverty declines during the crisis, associated with an increase in the overall unemployment rate and a parallel increase in severe poverty, but partially recovers in 2019. Third, the most severe type of in-work poverty, where the individual and household dimension converge, has similar characteristics to household in-work poverty, mainly influence by the presence of children and single-parent families.
Keywords: Anchored poverty, low-wages, labour participation, EU-SILC, marginal effects.
Pobrezas laborales antes y después de la Gran Recesión (2009-2019)
In-work poverties before and after the Great Recession (2009-2019)
Recepción: 02 Septiembre 2021
Aprobación: 12 Abril 2023
El interés por la pobreza laboral en Europa ha ido creciendo desde la década de los 2000, cuando la Estrategia de Lisboa sentó las bases para la política social con el objetivo de crear una Unión Europea (UE) competitiva sin perder de vista la inclusión social. Se buscaba una mayor eficiencia a través de la promoción de mejores empleos con altos niveles de protección social (Peñas-Casas y Latta, 2004). La implementación de políticas adecuadas se fundamentó en la creación de indicadores que permitieran seguir los objetivos propuestos y se definió por primera vez un indicador oficial para medir la pobreza laboral: trabajadores pobres serían quienes, estando mayoritariamente trabajando durante el año de observación, vivieran en un hogar pobre (Bardone y Guio, 2005).
Este indicador revela que España mantiene una incidencia alta del fenómeno, con pequeñas variaciones a lo largo de los ciclos económicos de crisis y recuperación de las últimas décadas. Los datos muestran que la tasa de pobreza laboral en España se ha mantenido en el intervalo del 10-11,7% entre 2004 y 2013, y 12,6-13,2% entre 2014 y 2020 (Eurostat, 2021a). Sin embargo, las principales investigaciones y desarrollos teórico-conceptuales han identificado cierto “caos conceptual” (Cretazz, 2011:46 y 2013:255) por sus dos dimensiones de análisis: la individual (en la que se mide el nivel de empleo) y la del hogar (en la que se mide la pobreza). La naturaleza híbrida del concepto requiere explorar propuestas que permitan identificar mejor los mecanismos (bajos salarios o balance entre las necesidades y recursos de los hogares) y los factores (individuales o del hogar) por los que las personas que trabajan tienen riesgo de pobreza.
Asimismo, el carácter cíclico de las economías europeas, y de la española en particular, requiere analizar la evolución de la pobreza laboral para comprobar si los mencionados mecanismos y factores varían con los periodos de crisis y recuperación. El pensamiento habitual predice que los ciclos recesivos están asociados con aumentos de la desigualdad y la pobreza, mientras que lo contrario sucede durante los periodos de crecimiento agregado. Por ejemplo, en el ciclo expansivo previo a 2008 aumentan el PIB y las rentas individuales y, por tanto, se reduce la desigualdad y la polarización; mientras que lo contrario sucede en la Gran Recesión cuando el PIB y las rentas individuales decrecen y aumenta la desigualdad (Carabaña y Salido, 2014; García et al., 2014). No obstante, el riesgo de pobreza de toda la población no ha seguido la misma tendencia y se ha mantenido bastante estable durante los diferentes periodos de crisis y expansión que se han dado en las últimas décadas: entre el 19,7% (en 2007) y el 22,3% (en 2016) en el periodo 2004-2019.
Por ello, se requiere adoptar enfoques técnicos y conceptuales que permitan analizar mejor la evolución del fenómeno. En este caso, el carácter relativo del indicador de pobreza (como porcentaje de la renta mediana equivalente de cada año en cada país) no permite captar los cambios de la incidencia de la pobreza a lo largo del tiempo: el uso de umbrales de pobreza relativos provoca que las tasas de pobreza dependan de la evolución de la distribución de ingresos (Ibáñez, 2015). Algunas investigaciones proponen el uso de umbrales de pobreza anclados a un año determinado (preferiblemente al inicio del ciclo) para evitar que las tasas varíen en función de los cambios en el umbral relativo (Carabaña y Salido, 2014; EUROFOUND, 2017).
En términos conceptuales, este artículo sigue la estrategia propuesta por García-Espejo e Ibáñez (2007) y considera la pobreza laboral como un fenómeno individual (bajos salarios), del hogar (pobreza por hogar) o bidimensional (pobreza por hogar y bajos salarios). De acuerdo con ello, se plantean tres objetivos específicos. Primero, observar la evolución de la pobreza laboral antes, en y tras la llamada Gran Recesión, anclando el indicador de pobreza para tener una visión más clara del proceso. Segundo, constatar si la pobreza laboral está más influida por la dimensión individual, por la del hogar o por ambas, y evaluar si se producen cambios en estos tipos de pobreza laboral según el ciclo económico. Y tercero, ya dentro de cada tipo de pobreza laboral, analizar qué factores se asocian más a las pobrezas laborales y si cambian durante periodos de crisis o recuperación.
En este contexto, este artículo contribuye a la investigación sobre pobreza laboral en varios sentidos. Por un lado, permite conocer la evolución de la pobreza laboral en años de fuertes cambios económicos, identificando qué perfiles se vieron más afectados por la crisis. Por otro lado, aborda la complejidad del fenómeno de la pobreza laboral a través de la construcción de un indicador, conectado con la literatura, que permite tener en cuenta su dimensión individual (bajos salarios, donde la situación familiar evita la caída en la pobreza); su dimensión del hogar (pobreza del hogar en la que la buena calidad del empleo no es suficiente para superar la pobreza); y la confluencia de ambos en un tipo de pobreza más grave (pobreza severa). Por último, la consideración de la naturaleza híbrida de la pobreza laboral y de su evolución a lo largo del tiempo puede ayudar a un mejor diseño de políticas públicas, orientándolas hacia cambios en la estructura salarial o hacia mejoras en las prestaciones familiares, las medidas de conciliación o la incentivación de la participación laboral (Filandri y Struffolino, 2018; Tejero et al., 2022).
La estructura de este artículo es la siguiente. Tras este apartado introductorio, en el segundo se describe el marco conceptual y analítico para el estudio de la pobreza laboral: su naturaleza híbrida, sus principales factores explicativos y las hipótesis que se derivan de la revisión de la literatura. El tercer apartado es metodológico y se dedica a la fuente de datos, las variables incluidas en el análisis, así como la estrategia analítica seguida. En el cuarto apartado, se muestra la evolución de la tasa y composición de la pobreza laboral con el indicador propuesto. En la sección quinta, se presentan los resultados organizados en torno a los tres tipos de pobreza laboral. Se concluye con una discusión de las conclusiones principales del artículo.
2.1. Concepto de pobreza laboral, ¿individual o del hogar?
La pobreza laboral es un fenómeno de naturaleza híbrida que engloba dos dimensiones de análisis con implicaciones conceptuales que complican la interpretación del fenómeno y la identificación de sus causas (EUROFOUND, 2017; Jara Tamayo y Popova, 2020; Lohman y Marx, 2018). La literatura ha reconocido ese “caos conceptual” (Cretazz, 2011:46 y 2013:255) y ha señalado dos perspectivas que enlazan con las explicaciones que se dan del fenómeno: la individual, que analiza la distribución de ingresos salariales, y la del hogar, que se centra en cómo los individuos comparten los ingresos al nivel del hogar (Filandri y Struffolino, 2018; García-Espejo e Ibáñez, 2007; Halleröd et al., 2015; Lohman, 2018; Salverda, 2018; Salverda y Checchi, 2014).
Desde la perspectiva individual hay un amplio campo de estudio que se enfoca en los bajos salarios e identifica aquellas personas asalariadas que reciben rentas del trabajo por debajo de un determinado umbral (Filandri y Struffolino, 2018). La relevancia del análisis de bajos salarios en la pobreza laboral tiene ya cierta tradición (Salverda, 2018), pues permite separar analíticamente dos realidades que, aunque en muchos casos coinciden, parten de problemas sociales distintos. Por una parte, a nivel macro, la desigualdad salarial está enraizada en la organización de los mercados laborales y en el equilibrio entre oferta y demanda de trabajo. Por otra parte, a nivel micro, las estrategias de los hogares a la hora de ofertar trabajo, muy dependiente del ciclo vital del hogar. Por tanto, esta perspectiva pone el énfasis en la fuente de generación de los ingresos como mecanismo que lleva a la pobreza laboral y concibe el empleo como la mejor estrategia para evitarla (Filandri y Struffolino, 2018). Sin embargo, cuando se tienen en cuenta las rentas de otros miembros del hogar se observa que la conexión entre los bajos salarios y la pobreza laboral, aunque existente, no es la única explicación (Andreβ y Lohman, 2008; Halleröd et al., 2015; Lohman, 2018; Lohmann y Marx, 2008; Nolan y Marx, 1999; Polizzi et al., 2022).
La literatura sobre pobreza de los hogares ofrece explicaciones ligadas a la importancia de los modelos de convivencia y la estructura familiar. Es decir, la pobreza laboral depende del balance entre recursos y necesidades de los hogares (Filandri y Struffolino, 2018; Lohman, 2018). En este caso, se miden los ingresos de los hogares de manera conjunta, comparándolos con umbrales de pobreza establecidos como una proporción de los ingresos medianos para un determinado país y año. La pobreza laboral estaría conformada por los trabajadores que viven en este tipo de hogares asumiendo que los determinantes individuales de los riesgos de pobreza están mediados por la estructura del hogar y el balance entre trabajo, vida personal y familiar (Filandri y Struffolino, 2018). Por tanto, la mayor capacidad de empleo de los hogares se articula como una de las estrategias clave en la prevención de la pobreza, especialmente en los hogares de aquellas personas que tienen empleos precarios (Jara Tamayo y Popova, 2020).
Las investigaciones previas han mostrado que no todos los trabajadores de bajos salarios viven en hogares pobres, ni todos los hogares pobres están compuestos por trabajadores precarios o de bajos salarios (García-Espejo e Ibáñez, 2007; Jara Tamayo y Popova, 2020). La mayoría de los trabajadores de bajos salarios conviven con personas que también aportan sueldos al hogar y, gracias a ello, se sitúan fuera de la pobreza (García Espejo e Ibáñez, 2007; Gutiérrez et al., 2009; Lohmann, 2006; Lohman, 2018; Strengmann-Kuhn, 2002). Es decir, algunos trabajadores de bajos salarios se ven protegidos frente a la pobreza gracias a factores que se atribuyen al tipo de familia. A su vez, también se observa la situación contraria: trabajadores que tienen un sueldo que les protegería contra la pobreza se ven abocados a ésta por las estructuras familiares y la baja intensidad laboral de los hogares.
Tras este recorrido por los enfoques conceptuales sobre pobreza laboral, en este artículo se sigue la propuesta conceptual de García-Espejo e Ibáñez (2007). Por un lado, se examina la pobreza laboral desde una perspectiva individual, identificando a aquellas personas empleadas que reciben un salario bajo. Este concepto mide la pobreza laboral que está principalmente determinada por factores individuales y por el tipo de participación en el mercado laboral. Por otro lado, se distinguen aquellos trabajadores (sin bajo salario) que viven en hogares pobres; por lo que se describe la pobreza laboral que está especialmente influida por las características y la estructura del hogar. Por último, se incluye la interrelación de las dos dimensiones anteriores: la situación de salario bajo y, al mismo tiempo, vivir en un hogar pobre. Así, se observa la pobreza laboral severa, cuya identificación resulta fundamental para el diseño de políticas que permitan combatir la pobreza laboral.
Cretazz (2013) identifica ciertos mecanismos a través de los cuales los trabajadores se ven abocados a la pobreza: los bajos salarios, desde la perspectiva individual, y, desde la perspectiva de los hogares, el balance entre recursos (baja participación laboral de sus miembros) y necesidades (presencia de menores o de otras exigencias de cuidado). En otras palabras: calidad del empleo (medido por el salario/hora), cantidad de empleo (participación laboral) y ciclo familiar (número de dependientes). Estos mecanismos se relacionan con los determinantes de dichas situaciones por las características que afectan a una y otra situación (García-Espejo e Ibáñez, 2007; Jara Tamayo y Popova, 2020). El salario bajo está más asociado a características individuales, como el sexo o la edad y las características del puesto de trabajo; mientras que la situación de trabajador pobre por hogar está más relacionada con las características del hogar. Es decir, una mala situación en el mercado laboral puede compensarse a través del resto de ingresos del hogar, mientras que una situación de pobreza por bajos salarios depende fundamentalmente de las características individuales de la persona empleada.
De acuerdo con la literatura, hay tres tipos de factores que influyen en la pobreza laboral: sociodemográficos, laborales y del hogar. En primer lugar, las variables sociodemográficas influyen en la pobreza laboral de manera diferente si se tiene en cuenta la perspectiva individual o la del hogar, debido a que una mala situación en el mercado laboral (bajos salarios) puede ser compensada con los ingresos de otros miembros del hogar (Ponthieux, 2018). Por ejemplo, en Europa, son las personas más jóvenes quienes tienen más riesgo de pobreza laboral, asociado a etapas donde el nivel de marginalización en el mercado laboral es mayor (Peñas Casas y Latta, 2004). Mientras que, en España, hay una menor incidencia de la pobreza laboral entre los jóvenes, como consecuencia de la dualización del mercado de trabajo (con mayores dificultades para su inserción laboral) y de las dificultades de acceso a la vivienda, que hacen que se retrase mucho su emancipación del hogar familiar. Es decir, la mayor dependencia de las familias desplazaría el riesgo de pobreza laboral de los jóvenes a los trabajadores más mayores (EUROFOUND, 2017).
La influencia del sexo en la pobreza laboral se ve también afectada por la bidimensionalidad del concepto: la mayor desigualdad en la participación laboral y en el mercado de trabajo de las mujeres las conduce a un mayor riesgo de pobreza laboral que, sin embargo, no se analiza adecuadamente desde la perspectiva del hogar (Bárcena-Martín y Moro-Egido, 2013; Ponthieux, 2018). Por un lado, las mujeres están mucho más representadas en la parte baja de la distribución de las rentas del trabajo debido a su posición más débil en el mercado laboral (Peñas-Casas y Ghailani, 2011; Ponthieux, 2018). Por otro lado, las rentas laborales de las mujeres, en muchas ocasiones, se añaden a las de su pareja y, por tanto, son el ingreso necesario para salir de la pobreza (Filandri y Struffolino, 2019). Esto produce que el hogar ofrezca una mejor protección frente a la pobreza laboral del hogar a las mujeres que a los hombres en situaciones similares (EUROFOUND, 2017; Peñas-Casas y Ghailani, 2011; Halleröd et al, 2015; Pontheiux, 2018). Por tanto, la metodología de medición del fenómeno hace que se produzca una paradoja: mientras que las mujeres podrían tener un mayor riesgo de pobreza laboral por salarios, la situación contraria se observaría desde la perspectiva del hogar (Ponthieux, 2018).
En segundo lugar, las variables laborales presentan menos diferencias entre los dos tipos de pobreza laboral que se analizan en este trabajo, pero parecen más influyentes en la pobreza por salario que en la derivada de los ingresos del hogar. En general, son los trabajos atípicos (a tiempo parcial, con contrato temporal o el autoempleo) las situaciones que presentan mayores riesgos de pobreza laboral (EUROFOUND, 2017; Goerne, 2011; Tejero, 2017). En España esto está determinado por la mayor incidencia del desempleo (particularmente, de larga duración), y una tasa de temporalidad más elevada en comparación con otros países de la UE (Doménech, 2020). Otras variables laborales también han resultado determinantes en anteriores investigaciones: un menor nivel de cualificación aparece asociado a mayores riesgos de pobreza laboral (García-Espejo e Ibáñez, 2007; Ibáñez, 2015; Salverda, 2018); y el mayor tamaño de la empresa también está relacionado con una menor incidencia de la pobreza relativa y de los bajos salarios (Ibáñez, 2015; Davia, 2014).
En último lugar, los cambios demográficos en la composición de los hogares (por ejemplo, el aumento del divorcio y el retraso en la emancipación de los jóvenes) ha provocado que algunos hogares tengan mayores riesgos de pobreza. Por un lado, la presencia de menores en el hogar aumenta el riesgo de pobreza laboral (Goerne, 2011; García-Espejo y Gutiérrez, 2011). Este riesgo es especialmente alto entre los países del sur de Europa donde el nacimiento de hijos/as supone un factor desencadenante de la entrada en la pobreza (Barbieri y Bozzon, 2016). Por otro lado, aunque el riesgo de pobreza de ocupados es generalmente mayor cuanto mayor es el tamaño del hogar (Gutiérrez et al., 2009), en el caso de España, y debido a que hay una mayor frecuencia de hogares de más de dos adultos (por la tardía emancipación de los jóvenes), la presencia de tres o más miembros activos es una protección mejor frente a la pobreza (García-Espejo y Gutiérrez, 2011). Por su parte, después de un divorcio, la formación de dos hogares se traduce en mayores necesidades (Cretazz, 2011) que aumentan si hay menores en el hogar y, por consiguiente, los hogares monoparentales tienen más riesgo de pobreza laboral (Polizzi et al, 2022). Y, de igual forma, por el aumento de divorcios, el retraso en la formación de parejas y en la edad al primer hijo, los hogares unipersonales son más frecuentes en la actualidad, presentando también un mayor riesgo de pobreza (García-Espejo e Ibáñez, 2007).
La baja participación laboral al nivel del hogar también es un factor de riesgo de pobreza (García-Espejo y Gutiérrez, 2011; Tejero, 2017; Tejero et al., 2022). En la actualidad, la participación laboral de las mujeres pone sobre la mesa la mayor necesidad de conciliación entre la vida laboral y familiar. Los hogares a los que les resulte muy caro recurrir a servicios privados (porque no haya cobertura pública), o cuyas retribuciones salariales no compensen la salida al mercado laboral, tendrían una participación laboral menor de lo que desearían y estarán ante un mayor riesgo de pobreza laboral. Además, la intensidad laboral de los hogares está muy ligada al problema de desempleo estructural característico del mercado de trabajo español (Garrido, 2012).
Los factores del hogar que se asocian a la situación de bajos salarios no son un condicionante de esta última situación: los trabajadores de bajos salarios tienden a vivir en hogares con menor participación laboral y más presencia de otros bajos salarios, pero esta concentración no explica por qué ganan bajos salarios, sino su posible situación de pobreza por hogar (Gregg et al. 2010). Las causas de esta situación de bajos salarios se deben a factores individuales, y la concentración en los hogares de este tipo de empleos, fenómeno “clase social”, es lo que lleva a la pobreza en el hogar: mientras que las mujeres situadas en hogares con ingresos en la parte alta de la distribución tienen más probabilidad de estar empleadas y con ingresos/hora altos, lo contrario ocurre con las que se sitúan en la parte baja de la distribución con mayor probabilidad de precariedad, lo que tiene un impacto directo en la desigualdad entre los hogares pobres y los hogares ricos (Laparra et al., 2007; Esping-Andersen, 2009).
Tomando como referencia este conjunto de evidencias y argumentos explicativos, se plantean las siguientes hipótesis (resumiendo en la Tabla 1 los factores influyentes de cada tipo de pobreza laboral).
Por un lado, se espera que la incidencia de la pobreza por salarios disminuya en los años de la crisis, cuando se destruyen, sobre todo, empleos en el sector secundario del mercado de trabajo (Hipótesis 1a). Las variables explicativas serían, principalmente, individuales: las mujeres, las personas jóvenes, con menor nivel educativo y con trabajos atípicos (a tiempo parcial, con contrato temporal y en empresas más pequeñas) tendrían mayor probabilidad de pobreza laboral (Hipótesis 1b). Queda por ver si cada uno de estos factores se refuerza en la crisis, pudiendo hablar entonces de aumento de la segmentación de los mercados laborales.
Por otro lado, sobre la pobreza laboral por hogar, se espera que aumente en la Gran Recesión, especialmente por las altas tasas de paro, y que disminuya en la recuperación, cuando lo hace el empleo (Hipótesis 2a). Además, cabría esperar que la pobreza laboral por hogar estuviera fundamentalmente asociada a las variables del hogar, con especial influencia del tipo de convivencia, la presencia de dependientes y la intensidad laboral del mismo: las personas que viven en hogares con más necesidades (presencia de menores) y menos recursos (baja intensidad laboral) se enfrentarían a un mayor riesgo de pobreza laboral por hogar (Hipótesis 2b).
Por último, cabe esperar que la evolución de la pobreza severa aumente en la recesión, pero disminuya en 2019, pues sólo en ese caso se podría hablar de recuperación en términos de desigualdad social. Esta pobreza estaría influida tanto por las variables individuales, como del hogar, aunque con un mayor peso de las últimas: los hombres, las personas en las edades centrales del ciclo vital, con menor nivel educativo, con empleos atípicos, en hogares con más necesidades (menores) y menos recursos (baja intensidad laboral) tendrían un mayor riesgo de pobreza laboral severa (Hipótesis 3).
La metodología se deriva de la doble dimensión de los objetivos de esta investigación. Por una parte, se busca analizar los mecanismos de la pobreza laboral: el ciclo vital del hogar, relacionado con el número de dependientes y la cantidad de empleo ofertado, y la calidad del empleo de las personas asalariadas, especialmente sus ingresos. Por otra, en la dimensión temporal interesa observar qué características de la pobreza laboral fueron más sensibles a la Gran Recesión. En otras palabras, quién tuvo un mayor riesgo de pobreza por salarios, por hogar y severa, a lo largo de tres años clave 2009, 2014 y 2019 (mayor empleo, mayor desempleo y recuperación1).
3.1. Fuente de datos y selección muestral
Para analizar la pobreza, se emplea la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV) en su versión transversal. Esta encuesta resulta adecuada por aunar información sobre la participación laboral de los individuos y los ingresos de los hogares y por su disponibilidad para el periodo de estudio 2009-2019. Las decisiones a la hora de delimitar a la población objeto de análisis se derivan de dos problemas. Por una parte, se entiende que la pobreza de los trabajadores es muy distinta si hablamos de asalariados, de empresarios o de autónomos. Habida cuenta de la dificultad de recoger la variabilidad de los ingresos de estos últimos (por ejemplo, con una proporción más alta de deudas y, por tanto, de crédito), se opta por analizar exclusivamente a los asalariados, al igual que García-Espejo e Ibáñez (2007).
Por otra, en la ECV no hay una única unidad de referencia temporal para la medición de las variables que recoge. Todas las variables de renta (necesarias para construir el indicador de pobreza en el hogar) se refieren al año anterior al de la encuesta. Las variables laborales (necesarias para construir el indicador de salario bajo) están referidas al momento de la encuesta. Es decir, hay dos periodos de referencia. Para resolver esto, la población objetivo de esta investigación se compone de personas asalariadas entre 18 y 65 años que no han cambiado de situación de actividad entre el periodo de referencia de la renta y el año de la encuesta. La muestra no ponderada incluye 8.979 personas en 2009, 7.155 en 2014 y 10.692 en 2019.
3.2. Variables incluidas en el análisis
La variable dependiente se elabora según la doble perspectiva conceptual planteada anteriormente: trabajadores que viven en hogares pobres o trabajadores que perciben bajos salarios. Por un lado, el indicador de pobreza laboral del hogar identifica a los trabajadores (personas que han trabajado más de 6 meses en el año de referencia de la renta) cuyo hogar está por debajo del umbral de pobreza de 2009 (pobreza anclada)2, teniendo en cuenta el tamaño del hogar (escala OCDE modificada) y la inflación (IPC armonizado) (Santourian y Ntaku, 2014).
Se suele medir la pobreza desde una perspectiva relativa, empleando umbrales de pobreza ajustados a la distribución de ingresos anualmente. El uso de estos umbrales provoca una clara dependencia de la evolución de la propia distribución de ingresos (Ibáñez, 2015). Los umbrales de pobreza aumentan o descienden en función de la evolución de las rentas, provocando que la proporción de hogares bajo ese umbral se mantenga bastante estable durante los diferentes periodos de crisis y expansión que se han dado en las últimas décadas: entre el 19,7% (en 2007) y el 22,3% (en 2016) en el periodo 2004-2019.
Como solución a este problema se utilizan umbrales de pobreza anclados (Carabaña y Salido, 2014; EUROFOUND, 2017). Se fija el umbral de pobreza en el primer año del periodo de observación y se mide la pobreza en todos los años con ese mismo umbral. En suma, se ancla la pobreza con la ECV 2009, pues en el 2008 (año de referencia de la renta) se inicia la crisis y, aunque la tasa de paro anual más baja del periodo es la del 2007 (INE, 2021), no es hasta mediados de 2008 cuando se aprecia esa bajada en el PIB per cápita a precios constantes (Eurostat, 2021b). Y se compara con la ECV 2014, pues el 2013 es el peor año de la crisis, con la tasa de paro al 26,1% (INE, 2021) y el PIB más bajo. Y con la ECV 2019, antes que el aumento del salario mínimo de 2019 y la pandemia del COVID marcase el siguiente periodo.
Por otro lado, desde la perspectiva de pobreza laboral individual, de salario bajo, se identifica a los asalariados en el momento de la encuesta que no han cambiado de trabajo en los últimos 12 meses y, por tanto, tienen esa misma situación laboral en el periodo de referencia de la renta. Este indicador se construye a partir del salario/hora que, a su vez, se elabora a partir de las horas de trabajo semanales, y los ingresos salariales brutos del año. Para calcular el salario/ hora se prorratea por el número de meses trabajados. Las personas con salario bajo serán aquellos que no llegan al 60% de la mediana del salario/hora general (Gardiner y Millar, 2006; García-Espejo e Ibáñez, 2007). El cálculo del salario/ hora se realizó siguiendo la siguiente fórmula:
Por lo tanto, igual que en el artículo de referencia (García-Espejo e Ibáñez, 2007), la variable dependiente se compone de tres tipos de pobreza laboral: por salario (personas que reciben salarios bajos, pero que no viven en un hogar pobre), por hogar (personas que viven en un hogar pobre, pero que no reciben bajos salarios) y severa (personas que reciben salario bajo y viven en hogares pobres). Las variables independientes incluidas en el análisis también siguen la estrategia analítica propuesta (García-Espejo e Ibáñez, 2007), incluyéndose los tres tipos de determinantes definidos en el marco analítico:
Variables sociodemográficas: sexo, grupos de edad y nivel educativo alcanzado.
Variables laborales: tipo de contrato, tipo de jornada y tipo de empresa.
Variables del hogar: intensidad laboral del hogar y tipo de hogar.
Variables control: región y rama de actividad.
3.3. Estrategia analítica
Se estima un modelo de regresión logística multinomial con cuatro categorías para la variable dependiente: pobre por salarios, pobre por hogar, pobreza severa y no pobre. Este tipo de modelos es especialmente adecuado para analizar resultados cuyas alternativas de la variable dependiente no dispone de ningún orden entre sí (Long y Freese, 2006), como este caso3. La principal ventaja que ofrecen es que utilizan información de toda la muestra, mientras que si se estimaran logit binarios para realizar comparaciones entre las categorías de pobreza laboral únicamente se utilizaría información de los pares realizados.
No obstante, un inconveniente de los multinomiales, al incluir parámetros para cada uno de los regresores y categorías de la variable dependiente, es la interpretación de los coeficientes4. Para solucionar este problema, se estiman los modelos ponderados para cada uno de los años considerados (2009, 2014 y 2019). Posteriormente, se calculan los efectos marginales, que serán los mostrados en resultados, al tener una interpretación más sencilla. Estos efectos miden el cambio en la probabilidad de cada categoría de la variable dependiente que provoca un incremento de una unidad, si se trata de una variable continua; o un cambio de categoría fijando otra como referencia, si se trata de una variable categórica (Long y Freese, 2006). Además, otra ventaja que presentan los efectos marginales es que son directamente comparables entre muestras (Mood, 2009) y, por tanto, se utilizarán para analizar los cambios a lo largo del tiempo.
La tasa de asalariados que sufre alguna de las tres pobrezas laborales (es decir, la suma de las tres) aumenta desde el 18,8% de los asalariados en 2009 a valores cercanos al 24% entre el 2014 y 2019 (se recuerda que es pobreza anclada y no se ve influida por la reducción del umbral de pobreza en la Gran Recesión) (Gráfico 1). No parece que, en términos sociales, sea correcto hablar de “recuperación”.
La pobreza que tiene una mayor incidencia es la producida por una baja remuneración. Esa pauta se mantiene estable durante el periodo de observación, con ciertas oscilaciones, reduciéndose del 13,3% en el 2011 al 9,4% en 2013, y sin dejar de aumentar desde entonces hasta alcanzar el 12,2% en 2019. En términos de composición de los distintos tipos de pobreza, es la que más peso tiene todos los años y sólo desciende por debajo del 50% entre 2013 y 2016, años que coinciden con los peores momentos de la Gran Recesión (Gráfico 2). Esta fuerte presencia en la composición de los tipos de pobreza recuerda como, en España, los arreglos domésticos evitan que la segmentación del mercado de trabajo se refleje en las tasas de pobreza. Además, puede corroborarse el cumplimiento de la Hipótesis 1a: la crisis se cebó en estos trabajadores mandándoles al desempleo o a la pobreza severa, y la recuperación vuelve a contar con ellos, aunque en menor medida.
Los cambios en las otras pobrezas laborales han sido más acusados: han doblado su tasa entre 2009 y 2014. La pobreza laboral por hogar parte de una tasa de 3,4% y alcanza 6,6% en 2014, momento en el desciende hasta 5% en 2019. Ese aumento se da sobre todo en 2013 y 2014, cuando alcanza casi el 30% del total de pobreza laboral, para después volver a algo más del 20% en 2019. La pobreza laboral severa inicia el periodo con una tasa de 3,6%, alcanza su pico máximo también en 2014 (7,3%), y se mantiene estable hasta 2019, con cifras que oscilan entre 6,5-7,7%. Pasa de un 15% en 2009 a casi ser el 30% de los tipos de pobreza en 2019.
Ambos resultados (el descenso de la importancia relativa de la pobreza por salario y el aumento de la pobreza severa) parecen indicar que la pérdida de importancia de la pobreza por salarios durante y tras la Gran Recesión sucede porque los trabajadores en empleos de baja remuneración ya no consiguen escapar de la pobreza por hogar, y pasan a formar parte de la pobreza laboral severa. Mientras que antes de la crisis los ingresos acumulados de su unidad familiar eran suficientes para superar el umbral de pobreza, tras 2009 esos recursos ya no alcanzarían y tal situación se prolonga durante toda la década analizada.
Uno de los objetivos principales de este artículo era analizar los factores que se asociaban a cada tipo de pobreza laboral y comprobar si se modificaban durante períodos de crisis o de recuperación. En esta sección se presentan los resultados vinculados a ese objetivo, presentándose, para cada categoría de pobreza laboral, los efectos marginales en el primer año (2009), e incluyendo posteriormente un gráfico de los cambios más relevantes en cada año5 para comprobar posibles variaciones en las pautas de influencia ligadas a los diferentes períodos analizados, considerando el año 2009 como base.
Como se esperaba, las variables individuales (sociodemográficas y laborales) muestran la mayor influencia sobre la pobreza laboral por salario (Tabla 2). Se observa que las mujeres tienen una probabilidad de ser pobre por salario mayor a los varones (un 7,3% superior). La influencia de la edad indica que este tipo de pobreza se asocia más a etapas tempranas del ciclo vital, ya que quienes están entre los 18 y 34 años tienen probabilidades de pobreza por salario significativamente superiores a quienes están entre los 55 y 64 años. El nivel educativo también protege frente a este tipo de pobreza laboral: aquellos trabajadores con estudios universitarios o FP superior muestran menores probabilidades.
Los efectos obtenidos para las variables laborales coinciden con la literatura anterior, salvo para el tipo de jornada. Contrario a lo esperado, quienes trabajan a tiempo completo tienen un mayor riesgo de ser pobre por salario que quienes están a jornada parcial. Una parte de ese efecto se explica por la construcción del indicador, que se basa en el salario/hora y descuenta las diferencias por una desigual dedicación horaria al empleo. Por tanto, parte de ese efecto se puede deber a las características de los puestos de las personas que trabajan a tiempo completo y parcial (más favorables para los últimos). El resto de las características laborales reflejan que quienes trabajan en empresas pequeñas y medianas o grandes, y con contrato indefinido, tienen un riesgo considerablemente inferior de ser trabajadores pobres que quienes trabajan en empresas de menos de diez trabajadores, o con contrato temporal.
En las variables del hogar, las únicas diferencias apreciables son para quienes viven en hogares monoparentales, que tienen una menor probabilidad de pobreza por salarios que los hogares unipersonales, posiblemente por sus mayores necesidades de autodirigirse hacia empleos donde sus esfuerzos laborales rindan más y les permitan balancear sus exigencias de cuidados y empleo simultáneamente.
Este panorama no varía en el sentido de influencia (positiva o negativa) de las variables consideradas en función del contexto socioeconómico (Gráfico 3), pero sí hay cambios en la significatividad o magnitud de las diferencias observadas. En cuanto a los cambios en las variables individuales y laborales, se producen sobre todo en las características sociodemográficas. Por un lado, el sexo pierde influencia durante y tras la Gran Recesión, aunque las mujeres continúan teniendo probabilidades más altas que los hombres de ser pobres por su salario. Por otro lado, las diferencias generacionales y por grupos educativos crecen durante la Gran Recesión, y en el caso de la edad no vuelven a los niveles observados en 2009, sino que se mantienen elevadas. La brecha entre trabajadores próximos a las edades de jubilación y el resto, especialmente quienes están entre los 18 y 35 años, es una realidad que no tiene carácter coyuntural y que se mantiene de forma estable en el tiempo.
Los cambios en las variables de hogar ofrecen un panorama más interesante. Por una parte, la pobreza laboral por salario en el 2014 y 2019 se habría concentrado en hogares de dos o más adultos con menores. Estos asalariados (sobre todo, mujeres) aceptan participar en el empleo en malas condiciones, muy probablemente para que el hogar supere el umbral de pobreza. En el mismo sentido, el cambio más destacado se observa en la intensidad laboral del hogar, que pasa a ser significativa en 2014 y se mantiene en 2019. En ambos años, las personas que viven en hogares de intensidad alta o muy alta tienen una probabilidad considerablemente mayor de sufrir pobreza por salarios comparado con los hogares de intensidad laboral baja o muy baja. Este hecho refleja cómo, durante los años más graves de la Gran Recesión, la capacidad de empleo del hogar dejó de proteger frente a situaciones de baja remuneración. Lejos de ayudar, que más de la mitad de los adultos estuviera trabajando pasó a asociarse con la probabilidad de cobrar un salario bajo. Esta situación es todavía más destacable si se considera que, como parecen sugerir los datos sobre la evolución de los tipos de pobreza laboral, esos trabajadores de bajos salarios se concentraron en los mismos hogares durante la crisis.
La variable que claramente muestra una influencia mayor sobre la pobreza laboral por hogar es la intensidad laboral (Tabla 3): los trabajadores en hogares con la mitad o más de sus miembros adultos ocupados a tiempo completo tienen menores probabilidades de pobreza que quienes viven en hogares de baja o muy baja intensidad laboral. Por tanto, aprovechar la capacidad laboral de los integrantes adultos de la unidad familiar es una estrategia clave para conseguir los recursos suficientes y evitar entrar en la pobreza. El tipo de hogar muestra que aquellos formados por dos adultos con menores tienen menores riesgos de pobreza laboral por hogar, mientras que los monoparentales encuentran mayores dificultades.
Los demás grupos de variables, pese a revelar diferencias que resultan significativas en términos estadísticos, no tienen una influencia muy destacada si se compara con las variables de hogar. Atendiendo a sus efectos marginales, el perfil sociolaboral del trabajador con más probabilidad de ser pobre por hogar sería el de una persona de mediana edad (35-44 años), con estudios iguales o inferiores a la secundaria obligatoria que trabaja a tiempo parcial.
Cuando se pone la atención en las variaciones a lo largo del período considerado (Gráfico 4), de nuevo, no hay cambios en el signo ni pauta de influencia de las variables independientes, aunque sí en la intensidad de sus efectos. El principal cambio se observa en la intensidad laboral, cuyos efectos cobran más relevancia con la Gran Recesión. Aún en 2019, año postcrisis, se mantienen por encima de las cifras de 2009. Tales diferencias llegan a ser tan pronunciadas que en el 2014 un hogar con intensidad laboral alta o muy alta tiene una probabilidad de caer en la pobreza un 0,252 menos comparado con otro que tenga intensidad laboral baja o muy baja. Respecto a la variable de composición del hogar, las diferencias entre monoparentales y los demás tipos se intensifican durante la crisis y en el 2019 continúan aumentando. El agravamiento de la vulnerabilidad de los hogares monoparentales durante la crisis pone de manifiesto la necesidad de articular medidas o dispositivos que se dirijan específicamente a este tipo de situación familiar.
Para los demás grupos de variables se aprecia cierto reforzamiento de su incidencia sólo durante la Gran Recesión, aunque en algunas de ellas (nivel de estudios y tipo de empresa) los efectos marginales en 2019 son incluso superiores a los dos años anteriores. Por la magnitud de los cambios, puede señalarse una cierta tendencia a la polarización en la educación, con mayores riesgos de pobreza laboral por hogar entre los menos cualificados, y para los trabajadores de 45 a 54 años durante la crisis, sin mejoría en 2019.
Las mayores diferencias para la categoría de pobreza laboral severa se concentran en las variables del hogar (Tabla 4). En este caso, el tipo de hogar tiene una mayor influencia que en la pobreza laboral por hogar: aquellos trabajadores en hogares formados por dos adultos con menores tienen una probabilidad inferior de pobreza severa frente a núcleos familiares de una sola persona. También, conforme a lo esperado, los hogares con intensidad laboral alta o muy alta tienen una probabilidad más baja de pobreza severa que los de intensidad baja o muy baja.
En los demás grupos de variables, los efectos observados son similares a los obtenidos para la pobreza laboral del hogar, con la salvedad de que en este tipo de pobreza laboral las características de la empresa, al igual que ocurría con la pobreza laboral por salario, tienen una influencia mayor. Con todo ello, el perfil del trabajador que tendría más probabilidades de pobreza laboral severa presentaría características híbridas entre el perfil de trabajador pobre por salarios y pobre por hogar: sería más frecuente entre mujeres, de edades jóvenes, con estudios inferiores o iguales a la secundaria inicial, contrato temporal y en empresas pequeñas.
Para terminar, observando los cambios de los efectos marginales para la pobreza laboral severa (Gráfico 5) únicamente hay tres modificaciones relevantes. En primer lugar, las diferencias provocadas por el tipo de contrato, que en este caso crecen sobre todo durante la crisis, en el 2014. En este año los trabajadores temporales tienen una probabilidad más alta de sufrir pobreza laboral severa comparado con los indefinidos. En segundo lugar, igual que sucedía con la pobreza laboral por hogar, la intensidad laboral cobra más relevancia en 2014, manteniéndose las diferencias posteriormente y resultando destacable el empeoramiento de la situación para los hogares monoparentales tras la Gran Recesión.
Y, en tercer lugar, con las variables individuales sucede algo parecido a los cambios observados para la pobreza laboral por salario. Mientras que la brecha intergeneracional se agudiza, con una probabilidad de pobreza laboral severa cada vez más alta para los jóvenes, y una marcada diferencia entre los mayores de 55 años y el resto de los trabajadores, con el gap de género sucede lo contrario. Aunque las mujeres siguen teniendo una probabilidad de pobreza laboral severa más alta que los varones, esas diferencias apenas aumentan durante la crisis y se reducen posteriormente.
En este artículo se han analizado las distintas pobrezas laborales que se pueden identificar desde una perspectiva bidimensional: individual (bajos salarios), del hogar (pobreza provocada por los bajos ingresos del resto de convivientes) y severa (la confluencia de ambas). Los objetivos han buscado, por un lado, determinar qué tipo de pobreza laboral es la que más peso tiene dentro de la pobreza laboral total, analizando su evolución durante el período 2009-2019, periodo que recoge la Gran Recesión. Por otro lado, se ha asumido que esa bidimensionalidad también se traslada a los factores asociados a las pobrezas laborales, y se ha analizado qué grupos (sociodemográficos, laborales y del hogar) afectan a cada una de ellas, así como si esa relación ha variado con los distintos cambios de ciclo desde 2008.
En relación con el primer objetivo, una primera conclusión se refiere a la situación de la pobreza laboral antes de la crisis COVID19. En 2020 se inicia una crisis sin habernos recuperado de la anterior. Tras los años de bonanza de la primera década de este siglo la pobreza laboral ha ido en aumento y no se puede hablar de recuperación en términos de desigualdad ni pobreza: en el año 2019 un cuarto de los asalariados sufría algún tipo de pobreza frente al 15,3% de 2004.
Atendiendo a las dinámicas de prevalencia de los distintos tipos de pobreza, los resultados muestran que la pobreza producto del bajo salario/hora es la más importante durante todo el periodo analizado. Sin embargo, su peso dentro de la pobreza laboral total disminuye entre 2009 (62,9%) y 2019 (50%), probándose por la tanto la Hipótesis 1a. Además, se produce un aumento de la importancia de la pobreza laboral severa: de 19,2% en 2009 a 29,7% en 2019. En consecuencia, no se puede, en puridad, hablar de “recuperación” en 2019. Ambos resultados sugieren una menor capacidad de protección del hogar para las personas que reciben baja remuneración. Antes de la crisis conseguían evitar la pobreza severa gracias a los ingresos de otros convivientes, pero después de 2014 parece que la concentración en algunos hogares de personas que se sitúan en la parte baja de la distribución de ingresos salariales ha aumentado. Este resultado resulta relevante por su posible impacto en las diferencias entre los hogares más pobres y los más ricos (Laparra et al., 2007; Esping-Andersen, 2009).
Con relación al segundo objetivo, tras comprobar el peso de los diferentes factores en cada uno de los tipos de pobreza, se confirma que las variables individuales (sexo, nivel educativo y tipo de empleo) son las más determinantes del riesgo de pobreza laboral por salario (Hipótesis 1b). Además, los niveles de estudio bajos aumentan su riesgo de pobreza durante la crisis y disminuyen en la recuperación; mientras que la edad es cada vez más un seguro contra esta pobreza. La segmentación laboral actual vendría más determinada entonces por las diferencias generacionales que por las de estudios. Por otra parte, durante la crisis, las variables de hogar cobran relevancia, aunque no de la forma prevista: en lugar de actuar como red de seguridad económica, la intensidad laboral influye negativamente en la pobreza por salarios y el empleo se precariza e individualiza aún más durante la Gran Recesión.
La pobreza laboral por hogar cumple las expectativas teóricas planteadas: aumenta en la Gran Recesión y disminuye en la recuperación, cuando el empleo crece (Hipótesis 2a). Además, los resultados confirman la mayor relevancia de las variables de hogar; singularmente en el caso de la intensidad laboral, que es sin duda el factor que más ayuda a reducir este tipo de pobreza (Hipótesis 2b). Destacan dos fenómenos: por un lado, la capacidad reductora de la intensidad laboral se intensifica, alcanzando los efectos más elevados comparado con los demás tipos de variables explicativas y períodos considerados. Por otro lado, los riesgos se concentran en hogares monoparentales, que no consiguen mejorar su situación tras la Gran Recesión.
Otro resultado destacable es el aumento de influencia de ciertas variables individuales sobre la pobreza laboral por hogar durante y tras la Gran Recesión. Entre el 2014 y 2019 se aprecia cierta polarización entre los más y menos cualificados, junto a mayores riesgos para los trabajadores de 45 a 54 años. Ambas tendencias están relacionadas con la cronificación del desempleo, ya advertida anteriormente (Garrido, 2012). Al sufrir una pérdida de ingresos relativos durante la crisis, los trabajadores con ese perfil terminan arrastrando a los demás miembros del hogar a la pobreza, que ya no dispondrían de recursos económicos suficientes para cubrir sus necesidades.
Por último, respecto a la pobreza laboral severa, se había argumentado que sus principales determinantes englobarían tanto variables individuales, como del hogar, aunque con una mayor influencia de las últimas (Hipótesis 3). Los análisis realizados permiten afirmar que se cumple la expectativa de un perfil híbrido del trabajador con pobreza severa, aunque no se obtiene una mayor prevalencia de las variables de hogar.
Los resultados obtenidos ofrecen orientaciones importantes para las políticas sociales, que deberían tener en cuenta la bidimensionalidad de la pobreza laboral (Filandri y Struffolino, 2018). Por un lado, desarrollando medidas que permitan a las empresas mejorar las características de los empleos y, por ende, la estructura salarial; por otro lado, mejorando los incentivos a la participación laboral de todos los miembros en el hogar (Tejero et al. 2022), y atajando la vulnerabilidad de ciertos tipos de hogares que en algunos momentos pueden requerir dispositivos de renta específicos, como los monoparentales.
Como principales líneas de continuidad, en primer lugar, sería interesante comprobar si los hogares desarrollan estrategias para evitar la pobreza basadas en la solidaridad interna, evitando la emancipación de sus hijos adultos y/o retrasando sine die la maternidad o paternidad. En segundo lugar, sería conveniente realizar una comparación de los tipos de pobreza laboral en otros países, con distintos regímenes de bienestar y modelos de organización del mercado laboral. Esto serviría para comprobar si algunos de los perfiles detectados en este artículo son característicos del caso español, o compartidos por otras sociedades del Sur de Europa. En tercer lugar, podría aplicarse una perspectiva longitudinal o retrospectiva para analizar, con datos que ya incorporen lo sucedido durante la reciente pandemia, en qué medida la probabilidad de transitar hacia cada uno de los tipos de pobreza laboral identificados se ve afectada por las experiencias previas de vulnerabilidad económica.