Reseñas
Rafael Rojas, Traductores de la utopía. La Revolución Cubana y la nueva izquierda de Nueva York, México, Fondo de Cultura Económica, 2016.
Rafael Rojas, Traductores de la utopía. La Revolución Cubana y la nueva izquierda de Nueva York, México, Fondo de Cultura Económica, 2016.
Secuencia, Esp., pp. 5-9, 2017
Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora
| Rojas Rafael. Traductores de la utopía. La Revolución Cubana y la nueva izquierda de Nueva York. 2016. México. Fondo de Cultura Económica |
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La aparición del Traductores de la utopía de Rafael Rojas se suma a las expresiones del predominante papel que Cuba ha tenido en la opinión pública mundial en los últimos años. Parte de su contenido se dio a conocer como “El aparato cultural del imperio: C. Wright Mills, la Revolución Cubana y la Nueva Izquierda” en Perfiles latinoamericanos a finales de 2014. El avance coincidió con el inicio del proceso de normalización de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, ahora en peligro con la elección de Donald Trump como presidente estadunidense. La publicación de las ediciones angloparlante y española se da en el contexto del noventa aniversario del natalicio de Fidel Castro y su intervención de despedida en el VII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC). Su deceso unos meses más tarde ha generado una serie de condolencias y despedidas a lo largo del planeta, reconociendo no sólo sus aportaciones a la humanidad sino los logros de la Revolución -pese a las contradicciones iniciales y detracciones-. Como a la muerte del emblemático líder, el triunfo de la Revolución cubana en 1959 representó un parte aguas para la izquierda y la historia latinoamericana, pero también para Nueva York.
En efecto, el libro se encarga de analizar los debates públicos de la nueva izquierda en torno a la Revolución cubana en la década de 1960. Si bien los límites no son establecidos con rigidez por el autor, queda claro que no es la década de los sesenta cronológica sino una que arranca con el triunfo revolucionario en 1959 y se extiende hasta 1970 -aunque algunas fuentes, como los poemas de Allen Ginsberg, datan de mediados de ésta última-. Aunque el punto axial de los debates fue el acercamiento -no sólo político- con el bloque soviético, tras un periodo de prueba de diversas estrategias de desarrollo no fue sino a partir de 1971 en que fue expresa la compaginación con la Unión Soviética al asumirse el modelo moderado soviético de reforma económica (pre Gorbachov) hasta el periodo de rectificación iniciado en 1985. Sin embargo, aun cuando en la economía los debates más intensos se desarrollaron en la década de los sesenta, el acercamiento político era más que evidente y catalizaba las reflexiones políticas.
Es un periodo de intensa polarización política y de acercamiento de la mayor isla del Caribe al bloque soviético. La relevancia del problema se nos revela en la consideración de Cuba por el gobierno de Estados Unidos como parte de su política interna, tanto como la centralidad económica, política y cultural de Nueva York en la jerarquía urbana mundial y la necesidad de adoptar una posición por parte de la nueva izquierda que fungía como mediación del proceso revolucionario para incidir en la esfera pública. Rojas es capaz de analizar los matices eludiendo la trampa historiográfica de mirar con el cristal dicotómico de la Guerra Fría al proceso cubano-neoyorkino y restituye tanto su autonomía como potencia para producir historia, incidiendo en la izquierda neoyorkina a la vez que dialoga con algunas de las visiones que se tienen de ella -se mira en el espejo del otro-.
Pero ¿cuál es el conjunto al que el autor denomina nueva izquierda? Cabe detenerse en el asunto, aunque sea un momento. Si apelamos al conocimiento que tenemos de la misma podemos situarla de manera un tanto antinómica como la respuesta de una nueva generación que cuestionó la capacidad de la izquierda anterior para acabar con el capitalismo -comunista o socialdemócrata-. La nueva izquierda aprehendida por Rojas se compone de los sectores progresistas liberales como Herbert L. Matthews y Hart Phillips con voz en The New York Times, Irving Howe, Norman Mailer y Susan Sontag en Dissent y The Village Voice, socialistas como Paul Sweezy, Leo Huberman y Paul Baran en Monthly Review, la producción intelectual de liberales como Waldo Frank, Carleton Beals y Charles Wright Mills, la generación beat -Marc Schleifer, Amiri Baraka (Le Roi Jones), Lawrence Ferlinghetti y Allen Ginsberg-, Amiri Baraka, José Yglesias y Elizabeth Sutherland Martínez en Kulchur y Pa’lante, así como la intelectualidad afrodescendiente representada por Robert Williams, Elridge Cleaver, Huey P. Newton y Stokely Carmichael para los Black Panthers.
En este sentido, es relevante el reconocimiento de la vinculación entre los bohemios de la generación beat o los participantes de la contracultura con la nueva izquierda, que en otro tiempo nos habrían parecido ajenos a una inclinación hacia dicho espectro político -sobre todo la radical o anticapitalista-. Desde luego no todo miró o se solidarizó con Cuba sino sólo aquella radicalizada en la convergencia con la descolonización y la liberación del Tercer Mundo. Esa articulación real -también recuperada en otras experiencias estadunidenses- dialoga con la concepción de nueva izquierda esbozada por Van Goose al interpretarla como un “movimiento de movimientos”. Plural, como lo fue, esa nueva izquierda es mostrada no sólo en las convergencias o en las divergencias, sino en esos vaivenes que atravesaron su relación con el proceso revolucionario cubano. Sin embargo, es a través de los núcleos intelectuales que se organiza el contenido del libro, permitiendo identificar los matices procesuales de las diversas perspectivas.
En efecto -como advierte el autor- los debates que atravesaron la esfera pública rozaron temas centrales como la democracia desde el canon liberal y los derechos humanos tanto como el comunismo y el internacionalismo, pero fueron más allá de esa dualidad. En el recorrido a que nos llevan las páginas de Traductores de la utopía uno puede identificar la centralidad de prohombres como Fidel Castro -sobre todo su relación con el pueblo- y Ernesto Guevara en torno a su carácter hispster, de líderes político y/o militares, los cuadros comunistas o los exiliados, las guerrillas latinoamericanas, la superación de la moral burguesa y sus tensiones con la moral revolucionaria a propósito de la libertad sexual y el consumo de marihuana, las vías -pacífica o violenta- para liberación afrodescendiente, así como la dimensión transnacional del debate que vinculó no sólo a Cuba y Nueva York, sino que incorporó a México y Londres en el circuito de discusión.
Destaca entre los tópicos la identidad o carácter de la revolución en relación con el acercamiento a la Unión Soviética y las agresiones por parte de Estados Unidos. Es posible atestiguar el proceso de decantación paralelo a la búsqueda de definiciones sobre el contenido ideológico y político desde las etiquetas “nacionalista”, “humanista”, “no prosoviética” y “socialista”, con la declaración definitiva en 1961, la agresión estadunidense en Bahía de Cochinos, la crisis de los misiles, la incorporación al mercado soviético y la adopción del modelo económico soviético a finales de los sesenta. En el proceso se pusieron en juego no sólo los análisis e interpretaciones de la revolución cubana sino las representaciones o posicionamientos ideológicos de intelectuales y publicaciones. Éstas precisaban de la caracterización del proceso cubano para reafirmar su adhesión o signar su distanciamiento definitivo en su autodefinición. Resulta interesante atestiguar cómo en la medida que se cumple la certidumbre del giro soviético deja de tener lugar incluso en las discusiones de Monthly Review y la izquierda socialista neoyorkina.
Hay sin embargo algunos temas que no son tratados. Uno de ellos tiene que ver con las discusiones desarrollo -al que Rojas reconoce como un tópico que va más allá de sus objetivos-. Cabe preguntarse en qué medida resultó difícil para la intelectualidad neoyorkina de nueva izquierda discutir la relevancia de la estrategia de desarrollo adoptada por el gobierno cubano y sus discusiones. No resulta extraordinario pensar que no podía sustraerse de manera absoluta de la polarización política pese al esfuerzo de distanciamiento. También sería relevante indagar con profundidad la discusión respecto de la imposición del bloqueo económico que entró en vigor en 1962. Probablemente la explicación reside en que predominantemente en el proceso de traducción, la balanza se inclinó al de la afirmación de la identidad política a través del espejo cubano.
En la lectura del libro de Rojas se vuelve recurrente encontrar una estructura fundamental como condición de posibilidad de los debates neoyorkinos. Ciertamente, Nueva York parece ser parte de una visión estratégica revolucionaria en los primeros años posteriores al triunfo de la revolución y el New York Times como el medio central para incidir en la opinión pública. Para ello parece haber sido fundamental el papel del Fair Play for Cuba Comitee, auspiciado por el gobierno revolucionario. Este comité vinculó no solamente a pensadores socialistas como Waldo Frank y Carleton Beals -formadores centrales de la nueva izquierda local- sino también a Wright Mills y a beats como Ferlinguetti, Baraka, Schleiffer y Ginsberg. El comité llevó a Robert Williams, dirigente de la National Asociation for the Advancement of Colored People (NAACP) a Cuba, iniciando el exilio afrodescendiente. Si el gobierno cubano fue el principal promotor, sería interesante tematizar en futuras investigaciones la capacidad de la revolución cubana para establecer una pluralidad de relaciones políticas en Nueva York. Para ello surgen cuestionamientos como ¿Era el único comité en Estados Unidos? ¿El más importante acaso? Esto no significa que no existiera un margen de autonomía, pues justamente en la promoción de los debates residía el espacio mismo para la crítica y la disidencia razonables.
Un cuestionamiento que surge de manera natural al analizar los debates en la esfera pública tiene que ver con la potencia que tienen para incidir en el proceso histórico. No cabe duda que incidieron en la formación de la nueva izquierda neoyorkina, pero más allá de situar la mira de los aparatos de inteligencia estadunidense sobre ellos cabe realizar algunas preguntas: ¿cómo impactó en el ámbito político estadunidense? ¿En qué medida incidió en la toma de decisiones? ¿Fue más fuerte la voluntad política del gobierno estadunidense que la presión de la esfera pública? Si bien su explicación escapa a los objetivos planteados por el autor, constituyen un aliciente para una lectura enriquecedora y detonadora de nuevas investigaciones.
Es relevante observar que el proceso revolucionario no sólo fue traducido por la intelligentsia neoyorkina sino que Cuba también tradujo experiencias. El diálogo necesario no se entabló con toda la nueva izquierda y, en algunos casos, se clausuró de manera definitiva como acaeció con el cierre de Lunes de Revolución que permitía establecer un vínculo con los beats y The League of Militant Poets. El libro nos acerca a una arista de la esfera pública cubana a través de las publicaciones de la revista Pensamiento Crítico que introdujeron el conocimiento del discurso de los Black Panthers y dialogaron con el nacionalismo y panafricanismo anticoloniales de los líderes más conspicuos.
A modo de cierre es necesario señalar la lectura obligada del libro de Rafael Rojas pues contribuye a comprender con mayor detalle la complejidad del debate público y las representaciones plurales de un proceso como el cubano. Esto es relevante en la medida que permitirá ensayar un ejercicio de elevar la mirada por sobre los discursos que se erigen con pretensiones de univocidad y universalidad, repitiendo prejuicios y descalificaciones históricas, superados por la marea de logros sociales que ha provocado el huracán revolucionario en poco más de medio siglo, no sólo en la gran isla caribeña sino para los oprimidos en el mundo entero.