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Laura Suárez de la Torre (coord.), Estantes para los impresos. Espacios para los lectores siglos XVIII-XIX, México, Instituto Mora, 2017.
Secuencia, Suppl., pp. 32-38, 2018
Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora

Reseñas

Suárez de la Torre Laura. Estantes para los impresos. Espacios para los lectores siglos XVIII-XIX. 2017. México. Instituto Mora

DOI: https://doi.org/10.18234/secuencia.v0i0.1638

Desde hace varios años el estudio de la materialidad, los espacios y la circulación de los diversos impresos es objeto de estudio para historiadores y críticos literarios. De esta manera, los especialistas en la cultura literaria han ampliado el espectro de su conocimiento al no restringir su tema de estudio a la información contenida en los propios textos; es decir, han incorporado a sus intereses el mundo alrededor de un libro, periódico, folleto, devocionario, etc., pues ese mundo implica una gran complejidad ya que se involucran diferentes actores y espacios para entender y dilucidar el entramado de la circulación y apropiación de los impresos.

En este tipo de estudios, el nombre de la historiadora Laura Suárez de la Torre es una referencia obligada, ya que sus trabajos se han centrado en promover y divulgar investigaciones con acercamientos metodológicos que se detienen en estudiar los impresos desde una óptica que contempla cuestiones externas a su entramado textual como los impresores, editores, libreros y los espacios para la lectura que brindan visibilidad y circulación a los textos.

En virtud de ello, no es de extrañar que el volumen Estantes para los impresos. Espacios para los lectores siglos XVIII-XIX sea resultado de la sostenida trayectoria individual y colectiva de un proyecto de largo aliento que se renueva constantemente y nos ofrece estructuras firmes para seguir construyendo el gran edificio de los estudios de los impresos, la lectura y sus repositorios.

El libro que hoy nos ocupa comienza en los años finales del siglo XVIII y termina en las primeras décadas del siglo XX en México. Sin embargo, es el siglo XIX el marco principal del conjunto de los estudios. Un siglo XIX que, como sabemos, está lleno de tensiones políticas, económicas, sociales y culturales que, sin duda, determinan las relaciones que se tejen en los circuitos de la actividad editorial y comercial con respecto de los espacios de distribución ocupados por los impresos. Estas vicisitudes de diversa índole, como por ejemplo los constantes cambios de gobierno y sus correspondientes proyectos de nación, se verán reflejadas en los estudios reunidos en el presente volumen.

Las colaboraciones del libro se organizan en dos apartados. El primero, “Espacios de producción y venta de impresos”, se encuentra constituido por seis colaboraciones, que corresponden a Olivia Moreno Gamboa, Ana Cecilia Montiel, Manuel Suárez, Áurea Maya, María Eugenia Chaoul Pereyra y Freja Cervantes. El segundo apartado, titulado “Espacios para los lectores”, tiene cinco contribuciones: Kenya Bello, Laura Suárez de la Torre, Javier Rodríguez Piña, Othón Nava Martínez y Ana Cecilia Montiel Ontiveros. Es así que por medio de los 11 textos --uno de ellos escrito a seis manos--, tenemos un panorama amplio del “negocio de las imprentas y de los espacios para la lectura” (p. 11).

Entre los temas específicos que los lectores encontrarán en este libro, figuran las tareas desempeñadas por importantes editores, impresores y libreros. Entre estas tareas se destacan las correspondientes a Alejandro Valdés, un editor que supo aprovechar la coyuntura de los cambios políticos del fin del periodo virreinal para incrementar la infraestructura de su negocio al convertirse en el editor oficial de Iturbide, lo que no le impidió publicar obras tan interesantes como la Bibliotheca Hispanoamericana Septentrional de José Mariano Beristáin de Souza o el Periquillo Sarniento, al mismo tiempo que también imprimía billetes de lotería (Montiel, Moreno y Suárez).

Por su parte, su sobrino Luis Abadiano de Valdés, también capitalizó lo realizado por su tío para forjarse un lugar en el circuito editorial, fundamentalmente en el México independiente. A partir del archivo de Luis Abadiano, encontrado en la Biblioteca Sutro Branch, Suárez Rivera organiza un discurso que nos permite conocer su labor empresarial a partir de documentos de carácter contable (ganancias, ventas, etc.), así como su relación con otros importantes impresores de la época: Martín Rivera, Mariano Galván, Vicente García Torres.

En este ambiente comercial y de negocios la compra clandestina de libros fue moneda corriente, así lo atestigua un memorial encontrado en el Archivo General de la Nación que conduce a Olivia Moreno a explicar el circuito comercial del libro en las últimas décadas del siglo XVIII mexicano, y conocer quiénes compraban o vendían libros o quiénes eran los libreros involucrados en un espacio donde no existían leyes que regularan la apertura de expendios comerciales.

En la misma tesitura correspondiente a la venta de objetos culturales, hayamos un hilo de unión que se teje entre la prensa y los anuncios de los lugares donde se vendían las partituras de música entre los años 1845-1848, periodo álgido en la historia nacional por decir lo menos. Sin embargo, los cruentos sucesos no impidieron cierta prosperidad en la venta de partituras, llegando a registrase alrededor de 20 lugares para la venta de los diversos géneros musicales, según nos dice Áurea Maya, autora de esta investigación.

En este recuento temático, sumamos el importante papel de las iniciativas de Estado en la creación y divulgación de textos diseñados para generar nuevos públicos lectores en nuevos espacios. Desafortunadamente, estos proyectos educativos no lograron hacer llegar a las escuelas los libros escritos por destacadas plumas para lograr su objetivo (María Eugenia Chaoul). Del mismo modo sucedió con la frustrada creación de una biblioteca pública ligada al Instituto Literario de Toluca, cuya escasez de recursos económicos y su acervo al final casi conventual hicieron que sus objetivos primigenios no arribaran a buen puerto (Ana Cecilia Montiel).

Por el contrario, en el volumen que reseñamos también se da cuenta de proyectos que resultaron exitosos, como el de la editorial Cvltura desarrollado en las primeras décadas del siglo XX. Este proyecto supo aglutinar a distintas y destacadas generaciones literarias, entre bibliófilos, escritores, intelectuales, profesores y funcionarios cuya prioridad fue difundir la literatura en un sentido amplio. Así, estos hombres de letras apostaron por una colección cuyo formato de bolsillo resultó un éxito tanto cultural como económico (Freja Cervantes).

Otro proyecto que consideramos llegó a buen puerto en el siglo XIX fue el gabinete de Isidore Devaux, quien supo conjuntar la experiencia y características de un típico gabinete francés, pero adaptándolo y modificándolo a las necesidades culturales de la sociedad mexicana. La inclusión de clases de escritura o diversas lenguas, por ejemplo, junto con su buena ubicación, abrieron la puerta a nuevos sectores de la sociedad. A diferencia del fracaso empresarial de José Joaquín Fernández de Lizardi, Devaux sabía hacer negocios y modificó la idea tradicional de lo que era un gabinete para beneficio de todos (Laura Suárez de la Torre).

Finalmente, los espacios de lectura como repositorios del saber dentro del discurso ilustrado se ven ejemplificados en bibliotecas con características peculiares, ya sean públicas o privadas. La de la Academia de San Carlos, impulsada por las reformas borbónicas, a decir de Kenya Bello, sancionó un repertorio bibliográfico que estuvo ligado a Italia, Francia y España, y en un primer momento al acervo de Jerónimo Antonio Gil, su fundador. Por su parte, la biblioteca de Lucas Alamán es un buen pretexto para conocer, a partir de su avalúo, la variedad de títulos escritos en diversas lenguas que nos muestran su universo cultural de raigambre ilustrado, además de representar un abanico de las posibles lecturas que hicieron las élites letradas de los primeros lustros del siglo XIX. Desde mi punto de vista, es de resaltar que en los estantes de la biblioteca de Lucas Alamán no se encontrara ningún ejemplar de El Sol, periódico que le sirvió de palestra para defender su ideario político y económico, así como para divulgar su simpatía con las logias escocesas. Recordemos que la fortuna de este periódico estuvo íntimamente ligada con el ir y venir de las actividades políticas de Alamán (Javier Rodríguez Piña).

Por otra parte, la importancia de fundar una biblioteca pública y nacional dentro de un proyecto educativo liberal que resguardara los tesoros bibliográficos de nuestra historia y contribuyera a transformar a los ciudadanos fue un proyecto tan loable como desastroso, escribe Nava Martínez, pues el gobierno de Benito Juárez no logró dar buen cauce a la modernización de los espacios que fomentaran y facilitaran la lectura de los ciudadanos en formación. A ello sumemos que los acervos de las bibliotecas conventuales no poseían la bibliohemerografia adecuada que requerían los nuevos tiempos. Lo mismo sucedió, como mencionamos líneas arriba, con la biblioteca pública del estado de México.

Estantes para los impresos. Espacios para los lectores siglos XVIII-XIX es una muestra muy bien constituida de los estudios contemporáneos que toman en cuenta las prácticas sociales creadas alrededor de los impresos. Las prácticas tomadas en cuenta por los investigadores incluidos en el libro que reseñamos se refieren tanto al mundo de las librerías y sus cercanas ligas con los impresores, como a las relaciones entre espacios y repositorios para la lectura. En consecuencia, este libro colectivo se va construyendo con base en preguntas concretas que dan como resultado una muestra significativa e importante de los editores, las imprentas, las librerías, los gabinetes de lectura, las bibliotecas, y la divulgación de los libros y sus correspondientes espacios de conservación, fundamentalmente en la Ciudad de México. La lectura de conjunto de la obra refleja de manera acertada las propuestas y preocupaciones de un grupo de investigadores que se preguntan y reflexionan por nuevos métodos y herramientas para acercase a los espacios y los objetos relacionados con el mundo editorial. Es de destacarse la consulta de fuentes de primera mano que, en reiteradas ocasiones, se mezclan con interesantes anécdotas y dan un toque fresco a ciertos ensayos. Algunos artículos complementan sus análisis por medio de gráficas, mapas, ilustraciones de portadas o manuscritos que integran una visión de conjunto.

Pero quizá lo que más interesa destacar de este volumen colectivo es la claridad con que se identifican la dimensión comercial y empresarial de los impresos. Los libros se ven despojados de la visión romántica que los idealiza como objetos ajenos por completo al circuito económico. En virtud de ello, su lectura, independientemente de su valor intelectual y artístico, implica una realidad en que la escritura y la venta de los textos establece una relación de carácter comercial. O también, la propia actividad de la lectura es un negocio que evidencia un poder económico; baste mencionar que muy pocos podían entrar a un gabinete de lectura para consumir lo que allí se ofrecía. Y qué decir de los textos y de la manera en cómo se decidía su impresión, pues las más de las veces su carácter pedagógico o su necesidad de cubrir los requerimientos de la educación básica que exigía un proyecto nacional se veía trucando por la rapacidad de los escritores o las políticas estatales. Así nos recuerdan los investigadores que los libros son objetos a los que muy pocos pueden acceder, aunque algunas veces circulen de mano en mano, sea por medio de las bibliotecas, gabinetes o el préstamo de un amigo personal.

Los autores publicados en Estantes para los impresos. Espacios para los lectores siglos XVIII-XIX han sabido guiarnos para conocer los entresijos de cómo un producto cultural es una mercancía más para sus vendedores, pero también han sabido explicarnos la complejidad de redes que se tejen e imbrican en un impreso, su espacio y su lectura en la Ciudad del México.



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