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Cultura de paz, palabra y memoria. Un modelo de gestión cultural comunitario, México, FCE, 2017.
Fredyd Torres Oregón
Fredyd Torres Oregón
Cultura de paz, palabra y memoria. Un modelo de gestión cultural comunitario, México, FCE, 2017.
Secuencia, Suppl., pp. 39-45, , 2018
Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora
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Reseñas

Cultura de paz, palabra y memoria. Un modelo de gestión cultural comunitario, México, FCE, 2017.

Fredyd Torres Oregón
Universidad Autónoma del Estado de México, Mexico
Secuencia, Suppl., pp. 39-45, 2018
Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora
. Cultura de paz, palabra y memoria. Un modelo de gestión cultural comunitario. 2017. México. FCE

Este libro de portada sencilla, sin fotografías o dibujos de fondo, semejante a una representación de una tabla de ajedrez o damas chinas, contiene en su interior la riqueza narrativa de artistas plásticos, escritores, pintores, poetas, un grupo editorial y promotores comunitarios locales, sobre la experiencia vivida en la construcción de un proyecto de paz y cultura allí -parafraseando a Jorge Melguizo-, donde las vidas humanas valen igual o menos que la muerte de un perro: Apatzingán, corazón de la Tierra Caliente michoacana. La prosa cargada de emociones por sus autores permite al lector adentrarse con cada una de sus historias sobre cómo puede resurgir la esperanza allí donde la violencia ha trastocado cada hilo del tejido social comunitario.

Dado el horror y la violencia en Apatzingán -provocada por bandas criminales asentadas en esta región de la tierra caliente de Michoacán-, la inseguridad poco a poco se apoderó de la vida cotidiana de sus habitantes -como lirio acuático que avanza y cubre espejos de agua-, donde las pérdidas de vidas humanas son vistas como simples trofeos entre los cabecillas del crimen organizado dominantes en dicha región para demostrar “quién es más cabrón”. Bajo este escenario, los autores participantes en el libro refieren cómo se dieron a la tarea en la construcción de un proyecto cultural de paz como respuesta alterna a una cultura de la muerte, el cual permitiera a la niñez y juventud de Apatzingán, principalmente, dotar de esperanzas fundadas en el respeto y la tolerancia, el desarrollo de las artes, el valor de la palabra, la creatividad e imaginación de la pintura, el ritmo de la danza, la sensibilidad de la poesía y los sueños plasmados en la escritura.

El libro se compone de cuatro apartados importantes en los cuales se sintetiza primero, la génesis del proyecto expuesto en su prólogo, presentación e introducción; en seguida el planteamiento conceptual del mismo; explica de forma detallada el modelo de gestión cultural comunitario y sus componentes principales: diagnóstico comunitario, actores y mediadores, articulación sectorial y oferta cultural, artística y educativa; finalmente, el lector encontrará al final de sus 183 páginas, evidencias del proyecto mediante fotografías y testimonios orales de adultos, jóvenes y niños, sobre la importancia de la oferta cultural, artística, literaria, musical, poética y narrativa de dicho modelo.

La inclusión y participación del colombiano Jorge Melguizo, pionero y experto en proyectos culturales en ciudades latinoamericanas como Medellín, Colombia, fue un pilar de apoyo para el Proyecto de Cultura de Paz en Apatzingán; los paralelos entre ambientes violentos de Medellín y la ciudad michoacana han sido equiparados por este autor, pero refiere que en el caso de la primera ciudad fue posible desterrarlos gracias al esfuerzo y trabajo en equipo de colectivos sociales, empresariales, gubernamentales, artistas y promotores comunitarios. En este sentido, el reto de este proyecto en Apatzingán, confiesa Melguizo, consiste en no volver a escuchar jamás la orden: “mátenlos como perros”1. Esta orden dada por parte de efectivos del Estado contra civiles es el reflejo del desprecio hacia la vida humana, principalmente hacia aquellos sin nada, excluidos de las minorías ricas, y condenados a vidas sin futuro; la frase implica que segar una vida en esta región de Tierra Caliente no es exclusivo del monopolio de los delincuentes sino también de aquellos que legalmente deben estar al servicio de la seguridad de los mexicanos.

El recorrido por la carretera de Morelia hacia Apatzingán que describe Socorro Venegas en este libro refleja el cúmulo de emociones contenidas que la llevan a cuestionamientos a medida que se acerca desde su auto a los alrededores de esta ciudad; ¿cómo concebir tanta riqueza natural y paisajista de esta tierra con el horror que allí se vive? No hay lógica alguna que destrabe su confusión sobre lo visto, pero se alegra y se pone de buen humor cuando refiere el valor y tenacidad de los promotores comunitarios de Apatzingán para acercar el proyecto con la gente; estos personajes, comenta la autora, son los artífices para que los planes del proyecto se concreten, trabajan y arriesgan su vida por el simple amor a la cultura, para dotar de esperanzas en aquellos que la ven perdida; se entusiasma la autora y protagonista de este cambio en la vida de niños, jóvenes y mujeres de Apatzingán por la remodelación de la casa de la cultura ubicada en una vieja estación de tren; le sorprende cómo en las primeros talleres de escritura dentro de este proyecto para las viudas y madres de familia víctimas de la violencia en Apatzingán, poco a poco esta se convierte en una catarsis de sus hondas emociones contenidas por el peso de la vergüenza, la injusticia y el resentimiento social, tanto así que la escritura se convierte en un bálsamo contra el dolor humano que hasta los esposos piden ampliar el horario porque ellos también quieren asistir y participar.

Por su parte Antonio Ramos Revillas comenta la transformación del auditorio de la estación de lectura del Fondo de Cultura Económica (FCE), al cual se dan cita los arquitectos del Proyecto: artistas, escritores, poetas, promotores comunitarios, funcionarios gubernamentales y público en general para escuchar al gran transformador cultural de Medellín, Colombia: Jorge Melguizo. El discurso del colombiano incomoda a la clase política allí presente porque confronta visiones distintas sobre la cultura; para Melguizo, así lo dice, la cultura es transformadora del ser humano, ofrece alternativas para la liberación de las personas en donde parece que no hay salidas; sus palabras caen como lozas en la cabeza del gobernador de Michoacán porque sabe que los artistas allí presentes tienen razón con su proyecto, seguramente al gobernador las palabras de Melguizo le revuelven sus ideas porque como integrante de la clase política nacional convalidó el envío de más policías y soldados a ciudades y comunidades de Michoacán, por ello, al término del evento fue uno de los primeros en abandonar el recinto a toda prisa.

Sobre el planteamiento conceptual del modelo de gestión cultural comunitario del FCE en Apatzingán -según sus promotores- le apuesta a convertirse en un espacio propicio donde puedan los actores involucrados, con distintas tareas y responsabilidades, configurar sus propios proyectos culturales con un mismo paradigma: organizar, planear, ofrecer y favorecer un modelo cultural inteligente, de calidad, replicable, con rendición de cuentas, evaluable y que propicie la comunicación incluyente entre todos aquellos que hacen posible su funcionamiento.

El lector encontrará en este libro, al revisar el esquema general del modelo de gestión cultural comunitario, que su propuesta legal descansa en la Declaración Universal de los Derechos de la Humanidad; se atiene a la Convección sobre los Derechos de los Niños; se adscribe al Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. En el plano nacional, se apoya en dos aspectos fundamentales del Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018: México en Paz y México Incluyente. Así mismo, los tres principales ejes que conforman el modelo son: colaboración entre los tres ámbitos de gobierno, participación ciudadana y apropiación de la cultura de la paz. El modelo se asume como un espacio de convivencia social comunitaria, en el cual cabe el respeto a la diferencia, trabajo colaborativo, resolución pacífica de conflictos; los gestores, mediadores y personal operativo que colaboran en el modelo se apegan al conjunto de valores, símbolos y creencias que dan sentido y pertenencia a la comunidad.

El mérito de este libro es su pertinencia social porque recoge las evidencias de un modelo de gestión cultural comunitario probado en la práctica, y puede ser una guía para otros pueblos y comunidades de México azolados por la violencia, inseguridad y desgarramiento del tejido social; si esta obra cae en manos de personas comprometidas con sus comunidades, gestores sociales, activistas, organizaciones sociales, grupos de familiares desaparecidos, seguramente será un gran aliciente para seguir trabajando a favor de la justicia, solidaridad, y, en la medida de sus posibilidades, resarcir heridas en familias víctimas de la violencia; el libro ofrece evidencias de que sí es posible trabajar con los distintos ámbitos de gobierno en torno a un proyecto claro, genuino y benéfico en ciudades violentadas por la presencia de grupos de la delincuencia organizada. Otro mérito del libro es que devela cómo el modelo de gestión cultural comunitario aplicado en Apatzingán, Michoacán, va caminando exitosamente gracias al papel de todos los actores participantes, pero particularmente la función de los mediadores. Porque éstos, señalan los autores del libro, son los que identifican las necesidades de la comunidad y las traducen en metodologías creativas; acompañan a las familias y personas en cada una de las expresiones artísticas y culturales que se desarrollan en la antigua estación del tren, hogar del centro cultural del FCE.

Poco se puede criticar al esfuerzo genuino que recoge el libro Cultura de paz, palabra y memoria, sobre la experiencia del modelo de gestión cultural comunitaria en Apatzingán, Michoacán, sino más bien quizá deberíamos cuestionarnos por qué no hay más publicaciones de este tipo en México; seguramente en distintas regiones del país donde el horror, el temor y la violencia han reconfigurado el tejido social comunitario, en los que parece que no hay una sola gota de esperanza, existen personas que contribuyen con sus aportaciones artísticas, culturales, deportivas, pero que no tienen la fuerza, el acompañamiento gubernamental, recursos e infraestructura, como sí ha sido el caso que recoge este libro en la ciudad citada.

En todo caso quizá un reto importante en el corto y mediano plazo del FCE, sea replicar el modelo de gestión cultural comunitaria de Apatzingán, Michoacán, en otras ciudades del país, y de ser posible a nivel comunitario, todas ellas violentadas por el crimen organizado. Está claro que los esfuerzos del FCE y de todas las personas que hicieron posible la ejecución del modelo en esa bella ciudad de la tierra caliente de Michoacán, poseen ideas más claras e inteligentes que la clase política de México del porqué la apuesta por la cultura y sus distintas expresiones como un antídoto eficaz en espacios territoriales descompuestos socialmente por la violencia. La obra Cultura de paz, palabra y memoria. Un modelo de gestión cultural comunitario editado por el FCE contiene una prosa ligera, poética en determinados apartados y esperanzadora en sus 183 páginas; para regocijo de sus lectores, en sus páginas encontrarán sensibilidad y empatía por los testimonios de víctimas de la violencia, y sobre cómo estas personas gracias a los talleres y distintas actividades artísticas dentro del espacio cultural del FCE, en Apatzingán, Michoacán, van sanando sus heridas. Por todas esas razones, los invito cordialmente a adquirir y leer ese libro.

Material suplementario
Notas
Notas
1 Orden dada por la Policía Federal a sus agentes cuando dispararon a mansalva contra civiles integrantes de la Fuerza Rural que se manifestaban frente al Palacio Municipal de Apatzingán, Michoacán, el 06 de enero de 2015.
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